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jueves, 6 de noviembre de 2025

Adam Haslett: Madres e hijos

Idioma original: inglés
Título original: Mothers and Sons
Traducción: Francisco González López en castellano para AdN editorial
Año de publicación: 2025
Valoración: recomendable


Llevaba tiempo esperando una nueva novela de Adam Haslett, un autor al que le sigo la pista desde que leí «Imagina que no estoy», una novela muy redonda, interesante, conmovedora y que destaqué como lo mejor del año. También sus cuentos cortos en Aquí no eres un extraño no tienen pérdida, con un nivel muy elevado. Así que teniendo en cuenta que han pasado ya nueve años desde la publicación de su última novela, la expectativa era muy alta, y las ganas de leerlo le iban a la par.

Empieza el relato con un desbordamiento de cotidianidad, de la rutina que envuelve a su personaje principal, Peter, y que nos permite conocer su día a día. Vemos que es un abogado que ejerce en Nueva York, que se desvive por su trabajo porque, aunque en muchas ocasiones se le antoja reiterativo y aburrido, el solo motivo de poder ayudar a inmigrantes a obtener una solicitud de asilo defendiéndoles de la administración que los quieren deportar a su país de origen ya le es motivación suficiente para sentirse recompensado. Cabe decir aquí que el primer tercio del libro está construido desde la pausa, desde la rutina del día a día, y es que en este libro Haslett se toma su tiempo en construir los personajes a pesar de que empieza de manera algo alocada y dubitativa al situar el personaje principal en una situación laboral cotidiana, in media res, como si de repente al lector se le hubieran abierto las puertas por las que atisbar la vida de un personaje en su día a día; un día a día que se nos antoja ajetreado y en apariencia monótono y sin demasiado interés. Ahí el lector se contagia en parte de esa aparente apatía, a la vez que va adentrando en el argumento, pero sin saber muy bien cuál de esas pequeñas historias que constituyen los casos que Peter lleva desencadenará el núcleo central de la trama. Y mientras se avanza con pausa en la búsqueda de esa trama principal, en paralelo, el autor va tejiendo la historia de su madre Ann, desgranando cómo es su vida en comunidad, en un centro que ha creado de ayuda a mujeres, y en cómo su vida se ha encaminado a tal propósito de solidaridad y ayuda.  Madre e hijo, con vidas orientadas a ayudar al prójimo, quizá para subsanar unas heridas del pasado que van reabriéndose a medida que avanza la trama (aunque con cierta dificultad pues en las primeras cien primeras páginas uno transita intentando indagar hacia dónde lleva todo esto, sin llegar a tener la certeza de que el camino sea el adecuado).

Ya a partir de ahí, y trazados los mimbres sobre los cuales construir (ya sí) la historia, vemos como el buen creador de personajes que es Haslett nos cuenta una historia de fragilidades e incomprensiones, de tensiones ambientales pero también familiares, de aceptación y de reconciliación, de saber abrirse caminos a través de la maleza enredada por generaciones y costumbres. Es en este entorno donde Haslett destaca, porque es bueno retratando personajes y relaciones, creando, pero especialmente manteniendo, la tensión en núcleos familiares en cierta manera anquilosados y reacios al cambio. Es en estas situaciones (en ocasiones se asemejaría a la literatura de Franzen) donde nos devuelve a su anterior novela, pues lo hizo de manera magistral en «Imagina que no estoy», aunque en este caso tarda demasiado en llegar a ese punto en el que uno se engancha y necesita demasiadas páginas para llegar al punto de inflexión donde todo empieza a encajar. Demasiadas páginas destinadas a una cotidianeidad que dificulta que la historia avance y encuentre ese punto de enganche con el lector. Eso sí, cuando llega, entonces ya la lectura es fluida e interesante y vale la pena por la historia que cuenta y porque nos invita a la reflexión sobre cuanto pesan sobre nuestras vidas los hechos del pasado que dejamos sin resolver a la espera que el tiempo los cubra con una capa de sostenida tranquilidad.

También de Adam Haslett en ULAD: Imagina que no estoyUnion AtlanticAquí no eres un extraño

viernes, 17 de enero de 2025

Ali Smith: Biblioteca pública

Idioma original: inglés
Título original: Public library
Traducción: Dolors Udina en catalán para Raig Verd y Magdalena Palmer en castellano para Nórdica
Año de publicación: 2015
Valoración: se deja leer

Desde que la conocí hace unos años a través de su cuarteto estacional (gran tetralogía, por cierto), Ali Smith siempre me ha despertado admiración por la gran capacidad que tiene de hilvanar temas actuales que nos afectan como sociedad (con grandes dosis de crítica y denuncia) con relatos protagonizados por protagonistas a los que, gracias a su estilo narrativo, se les coge cariño.

En este caso, la obra que nos ofrece la escritora escocesa es muy diferente a lo que nos tenía acostumbrados, pues se trata de un libro de relatos cortos que más bien son una serie de reflexiones en torno al arte en sus diferentes ámbitos y disciplinas. Y, justamente por este cambio de registro tan marcado y por ser relatos con poca relación entre ellos, su lectura se me ha hecho algo cuesta arriba pues se trata de un libro algo extraño debido a que, a pesar de que supuestamente trata sobre las bibliotecas, solo lo hace en algunas páginas intercaladas y en textos de corta extensión ubicados entre los relatos de la autora que poco o nada tienen que ver con las librerías (aunque sí con las palabras y los libros). Por ello, me cuesta horrores definir este libro porque parece apuntar a una cosa, aunque el resultado es totalmente diferente y en pocos de esos relatos encuentro el talento de Smith que sí vi en sus otras obras. Por contra, las páginas que abren cada relato sí están dedicadas a las bibliotecas y que provienen de conversaciones o anécdotas de la autora sí consiguen transmitir esa pasión por esos templos de cultura que son el gérmen y origen de gran parte de nuestras vidas (reales o imaginadas); son textos basados en conversaciones con amigos, en historias narradas y en otras fuentes de conocimiento que sirven a la autora para, supuestamente a partir de ellos, escribir un relato relacionado aunque desgraciadamente, en este caso, no consigue su propósito y el libro no deja de ser poco más que un conjunto de breves textos inconexos con el añadido de, por su corta extensión, carecen de personajes bien definidos con los que sentirse identificados o empatizar con lo que les sucede; no hay extensión para tal propósito y este hecho provoca que uno vaya perdiendo interés a medida que avanza. Por ello, el principal problema de este libro es, justa y sorprendentemente, la parte de narrativa, pues no he encontrado muchos relatos en el libro que sobresalgan ni despierten mi interés. 

De esta manera, a pesar de tener un título claramente dedicado a las bibliotecas y su gran (e impagable) valor no únicamente por dar acceso para todo el mundo a la cultura y, por tanto, a la reflexión, sino también como espacio de integración, de acogida y de imbricación de la comunidad, el libro no trata especialmente sobre ello aunque sí ofrece en ocasiones interesantes reflexiones acerca de la importancia de las lenguas habladas, la voz y las entonaciones porque, desgraciadamente, «hoy en día todo es imagen y tengo la sensación de que cada vez nos alejamos más de las voces humanas». 

En cualquier caso, me quedo con una de las reflexiones de Ali Smith en la que indica que «lo más importante respecto a la idea de una biblioteca pública es que es el único lugar donde se puede ir, un espacio libre, un espacio democrático al cual puede ir cualquier persona y estar allí con otra gente, y no hace falta tener dinero». Y creo que es justamente por eso, que muchos las consideramos nuestro segundo hogar.

viernes, 10 de enero de 2025

Jon Fosse: Mañana y tarde

Idioma original: noruego
Título original: Morgon og kveld
Traducción: Meritxell Salvany (en catalán) y Cristina Gómez-Baggethun y Kirsti Baggethun (en castellano), para Nórdica
Año de publicación: 2000
Valoración: entre recomendable y está bien


Los premios Nobel permiten, en algunas ocasiones, reconocer el trabajo a autores ya consagrados y conocidos ampliamente, pero, en otros casos, sirven para que los lectores (y también unos cuantos críticos literarios) descubramos autores que, de otro modo, hubieran pasado desapercibidos. En mi caso, recientemente me permitió conocer a Tokarczuc y también a Fosse (del cuál ha habido no pocas reseñas desde que le otorgaran el prestigioso premio).

Con unos cuantos libros leídos ya del autor noruego, con pocas páginas uno ya reconoce totalmente el estilo y el tono de la narración, trufado de monólogos internos, diálogos internos (me pregunto si los monólogos internos no serían también diálogos internos con uno mismo), episodios semi oníricos y reflexiones acerca de la vida, la muerte y el paso del tiempo. 

En este breve libro, el autor empieza el relato con el parto de Marta, pareja de Olai, que dará luz a un niño al que llamarán Johannes, como su abuelo. Ya tienen una hija algo mayor, llamada Magda, y la llegada de Johannes supone una agradable sorpresa pues le costaba quedarse embarazada. Son religiosos y saben que a pesar de que en un parto todo puede suceder, piensan que Dios está de su lado y afronta este momento vital entre la angustia del momento y la satisfacción en la creencia de que todo irá bien, aunque siempre con un recelo de que esta suerte pueda cambiar. Acto seguido, el autor hace un cambio de registro para centrar lo que será el eje central del relato y pasa a narrar la monotonía de un día cualquiera en la vida de Johannes, el abuelo, que perdió de golpe a su mujer Erna y que pasa los días en la rutina del día a día, donde la pesca tiene una presencia importante pues le acompaña en la soledad de sus días. En una de esas salidas, le parece ver a su amigo Peter, aunque no está seguro de que realmente esté presente y es ahí donde Fosse vuelve a esos escenarios oníricos tan propios de su obra («y ambos empiezan a andar por la orilla y Johannes se da cuenta que a Peter le cuesta avanzar, es como si, en lugar de caminar, levitara») en los que, como ya hacía en «Ales junto a la hoguera», se suceden una suerte de monólogos en los que reflexiona sobre las antiguas amistades, las costumbres existentes entre él y su amigo con la duda presente e imperante sobre si realmente Peter está ahí o se lo imagina porque, a pesar de que está hablando con él, «¿acaso no estaba muerto, Peter? ¿No se había muerto hacía mucho tiempo, además?» (…) «tal vez debería preguntarle si está vivo o muerto, pero dónde vas a parar, todo tiene un límite y no se puede preguntar algo así». De esta manera, siguiendo el camino trazado por Peter quien aparece y desaparece de su visión ejerciendo de guía espiritual cual Beatrice en la Divina Comedia de Dante, Johannes revive escenas de su pasado convirtiendo un texto en apariencia sencillo en un relato donde se habla de la nostalgia y de las experiencias vividas.

De lectura más ligera que otros de sus libros, el texto destaca especialmente cuando nos habla del padre Johannes y del transcurso de su vida entre barcas, amigos y su familia y es justamente en esta parte en la que Fosse destaca haciendo un acto de revisionismo de la vida de Johannes y en la que nos vuelve a inundar el relato de situaciones reflexivas para, utilizando episodios oníricos, hablar sobre el paso del tiempo y las relaciones humanas. Quizá parecen pocas cosas para llenar un relato o una vida, pero, según cómo, también pueden serlo casi todo.

miércoles, 25 de diciembre de 2024

Paul Lynch: El cantar del profeta

Idioma original: inglés
Título original: Prophet song
Traducción: Marc Rubió en catalán para Edicions del Periscopi y Eduardo Iriarte Goñi en castellano para Alfaguara
Año de publicación: 2023
Valoración: entre recomendable y está bien


No es la primera vez, ni tampoco será la última, que uno se deja llevar por el reconocimiento que otorgan los premios (en este caso el Booker de 2023) y más aún cuando este viene acompañado de muy buenas críticas. Pero ya sabemos que en los premios no es oro todo lo que reluce ni obras maestras todo aquello galardonado. Y aquí nos encontramos, a medio camino entre un prometedor inicio y un resultado final simplemente aceptable. 

Empieza el relato con Eilish Stack estando de noche en su casa con sus hijos cuando, de golpe, la policía de la Agencia Nacional de la Policía Secreta (ANPS) llama a la puerta de su casa preguntando por Larry, su marido, quien se encuentra fuera del hogar. Esta visita le deja un mal cuerpo a Eileen, una sensación de que «alguna cosa ha entrado en casa (…) una cosa informe pero imperceptible (…) el ambiente que ha entrado en casa continúa presente (…) vuelve a encontrarse cerca de la ventana mirando a fuera. El jardín oscurecido ya no es tan deseable, porque una parte de esa oscuridad ya ha entrado en casa». Teme por su marido, pues es el secretario adjunto del Sindicato de Profesores de Irlanda y nos encontramos en un momento en que el estado está en crisis y ha sacado una ley que da más poder a la ANPS con el objetivo de mantener el orden público. Parece que le acusan de incitar al odio contra el estado, sembrando la discordia y la agitación, algo que la ANPS no puede tolerar pues «si altera la soberanía de las instituciones puedes cambiar la soberanía de los hechos, puedes modificar la estructura de las convicciones» y eso es algo que no van a permitir pues su propósito es combatir las ideas revolucionarias a toda costa, aunque sea convirtiendo el país en un estado policial que implica la búsqueda y captura de los elementos disidentes, entre los cuales se encuentra Larry quien desaparece pocos días después de esa visita. Esta nueva realidad, por prematura, por impensable, por imposible de creer en un estado que, hasta la fecha, era regido en una democracia, convierte la vida de Eilish en un ejercicio de aceptación, adaptación y resistencia a una situación en la que ya nada parece que será como antes con la ausencia de Larry. Una ausencia que anhela que sea temporal, pasajera, pero con la que deberá lidiar mientras se hacer cargo de su familia y que decide combatir sin desfallecer porque reivindica, ante la detención de su marido, que «prefiero morirme que ver deambular su ausencia diaria delante de mis hijos».

Con esta premisa, el autor teje una historia en la que sabe transmitir perfectamente la angustia y el temor de una familia ante las posibles represalias de una policía estatal o represiva. A base de pequeños aspectos cotidianos nos va calando ese temor, porque en esos cambios en el día a día hacen que la tensión vaya impregnando la narración y arrastra al lector en la oscuridad y el peligro que se esconde tras esos pequeños gestos y acciones implantadas y ejecutadas por la policía. La tensión es evidente y es impactante por cercana, por basarse en la cotidianidad alterada de una familia, de la esposa y los hijos, y la más absoluta indefensión ante el abuso de una autoridad que, aunque democráticamente elegida, dista mucho de ser ejemplar y justa. Así, el autor es hábil al aumentar progresivamente la tensión en un texto trufado de reflexiones internas y pensamientos que uno tiene y teme acerca de una sociedad cada vez más cercada en un estado policial que incrementa día a día el control sobre los ciudadanos. Sin grandes giros argumentales ni grandes puntos de inflexión, el relato va aumentando en clímax de una manera constante pero progresivamente sutil. Poco a poco se restringen libertades, poco a poco se aumenta el control, poco a poco se ejerce la represión y aumentan las detenciones por parte de la ANPS ante la sublevación y la protesta.

Estilísticamente es indudable que Paul Lynch es hábil al hacer un retrato de una sociedad oprimida, pues lo hace de una manera indirecta y subliminal, que uno casi sin percatarse va tomando consciencia del aumento de la opresión a través de la cotidianidad de la vida de una familia donde van viendo como su vida se ve alterada por el retroceso en las libertades y la opresión ejercida hacia ellos por no someterse al sistema. De esta manera, el lector va percibiendo esos cambios externos sin que sean directamente narrados, los vemos a partir de los pequeños cambios que día a día va sufriendo la familia y algunas noticias en los informativos que miran y oyen (algo que vimos también en «Madre» de Wajdi Mouawad) y únicamente de esta manera el lector va tomando consciencia a través de su propia imaginación, llenando los grandes vacíos que el autor sutilmente va dejando en el texto para no definir ella misma lo que sucede sino dejar un espacio para que cada uno teja su propia distopía. Algo que el propio autor ya deja entrever en el texto cuando uno de sus personajes afirma que «empecé a ver lo que nos hacían, una jugada brillante, te quitan una cosa y la sustituyen por el silencio y te te enfrentas a este silencio en cada momento y no puedes vivir, dejas de ser tu misma y te conviertes en una cosa ante este silencio, una cosa que espera que el silencio termine, una cosa que se arrodilla, suplica y murmura día y noche, una cosa que espera que lo devuelvan lo que le han quitado para poder retomar su vida, pero el silencio no termina, ¿sabes? (…) no termina porque el silencio es la fuente de su fuerza».

Pero, aun y así, también es cierto que, a pesar del logro del autor en transmitir angustia y tensión, el estilo narrativo es algo confuso con párrafos interminables en los que se entremezclan diálogos con la narración y monólogos internos de manera entrelazada, así como una puntuación utilizada que no facilita su lectura pues aparece todo mezclado en un flujo continuo de palabras que agradecerían una cierta estructura más clara en su exposición. Ya comenté en la obra de Jon Fosse que no es fácil meter diálogos en medio de párrafos mezclados con reflexiones y este texto refuerza aún más mi impresión de que un resultado brillante o al menos satisfactorio está al alcance de unos pocos (pondríamos ahí también a Ali Smith, quien destaca al hacerlo en distopias demasiado próximas y reales). Además, para hacerlo más extrapolable a diferentes territorios actuales, el autor no pone contexto, no sabemos cómo se ha llegado al punto de partida, no vemos qué motivos hay detrás, por lo que da la sensación que el autor prefiere lanzar un órdago y una crítica feroz antes que contar una historia y eso es algo que en narrativa es altamente arriesgado ya que, en ausencia de grandes frases o mensajes que lleguen o una profunda sensación de tensión y terror aunque sea in crescendo, es difícil mantener el interés durante trescientas páginas si no hay un arco argumental que lo sostenga. Así que a partir de dos tercios aproximadamente, se entra en un estado de más-de-lo-mismo que echa por tierra lo conseguido anteriormente, entrando en una monótona reiteración en la que el lector solo pretende saber cuándo habrá un giro argumental con el que reengancharse a la historia.

Esta novela, de trágico mensaje, se desmarca de muchas distopías y muestra un oscuro trasfondo pues, en una novela distópica siempre hay algo que nos empuje a seguir y lanzar una mirada (quizás azarosa, quizás a su vez utópica) hacia un posible futuro, aunque sea improbable (incluso en las distopias de Ali Smith hay siempre un atisbo de optimismo), pero aquí no, en este libro no hay ninguna mirada optimista ni una ventana abierta a la esperanza. Y eso me lleva a preguntarme, al finalizar el libro: más allá de la alarma hacia un mundo que podría ser posible en un futuro, ¿qué opciones nos propone el autor para seguir adelante? Parece que no hay opción ni un clavo ardiendo al que agarrase ni una salida (incluso traumática). Todo es negro y lo único que queda es la lucha en un territorio donde tenemos detrás, al acecho, el enemigo y, delante, únicamente un terrible, oscuro e inmenso abismo.

lunes, 18 de noviembre de 2024

Amor Towles: Mesa para dos

Idioma original: inglés
Título original: Table for Two
Traducción: Gemma Rovira Ortega para Salamandra
Año de publicación: 2024
Valoración: recomendable


Diré ya de entrada, que de Amor Towles me apetece leer todo lo que publica. Más allá de si la historia me despierta más o menos interés, la calidad de su escritura trasciende el argumento planteado. Es sabido ya de entrada que una historia puede atraparte más o menos, pero raramente decepcionará si lleva la firma del autor estadounidense.

En este curioso libro, y digo curioso por su planteamiento al constar de seis relatos (de unas cuarenta páginas cada uno) a las que le sucede una novela corta, el autor deja plasmada su variedad argumental e incluso estilística, aunque en todas sus narraciones el aura que las rodea es una sensación de que para Towles no hay buenos o malos, sus personajes tienen una variedad de matices y rasgos identitarios que los conforman en protagonistas realmente humanos y creíbles. Y, de igual modo, sus historias siempre tienen el mensaje que se vislumbra en el trasfondo de que las cosas no ocurren porque si, sino que el destino de sus personajes se va trazando en cada una de sus decisiones tomadas confirmando que el libre albedrío es esa arma poderosa que mueve los hilos de la vida de cada uno. 

No voy a desgranar aquí el argumento de cada relato, pues me llevaría muchas páginas y probablemente desvelaría en exceso su desarrollo, aunque sí diré que el enfoque varía mucho de un cuento a otro, de manera que nos podemos encontrar una historia de campesinos rusos que, tras constatar que la vida no cambia en exceso si uno no hace nada para remediarlo («las guerras vienen y van, los gobernantes ascienden y caen, las creencias populares se instauran y menguan, pero un surco siempre será un surco») deciden marchar a Nueva York buscando una vida con la que mejorar su condición. En este relato el autor habla de la lucha por mejorar y el contraste de mentalidades entre el marxismo de su vida en Moscú y el capitalismo imperante en la sociedad estadounidense. También en otro cuento el autor trata sobre la ambición y la honestidad, dos características a menudo contrapuestas y que sitúan a su personaje en encrucijadas de las que no siempre elige la mejor opción. Podemos encontrar también, en otro relato donde habla sobre el amor, la perseverancia y la redención, un cálido retrato sobre las amistades fugaces que se tejen en momentos inesperados y las vidas que cada uno llevamos y que raramente se pueden conocer des de fuera sin profundizar en la relación. En otro texto, el autor muestra su habilidad en crear personajes cálidos y encomiables, en una historia que se centra en lo que aparentamos y lo que realmente somos, lo que necesitamos en la vida y lo que escondemos y la necesidad que tenemos cada uno de mostrarnos tal y como somos, aunque sea a escondidas de nuestros más allegados. También el autor nos habla de la importancia del arte y sobre el precio que tienen las obras en otro de los cuentos, así como, en el último texto corto, el autor nos devuelve, en una gran narración, a los grandes escenarios de la clase alta estadounidense y nos hace un retrato sobre la honestidad, sobre las intenciones y sus resultados, y el amor hacia la belleza de la música y la compañía con la que la disfrutamos. Grandes escenarios que el autor trata perfectamente en su último cuento, el más extenso con diferencia con sus más de doscientas, en el que el autor nos retorna el personaje de Eve (a la que ya conocimos en «Normas de cortesía») que protagoniza este último relato, un relato en el que al autor cambia nuevamente de registro y nos embarca a una historia de intrigas e investigaciones policiales, alta sociedad y corruptelas si bien es verdad que, a pesar (y lamentablemente) de ser la más extensa, el relato se disfruta principalmente por el trazo firme de Towles y por el aura que rodea su narración, no por un argumento que uno no sabe muy bien hacia dónde va ni qué pretende hasta llegar a casi la mitad de relato.

Por ello, curiosamente, y al contrario de lo que uno imaginaba, el libro está mucho mejor en los relatos cortos que en la nouvelle ya que esta, sin dejar de lado la sobriedad siempre existente en los textos de Towles, no deja de ser una novela de detectives sin mucho a destacar ni que no hubiéramos leído antes. Sí he disfrutado mucho con los relatos cortos, por la variedad argumental pero también por el enfoque y mensaje subyacente en cada uno de ellos. Por ello, y después de leer varios de los libros del autor estadounidense, se hace evidente que Towles tiene un estilo muy marcado y constante a lo largo de su trayectoria: un estilo sobrio y elegante (a la par que la mayoría de sus personajes) que le permite recrear a la perfección las situaciones en las que sus protagonistas desarrollan la acción a la vez que hace un gran retrato de cada uno de ellos, manteniendo siempre un aura de elegancia y savoir faire imbatible. 

viernes, 8 de noviembre de 2024

Erri De Luca: Las reglas del Mikado

Idioma original: italiano
Título original: Le regole dello Shanghai
Traducción: Albert Pejó en catalán para Bromera, Carlos Gumpert Melgosa en castellano para Seix Barral
Año de publicación: 2023
Valoración: está bien


Cuando la carrera literaria de un autor es larga en tiempo y extensa en catálogo, se pueden producir altibajos cualitativos considerables en función de la inspiración del autor en las diferentes etapas, ya sea por causas vitales o por simplemente artísticas. Cuando, además, estamos hablando de Erri De Luca, unos de los más prolíficos escritores que uno recuerde (con más de setenta títulos publicados) ahí la variedad en resultados ya es algo que uno espera, pues es difícil mantener el nivel en todas y cada una de sus obras.

En este libro (su última obra publicada hasta la fecha), el autor napolitano pisa tierra firme retomando ideas o temas ya tratados en otros de sus libros: las relaciones personales, la diferencia intergeneracional, la migración, la clandestinidad o el entorno natural. Fiel a sus ideas combativas y de denuncia, el autor sabe utilizar su talento para transmitir ideas y reflexiones acerca del presente de nuestro tiempo y sus inquietudes hacia un futuro que avanza en una dirección muy diferente a la deseada.

Centrándonos en el libro que nos ocupa, ya de entrada el autor se confiesa sin tapujos al hablarnos de cómo acostumbra a enfocar sus libros; así, nos indica que prefiere presentar a sus personajes enseguida, pues «no le gusta tener que descubrir quien son los personajes después de unas cuantas páginas, como si el libro hubiera empezado antes y yo hubiera llegado tarde y me hubiera perdido los antecedentes». De esta manera, fiel a esta premisa, nos habla enseguida de los que será sus personajes principales: «él es un hombre viejo y solitario acampado en la montaña (…), ella una joven gitana que ha huido del Campamento y de la familia». De este modo empieza el relato, con el encuentro fortuito de estos dos personajes en la tienda en la que él está acampado, en un espacio fronterizo entre Italia y Eslovenia, una zona ubicada en un paso de "ilegales" en la que el protagonista se encuentra la joven que llega huyendo de su familia y su tierra. Este encuentro le sirve al autor para hablar de migración, de exilio y fronteras, de la vida y la muerte, de las esperanzas y las realidades, del amor y las relaciones, de las ilusiones y decepciones, de la madurez y la inocencia así como también de las diferencias intergeneracionales a pesar de que él intenta reducir esta distancia al indicarle que «soy coetáneo de ti, vivimos el mismo momento. Las generaciones, para mí, no existen. Mientras estemos vivos somos contemporáneos». Así mismo, este encuentro le sirve para hablar de sus pasados: el de él arreglando relojes y hablándonos de una relación pasada con una mujer con la que se encontró en varias ocasiones y que le marcó su vida, así como la convivencia con su madre rusa que «enseñaba ruso a los miembros del partido comunista. Después informaba el servicio sobre la fiabilidad de los militantes» y ella hablando de su familia, de su cultura y costumbres. Entre ellos dos se establecerá una relación basada en la confianza y en la compañía.

Con esta relación entre ambos personajes, Erri de Luca reincide en los temas ya conocidos en sus anteriores obras y sigue con su escritura de ritmo lento y estilo poético, aunque en este caso parece que ha dejado un poco atrás su gran talento en narrar historias conmovedoras ya que el libro va de más a menos de manera que en un principio el relato atrae el interés del lector, pero cuando intenta sorprender argumentalmente cambiando el enfoque se nota algo forzado y pierde atractivo.

En cualquier caso, con De Luca uno siempre encuentra momentos interesantes fruto de la rica prosa que utiliza para lanzarnos reflexiones sobre la vida, la sociedad y el choque entre países o culturas, esgrimiendo de manera clara que «la guerra aniquila, devora, y una vez se ha puesto en marcha no necesita ningún motivo». Lamentablemente, la realidad le da la razón.

sábado, 26 de octubre de 2024

Georges Bataille: Madame Edwarda

Idioma original: francés

Título original: Madame Edwarda

Traducción: Salvador Elizondo

Año de publicación: 1937

Valoración: Rarito, curioso


Mira que en general me gustan los libros raros, me atraen, y en este blog hay algunos ejemplos, cosas que se han escrito para romper moldes, buscar caminos sin explorar. Pues puedo afirmar que este Madame Edwarda podría entrar en el top 10 de los textos más extraños que he leído nunca.

Es raro mi ejemplar, el libro físico (aclaro que no es el de la imagen), comprado a un vendedor de viejo . Edición mexicana de 1977, tiene setenta y una páginas, de las que treinta y siete las ocupan un prólogo de Salvador Elizondo, siempre metido en estas movidas, y un prefacio del propio Bataille dirigido a Pierre Angélique, el seudónimo que utilizó para esquivar la polémica en las primeras ediciones. Es decir, quedan para el relato apenas treinta y cuatro páginas, ninguna de las cuales llegará a quedar ocupada siquiera en su mitad. Por si fuera poco, cuenta mi pequeño volumen con un exlibris del puño y letra del pintor Vicente Roscubas, aunque le faltan, ya sería la leche, los varios grabados que nada menos que René Magritte elaboró para este texto.

Extraño es también el autor, Georges Bataille, de cuya filosofía dice Elizondo que es imposible una exposición razonada, lo cual es algo tranquilizador, aunque se esfuerza el escritor mexicano en aportar algunas ideas. Bataille es uno de esos tipos de principios del siglo XX que tocaba los asuntos más sensibles, o mejor, los destripaba sin cortarse ni un poco: el misticismo, el sexo y la muerte iban en el mismo lote, y hasta parece que quiso fundar una especie de secta en la que se pretendían ofrecer sacrificios humanos. La verdad es que estos tres campos, aunque en una medida algo más civilizada, también los vemos relacionados en algunos otros autores, desde el marqués de Sade hasta gente mucho más moderna pero, visto el panorama, tampoco creo que sea cuestión de intentar profundizar más por ese camino.

Con estos antecedentes, el texto en sí de Madame Edwarda tampoco le va a la zaga en materia de rareza. Con esas treintaypocas páginas mediadas podríamos hablar de un relato corto, pero es más bien un esbozo, que el mismo narrador duda de si tendrá continuidad. La madame que aporta el título regenta un prostíbulo y el narrador es su cliente, que le elige entre la oferta disponible. El tipo parece en principio algo descolocado aunque es evidente que visita con frecuencia locales parecidos. Tras alguna escena de sexo explícito más bien turbio, identifica a Edwarda con Dios, no se sabe si movido por el éxtasis o por algún tipo de mortificación, pero en todo caso parece que bastante en línea con algunas de las ideas erótico-místicas que profesa el autor. 

Si me extiendo un poco más acabaría reproduciendo el contenido completo, porque tampoco hay mucho más, aparte de una escena final algo más larga y también de alto voltaje sobre la que, si no tenemos nada mejor que hacer, se podría elucubrar un rato. Naturalmente, no es una narración normal, sino una sucesión de flashes, alguno de los cuales, no muchos, pueden sonarnos a surrealismo, ideas a medio formular sobre el placer y el dolor, e imágenes a veces sugerentes, a veces brutales, en las que la temperatura se mantiene siempre en el nivel de ebullición. 

No sé si esto es un juego o la representación plástica de la peculiar filosofía del señor Bataille, y tengo la duda, que espero que Oriol me pueda aclarar, de si esto puede considerarse bizarro en sentido literario. Es extraño, es diferente, puede hacer reír o dar cierto repelús, son unos minutos de inmersión en el mundo de este autor, que perfectamente se puede calificar de sórdido, pero al que también se le pueden encontrar algunas lecturas más. Pero ojo, veamos la advertencia inicial, algo que podría ser una poesía, una amenaza o una broma:

‘Si tienes miedo de todo, lee este libro, pero, antes que nada, escúchame: si ríes, es que tienes miedo. Te parece que un libro es una cosa inerte. Es posible. ¿Y sin embargo, como suele suceder, tú no sabes leer? ¿Deberías temer…? ¿Estás solo? ¿tienes frío? ¿sabes hasta qué punto el hombre es ‘tu mismo’? ¿imbécil? ¿y desnudo?'

Se podrían dedicar horas a pensar, debatir y escribir muchas cosas sobre lo que Bataille esconde tras el pequeño disparate de este librito, probablemente haya quien lo ha hecho. Por mi parte me limitaré a dejar constancia de que existe y de que también es bueno echar de vez en cuando un vistazo a cosas que se salen de lo normal.

Ah, y acabo de enterarme de que allá por los 80 hubo un grupo japonés que rulaba bajo este nombre, Madame Edwarda, en plan after-punk o cosa parecida, bastante en la línea.

También de Georges Bataille en ULADHistoria del ojo

martes, 3 de septiembre de 2024

Jon Fosse: Ales junto a la hoguera

Idioma original: noruego
Título original: Det er Ales
Traducción: Cristina Gómez-Baggethun en castellano para Random House y Meritxell Salvany en catalán para Galaxia Gutenberg
Año de publicación: 2004
Valoración: muy recomendable


Bien es conocida mi devoción por los autores nórdicos, por su extraña habilidad en narrar sin describir la soledad, la oscuridad que reside en nosotros, la sensación de desamparo en incluso abandono en relación al mundo que nos rodea. Fosse sigue esa tradición tan arraigada desde tiempos de Hamsun o Strindberg, precursores del stream of consciousness, y la rodea de un aura más enigmática, menos visceral o pasional pero sí más introspectiva si cabe.

Empieza el relato de manera muy oscura e inquietante: Signe se ve a sí misma en su hogar, un martes de finales de noviembre de 1979, justo el día en el que Asle, su pareja, desapareció. La visión que tiene es la de entrar de nuevo en la habitación y verlo a él, en la oscuridad de una tarde de otoño, «mirando hacia fuera en la oscuridad, con su pelo largo y oscuro y su jersey negro». Una oscuridad que le rodea y le abraza, atisbando fuera sin ver nada, solo mirando la oscuridad, la falta de luz, la nada. Una oscuridad que se funde con él, conformando una sola cosa, pues apenas logra distinguirle y que le transmite una inquietud, un nerviosismo, cuestionándose «¿por qué lo hace? (…) ¿Por qué está ahí de pie, sin más, cuando no hay nada que ver? » Él, en su ensimismamiento, dice que está pensando en ir otra vez a ver los fiordos, en su pequeña barca, a pesar del mal tiempo y del frío, a pesar de que está oscuro y estamos a finales de noviembre, a pesar del viento y las olas. Porque él es una persona solitaria, tímida y callada, y necesita la soledad. Una salida al exterior de la que sabemos que ya no regresará, dejándola a ella rodeada de dudas y preguntas lanzadas al aire sin más retorno que el del eco de sus miedos y temores ante una presencia que puede que no vuelva jamás.

Tal y como vimos en «Blancura», el autor se sirve también en esta obra del monologo interior; sin embargo, en este caso, lo hace desde distintas voces que ejercen como narradores, pues el libro es un monólogo continuo aunque en esta ocasión la narración se comparte entre diferentes personajes (principalmente la pareja protagonista) en una alternancia que Fosse domina a la perfección e intercambia sin saltos, sin pausa, sin apenas puntos y aparte; todo fluye de manera natural en su relato, todo está perfectamente armonizado y la narración en tercera persona es, en este caso, lo opuesto a un narrador omnisciente, pues Fosse narra en tercera persona lo que sus personajes hacen o sienten de una manera tan próxima que parece que sean ellos mismos los que nos lo digan, parece que estés en sus cabezas y sientas lo mismo que cada uno de ellos, logrando que sea muy fácil empatizar con una narración tan sencilla pero a la vez tan profunda. De hecho, es como si los personajes estuvieran disgregados y se narraran a ellos mismos, cosa que en ocasiones sí ocurre realmente de manera que se ven desde fuera en una especie de proyección que le permite al autor analizar y narrar sin interferencia directa de la distorsión propia del sujeto protagonista.  La narración en tercera persona le da un rigor y un punto de objetividad aún y sabiendo que quien narra es el propio protagonista constatando con ello que Fosse tiene un gran talento para conseguir una proximidad absoluta con los protagonistas sin que sea necesario recurrir a la narración en primera persona per se.

Tras esta escena inicial a partir de la cual prosigue el relato de manera continua, la narración se centra en ese fatídico día, en esas últimas palabras intercambiadas entre ambos, en esos últimos gestos, en la decisión sobre si era conveniente salir o si no lo era; esos recuerdos la invaden y la golpean, porque, a pesar de que han pasado muchos años, un par de décadas, ella sigue recordándolo, recordando no únicamente esos últimos instantes sino también su vida, su relación, su infinita presencia en su casa, la manera en que copaba cada uno de los espacios y las conversaciones, dejándola a ella sola ante su presencia, sola antes sus ideas, sola antes sus necesidades intentando que de algún modo aflorara su personalidad. Pero, aun años después sigue recordando ese último encuentro, su interminable presencia, sus silencios y la soledad que la contagiaba. Y en este continuo análisis en el que se van intercambiando los pensamientos de ambos, se añaden a la historia otras voces pertenecientes a la familia, a su pasado, a un linaje de varias generaciones que arrastran fantasmas, pérdidas e infortunios.

El estilo de Fosse te atrapa y te sumerge en un estado en el que consigue arrastrarte en sus pensamientos, sus inquietudes, sus angustias, sus cuestionamientos y el abrazo permanente a una soledad con el que busca acercarse a aquello que somos y aquello en lo que nos hemos convertido. El autor noruego sabe cómo pocos llegar a esos sentimientos tan íntimos, tan oscuros y a la vez tan esperanzadores al descubrir que aún hay literatura que consigue llegar a nuestro yo más interno y ver que quizá sí estamos solos, pero que no somos los únicos.

También de Jon Fosse en ULAD: BlancuraEl otro nombre (Septología I), Mañana y tardeVaimHermana

lunes, 19 de agosto de 2024

Mònica Batet: Una història és una pedra llançada al riu

Idioma original: catalán
Título original: Una història és una pedra llançada al riu
Traducción: sin traducción al castellano de momento
Año de publicación: 2023
Valoración: entre recomendable y muy recomendable


Hay ciertos libros que, por un motivo u otro, quedan en la pila de pendientes durante bastante tiempo, ya sea en casa o en esa lista que todos tenemos de lecturas que algún día deberíamos leer. Y este es el caso de la novela que nos ocupa, pues consta en mi particular lista tras los múltiples elogios recibidos en distintos foros, pero por algún motivo que se me escapa no había encontrado el momento de leerlo hasta estas vacaciones. Y la verdad es que su lectura ha valido la pena.

La historia empieza de manera muy cautivadora con una breve fábula que abre el libro exponiendo lo que vendrá a continuación en cuanto a intencionalidad narrativa y estilo: así, ya en el primer capítulo la autora nos presenta al Futuro Folclorista, un joven nacido en una familia poblada de bailarines pero que, a diferencia de ellos, su gran pasión son los libros y las historias, los cuentos. Así, mientras en su familia tratan de hacerle ver que debe dedicarse al balé como todos ellos, él va cada domingo por la mañana al Mercado de Libros Leídos a comprar antiguos libros de cuentos de una editorial ya extinguida. Y, por las tardes, se adentra de lleno en esas historias, porque «esas eran las tardes del a futuro Folclorista. Unas tardes llenas de felicidad plena y de noches de dormir de una sola tirada» ante la inquietud de su padre que se pregunta cómo pueden interesarle esos libros y qué será de su hijo si no empieza a bailar porque «en la ciudad donde vivía el Futuro Folclorista no solo había diez salas de baile, también había un nombre incontable de escuelas donde jóvenes, y no tan jóvenes, iban a hacer clases». Finalmente, a raíz de un comentario que oye en boca de una joven diciendo que los chicos que no saben bailar no encontrarán novia, decide apuntarse a una escuela donde conocerá al Futuro Revolucionario, un joven con quien comparte su amor por los libros y las historias. A partir de ahí, su relación crece y se dedican a investigar los cuentos populares, sus similitudes y versiones, sus enfoques y características, la narración y su oralidad.

Así, la autora sitúa la historia de la narración en un tiempo y un país indeterminado, aunque en la mente del lector lo podría ubicar en un país centroeuropeo, de mentalidad cerrada, de tradiciones férreas y costumbres anquilosadas, donde rige la censura y la música está restringida a los hombres, porque «no es correcto que una mujer hable del amor que siente por un hombre y menos aún hacia otra mujer. Esto último es inaceptable. Si una mujer cantara, aunque fuera en un local muy pequeño, tanto los músicos como ella tendrían problemas». A través de unos pocos personajes interrelacionados, con alguna elipsis temporal que nos ubica y reubica en los tiempos narrados en los que la guerra, la dictadura o el totalitarismo ocupan y centran el día a día de sus habitantes, la historia se deslocaliza en tiempo y espacio, a través de esos personajes sin nombre y del que no conocemos su procedencia, lo cual amplía el espectro mental en el que el lector sitúa la historia y el contexto, un contexto en el que las libertades son restringidas, en las que los cuentos y las canciones de letras metafóricas son las únicas vías de escape, de protesta y de resistencia ante un estado totalitario. Unas canciones cantadas en la clandestinidad que, a diferencia de las canciones de la música popular, en este caso «tanto en las canciones de las mujeres de su país como en las de aquellos hombres vestidos de negro se entreveía la eternidad». 

Fácilmente uno se percata de que el estilo de la autora es sólido, firme, con un propósito claro que es el de adentrar al lector en esas mismas historias y lo consigue desde el primer momento con un acercamiento a sus personajes tal que en pocas páginas ya estás metido de lleno en la historia. Se nota en Batet un oficio logrado a base de sus estudios académicos, pero también una trayectoria de libros publicados que empieza a coger cierto volumen y, especialmente, en su predilección por la literatura centroeuropea de la que se contagia en su pulso narrativo en la que se constata una prosa muy precisa y ligada al texto que narra. Así, como la propia autora reconoce, su bagaje cultural pasa por la literatura centroeuropea y se nota por la solidez y la concisión en su estilo. Un lenguaje sin excesivos adornos a la vez que firme, en un estilo que recuerda en parte a Saša Stanišić y sus «Orígenes» (publicado también por Angle Editorial y libro del que nunca me cansaré de recomendar) pero también a Zweig o mi siempre admirada Agota Kristof.

Mònica Batet, ha escrito un libro en el que destaca no únicamente un estilo firme y sin altibajos, sino también una historia en la que la importancia de la misma no radica únicamente en sus personajes sino en lo que estos pretenden, la intencionalidad subyacente en su interés por las narraciones orales y por los cuentos. De manera similar a cómo Joan-Lluís Lluís defendía la narración oral en «Junil a les terres dels bàrbars», Batet hace lo propio y lo expande también a las canciones populares destacando la importancia de la transmisión oral de las historias en la cultura de una sociedad recordando a la vez los tiempos en los que las canciones eran utilizadas como instrumentos de protesta, donde la letra ocultaba mensajes de denuncia y esperanza, de lucha y subversión.

Afirma la autora, en boca de uno de sus personajes, que «fuimos nosotros. La victoria empezó con nosotros. Solo hay que mirar la historia, siempre hay un momento en el que el pueblo deja de obedecer». En tiempos en que la extrema derecha y los totalitarismos asoman tras cada contienda electoral, conviene no olvidar que, en el fondo, solo el pueblo salva el pueblo.

miércoles, 17 de julio de 2024

Isabelle Aupy: El hombre que dejó de querer a los gatos

Idioma original: francés
Título original: L'homme qui n'aimait plus les chats
Traducción: Mia Tarradas en catalán para Raig Verd y Jean-François Silvente en castellano para Rayo Verde
Año de publicación: 2019
Valoración: está bien

Hay cierto debate en cuanto al encaje de las lecturas en una determinada época del año u otra, pues los hay que esperan al calor del verano para sumergirse en un libro que les ofrezca un puro entretenimiento y que sea sin que suponga demasiado esfuerzo lector; otros, en cambio, prefieren adentrarse en libros voluminosos, pues las vacaciones permiten (en teoría) disponer de tiempo suficiente para abordar libros que por su complejidad o su extensión requieren un tiempo necesario que no encontramos durante el resto del año. En este caso, el libro de Isabelle Aupy entraría en el primer grupo, aunque, siendo narrado en forma de evidente metáfora, ofrece más de lo que aparenta en una primera lectura. ¡Vamos allá!

Este breve libro nos habla de una pequeña isla poblada por pocas personas y muchísimos gatos. Gatos de todos los tipos y colores, de todos los comportamientos posibles y maneras de ser. Los habitantes de la isla están acostumbrados a ellos, pues conviven en el día a día y siempre se dejan ver entre las casas y los patios. Pero de golpe, un día, en esa isla, desaparecen todos los gatos y los habitantes los extrañan, acostumbrados como estaban a verlos siempre merodear y pasearse entre ellos. Este incidente deja sorprendidos y descolocados a los habitantes de la isla, pues no saben qué ha sucedido, el porqué, ni saben cómo afrontar la situación. Ellos tienen un carácter tranquilo, amistoso, porque en la isla «todos éramos refugiados, como se dice. Sí, la gente venía aquí para encontrar refugio, se iba del continente porque ya no podía más, buscaba un lugar donde vivir mejor, estar mejor, o puede que no forzosamente: encontrar una forma de ser uno mismo y ya está». Pero, superado el asombro inicial, se percatan que quienes han provocado que no queden gatos tienen otras intenciones, más perversas de lo que parecía: la voluntad de interferir en las costumbres de los habitantes de la isla y las relaciones entre ellos.

Escrito en forma de metáfora, el libro nos habla de la seguridad de nuestra sociedad basada en la estabilidad de las cosas del día a día y la amenaza que suponen aquellos que pretenden cambiarla imponiendo nuevas costumbres, nuevos hábitos, forzándonos a cambiar la realidad a menos que nos rebelemos contra ello y luchemos por los derechos conseguidos sin cesar en nuestro empeño, porque tal y como afirma uno de los personajes hablando de las cosas que antes poseían, «nos las quitaban porque habíamos dejado que nos lo hicieran. Nos las quitaban porque habían puesto palabras a unas necesidades que no eran nuestras. Y como una panda de zoquetes, encima fuimos a darles las gracias».

Debo reconocer que el libro no me ha causado el impacto que esperaba, no sé si por el enfoque, por el lenguaje o por una trama muy simple, pero seguramente la razón de ello es el estilo utilizado por la autora. Escrito con un lenguaje plano, casi orientado a un público infantil en forma aunque no en contenido, el narrador en primera persona nos cuenta la historia como si de una fábula se tratara, como un cuento contado a un grupo de jóvenes formando un círculo en torno a un fuego en el campo, aunque el mensaje que esconde bajo una capa de supuesta superficialidad es bastante más preocupante. Un mensaje que refuerza la importancia del lenguaje y de cómo y con qué finalidad usamos las palabras, y la importancia de no dejarnos llevar por la corriente de un pensamiento que bajo una capa de inocencia puede esconder auténticas perversiones. 


sábado, 24 de febrero de 2024

Jenni Fagan: Maldición

Idioma original: inglés

Título original: Hex

Traducción: Jesús Cuéllar

Año de publicación: 2022

Valoración: Decepcionante


Los procesos de las brujas de Berwick, a finales del siglo XVI, son algunos de los más conocidos entre los muchos que tuvieron lugar en Europa en busca de poderes oscuros, curaciones sospechosas y maleficios. Al parecer, el rey Jacobo volvía de su boda en Dinamarca y fue sorprendido por terribles tormentas, lo que provocó que se buscaran responsables de causar semejantes fenómenos para acabar con él. Mediante el uso generalizado de la tortura comenzó el habitual reguero de delaciones, mientras se vengaban viejas rencillas, se doblegaba a gentes incómodas y se consolidaba el terror frente a la disidencia o simplemente frente a conductas que pusieran en cuestión el orden religioso, moral y, finalmente, político.

Jenni Fagan toma como protagonista a una de aquellas brujas, Geillis Duncan, apenas una adolescente que por algún motivo fue elegida para ser eliminada y cuya confesión, obtenida de aquella manera, sirviese de paso para condenar a otras mujeres de mayor significación pública, en especial Euphame McCalzean, cuya posición social y económica suscitaba ciertos deseos de quitarla de en medio. Geillis va a ser ajusticiada, y en su celda, donde ha sido violada repetidas veces, recibe la visita de Iris, una mujer del siglo XXI que le acompaña en sus últimas horas. 

Lo que parece podría ser una narración llena de fantasía de tintes góticos se convierte sin embargo en otra cosa. En vez de recibir a un ser extraordinario procedente del futuro, se diría que el carcelero ha dejado entrar en el calabozo a una amiga de Geillis para que la pobre tenga un poco de conversación antes de morir en la horca. De manera que Iris, obviamente solidarizada con la presunta bruja, se dedica durante unas cuantas páginas a colocar el discurso feminista propio de su época. En la base de los procesos por brujería, parece defender Iris, no hay un fondo de incultura popular, de alienación religiosa, intereses pueblerinos o maniobras políticas, solo el deseo de castigar a mujeres por el hecho de serlo, el impulso depravado de hombres obsesionados por la integridad de sus pollas (sic), una especie de miedo atávico frente a aquellas a quienes no pueden someter de otra forma.

Y bueno, el resto de las largas conversaciones entre la víctima y su visitante no pasa de ser una charla insulsa, llena de lugares comunes, reflexiones sobre la injusticia y la violencia, peroratas apenas disfrazadas de patetismo y ramalazos líricos, fogonazos de magia injustificada, todo lo cual tiene como mayor virtud la brevedad de sus apenas cien páginas.

No era mala la idea, y daba para montar una historia quizá atractiva. Tampoco era desdeñable la posibilidad de levantar una reflexión sobre un posible enfoque de género en la persecución de la brujería, o un juego de contrastes entre la perspectiva ideológica de nuestro siglo y la de los inicios de la Edad Moderna. No sé, había posibilidades de hacer unas cuantas cosas interesantes, tal vez en otros formatos, pero Jenni Fagan elige la peor opción, una sucesión de diálogos, a veces monólogos sucesivos, sin nervio, con un fondo forzado y nada creíble que a veces suena a representación escolar, por mucho que se adorne con una especie de acotaciones que presentan cada escena de modo más bien efectista.

Solo las últimas páginas tienen un tono más intenso, imágenes más sugerentes y un ritmo más vivo. Bien habría hecho Fagan en aplicar el mismo criterio al resto del libro. Pero aunque este último empujón deja un sabor algo más gratificante, ni aun así nos libra de la decepción. 


martes, 6 de febrero de 2024

Pol Guasch: Ofert a les mans, el paradís crema

Idioma original: catalán
Título original: Ofert a les mans, el paradís crema
Traducción: fecha de la traducción al castellano: junio 2024
Año de publicación: 2024
Valoración: muy recomendable

Le tenía muchas ganas a este libro de Pol Guasch. Tenía curiosidad por saber dónde nos llevaría esta vez, a que paisaje mental nos dirigiría, qué territorios físicos y especialmente emocionales abriría delante de nosotros donde adentrarnos y encontrarnos, pues su estilo y profundidad me sorprendió y entusiasmó, no únicamente en su poesía sino también en su anterior novela «Napalm en el corazón».

Fiel a su estilo reflexivo, el libro empieza con una aseveración, que sobrevuela a modo de suspiro: «Todas las vidas empiezan antes de nacer», y con ello nos relata como ahora, veinticuatro años después de nacer, puede afirmar sin rubor que «estoy convencido que mi minúsculo cuerpo, recogido en un lado oscuro del vientre de mi madre, era incapaz de despertar ningún sentimiento» confesándonos a la vez que «de eso trata, también, mi historia: del tiempo». Un tiempo que se traduce en recuerdos del pasado, en el transcurso de la vida en uno mismo, pero también en una amistad, en una relación amorosa, en una familia. Un tiempo corto pero intenso, marcado por un dolor y una gran pena con la que el autor va impregnando la lectura, poco a poco, dejando que nos cale por dentro.

Como un gran canto a la amistad y al amor en todas sus dimensiones, el relato parte de la relación entre dos amigos, Líton y Rita, él residiendo en un pueblo después de haber vivido en la ciudad, ella en la Colonia, «un puñado de casas en la cima de la montaña» donde «vivían los mineros con sus familias. Había gente mayor, había gente cansada». Rita, la hija del nuevo minero; Líton, el recién llegado. Una amistad entre dos jóvenes «cansados de ellos mismos, de los pensamientos que cada uno carga», una relación entre dos personas que comparten soledad y pesares, que encajan en un mundo que parece expulsarles, y que se entienden, que hablarían horas juntos, que «hablarían de cómo hace falta imaginar un poco para poder vivir y de cómo las historias, de tanto repetirlas, se vuelven verdad». Una amistad que se nutre de conversaciones sobre la vida, sobre las clases sociales, sobre el amor del que afirma que «del amor se pueden decir pocas cosas, cuando estás dentro, porque todo se nubla con la binza de la emoción, y pocas cosas, cuando sales, porque todo se nubla con la binza de la tristeza». Y, en esos encuentros, ambos constatan el porqué de su amistad, porque se sienten cómodos en la compañía del otro, porque, aunque diferentes, se asemejan en su manera de entenderse a uno mismo, en las conversaciones, pero también en los silencios, porque «es como si los dos hubieran aprendido la misma lección: que el silencio no trata de la ausencia de ruido, sino de encontrar un rincón exacto donde descansar el alma y el cuerpo».

A nivel estilístico, Pol Guasch alterna la narración en primera y en tercera persona, y teje un relato coherente pero desordenado porque «la gente no sabe que las historias, si se ordenan, no son historias, son mentiras». Así, el estilo y tono del narrador va cambiando a cada capítulo, ofreciéndole al lector un mosaico de voces diferentes que el autor saber aprovechar explorando y jugando con el lenguaje, que se refina o se torna más tosco según el capítulo, ofreciendo así una mirada de amplio espectro completando un relato que, si bien es narrado por pocas voces, sí resulta coral. Es en este aspecto en el que parece acercarse momentáneamente al estilo de Irene Solà, en la variedad y pluralidad cromática de la narración (especialmente marcado en el capítulo «velas y vientos»).

Argumentalmente, el libro desborda nostalgia y tristeza, una nostalgia por la Colonia y su paisaje, antes bonito y preciso, antes de que los incendios e inundaciones borraran su belleza porque «el fuego, como una pala inmensa, iguala el paisaje». Nostalgia por parte de la gente mayor hacia la juventud, por su alegría, su desparpajo y su despreocupación. Nostalgia también de la amistad en sus inicios, en aquellos momentos en que «todavía no sabían qué sentían uno por el otro, sino de lo que lo sentían por nadie que no fuera ellos». Pero especialmente nostalgia en Líton pensando en René, con quien tuvo una relación en el Servicio que terminó cuando este se acabó. René, el chico del servicio que conoció de manera imprevista y que le sacudió y le enamoró al instante. Alguien por quien los sentimientos vendrían después de su fugaz descubrimiento, de él y de su cuerpo, en un amor que crece en el silencio de un entorno hostil para ellos, en la clandestinidad de una caserna militar. Pero sueñan, y se sienten libres, pudiendo «fingir que podían construir un nuevo relato», manteniendo su relación oculta a los demás, por su condición, por su entorno, y porque «las palabras de amor solo son grandes y poderosas cuando los enamorados se las dicen entre ellos: el amor de desmigaja cuando los otros empiezan a escucharlo». Y también trata, de manera tangencial, sobre la enfermedad y la muerte, una muerte que crece silenciosa por dentro, porque «no puedes evitar preguntarte quien de vosotros lo llevará dentro sin saberlo, quien de vosotros se quedará pronto sin un amigo, sin un hermano, sin un amante. No puedes evitar preguntarte si la muerte también baila aquí, esta noche».  Y habla de cómo sobrevivir a una pérdida, física, emocional. Vencer el recuerdo mientras luchas contra el olvido. 

En resumidas cuentas, esta novela de Pol Guasch es de inicio incierto, tal vez como la vida y también la muerte. Porque, con la amistad, esos son los pilares sobre los cuales emerge y se alza esta gran novela, no de manera planificada, sino de manera orgánica, natural, a fragmentos que encajan en la mente del lector que compone en su cabeza, pero especialmente en su corazón, el mundo que rodea a Líton y Rita, tan unidos en su soledad, tan frágiles ante el mundo, pero tan fuertes en sus vidas. Es la historia de una amistad llena de silencios y compañías, de buscar en el otro y encontrar en uno mismo la cercanía de sentirse escuchado y entendido en un mundo que se aleja, quizás siendo arrastrado por un temporal o un incendio, dejando a su paso dos almas desencajadas, pero completamente síncronas. Y, tras las páginas que avanzan lentas al principio, pero vuelan una vez entra René en la historia, el autor nos deja una novela llena de tristeza, pero también de una profunda sensación de que la vida es efímera y solo es vida si conseguimos compartirla con quienes tiendan esa red sobre la cual caer cuando el agujero de la tristeza y la soledad se abran de tal manera que solo extendiendo la mano hacia nuestras personas cercanas evitemos así la caída hacia el abismo. Porque «una amiga, o un amigo, da igual, debe ser la red que hay sobre la cuerda floja que es estar vivo».

En el tramo final del libro, Rita afirma que «había sabido ver en la sonrisa de Líton el lugar donde ella quería llegar». Es indudable que Pol Guasch también consigue, gracias a sus obras, que el autor consiga llegar donde quiere, a emocionarse y comprenderse, a cuestionarse y a alcanzar esos recuerdos de lo que fue y de lo que no será, porque «en ocasiones el amor será un accidente y, en ocasiones, una voluntad» que aparece a menudo de manera imprevista y hay que abrazarlo cuando lo hace, ya sea en forma de amistad o de una relación amorosa, sin dejar de recordar que «amarse se parece más a mirar juntos una tercera cosa que no a mirarse entre dos».

También de Pol Guasch en ULAD: Napalm al corLa part del foc

lunes, 20 de noviembre de 2023

Han Kang: La clase de griego

Idioma original: coreano
Título original: 희랍어 시간
Traducción: Hèctor Bofill y Hye Young Yu para La Magrana (en catalán) y Sunme Yoon para Penguin Random House (en castellano)
Año de publicación: 2011
Valoración: recomendable


Hay ocasiones en los que la trayectoria literaria de un autor tiene recovecos y meandros que dificultan seguirle la pista, pues la obra publicada no guarda un estricto orden en la que fue escrita sino que las editoriales, por uno u otro motivo, traducen sus obras de manera desordenada. Este es el caso que nos ocupa pues el primer título traducido de Han Kang «La vegetariana» (2007), con el que obtuvo su máxima repercusión, vino seguido por «Actos Humanos» (2014) y después por «Blanco» (2017), pero sorprendentemente justo ahora se recupera esta obra, muy anterior, publicada originariamente en 2011. Y, en este caso, la cronología en la traducción guarda relación con la evolución de la autora, pues, paradójicamente, esta obra se encuentra mucho más próxima a «Blanco» a nivel conceptual y estilístico que si la ubicáramos temporalmente entre «La vegetariana» y «Actos Humanos» que es donde le pertenecería. Veamos el porqué.


Podríamos intentar simplificar la obra de Han Kang, según lo publicado hasta la fecha, en dos grandes bloques: la búsqueda del impacto y la dureza narrativa por un lado, y la mirada apreciativa y cálida en el otro. En apariencia, dos bloques antagonistas, casi enfrentados, pero solo en apariencia porque mientras el dolor y el atrevimiento mostrado en sus primeras novelas traducidas ocultaban una prosa poética y emotiva, de la misma manera la mirada tierna y delicada de «Blanco» y del libro que nos ocupa apenas deja entrever el dolor y la dureza que la soledad y la tristeza desprenden. Pero todos estos elementos se mezclan y conviven en todas sus obras, de manera que el estilo de Han Kang se encuentra y se conserva intacto en su profundidad, cambiando únicamente el punto desde donde lanza su mirada, el origen desde el cuál emerge la emoción que hábilmente plasma en sus textos.

La novela empieza con la protagonista sentada en una clase donde enseñan griego; en ella, se le pide leer en voz alta. Pero cuando lo intenta ve que no puede, que es incapaz de articular palabra ante la sorpresa de los demás. Este hecho la lleva a recordar años atrás en las que esta incómoda e involuntaria situación le ocurrió por primera vez, en su infancia, con su madre enferma de cáncer y ella volcada con la lectura, aprendiendo la lengua y los signos ortográficos con pocos años. Con una personalidad solitaria, encontraba siempre la compañía en las letras mucho más que en los amigos, sin mostrar ningún interés por arreglarse ni por tener relaciones románticas llegando así a los dieciséis años cuando el primero de esos episodios de mudez apareció, siendo incapaz de articular ninguna de esas palabras que con tanta admiración y avidez aprendía de los libros. La narración, siempre pausada y bien hilvanada, nos devuelve al cabo de pocas páginas al presente, y conocemos que ya en la edad madura vive sola, sin un marido del que se divorció y sin la custodia de su único hijo pues la consideraron incapaz de cuidarle y velar por él debido a su precaria situación económica y a su hipersensibilidad.

En este relato a dos voces, la autora alterna la narración de la protagonista con la del profesor de griego, víctima de una ceguera que avanza de manera inexorable ya desde su adolescencia y nos habla también de un amor que tuvo a esa edad en la que los sentimientos inundan nuestra existencia y todo se descubre con la magia de las primeras ocasiones mientras nos detalla cómo su tránsito vital era acompañado por una emigración desde Corea a Alemania en su adolescencia y su regreso a su tierra natal años después. De esta manera, el texto alterna la narración con breves episodios de la clase de griego, en la que profesor y alumna de encuentran, con grandes extensiones del pasado de ambos protagonistas que copan la mayoría de las páginas del libro. De manera análoga a la clase de griego y el estudio del griego antiguo de la mano de Sócrates y Platón, el texto de envuelve se constantes reflexiones sobre la amistad, la vida, la muerte y el paso del tiempo, imbuyendo a sus protagonistas de los razonamientos filosóficos de los grandes pensadores antiguos.

Como en sus anteriores novelas, el estilo de Han Kang es orgánico, desborda el cuerpo y se interrelaciona con él, imbricando pensamiento y cuerpo como elementos que interactúan de manera casi indistinguible; en este caso, el dolor que inunda la vida de la protagonista se encierra tan dentro de sí que ni las palabras surgen de su propia boca, envueltas en un manto de oscuridad que impide que salgan a la luz como si, encerrando el dolor, este fuera a desaparecer engullido por su propio ser. Pero el dolor no desparece si no lo sueltas, no se absorbe aunque lo intentes, y ella lo intenta, no a través de su propia lengua, una lengua vinculada por siempre a su vida, sino a través de una lengua extranjera, quien sabe si pensando que al abrirse a una nueva lengua se le abrirá a su vez un nuevo mundo, esta vez más luminoso, menos oscuro porque «entonces, cuando disponía del lenguaje, las emociones eran más claras y fuertes. Pero ahora ya no hay palabras dentro de ella. Las palabras y las frases se han separado de su cuerpo». El ritmo lento y pausado, muy habitual en la literatura oriental, encaja a la perfección con la historia narrada, en la que ambos personajes se aproximan, con tiento y delicadeza, como si su fragilidad emocional fuera tan quebradiza que no pudiera soportar un ritmo más acelerado, como si la ceguera de él y la mudez de ella les obligaran a ralentizar sus movimientos, quizá esperando a encontrar algo que les permitiera avanzar con más determinación.

Con este texto, la autora demuestra nuevamente una gran sensibilidad y nos acerca a unos sentimientos envueltos de soledad a través de unos personajes que, aunque no de manera explícita o buscada, reclaman a grandes gritos, a veces ensordecidos por un gran silencio, la compañía de un ser amable que comparta con ellos su situación trágica. Una compañía que siempre necesitamos aunque a veces no seamos conscientes de ello y que a veces encontramos en otras almas tan perdidas y solas como nosotros mismos.

martes, 7 de noviembre de 2023

Menchu Gutiérrez: La ventana inolvidable

Idioma original: castellano

Año de publicación: 2022

Valoración: Recomendable


En cierta ocasión asistí a una muy interesante exposición pictórica titulada La ventana en el arte, con obras muy sugerentes. La ventana es un objeto con gran carga simbólica y que facilita la metáfora y la reflexión: dentro y fuera, la transparencia, el reflejo, el cristal roto, el sonido que entra de la calle o sale de la casa, la ventana cerrada, la celda, la ventana de enfrente. Mil imágenes en las que detenerse o que dan pie a fantasear o a recordar. Todas estas perspectivas y muchas otras recorre Menchu Gutiérrez, autora que me dejó deslumbrado con La niebla, tres veces y que, si no me equivoco, llevaba cierto tiempo sin publicar narrativa.

Menchu Gutiérrez escribe extraordinariamente bien, no solo por el manejo del lenguaje, sino por su economía de medios (la palabra exacta, figuras sí pero solo las necesarias) y la capacidad para mantener un ritmo suave, no lento, que se ajusta como un guante a lo que exige la narración. Me gusta además cómo mantiene la distancia, cómo lo que dice, aunque esté impregnado de emotividad, parece haber recibido un antitérmico que lo ha dejado en la temperatura deseada, que es más bien tibia.

Todo esto le da a la prosa un carácter amable, reposado e inteligente, como si alguien nos estuviese desvelando perspectivas insólitas de las cosas, aspectos en los que nunca hubiéramos reparado. La ventana es en este caso un leitmotiv, una excusa para hablar de la vida, del ser humano y sus pequeñas o grandes historias, de los recuerdos, las imágenes o las sensaciones. Y efectivamente encontramos todo eso que habíamos venido a buscar cuando decidimos leer un libro de Menchu Gutiérrez, qué ideas nos evoca el objeto que hemos tomado como instrumento, en este caso la ventana, cualquier tipo de ventana real o metafórica, todas ellas, la ventana metafísica.

El libro es así una sucesión de pequeñas reflexiones, tres o cuatro páginas, algunas sutilmente conectadas, otras completamente independientes, derivadas de ese recorrido aleatorio. Tiene algo de ejercicio de estilo, o más bien de taller literario, digamos para la semana que viene vamos a escribir unas pocas páginas sobre la ventana. Y en ese hipotético taller Menchu siempre es la que mejor escribe, la que encuentra el matiz escondido, la analogía más brillante, y lo hace con auténtica maestría, sin contar de más ni de menos, sin generar ruido, sembrando a veces la inquietud, la tristeza, el juego.

Me ha gustado especialmente, porque no lo había visto hasta ahora, una secuencia de pasajes relacionado con el reciente confinamiento, claro, qué elemento más decisivo que una ventana cuando uno se encuentra recluido en casa y sin remedio posible, ve y escucha a través de ella cosas que nunca antes había percibido, las calles en silencio o un único coche que se supone que pasa a varias manzanas de distancia, el viento, vecinos hasta entonces desconocidos o un atardecer sobre los tejados. Todo ello, claro está, contado con enorme finura y situando a las personas que miran desde uno u otro lado buscando alguna comunicación.

Sin embargo, hay algo que seguramente no debe hacerse pero es inevitable hacer: comparar con experiencias anteriores. Por mi parte, ya dejé clara en su momento mi admiración, casi entusiasmo, por los relatos del libro citado arriba, y esa es una cota difícil de igualar. De manera que cualquier cosa que venga de Menchu Gutiérrez va a tener el lastre de la odiosa comparación. Supongo que cuando uno escribe un libro nuevo tiene la intención de hacer algo diferente, de penetrar en otros campos, así que no será muy académico lo que digo, pero he echado en falta algo más de riesgo, algo perturbador que solo asoma un alguna ocasión muy aislada, esa pincelada de lo inverosímil que transmita algo de tensión.

Posiblemente es un crítica tonta, la autora no ha querido esta vez internarse en ese mundo y ya está. Lo que ha escrito es casi perfecto, con su estilo elegante y cálido, su precisión y su ritmo exacto. Pero quizá algún lector, yo al menos, hubiera deseado un poco más, utilizar ese talento para algo más ambicioso, que trascendiera el intimismo o lo manejara con más valentía, como ya ha hecho antes. Habrá más, seguro, y aquí estaremos para contarlo.

Otras obras de Menchu Gutiérrez en ULAD: La niebla, tres vecesaraña, cisne, caballo


domingo, 1 de octubre de 2023

Ali Smith: Fragua

Idioma original: inglés
Título original: Companion Piece
Traducción: Dolors Udina (en catalán para Raig Verd) y Magdalena Palmer (en castellano para Nórdica Libros)
Año de publicación: 2022
Valoración: está bien

Después de sorprenderme positivamente en su cuaderno estacional, Ali Smith pone la rúbrica final a ese recorrido literario con «Fragua», una última novela y pieza complementaria (como su nombre original apunta y también su traducción al catalán «La torna») a los cuatro títulos anteriores donde incide y reincide en los temas expuestos y su manera de abordarlos. 

En este libro que cierra el cuarteto a modo de epílogo, el planteamiento de la autora es muy similar al del resto: pocos protagonistas, un enfoque crítico sobre la sociedad y diálogos que cuestionan la actualidad. Y, de la misma manera que ocurría con el resto de sus libros, sus protagonistas son diferentes en cada libro y también la trama narrada; en este caso, la novela empieza con una misteriosa llamada de Martina Inglis, una antigua compañera de clase de nuestra protagonista Sand y con quién hace tiempo que no habla, en la que le explica que ha sufrido una detención en el aeropuerto debido a trasportar con ella una extraña y antigua cerradura que la policía confunde con un arma. Durante la detención oye unas voces con un mensaje indescifrable. Así que Martina recurre a Sand, pues el recuerdo que tiene de ella de su época en la universidad es que se trata de alguien con gran facilidad para resolver enigmas y misterios.

Ali Smith inicia el libro con esta premisa intrigante y original para desplegar a partir de ahí todo su torrente ideológico y crítico porque, como es habitual en la autora, la denuncia, la lucha, los ideales siguen en su primera línea de reivindicación, una reivindicación que traslada en sus obras en boca de sus inconformistas personajes. Una protesta que va desde la gestión de la migración, a la ecología o a los estamentos políticos y policiales. Y un lamento ante la pasividad cada vez más evidente de una sociedad adormecida que constata al reconocer «en qué fantasía se ha conferido mi estilo de vida, pensé. Solíamos hacer manifestaciones de protesta. Teníamos pesadillas pensando que se nos fundían los ojos en las cuencas. Ahora tenía lugar toda una especie de fusión comunitaria de ojos delante de mí». Así, tal y como nos tiene acostumbrados por sus anteriores novelas, el libro simultanea las reflexiones y proclamas sociales con las relaciones personales plasmadas en la relación de Sand con su padre durante su vida, y por extensión (y a veces omisión) con su madre. Ali Smith siempre juega muy bien las cartas de las diferencias generacionales entre sus personajes, contraponiendo la visión adulta (y a menudo anquilosada) con la rebeldía propia de los jóvenes y utiliza también el recurso de contraponer la opinión de la protagonista en una edad cercana a los sesenta años que con su propia visión a raíz de sus vivencias y contrastes experimentados a lo largo de su vida. En ese espacio dialéctico que se genera encuentra ahí su lugar para exponer los conflictos dejando que sea el lector quien determine desde qué punto lo observa y desde qué punto comparte la situación y su posible respuesta o solución.

Este acercamiento a la actualidad, con la brillante ironía de Smith, copa más de la mitad de la narración (estructurada en tres bloques) y que termina con un último bloque mucho más irregular e incluso desvinculado del resto en el que la autora nos narra una historia sucedida siglos atrás en plena época medieval y conforma una parte que no acaba de encajar bien con el resto del libro; este hecho confirma que a veces Ali Smith quiere decir tanto y enlazar tantos temas que incluso ella, con su talento, se pierde entre los amplios márgenes de un libro demasiado abierto como para centrar un personaje que prometía algo más de lo que ofrece. Por ello, si bien es cierto que el estilo de Ali Smith se caracteriza por cierto desorden y narración interrumpida, en este libro la autora abusa en exceso de esta característica llevándola a extremos innecesarios. Así, la narración fragmentada y en apariencia inconexa de su último tramo en este caso lastra el relato que bien cabe decir que tienen su punto álgido en las conversaciones y situaciones que Sand tiene con la pareja de hermanas que la visitan a su casa. Es en esas escenas a menudo surrealistas e inverosímiles pero sumamente irónicas y divertidas en las que encuentro a la Ali Smith más brillante y mordaz.

Y, en el espíritu de lucha e inconformista que manifiesta siempre la autora en sus textos, y haciendo gala de que su profesión es un vehículo, un canal para denunciar situaciones que no deberían producirse, Ali Smith afirma, en boca de sus personajes, que «tienes la lengua, dice. Este es un poder que supera cualquier puñetazo». Es innegable que ella sabe cómo utilizar ese poder en cada uno de sus textos.