Idioma original: francés
Título original: La Vérité sur l'Affaire Harry Quebert
Año de publicación: 2012
Valoración: decepcionante, o no. Depende.
Traducción: Juan Carlos Durán Romero
Nos la quieren meter doblada otra vez. Esto es así. Pero es primero de julio y lunes y lo mejor será tomárselo todo con humor.
Hay un montón de cosas por comentar y necesito un orden... Empecemos por la faja, que la tengo a mano:
El mayor fenómeno editorial de los últimos años: un joven suizo de 27 años con un thriller monumental, número 1 en ventas en Francia.
Premio Goncourt des Lycéens, Gran Premio de Novela de la Academia Francesa y Premio Lire a la mejor novela en lengua francesa.
Uno está empezando a perder la fé en los franceses, a quienes tenía en alta estima ya ni me acuerdo de por qué. Leo por ahí que esta novela quedó finalista del premio Goncourt y que no ganó por un voto. Un voto de nada. Casi como perder en penaltis. Yo entiendo que no todos los años son igual de buenos, como pasa con el vino, que no siempre hay obras
geniales a las que premiar, pero si nos suena que el Goncourt es o era un premio prestigioso y miramos en
wikipedia comprobamos que, entre los ganadores, hay gente como Houellebecq, Maalouf o Duras (y antes, Malraux, Proust...). La conclusión de esto es que a los franceses, sea como fuere, se les ha ido la olla: por
un voto.
Y ahora, dos citas escogidas de la contra y la solapa:
Recuerda a Philip Roth, Jonathan Franzen o Woody Allen.
Descrita como un cruce entre Larsson, Nabokov y Philip Roth.
A esto me refería con mi frase inicial:
meter doblada. Ese concepto. Fue por culpa de estas campanas sobre Nabokov y Roth y Franzen (lo de Woody Allen supongo que tiene que ver con las llamadas telefónicas de la madre, pero ya llegaremos a eso) que me venció la curiosidad y leí el libro, a pesar de sus casi 700 páginas y de que andaba metido en otras lecturas. Pero joder: ¡Nabokov! ¡27 años! ¡Goncourt! ¡Liberté! ¡Fraternité! ¡Zidane!
A estas alturas os estaréis preguntando de qué va el libro. Os entiendo. Pero antes quisiera mencionar sólo por encima una cuestión que me ronda la cabeza en los últimos meses sobre los libros cuyos protagonistas o personajes principales son escritores. Qué. Está. Pasando. Los hay buenos, malos y regulares, claro, no voy a entrar en generalizaciones cualitativas, pero de un tiempo a esta parte, no sé si ha sido suerte u otra cosa que tendría que hacerme mirar en el médico, a mi alrededor brotan textos así como champiñones. A saber, por encima:
Moo Pak,
Twist,
Magma,
Siberia,
El joven Nathaniel Hathorne,
X,
La vida interior de las plantas de interior,
Mr. Gwyn... Hay más, pero no es el momento. Repito: qué está pasando. Volvamos al libro: ¿de qué iba?
Pues de un ¡joven escritor de gran éxito! que tratará de esclarecer el crimen presuntamente cometido más de treinta años atrás por un ¡viejo escritor de gran éxito! que es, por cierto, su mentor y amigo. Esto es un no parar, reconozcamoslo. El tema es que, al poco de empezar la novela, desentierran los huesos de una niña de 15 años (¡adolescente escritora de gran- nooo, es broma, es broma) desaparecida 33 años atrás y con quien el famoso mentor tuvo una relación cuando él contaba 34. Bastante sórdido, eso de ella tuviera quince, por mucho amor que diga haber sentido el personaje hacia la niña. A lo largo de la novela, en cualquier caso, el protagonista (Marcus Goldman, joven escritor de éxito, etc.) ejercerá de detective con la intención de averiguar "la verdad sobre el caso Harry Quebert" y, con suerte, liberar de la cárcel a su viejo amigo, a quien considera inocente del crimen, escribir un libro sobre el proceso, etc.
Esto es: un thriller en toda regla. Niña asesinada, hombre en prisión, investigador civil, dudas, secretos, mentiras,confesiones, personajes de última hora.
Añadimos a esto: numerosas reflexiones sobre el acto de escribir, sobre el sentido de la escritura, sobre el negocio de la escritura, sobre la página en blanco. Y un libro misterioso. Y metaliteratura.
Vamos con Roth y Nabokov (supongo):
Salpimentamos con: la historia de amor entre el viejo escritor (Harry Quebert, que no lo había dicho) y la niña de 15 años.
Por último: como a los dos escritores les gusta el boxeo, se pegarán algunos sopapos en plan deportivo y hablarán también de
eso de atizar, buscándole simetrías con
eso de escribir.
No me extenderé, lo diré escuetamente, estoy seguro de que otros lectores hablarán de ello: contar una historia de amor entre un tío de 34 y una niña de 15 NO BASTA para relacionar un libro con Nabokov. Asimismo, incluir reflexiones sobre el boxeo NO BASTA para relacionar un libro con Roth. Establecer esa relación es reírse de los lectores. Es engañar. Es querer
metérsela doblada a quien busca una determinada lectura. Es tener unos cojonazos de aúpa. Y, en último extremo, es culpa nuestra seguir haciendo caso de todas las barbaridades que se dicen de un libro. Lo de Franzen (ver cita, más arriba) ya me lo explicarán. Alguien. En alguna parte. Sobrio.
Por supuesto, esta
flipada de los editores no tiene que ver con el autor ni con el texto en sí; en una entrevista reciente, Joël Dicker confiesa que su única intención era escribir un buen libro y ya está. Vale, ok: bien por él.
El libro tiene cosas buenas: entretiene, se lee fácil, busca sorprender. Eso tiene de bueno. Lo que pasa es que a las tres cosas se les pueden poner
peros:
Entretiene: porque ninguna reflexión puesta en boca de los personajes es profunda o convincente, ni siquiera las referidas a la literatura. Todo es ligero, superficial, tópico. Hueco. Entretiene como un reality de investigación criminal (que ya están tardando. Hasta les doy un título: Mastercrime).
Se lee fácil: y tanto. Aproximadamente el 80% del texto son diálogos, o diálogos indirectos. Pim, pam, pum. Ningún interés en labrar la palabra (ay, Nabokov), toda la maquinaria puesta al servicio de la trama. Prosa simple, eficiente, invisible. Hay capítulos en los que el protagonista habla con más gente que yo en una semana. Un infierno
, en verdad os digo.
Busca sorprender: 700 páginas dan para muchos giros, y ciertamente algunos están bien. El problema viene cuando a falta de unas 150 páginas para el final el autor quiere rizar el rizo, y girar, y volver a girar y, desde mi punto de vista, se cae. Un mareo, un absurdo. Y claro: en las últimas 50 páginas tiene una liada
pero tan grande que se pasa 40 tratando de poner orden, explicar, re-explicar, aparentar normalidad, recortar los numerosos flecos... y a pesar de ello deja una sensación de la cosa no está bien, de que flaquea. El problema de los fuegos artificiales es que, cuando terminan, sólo queda humo.
En cuanto a la relación entre hombre y niña, tema capital del libro (es un decir: no hay un
tema en el libro), me gustaría apuntar una cosa: la ninfa en cuestión (Nola) es, por si no teníamos suficiente con las neuras del protagonista,
un personaje abofeteable de puro cándido. En serio. No tiene ningún
puto sentido que un tío más o menos adulto se interese por una cría que
sólo habla (no miento) con ¡exclamaciones! y cuyas frases más
habituales son "¡te quiero!", "¡es muy bonito!", "¡me gusta mucho!",
"¡tienes que escribir, mi amor!" y otras por el estilo. No pasa de ese
encefalograma plano, a pesar de lo que de ella se diga hacia la mitad del libro:
creedme. Por eso un lector más o menos suspicaz pensará que: a) el
viejales tiene algún tipo de tara mental (no se menciona en el texto)
o, más probablemente, b) la niña está superdesarrollada y, además,
buenísima (se sugiere, pero tampoco se menciona). La trama habría sido
más honesta y verosímil si, simplemente, el autor hubiera puesto negro
sobre blanco que la muchacha era algo espectacular. Pero no: que si sus
gráciles movimientos, que si su luminosa energía, que si su alegría de
viVAMOS, HOMBRE.
Ya termino, perdón. La conclusión vendría a ser que es una lectura poco exigente, apropiada para el verano, puro best seller con aroma ("recuerdos", dicen los chefs modernos) a eso de escribir novelas, Dan Brown sin Dante, Larsson sin Lisbeth Salander, Stephen King sin el payaso de
It, prácticamente un guion cinematográfico con algo de sexo, con algunas escenas moñas y otras violentas, con personajes capaces de decir, sin vergüenza, "senos generosos" (¡senos generosos! ¡no me jodas! ¿cómo de generosos? ¿
cuánto de generosos?) y, en fin, qué puedo añadir, ya os hacéis una idea. A mí me ha decepcionado profundamente, pero estoy seguro de que mucha gente disfrutará del libro como de un filete, se venderá a lo grande y ayudará a cuadrar las cuentas de los libreros, que falta nos hace. Lo mejor de la novela, por cerrar con una sonrisa, son las conversaciones del protagonista con su madre: puro absurdo, excepcionales para animar el ambiente entre dramas y muertos, cachondísimas. Lástima que sean tres.