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sábado, 18 de octubre de 2025

Flann O´Brien: Crónica de Dalkey

Idioma original: inglés

Título original: The Dalkey Archive

Traducción: Mª José Chuliá García

Año de publicación: 1964

Valoración: Recomendable alto


Flann O´Brien es uno de los autores más originales que he podido leer, con una asombrosa capacidad para la digresión (inevitable buscar referencias en Laurence Stern), manejo del humor, a veces sutilísimo y a veces absurdamente grotesco, y sin límites aparentes para internarse en el disparate, rozando lo alucinatorio (El tercer policía, que me sigue pareciendo que trasciende con mucho la simple floritura imaginativa) o lo metaliterario (En Nadar-Dos-pájaros). O sea, creatividad por los cuatros costados, aunque siempre teniendo delante las peculiaridades de esa Irlanda que parece marcar de forma decisiva la literatura de la isla. 

En Crónica de Dalkey nos encontramos a aquella especie de científico-filósofo llamado De Selby, cuya desternillante bibliografía salpicaba de tanto en tanto El tercer policía. Ahora lo encontramos en persona, un tipo con economía en apariencia bien saneada (recuerda al Canterel de Roussel) que vive aislado en un caserón junto al mar y atesora importantes secretos. El tipo es capaz de gobernar de alguna manera el tiempo para, en una cueva submarina, comunicarse con personajes del pasado (cómo le hubiera gustado esto a Papini), encuentros en la práctica limitados a ciertos padres de la Iglesia católica con quienes discute bastante acaloradamente. Y dispone además De Selby de cierta sustancia con la que se plantea seriamente acabar con la Humanidad al completo. 

También filosofan o exponen ideas extravagantes otros personajes, como cierto policía que insiste en cierta transmutación entre hombres y bicicletas, e incluso los dos jóvenes que rulan entre tan peculiares personajes, todos ellos bien abastecidos de whiskey, cervezas o lo que se tercie, porque el alcohol fluye sin tregua a lo largo de todo el libro. Diálogos absurdos, o mejor dicho incrustados de todo tipo de desatinos, formulados con total seriedad, y cuajados de giros repentinos a otras digresiones (la práctica de la natación, el carácter supuestamente mendicante de los jesuitas, opiniones sobre Jonás el de la ballena), el universo infinitamente enredado y loquísimo que acostumbra a mostrarnos el gran O´Brien.

Pero no para ahí la cosa, porque un poco casualmente encontramos a un James Joyce al que se suponía muerto, que sin embargo ejerce de camarero en un pub y solo recuerda haber escrito Dublineses y un borrador del Ulises que aborrece y que, según asegura, utilizó sin consentimiento su editora Sylvia Beach (ésta es auténtica). Con lo cual ya tenemos medio completo el panteón irlandés, porque Joyce por una parte y la Iglesia católica por otra, y también ambos entremezclados y sazonados en alcohol, sostienen la estructura del libro en la que, como en otras ocasiones, el autor no se corta en absoluto a la hora de dejar cabos sueltos o subtramas abandonadas, o poco menos.

Todo es un desparrame de creatividad empapada de humor que podría extenderse sin medida si O´Brien lo quisiera así, porque se diría que el libro termina cuando el autor simplemente se cansa de sus monstruitos y le coloca un final que apenas tiene que ver (¿o sí?) con todo lo que hemos leído hasta entonces.  Y sin embargo, se le nota una tonalidad algo diferente a algunas de sus otras obras, como capas teñidas de un poco más de seriedad, quizá algo más intimista o reflexivo, como si estuviese planteando al lector, vale, te he sorprendido, te has reído y hemos puesto a prueba el ingenio, pero también te he dejado pistas sobre las que, despejando un poco el humo del sarcasmo y el malabarismo, puedes detenerte un momento. Esto no era una simple diversión, descubre tú mismo lo que está debajo: Irlanda con sus pubs, sus pequeños pueblos y su vida provinciana, impregnada por un catolicismo al que se puede poner a prueba o someter a un tercer grado, con su más ilustre personaje volteado y proletarizado. Así de complejo, sorprendente e inclasificable.

miércoles, 15 de enero de 2025

Thomas Mann: Viaje por mar con Don Quijote

Idioma original: alemán

Título original: Meerfahrt mit Don Quijote

Traducción: Genoveva Dieterich

Año de publicación: 1945 (escrito en 1934)

Valoración: Recomendable alto


Se podría reflexionar sobre el peso que en un libro puede llegar a tener el talento del autor, quiero decir, hasta qué punto una mano diestra es capaz de levantar cualquier texto, se trate de lo que se trate. No es sólo la prosa, el estilo o la elegancia, es la cadencia, la sabiduría para contar cosas con el tono exacto, hacer que el libro interese y tenerlo controlado, equilibrado y en el punto que pide el texto. Eso se hace con técnica, con trabajo, claro, pero me sigue pareciendo que la materia prima es insustituible, y es lo que hace que el libro rezume naturalidad y parezca escrito sin esfuerzo. Con todo esto no puedo ya ocultar que me encanta Thomas Mann, en especial el de Muerte en Venecia, aunque de vez en cuando se deje llevar por la frase excesivamente rizada o las digresiones se le vayan a veces de las manos. 

Esas cualidades que apuntaba me atrevería a decir que se dejan ver especialmente en obritas menores, cuando el escritor no se está planteando crear algo importante y parece dejar fluir el texto como un mero entretenimiento. Viaje por mar con Don Quijote es una especie de pequeño diario, unos pocos días, escrito en una de las varias travesías marítimas que Mann realizó con su esposa Katia entre Europa y Nueva York. Podríamos pensar en algo parecido al crucero que David Foster Wallace contó en aquel corrosivo librito, pero las similitudes se reducen a la presencia en un barco surcando la inmensidad del mar (cómo se puede escribir dos cosas tan diferentes, e igualmente atinadas, a partir de un mismo motivo).

Thomas Mann no se propone nada concreto relatando su experiencia oceánica. Se limita a contar pequeñas anécdotas, a describir de pasada el ambiente de los salones o la cubierta, o apuntes rápidos sobre la meteorología cambiante. Lo demás son reflexiones que se van encadenando sin más planificación que lo que surge espontáneamente sobre el papel en blanco, y donde queda un papel importante para su lectura de cabecera, que naturalmente es el Don Quijote que luce en el título.

Tampoco es un ensayo sobre el libro de Cervantes, sino comentarios que brotan al hilo de la lectura. Mann se admira no solo de la personalidad de Don Quijote, sino de cómo evoluciona, cómo trata el autor a su personaje, se extiende algo más en torno a la viva defensa que Cervantes hace de su obra frente a la impostura del libro de Avellaneda, o el peso del personaje original frente a la caricatura de loco divertido que todos, en alguna medida, tenemos interiorizado. Las opiniones del autor alemán son de tal finura y profundidad que uno es consciente de que ha conectado por completo con el clásico. Todo ello, expresado en pequeñas píldoras y sin orden aparente lleva a sentir que está uno embarcado con el propio Mann, compartiendo con él un café y cambiando impresiones sobre el Quijote o, mejor dicho, escuchando embelesado sus reflexiones.

No todo se reduce a Cervantes. El pequeño diario incluye comentarios, siempre relajados y elegantes, sobre la propia singladura, sensaciones sobre la sobrecogedora pequeñez frente al océano inmenso, la distorsión de la perspectiva producto del aislamiento y la lejanía, o curiosidades como la llamada diaria a un progresivo cambio de hora y el equívoco de vivir dos veces el mismo tramo horario. El relato se extiende en ocasiones hacia asuntos aparentemente banales, como el contenido deliberadamente amable de la información que se hace circular en la nave (el crucero como mundo independiente de la realidad exterior), y en otras se adentra en reflexiones de calado que sin problema alguno podrían aplicarse a nuestro siglo XXI, como cuando apunta “¡Ah, la humanidad! Su progreso espiritual-moral queda detrás de su progreso técnico, anda muy rezagado”.

Pero ni en esos momentos toca el autor asuntos especialmente sensibles, lo que resulta llamativo en el complicado contexto de los años 30. Se diría que Mann esquiva cuestiones espinosas que sí tocará en otras obras, ahora es como quien, al igual que esas hojas informativas del crucero, al sentirse en un medio hostil, intenta centrarse en asuntos amables o al menos inofensivos. De esta forma, el libro transmite al mismo tiempo agudeza y relajación, y permite disfrutar de un autor que sea en el formato que sea, siempre parece capaz de escribir bien.

Otras obras de Thomas Mann reseñadas en ULAD: La muerte en VeneciaLa montaña mágica


sábado, 14 de diciembre de 2024

Abel Amutxategi: El puente de los perros suicidas

Idioma original: castellano

Año de publicación: 2023

Valoración: Recomendable alto


Por lo general no suelo leer libros de esos que se exhiben en la sección ‘Humor’. Aunque entiendo que haya quien busque un libro con la única intención de reírse y pasar un rato divertido, yo lo veo de otra forma, creo que el humor tiene que estar presente en un relato cuando debe, solo en ciertos momentos y en alguna proporción, que será mayor o menor según los casos, pero nunca todo el tiempo. No me parece razonable que uno tenga por delante doscientas páginas, por poner el caso, en las que cada línea y cada párrafo tengan que llevar dentro un chiste, una ocurrencia o una ironía. Eso tiene que cansar mucho. O no.

El puente de los perros suicidas es la nueva novela que John Kennedy Toole escribe cuando reaparece en Nueva Orleans, medio siglo después de haberse suicidado inhalando los gases del tubo de escape de su coche. En realidad parece que ha pasado todo ese tiempo atrapado en el Guinee, lo que llamaríamos el Purgatorio, una especie de estación intermedia hacia la muerte, de la que por alguna razón ha regresado (o de donde ha sido expulsado). Ken despierta, relativamente perplejo, entre cubos de basura, habiéndose mimetizado de alguna manera con el famoso Ignatius Reilly, el protagonista de su novela La conjura de los necios. Aunque pronto es consciente de que su libro finalmente se publicó, además con gran éxito, no será fácil que alguien le reconozca como el verdadero autor redivivo. Las peripecias más o menos cómicas o absurdas en las que se ve envuelto constituyen el grueso del relato, implicando a personajes caricaturescos, como la dueña de un restaurante para turistas donde tiene como pinche a un licenciado de Harvard, el Club de Adoradores de John Kennedy Toole, disimulado en la trastienda de un taller, la bibliotecaria que secretamente escribe novelas, o la sargento Mancuso, hija del patrullero que tan mala vida llevó en la popular novela de Toole.

El humor, efectivamente, está presente en cada página, pero no de manera gratuita sino replicando de forma bastante asombrosa el estilo de aquel viejo best-seller, su prosa, el tipo de gags, la naturalidad y brusquedad infantil de su protagonista, hasta la forma de conectar las secuencias, o el papel indirecto pero relevante de la ciudad de Nueva Orleans como un personaje más, sus barrios, sus bandas de metal, la santería o los aromas. Amutxategi recrea todo ello con aparente facilidad y, lo que es más importante, sin altibajos, manteniendo el tono y el ritmo desde la primera a la última página. Algo difícil de conseguir, una narración siempre centrada en lo que quiere ser, una parodia tan bien construida que se puede ver como una recreación.

Igual que en La conjura… también aquí el relato presenta bajo el envoltorio humorístico otras capas interesantes, en especial la terrible sátira dirigida hacia el mundo editorial. Como es sabido, Toole se suicidó sin que ninguna editorial hubiese querido publicar su libro (quizá porque ‘no creían que hubiese suficientes lectores interesados en lo que tenía que ofrecer’), y solo después de su muerte su madre consiguió que viera la luz. Tomando esto como punto de partida, y puede que también alguna experiencia más personal, Amutxategi vuelve a colocar al autor norteamericano en una situación similar, y aprovecha para repartir cera contra las editoriales que desprecian todo lo que no sea rentabilidad inmediata o despachan manuscritos sin leerlos, o contra los promotores de autoedición que exprimen al pobre autor, que hace lo que sea para ver su nombre en algo con forma de libro. Aunque un poco de pasada, se toca también el viejo dilema de la propiedad del texto, hasta dónde sigue siendo del autor o dónde empieza a pertenecer al lector, como individuo o como colectivo. No se ahorra sarcasmo, pero siempre pertinente y medido, sin dejar que se le descontrole o se le deforme la narración.

Todo parece perfectamente combinado y ajustado, sin baches ni vacíos, un hilo narrativo equilibrado que en ocasiones hace reír, sin perder el paso, quedando la sensación de que su autor es muy consciente de lo que quiere conseguir y cómo hacerlo para que todo, la historia, los chistes, la crítica, y lo que tiene de homenaje, que también, funcionen como un mecanismo idóneo para este fin. 

Si John Kennedy Toole volviera efectivamente a levantar la cabeza, casi seguro escribiría algo muy parecido a El puente de los perros suicidas, fantaseando sobre su propia resurrección y su nueva novela, y así sucesivamente.


domingo, 28 de julio de 2024

Indro Montanelli: Historia de los griegos

Idioma original: italiano

Título original: Storia dei Greci

Traducción: Domingo Pruna

Año de publicación: 1959

Valoración: Recomendable alto


Aparte de los suculentos ingresos que nos reporta, que también hay que considerarlo, una de las cosas que más me gustan de este blog es que todos aprendemos de todos: los reseñistas, unos de otros (al menos yo quiero pensar que he aprendido cosas de los demás); nosotros, de los que nos leéis y comentáis; los lectores y comentaristas, de nosotros, aunque sea un poco; y todos, naturalmente, de los libros que leemos. Vamos, un win-win con solo dedicarle unos minutos cada día o de vez en cuando. Hecha sea esta almibarada introducción para subrayar que el libro que toca hoy fue, como otros antes, sugerido en uno de los comentarios, en este caso, si no me equivoco, por Beatriz Rodríguez Soto, compañera de viaje cuyas opiniones siempre valoramos mucho.

En el siglo pasado Indro Montanelli fue un periodista bastante conocido a nivel internacional. Fue una especie de verso suelto, que en su juventud tonteó con el fascismo aunque después apoyó a la República española, se rebeló contra la dirección del Corriere della Sera y fundó varios periódicos, se enfrentó con Berlusconi cuando este era una estrella emergente, y no sé cuántas cosas más. Pero en líneas generales era un tipo muy inteligente, de amplísima cultura y casi siempre escorado hacia lo que creo que llamaba anarco-liberalismo, que es algo que hoy suena verdaderamente mal, pibes. Y, añadiría yo, que con un sesgo bastante acentuado que encarna un poco los valores del conservadurismo de los años 70. Este señor escribe además un buen número de libros, entre los que destacan los dedicados a las civilizaciones romana y griega que, a fin de cuentas, es lo que hoy nos interesa.

Su historia del mundo griego es un libro que consigue algo bastante difícil: resultar ameno hablando de un tema y unos personajes que, hay que reconocerlo, se prestan un poco al bostezo en manos de historiadores y manuales de filosofía. La exposición arranca en la era minoica, centrada en Creta, y termina con la llegada del dominio romano, encontrando por el camino todos esos nombres que pueden sonarnos del ámbito de la filosofía, la geometría, la política o las artes. Atenas, Esparta, Tebas, Corinto, algunos mitos que se entrecruzan con la Historia, persas, macedonios y oleadas de pueblos que llegan del norte, las peleas entre las ciudades-Estado, algunas batallas, las primeras formas de democracia, asesinatos, destierros, escuelas, la influencia de las hetairas, las colonias mediterráneas. Asuntos todos ellos tocados con gracia y presentados a partir de un personaje de nombre sonoro y familiar que guía el relato de una época determinada.

Esta característica, la de una historia que siempre gira en torno a un personaje señero, puede ser un síntoma del deje liberal del autor, que puede dejar en segundo plano la influencia de la realidad social y económica, pero es también una de las razones que explican la vivacidad del relato, que siempre mantiene en primera línea un nombre que puede resultar atractivo, Arquímedes, Alejandro, Pericles, Sócrates, Platón, Temístocles o Aristóteles, entre otros muchos. Es desde luego un buen reclamo, aun a riesgo, en el que a veces puede caer, de convertir la exposición en un largo anecdotario.

Porque el otro rasgo dominante que define al libro es el tono desenfadado que impregna cada una de sus páginas. Montanelli huye de la gravedad que normalmente asociamos a la venerable civilización, y reviste de ligereza el tanto de erudición necesario para relatar algunos episodios. No creo que nadie haya conseguido exponer con tanta sencillez y claridad el mito del Minotauro como hace Montanelli nada más abrirse el libro. Agilidad, soltura, humor y una enorme capacidad para narrar sin aburrir dan lugar a una lectura agradable que podría resumirse en el clásico docere et delectare, enseñar y deleitar, esa combinación perfecta que todo divulgador busca, o debería (o quizá no tanto). 

Es verdad que la dosificación puede ser a veces algo desequilibrada. Quizá su propio nivel intelectual o el excesivo interés en descargar de peso el relato (o la frivolidad de permitirse colocar ciertos mensajes) hacen que el autor pase demasiado deprisa por hechos o situaciones relevantes y muestre tendencia a irse enseguida al chascarrillo o la broma, no sea que el lector empiece a agobiarse. Así que el desenfado puede en ocasiones tomar un protagonismo exagerado, además de salpicarnos de comentarios de un inoportuno sesgo político o referencias irónicas a la actualidad italiana del momento que pocos conseguirán captar.

¿Se pasó de frenada don Indro a la hora de exponer la historia de la vieja civilización? Puede que un poco, quizá por subestimar a los potenciales lectores, porque a lo mejor quien se interesa por el tema no necesita de tanto chiste. Aun así ¿el libro es recomendable para quien busque conocer esos siglos que han dejado tanta huella en nuestro mundo europeo? Pues sin lugar a dudas, aseguraría que sí.


viernes, 12 de julio de 2024

José María Álvarez: Lawrence de Arabia. La corona de arena

 Idioma original: castellano

Año de publicación: 1995

Valoración: Recomendable alto


Curioso personaje este Thomas Edward Lawrence, estudioso de las Cruzadas y aficionado a la arqueología, militar que terminó mezclado, un poco por casualidad, en la rebelión árabe contra el Imperio otomano, instigada a su vez por los británicos en el ámbito de la Primera Guerra mundial. Curioso también, y me parece gratificante por lo inusual, que un poeta y ensayista español haya dedicado su atención a un individuo en principio tan alejado de la historia patria. Bien por Jose María Álvarez (*), que nos conviene mucho mirar un poco más allá de las fronteras.

Álvarez nos coloca sin preludios en el buque Rajputana en el que Lawrence es conducido contra su voluntad de vuelta a Inglaterra, envuelto en un oscuro episodio de espionaje. Y ahí, en una mugrienta bodega, escribe las memorias que constituyen el relato. Diríamos que estamos ante una versión libre, personalísima y bastante cruda de Los sietes pilares de la sabiduría, que Lawrence escribió efectivamente en torno a su espectacular experiencia. Álvarez se atreve, y muestra una valentía muy estimable, a meterse en el personaje y conectar con su conciencia, la de un tipo indómito y contradictorio, ansioso de experiencias y fascinado por la grandeza de los guerreros árabes. La personalidad explosiva del militar galés desborda en cada página, satura de sinceridad el relato y le otorga el mismo grado de intensidad en la gloria que en la pesadumbre y la decepción. Obviamente no puedo valorar hasta qué punto el autor fantasea o se está ajustando a la realidad, pero la sensación que transmite es totalmente convincente. Y parece ser, obviamente tampoco puedo afirmarlo, que hay cierta dosis de experiencias personales del autor que se traslucen al protagonista del relato.

Como decía antes, y creo que es suficientemente sabido, Lawrence se enrola en el ejército británico y por su conocimiento del medio geográfico es destinado a contactar con los líderes árabes que se rebelaban contra el dominio turco. Termina por convertirse en uno de los líderes de la lucha, perfectamente identificado con los caudillos locales. Pero, a la vista del libro, aún resulta más fascinante la vertiente personal del galés, un tipo extremadamente intenso, diríamos inflamado, no tanto en el aspecto patriótico como en la vivencia de la heroicidad, la integridad y el aura gloriosa de la que considera revestidos a los árabes insurrectos. Lawrence es siempre consciente de que serán traicionados por los pactos secretos previamente suscritos entre ingleses y franceses, y eso le enerva aunque sin impedirle seguir adelante.

Es al mismo tiempo un individuo despiadado, que aborrece la mediocridad y el igualitarismo (la democracia) que considera castrante, hasta el punto de ser cortejado algo más tarde por cierto Partido fascista británico. Pero es también un hombre cultísimo, que nunca se separa de su lote de libros favoritos, traduce a Homero del griego clásico y domina la poesía árabe, entre otras muchas cosas. Y por ahí se deja ver también una personalidad enormemente compleja, en la que parecen combinarse una extraña asexualidad con el rescoldo de un amor romántico tradicional, fugaces experiencias homosexuales y cierta tendencia hacia algo que podríamos calificar como sado. No se ahorra Jose María Álvarez detalles que ilustran estas contradicciones, al contrario, es explícito y de una crudeza considerable que nos hace dudar de si, cuando este título se publicó en una colección histórica de Planeta, alguien de la casa se lo leyó realmente.

Tal vez no, quizá se habían quedado con la imagen bastante edulcorada de Peter O´Toole en la famosa película de 1962 una versión mucho más amable y cercana al héroe y libertador occidental que el consumidor podía asimilar sin problemas generando buena caja. Este Lawrence legendario fue al parecer un invento del periodista Lowell Thomas, que le transformó en una figura artificial que el protagonista odiaba a muerte. Nunca perdonó que se propagase esa imagen de rectitud y heroísmo que sabía que no era real, ni podía soportar la popularidad que provocaba, de forma que prefirió ocultarse en un desempeño anónimo en la RAF o en un lejano destino en Pakistán. 

(*) Coincidencias del destino, acabo de enterarme de que Jose María Álvarez falleció la semana pasada. Por lo que he podido ver, puede que su valor como poeta no haya sido suficientemente reconocido, pero en cualquier caso, en la reseña de este libro queda nuestro modesto homenaje.


martes, 2 de enero de 2024

Angela Carter: La companyia dels llops

Idioma original de los cuentos:
Inglés
Traducción (al catalán): Martí Sales
Año de publicación de este volumen: 2023
Valoración: Recomendable alto

La companyia dels llops es una antología editada por Comanegra. Recoge trece de los relatos más representativos de la bibliografía de Angela Carter, escritos entre 1965 y 1993. La impecable traducción al catalán de los mismos se la debemos a Martí Sales, quien no teme interpretar algunos pasajes cuando se tercia.

Aunque mi disfrute de este volumen debe mucho al oficio técnico y la intuición creativa de Sales, la principal responsable de su calidad es sin duda alguna la propia Carter. ¡Menuda destreza narrativa esgrimía en sus piezas breves! ¡Qué manejo del lenguaje, qué dominio tonal, qué capacidad de evocar atmósferas, qué maestría para el perfil personajístico! ¡Cuánta identidad tiene su microcosmos, atravesado por temas comunes, escenarios recurrentes, ideas siempre coloridas y la lógica interna de los cuentos de hadas o del realismo mágico!

Empecemos hablando de "Una gran dama i el seu fill a casa", relato que inaugura la colección. Su desafiante a la par que estimulante opacidad lo convierten en uno de mis favoritos.

A continuación tenemos "Endinsar-se al cor del bosc" y "La filla preciosa del botxí", cuyas premisas abordan el tema del amor entre hermanos desde ángulos complementarios. Aunque a mi juicio no se cuentan entre lo mejor del libro, resultan igualmente piezas de una entidad literaria considerable.

"Els amors de la Princesa Carmesina" tiene un argumento algo plano, al menos para los estándares de Carter. Sin embargo, la autora logra darle textura con su incomparable pluma, y especiarlo con su particular concepción del erotismo.

"La cambra sanguinolenta" es, probablemente, el relato más famoso de Carter, compilando originalmente en una antología homónima caracterizada por reinterpretar diversos cuentos de hadas. Aunque lo he disfrutado sobremanera, me parece inferior a otros, pues creo que no logra harmonizar exitosamente los dos registros que combina. 

"La promesa del tigre" es genial. Su desenlace, oscuro y conmovedor al mismo tiempo, resuena como el rugido de una bestia salvaje en la selva.

"La dama de la casa de l’amor" se hace un poco cuesta arriba al principio, pero no tarda en subyugar. Supone una experiencia estética de esas que sólo un escritor con la habilidad de Carter puede transmitir.

"Licantropia" funciona porque es breve y contundente, aunque admito que me ha decepcionado porque para los estándares de Carter se antoja plano y carece de esa perversidad tan característica de la autora.

"La companyia dels llops" es otra de las muchas obras maestras con que nos obsequia este volumen. Tanto su atmósfera como su mensaje crudo e incómodo respecto a la naturaleza humana son sumamente inteligentes.

"El petó" es una especie de fábula con toques metaliterarios. Sólo por lo curiosa que resulta ya merece la pena paladearla.

"El gabinet d’Edgar Allan Poe" y "El tigre de la Lizzie" aprovechan el sustrato biográfico de dos personajes históricos para crear literatura con mayúsculas. El primero de ambos cuentos quizá no gustará a todo el mundo, porque su vocación abstracta y experimental se come, por momentos, a la historia narrada. En cambio, el segundo es más lineal en su planteamiento y familiar en su despliegue argumental, y aun así resulta un texto brillante que alcanza asombrosas cotas de originalidad.

"Reflejos" es, probablemente, la pieza más extraña del conjunto, y por ello se cuenta sin duda entre mis favoritas. Su planteamiento e imaginería dejan de lado el fantástico por el que Carter siente debilidad y beben de ese surrealismo que hizo posible la obra de Leonora Carrington o Remedios Varo.

En resumen: la calidad y variedad de las piezas breves de Carter ameritan la lectura de la colección editada por Comanegra. Sólo por esas joyas que son "Una gran dama", "La promesa del tigre", "La companyia dels llops", "El tigre de la Lizzie" o "Reflexos" ya recomiendo adquirir el libro. Además, insisto en que catar la traducción de Sales no tiene desperdicio.


También de Angela Carter en ULAD: Aquí 

martes, 5 de diciembre de 2023

NOVELAS PIRAÑA #2 : La promesa de Friedrich Dürrenmatt

Idioma original: alemán

Título original: Das Versprechen

Traducción: José María Valverde

Año de publicación: 1958

Valoración: Recomendable alto


El ritmo es, me parece a mí, un elemento esencial en una obra literaria. El ritmo debe adecuarse a lo que se cuenta y a cómo se cuenta, sincronizado con la prosa y marcando el paso al lector. Hay mil ejemplos de esa sintonía y otros tantos de su ausencia, y me da la impresión de que esta semana temática dedicada a textos más bien breves y contundentes está estrechamente relacionada con el ritmo, porque si un libro de pocas páginas no consigue atinar con el ritmo idóneo casi seguro que terminará siendo desechable aunque ofrezca otras virtudes.

Si ven la valoración que pongo arriba, habrán podido suponer con acierto que esta novela corta de Friedrich Dürrenmatt (cuya recomendación tengo que agradecer a Oriol) da en el clavo con el ritmo, y hasta se podría decir que es su mayor activo. Porque la historia en sí es más bien poco rompedora si consideramos los montones de películas y libros que llevamos en la mochila a estas alturas. Se trata de una serie de crímenes que tienen como víctimas a niñas que aparecen asesinadas y probablemente, no se dice de forma explícita, objeto de violencia sexual. A partir de ahí se desarrolla una trama policial encabezada por un inspector muy capacitado que se tomará el asunto como algo personal. A la dificultad de la investigación se suman factores que la hacen aún más ardua, como la absoluta ausencia de indicios, la presencia de alguien con toda la apariencia de culpabilidad, la furia de los vecinos de las víctimas o los intereses mezquinos de otros mandos policiales. Nada demasiado especial, como se ve.

Pero el talento para narrar algo puede convertir una historia más o menos convencional en algo mucho más valioso. Está el ritmo al que me refería al principio, la cadencia exacta para mantener la tensión sin abrumar al lector, pero hay más. Un relato construido a partir de niñas vestidas de forma similar que son asesinadas mientras deambulan por un bosque tiene el punto insano de una reinterpretación cruda del cuento de Caperucita, claro está, además de la sospecha que sobrevuela sobre los habitantes de las apacibles poblaciones suizas donde se desarrolla.  Y ciertas escenas (el disparatado desenlace de una larga vigilancia, la desesperante disertación de una anciana) recuerdan, con cuarenta años de antelación, a algunas extravagantes secuencias de Twin Peaks, donde también asistíamos a momentos disruptivos donde el absurdo surgía de improviso en un contexto de máximo dramatismo.

Pinceladas que dan al libro un aire moderno, novedoso, una forma de tratar la novela policiaca desde un ángulo diferente engrandeciendo así el relato. Como lo hace un ligero rasgo metaliterario que se queda en amago aunque sobrevuela suavemente todo el texto. Son virtudes que hacen muy atractiva la lectura y que nos hacen perdonar algún pequeño pecadillo, como recurrir a un relativo, aunque bien elaborado, deus ex machina para resolver alguna cuestión. 

Tratándose de un texto más o menos breve y que consigue captar toda la atención sin apenas momentos de relajación, me parece que encarna muy bien ese concepto de novela piraña, lo que quiera que eso sea, al que hemos querido dedicar estas entradas prenavideñas. Y oiga, para un regalito no muy caro y con garantía de éxito también es muy válido.


Otras obras de Friedrich Dürrenmatt reseñadas en ULADLa sospechaEl juez y su verdugoLa visita de la vieja damaEl túnel

miércoles, 27 de septiembre de 2023

Miguel Ángel Hernández: Anoxia

Idioma original: castellano

Año de publicación: 2003

Valoración: Recomendable alto

 

Según como consideremos el tema, la fotografía puede tener un cierto punto inquietante: se captura una instante concreto, un momento que nunca más se repetirá (ay, si la hubiese conocido Heráclito), la imagen de personas que tampoco volverán a ser como entonces, o que simplemente ya no estarán en el mundo. Se puede, con talento suficiente, plasmar una atmósfera, como los grandes pintores figurativos, captar el ángulo insólito, presentar una escena de una manera determinada transmitiendo unas sensaciones o las contrarias. Muchas cosas, sin que sea necesario llegar a lo que, de una forma casual, le toca vivir a Dolores.

Dolores, viuda madurita, compartía con su marido la pasión por la fotografía, que fue también su medio de vida hasta que él murió en un accidente de tráfico. Sola y cansada, ella intenta mantener el negocio aunque sin la ilusión de los años jóvenes, cuando recibe un extraño encargo de Clemente, un desconocido anciano que le convencerá para dedicarse a una actividad que ya parecía extinguida: la fotografía post mortem, obtener la última imagen del difunto poco antes de que su cuerpo desaparezca para siempre. Una moda que ahora se antoja macabra pero que tenía su público unas cuantas décadas atrás, tal vez hace un siglo. He visto fotos de ese tipo, y resulta de verdad tétrico y poco agradable, pero llegó a tener cierta relevancia. Dolores, sin saber muy bien por qué, acepta la oferta y se interna en esa peculiar actividad.

La foto del recién muerto tiene sus propias reglas, hay que estudiar los encuadres y la luz, captar el gesto del cadáver, que debe aparecer tal cual es, el ser que acaba de abandonar la vida, todavía presente, él mismo pero también distinto del que era unas horas antes. También hay que extremar la profesionalidad, ser rápido sin desatender los detalles, trabajar en la atmósfera fría del tanatorio, compartir espacio con los familiares sin dejarse arrastrar por las circunstancias porque ‘el dolor es de ellos’, ser capaz de obtener la imagen perfecta del cuerpo inmóvil (¿siempre inmóvil?).  La experiencia le sirve a Dolores para recuperar la pasión por su trabajo, hasta entonces adormecida, y descubrir cosas desconocidas de ese mundo: viejos álbumes en blanco y negro, fotografías insólitas, la antigua técnica del daguerrotipo que producía imágenes que no captaban ya la ‘instantánea’, sino una breve secuencia de tiempo condensada en una sola imagen. O ciertas prácticas relacionadas con la fotografía mortuoria que se internan en el terreno de lo truculento, o directamente de lo criminal.

El relato es pausado, con un ritmo narrativo constante y bien medido, como medido, pulido y elaborado con esmero parece cada párrafo, cada descripción y cada personaje. En un presente histórico de frase corta, la narración solo puede calificarse de eficiente: limpia, exacta y con la información precisa para que en ningún momento decaiga la atención. Todo transmite una sensación de inmediatez que hace de la lectura algo adictivo, aunque en ciertos momentos pueda echarse de menos algún espacio más amplio para la imaginación.

Esto último, la imaginación, parece reservarla el autor para esa capa del relato que amaga con algún misterio, algo oculto que necesariamente debe esconderse entre secretos vinculados a técnicas fotográficas extrañas, en los pliegues no desvelados en las vidas de Dolores o de su cliente, en la turbiedad de esa afición a la fotografía mortuoria, o en los vapores insanos de los compuestos utilizados en los viejos daguerrotipos. Esa bruma amenazante que infecta todo el relato y mantiene la tensión se tiene que materializar en algo, un acto antiguo o actual, algo que explique la anoxia, esa falta de oxígeno que acaba con los miles de peces del Mar Menor, que consume a Clemente mientras colecciona y clasifica fotos de muertos, o que asfixia a Dolores cada noche mientras rememora su vida y su fracaso, y siente la presencia de un vacío casi tangible. Pudo también ser un gesto, una decisión equivocada que muchos años después queda al descubierto con la frase definitiva:

-         Aquí, cerca. Y no al otro lado, lejos.

Enigmática frase a la que solo encontraremos sentido leyendo el libro entero. Toda una declaración, la demostración de que las tragedias proceden muchas veces de esos pequeños agujeros negros que van marcando nuestra historia y solo somos capaces de verlos, mucho después, cuando los descubrimos en los demás, o en las proximidades de la muerte.


domingo, 3 de septiembre de 2023

Esther Tusquets: El mismo mar de todos los veranos

Idioma original: castellano

Año de publicación: 1978

Valoración: Recomendable alto

 

El esporádico hueco que de tanto en tanto dejo a una relectura le corresponde en esta ocasión a la primera novela de Esther Tusquets, quizá más conocida por su notable labor de editora, durante tantos años al frente de Lumen, por ejemplo. Pero me parece algo injusto ese segundo plano como escritora, porque al menos en la novela que traemos hoy aquí hay mucho y muy valioso, cantidad y calidad que desconozco si después ha tenido la continuidad que debía en sus no muy numerosas obras posteriores.

Qué maravilloso título El mismo mar de todos los veranos, tan oportuno cuando rescaté el libro de la estantería el mes pasado, tan evocador de vacaciones infantiles o adolescentes, y sin embargo con un significado inmediato tan opuesto a todo ello, porque ni es verano ni hay mar, solo una ventana de la vieja casa familiar, la ventana desde la que la protagonista contempla una vida que llega a los cincuenta envuelta en fracasos, desconfianza y abandono. Desde allí empieza una larga confesión, la de una existencia abrumada por una madre de atractivo incomparable, que brillaba en todo momento eclipsando todo a su alrededor, y una hija que por su parte destaca por su nivel intelectual y triunfa en tierras lejanas.

La mujer queda por tanto atrapada entre quienes encarnan la generación anterior y la siguiente, abuela y nieta que en modo tenaza comparten cierto desdén hacia la hija y madre que colecciona decepciones y parece desde siempre incapaz de estar a la altura, de encajar en la hipócrita sociedad burguesa donde ha ido a nacer, el garbanzo negro que solo llegó a tener apoyo en alguna nodriza también más tarde caída en desgracia. Tampoco con los hombres las cosas le han ido mejor, con un dramático abandono y un matrimonio que siempre fue poco más que una simulación.

Se diría que nunca ha conocido el amor, ni el infantil ni el adulto, y ahora, cuando regresa a los escenarios familiares vacíos, surge algo inesperado, algo que podría ser el clásico amor otoñal, pero que tiene un ingrediente nuevo: es una mujer. Así que de momento hay que alabarle a la autora la valentía de presentar con tanta claridad un amor lésbico en una época (recordemos, 1978) que tampoco era muy propicia a exhibiciones de diversidad sexual, y hacerlo además con escenas bastante explícitas hasta dejar en algunos momentos un aire de novela erótica, pero de las buenas, tan pocas. Lo cual tampoco es obstáculo para que se pueda poner en cuestión otros aspectos de esa relación, porque la pareja es una chica muy joven, alumna en un curso impartido por la protagonista, lo que se ofrece a valorar otras perspectivas en las que no vamos a entrar.

El caso es que esa inesperada pareja abre un mundo desconocido a esta mujer que parecía derrotada y que, ya enfilando la cuesta abajo, definitivamente había dado por perdida la batalla o la vida misma. Parece ahora capaz de dar y recibir amor, sin ofrecer ni pedir nada a cambio, aunque también recluida voluntariamente, como refugiada, en aquellos viejos entornos familiares que se niega a abandonar. Encontrarse entre aquellas paredes conocidas y con esta insólita relación parece bastarle para encontrar finalmente lo que siempre le fue hurtado.

Mujer sola, que acumula decepciones, dominada su juventud por madre e hija triunfantes, perdedora y zarandeada por el infortunio y quizá por los complejos. Tiene la protagonista todo lo necesario para gozar de la empatía (o conmiseración) del lector, pero puede que esa misma acumulación de insatisfacciones acabe por suscitar cierto rechazo, porque a fin de cuentas lo que exhibe (y lo vemos muy claramente en una de las secuencias finales) puede no ser otra cosa que una inseguridad algo patológica, el complejo de patito feo que se alimenta de las desgracias y solo consigue ser vencido a base de seducir a una jovencita.

Es una lectura de las varias posibles, claro está, pero aquí hablamos de libros y no de consideraciones éticas o psicológicas y en ese sentido, y ya es hora de decirlo, el relato está magníficamente escrito. Nos podrá costar quizá unas pocas páginas cogerle el punto, pero es un relato fluido, sembrado de saltos temporales muy medidos, cascada de reflexiones y sentimientos a flor de piel, todo ello inmerso en un monólogo interior que consigue enseguida empapar de sinceridad y transmitir justamente la desazón y la penumbra permanente que han ahogado la vida completa de esa mujer que parece haber asumido su condición de derrotada. Todo un torrente guiado con elegancia por una prosa cuya riqueza se asimila con naturalidad y sin sensación de exceso.

Es una confesión en toda regla, una especie de testamento de alguien que ha visto perdida la mayor parte de su vida, que se agarra a una última opción con tanta entrega como falta de convicción y que, gracias a la habilidad de la autora, resulta brutalmente convincente y consigue impregnarnos en su fatalidad. Una sensación tal vez no muy agradable desde la posición de lector, pero que hay que valorar como se merece cuando un autor es capaz de trasladarlo con esa destreza y eficacia, sin más trucos que escribir bien.


lunes, 14 de agosto de 2023

James Alan McPherson: Espacio vital

Idioma original: Inglés
Título original: Elbow Room
Traducción: Gemma Deza Guil
Año de publicación: 1978
Valoración: Recomendable (o algo más)

James Alan McPherson se convirtió, en 1978, el primer autor afroamericano en recibir un premio Pulitzer en la categoría de ficción. Su literatura, hasta ahora inédita al español, es sumamente valiosa, ya que transpira reflexiones la mar de estimulantes.

Espacio vital, antología de McPherson originalmente titulada Elbow Room que la editorial consonni ha traducido y publicado, compila doce relatos. La calidad promedio de dichos relatos es sobresaliente, de modo que me cuesta decantarme por alguno de ellos. Sólo el tercero, del que hablaré más adelante, me ha parecido bastante flojo, al menos en comparación con el resto.

En fin, que todos los relatos de Espacio vital abordan, con compromiso político pero sin por ello caer en el maniqueísmo o perder el sentido del humor, la experiencia afroamericana. Así pues, giran en torno a la desigualdad, la discriminación, los prejuicios, el racismo, la pobreza y la comunidad, aunque también tratan temas más amplios y universales, como el amor o la empatía.

Sus protagonistas (generalmente varones negros) son tan complejos como los personajes secundarios que les acompañan. Nunca nos son descritos de forma artificialmente halagüeña; siempre tienen defectos, miedos y angustias que los humanizan.

En ocasiones narran en primera persona, lo cual propicia que McPherson plasme sus voces y carácteres con suma eficacia. Me maravilla, por ejemplo, cómo el autor refleja timidez en "Por qué me gusta la música country", afecto ambivalente en "Historia de un hombre muerto", racismo casi inconsciente en "Soy estadounidense" o cinismo vulnerable en "Lo suficiente para la ciudad".

La prosa de McPherson destaca, además de por mimetizarse con el registro de sus narradores en primera persona, por manifiestar la pluralidad fonética y las diferencias de clase de multitud de secundarios. Asimismo, recuerda estilísticamente a escritores de la talla de Raymond Carver, pues opta por eliminar todo detalle superfluo y minimiza los alardes retóricos. Cosa que no impide, evidentemente, que nos sorprenda con pasajes conmovedores, metáforas agudísimas o meditaciones brillantes.

Llegados a este punto, dejad que me detenga en cada uno de los relatos:

  • En "Por qué me gusta la música country", un hombre rememora un antiguo amor de la infancia. Da una forma y textura la mar de artísticas a una premisa simple.
  • En "Historia de un hombre muerto", el protagonista, que ha prosperado, lamenta las decisiones de su primo. La crueldad y las tendencias autodestructivas del antagonista provocan escenas increíblemente tensas.  
  •  En "La bala de plata", un joven cobarde quiere unirse a una banda, pero antes debe atracar un bar restaurante para demostrar de qué pasta está hecho. Resulta entretenido de leer, aunque palidece en relación con los demás, ya que presenta situaciones tarantinescas, personajes caricaturescos, un subtexto apenas esbozado y un humor algo burdo.
  • En "Los fieles", el negocio de un barbero que se niega a modernizarse agoniza. Fascina su capacidad para cristalizar multitud de cosas en poquísimo espacio.
  • En "Problemas de arte", un abogado blanco debe defender a una mujer de color acusada de conducir bajo los efectos del alcohol. Si bien el desarrollo y el clímax son relativamente planos, la manera en la que McPherson los comunica los dota de interés. 
  • En "Historia de una cicatriz", un hombre pregunta a una mujer por qué tiene el rostro marcado. Juega adecuadamente con las expecativas del lector pero prima siempre la calidad del texto al giro.
  • En "Soy estadounidense", un turista descubre que un ladrón ha robado a los japoneses de la habitación contigua. Su sentido del humor es deliciosamente sutil.
  • En "Viudas y huérfanas", un profesor asiste a una velada de ricachones donde una antigua alumna (y novia) recibe un premio. Cóctel melancólico y ácido.
  • En "Una barra de pan", la comunidad se alza en contra de un comerciante que vende más caro en la tienda de su barrio. Un autor menos habilidoso jamás hubiera logrado desplegar el conflicto con tanta madurez, ni equilibrar las perspectivas y escoger imágenes simbólicas con idéntico acierto.
  • En "Lo suficiente para la ciudad", un cínico permite que religiosos de diversos credos acudan a su casa e intenten captarlo con tal de poder burlarse de ellos. El formato y el sarcasmo que desprende me parecen magníficos.
  • En "Una historia de fondo", un juez recapitula para concluir si un negro que ha disparado a su jefe es culpable. Su estructura fragmentaria y cierre circular son impecables. 
  • En "Espacio vital", un escritor habla sobre un matrimonio interracial. Joyita cuyos toques filosóficos y metaliterarios ensalzan un núcleo que ya era intrínsecamente potente.

Para ir terminando, sólo insistiré en que Espacio vital es una antología sobresaliente. Por si todavía no os hubiera convencido de ello, dejad que copie uno de los cientos de párrafos destacables que nos regalan estas páginas: «Virginia Valentine había salido de Warren unos diez años antes, montada en la cresta de una gran ola de campesinos fugados. Para las personas como ella, encarceladas durante generaciones, el mundo exterior ofrecía un horizonte absolutamente nítido y lleno de opciones dulces. Muchos no supieron encajar la libertad y se movían de un sitio para otro como locos, como mascotas largamente encadenadas que anticipaban los tirones de sus correas. Algunos se suicidaron. Otros, buscando la seguridad, entraron corriendo en otras prisiones. Pero unos pocos, como Virginia, alzaron el vuelo cual águilas aristocráticas en busca de altos picos desocupados en los que construir sus nidos.»

sábado, 12 de agosto de 2023

Juan Marsé: El embrujo de Shanghai

Idioma original: castellano

Año de publicación: 1993

Valoración: Recomendable alto


Aunque confieso que le tenía un poquillo olvidado, siempre he pensado que Juan Marsé es un grandísimo narrador, en el sentido más literal, no solo que escribe bien, sino que cuenta muy bien, que quizá no es exactamente lo mismo. Se puede escribir bien de muchas maneras, con diferentes estilos o manejando recursos muy diversos; pero a la hora de narrar, yo creo que solo cabe hacerlo bien o mal en sus diversos grados, es decir, haciendo llegar el relato al lector y haciendo que le interese, que de alguna manera sienta que tiene entre manos algo importante, atrayente por alguna razón, algo bien hecho. Marsé construye buenos relatos y los cuenta con soltura y con la naturalidad de quien tiene talento para ello.

El escenario de El embrujo de Shaghai es el más habitual en la trayectoria de este autor, al menos en lo que yo conozco: Barcelona unos pocos años después de la guerra, cuando la sociedad ha empezado a reconstruirse bajo el nuevo Régimen, una ciudad gris y algo mugrienta, con algunas oleadas importantes de inmigrantes, donde el futuro de la mayoría se sitúa muy poco más allá de mañana, y los chavales se dedican a callejear o al menudeo, o sirven como aprendices de algún artesano o comerciante. Es seguramente el escenario de la adolescencia del propio Marsé, y observamos también, quizá de forma más solapada que en otras novelas, el contraste de las clases bajas con las familias algo más acomodadas. 

En este escenario irrumpen algunos miembros del maquis, personajes que habitualmente cuentan con escasa presencia en la ficción, tipos que entran y salen de forma clandestina para preparar acciones, reclutar activistas o mantener contactos en el interior. Uno de ellos, el Kim, lleva tiempo medio desaparecido, sin más contacto con su familia que alguna pequeña carta. Su mujer y su hija adolescente y enferma de tuberculosis fantasean con el día en que el Kim vuelva para llevarles con él muy lejos. Entretanto, el chaval protagonista y parcialmente narrador entra por casualidad en contacto con la casa del ausente Kim, que visitará cada día durante un tiempo. La llegada coincide con la visita de un tal Forcat, compañero del combatiente desaparecido, que amenizará las tardes de los chavales contando las exóticas aventuras que han impedido al padre volver a encontrarse con su familia. Y bueno, ya he contado más de lo que acostumbro, creo.

La aparición del maquis, aunque sea meramente instrumental y ceñida a unos pocos personajes sueltos, acentúa la sensación de país sumido en la oscuridad del protofranquismo, porque la acción de estas guerrillas representaba una última opción de derribar al Régimen, opción sin embargo tan lejana e improbable que por el contrario parecía anunciar lo inevitable del destino de las próximas décadas. De esta forma, las estimulantes aventuras que con mucha destreza describe Forcat son una ventana a otros mundos, lejanos, excitantes, que sirven de bálsamo a la postración, el desánimo y la rebeldía infructuosa que, no sé si voluntariamente, pueden personificarse en la joven Susana, encamada, febril y rodeada de emanaciones de eucaliptos. 

El contraste no es solo social, sino también individual. El fascinante relato del visitante, lleno de viajes y peligros, con el fondo de la eterna pugna entre el bien y el mal, se funde con las pequeñas miserias de lo cotidiano, celos, envidias, mentiras e ilusiones cutres que no hay forma de esconder. En esa mezcla de lo ilusionante y lo real surgen personajes de enorme atractivo, como el inolvidable capitán Blay, el viejo chiflado que detecta aires pútridos en las calles (algo que recuerda al Tibidabo de Gonzalo Suárez); Anita, la taquillera de cine, aficionada al vino y con fama de demasiado ligera; el propio Forcat, con un punto misterioso que nos sugiere respuestas sucesivas, ninguna convincente; o la tísica Susana, ya citada, todo un modelo de adolescente despótica y algo manipuladora. Un repertorio de personajes ricos y trazados con estilo.

Tampoco me parece que a Marsé se le pueda acusar de excesos formales. No tengo esa sensación de lecturas anteriores, y desde luego en el libro que ahora comentamos no cae en ese defecto en absoluto. Es una narración, mejor dicho, dos narraciones en formato de relato enmarcado, con un ritmo impecable y nítido, sin remansos, con algún recurso retórico muy esporádico, breve y pertinente, alguna prolepsis algo sorprendente, o un par de cambios repentinos de narrador, utilizados de forma tan contenida que se diría que el mismo autor se ha frenado en su uso. Marsé parece disfrutar jugando a autor de novela negra en esa narración subordinada, y también en ese aspecto consigue un resultado brillante, más incluso porque ese juego funciona muy bien como contrapunto de color a las vidas vulgares que desfilan por el relato principal.

Sí, bueno, quizá hay en la novela un par de cosas que me convencen algo menos, pero por una vez me las voy a callar. Lean ustedes el libro, que merece la pena, y descúbranlas por sí mismos.

Otras obras de Juan Marsé reseñadas en ULADSi te dicen que caíRabos de lagartijaLa oscura historia de la prima MontseÚltimas tardes con Teresa


viernes, 12 de mayo de 2023

Rachel Cusk: Segunda casa

Idioma original: inglés
Título original: Second place
Traducción: Catalina Martínez Muñoz
Año de publicación: 2021
Valoración: recomendable (alto)



«En esa época de año —primavera— las patatas que guardamos en el cobertizo empiezan a echar brotes, aunque las conservemos completamente a oscuras. Les salen esos brazos blancos y carnosos porque saben que es primavera, y a veces me quedo mirando una patata y pienso que sabe más que la mayoría de la gente»

Tengo la opinión de que cuanto más difícil resulta distinguir los mimbres de una buena narración (incluso una vez concluida su lectura) esta ha sido concebida más cerca de las tripas que del cerebro, más orgánica es, más íntima y personal. En el caso de Rachel Cusk, se le añade una buena bofetada de honestidad y esa leve y continua sensación urticante de que nada de lo que está escrito es inocente.

Resumen resumido: M vive una apacible existencia con su esposo Tony en una marisma remota, mientras siente que la madurez vital que atraviesa tiene muy poco que ofrecerle. Sin embargo, la idea de invitar a L, un artista plástico cuya obra admira desde hace años, a pasar una temporada en la casa de invitados (la segunda casa), despierta en ella un entusiasmo inesperado que la llevará a proponérselo de inmediato. El tiempo que L pasará con ellos será un recuerdo inolvidable pero no en los términos que M imaginaba.

La premisa de Segunda casa está inspirada en la obra Lorenzo en Taos de Mabel Dodge Luhan. En ella, la propia autora, una rica mecenas estadounidense de las artes, explica la singular experiencia vivida cuando el escritor D. H. Lawrence (El amante de Lady Chatterley) aceptó su invitación de pasar una temporada en la colonia de arte de Taos que ella regentaba.

Sin que M pueda considerarse propiamente una mecenas al uso, sí vive una intrínseca relación con el arte en su vida cotidiana, tanto desde el punto de vista sensorial como intelectual. Ello contribuye a un particular perfil psicológico que el lector no puede dejar de lado a la hora de transitar junto a ella las vivencias que narra.
«Los dedos del pianista, rigurosamente entrenados, son más libres de lo que lo será jamás el corazón esclavizado del amante de la música. Supongo que esto explica por qué los grandes artistas pueden ser personas tan horribles y decepcionantes. La vida rara vez ofrece la oportunidad o el tiempo suficiente para ser libre en más de un sentido.»
Esa hipersensibilidad artística de la protagonista, combinada con una vida apartada y sin más contacto que la propia naturaleza, en una fase vital en plena crisis de la madurez y de monotonía matrimonial, se materializa en una deriva emocional de abulia hacia todo lo que la rodea en su vida cotidiana. M está en crisis y cree que el hecho de tener a L cerca, con su personal visión de la realidad, va a darle una perspectiva mucho más excitante. Probablemente de forma subconsciente, M también está manejando otras motivaciones más básicas (dicho en el buen sentido), como el hecho de que necesita conectar con otro ser humano y sentirse mirada de nuevo.

Al final, la visita de L no es más que un pretexto para que la autora, a través de su narradora protagonista —y en su soliloquio frente a un tal Jeffers— exponga una serie de reflexiones muy personales y aún más audaces, sobre cuestiones de calado:
  • Sobre el menosprecio hacia nuestras necesidades más básicas cuya satisfacción siempre relegamos. La importancia de escucharse y de ser sincero con uno mismo, aunque sea hablando con un Jeffers imaginario.
  • Sobre la complejidad y omnipresencia del sesgo patriarcal en la sociedad.
«(…) esa aura de libertad masculina está presente en la mayoría de las representaciones del mundo y de nuestra experiencia humana en él, y que como mujeres nos hemos acostumbrado a traducirla a un idioma que podamos reconocer (…) evitando algunas de las partes a las que no encontramos sentido o no entendemos, y otras a las que sabemos que no tenemos derecho, y voilà!: participamos. Es como llevar un traje elegante que nos han prestado, o a veces directamente una suplantación (…)»
  • Sobre el arte en la vida del ser humano como faceta imprescindible para gozar de una vida plena.
Segunda casa está plagada de reflexiones muy diversas y pertinentes que obligan al lector o bien a detenerse o bien a plantearse una segunda lectura. Por otra parte Second place también ser puede traducir como segundo puesto, lo que encaja muy bien con la sensación de intrascendencia que invade a la protagonista. Rachel Cusk me ha sorprendido muy gratamente en esta primera incursión en su obra y espero volver a ella más pronto que tarde. Recomendable alto.

También de Rachel Cusk en ULAD: A contraluz

viernes, 5 de mayo de 2023

Fight Combo: La condesa sangrienta.

Más que célebre es la historia de la condesa húngara Erzébet o Elizabeth Báthory, que a comienzos del siglo XVII se supone dio muerte, personalmente o como comandataria, a cientos de muchachas con el objeto de  satisfacer sus impulsos sádicos. aunque también de llevar a cabo prácticas en teoría rejuvenecedoras, como darse baños en la sangre de sus víctimas o rituales brujeriles. No sé si cientos, pero sin duda sí que decenas de libros se han escrito sobre ella (y también se ha realizado más de una película); los más conocidos en el ámbito hispanófono son, con seguridad, el que escribió la poeta argentina Alejandra Pizarnik y, antes que éste, el que le dio lugar, de otra poeta, la francesa Valentine Penrose, ambos con el mismo título, La condesa sangrienta y publicados, con algunos años de diferencia, en la década de los 60 del siglo XX. Veamos cuáles son las concomitancias y diferencias entre ellos:

Idioma original: francés

Título original: Erzsébeth Bàthory. La Comtesse sanglante

Año de publicación: 1962

Traducción: M. Teresa Gallego Urrutia e Isabel Reverte

Valoración: más que recomendable

No sé hasta qué punto este libro se considerará canónico sobre el tema, en el ámbito historiográfico, pero, como digo, al menos sí que se considera una obra literaria importante, quizá la principal que ha dado lugar la historia/leyenda de Erzébet Báthory. Y eso se debe a que, si bien parece que Valentine perose buscó y utilizó toda la bibliografía y documentación que pudo encontrar sobre la figura de la condesa Báthory, al final no compuso una biografía al uso. o; mejor dicho, sí que lo hizo, pero no se limitó a eso: este libro es también la crónica de una época y un lugar en pleno cambio, la Hungría de alrededor de 1600, que estaba evolucionando desde la ferocidad -por no decir la barbarie- de una sociedad aún feudal y guerrera (ante la amenaza turca, principalmente), hacia la implantación de un estado fuerte, centrado en la figura del emperador y más orientado a los vientos provenientes de Europa occidental. Pero, sobre todo, es una orgía para los sentidos, un derroche de suntuosidad literaria, tanto en lo que respecta a los aspectos más "ambientales", digamos -las descripciones de fiestas y banquetes, de bosques y castillos, de elementos climáticos, de paisajes urbanos, las genealogías familiares-, como de aquellos otros inevitablemente horrendos, sanguinarios, morbosos... las torturas y los asesinatos, las masacres, incluso, que dejan tras de sí cadáveres, charcos de sangre y hedor.

Como ya he mencionado, Penrose estructuró este libro como una biografía de la condesa, pero también a modo de crónica familiar, tanto de los perturbados Báthory como de los respetados Nàdasdy, la familia de su esposo. Y de la situación política del Imperio Germánico (del que Hungría no formaba parte, pero Austria, sí) en la época de los Habsburgo. pero sobre todo, el libro es un estudio sobre la locura sádica y narcisista, así como de la abyección humana, pues la condesa no perpetraba sola sus crímenes, sino que necesitaba la ayuda de sus siniestras sirvientas -Dorkó, Jó Ilona, Kata Beniezsky, Fitzkó-, la complicidad de muchas personas que cooperaban en la tarea de conseguirle víctimas y el silencio, ya fuera cómplice o cobarde, de muchas otras que sabían o sospechaban los que ocurría en su castillo de Cjelthe, o en otras de sus residencias, incluso en la propia Viena.  Porque, además, La condesa sangrienta, no sé si de forma intencionada por su autora, aunque cabe pensar que sí, tiene una lectura política: la condesa y sus secuaces no se cebaban con las hijas de la nobleza húngara, aunque hubieran podido hacerlo, sino con una infinidad de chicas campesinas que sus propios padres ponían a su servicio; así lo hacían, en primer lugar, para evitarse  problemas evidentes, pero también porque la condesa Báthory consideraba que tal era su privilegio, al pertenecer ella a una de las principales familias del país... y, ciertamente, como tal estaba protegida por los poderosos, incluso cuando se destapó todo el pastel y hubo que imponerle algún castigo. este privilegio de clase también era evidente en el caso de Gilles de Rais, el asesino en serie (o incluso de masas) con quien más se puede comparar a la Báthory -de hecho, Valentine Penrose le dedica un capítulo entero de su libro-, perteneciente, a su vez, a la más alta nobleza francesa del siglo XV.

Aunque lo más destacable de este La condesa sangrienta, aparte del obvio impacto gore que guardan sus páginas, es la recreación  de todo un mundo cerrado, malsano, aunque fascinante, que denota la desconexión con la realidad de alguien que se siente libre de llevar hasta el límite sus fantasías e impulsos más sádicos y homicidas... (por entendernos y para quien la haya leído, la novela malrrollera por excelencia, La chica de al lado, sería una versión doméstica de esta gran producción hollywoodiense en tecnicolor). Una recreación de un mundo tan endógeno que llega a poseer cierto carácter onírico, lo que no es de extrañar habiendo sido Valentine Penrose, antes que nada, una poeta del movimiento, aunque el tono literario del libro recuerde más al simbolismo decimonónico. En cualquier caso, os aseguro que es una lectura que no puede dejar indiferente a nadie.


Idioma original:
español
Año de publicación: 1966
Valoración: también recomendable

Pocos años más tarde que el libro de Penrose y, son duda, entusiasmada por éste, la poeta Argentina Alejandra Pizarnik publicó su propia versión -comenzada, al parecer a modo de reseña-, que puede considerarse casi como un resumen del libro anterior o incluso, más aún, una condensación (o, en este caso, "condesación"... vale, perdón, ya lo dejo) al estilo Reader's Digest. Claro que en absoluto su intención era hacer más "digerible" la historia; bien al contrario, Pizarnik se centra casi en exclusiva -también su libro es considerablemente más corto- en ciertos aspectos que más le interesan: su deriva sádica y truculenta más que en el color local o de la época. Como ella misma explica: "La perversión sexual y la demencia de la condesa Báthory son tan evidentes que Valentine  Penrose se desentiende de ellas, para concentrarse exclusivamente en la belleza morbosa del personaje." Y adjunta una cita de Jean-Paul Sartre, que podrían firmar muchos psycho-killers: "El criminal no hace la belleza: él mismo es la auténtica belleza."

También cita, para que no se diga, a René Daumal, Gombrowicz, Rimbaud, Baudelaire, Milose, Octavio Paz, Antonin Artaud, Pierre-Jean Jouvé y diversas elegías del cancionero. Y, por supuesto, al marqués de Sade, que no puede faltar en toda esta salsa:
"Como Sade en sus escritos, como Gilles de Rais en sus crímenes, la condesa Báthory alcanzó, más allá de todo límite, el último fondo del desenfreno. Ella es una prueba más de que la libertad absoluta de la criatura humana es horrible."

No conozco lo suficiente la obra de Pizarnik como para explicar cómo encaja  en ella su "condesa sangrienta" (si a alguien le interesa mucho saberlo, parece que César Aira tiene publicado un ensayo sobre esta escritora. Según él, por lo visto, Pizarnik no quiso seguir por este camino, que para ella quedaba agotado con este libro). Sin duda, su impronta poética ve reflejada en la belleza que consigue sacar de esa pesadilla splatterpunk que suponen los crímenes de la condesa y compañía, algo que se ve reforzado por las magníficas ilustraciones, entre góticas y simbolista, de Santiago Caruso para esta edición de Libros del Zorro Rojo (no es la única ocasión, por cierto, que este ilustrador argentino ha puesto imágenes a la obra de su compatriota). El libro, cierto es, no tiene la riqueza descriptiva ni la ambientación de que hace gala el de Valentine Penrose, pero gana en síntesis y en un esteticismo más depurado, así como en una mirada más "filosófica" (si se quiere decir así) sobre la atracción del abismo que conlleva asomarse a la figura de la condesa Báthory y a sus perturbados crímenes. Ambos libros, en cualquier caso, resultan recomendables, aunque quizá no muy digeribles para según que estómagos, yo aviso...



jueves, 13 de abril de 2023

Jacobo Rivero: Bulbancha

Idioma original: castellano

Año de publicación: 2021

Valoración: Recomendable alto


Nueva Orleans es una ciudad que puede sonarnos a unas cuantas cosas: multiculturalidad, ambiente festivo, Bourbon Street, el Barrio Francés, movimientos alternativos, vudú, pero quizá sobre todo música. Pasa por ser la cuna del jazz, del rhythm and blues, pero también el escenario de los desfiles tras las brass bands, el cajún, todo reunido, remezclado diríamos, y alimentado por el sincretismo con ritmos caribeños y africanos. La síntesis de la cultura negra en una ciudad que es un poco una isla que se resiste a la bota del supremacismo blanco-anglosajón, que la observa con desconfianza y no consigue someterla, aunque poco menos que la abandone a su suerte frente a las consecuencias de un huracán, el Katrina, recuerden, que es también otra referencia inevitable.

Todo esto que, dicho así de rápido ya lo sabe todo el mundo, lo explora con detenimiento y testimonios directos Jacobo Rivero en Bulbancha. Por aquí pasan semblanzas o entrevistas con músicos que cuentan su experiencia, en algunos casos reciente, como Leyla McCalla, otros más veteranos, como Dr. Michael White o Cole Williams, o que se cuentan entre los pioneros, como Sweet Emma Barrett y por supuesto Louis Armstrong. O mil nombres más, que nacieron o recalaron o se hicieron famosos aquí, en una atmósfera de creatividad que acabó extendiéndose por todo el mundo. 

Disfrutarán desde luego los fans de este tipo de sonidos leyendo acerca de muchos de sus nombres más ilustres, pero hay más, tanto en la música como fuera de ella. Explica el libro, sin necesidad de ponerse exhaustivo o académico, cómo se va formando esa amalgama a base de aportaciones dispares: desde las canciones de los esclavos que conservaban sus raíces africanas, hasta los emigrados de Haití y Cuba, que a su vez sumaban diferentes influencias caribeñas. El mix cultural impregna la ciudad, no solo en garitos célebres o anónimos que ofrecen directos por todas partes, sino en la misma calle, donde pueden verse cosas a primera vista tan extravagantes como los jazz funerals, o las secondlines, siempre música en vivo, participativa, desinhibida y festiva.

Pero decía antes que no todo es música. Este gran movimiento cultural, que tiene como referente su carácter libre e interracial, y origen en los barrios más pobres, se extiende a otras actividades, eso que los americanos llaman acción comunitaria, y que tiene menos que ver con la política a la manera europea que con una especie de auto-organización en favor de los derechos sociales. Así encontramos una interesante historia sobre el Black Panther Party a través de una entrevista con Malik Rahim, uno de sus líderes, o un capítulo dedicado a la emisora local WWOZ, siempre abierta a los artistas locales y elemento cohesionador de la cultura local.

El racismo estructural sobrevuela todo el libro, todos sus testimonios, desde los más antiguos, cuando a músicos incluso célebres se les cerraban puertas de hoteles solo para blancos, a los episodios más recientes de violencia policial (siempre presente), que dieron lugar al todavía vigente movimiento Black Lives Matter. Resulta estremecedor revisar situaciones de segregación que llegaban incluso al Ejército, y conocer cómo tuvo que ser en las Brigadas Internaciones que llegaron a España cuando por primera vez un negro dirigió una compañía formada mayoritariamente por blancos. El estigma de la raza, prolongado durante tantas décadas, ha generado lazos de solidaridad y sentimiento de comunidad que no solo reúnen a los negros, sino a todos los que de una u otra forma son desplazados del sistema (nativos americanos, hispanos, mestizos, blancos sin recursos), y de vez en cuando provoca chispazos de violencia y rebelión, que casi siempre quedan en nada. Muy poco a poco se va ganando terreno, pero queda todavía mucho camino por recorrer.

El caso es que la gente se lo monta como puede, pero consigue mantener el apego a la vida a través de la música y el encuentro con los vecinos y quienes quieran acompañarles. El ritmo y las prioridades son diferentes, como lo muestra esta anécdota del trompetista Kermit Ruffins:

‘A uno de sus conciertos en el Vaughan´s acude Elvis Costello: terminada la actuación, y mientras el trompetista se fuma un canuto, le sugieren que quizá sea bueno acercarse a Costello para salir de Nueva Orleans y darse a conocer. Entre la opción de la fama y seguir disfrutando con sus colegas de barbacoas, hierba y actuaciones locales, prefiere lo segundo, así que pasa de acercarse al bueno de Costello’.

Supongo que parte de todo esto habrá ido siendo absorbido, y quizá prostituido, por el turismo y los intereses de las grandes compañías que siempre huelen el negocio. No lo dice Jacobo Rivero, pero aunque así fuera parece, por lo que cuenta, que aún se mantiene en pie cierto espíritu que podríamos llamar de autenticidad, el carácter de esa ciudad que más que norteamericana es ‘el norte del Caribe’, que es consciente de ser tierra de aluvión y que acepta encantada seguir sumando influencias y mestizaje, siempre sin perder su raíz. 

Y por lo que nos cuenta Rivero, parece que la huella que de todo esto queda en la gente es importante porque, como dice uno de los personajes que circulan por este interesante libro, tú ‘no vives en Nueva Orleans, Nueva Orleans vive en ti’.


lunes, 3 de abril de 2023

Rosa Chacel: Memorias de Leticia Valle

Idioma original: castellano

Año de publicación: 1945

Valoración: Recomendable alto


Puestos a buscar mujeres escritoras no hace falta irse muy lejos y mucho menos hacer ‘descubrimientos’ extraños. Esto es, claro está, una opinión personal, porque creo que hay escritoras interesantes que siempre han estado ahí, que sí están en los manuales, pero a las que casi nadie presta atención hoy en día, quizá porque no se ajustan a ciertos patrones. Pero antes de meterme en berenjenales no deseados, pasemos a hablar de Rosa Chacel, vallisoletana, autora poco ruidosa que afortunadamente llego a cosechar premios importantes en vida. Memorias de Leticia Valle es quizá su obra más conocida, y da para comentar bastantes cosas.

Se trata de un texto en primera persona con la narración de una niña de apenas doce años que cuenta cosas que va sintiendo y descubriendo, pero que nadie piense en el diario tontorrón de preadolescente llena de perplejidad e inseguridades. Con posibles rasgos autobiográficos, Leticia describe la vida, más bien aburrida, en un pueblo donde convive con una tía y con su padre, militar lisiado recién regresado de Marruecos. Pronto comienza la niña a tomar clases de música en casa de doña Luisa, y también enseguida el marido de esta, don Daniel, pasa a ser su profesor en materias escolares amplias. Todo el relato se establecerá en el triángulo entre estos tres personajes.

Leticia es una niña precoz, pero su voz no es la de una repipi, ni la impostada de una adulta que finge hablar como una menor, lo que leemos es sobre todo lo que ella ve y siente desde la posición en que le coloca la edad, narrado de forma cristalina, con maestría absoluta que combina la necesaria ingenuidad de la mirada con la precisión y la finura del relato. Una síntesis perfecta que deja además imágenes insólitas, algunas de enorme belleza, que solo pueden salir de la cabeza de una niña, como cuando explica con naturalidad las fantasías que de improviso le venían cuando era aún más pequeña.

Pero claro, esto no es tan sencillo, porque lo que vive Leticia va más allá de lo corriente o esperable. Está ansiosa de aprender cosas, aunque no necesariamente, o no solo, lo que se aprende en la escuela. No piensen mal: la niña disfruta con la música de doña Luisa, y también cocinando con ella, necesita conocer de verdad a su padre, saber lo que hace o hacía y por qué, se entusiasma con las enseñanzas de don Daniel, quiere absorber conocimientos y teme no llegar al nivel deseado. Como es lógico, no tiene claro lo que busca, pero sí que busca con intensidad, quizá probarse, quizá tocar la puerta del mundo adulto, absorber lo que siente o intuye que puede estar ahí fuera.

Todo ello va configurando esa relación tan especial con Luisa y Daniel. Con ella establece lazos que se parecerían a los que tendría con su propia madre, que es por cierto una figura completamente ausente del libro, como si nunca hubiera existido. La maestra ve sin embargo a Leticia como una amiga, sin importar la diferencia de edad. Y con Daniel las cosas, que siempre tuvieron un sesgo algo extraño, tomarán un rumbo inesperado donde irá creciendo una atracción (¿mutua o solo unilateral?) que ha hecho que se compare a esta obra con Lolita, escrita por cierto diez años más tarde.

Pero no, tampoco eso es suficiente para hacernos una idea fiable del libro, hace falta el ingrediente fundamental: la elipsis. Todo en Memorias de Leticia Valle es una enorme elipsis donde, aunque lo que leemos aporta información necesaria, mucho más importante es lo que no podemos leer, lo que no se cuenta, lo que queda tras la cortina que extiende la autora. Es la mayor grandeza y originalidad del libro, continuar línea tras línea siendo conscientes al mismo tiempo de que hay mucho más que queda fuera del foco, cosas que llevarán al relato a su desenlace (también brumoso, equívoco) pero que deberemos construir en base a lo que tenemos delante. Si no lo hacemos, nos quedará la sensación de algo escrito con inteligencia y finura, pero algo blando donde pesa más la sensibilidad del diario que el vigor de una narración atrayente.

Hay quien dice que Rosa Chacel tenía cierta tendencia a la autocensura, y de ahí el vaciado de los elementos más potentes, y quizá escabrosos, del texto (ya sabemos que los censores no se destacaban por su perspicacia). Sinceramente pienso que esto no es suficiente para explicar un relato escrito como a trasluz. Yo creo que la voluntad de escamotear escenas decisivas es parte, y una parte fundamental, del planteamiento narrativo, como si la autora se hubiera propuesto el ejercicio de contar sin llegar a ser explícita, un recurso muy difícil de desarrollar y que en mi opinión se alcanza con pleno éxito.

Es más, eso que solo se deja entrever tras las veladuras de un discurso aparentemente inocente, provoca mucho más desasosiego precisamente por permanecer oculto, o casi. El lector se pregunta si ha entendido bien, si no estará malinterpretando pequeños detalles, si se ha perdido alguna información. Eso sí, la jugada es arriesgada porque, a fuerza de sutileza y de amagar, uno puede terminar por desconectar y decidir que no quiere hacer el esfuerzo de leer entre líneas porque que en realidad en el relato de Leticia no ocurre nada importante. Y yo les aseguraría que sí, que sí ocurre, que Rosa Chacel nos hace sufrir un poco para descubrirlo pero está ahí, y luego cada uno lo verá de una forma y con un alcance diferente. Seguramente no llegaremos a la misma conclusión, pero habrá merecido la pena.