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martes, 21 de julio de 2020

TochoWeek IV #2. Alberto Laiseca: Los sorias

Idioma original: Español
Año de publicación: 1998
Valoración: Empachoso 


Los sorias (premio Boris Vian) es considerada una obra maestra de la literatura latinoamericana. Autores de la talla de César Aira, Rodolfo Fogwill y Ricardo Piglia respaldan dicha opinión. Personalmente, no sabría decir si están en lo cierto. En todo caso, reconozco que esta es una novela pródiga en virtudes. Pero me es imposible negar lo obvio: también la lastran bastantes defectos. Y, además, es de ese tipo de ficciones que solamente atraerá a aquellos cuyos gustos sean afines.

Me explico: uno puede apreciar el tremendo esfuerzo que supone concebir este texto. Sin embargo, disfrutar de su lectura y reconocer sus geniales hallazgos es una tarea complicada. Únicamente quienes estén predispuestos a este tipo de narrativa saldrán de él con ganas de más. De más Alberto Laiseca, de más experiencias realmente singulares.

Volvamos al libro. A este tocho kilométrico que el autor tardó diez años en escribir (y otros dieciséis en publicar). Valorarlo según su carácter unitario le hace un flaco favor, pues no está concebido para ser leído de un tirón, ni tiene un argumento estrictamente lineal. Si acaso, hay que acercarse a esta obra como si de un retablo fragmentario se tratara. Sus mejores ideas se encuentran dispersas; su humor, espaciado. Tengámoslo muy en cuenta.

Estamos frente a un artefacto literario que parece un homenaje (y, asimismo, una crítica) a la posmodernidad. Ante una pintoresca mezcolanza de géneros y registros: ciencia ficción, fantasía, humor, terror, drama bélico, música, poesía, teatro... Ante una épica que narra el conflicto que existe entre las naciones de Tecnocracia y Soria. Ante la historia de un dictador que se humaniza.

Los aspectos positivos de esta obra son, a mi juicio, los siguientes:

  • Es una inestimable ventana al curioso universo de Laiseca. Universo onanista y, al mismo tiempo, proclive al tributo (o saqueo, más bien) de lo ajeno. 
  • Su originalidad. 
  • Su creatividad. La imaginación de Laiseca es colosal, capaz de conjurar una Tierra ficticia (aunque tenga algunas similitudes geográficas e históricas con nuestro planeta); una Tierra abundante en "lore", con sus propios países, lenguas y religiones. Amén de un sistema de magia tremendamente complejo (aunque, eso sí, algo incongruente). 
  • Como acabo de insinuar, el sistema de magia de Los sorias es fascinante. Involucra a ocultistas, sociedades esotéricas, mudras, viajes astrales, máquinas capaces de ofrecer apoyo logístico, zombies, gólems imparables, tijeras asesinas... 
  • También la tecnología pergreñada por Laiseca es extraordinaria y, hasta cierto punto, compleja. 
  • Diversos delirios, esoterismos, erotismos o personajes de corte bruegheliano que aparecen en estas páginas. 
  • La erudición (nada jactanciosa) que Laiseca derrocha. Sus conocimientos de ópera, literatura, historia o mitología son excepcionales. 
  • La desmitificación de varias disciplinas (como la filosofía y las matemáticas) o figuras históricas (Wagner, Napoleón...). 
  • El humor de Laiseca. Es cierto que es demasiado intermitente; no obstante, vale la pena armarse de paciencia y buscarlo. 
  • Sus reflexiones en torno al sindicalismo, al comunismo, a los técnicos, a la historia como farsa. Son muy lúcidas y se presentan con humildad.
  • Su "self-awareness". Varios pasajes dan a entender que Laiseca es consciente de estar escribiendo algo «revolucionario», por lo que hay que disculparle sus «excesos» (pg. 341), a la par que algo, en cierto modo «tedioso», cuyo único objetivo es llegar a una «frase genial insertada en el medio» (pg. 330). 
  • Las rupturas de la cuarta pared. Destacaría esa en que el cronista de Los sorias admite haber producido en el relato «rupturas discontinuizantes» y apela al perdón del «magnánimo lector» (pg. 244). O esa otra en que dice que se le ha tostado la tarta que tiene en el horno por estar distraído escribiendo una «disquisición sobre el amor y los franceses» (pg. 573).

En cuanto a los defectos de esta novela, destacaría que:

  • Los temas se exponen de forma un tanto débil, lo cual resulta insultante, teniendo en cuenta que el autor ha dispuesto de mucho tiempo para desarrollarlos. Por ejemplo, los delirios megalomaníacos de los dictadores. Esta ficción tenía todas las papeletas para sumarse a la tradición de novelas de dictadores hispanoamericanas y ofrecer una meditación al respecto, pero a la postre no da la talla. 
  • Hay poca consistencia en el "worldbuiling" y el sistema de magia establecidos por Laiseca. Comprendo que una obra como esta no requiere que semejantes apartados estén muy pulidos, pero aún y así, había veces en que las disonancias y lagunas impedían que me sumergiera al cien por cien en la lectura. 
  • La psicología de los personajes. Laiseca los va dibujando poco a poco, casi con parsimonia, pero nunca profundiza en ninguno. Y esto impide que empaticemos con ellos. El arco de redención del Monitor hubiera sido mucho más efectivo si se le hubiera desarrollado adecuadamente, por ejemplo. Además, la caracterización pobre de los protagonistas del relato resta impacto a algunas situaciones, especialmente a aquéllas que transcurren en los últimos coletazos de la novela.
  • Algunos pasajes de la novela, o incluso capítulos enteros, se hacen demasiado pesados, cuando no directamente aburridos.  
  • El final se siente abrupto y, sobre todo, se toma demasiado en serio a sí mismo, traicionando el acabado desenfado del resto.  
  • El narrador trata al lector como si fuera estúpido. En serio, se pasa todo el tiempo recordándonos que esto ya lo había dicho, pero te lo repito de todos modos por si te habías olvidado. 
  • La torpe exposición. A menudo, la información se nos entrega de forma poco orgánica. Con "infodumpings" o a base de notas y apéndices. 
  • Los delirios que más divertidos me parecieron reciben muy poco foco. El de un magnicida frustrado, por ejemplo, o el de un comerciante que vende pájaros. En cambio, los estereotipados, como el del Soriator, son omnipresentes. 
  • Las intrigas de palacio acaban reducidas a caprichosas rencillas. Cero tensión política. 
  • Hay muchas erratas. Algunas son obvias decisiones estilísticas (Laiseca emplea signos ortográficos, de puntuación y tildes al margen de convenciones, y a veces de forma arbitraria, sin respetar antecedentes propios); otras se deben, probablemente, a gazapos ortotipográficos. De todos modos, incluso a las erratas intencionadas se le podría reprochar que obstaculizan de forma innecesaria la lectura. Una tilde puede marcar la diferencia entre un sustantivo y un verbo; una mayúscula colocada donde no debería estar puede suponer una pausa accidentada; etc... 
  • Laiseca siente debilidad por las oraciones larguísimas y abusa de las subordinadas o de las comas. 
  • Los argentinismos homogeneizan las voces.

En conclusión: Los sorias es una novela que sólo recomendaría a los mitómanos de Laiseca. Y, seguramente, incluso los seguidores del escritor tendrán que intercalarla con otras lecturas. Al fin y al cabo, no es ni de lejos su trabajo más redondo, pese a que nos encontramos ante una obra innegablemente ambiciosa.

Para conocerle, acudid a El gusano máximo de la vida misma. Tiene los mismos elementos que hacen atractiva a Los sorias (ideas locas, humor, experimentación formal, un narrador carismático...) expuestos con mayor consistencia. Y es menos empachosa.


Otras obras de Alberto Laiseca en ULAD: El gusano máximo de la vida misma

martes, 7 de mayo de 2019

Alberto Laiseca: El gusano máximo de la vida misma

Idioma original: Español  
Año de publicación: 1998
Valoración: Delirante


El gusano máximo de la vida misma es una auténtica locura. Pero, ¿de qué me sorprendo? Alberto Laiseca, su perpetrador, estaba mal de la cabeza. De verdad, lo que no se le ocurriera al Maestro, no se le ocurriría a nadie.

Una pregunta: ¿qué os sugiere el título de esta novela? A mí me hizo pensar en una obra delirante en fondo y desprejuiciada en forma. La ilustración de la cubierta escogida por Tuquets sólo ayudaba a cimentar esta idea. ¿Creéis que acerté? Huelga decir que sí. 

Al fin y al cabo, leyendo este libro, uno no sabe si le están tomando el pelo o si es cómplice de una broma épica. Así de mal escrito está. Su argumento, por otro lado, es un despropósito sin pies ni cabeza. 

Tampoco os penséis que me estoy quejando, ¿eh? Y es que El gusano máximo de la vida misma es, por decirlo de algún modo, una gamberrada entretenida. Una que en ningún momento intenta ocultar que lo es. De hecho, el mayor acierto de esta ficción es no tomarse en serio a sí misma; las cotas de auto-parodia que alcanza son altísimas. 

Además de ser “self-aware”, El gusano máximo de la vida misma reconoce su condición. Pide disculpas al lector por sus excesos, ya sea explícita o implícitamente; confiesa en múltiples ocasiones que está narrado de forma atroz; señala impúdicamente sus fallos... 

¿A qué fallos me refiero? Pues al escenario intercambiable, por ejemplo. En ningún momento queda claro si la acción transcurre en Nueva York o en Buenos Aires. Otro defecto que me viene a la cabeza: la puntual pereza de Laiseca, que le impide explayarse en asuntos de vital importancia para la coherencia o legibilidad de la trama. ¿Y qué hay de todos los detalles innecesarios que salpican estas páginas, metidos con calzador y a sabiendas de que son inútiles?

Por todo lo dicho, puede parecer que este es un libro pésimo. Sí y no. No voy a negar que una obra mal escrita, por más que lo sea de forma intencionada (como es el caso), está, a fin de cuentas, mal escrita. Pero, al mismo tiempo, me parece que El gusano máximo de la vida misma no carece de sustancia. En otras palabras: para mí, esta novela es un divertimento superficial que, asimismo, tiene cierto interés literario.

No en balde me recuerda a El alma de Gardel, de Mario Levrero. Ambos textos son, aparentemente, insulsos, pero es innegable que rebosan genio. Sus autores se nutren descaradamente de la literatura “pulp” más mediocre, de la serie B más infecta, para moldear a su antojo un descabellado argumento. Y dar, de paso, lecciones de escritura a quien sea capaz de cogerlas al vuelo. O lúcidas sentencias sobre el universo. Todo esto, repito, sin tomarse en serio a sí mismos en ningún momento. 

Llegados a este punto, quiero aclarar que El gusano máximo de la vida misma no es para todo el mundo. Si no te gusta la narrativa experimental y algo “pulp”, aléjate de él. Si te ofende el humor negro con ramalazos misóginos o racistas, pásalo de largo. Luego no digáis que no os lo he advertido.

Ahora, al argumento del libro. Bueno, bien mirado, aquí no vamos a encontrar un argumento. Al menos, uno al uso. Porque la trama principal es una excusa con la cual Laiseca pretende unir retazos de lo más dispares, cuyas junturas, muchas veces, ni siquiera se molesta en pulir. Esta es, por tanto, una historia fragmentaria, que se construye mediante el ensamblaje de trozos dispersos, no siempre emparentados entre ellos.

Por esta razón, uno tiene la sensación de que la novela va creciendo y creciendo de manera caótica. Improvisada, incluso. Tampoco es que Laiseca se abandone completamente al azar. El autor deja claro que planifica ciertos aspectos; no es casualidad que reincida en el uso de algunos recursos. Como resultado tenemos un texto aparentemente deslavazado pero compacto a su manera. 

El gusano al que hace referencia el título de esta ficción, guiño a las películas de monstruos más casposas imaginables, es el protagonista. O algo parecido. Este ser, antiguo, poderoso, consumado violador de mujeres, conocerá, a lo largo de estas páginas, a una galería de personajes la mar de pintoresca: un necrófilo escapado de otra novela, ex prostitutas, una Reina de las Cloacas que recita incansablemente a Shakespeare y capitanea a un ejército de ratas, un científico nazi que es racista hacia los blancos (sic)...

Así pues, de El gusano máximo de la vida misma resaltaría:  

  • Su planteamiento, ocioso pero no por ello exento de cierta profundidad. 
  • Su naturaleza de artefacto posmoderno. La experimentación en esta novela nos entrega: fluctuación de formatos narrativos, apropiación de personajes literarios ajenos, recuerdos del propio Laiseca, disertaciones de corte absurdo... 
  • El simpático acabado "naif" de toda la propuesta. 
  • Que todo el tiempo nos pilla por sorpresa, pues no deja de superarse, gamberrada tras gamberrada.
  • La prosa de Laiseca, que alterna el uso de argentinismos, onomatopeyas, muletillas y palabras inventadas con tiempos verbales en subjuntivo, tan carcas y pomposos. 
  • El narrador (que no deja de ser el propio escritor) y su tremendo carisma. Durante la mayoría del relato se muestra informal, juguetón, y rompe constantemente la cuarta pared. 
  • El humor chusco que asoma de tanto en tanto. Funciona prácticamente todo el tiempo. 
  • La erudición (nada jactanciosa) que demuestra el autor a través de estas páginas. Referencias literarias, mitológicas, culturales, históricas y filosóficas abundan en esta narración, pero como ésta no se toma en serio a sí misma, una pátina de intelectualidad sarcástica no desentona en absoluto. Lo mismo con las constantes citas a Shakespeare. La desmitificación a la que se somete al dramaturgo es tal que su presencia en un dislate como El gusano máximo de la vida misma no se antoja pretenciosa. Además, Shakespeare no podía quedar al margen. A fin de cuentas, «Hoy sólo los marginales citan al Bardo.» 

Como veis, hay muchos aspectos positivos a reivindicar en esta novela. Pero tampoco os penséis que está libre de defectos. A bote pronto, se me ocurre que: 

  • Algunos de sus pasajes son aburridos. Uno en que Laiseca habla de las cloacas de Nueva York y Buenos Aires, por ejemplo (aunque hay que reconocer que está plagado de chistes y de anécdotas la mar de curiosas). U otro en que divaga sobre gallos y gallinas.  
  • No todos los personajes son ni la mitad de interesantes que el protagonista o la Reina de las Cloacas, pese a que se les da un foco similar.

Todo esto en menos de ochenta páginas. Ochenta páginas que se leen en un santiamén y que, contra todo pronóstico, perduran en el lector. Eso sí: conseguir este libro no es nada fácil. Al menos, un ejemplar físico. Actualmente está descatalogado, y los especuladores han inflado su precio en el mercado de segunda mano, como viene siendo costumbre. Yo os recomiendo tirar de Lectulandia y leerlo en PDF. Con tal de poder comprarlo, no obstante, deberíamos montar un Change.org para que se reedite esta pequeña joyita. ¿Quién se apunta?


Otras obras de Alberto Laiseca en ULAD: Los sorias

lunes, 16 de diciembre de 2019

ULAD adoctrina sobre el 2019: nuestros libros del año

Mirad: si este blog pretendiera ser solo leído por familiares de colaboradores ávidos de localizar ideas para regalar a la prima que lee, no nos veríamos obligados a esto. Pero hace tiempo que esto no es así. Es una verdad como un puño que la comunidad lectora global espera ver hacia dónde señalan nuestros dedos, cada año, por estas fechas. Aunque pueda darse el caso que los que aquí escribimos no acabemos de ponernos de acuerdo.

Palabra de Juan G. B. :
- Novela acojonante del año (en todos los sentidos): Mandíbula, de Mónica Ojeda.
- Novela pasmante del año: Vivir abajo de Gustavo Faverón Patriau.
- Novela chanante del año: El aliado, de Iván Repila.
- Novela gráfica más turbadora del año: Bezimena, de Nina Bunjevac
- Libro de no ficción (o sí ficción, según se mire): Thomas Quick. Cómo se hace un asesino en serie de Hannes Råstam.
- Autovivisecciones en canal: Mientras escribo, de Stephen King y Mis rincones oscuros, de James Ellroy.
- Ligeras decepciones: Traición, de Walter Mosley y La Señora Caliban, de Rachel Ingalls.
- Sorpresa agradable del año: La novela del buscador de libros, de Juan Bonilla.
- Libro que no me atreví a reseñar: Tsunami. Miradas feministas (V.V.A.A. con edición y prólogo de Marta Sanz)
- Descubrimientos del año: Mónica OjedaImogen Hermes Gowar, Gustavo Faverón.

Palabra de Koldo CF:
- No ficción (hispanoamericana): Distraídos venceremos, de Andrea Valdés
- No ficción (resto de mundo): Contra toda esperanza, de Nadiezhda Mandelstam
- Novela (hispanoamericana): El desierto y su semilla, de Jorge Baron Biza
- Novela (resto del mundo): La suerte de Omensetter, de William H. Gass
- Relatos (hispanoamericana): La furia y otros cuentos, de Silvina Ocampo
- Relatos (resto del año): Historias tardías, de Stephen Dixon
- Tocho del año: Nuestra Señora de París, de Víctor Hugo
- Relectura del año: Los siete locos, de Roberto Arlt (habrá reseña en breve)
- Peor libro con diferencia: Vox, de Nicholson Baker

Palabra de Oriol Vigil:
- Mejor novela: El lugar, de Mario Levrero
- Otras novelas destacables: La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares, La mujer de la arena, de Kôbô Abe, El gusano máximo de la vida misma, de Alberto Laiseca, El proceso, de Franz Kafka, Tango Satánico, de László Krasznahorkai
- Mejor antología: Bestiario, de Julio Cortázar
- Lo mejor en género negro: La promesa, de Friedrich Dürrenmatt
- Lo mejor en terror: Los sauces, de Algernon Blackwood, Uzumaki, de Junji Ito
- Mejor cómic: Vinland Saga, de Makoto Yukimura (aunque se desinfla un poco)
- Vicio literario del año: Canción de hielo y fuego, de George R. R. Martin (aunque también se desinfla un poco)
- Lo mejor en no ficción: La conspiración contra la especie humana, de Thomas Ligotti, El discurso vacío, de Mario Levrero, ¡Escríbelo, Kisch!, de Egon Erwin Kisch
- Libros decepcionantes: Cartero, de Charles Bukowski, Buick 8, un coche perverso, de Stephen King
- Libros aburridos: El vestido azul, de Michèle Desbordes, En el jardín del ogro, de Leila Slimani
- Autores descubiertos: Mario Levrero, Alberto Laiseca, Kôbô Abe, László Krasznahorkai
- Empacho de: Literatura nipona, fatalismo, "bildungsroman" y "pulp"

Palabra de Marc Peig:
- Libro del año: «Cárdeno adorno», de Katharina Winkler.
- Lo mejor del año (autores): Elizabeth Hardwick, Siri HustvedtIrene Solà, Tatiana Ţîbuleac
- Mejor libro de relatos del año: «No importa», de Agota Kristof
- Tochonovela del año: «Fin», de Karl Ove Knausgard
- Ensayo políticosocial del año: «Ante el dolor de los demás», de Susan Sontag, y «El ojo y la navaja», de Ingrid Guardiola
- Librodenuncia del año:  «Tú, ¡cállate!», de Laura Huerga y Blanca Busquets.
 -Autobiografía del año: «Noches insomnes», de Elizabeth Hardwick y «Los años», de Annie Ernaux
- Experimento metaliterario del año: «Novel·la», de Pol Beckmann
- Decepción del año: «Devastación», de Tom Kristensen
- Autores clásicos que ya debería haber leído y que no tardaré en ponerme a ello: Henrik Ibsen
- Autores que debo recuperar porque llevan tiempo olvidados (injustamente): Ngũgĩ wa Thiong'o, Paul Auster
- Caerán más libros de: Siri Hustvedt, Annie Ernaux, Mircea Cărtărescu, Olga Tokarczuk, Agota Kristof
- Propósitos para el 2020: más teatro, más ensayo e intentar evadirme de novedades y volver a los clásicos (veremos si lo consigo)

Palabra de Montuenga:
- Mejor clásico leído este año: Bel Ami, de Guy de Maupassant
- Mejor novela española: El novio del mundo, de Felipe Benitez Reyes
- Mejor novela extranjera: Los colores del incendio, de Pierre Lemaître
- Obra maestra polémica donde las haya: El desembarco, de Jean Raspail
- Mejor novela negra: El último barco, de Domingo Villar
- Relectura que nunca defrauda: La saga fuga de J.B., de Gonzalo Torrente Ballester
- Mejor western: Warlock, de Oakley Hall
- Mejor ensayo: La edad de la ira, de Pankaj Mishra.
- Distopía más esperada aunque algo fallida: Los testamentos, de Margaret Atwood.
- Peor novela con diferencia: Juego de mentiras, de Ruth Ware.

Palabra de Francesc Bon
- Propósitos para 2020: Conseguir que el tsundoku rebaje sus proporciones amenazadoras, o se fusione con el cajón de los cables. Salir de la zona de confort. Y plantear, quizás, si la próxima ya debería ser la última oportunidad para Pynchon.
- Mejor novela leída en el año: Por el regusto tras los meses, cualquiera de las tres de Zuckerman desencadenado, de Philip Roth
- Novedad tolerada: El colgajo, de Philippe Lançon, por cruda y por ver cómo nos transforma experimentar la violencia
- Me lo imaginaba más grande: Todos los hermosos caballos, de Cormac Mc Carthy
- Satisfyer literario: Walt Whitman ya no vive aquí de Eduardo Lago
- Toque de atención: a Michel Houellebecq, por los momentos autoparódicos en Serotonina

Palabra de Carlos Andia:
- Mejor novela en castellano: El silenciero, de Antonio Di Benedetto, y Prins, de César Aira (próxima reseña)
- Mejor novela en otros idiomas: Mapa de una ausencia, de Andrea Bajani, , y Vértigo, de W.G. Sebald
- Tocho anual (para no perder músculo, pero nada más): La muerte de Arturo, de Thomas Malory
- Una incursión en el microrrelato: Ojos de aguja (recopilación)
- Relectura del año: El unicornio, de Manuel Mujica Laínez
- Mejor ensayo: El elogio de la sombra, de Junichiro Tanizaki
- Ensayo científico: El jinete pálido, de Laura Spinney
- Mejor libro de relatos: El ídolo caído, de Graham Greene
- Mejor obra de teatro (aunque tampoco había mucho donde elegir): El cementerio de automóviles, de Fernando Arrabal
- Peligro de agotamiento inminente: Enrique Vila-Matas (Esta bruma insensata, y quizá no más)
- Decepciones: varias, puede que más de lo normal, pero para qué les vamos a dar más cancha.

miércoles, 13 de mayo de 2020

Rafael Courtoisie: El libro de la desobediencia


Idioma original: Español
Año de publicación: 2017
Valoración: Curioso

El libro de la desobediencia transcurre en el Japón medieval. Lo protagonizan un grupo de lesbianas, al mismo tiempo poetas y guerreras. Miniki, su líder, secuestra a Tanoshi, la favorita del Emperador. Éste, por supuesto, pondrá todos los medios a su alcance en perseguirla. Osos telepáticos montados por fieros samuráis incluidos.

Que no os engañe semejante premisa: El libro de la desobediencia no es una novela histórica plagada de aventuras. Bueno, sí lo es, pero hay otros aspectos a resaltar en ella. Y no me refiero únicamente a los elementos fantásticos que la engalanan (¡osos telepáticos, pardiez!), que también. Me refiero, especialmente, a su enfoque metaliterario.

A fin de cuentas, esta ficción realiza extravagantes acrobacias. Hasta tres autores (o quizás sea un autor tricéfalo) la van escribiendo o traduciendo en paralelo; los personajes que la transitan forman parte tanto del plano real como narrativo; cobija en su interior otras obras, en plan "matrioshka" rusa. ¿Sigo?

Además de por su enfoque metaliterario, El libro de la desobediencia destaca por sus temas. La desobediencia es uno de ellos, como bien indica su título. Por ejemplo: Okoshi Oshura, viejo poeta que narra esta historia, se opone (veladamente al inicio, abiertamente después) al «Poder». También la ya mentada Miniki se enfrenta al «Poder», pese a que su caso no tenga connotaciones políticas.

Lo que me ha gustado de esta novela son sus reflexiones en torno al concepto de la desobediencia. Rafael Courtoisie logra ahondar temática y casi diría que filosóficamente en él con pasmosa facilidad. Y lo hace, dicho sea de paso, de formas la mar de creativas. Para muestra, un botón: «La desobediencia es, antes que nada, una gran tentación. / Dictada una ley, sobrevienen las ganas de transgredirla. / Toda frontera, todo límite es una invitación a la transgresión, al pasaje clandestino (...). / Toda barrera u obstáculo constituye una puerta abierta para la desobediencia. / (...) Toda puerta cerrada es una puerta abierta para la desobediencia.» O: «La muerte es una desobediencia. / Pero la vida es una desobediencia mayor, de otro grado, casi absoluta. / Aunque uno vaya a morir, haber desobedecido por un instante es haber desobedecido toda la eternidad: la muerte se desobedece cada día, con cada respiración, con cada línea que se escribe. / La poesía es una desobediencia.»

Quizás lastran a este texto su carácter episódico, la resolución algo abrupta (y a veces tramposa) de varios de sus conflictos, la caracterización pobre de sus personajes y, sobre todo, su final anti-climático. Pero gracias a que, en general, no se toma muy en serio a sí mismo, estas imperfecciones son fácilmente perdonables. En ocasiones, incluso, atribuibles al desparpajo de esta propuesta.

Me sorprende que en ninguna de las reseñas que he leído de El libro de la desobediencia se mencione sus similitudes con la obra de Alberto Laiseca. A continuación, os dejo las características que este trabajo de Courtoisie comparte con muchas de las creaciones del argentino:

  • Su cualidad híbrida (esa mezcla de fantasía, acción, política, prosa y verso...).   
  • Su enfoque, entre desmitificador y respetuoso, de Oriente. 
  • Su fabulación histórica, situada en un mundo que es y no es el nuestro.
  • Su colorido eclectismo. 
  • Su voz narrativa, que oscila entre la ordinariez y la sensibilidad poética, rompe constantemente la cuarta pared y está dispuesta a jugar con las expectativas del lector.  
  • Sus personajes. Es innegable que el Emperador, sus aduladores y concubinas, recuerdan poderosamente al Monitor y su corte.  
  • La abundancia de magia, erotismo, violencia y torturas que hay en estas páginas.  
  • Su humor, ora sofisticado, ora gamberro. 
  • Sus destellos metaliterarios.
  • Sus caprichosas digresiones, que interrumpen la trama sin pudor alguno, incluso cuando dinamitan adrede una escena intensa. 
  • Sus múltiples homenajes (que a veces rozan la parodia) a otras obras de ficción. En el caso de El libro de la desobediencia, Courtoisie alude a Ryonosuke Akutagawa, Yukio Mishima o Haruki Murakami, entre otros. 

En definitiva, recomiendo El libro de la desobediencia a todo aquel que guste de la narrativa experimental; a todo aquel que ya se haya zampado la bibliografía de Laiseca pero siga teniendo ganas de juerga; a todo aquel que disfrute con la violencia hiperbólica y estilizada de Quentin Tarantino; a todo aquel que aprecie las virtudes de Japón y, asimismo, sea capaz de reírse de sus conmovedores defectos. Por una vez y sin que sirva de precedente, obedeced mi recomendación y leed esta pequeña joya de la metaliteratura más lúdica y desprejuiciada que, pese a su engañoso desparpajo, es capaz de vehicular reflexiones trascendentes.

sábado, 23 de diciembre de 2023

Julio Jurado: No espero que me conozcas

Idioma original: Español
Año de publicación: 2023
Valoración: Entre recomendable y está bien (aunque no para todo el mundo)

Acudo a No espero que me conozcas sin conocer de antemano a Julio Jurado, su autor. Me atraen el sugerente título de la novela, la extraña ilustración de la cubierta y la heterodoxa sinopsis ofrecida por la editorial. 

A medida que voy leyendo la obra, soy seducido por su ambición conceptual y los riesgos narrativos que toma. Y la termino satisfecho; quizá no es perfecta, ni ha sido ejecutada con toda la brillantez que su premisa propiciaba, pero valoro su arrojo vanguardista y su capacidad para llevar la historia en direcciones extravagantes.

Llegados a este punto, quiero aclarar que no todo el mundo disfrutará No espero que me conozcas. A fin de cuentas es, antes que una novela convencional, un artefacto literario que mezcla la ficción (en especial el género negro con ribetes fantásticos, absurdos, oníricos y angustiosos) con búsquedas metaliterarias. 

El propio escritor es consciente de que su producto puede llegar a  ser onanista, anárquico, gratuito y repetitivo; incluso admite que está traspasado «por la idiotez supina, cualidad demasiado frecuente y elogiada en el mundillo literario.» (página 166) Por tanto, es lógico que desaliente a más de uno. Así lo remarca constantemente su narrador en primera persona. Por ejemplo, en el siguiente pasaje: «Vaya... Lo siento. En este instante he debido perder otro montón de lectores si todavía queda alguno que haya tolerado de algún modo este relato y que no haya salido corriendo en busca de otro mucho más placentero y, por qué no, mucho mejor cimentado: con profusión de fichas ordenadas sobre la mesa, con un esquema que facilite la arquitectura de la trama, y sobre todo, con documentación que eleve la calidad de las representaciones y sus posibles significantes y significados.» (páginas 238-239)

Personalmente, este nivel de "self-awareness" no sólo me ha parecido entrañable, pues recuerda a aquél de que hace gala Alberto Laiseca, sino que, en general, ha llegado a convencerme. En ningún momento me sentí frustrado por su culpa; tampoco han llegado a violentarme las interrupciones, digresiones o arbitrareidades que el mismo provoca en el tenue relato central.

Por cierto, igual va siendo hora de hablar del mentado relato central. Pues bien, trata sobre la vida de Anselmo Lobo, un escritor en la cincuentena que nos cuenta sus tribulaciones creativas, sus peripecias en tanto que asesino en serie y sus avatares amorosos. De por medio hay, entre otras cosas, desdoblamientos del yo, piernas que tiemblan anticipando la sangre, una verruga que se desplaza o relaciones poliamorosas que involucran amantes fantasmales.

En fin; para ir ordenando ideas, permitid que liste las que, a mi juicio, son las virtudes de No espero que me conozcas:

  • Su, insisto, meritoria ambición y entrañable "self-awareness".
  • Su estructura. Ésta consigue dar sentido al «desorden impuesto» (página 147); asimismo, permite que tanto la ficción y las pinceladas metaliterarias como el pasado y el presente se vayan alternando de forma comprensible y fluida.
  • Ciertas escenas. Han sido muy bien planteadas, ya sea porque logran que su humor funcione acertadamente (pienso en el interrogatorio del inspector Ibáñez narrado en el capítulo XX) o erigen la atmósfera pretendida (aquí me viene a la cabeza la fiesta decadente desplegada en los capítulos IL y L). 
  • Su imaginería. Ciertamente, se antoja más efectista que simbólica o enjundiosa; no obstante, produce un innegable impacto visual. 
  • Varios "leimotiv" (la apelación a la «idiotez supina» o a «lo divino, mágico o literario», las citas a Paparrigópulos...). Dan una ligera consistencia a un conjunto tendente a lo informe y espontáneo.

Por otro lado, estos son los defectos que le encuentro a No espero que me conozcas:

  • Mezcla tantos ingredientes que no todos se desarrollan satisfactoriamente o resuenan con idéntico encanto.
  • Aunque deliberados, su onanismo, repetitividad y falta de respuestas pueden atragantársele a algunos lectores.
  • La prosa, por lo general competente, podría mejorarse. Por ejemplo, ciñéndose todo el tiempo al registro lenguaraz del narrador, repasando la puntuación aquí o allá y solventando un puñado de erratas. 

Resumiendo: No espero que me conozcas es una propuesta interesante que compensa con arrojo y desparpajo sus limitaciones. Aun así, no logrará que el lector "mainstream" sintonice con ella. Y es que no sólo hay que abordarla con cierta predisposición, algo de curiosidad juguetona y paciencia para soportar ciertos excesos; también hay que tener muy claro que esto es mucho más raro que un simple «relato de soberbia personal aderezado con unos cuantos crímenes (...) en el que el chico recupera al final a la chica». (página 273)