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viernes, 13 de junio de 2025

Bernd Brunner: Vivir en horizontal

Idioma original: alemán

Título original: Die Kunst des Liegens. Handbuch der horizontalen Lebensform

Traducción: José Aníbal Campos González

Año de publicación: 2012

Valoración: Curioso


No sé si existe alguna estadística fiable sobre cuántos libros se han publicado a lo largo de la historia. Son sin duda miles, quizá cientos de miles, desde las culturas más remotas hasta la misma actualidad, en todas las lenguas habidas y por haber, en todas las épocas y formatos, pergaminos, opúsculos, cartas, catecismos, tocando todos los géneros conocidos y sus derivaciones. Y en todo ese diluvio de libros se han tocado todos los temas, ya sea desde la ficción o desde la voluntad de transmitir conocimientos sobre cualquier asunto. Así que seguro que ha habido precedentes, el mismo Bernd Brunner cita algunos, pero no serán muchos los textos que se refieran a algo tan humano como una postura, la posición del cuerpo en la que todos los humanos que fueron, son y serán hemos pasado una buena parte de nuestra vida. Unos más que otros, es verdad, y por razones muy diversas. Pero en definitiva algo que nos une sin remedio y sin excepciones: todos estamos cada cierto tiempo en posición horizontal.

Desde luego, se puede construir un libro entero sobre esto tan obvio y tan conocido, pero tampoco es tan fácil. ¿De qué hablamos? ¿Empezamos con nuestros antepasados acurrucados en cuevas, o avanzamos hacia camastros rudimentarios construidos con algo de paja o ramas? ¿Hablamos de la costumbre romana, no sé si también griega, de comer recostados? ¿Quizá algo parecido a una historia de la cama, con sus modificaciones estructurales o la importancia de su colocación según el feng shui? ¿Tocamos la segmentación social o política para ver al poderoso repantingado mientras los súbditos permanecían de pie? Pues sí, todos estos asuntos los toca el libro, juntos con muchos otros relacionados con el sueño, sus horarios y aspectos médicos, las posturas idóneas para bebés y las preferidas en el lecho compartido, la influencia de Oriente en las rudas costumbres europeas, aparatos absurdos asociados  (al menos teóricamente) al descanso y la relajación.

Como se ve, es una fuente inagotable de cuestiones que podríamos obtener de una sencilla brainstorming, porque a todos se nos pueden ocurrir mil ideas relacionadas con la posición horizontal del ser humano. 

Muchas de ellas las desgrana el autor a los largo de unos treinta capítulos, de tres o cuatro páginas cada uno, en los que va revisando con una pizca de humor, más bien poquito, tantos puntos de vista posibles. La lectura es agradable, ligera, quizá demasiado ligera, porque, siendo sinceros, el tema sí que es original pero también bastante intrascendente. La consecuencia es que leemos digamos con agrado pero sin mucho interés, invitando el texto a detenerse en algún detalle curioso y poco más. 

Me temo que el asunto no da para mucho más, aparte de comentarios de algún cariz humorístico, porque si de esto alguien pretende hacer un análisis antropológico o cultural de más enjundia tal vez podría estar provocando que el lector quede traspuesto, ya sea en esa posición horizontal o en alguna alternativa, con variantes llámese butaca, sofá, hamaca, tumbona o a ras de tierra, bajo un árbol sobre la hierba, o en la arena de la playa.


miércoles, 26 de marzo de 2025

Hermann Hesse: El juego de los abalorios

Idioma original: Alemán

Título original: Das Glasperlenspiel. Versuch einer Lebensbeschreibung des Magister Ludi Josef Knecht samt Knechts hinterlassenen Schriften

Traducción: Mariano S. Luque

Año de publicación: 1943

Valoración: Imprescindible

Este es un libro al que siempre regreso. Lo he leído cerca de diez veces y, en cada relectura, me conmueve de una manera distinta. Eso es lo asombroso de las buenas novelas de formación: podemos identificarnos con el personaje en diferentes momentos de nuestra vida y, al mismo tiempo, conservar cierta nostalgia por las etapas pasadas.

En esta novela, Hesse condensa muchas de las ideas que ya había planteado en obras anteriores: la crisis espiritual de Occidente, el misticismo oriental, el teatro mágico, el autodescubrimiento y el despertar de la conciencia. Además de ser una novela de formación, bien podría considerarse una quasi-distopía: se sitúa unos siglos en el futuro, después de una era de guerras y decadencia espiritual, la llamada “era folletinesca” (identificada con nuestro presente). En ese nuevo mundo, un reducido grupo de sabios, religiosos y científicos funda una orden, casi sectaria, destinada a conservar y a unificar los más elevados conocimientos de la humanidad, dotándolos de un marco tanto espiritual como histórico. Así nace Castalia, una sociedad aislada donde el arte y el saber humano se han cristalizado y se perpetúan mediante la repetición (por ejemplo, de piezas musicales) y la investigación de documentos antiguos. Sin embargo, no se crea nada nuevo: únicamente se estudian y se celebran las grandes obras del pasado (de aquí los 'repetidores'). Bajo ese espíritu, se concibe también el tesoro de la orden: el Juego de los Abalorios, un sistema que permite fusionar las distintas disciplinas, manipular sus principios y recrearse en sus infinitas conexiones.

El eje principal de la novela es Josef Knecht, un niño seleccionado para ser educado en una escuela de la orden. Se distingue por ser un estudiante carismático e inteligente, y progresa de forma destacada en las disciplinas académicas de rigor (matemáticas, latín, música, entre otras) hasta llegar a convertirse en un verdadero maestro del Juego. En el transcurso de su aprendizaje, además, entabla contacto con diversos personajes que le ofrecen perspectivas distintas del mundo y de la espiritualidad, como un ermitaño chino o un padre dominico. Su inusual educación y férrea disciplina lo conducen a los rangos más elevados de Castalia. A partir de ahí, y como suele suceder en las historias de Hesse, Joseph atraviesa varias crisis, experimenta descubrimientos y enfrenta dudas trascendentales que lo empujan a cuestionar no solo su lugar dentro de la orden, sino también el sentido de esta en el mundo.

Si bien la trama se desarrolla de manera fluida y atractiva, lo verdaderamente memorable en esta obra es la idea misma del Juego de los Abalorios. Hesse no ofrece descripciones exhaustivas sobre sus reglas ni detalla con precisión en qué consiste; en vez de ello, aporta indicios y compara el Juego con actividades artísticas o científicas ya conocidas. Esa indefinición resulta especialmente estimulante para la imaginación del lector, cualidad imprescindible en la buena literatura de ficción.

En el libro, el Juego de los Abalorios aparece como una sutil metáfora de la aspiración humana por encontrar un lenguaje universal que unifique todas las disciplinas del conocimiento y las artes. Hesse nos habla de una estructura casi musical que integra matemáticas, filosofía, ciencia y literatura. Los jugadores, auténticos eruditos, establecen conexiones simbólicas entre conceptos de orígenes tan dispares como la armonía de una fuga barroca y la lógica de una demostración geométrica. Esta naturaleza abstracta y dinámica del Juego lo convierte en una herramienta para trascender la mera acumulación de información, acercándose a la dimensión espiritual e intuitiva del saber. De este modo, el Juego de los Abalorios no solo refuerza la cohesión de la comunidad de Castalia, sino que encarna la búsqueda incesante de un conocimiento total que, si acaso, principalmente creado para la meditación y la contemplación pura. Es una idea realmente estimulante.

Leer El juego de los abalorios es adentrarse en una reflexión sobre el conflicto entre la búsqueda intelectual y la necesidad de involucrarse con la realidad que nos rodea. Para Hesse, el saber y la espiritualidad no son fines en sí mismos, sino medios para alcanzar un mayor entendimiento de nosotros mismos y de nuestro mundo.

Otras obras de Hermann Hesse en ULAD: El lobo esteparioDemianBajo las ruedas

sábado, 18 de enero de 2025

Colaboración: La noche quedó atrás, de Jan Valtin

Idioma original: Inglés

Título original: Out of the night

Año de publicación: 1940-1941

Traducción: No consta

Valoración: Imprescindible


Anoten: Richard Julius Hermann Krebs, alias Jan Valtin: La noche quedó atrás. ¿Cómo es posible que una obra como ésta sea prácticamente desconocida, y lleve tiempo descatalogada en nuestro país? Nada desde que Seix Barral la publicara hace bastantes años, en una edición y traducción que no podemos calificar sino de manifiestamente mejorables. 

La vida de Krebs – Valtin no es la de un narrador, ni la de un novelista, ni la de un académico: es una vida de película, riesgo, suspense, espionaje y contraespionaje; es la entrega a una causa que prácticamente abduce todo lo demás (familia, hijos, hogar). Valtin fue un consagrado al partido comunista alemán y a la internacional comunista en la Europa de entreguerras. Si les gusta la Historia de la primera mitad del siglo XX, si les atrae la política de la época y saber los entresijos concretos tras cada acción visible –ésas que luego los historiadores a menudo explican en visión aérea- no esperen. Porque Krebs fue autor de varias obras, pero en realidad sólo lo fue de una, que es la historia de su vida. 

Nacido en Maguncia, hijo de un inspector marino espartaquista allá cuando Rosa Luxemburgo (“quien no se mueve, no siente las cadenas”) Krebs tuvo una infancia errante debido a la profesión de su padre. Pero si puede citarse una ciudad asociada a su adolescencia y juventud, ésa es Hamburgo, donde vive entre muelles, obreros y revueltas, en un país moramente derrotado tras Versalles, a cuya célebre Constitución azotan el paro, la pobreza y las fuerzas extremas del momento –partido comunista y partido nacionalsocialista- que sorprendentemente no dudan en aunar fuerzas para acabar con las opciones moderadas, a la espera de un futuro duelo a dos que nunca llegó a producirse…al menos entre germanos y sin trincheras. Krebs insiste: el error comunista en la identificación de los socialistas como el enemigo a batir, y la consiguiente subestimación del potencial del partido nazi allanan el camino de Hitler al poder. 

En el difícil contexto de los años 20, Valtin se adhiere al comunismo, una nueva religión que anuncia su pronto advenimiento, trasciende fronteras y pretende acabar para siempre con la injusticia en el mundo. Pero el parto, necesariamente, ha de ser doloroso. Y así se transforma en un soldado dentro de la jerarquía de la Komintern, un activista que medra en la sección marina. Como apóstol de una nueva fe, predica la cercanía de una realidad que auspicia y protege Moscú. Recluta adeptos, reparte por medio mundo octavillas multilingües producidas en imprentas clandestinas, conspira en clubes internacionales que son realmente centros de operaciones del partido, organiza sabotajes y huelgas en los buques y en los puertos, perfecciona su formación en Leningrado y viaja y propaga sin descanso la buena nueva en cada país, obedeciendo como un soldado y ejecutando cada consigna con la fe y el ardor de un convertido. No obstante, de vez en vez aparecen las dudas. Y es que el propio autor llega a afirmar que “sólo la compañía de Jesús tiene más poder sobre sus juramentados que la Komintern.” 

El libro muestra en detalle el funcionamiento del partido y la organización de sus actividades, en especial en Alemania y los países nórdicos; respeta nombres de personajes reales y, en otros casos, parece que oculta personas bajo nombres ficticios, y tal vez introduce algunos de su propia imaginación. El más notable y seguramente el mejor descrito, Ernst Wollweber, sería futuro Ministro para la seguridad del Estado de la RDA y cabeza de la Stasi. Por las páginas de esta autobiografía novelada desfilan personajes de segundo orden, precisamente los que ejecutan las decisiones concretas (y aquí radica uno de los alicientes del libro, como he anticipado): Grigori Dimitrov, Heinz Neumann, Richard Jensen, Peter Kraus, Hertha Jens. Heinrich Himmler y Herman Göring aparecen igualmente, si bien de forma fugaz. 

Alemania, Dinamarca, Noruega, Suecia, Inglaterra y Estados Unidos son los escenarios de la acción de Krebs bajo múltiples identidades falsas, hasta su detención por la Gestapo en su país natal, momento en que empieza una segunda parte de la novela, claramente diferenciada de la primera y –no vamos a negarlo- descarnada y sin concesiones (pueden imaginar la vida de un espía de la Komintern, poseedor de información valiosa, en manos de la policía de Hitler). Los campos, las cárceles, las leyes dictadas por el partido nazi y la ampliación paulatina del espectro de colectivos objeto de persecución nacionalsocialista son retratados sin una sola tirita: la –entonces- cara oculta de aquella “nueva Alemania”, descrita tal cual fue. 

Pero Krebs recupera la libertad, de un modo y a un precio que no vamos a desvelar. Ex preso de los nazis, su desencanto y sus dudas aumentan con el creciente poder de Stalin en un partido en el que –por razones que tampoco desvelaremos- su posición pasa a ser incómoda. De modo que finalmente huye a los Estados Unidos y publica, entre 1940 y 1941, la obra que reseñamos, que automáticamente se convierte en un best seller en el que, con probabilidad, maquilla al menos algunas acciones no demasiado honorables de su biografía. “Encuentro grotesco seguir aún con vida” llegó a declarar el autor. A la vista de la obra, no nos extraña.

¿Qué es La noche quedó atrás? Parece que Roosevelt la describió como “el mejor libro que he leído sobre el siglo XX.” Son diversas las reacciones o juicios que la obra puede provocar en el lector; algunos positivos, como la fe en unos valores, la lucha por algo en lo que se cree, la esperanza de un mundo mejor; o negativos, como la interdicción de cuestionar directrices o la deriva radical dentro de una organización de estructura férrea, con la consiguiente pérdida de la amistad, confianza y camaradería. Pero creo que, esencialmente, la novela es un duro alegato y una prevención, justo durante el curso de una guerra mundial, contra los dos extremos que asolaron Europa –el nacionalsocialismo de Hitler y el comunismo de Stalin- en casi 800 páginas sin fisuras, que te atrapan y no te sueltan. Un libro que, una vez empezado, no puedes parar de leer.       

Firmado: Francisco Marín

miércoles, 15 de enero de 2025

Thomas Mann: Viaje por mar con Don Quijote

Idioma original: alemán

Título original: Meerfahrt mit Don Quijote

Traducción: Genoveva Dieterich

Año de publicación: 1945 (escrito en 1934)

Valoración: Recomendable alto


Se podría reflexionar sobre el peso que en un libro puede llegar a tener el talento del autor, quiero decir, hasta qué punto una mano diestra es capaz de levantar cualquier texto, se trate de lo que se trate. No es sólo la prosa, el estilo o la elegancia, es la cadencia, la sabiduría para contar cosas con el tono exacto, hacer que el libro interese y tenerlo controlado, equilibrado y en el punto que pide el texto. Eso se hace con técnica, con trabajo, claro, pero me sigue pareciendo que la materia prima es insustituible, y es lo que hace que el libro rezume naturalidad y parezca escrito sin esfuerzo. Con todo esto no puedo ya ocultar que me encanta Thomas Mann, en especial el de Muerte en Venecia, aunque de vez en cuando se deje llevar por la frase excesivamente rizada o las digresiones se le vayan a veces de las manos. 

Esas cualidades que apuntaba me atrevería a decir que se dejan ver especialmente en obritas menores, cuando el escritor no se está planteando crear algo importante y parece dejar fluir el texto como un mero entretenimiento. Viaje por mar con Don Quijote es una especie de pequeño diario, unos pocos días, escrito en una de las varias travesías marítimas que Mann realizó con su esposa Katia entre Europa y Nueva York. Podríamos pensar en algo parecido al crucero que David Foster Wallace contó en aquel corrosivo librito, pero las similitudes se reducen a la presencia en un barco surcando la inmensidad del mar (cómo se puede escribir dos cosas tan diferentes, e igualmente atinadas, a partir de un mismo motivo).

Thomas Mann no se propone nada concreto relatando su experiencia oceánica. Se limita a contar pequeñas anécdotas, a describir de pasada el ambiente de los salones o la cubierta, o apuntes rápidos sobre la meteorología cambiante. Lo demás son reflexiones que se van encadenando sin más planificación que lo que surge espontáneamente sobre el papel en blanco, y donde queda un papel importante para su lectura de cabecera, que naturalmente es el Don Quijote que luce en el título.

Tampoco es un ensayo sobre el libro de Cervantes, sino comentarios que brotan al hilo de la lectura. Mann se admira no solo de la personalidad de Don Quijote, sino de cómo evoluciona, cómo trata el autor a su personaje, se extiende algo más en torno a la viva defensa que Cervantes hace de su obra frente a la impostura del libro de Avellaneda, o el peso del personaje original frente a la caricatura de loco divertido que todos, en alguna medida, tenemos interiorizado. Las opiniones del autor alemán son de tal finura y profundidad que uno es consciente de que ha conectado por completo con el clásico. Todo ello, expresado en pequeñas píldoras y sin orden aparente lleva a sentir que está uno embarcado con el propio Mann, compartiendo con él un café y cambiando impresiones sobre el Quijote o, mejor dicho, escuchando embelesado sus reflexiones.

No todo se reduce a Cervantes. El pequeño diario incluye comentarios, siempre relajados y elegantes, sobre la propia singladura, sensaciones sobre la sobrecogedora pequeñez frente al océano inmenso, la distorsión de la perspectiva producto del aislamiento y la lejanía, o curiosidades como la llamada diaria a un progresivo cambio de hora y el equívoco de vivir dos veces el mismo tramo horario. El relato se extiende en ocasiones hacia asuntos aparentemente banales, como el contenido deliberadamente amable de la información que se hace circular en la nave (el crucero como mundo independiente de la realidad exterior), y en otras se adentra en reflexiones de calado que sin problema alguno podrían aplicarse a nuestro siglo XXI, como cuando apunta “¡Ah, la humanidad! Su progreso espiritual-moral queda detrás de su progreso técnico, anda muy rezagado”.

Pero ni en esos momentos toca el autor asuntos especialmente sensibles, lo que resulta llamativo en el complicado contexto de los años 30. Se diría que Mann esquiva cuestiones espinosas que sí tocará en otras obras, ahora es como quien, al igual que esas hojas informativas del crucero, al sentirse en un medio hostil, intenta centrarse en asuntos amables o al menos inofensivos. De esta forma, el libro transmite al mismo tiempo agudeza y relajación, y permite disfrutar de un autor que sea en el formato que sea, siempre parece capaz de escribir bien.

Otras obras de Thomas Mann reseñadas en ULAD: La muerte en VeneciaLa montaña mágica


martes, 5 de noviembre de 2024

Unica Zürn: Primavera sombría

Idioma original: Alemán
Título original: Dunkler Frühling
Traducción: Alba Lacaba Herrero / Raquel Vicedo
Año de publicación: 1967
Valoración: Entre recomendable y está bien

Primavera sombría, escrita por la dibujante, poeta y narradora alemana adscrita al surrealismo Unica Zürn, es una novela de fuerte carácter autobiográfico. Nos zambulle en la vida de una niña privada de afecto y amor que despierta apetitos sadomasoquistas y que, en su desesperación, frustración y soledad, termina suicidándose. Plasma el erotismo y la sexualidad incipientes de la protagonista como un aprendizaje traumático, crudo y desgarrador. 

Se lee con una fluidez extraordinaria, beneficiada sin duda por la fascinación morbosa que irradia. Pero no os penséis que su único valor es el impacto de su temática, porque también presenta cualidades notables; pienso en el atinado retrato psicológico que hace de su protagonista, en la intensidad de ciertas escenas (por ejemplo la de la visita al extranjero) y en su deliciosamente cruel y empapado de humor negro desenlace.

La única pega que le pondría a Primavera sombría es que parece escrita al vuelo. Con esto no quiero decir que esté mal redactada, porque por lo general el estilo cumple e incluso en determinados pasajes está particularmente inspirado. Sin embargo, la obra da la impresión de borrador, lo cual confiere al conjunto una innegable expresividad pero actúa en detrimento del argumento y los personajes (ambos apartados carecen de enfoque, nitidez y cocción).

En efecto, aunque el argumento de Primavera sombría funciona, no sigue una dirección clara, ni desarrolla muchos de los elementos que baraja. Algo parecido sucede con los personajes de la novela, que, a excepción de la protagonista, están esbozados con trazos un tanto endebles; tampoco me convencen las dinámicas e interacciones del elenco, pues no siempre se insinúan adecuadamente. El hermano es, quizá, uno de los secundarios más desaprovechados, pues nunca llegamos a entender su actitud cruel, violenta e hipervigilante.  

En resumidas cuentas, Primavera sombría es, pese a sus defectos, una novela interesante. Es la clase de literatura introspectiva, turbia, oblicua e incómoda que maravillaba a los surrealistas y que, en cambio, hubiera provocado un rechazo visceral en los nazis, quienes sin duda la habrían tildado de arte degenerado.

Por cierto, el prólogo que Lurdes Martínez firma para la edición de Pepitas de calabaza de Primavera sombría me ha encantado. No sólo es muy completo, pues abarca la biografía de Zürn, su obra, sus problemas mentales y su relación con Hans Bellmer, entre otras cosas relevantes, sino que lo hace desde un ángulo de refrescante objetividad.

lunes, 23 de septiembre de 2024

Heinrich von Kleist: La marquesa de O... y otros cuentos

Idioma original: alemán

Título original: Die Marquise von O…

Traducción: Carmen Bravo Villasante

Año de publicación: 1807-1810

Valoración: Recomendable


A decir verdad, la valoración también podría ser Intenso, por ejemplo, porque así es todo en nuestro amigo Heinrich von Kleist, lo mismo en su (corta) vida que en su obra. En el primer aspecto, se podría decir que encarnó en toda su dimensión el concepto de romanticismo, del que fue uno de sus más destacados representantes. Heinrich tenía ese gen que le hace a uno sentirse destinado a escribir el libro definitivo, alcanzar el absoluto, llegar al último límite en todo lo que tiene que ver con las emociones, vivir la vida en toda su intensidad sin cálculo alguno, y morir en la forma que a todos se nos ocurre cuando hablamos de un personaje semejante. El fracaso de sus obras y el desprecio de sus contemporáneos son otros de los elementos que resultan inevitables en su trayectoria de autor atormentado y obsesivo, de manera que solo muchos años después de muerto empezó a apreciarse el valor de su obra. Vamos, que perfectamente puede decirse que su propia vida hubiera sido su mejor novela.

Hay que reconocer que tampoco sorprende que su prosa no agradase mucho a público y crítica. Escribe Kleist de forma un poco torrencial, con un manejo extraño de los signos de puntuación y un desequilibrio visible en el ritmo, que se remansa largamente hasta paralizar la acción y acelera de repente para acumular hechos que a veces se presentan fugaces o terminan absorbidos por una elipsis. Y sin embargo no deja de tener su gracia, como a veces ocurre con este tipo de escritores poco académicos, de estilo digamos libre, cuya forma de escribir parece transmitir sin filtros toda la pulsión que llena su cabeza y su corazón. No será una lectura exactamente placentera, pero sí deja una agradable sensación de frescura y sinceridad. Eso sí, hace doscientos años probablemente no se apreciaban estas virtudes de la misma forma.

También el contenido de los relatos explica por qué no fueron apreciados en su época. Esa intensidad que apuntaba como seña de identidad está del todo presente en la narración, en especial en La marquesa de O…, que debió escandalizar a las mentes bienpensantes de la época. La marquesa, viuda de buena posición social, está embarazada, y defiende por activa y por pasiva que no ha tenido relación alguna que pudiéramos establecer como origen de tal estado. Aunque no se explica la situación, la marquesa tampoco es estúpida y, con objeto de restablecer en lo posible su honor, anuncia en el periódico, de forma ingenua y bastante sorprendente, que se casará con el hombre que afirme ser el padre. Por supuesto ella recibe el repudio radical de su propia familia, en especial del severo padre, y por ahí asoma lleno de intenciones un cierto conde ruso perdida y un poco misteriosamente enamorado de la marquesa. Todo un extraño drama en el que no faltan algunas reacciones inexplicables de los personajes, un elemento chocante aunque de cierto atractivo que abunda también en el resto de relatos.

El amor, siempre sujeto a avatares complejos, es también el núcleo de otros dos cuentos, sorprendentemente situados en escenarios más bien exóticos para la época: el terremoto de Chile (imagino que el de Valparaíso de 1730) y la revolución haitiana de finales del XVIII. Amores arrebatados y profundos son sometidos a condiciones extremas, mezclados con tragedias y convulsiones sociales, y difícilmente van a terminar de forma feliz. Parece que siempre triunfa el mal: crímenes e imputaciones injustas se imponen a los sentimientos solidarios de los chilenos frente a la tragedia, y el odio y una violencia feroz ensombrecen las intenciones puras de los enamorados en el escenario brutal de la revuelta de los negros en la colonia francesa. Este relato, inocentemente titulado Los desposorios de Santo Domingo, aunque no tiene la sutileza de La marquesa de O..., me parece el mejor construido desde el punto de vista narrativo, con una progresión bien desarrollada, ingredientes de terror y suspense, y enredos y malentendidos de novela romántica. 

Menos relevante me parece La mendiga de Locarno que cierra el libro, un pequeño cuento con aires de misterio que trae a la memoria el episodio inicial que desencadena La bella y la bestia (versión Disney), quedando la duda de si Kleist pudo ser su inspiración, o fue él quien a su vez recogió la influencia de relatos más antiguos.

En todo caso, un pequeño librito que se lee en un pispás, con un prólogo bien interesante y muy adecuado para conocer el romanticismo literario alemán en carne viva.


viernes, 21 de junio de 2024

Erika y Klaus Mann: El milagro de España. Crónica de un viaje en 1938

Idioma original (de los artículos): Alemán

Año de publicación: 2024 (el libro), 1938 (los artículos)

Traducción: Carlos Fortea e Isabel García Adánez

Valoración: Recomendable

Es innegable la importancia que la guerra civil española tuvo y tiene en la cultura popular. Decenas (o centenares) de novelas, ensayos, comics, series, documentales, películas, etc se han acercado al tema desde los más variados ángulos. Dicho esto, y sin negar la importancia de la ficción o los estudios históricos, creo que es fundamental acudir a autores que tuvieron la ocasión de presenciar in situ (parte de) la contienda.

Dentro de este grupo, "llama la atención" la cantidad de periodistas alemanes que cubrieron y/o participaron en la guerra: Alfred Kantorowicz, Ernst Toller, Egon Erwin Kisch, etc. En este grupo hay que incluir a Erika y Klaus Mann, hijos del celebérrimo Thomas Mann y exiliados de la Alemania nazi desde 1933.

Los 13 artículos recopilados en este pequeño volumen de apenas 120 páginas tienen su origen en las tres semanas (23/06/1938 a 14/07/1938) que los hermanos Mann estuvieron en la España republicana, siendo Barcelona, Tortosa, Valencia y Madrid los lugares por donde se movieron.

Seis son los textos de Klaus, cinco los de Erika y dos los escritos a cuatro manos. En todos ellos se observan aspectos comunes que oscilan entre la indignación y la compasión y que dan cuenta de la fe y esperanza en el triunfo del bando republicano, el asombro ante la resistencia de la ciudad de Madrid, el reconocimiento del esfuerzo en materia de educación y formación por parte de la República (pedagogía vs demagogia, etc).

Pero más que estos puntos comunes me interesan ciertas diferencias entre los textos de uno y otro y algunas notas que creo que son 100% actuales (recordemos que estamos a unos días de unas elecciones legislativas en Francia en las que la ultraderecha parte como favorita).

En lo que a las diferencias se refiere, los textos de Erika son más íntimos y personales que los de Klaus. Erika pone su mirada más en los pequeños detalles, en las pequeñas cosas y en la cotidianeidad que asoman en medio de la destrucción y el horror. Además, se permite licencias más literarias, como observamos en este párrafo:

Siempre es una impresión extrañamente horrible y conmovedora ver a la gran ciudad encogerse como un animal atemorizado cuando las luces se apagan en segundos, la gente desaparece de las casa, cuando no hay más que miedo y tinieblas.

En cuanto a la vigencia de los textos, resultan interesantes las reflexiones de ambos en lo que a "comprar el marco mental del enemigo" o al sentido y objetivo de la lucha se refiere. Ese dilema pacifismo / guerra en una situación de excepcionalidad es algo que lleva a los autores al cuestionamiento de sus propias convicciones.

Dicho esto, si alguien busca profundidad o un análisis completo de "cómos y porqués", que se olvide de El milagro de España. Son textos escritos en la urgencia del momento y con un objetivo muy claro, el del hacer un llamamiento desesperado a la implicación de pueblos y potencias democráticas. Ahora bien, si se busca un testimonio de primera mano, subjetivo (obviamente) sin ser panfletario, y que no requiera del lector que se estruje las meninges, esta puede ser una buena opción. 

También de Klaus Mann en ULAD: El volcán

jueves, 16 de mayo de 2024

Karl Schlögel: Terror y utopía. Moscú en 1937

Idioma original: Alemán 
Título original: Terror und traum
Año de de publicación: 2008
Traducción: José Aníbal Campos
Valoración: Casi imprenscindible

Dos metáforas constituyen el capítulo inicial y final de esta mastodóntica obra de poco más de 1000 páginas con la que el profesor alemán Karl Schlögel dibuja un panóptico del Moscú y la Unión Soviética en el tristemente célebre año de 1937. No son decisiones casuales, obviamente. 

La primera, la elección de un análisis de El maestro y Margarita de Bulgakov (nota mental nº1: tengo que releerla y reseñarla) como apertura de la obra, resulta de la estructura que posteriormente adoptará Terror y utopía, de ese vuelo con el que Bulgakov y Schlögel tratan de aprehender la totalidad de la vida moscovita pasados veinte años del triunfo de la Revolución. Pero no solo eso porque, al igual que ocurre en la novela, en Terror y utopía lo insólito ya no es extraordinario.

La segunda, la elección del gigantesco Palacio de los Soviets de Boris Iofán que debía construirse sobre los restos de la demolida Catedral del Cristo Redentor y que finalmente resultó inacabado (en parte por la invasión alemana), sirve como perfecta metáfora del destino de la URSS.

Entre medias, como ya digo, treinta y ocho capítulos que recorren casi todos los ámbitos de la vida de un año que ha pasado a la Historia por los Procesos de Moscú, pero que encierra aspectos que quizá han quedado olvidados o infravalorados a la luz de las terribles purgas y matanzas que asolaron al país en esos años (y anteriores y posteriores, ojo) y de las que los 3 Procesos de Moscú son solo un porcentaje ínfimo. Porque Moscú en 1937 no se agota en lo político.

Habla así Schlögel de un país y un momento histórico que quizá hayan sido simplificados en años posteriores, pero que esconden una complejidad que hace de Moscú y de 1937 un lugar y un tiempo tan terrible como fascinante, al menos para mí. De esta forma, conocemos un país que constituye un inmenso laboratorio social, que se encuentra inmerso en una serie de cambios demográficos debidos a la colectivización forzosa y a la industrialización, que resulta una sociedad de arenas movedizas que un Partido debilitado por purgas y nepotismos parece incapaz de controlar, pero también un país que juega con la modernidad en lo artístico / cultural, que avanza como pocos lugares lo habrán hecho en tan breve espacio de tiempo.

Moscú en 1937 es un lugar y un tiempo de síntesis y de homogeneización pero también de crisis, de permanente estado de excepción, con un poder debilitado en sus cimientos, con un orden social en equilibrio precario, etc. Cambios y coyunturas que provocan ese nuevo orden social del que el Censo de 1937 (de cara a las elecciones de diciembre) se hace eco, del que el Plan General de Reconstrucción de Moscú (1935) es reflejo, y que supone un cambio de paradigma en todos los ámbitos: económico, cultural, artístico, laboral, político, o incluso físico, etc. Nada escapa a este nuevo país que se construye, a esta nueva identidad que desde las altas instancias se intenta crear, y para ello sirven el arte, los nuevos medios de masas, la propaganda, los desfiles los descubrimientos geográficos, etc y, sobre todo, la violencia política. Porque nada mejor que un enemigo más o menos imaginario contra el que "unir fuerzas".

Todo esto es lo que muestra Schlögel en este monumental Terror y utopía. Para ello se sirve de archivos y publicaciones de la época, de actas, de estudios posteriores, de testimonios de extranjeros (destacan los de Lion Feuchtwanger y el embajador estadounidense Joseph Davies) o de nacionales como Yelena Bulgakova. 

Si con algo me tuviera que quedar de Terror y utopía, además de con el mérito del autor en hacer que una lectura de unas 1000 páginas (y de un tema tan denso) sea relativamente amena, es con esa visión global que va más allá de reduccionismos y que hace que el libro funcione tanto como ensayo sociopolítico, reportaje cultural o novela de terror (considerando "la parte de los crímenes" de 2666 como novela de terror). Moscú en 1937 es, al mismo tiempo, laboratorio social, campo de reclutamiento y vanguardia de corrientes artísticas y culturales, pero casi nada de esto es algo aislado. Moscú en 1937 no se agota en lo político pero lo político "infecta" casi todos los campos.

En el lado menos positivo, tengo la impresión de que Schlögel deja fuera el culto a la personalidad de Stalin. Se cita, aparece por ahí, pero quisiera saber cómo se forja, cuáles son los mecanismos que llevan a un pueblo a una ceguera tal que permita atrocidades semejantes es algo que merecería más espacio en el texto. Digo yo.

En cualquier caso, creo que Terror y utopía es un texto imprescindible para cualquier interesado en la materia, un hilo del que tirar hacia otras lecturas que profundicen o completen (Bulgakov, Platonov, Robert Conquest, Feuchtwanger, Bujarin, Ordzhonikidze, cine o arquitectura soviético, la construcción del canal Volga-Moscova, literatura concentracionaria, etc) lo ya apuntado en el texto. Tarea hay por delante.

miércoles, 3 de abril de 2024

Werner Herzog: Cada uno por su lado y Dios contra todos. Memorias

Idioma original: Alemán 
Título original: Jeder für sich und Gott gegen alle - Erinnerungen
Año de publicación: 2022
Traducción: Marina Bornas
Valoración: Imprescindible (hala, ahí tenéis)

Werner Herzog, ese tipo extraño y solitario, adicto a las historias peculiares, es uno de los máximos exponentes del cine del último cuarto del siglo XX y su "trilogía" Nosferatu - Aguirre, la cólera de Dios - Fitzcarraldo forma una especie de Santísima Trinidad cinematográfica para mi. Esto es un arma de doble filo; las expectativas no siempre se ven cumplidas y uno puede terminar, aunque sea de forma injusta, algo decepcionado. Vamos, un poco lo que me ocurrió con Conquista de lo inútil, diario de rodaje de Fitzcarraldo. 

En el caso de Cada uno por su lado y Dios contra todos las expectativas se han visto superadas, hasta el punto de que puedo afirmar, aunque aún estemos en el mes de abril, que este libro figurará en mi lista de "lo mejor del año 2024". Y, además, lo voy a razonar.

Siguiendo un orden por lo general cronológico, Herzog va entrelazando vida y obra en un texto que puede ser leído, obviamente, como autobiografía, pero también como novela de formación, novela de aventuras o crónica de viajes. 

Quien tenga interés en su cine, ya sea de ficción o documental, encontrará en estas páginas algunas de las claves que se observarán en su obra. En este sentido, hay dos frase determinantes: "lo que vimos de niños lo sigo viendo hoy" "hay una serie de motivos recurrentes en mi cine que casi siempre se basan en experiencias de la vida real". La infancia y adolescencia como claves que condicionan y explican el futuro, como punto de partida de un primer tercio del texto de lo más bernhardiano, con quien el autor comparte tiempo y espacio; la vida como escenario.

Entre lo anecdótico y el contexto sociopolítico de la época, la infancia y adolescencia a finales de la Segunda Guerra Mundial, las complejas relaciones familiares, su devoción por dos de sus hermanos, su pasión por el fútbol, su etapa escolar, sus diferentes formas de buscar la trascendencia (a través los viajes, de la religión, etc) configuran una novela de formación que puede ser leída, perfectamente, por alguien que no conozca la obra del alemán. Interesantísimo retrato de un tiempo y un lugar muy determinados, pero por ello profundamente universal, posee por sí solo un alto valor literario.

A medida que avanza el libro y que Werner Herzog se hace adulto, el texto se centra en el cine. Desde aquellos comienzos autodidactas y autofinanciados hasta los últimos documentales, pasando por sus adaptaciones operísticas, el autor repasa sus diferentes proyectos, fallidos o no. Siempre caminando por la cuerda floja y siempre atraído por historias al límite y personajes extravagantes, Herzog desgrana historias de sus rodajes, de sus relaciones con diferentes miembros de su equipo (Klaus Kinski (cómo no), Walter Saxer, etc) y con personajes tan sumamente interesantes como Bruce Chatwin, Mike Tyson (!!!) o Reinhold Messner. Es esta vertiente del texto la que lo sitúa más cerca de la novela de aventuras y la crónica de viajes, además de historia del cine, por supuesto. 

Su parte final, en cambio, pasa a centrarse en aspectos más confesionales e íntimos, más reflexivos o ensayísticos. Lo personal y familiar se unen a sus visiones de futuro y cierran el círculo que comienza con una epifanía de juventud.

Tres son, especialmente, las cosas que más me gustan de las memorias de Werner Herzog:
  1. Ya lo he comentado, pero el texto trasciende lo meramente personal y este me parece fundamental en libros de este tipo.
  2. Que no haya "ajustes de cuentas". Con una vida de este tipo y con la multitud de gente con la que se ha cruzado Herzog, sus memorias podrían haber tomado derroteros más sensacionalistas. No lo hacen y se agradece.
  3. El ritmo. Herzog nos mantiene pegados a las páginas del libro y maneja la tensión narrativa a la perfección. Resulta sorprendente, por la escasez de casos, que el autor maneje dos lenguajes tan diferentes como el literario y el cinematográfico con tanta soltura y solvencia.
En fin. Creo que lo todo anterior sirve para dar una imagen general de lo que son estas memorias y de los motivos de la valoración, ¿no os parece?

domingo, 3 de marzo de 2024

Volker Ullrich: Ocho días de mayo

Idioma original: alemán

Título original: Acht Tage Im Mai

Traducción: Teófilo de Lozoya y Juan Rabasseda Gascón

Año de publicación: 2023

Valoración: Muy recomendable


Aunque hayan pasado casi ochenta años, parece que no dejamos de descubrir nuevos horrores acerca del nazismo. Y aunque el libro que nos ocupa se limita en principio a los ocho días que siguieron a la muerte del dictador, es más que suficiente para estremecerse con episodios que darían, cada uno por sí solo, para un libro o una película de esos que le dejan a uno con mal cuerpo. Así que tras una cubierta casi tópica de la literatura de guerra (contundentes caracteres en rojo sobre fondo claro, con foto de soldados en blanco y negro) vamos a conocer esa muy breve pero apasionante etapa de la Historia reciente.

Hitler se quitó de en medio junto con Eva Braun en el bunker de Berlín el 30 de abril de 1945, cuando el Ejército Rojo se encontraba ya a las puertas de la ciudad y una buena parte del territorio del Reich estaba bajo el control de los aliados. Su voluntad de eludir responsabilidades cuando la guerra estaba ya más que perdida contribuyó a aumentar el inmenso baño de sangre. Como testamento político, por llamarlo de alguna manera, dejó nombrado un Gobierno de gestión encabezado por el almirante Dönitz, que duraría exactamente los ocho días que describe el libro.

La desaparición del Führer, que fue conocida en los días siguientes, dejó, según dice Ullrich, varios tipos de sensaciones: la fundamental, de alivio al vislumbrarse el final de la pesadilla, pero también de indiferencia entre la población alemana y, a efectos prácticos, de desorientación y desbandada entre las unidades militares todavía en activo y entre los fieles que de repente se encontraron sin alguien a quien obedecer. La consecuencia fue naturalmente un caos todavía mayor, del que fueron presa los propios mandos de la Wehrmacht, los responsables territoriales del régimen, o los grupos que custodiaban los campos de concentración o los batallones de extranjeros esclavizados. 

‘Era como si aquellos sátrapas, que habrían estado dispuestos a seguir las últimas órdenes sin rechistar, se hubieran convertido de nuevo en individuos capaces de actuar y de pensar por su cuenta’

La reflexión procede de una antigua funcionaria del Reich. Y por supuesto deportados, represaliados y en última instancia, la población civil serían una vez más las principales víctimas de la confusión.

La narración de Ullrich se basa en una multitud de documentos y testimonios, muchos de ellos de civiles, memorias o diarios de personajes relevantes o de ciudadanos anónimos, buena parte de los cuales eran inéditos hasta la fecha, según he leído. De manera que el relato, sin desconocer por supuesto los hitos militares o políticos decisivos, desciende a episodios menos conocidos, como la rendición unilateral de algunos dirigentes nazis deseosos de salvar el pellejo, el descubrimiento de la mina de sal en la que Hitler quiso esconder su colección particular de arte, o los coletazos furiosos de los últimos incondicionales ante la evidencia de la derrota.

Todo ello, claro está, envuelto en escenas espeluznantes, como el suicidio de los Goebbels, al que arrastraron a sus propios hijos, las múltiples violaciones en la zona de ocupación soviética, los suicidios en masa de Demmin, la tragedia del Cap Arcona, o las marchas de la muerte, en las que miles de personas en condiciones ya extremas fueron sacadas de los campos de exterminio y obligadas a deambular de un lugar a otro sin un destino concreto. Las atrocidades no parecen tener límite. El autor toma pie además en acontecimientos de aquellos días de mayo para seguir la pista de hechos anteriores que alimentan aún más el espanto, como la masacre de Lidice en represalia por el atentado contra Heydrich, el carnicero de Praga, o la barbarie represiva de Seyss-Inquart en la región neerlandesa donde gobernaba. 

Pero no hay que equivocarse, no es en absoluto un libro sensacionalista ni se regodea en la sangre, para nada. Con el mismo sistema, es decir, partiendo de algún hecho acaecido en esos días caóticos, se detiene también en examinar la trayectoria y vicisitudes de personajes que entonces o después formaron parte de la Historia, como Anne Frank y su familia, los futuros cancilleres Adenauer o Helmut Schmidt, el científico Von Braun o el líder comunista Walter Ulbricht. Todos ellos tuvieron su papel en esas jornadas en que se consumó el derrumbe de un Estado y un ejército que parecían en camino de dominar el mundo, y que vivieron su fin de forma tan patética y humillante. 

Nos quedan sin embargo otros aspectos quizá todavía más interesantes. La aparente abducción que la ideología y el liderazgo nazis consiguieron ejercer sobre tanta gente merecen un profundo estudio que no sé si se ha llegado a hacer. Pero lo más importante: ¿cuál fue la actitud de la mayoría del pueblo alemán durante esos más de diez años de locura, y cuando todo estaba a punto de terminar?

‘El Führer, otrora idolatrado, fue declarado persona inexistente, un demonio con figura de hombre, de cuyas diabólicas artes de seducción nadie había podido defenderse. De ese modo, la gente se eximía de tener que rendir cuentas por su propia complicidad con el nacionalsocialismo. Si alguien tenía la culpa de los crímenes era Hitler, y luego Himmler y su pandilla. La gente no había tenido nada que ver con aquello’.

O no se habían enterado porque no vieron nada. O miraron para otro lado. Una valoración muy parecida a la que hacía Kracauer y buen número de otros autores. No es fácil, desde luego, ni quizá sea demasiado justo repartir culpas desde la comodidad del teclado de un ordenador. Pero ahí queda la cuestión, planteada al final de un libro imprescindible para quien quiera conocer más de cerca el horror de un periodo cuya herencia parece asomar de nuevo por todas partes.


jueves, 8 de febrero de 2024

Günter Grass: El gato y el ratón

Idioma original: alemán

Título originalKatz und Maus

Traducción: Carlos Gerhard

Año de publicación: 1961

Valoración: Recomendable


Günter Grass publicó El gato y el ratón solo dos años después de El tambor de hojalata, sin duda su libro más celebrado, aunque el aplauso no sea unánime ni mucho menos. Los dos libros tienen en común el escenario temporal, la Segunda Guerra mundial, y geográfico, la ciudad libre de Danzig en la que nació el propio Grass, enclave de cultura alemana en Polonia rápidamente anexionado por el Reich. Y creo que poco más, porque aquí se trata de una novela más bien breve y cortada por un patrón de carácter mayoritariamente realista. Así que los detractores del Tambor no tienen mucho que temer.

Nos presenta Grass una historia de adolescentes que probablemente tiene bastante de autobiográfica, chavales que matan el tiempo haciendo incursiones hasta un dragaminas semihundido que es su punto de encuentro y el escenario de las pequeñas aventuras típicas de la edad. En el grupito destaca un tal Mahlke, un joven con un punto extravagante y una profunda devoción a la Virgen (no estoy muy seguro de si es la de Czestochowa). 

La narración nos llega de boca de Pilenz (sabemos su nombre en la página 130, pasada la mitad del libro), el mejor amigo de Mahlke, de quien es una especie de escudero. La vida cotidiana de estos chavales llena el relato con las incidencias de la vida estudiantil, la ayuda en misa (no olvidemos la fuerte influencia católico-polaca), y naturalmente el sexo, que sobrevuela suavemente pero de forma intensa toda la narración, dejando ver la indefinición y las oscilaciones propias de la edad. Hasta se podría pensar que El gato y el ratón fuese, por la temática, una obra de juventud anterior al Tambor (hay un pequeñísimo guiño a la obra mayor, aunque esto tampoco cancela la posibilidad). 

En todo caso Mahlke es un personaje singular y bastante interesante El chico es individualista, va por libre y despierta admiración por sus originalidades, a la vez que cierta envidia y una especie de rechazo respetuoso. Quizá algo narcisista, le gusta llamar la atención y tal vez comprobar cómo los demás imitan sus iniciativas, para inmediatamente abandonarlas y sustituirlas por otras. Esta especie de liderazgo mudo y puede que involuntario se mantiene cuando la guerra, hasta entonces presente en un segundo plano, comienza a tocar de cerca la vida de los chavales, con charlas para arengar el espíritu combativo e invitaciones a sumarse voluntariamente a filas. La realidad del momento histórico no irrumpe en sus vidas sino que va empapando el día a día hasta que termina por señalarles, como un signo de su llegada a la edad adulta.

La narración resulta entretenida y al mismo tiempo exige un pequeño esfuerzo, porque a Grass le gusta escamotear información, sugiere  y obliga a leer entre líneas, y no tiene reparo en dejar caer preguntas sin apuntar ninguna respuesta. Eso que podría parecer un rasgo de soberbia creadora tiene creo yo más bien el carácter de juego, como lo tiene la misma prosa, caprichosa y quebradiza, atropellada, que salta sin previo aviso de la primera persona a la segunda, introduce de improviso un nuevo narrador que enseguida vuelve a desaparecer, o combina detalladas descripciones (a veces injustificadamente detalladas) con imágenes fugaces o breves diálogos sumergidos en el relato. Un conjunto que a veces resulta algo desconcertante pero que a cambio deja una agradable sensación de frescura y espontaneidad. 

Queda la impresión de una obra más bien ligera, que de forma algo tangencial es un retrato de esa Alemania interior vista por unos adolescentes desde sus calles mientras no tan lejos, dentro y fuera, se está sembrando la devastación y la muerte. Y resulta curioso cómo un relato de pequeña extensión y más bien escasa relevancia se encuentra, dentro de esa famosa Trilogía de Danzig, como emparedado entre El tambor de hojalata y Años de perro, las dos obras de gran magnitud que Grass dedica a esa misma etapa histórica.

También de Günter Grass reseñado en ULADEl tambor de hojalata

domingo, 7 de enero de 2024

Ludwig Lewisohn: La llama vehemente. Historia de Stephen Scott

Idioma original:
Inglés
Título original: The Vehement Flame: The Story of Stephen Escott
Traducción: Martha Lucía Pulido 
Año de publicación: 1930
Valoración: Recomendable

Ludwig Lewisohn sacudió las consciencias en París el 1926 con la publicación de El caso del señor Crump, obra que de hecho fue censurada en EEUU. Cuatro años después, con La llama vehemente, el autor siguió agitando el avispero. 

Ambas novelas emplean un formato biográfico-retrospectivo, están muy bien escritas, presentan personajes verosímiles y barajan temas extremadamente complejos. Sin lugar a dudas, las recomiendo. Eso sí: creo que El caso del señor Crump es, con diferencia, la mejor de las dos. En cualquier caso, La llama vehemente tiene una calidad envidiable.

Debo advertir, no obstante, que es más reflexiva que su antecesora. Incluso podríamos considerarla una novela de tesis en toda regla, pues expone muchas ideas y, en ocasiones, ni siquiera se molesta en esconderlas argumentalmente. Principalmente indaga en torno al amor y el sexo, aunque de refilón aborda también el desencanto vital, la amistad, la hipocresía o la justicia. Asimismo, arremete contra el puritanismo (particularmente el estadounidense), la institución del matrimonio y la cama conyugal.

Precisamente, en la página 120 hay una estimulante crítica al puritanismo que rechaza la sexualidad: «por pura represión, la mayoría de la gente no está nunca en estado de comprender la verdadera naturaleza de sus reacciones afectivas. (...) Tal vez podamos decir que todavía no estamos completamente civilizados y que hay esperanza de que ese margen que separa lo bárbaros que somos de un estado de civilización absoluta sea cada vez más pequeño. Pero todavía no hemos emprendido ese camino. Sería más plausible creer que nuestra civilización reposa sobre falsos principios; que partimos de una interpretación errónea de nuestra verdadera naturaleza y que un análisis más profundo de nosotros mismos y del mundo desplazaría el centro del conflicto, y en lugar de hacernos marchitar como seres destinados al pecado, nos llevaría más bien a acusar las leyes bajo las cuales vivimos y a condenarlas por justas e inadaptadas.»

Asimismo, hay una diatriba sobre la cama conyugal en las páginas 121 y 122 que me gusta por su nivel de refinamiento formal y conceptual: «Me di cuenta entonces de lo que la costumbre de la cama conyugal puede tener de incómodo y de irritante. Lo sabía desde hace tiempo, pero nos hemos deformado tanto por la costumbre y por el sentimiento de lo que conviene y de lo que no conviene que rehusamos aceptarlo. Ese rechazo además tiene sus ventajas: no admitir una dificultad es como si uno no hubiera tenido consciencia de ella, lo que tiene como resultado minimizar el sufrimiento que esta hubiera podido causar. Pero no quiero generalizar, pues no me es imposible imaginar un amor conyugal tan armónico y lleno de delicias, tan lleno de admiración mutua que aun la habitual convención de la cama conyugal no sabría destuírlo. Pero nuestra vida amorosa, la de la pobre Dorothy y yo, al haber sido desde el comienzo un asunto incierto y estropeado, había dejado de dar color a nuestro corazón y a nuestros sentidos desde hacía tiempo. Éramos dos seres miserables obligados por lazos tan fuertes como implacables a una cercanía continua de nuestros cuerpos. Pero no era así como Dorothy veía la situación. Mi presencia representaba para ella una intensa impresión de seguridad, de posesión y de bienestar que una verdadera pasión sólo hubiera disipado o atormentado. En lo que a mí concernía, las cadenas de este acercamiento constante me parecían siempre cadenas... Es verdad que yo había, vaga y confusamente, pensado en reclamar camas gemelas o incluso en tener una habitación para mí, pero esa solicitud hubiera ultrajado su sentimiento de ternura entre esposos tanto como esa dulce impresión de propiedad que ella experimentaba frente a mí y que era su principal seguridad en la vida. Y como, a medida que los años pasaban, yo tenía menos y menos para darle, evitaba herirla hasta el máximo.»

Aunque los pasajes previamente citados os pueden dar una noción sobre el argumento de La llama vehemente, permitidme que os resuma sucintamente de qué trata esta novela. Gira alrededor de Stephen, quien se casa demasiado joven con Dorothy, una mujer poco compatible. Stephen no tardará en comprender que tanto sus propios prejuicios como los de su esposa los condenaron, a cada uno de distintinto modo, a una vida repleta de autoengaño y frustración. Junto a David, su amigo y eventualmente compañero de bufet, irá desentrañando los entresijos de las relaciones entre sexos y la impostura moral de su país.

Ya he dicho que La llama vehemente está muy bien escrita, presenta personajes verosímiles y baraja temas extremadamente complejos. A eso hay que añadir que sus reflexiones y apreciaciones de corte sociológico o psicológico se mantienen, por lo general, vigentes, aunque es innegable que unas pocas han quedado anticuadas o acusan cierto sesgo masculino. 

Otra virtud de La llama vehemente es que, pese a entender las grisallas y matices del amor, adopta una postura realista en torno al asunto, sin decantarse por lo almibarado ni tampoco plegarse al cinismo. De hecho, la novela es una apología incondicional al amor, pero una tan pasional como mesurada, tan temperamental como articulada. En este sentido, el narrador advierte a los «jóvenes», en la página 76, que aunque «han ganado esa lucha sana y libre que tenemos de considerar el amor» a «la imbecilidad puritana», ¿acaso «son más felices que nosotros? ¿No han despojado ustedes al amor de mucho, cuando nosotros lo sobrecargamos?» 

Por otra parte, criticaría algunos apartados de La llama vehemente. Por ejemplo, que su prosa caiga de vez en cuando en la reiteración intrusiva de ciertas palabras, que el protagonista y narrador enfatice en que trabará amistad con sus hijos pero nunca se haga hincapié en eso o que la cuarta parte del libro resulte algo pesada, pues queda sepultada por las conversaciones con Paul.

Sea como fuere, La llama vehemente es un novelón. Si bien no llega a la altura de El caso del señor Crump, gustará especialmente a los amantes de la literatura sugestiva que transmite ideas complejas y policausales, que introduce personajes bien perfilados y que se paladea a cada párrafo.


También de Ludwig Lewisohn en ULAD: El caso del señor Crump

sábado, 6 de enero de 2024

Daniel Schreiber: La última copa

Idioma original: alemán
Título original: Nuchtern
Traducción: José Aníbal Campos
Año de publicación: 2020
Valoración: se deja leer

Reconozco que hay un clásico de la literatura alcohólica que me dejó absolutamente frío, hace ya algunos lustros. La leyenda del santo bebedor me pareció cansino, casi ingenuo y muy previsible. El matiz sobre las opiniones que el tiempo aporta igual me haría reconsiderar una nueva lectura. Pero, en general, reconozco que suelo dar oportunidades a los libros sobre adicciones, quizás, vete a saber, porque (con la excepción  de algunos excesos de juventud) jamás he caído en ellas, quizás más justo sea decir que no he caído en las que homologamos como dañinas. Convengamos que es una vertiente práctica del consumo literario: ponernos en la piel de aquellos que han experimentado lo que nosotros no. 

En este sentido, La última copa representaría una puesta al día bastante eficaz de perspectiva sobre al alcoholismo. La de un joven con cierto reconocimiento profesional - escritor, periodista - que cae en el vicio de forma progresiva pero consciente y, también de forma consciente, toma la determinación de salir de él y, ya puestos, de compartir esa experiencia, ese intento articulado de salida de la adicción. Aquí podriámos disertar sobre la hipocresía social arraigadísima que también funcionaba hasta hace unas décadas sobre el tabaco. Porque el alcohol es pernicioso pero las marcas de cerveza patrocinan festivales de música, equipos de fútbol, eventos de todo tipo. Qué decir de la erótica algo tiznada de clasismo de las vinotecas y las visitas a las bodegas, como si uno no pudiera coger un colocón con apenas tres copas de vino, después de  comprar la coartada cultural y tradicional de lo gastronómico y como si su graduación alcohólica fuese admisible porque cumplimos con ritos culinarios de nuestra sofisticada civilización. De los licores de alta graduación ya ni hablemos.

En fin, me iba del tema. El alcohol está arraigado en nuestra sociedad, cuenta con una industria que esquiva las normativas para promocionarse, expandirse y lavar su conciencia, y las cifras de muertos solo surgen de vez en cuando. Schreiber ofrece su experiencia, una experiencia algo estandarizada donde sucede lo que suele suceder: sutil presión social, fácil acceso, consumo público o privado sin levantar sospechas, reconocimiento de la adicción, búsqueda de ayuda, valoración del riesgo de recaída, etc, etc, etc.

Y ese es el problema; el "etc". Ese "etc" viene a significar que todo lo leído aquí puede ser leído en cualquier otro contexto, en otra situación y con otros protagonistas, muchos de ellos, ya puestos, con peores perspectivas vitales que un joven profesional de una nación que es una potencia de Occidente. O sea, Schreiber podría hablar de alcohol o de cómo le duele una muela o la pereza que le da ir al supermercado el fin de semana y todo parecería tan correcto, tan funcional, como intrascendente, como si no hubiera otros muchos a los que sucedan cosas que a los lectores no tienen por qué interesar. La cosa de la autoficción de que hablamos aquí hace años. Y aderezar esa experiencia disfrazándola de ensayo, y que ese ensayo evolucione y llegue a coquetear con, argh, la autoayuda en el momento que el autor ofrece su experiencia para quien pueda aprender o inspirarse en ella...



sábado, 28 de octubre de 2023

Siegfried Kracauer: De Caligari a Hitler

Idioma original: inglés

Título original: From Caligari to Hitler: A Psychological History of the German Film

Traducción: Héctor Grossi

Año de publicación: 1947

Valoración: Interesante


Confieso humildemente que no tenía ni idea de quién era este Herr Kracauer hasta que vi la referencia a su libro, este que traemos hoy, en algún sitio que tampoco recuerdo, puede que otro libro o algún artículo. Y resulta que más que el oscuro cinéfilo que parecía, se trata de un personaje de cierto peso en el pensamiento alemán de las primeras décadas del siglo XX, fuertemente relacionado, por amistad, por trabajo o inquietudes intelectuales con tipos como  Walter Benjamin, Ernst Broch o Theodor Adorno, vamos, un conjunto nada despreciable. 

Así que Kracauer, crítico de cine pero también intelectual interesado en cuestiones de mayor calado, escribe esta su primera obra ya exiliado en Estados Unidos huyendo del nazismo, y su historia del cine alemán, que abarca desde sus inicios hasta el periodo hitleriano, intenta profundizar en sus implicaciones con la psicología del pueblo alemán. 

Las primeras obras significativas del cine alemán aparecen coincidiendo aproximadamente con el final de la I Guerra mundial, y desde el punto de vista estético están muy influenciadas por el expresionismo dominante en la época, en especial en la propia Alemania. El libro analiza con detenimiento bastantes de estas películas, algunas de las cuales han dejado una profunda huella no solo en el cine, sino en el imaginario cultural europeo: El gabinete del Dr. Caligari, Nosferatu, El testamento del Dr. Mabuse o Metrópolis (la única que recuerdo haber visto, lo confieso), entre otras. Igualmente examina la trayectoria de ilustres directores, como Lubitsch, Murnau, o Lang, la mayoría de los cuales alcanzaron el éxito en el mismo exilio norteamericano donde fue a parar el propio Kracauer.

Para los más cinéfilos me parece muy atractivo el análisis de estas películas, los encuadres, el movimiento de la cámara, los rasgos externos y psicológicos de los personajes, o las diferentes tendencias hacia la recreación histórica, el escapismo o la toma del pulso de la calle. Pero en mi opinión lo más interesante del libro es cómo el autor relaciona todo esto con la evolución ideológica del pueblo alemán, que recién derrotado en la Gran Guerra se debate entre el miedo al caos y un íntimo deseo de solución autoritaria que deriva no solo de la situación puntual sino de ciertas carencias históricas.

Instalados en el régimen dubitativo de la República de Weimar, la izquierda no se decide a apostar por la revolución inspirada por figuras como Rosa Luxemburgo o Karl Liebknecht, y la postración económica y psicológica deja un país desnortado y propenso por tanto a admitir mensajes populistas que anuncien un renacimiento nacional. Alemania no ha tenido una revolución burguesa y liberal, le falta ese elemento para progresar decididamente hacia la democracia, y eso será un lastre en un momento histórico tan delicado.

Dice Kracauer que Alemania es un país que desea fervientemente ser dirigido, lo cual, junto con la ceguera de los socialdemócratas que ignoran la debilidad ideológica de las clases medias y la tendencia de la juventud a aceptar ofertas totalitarias, da lugar a la rápida penetración social del nazismo. No se corta el autor a la hora de dibujar el ascenso de Hitler en toda su crudeza:

‘Se tiende a sugerir que fue un puñado de fanáticos y gangsters el que logró sojuzgar a la mayoría del pueblo alemán. Esta conclusión no se ajusta a los hechos (…) La mayoría de los alemanes se plegó al gobierno totalitario con tal presteza que no podía ser el resultado de la propaganda’.

Ideas tan radicales, quizá por ser formuladas muy en caliente (recordemos, 1947), se ilustran además con el éxito de films que glorificaban el pasado prusiano, exaltaban el espíritu nacional en aventuras de montaña o sugerían comportamientos de sumisión a la autoridad que, aunque entre líneas, parecen siempre presentes. Naturalmente, tampoco falta un estudio detenido sobre los potentes mecanismos propagandísticos del nazismo, y en concreto de su cine documental, con panorámicas de Ejércitos multitudinarios y organizados al milímetro, la infantería barriendo al enemigo, o la ridiculización de franceses e ingleses a través de imágenes de negros o el acompañamiento de música burlona. Algunos aspectos recuerdan los muy interesantes análisis de Susan Sontag sobre los trabajos cinematográficos de Leni Riefenstahl.

Tampoco voy a ocultar que el libro es denso, bien desarrollado y con una prosa clara (si acaso con algunos tropiezos que quizá tienen que ver con la traducción), pero tan pormenorizado que puede llegar a cansar al lector que no esté muy interesado en el tema y la época. Aun así, a poco que nos atraiga escudriñar algo más en lo que podríamos llamar el alma alemana y el peculiar fenómeno del nacimiento del nazismo, me parece un material muy valioso, y original e interesante el punto de vista elegido para analizarlo.

Y cuidado, que unas cuantas de las reflexiones sobre cómo pudo ocurrir algo así resultan inquietantemente actuales.


sábado, 14 de octubre de 2023

Boris Groys: Filosofía de la cura

Idioma original: Inglés
Título original: Philosophy of Care
Año de publicación: 2022
Traducción (al catalán): David Cuscó
Valoración: Está bien

Filosofía de la cura, de Boris Groys, es un ensayo bastante asequible. Presenta una prosa sencilla y fluida; asimismo, acota pertinentemente los conceptos que introduce, e incluso los revisita con frecuencia.

Por otro lado, no resulta complicado seguir su discurso general, aunque en ocasiones haga gala de tesis poco nítidas o argumentaciones farragosas. También entorpece al hilo conductor del conjunto un marco teórico inestable; Groys, además de filósofo, es crítico de arte, y en Filosofía de la cura desplaza algo abruptamente su foco de estudio desde el individuo y la sociedad a la cultura. 

Así pues, Groys habla en estas páginas, entre otras cosas, sobre historia, política, cultura y arte. Y lo hace desde el prisma de la «civilización actual», esa cuyo «objetivo supremo» es «la protección de las vidas humanas». Porque «la función principal» de «los Estados modernos» «es cuidar del bienestar físico de sus poblaciones». Qué bien suena esto, ¿verdad? Pues ya no tanto cuando lo complementamos con esto otro: «La obligación de estar sano es la exigencia básica y universal que se impone al sujeto contemporáneo».

Groys siente cierto apego hacia la cosmovisión nietzchiana (de la cual extrae la terminología de «amos y esclavos», «voluntad de poder», «eterno retorno»...), además de las lecturas y matizaciones que de ésta se derivan («lucha de clases»...). Pese a ello, elabora una exposición propia, que salpimenta igualmente, aunque en menor medida, con otros pensadores: Platón, Debord... 

Quizá se le podrían reprochar dos cosas al ensayo. En primer lugar, que su segunda mitad pone el foco, de forma un tanto abrupta, a cuestiones más concretas, olvidándose completamente del planteamiento más generalista inicial. También que los conceptos barajados, aunque acotados, parecen no ajustarse siempre a los contextos en que el autor los aplica.

Sea como fuere, Filosofía de la cura es una obra breve pero enjundiosa, compleja pero asequible, que solamente se ve lastrada por un par de defectos. Sin duda, merece la pena leerla para ver cómo de un planteamiento incial relativamente delimitado se pueden explorar multitud de ideas.

lunes, 21 de agosto de 2023

Philipp Blom: El gran teatro del mundo

Idioma original: alemán

Título original: Das Grosse Welttheater. Von der Macht der Vorstellungskraft

Traducción: Daniel Najmías

Año de publicación: 2020

Valoración: Interesante


Philipp Blom, historiador, periodista y al parecer esporádico novelista, parece uno de esos tipos que se atreve con todo, o casi, porque explorando un poco en su obra publicada, abarca temas diversos además de los estrictamente vinculados a su vertiente de historiador. En concreto, parece que se interesa y trabaja bastante aspectos relacionados con el cambio cultural, social y climático que estamos experimentando al inicio del siglo XXI. En este sentido, podemos situarlo, al menos por concepto, junto a pensadores como Baudrillard, Bauman, Žižek o Finkielkraut, atentos a cómo está evolucionando nuestro mundo en distintas vertientes.

Según este pequeño ensayo, para Blom estamos en un momento decisivo, con una alerta incuestionable y muy seria por el cambio climático, justo en una etapa en la que el consumismo masivo parece haber ganado la batalla, y el sistema quiere convencernos de que estamos en el mejor de los mundos posibles. Si, al menos en Occidente, una gran parte de nosotros tenemos nuestras necesidades básicas satisfechas y apenas tenemos que preocuparnos por seguir acumulando bienes y poco más, nos encontramos inermes ante el desafío de una transformación global de nuestro entorno cuyas consecuencias están dejando de ser imprevisibles para convertirse en ciertas y trágicas.

El autor insiste en la gravedad del proceso y su carácter disruptivo, que nos sitúa en una guerra contra el futuro, la lucha quizá no tanto para esquivar lo ya inevitable sino para adoptar nuevos paradigmas que nos permitan afrontar una nueva época. Relaciona el momento actual con la Pequeña Edad de Hielo (siglos XV a XVIII), e identifica los cambios registrados entonces en la actividad agraria con modificaciones sustanciales en la estructura social y el pensamiento, hasta desembocar en la Ilustración. 

Sin embargo, dice Blom, actualmente nos encontramos sin los instrumentos necesarios para afrontar las nuevas dificultades, nos vemos anestesiados por los sueños del consumo y el crecimiento indefinido (aquí emparenta quizá con Harich, pese a encontrarse, creo yo, ideológicamente muy lejano), y acosados por el resurgimiento de los extremismos. Falta algo que define como un relato común, algo que entiendo más bien como un conjunto de valores o convicciones básicas, como las que conquistaron Occidente tras la Segunda Guerra mundial: derechos humanos, democracia parlamentaria, capitalismo con rostro humano.

Más allá de esto Blom no da recetas, parece conformarse con convocarnos a la reflexión y a la búsqueda de ese relato, de ideas nuevas que nos permitan avanzar en la preservación de esa fina membrana que recubre el planeta y que compartimos con todos los seres vivos conocidos. Tampoco esperamos, creo yo, que un pensador proponga soluciones, se puede decir que casi ninguno lo hace. Pero tengo que decir (y aquí empiezan mi queja) que todo lo anterior son las conclusiones que, grosso modo, he podido extraer de un texto que adolece de irregularidad y cierta falta de coherencia, que parece escrito a trozos y con una querencia excesiva por el lucimiento. Hay pasajes verdaderamente atractivos e interesantes, como cuando, muy al principio, se centra por ejemplo en los elementos que definen la identidad familiar, e igualmente en la proclama, concisa y dura, que lanza para alertar sobre la gravedad del cambio climático. Pero en muchos otros momentos el texto se hace algo confuso y cuesta cierto trabajo encontrar el hilo, no tanto por exceso de erudición (que en alguna ocasión también), sino por una especie de dispersión expositiva que le resta solidez, y lo que es peor, hace perder interés en la lectura.

Se diría que Blom quiere coger demasiada altura, que arriesga demasiado al poner alrededor de la crisis climática a Calderón o al Festival de Salzburgo, que una cuestión de carácter tan rabiosamente físico no mezcla bien con aspectos tan espirituales, y que al remontarse a la Ilustración puede descolocar un tanto a quienes buscamos soluciones tangibles a problema tan urgente. Se entiende que el autor intente encontrar una respuesta radical, tan antropológica como biológica, y quizá por ello se va hasta tan lejos, con un llamamiento a movilizar la imaginación para lograr el gran cambio. Pero a lo mejor a nivel lector el intento se queda en algo bienintencionado, inteligente, pero también no demasiado consistente.

Con todo, es un libro interesante precisamente por lo que tiene de exploración intelectual, porque a veces también es sano alejarse un poco de lo inmediato, tomar distancia y poner a funcionar la abstracción. Seguramente todos los grandes avances (y también los grandes retrocesos) empezaron cuando alguien empezó a concebir ideas nuevas, que solo muy poco a poco fueron tomando forma. Pero quizá hoy en día necesitamos algo más material que una disertación algo etérea que termina con mención un poco ingenua a Greta Thunberg. ¿Entonces el camino en un mundo inestable y polarizado es concienciarse, luchar, resistir, o ya solo adaptarse, como en algún momento podría leerse entre líneas?


jueves, 27 de julio de 2023

Arthur Schopenhauer: El arte de tener razón

Idioma original: Alemán
Título original: Eristische Dialektik: Die Kunst, Recht zu behalten
Traducción: Luis Fernando Moreno Claros
Año de publicación: 1864
Valoración: Recomendable para interesados

El arte de tener razón (también conocida como Dialéctica eurística) es una obra de Arthur Schopenhauer publicada póstumamente. Se aleja de la metafísica que caracterizó la aportación de juventud del autor y se centra en una filosofía más práctica. No tiene, a mi juicio, el nivel de refinamiento de otros trabajos del pensador, ni en forma ni en fondo. Aun así, no sólo es intrínsecamente interesante, sino que sigue siendo relevante a día de hoy. 

¿De qué trata? Básicamente (y dejando de lado apartados menos enjundiosos), ofrece 38 estratagemas con las que imponerse en un debate. No son particularmente éticas, pero, según Schopenhauer, el hombre recurrirá, dada su «maldad», a toda clase de «astucias, ardides y bajezas» en una discusión, por lo que uno debe enfrentar al enemigo en igualdad de condiciones.

En efecto: para Schopenhauer, «si fuésemos honestos por naturaleza, intentaríamos simplemente que la verdad saliera a la luz en todo debate, sin preocuparnos en absoluto de si ésta se adapta a la opinión que previamente mantuvimos, o a la del otro; eso sería indiferente o, en cualquier caso, algo muy secundario.» Sin embargo, no suele ser así; tendemos a embarrar los intercambios de ideas, hasta tal punto que no los empleamos para acercarnos a la verdad, sino para salir victoriosos. 

En este sentido, remarca el filósofo que «la verdad objetiva de una tesis y su validez en la aprobación de los contrincantes y los oyentes son dos cosas distintas. (Hacia lo último se dirige la dialéctica).» Después añade que «Quien queda como vencedor de una discusión tiene que agradécerselo por lo general no tanto a la certeza de su juicio al formular su tesis como a la astucia y habilidad con que la defendió.» 

Y por esto considero que El arte de tener razón es no sólo reivindicable, sino que de rabiosa actualidad. En una cultura del debate pueril, los zascas, las cámaras de eco y los memes simplificados, incluso los portadores de la verdad (o, mejor dicho, de tesis más próximas a la verdad que su rival) se ven obligados a pelear como salvajes. 

Ojalá viviéramos en un mundo perfecto, en el que los individuos cercaran las verdad. Ojalá fuera posible hacer caso a la sensatez de Mark Twain cuando sostenía que «Nunca discutas con un idiota. Te rebajará a su nivel y te ganará por su experiencia». Ojalá pudiéramos respetar al propio Schopenhauer, que advierte que, al debatir, «ambos contrincantes deben estar igualados en cuanto a cultura e inteligencia. Si uno de ellos carece de la primera, no entenderá todo (...). Si carece de la segunda, el rencor que sentirá por ello le instigará a actuar deslealmente con astucia o groseria.» 

Lamentablemente, en el infierno fanático, tribal y polarizado que nos ha tocado en suerte no nos podemos permitir semejantes lujos; uno no puede ser excesivamente selectivo, íntegro o riguroso al debatir contra dogmáticos, tribalistas y prejuiciosos que siempre van a la defensiva y cuya autocrítica brilla por su ausencia.

Porque debéis tener claro que estamos encerrados en un enorme manicomio, rodeados de gente con la que debatir es igual a desafiar a una paloma en un juego de ajedrez. «La paloma no hará sino tirar todas las piezas y defecar en el tablero para luego volar, cantando con orgullo su victoria y dejando atrás todo el desorden y la suciedad que otros tendrán que limpiar.» Eso afirmaba Ece Temelkuran sobre debatir con Donald Trump. Mas, no por ello debemos agachar la cabeza y fingir que esa clase de gente no existe y sus palabras carecen de impacto. Lo siento, Temelkuran, pero no basta con rebatir y criticar desde la distancia a ese tipo de personas; hay que debatir. 

E insisto: no es la «dialéctica» la que determina «la verdad objetiva de una tesis», así que no hace falta sobredimensionar la importancia de «la aprobación de los contrincantes y los oyentes». Los debates son lo que son, y exigirles una probidad o precisión a los que, como formato, no se prestan, es ingenuo.

En fin: no abordaré cada una de las estratagemas prescritas por Schopenhauer individualmente, porque algunas se solapan o pueden inferirse de otras (por ejemplo, la 4 y la 9, o la 8 y la 38). Sólo señalaré que, en general, me parecen sumamente eficaces. Asimismo, remarcaré que las hay ilustradas con ejemplos, e incluso se nos da herramientas para evitar o contrarrestar un buen puñado de ellas. 

Llegados a este punto, dejad que alabe la edición de El arte de tener razón publicada por Acantilado. La introducción, a cargo de Luis Fernando Moreno Claros (responsable también de la traducción y las notas), es un tanto dispersa, pero muy exhaustiva y esclarecedora. Moreno Claros hace una labor encomiable al contextualizar la obra: establece referentes, la sitúa cronológicamente, sugiere cuáles pudieron ser sus gérmenes… 


Libros sobre Arthur Schopenhauer en ULAD: Arthur SchopenhauerEn presencia de Schopenhauer