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Mexico Lindo

Compilación de 6 ensayos desertores sobre la nación mexicana.
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—— TUMBONA EDICIONES PRESENTA —— Kaa KK KKK KKK CONTRA tt annoy snsuan 11 kk a turbo de escritores nacidos en los afos de las vanide- des, mentiras y engafios con que arropamos la devocién por México, Los cultos a la artesania, el pater familias, el macho y nuestro singular inge- nio, asi como los lugares comunes que cargamos sobre la espalda, son sefialados por los autores ‘con buena dosis de safia, humor chocarrero incluso arrebatos de merecide indignacién. ONWZO1 / NINONN / WOARNEENS PUERRARNS 7 WIVAW / VOVMINOY 30 ‘CON LA FEROCIDAD DEL DESENGANO, SE DESMENUZAN LOS ESTEREOTI MEXICANO, LAS INERCIAS DE UNA IDENTIDAD QUE NOS CONFORMA Y AVERG ay Qe=. ISBN 978-607-7534-07-5 | Nn CONTRA MEXICO LINDO D.R. © Tumbona Ediciones S.C. de R.L. de CV, 2008. Progreso 207-201, Col. Escandén México, 11800, DF. contacto@tumbonaediciones.com http://www.tumbonaediciones.com http://www.tumbona. blogspot.com ISBN: 978-607-7534-07-5, Impreso en México. Printed in Mexico. DRR.@ Luis Vicente de Aguinaga, 2008 DR. © Héctor J. Ayala, 2008 DR. © José Israel Carranza, 2008 D.R. © Lobsang Castafieda, 2008 DR.© Eduardo Huchin, 2008 DR. © Brenda Lozano, 2008 D.R. © Diseiio de coleccién y portada: Eramos Tantos Impteso por Grafic Gold, S.A. de CY. Este librono puede ser fotocopiado ni reproducido total o parcialmente, por ningtin medio o método, sin la autorizacién por escrito del editor. This book may not be reproduced, in whole or in part, in any form, with- out written permission from the publishers. Para la realizacién de este proyecto se recibié el apoyo econémico del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, a través del Programa de Fomento a Proyectos y Coinversiones Culturales, en el afio 2007. VERSUS}: iN wsnem DE AGUINAGA / im, AYALA sss CARRANZA / ws CASTANEDA tom HUCHIN / 1m LOZANO — EONTRA — - MEXICO LINDO INDICE CONTRA EL COLOR LOCAL Héctor J. Ayala CONTRA LO HECHO EN México Eduardo Huchin CONTRA EL INGENIO DEL MEXICANO Luis Vicente de Aguinaga CONTRA EL MACHISMO Lobsang Castafieda CONTRA EL PADRE Brenda Lozano CONTRA LA CELEBRACION DE NOSOTROS MISMOS José Israel Carranza 25) 39 59 7 85, CONTRA EL COLOR LOCAL Heécror J. AYALA Invitame a pecar, invitame y te invito. Paquita la del Barrio Sin duda comparto con muchos mejicanos un amor pro- fundo a la tierra del nopal y, al mismo tiempo, una abe- rracién inconmensurable contra sus costumbres y proe- zas. Me explico: frases como “si no podemos cambiar de pais, por lo menos cambiemos de tema’, o bien, “es que esto sélo podia pasar en Méjico”, salpican las conversa- ciones con una cara de indignada aceptacién. Pero gqué hay en el subsuelo de este Méjico lindo que verdadera- mente me remueve las entraiias? Ante la posibilidad de hacer una suerte de andlisis fenomenolégico de nuestros lugares comunes més transitados, un esfuerzo desmitifi- cador de los estereotipos que nos dieron el corpus exis- n tencial gracias al cual metemos la pata cada dia, y luego de ya casi diez afios de exilio elegido, no me queda mas remedio que empezar. El malinchismo. Es completamente falso que el mejicano prefiera siempre y en todo momento los productos que Uegan del exterior; en muchas regiones atin persiste la pasion por las tortillas aunque el maiz provenga de Estados Unidos. No se prefiere lo extranjero per se, es que no auedamés “nadia Habiendo asumido un'pepel de saoecia abeaTaapeatiomos si pertenecemos a Occidente. Y la pregunta es legitima. Entre la lujuria del prdjimo, el desprecio a lo autéctono y la admiracién por lo extranjero (del norte) nos perdemos en consideracio- nes contradictorias que con frecuencia producen ver- giienza. Decir abiertamente que si, que a uno también le gustan los huaraches, puede resultar todo un acto libera- dor. Péngalo en practica, le hard mucho bien. La buena educacién. Méjico es el pais del mandeusté. Diminutivos, afectadas gracias y porfavores ladinos se confunden con una educacién de élite, Pero no hay que confundir educacién y amaestramiento. La cultura de la sumisién, propia de un pais conquistadoe histéricamente ultrajado hasta por sus propios lideres, se expresa.a través de un trato melifluo y, por qué no decirlo, Cortés. Efec- tivamente, la cortesia vale como moneda de cambio en las situaciones de una realidad bastante escarpada. Pero esta suavidad de trato también revela a la bestia salvaje y apa- sionada que reventaria la cara del taxista sino pide discul- Pas quince veces por no traer cambio. Todos sabemos exactamente qué pasaria si se nos ocurre dejar de pedir las cosas por favor. Pero la educacién no tiene mucho que ver con esta domesticacién: jMirad a los nifios! ;Observad los cuidados de las madres! ;Apreciad en qué consiste la diversion de los adultos! Barbarie, gritos, sombrerazos, excesos. ¥ después silencio, un silencio sombrio y aver- gonzado. Disculpas y porfavores se revelan como el ritual de una sertsibilidad que no distingue limites entre lo sutil y lo grotesco, Eso si, el mejicano es amable, hasta que te das cuenta de lo que te va a pedir. Estamos adiestrados para la sumisi6n; el dependiente te saluda no con un “qué se le ofrece”, sino con un “en qué le puedo servir”. Pero la costumbre de tragar sin discriminacién también causa malestar. Por eso, el mejicano entre la masa, desde el ano- nimato, es verdaderamente peligroso, pues conserva en sus entrafias la violencia y el resentimiento de una humi- llacién antigua, genealdgica. La union familiar. Una tradicién conocida: los abuelos 0 los padres tienen un terreno que se va reedificando gene- racién tras generacién hasta que las diversas progenies cohabitan en una promiscuidad cuya sordidez pocas ve- ces sale a la luz. Sino se tiene la suerte de contar con un terreno familiar, con frecuencia entre varios arreglan un alquiler con los mismos resultados de higiene. Y vienen hijos, y nifios y nifias de doce o trece afios aprenden que el sexo es para darle gusto a sus parientes. En los ultimos afios del siglo pasado, la suerte y mi animo baudeleriano me llevaron a vivir en una ilustre vecindad del sur de la ciudad de Méjico. Muchas fueron las cosas extrafias que pude observar y que me levaron a tener la opinién de Buftuel o de Chesterton sobre el desa- rrollo de la civilizacién en condiciones extremas: que hay, a pesar de todo, civilizacién, un entramado de justi- ficaciones, mentiras, supuestos, discursos, creencias bal- dias, necesidades jams cubiertas... Creo que Rosa tenia trece afios cuando tocé a mi puerta aquella tarde, tem- blando. Yo estaba a punto de salir, y me preparaba fu- mando un cigarrillo de mi cosecha especial. Supe que era ella —de vez en cuando le ayudaba a hacer la tarea—y me avergonz6 el aroma que, bruma espesa, no salia de casa ni con todas las ventanas abiertas. Pero Rosa insistia, y, 4 como de cualquier manera tenia que salir, abri la puerta, Temblaba con un sollozo y una agitacién que parecfan mentirosos. Su palidez habitual me confundié y pensé que estaba bromeando. Me pidié quedarse en casa por- que su cufiado Ia habia forzado esa misma tarde. ;Cémo vaaser! sY por qué no le dices a tu madre? No le dijo por- que la sefiora los habia pescado en coito profundo y la llamé puta y la acusé de seducir ni mas ni menos que al inocente esposo de su hermana. Lo que paso después siempre me ha resultado extraordinario. No pas6, sefio- ras y amiguitos, absolutamente nada, La familie-se une, eso si, en complicidad abusivay+delirante, de la-mism: manera-quedatelevisiémune-y preside las-cenas y comi- das, los dias de la fi fines de semana. Ya evasién y el disimulo cohesion: lia. Es fascinante. Lareligién. No cabe duda de que frente a nuestra extrava- gante cultura de los detritos, la religion ha colaborado a hacer al pueblo mejicano més pulcro y responsable. Permitaseme que hable de mi ciudad como centro y uni- verso por unos instantes, aunque tal vez mis palabras no reflejen la realidad de otros lugares. En los afios que siguieron a la finalizacién de los Ejes Viales, contribucién estética inestimable que eliminé las plazas, el gusto por el paseo y volvié invisible al peatén, habia botes de basura en cada esquina. Pero fueron desapareciendo poco a poco porque algunas personas con urgencias domésticas espe- ciales se tomaron la molestia de arrancarlos de la via publica y levarlos a sus casas. Sin embargo, no desapare- cié con ellos la costumbre de arrojar en las mismas esqui- nas los detritos hasta configurar extravagantes orografias a la espera incierta del camién de la basura. La tradicién de arrojar la basura en las esquinas de la ciudad se exten- dié, Bran las noches el momento propicio para alimentar Jas colinas de basura, de tal manera que a Ja maiiana si- guiente el mobiliario urbano se veia transformado de manera dramatica. Es imposible aburrirse en la ciudad de Méjico. Las ratas y los perros callejeros contribuian a dis- persar los desechos y a crear, como hacen los nifios de otras latitudes con la nieve, figuras inconcebibles, porten- tosas. Pero algtin devoto tuvo suficiente ingenio para comprender que si en la misma esquina que tradicional- mente servia de basurero ocurria un milagro, todo cam- biaria. luminada con luces de feria y adornada con flores, la Virgencita de Guadalupe ha hecho resurgir el espiritu religioso del mejicano que diligentemente colabora para mantener impecable la imagen y su entorno. De esta suer- 16 te, el milagro se ha venido multiplicando, y podemos en- contrar en numerosisimas esquinas un estandarte que recuerda aquel que usara don Miguel Hidalgo para pro- clamar nuestra Independencia. Lamoralina. Se dice que el pueblo mejicano es mojigato, conservador y machista. {Cémo argumentar en contrade estos lugares comunes, si refulgen cada dia con luz pro- pia! Es verdad que el mejicano es moralino, pero eso no ilumina demasiado el panorama, pues su moralina es bastante compleja. Otros dicen que se trata de una doble moral: se dice una cosa y se hace otra. Pero eso es como pensar que el mejicano es hipécrita, y yo, personalmen- te, no lo creo. El mejicano es cobard iere gustar, marderse la lengua pero no es hipdcrita; es congruente con su entorno y con su cultura, al grado de que cuando ve la ocasién y siente la confianza, normalmente dice abiertamente lo que siente. Yo no creo que haya una do- ble moral; pienso més bien que se suponen unos precep- tos ideales y después, como Cantinflas, se hace hu- manamente lo posible para seguirlos —que es bien poco. Todos sabemos que se exige con rigor un estilo de vida imposible de seguir, y, por eso, todos conocemos tam- v7 bién los escondrijos e intersticios para evitarlo. Ademas, si hubiera una doble moral no se explicaria la culpa; y el control y dominio se basan en el miedo al qué diran y la culpa. El mejicano no es un sinvergiienza, hace las cosas. mas vergonzosas y luego lo lamenta. Este continuado acto de contricién habla de la elevada calidad moral de nuestro pueblo. La fiesta. Las fiestas mejicanas rara vez son alegres a pesar del baile, la lujuriay las carcajadas; siempre subya- ce una oscuridad inaprensible, una melancolia que no desaparece. El alcohol (y cada vez més otro tipo de sus- tancias) contribuye a la catarsis. Pero si estuviéramos contentos, verdaderamente alegres, no haria falta ningu- na catarsis, porque cada dia trascurrirfa con la tranquili- dad y el bienestar de quien sabe lo que quiere y lo llevaa cabo. Pero esto es muy complicado en Méjico. Las pers- pectivas de futuro son escasas y es muy dificil construir sobre un terreno tan fragil, asi que sobrevienen la frus- tracién y la desidia. Entonces normalizamos la bacanal del fin de semana, las escapaditas y las canitas al aire. Es elocuente cémo han proliferado las diversiones escabro- sas bajo la idea de una supuesta liberacién. Pero de qué queremos liberarnos? De nosotros mismos? 6 La generosidad-Exagerar tas~virtudes-también-S_un defecto, ensefiaba nuestro querido mentor, el Doctor Gast6n Murillo: mucho amor al préjimo lleva a lz concu- piscencia, demasiada honradez, apasar por pazguatos, un sseeg de carte, sep stinanaible Y no cabe duda de que entre Tas virtudes mas arraigadas del mejicano encontramos un afan de dar, de obsequiar, de entregar sin tregua ni limite. Ahi tienes al escritorcillo obligandote a cargar sus cuatro libros ilegibles en plena fiesta, recomen- dandote mucho que no dejes capitulo sin leer; al mar- chante que te embute sin preguntar un insipido trozo de queso Oaxaca en el mercadillo; a tu amiga Mariana que te repite cien veces que no hay problema, que de verdad te puedes quedar a dormir. ¥ no es de extrafiar que esta cos- tumbre haya traspasado a las altas esferas de la politica y Jos asuntos exteriores. Nunca las des-antes-de-quete las pidan, escribia en otras términos-y-pare-otras propésitos José Ortega y Gasset; si toca darlas, pues nada, pero no sin que las pidan. Sordos al consejo del filésofo conservador, el mejicano, gustoso, parece urgido por deshacerse de todo lo que tiene. Y si no quiere, entonces pasa por avaro y egofsta. Marx suponfa que la entrada del capital deslavaria las morales estrechas y produciria un progreso en las cos- tumbres, Hoy sabemos que en parte se cumplieron sus 19 profecias, pero a la manera de quien un dia descubre que su familia de enanos terminé por crecer. Entregarlotodo y tomar sin pedir, a veces es la misma cosa, y una vez perdi do el norte, slo queda refugiarse entre la turba. Las letras. En general, el pueblo mejicano es un pueblo infantil que carece de perspectiva y de memoria. Y para perpetuar el anifiamiento de nuestra’ mentalidad, las esca- sas veces que en la historia contempordnea han surgido pensadores que hubieran podido incidir en la transforma- ciéri de nuestras costumbres, han terminado, a pesar de sus criticas, acomodandose en el seno del Estado-gobier- no. Y es que hay mucha confusién. En otros paises los escritores no poseen esa aura de estrella inaleanzable y roméntica que gusta tanto en Méjico. En otros lugares un poeta es simplemente como un saxofonista, como un pin- tor, como un cantante: un artista con la capacidad de un discurso estético bien articulado. Pero en Méjico, pais de analfbetns ignorant os 0 Oe sugiere que posee laepisteme, 7 Se ubica tres 0 cua- tro esealonespor encima, ¥ de abt nuestra cultura de reye- cillosy cortesanos. Pais clasista de base, cuyo racismo deu- dor de los afios més crueles de la Conquista espafiola no se ha disipado nunca, desarrollé un eficaz entramado de exclusionismo letrado. No cabe duda de que Méjico sigue siendo un pais de castas. Elpatriotismo. Una de las cosas mas bochornosas en mis largos afios de exilio ha sido encontrarme con mejicanos de todas latitudes. Casi todos afioran la patria que no estd, las costumbres_perdides, a comida. el sonido enjundioso dé Ta X en el nombre, que es como una con- trasefia o cruz para rezarle. Mejicanos que no toleran, aqui, desde la lejania, ninguna critica, ningvin comenta- rio que ponga en conflicto las costumbres arraigadas, ninguna mordacidad. ;Qué grande es Méjico, con sus rios, sus playas, la sierra, sus mares, sus maras, sus enor- mes contrastes, los nifios de la calle, sus gobernantes corruptos, sus opositores ineptos, sus sagaces narcotra- ficantes...! Pero después de tantos aiios de proscripcién yo ya rio sé lo que quiere decir ser mejicano fuera de una circunstancia administrativa que yo no elegi. La gente me sigue preguntando qué idioma se habla en Méjico, pero no por ignorancia, sino porque no entienden por qué hablamos espajiol y no mejor zapoteco o néhuatl: en Austria se habla alemdn, me dicen, pero también estirio, y otras tantas lenguas; en Francia, breton, alsaciano, eus- kera... ¥ sigue la lista. a No sé lo que significa ser mexicano, s6lo puedo decir que sali de mi pais como si se tratara de un incendio, que 0 he lamentado muchisimo cada vez que he ido a M no poder marcharme mis pronto de lo que habia planea- do. No cabe duda de que contribuyen elementos psicol6- gicos, familiares, y lo que ustedes digan, pero desde que me fui he hecho un esfuerzo muy grande por acostum- brarme a este sentimiento sin herir a los que no pueden soportarlo. Si, el mejicano es patriota y malinchista, moralino y libertino, ignorante y educado, romantico y cursi, inconsecuente, cruel, silencioso y locuaz jy todo al mismo tiempo y bajo las mismas circunstancias! En Paris, a Martin Luis Guzman le preguntaban qué parte de Méjico le gustaba mas. “E] puerto de Veracruz”, respondia sin dilacién. “g¥ por qué, monsieur Guzman?” “Porque de ahi se sale, sefiores”, bromeaba. Hicror J. Ayata (ciudad de México, 1972) es eseritor Y guitarrista. De formacién filoséfica, parti6 en el afio 2000 rumbo a Europa para con- tinuar sus estudios, pero la vida es impredecible. Desde entonces ha vivido en Londres, Madrid, Valencia y Berlin, donde ha sido becario, eonfe- rencista, profesor de filosofia, de inglés, deespa- fiol para extranjeros, ilustrador, miisico, dibu- Jante de tatuajesy flaneur. Ha publicado el libro de relatos Amanecimos titeres, los ensayos bre- ves Los capriches del héroe y un libro sobre la filosofia de Leibniz, Solipsismo y mundo externo, Actualmente reside en Estrasburgoy, entre. otras cosas, se interesa por la miisica gitana, 23 CONTRA LO HECHO EN MEXICO Epuarpo Hucuin SOUVENIRS Nada reditia mas a la venta de artesanias que la culpa. Asociada comiinmente a gente pobre y que no tiene otras formas de empleo, se ha convertido en la carga por antonomasia del viajero nacional. Sometido ala prisa, en el ultimo camino hacia la terminal de autobuses o el aeropuerto, el turista mexicano de nivel medio piensa en su familia; para él, cargar con una maleta sin souvenirs es como regresar con la camara fotografica vacia de image- nes, No hubo postales, no se viajé.1 Esculcar ciertas casas mexicanas es trazar de algin modo la ruta de sus vacaciones. Conocer un pais significa 1 para el turista de nivel medio no existen divisiones entre un viaje de negocios y uno de placer. Usa sus vacaciones para comprar, usa las capacitaciones de la compaiifa para el descanso. 27 acumular: en el escritorio, las plumas bordadas; en el ropero, los gorros tejidos; en la sala, toda una fauna de madera cazada ala orilla de las carreteras. Jarrones sobre la alfombra, cestos de palma para la ropa en el bafio, hui- piles en el cldset. La mejor imagen de la identidad-nacio- nal es una artesania que nasabes dénde-cotocar. Sila economia se fortalece en la medida en que atrae inversiones, la identidad parece vigorizarse con el arribo de turistas.? Es ahi donde el catalogo de artesanias hace su trabajo. Representa tangiblemente la variedad de un pafs: una artesania es portatil, puede ser bonita y con- centra parte de una identidad. Todo eso que la globaliza- cién exige a los productos para sobrevivir> Es sabido que la patria tiene “uw debido a é0 necesita objetos précticos para-ser-repre- sentada. La artesania adquiere entonces un valor espe- cial, pues lo mismo remite a la habilidad técnica que ala 2 Los visitantes nos acorralan queriendo conocer lo tipico; sélo hasta que te interrogan te das cuienta que no sabes nada de tu pafs. Las secre- tarias estatales nos han alertado de la necesidad de ser todos un poco guias de turistas o promotores de artesanfas. En las calles, huyo de los. visitantes: sus dudas para llegar a un restaurante tradicional me ago- bian tanto como un examen sobre el Popol Vuh. Siento que pongo en juego mi acta de nacimiento en cada respuesta. 3 Digamos, por ejemplo, los teléfonos celulares. 28 pobreza. México es eso: mucho trabajo manual, poco dinero, colguijes para la culpa. Un muestrario de haza- fias en miniatura. Como bien ha escrito Juan Villoro, “en aras del respe- to a la diversidad, ciertos di euro- peos incurren en un curioso fundamentalismo del fol- Klore”. Lo cierto es que esos discursos son ya parte de la mentalidad nacional. En un pais donde el color local es inapelable, la puesta en practica de la identidad es obser- varnos entre los estados de la Republica y, al mismo tiempo, sabernos diferentes y sentirnos parte de un solo pais. Las diferencias nos unen y producen la misma sa- tisfaccién que produciria grabar las distintas hablas regionales y complacernos de la manera en que, mexica- nos todos, somos incapaces de entender los localismos. LA AUTENTICIDAD COMO MARCA REGISTRADA Las guitarras de Paracho hechas en China ponen en pers- pectiva el problema: lo unico que tienen para afrontar la invasion oriental es su autenticidad. Si, las guitarras de Paracho “suenan més bonito”, pero a los compradores apenas les interesa que suenen. La invasién china nos 29 revelé a un tipo de consumidor que va tras lo barato. Como casi todos. Ante ello, los artesanos se sienten des- pojados, golpeados por una competencia que consideran desleal y, en mas de un caso, lloriquean contra la pirateria como las compafiias discogréficas. Considerada Ja iden tidad como marca registrada, los artesanos defienden el valor de su obra, como sien ella se jugara no la supervi- vencia Ge GE NO LOTIBMEOE GEERT Ge ont, elser nacionalenpequefias porones. ———SC~S~S~* “Un producto nuestro, hecho con maderas preciosas, como el cedro, tiene un valor de 800 pesos, mientras que los de procedencia china, que no sirven para nada, por- que duran un mes, te los ofrecen en 250 pesos. Con esos precios no podemos”, ha declarado el fabricante de gui- tarras Francisco Mercado al periédico La Jornada, Ha- bria que preguntarnos a cudntos compradores les intere- sa que sus artesanias duren ms de un mes. Colmado el mundo de consumidores que privilegian el precio sobre la permanencia, la artesania tiene poco que darles. Y hay gue reconocer que llega el momento en quelas glorias de este pais ya no caben en la casa de nadie. Para Octavio Paz (“El uso y la contemplacién”), la pre- dileccién de la artesania por la decoracién “es una trans- gresion de la utilidad”. ¥ el mercado, que prefiere lo util o 30 lo efimero, les esta dando ahora la espalda en tanto la artesania es menos util y menos efimera que los objetos industriales. ;Por qué extrafiarse e indignarse? Agobia- dos de capitalismo, quiz4s nos hemos puesto a glorificar todo aquello que no nos parece “un producto”. Del mismo modo, quienes veneran la artesania lo hacen porque encierra una critica a la modernidad vista desde un mundo anterior a la industria. Pero eso no deja de ser culpa. Lo que anima esta exaltacién es la posibili- dad de ver las ruinas de nuestros antepasados sin pensar- los extintos. Paz aporta otro mito: el de la artesania como forma romantica de producir objetos. Dice el poeta: la jornada del artesano “no esta dividida por un horario rigido sino por un ritmo que tiene mas que ver con el del cuerpo y la sensibilidad que con las necesidades abstrac- tas de la produccién. Mientras trabaja puede conversar y, aveces, cantar”.4 Eso significa que se compran artesa- nias también en la medida en que nos hablan, como las novelas rosas, de un mundo idilico, donde las cosas suce- den de un modo distinto al conocido. 4 Resulta obvio que en el afio en que Paz escribié este ensayo (1973), los empleos comunes no habjan desarrollado “el conversar” y “el cantar” como habilidades laborales, tal y como sucede ahora a través del Mes- senger y el YouTube. a La artesania es algo mds que un producto en serie. Encierra un esfuerzo individual. No es lo mismo pensar en un tipo manejando una maquina que hace cuchillos de acero que en un hombre bueno —golpeado por la his- toria, firme en sus convicciones— dejando sus huellas digitales en un jarrén. Porque la destreza del artesano reconforta. E] punto més alto del mito del creador es el del genio (ese sujeto encerrado en su biblioteca, su estu- dio o la cércel, intoxicado de alcohol o de realidad), y el Ultimo, el asalariado (aquel perdedor, incapaz de hacer un-esfuerzo extra si no esta estipulado en el contrato colectivo de trabajo). El artista depende del genio, el orton dada cfaeicadsansmae bee potitivided-De todos ellos, el artesano —gracias a Dios, al Estado y a los europeos—ofrece a nuestro imaginario colectivo ese saludable punto medio de quien produce y crea. Es més titil que el artista, y con frecuencia tan pobre como él, aunque no tan itil como el obrero, que resulta —por ello mismo el més enajenado de los tres. Para el alivio nacional, el artesano parece un buen ejem- plo de la emancipacién a la que se puede llegar gracias a un trabajo que no deja de ser creativo. ARTESANOS Y ESCRITORES Los artesanos, como los escritores, creen que el Estado tiene el deber de apoyarlos. Ofrecen un producto que para ellos es algo mas que eso: es parte de la cultura, y si nos vamos a las cantidades podremos decir que no mien- ten. Los malos escritores como las artesanias horribles son mayoria, por eso definen mejor que nada a una loca- lidad. La mediocridad revela los prejuicios que ahogan “identitariamente” a las sociedades. En tanto el escritor supuestamente mantiene vivo el arte, el artesano da respiracién boca a boca a la tradi- ci6n. La tradicién es el cédigo genético de un Estado, es lo que hace distinto a los Sanchez y a los Pérez, y por su culpa Oaxaca tiene piel de barro negroy el sureste cabe- llo de jipi. No conviene afiorar los labios carnosos cuan- do siempre se han tenido languidos. Mas vale difund: las virtudes de besar discretamente. Ningun Estado quiere parecerse a otro. Siel europeo busca la autenticidad y termina en el exotismo, el mexi- cano busca identidad y se regocija en todo lo MACMMGTSS CNSR sto aheale digital de cada Estado, de cada comunidad. Los gobier- nos que la promueven impulsan la diferencia. Ningtin 33 Estado puede ser tan triste que no dé souvenirs origina- les. La literatura y la artesania tienen otro punto en comtin: quieren ser mas de lo que parecen. ;Qué justifica un coco tallado como la cara de un pirata? La historia. 3Qué encierra un mufieco zapatista de tela con un rifle de palo? La historia. A nadie sirven tantos barcos metidos en botellas, a nadie tantas piramides en miniatura de Chichén Itzé, salvo si se consideran parte del rompeca- bezas que da forma a este pais. ‘Se ha visto a la artesania como el arte sin autor, como si escondiendo al individuo se reflejara la comunidad. (El Gobierno también piensa lo mismo de los malos escritores, por eso les ofrece el suficiente dinero para que nunca abandonen la fama menor) Ninguna administracién se esforzaria por preservar aquellas técnicas remotas si no pensara que el atraso es un buen signo de autenticidad. ;Cémo sobreviven las artesa- nias? Entre la tradicién y los programas de preservacién. Como los escritores mediocres, salena la luz en tanto son lo distintivo, lo caracteristico de una regién. Cada uno ha hecho su gloria al abrigo de la representatividad.5 5 Lo que si debemos agradecerle a Jas artesanias es que sacan de aprie- La artesania no remite a imperios, como los produc- tos comerciales, pero tampoco a individuos tinicos, co- mo el arte. Se le considera un buen analgésico contra los dos supuestos males de la sociedad capitalista: el indivi- dualismo a ultranza y el mercado. Obligados a ser repre- sentativos a la fuerza, los artesanos se han convertido en los negros que escriben la autobiografia de este pais. Se olvidan de si, sélo aportan la habilidad. Por eso no hay Pessoas de la artesania, ni batles Rar; los artesaff0s crean exclusivamente para vender;sen-copi tas que piensan como autores de best sellers. OBJETOS PATRIOS Como los arquedlogos que pueden dedicar un congreso a tres piezas de cerdmica maya, queremos desentrafar algo en ese platén que quizés sirva para un museo en doscientos afios, pero poco en Ja mesa de noche. 3Es la culpa histérica la que nos leva a adquirir esas piezas?, tos a todos los institutos de cultura. Cada que un Festival Cervantino le dedica su edicién a un estado de la Repiiblica, hay por lo menos una decena de cajas con hamacas y madera tallada que pueden enviarse, aunque no haya escritor alguno en su delegacién. son las miradas de esos nifios en San Cristébal?, snues- tro exceso de objetos con logotipos estadounidenses? Que incluso existan leyes para preservar la actividad artesanal es sintomatico. En tanto patrimonio cultural, su “apertura democratica” le ha permitido albergar in- cluso objetos que ni son decorativos ni son utiles, pero pueden ser identificados facilmente con la historia de una comunidad, 0 mejor ain, con algo a punto de per- derse. El peligro de extincién perdona todo, ine! a animales feos, incluso a la artesanfa menos habilidosa. ‘Ya que la trinidad mexicana (himno, escudo y bande>— ra) parece lejana, exclusiva de eventos sacramentales como los homenajes civicos 0 los partidos de futbol —e in- cluso materia de juicio para quien quiera profanarla—,la artesania cumple su funcién de santo de ceramica, de identidad a ras de suelo. Guardarla, perderla, acomodarla en la mesa u olvidarla en una caja de electrodomésticos son apenas formas de tratar con la patria. Yuna cosa mis: las artesanfas se asemejan a esos obje- tos que los peritos sacan de los bolsillos para identificar al cadiver. Un pais que ha perdido todos sus documentos, solo tiene efectos personales para hablarnos de si mismo. 36 Epuarpo Hucwin (Campeche, 1979) es ensa- yista y narrador. Publicé el libro de ensayos, Escribes 0 trabajas? y su trabajo aparecié en la antologia El hacha puesta en la raiz. Ensayistas mexicanos para el siglo XI. Escribe en el blog tediosferablogia.com. CONTRA EL INGENIO DEL MEXICANO. Luis VICENTE DE AGUINAGA Sécrates — Hipotales — Protarco, el comerciante El sol, mas que brillar, lastima. Tras poco andar me de- tengo a la sombra de un puesto en que se venden crate- ras, vasos y escudillas de calidad mediocre, sobre la roja tierra del dgora. Quedarme al fresco, desde luego, me interesa mas que considerar tan humildes mercaderias. Con la misma intencidn de guarecerse, quiero creer, se acerca un hombre al que luego reconozco: es Hipotales, hijo de Critén. SocratEs —;Qué veo! ;Salud, oh, Hipotales! Parece que llegas de un largo viaje... Hirotates —Asi es, en efecto. sCémo has Ilegado a saberlo, amigo? Soc. —En primer lugar, mucho era el tiempo que tenia sin verte por estos rumbos; en segundo, el sombre- ro que Ilevas puesto no deja lugar a dudas. No pienses que me burlo; sucede apenas que nunca, ni siquiera en plena saturnal, me habia tocado admirar prenda tan rara. Son anchas las alas, o mucho mas que anchas, y el color violeta parece competir en extravagancia con las bisuterias que le ha engastado el artesano. Nadie, como no fuera un viajero que volviese al hogar, se dejarfa ver por la calle con tales ajuares. Hr. —Es, me han dicho, un sombrero tipico. Suelen calarselo muy bravos jinetes del pais que recién he visi- tado, en el borde opuesto del mar occidental, mas alla (segin mis calculos) de la sumergida isla de Atlas que Solén oyera describir de labios de un egipcia. S6c, —;Te lo han dicho? No te comprendo. ;Estu- viste o no estuviste alli para verlo con tus propios o- jos? Hr. —Estuve, Sécrates. Pero no vi a ningitn jinete, como no fuera en carnavales y fiestas patriéticas. De modo que, al preguntar si aquéllos eran actores 0 autén- ticos criadores de ganado, se me respondiera que ambas cosas: actores en cuanto a la representacién que suelen hacer de sus propios origenes, en el contexto de los festi- vales, y criadores de ganado, sdlo que a la usanza moder- na, en Ja realidad cotidiana. a2 Soc. —z¥ eran sombreros como el tuyo los que trafan puestos? Hi. —Digamos que si, pero de un color ya negro, ya castafio rojizo, ya de un gris parecido al pelaje de las ratas. En el mercado principal, a donde me condujera mi anfitrién, yo terminé inclinandome por los tonos viola ceos y rosados, acaso por entusiasmo. Compré cinco en total, pensando en halagar a mis amigos. S6c. —Te confieso que me hace falta un gran esfuerzo para entrever las razones que llevan a los jinetes a gastar sombreros como el tuyo... Hp. —¥ no nada mis a los jinetes, querido amigo! iTambién a los musicos de orquestas y conjuntos autéc- tonos, diestros en el arte ambiguo de imitar no sélo a dichos jinetes en su vestimenta, sino igualmente a vaqui- llas y terneros en sus cantos y voces! Soc. —sDices que los misicos también usan ese tipo de sombreros? sNo habrds, por error, viajado a una ciu- dadela de lunaticos, creyendo y admitiendo de buena fe cuanto fueron contandote? Hip. —Se trata, lo acepto, de musicos artisticamente inverosimiles; mas no hay en ellos locura, sino desver- giienza. Su alegria es la de comediantes y bufones, que, sin ser auténtica, da lugar a lagrimas y carcajadas verdaderas. S6c. —No seré yo quien te contradiga. Pero conven- dras en que uno puede criar becerros y entonar ditiram- bos echando mano de vestimentas menos pintorescas. Hr. —Lo mismo pienso yo, pero a la inversa: para vestirse de mil colores no hace falta buscar pretextos artisticos ni profesionales. A decir verdad, el viajero en tierra extrafia prefiere conocer los atuendos antes que los oficios, ya que las ropas varian mientras que las pro- fesiones tienden a mantenerse iguales por todas partes. —Quieres decir, Hipotales, que al viajar se va en busca de lo diferente por encima de lo semejante? Hip. —No es otra cosa lo que pienso, Sécrates. Soc. —3¥ no te parece més bien que, como en las vie- jas rapsodias, los hijos de Tiro son tan diferentes de los de Troya, y los de Troya tan diferentes de los de Tiro, que acaban siendo muy parecidos entre si, ya que sus respec- tivas identidades parecen descansar en minucias tan delicadas que, al terminar los juegos o las batallas que los enfrentan, es imposible dar noticia especifica de unos 0 de otros? Hip. —Una cosa no ignoro, y es que los varones del pais que acabo de visitar pueden jactarse de su ingenio, que realmente no me parece comparable al de ningun otro pueblo. Soc. —Te ruego que me lo expliques detalladamente. 3Se trata, si entiendo bien, de un ingenio superior al de aquellos griegos que hicieron entrar en Troya un gran caballo de madera tripulado por guerreros encubiertos? Hr. —No lo sé, ya que nunca he logrado creer en la historia del caballo... De verdad los troyanos, habiéndo- se pertrechado y defendido por casi diez aitos, pudieron incurrir en semejante distraccién? Después de todo, ga quién le interesa recibir un presente volumirioso, pesado e indtil como un gran caballo de madera? Séc. —Podemos acordar que, sin bobos que se dejen tomar el pelo, no puede haber listos que se dispongan a timarlos. Entonces la pericia del embaucador es una cosa y el ingenio es otra, sverdad, Hipotales? Hip, —No lo sé, Sécrates, No he sido yo, sino ti, quien ha puesto sobre la mesa el ejemplo de los troyanos. Pero te puedo narrar un episodio al que asisti durante mi viaje... S6c. —Veamos. Hi. —En aquel pais los jévenes deben presentarse ante las autoridades para rendir el servicio militar. Asi las cosas, un hijo de mi anfitri6n, en visperas de alcanzar Jaedad en que dicho servicio es obligatorio, resolvié pro- ceder en esta forma: se puso en contacto con una especie de traficante que le ofreci6, primero, los papeles y testi- 45 monios indispensables para demostrar que su verdadero domicilio era el de un supuesto familiar con granjaen las montafias, y no el domicilio urbano de sus padres. Ha- biendo comprobado que vivia en el campo, el muchacho pudo hacer los tramites militares en un cuartel rudimen- tario, por no decir simbdlico, donde no seria requerido para las faenas propias del ejército; y al término de un afio contaba ya con la cédula emitida por el jefe adminis- trativo. Soc. —jNotable ardid, ciertamente! Pero dime, Hi- potales: stan rudo es el servicio para quienes no aciertan aeludirlo? Hip. —En realidad no es rudo ni mucho menos... Los jOvenes que se presentan a servir forman primero un gran grupo; después tiene lugar un sorteo, y asi es desig- nada una décima parte de muchachos para seguir la for- macién militar mds elemental. El resto queda libre y recibe la cédula en pocos meses. S6c. —gEn cudntos meses? jLo sabes? Hi. En un afio. S6c. —Es asi que tu anfitrién vio a su hijo esperar doce meses por un documento irregular que los hijos de otros varones recibieron con toda regularidad en idénti- co plazo. Hi. —Ni mas ni menos. Séc. —Pero dime, Hipotales: quienes, por el designio de la suerte, deben prestar servicio, son sometidos a la violencia y las humillaciones en que se finca el despres- tigio de tantos ejércitos? Hip. —Hasta donde yo sé, no. Lo cierto es que no deben enrolarse como soldados; van al cuartel un sébado, a veces un domingo, y no vuelven sino hasta la semana siguiente. Y ahi, en el cuartel, hacen algunos ejercicios, aprenden quizés a manejar un arma de corto alcance, almuerzan y rompen filas antes de mediodia. Soc. —Razén de més para no entender a ese mucha- cho... Supongo que su padre lo castigaria de saber que habia dedicado su tiempo a eludir un servicio tan sencillo. Hip. —jNo, Sécrates! Lejos de condenarlo, él mismo lo acompaiié a caballo hasta el cuartel rural. Séc. —Esto no puede ser mas que un acertijo... Vamos aver: gqué puede haber de ingenioso, ya no digamos de novedoso con respecto a otros pueblos, en la conducta del hijo de tu amigo? Hr. —Te lo diré mas adelante, Sécrates. Antes quiero darte otro ejemplo. El hijo mayor de mi anfitrién, buen estudiante, decidié salir de su pais en busca de maestros extranjeros de muy alta exigencia. El padre aprobé la a7 resolucién del hijo, pero se declaré incapaz de costear el viaje. Ambos optaron por solicitar al Estado apoyo econé- mico para el traslado, la manutencién del joven y los honorarios de sus profesores. Pero cientos o miles de familias, al parecer, habian pensado lo mismo, de modo que largas filas de solicitantes aguardaban en las oficinas publicas instaladas para esta funcién. Hubo un momento en que, todavia en espera de ser atendido, el joven se queds solo y, no teniendo con quién charlar, comenzé a poner atencién en las conversaciones de sus vecinos de fila. Lo que oyé me parece no sélo elocuente, sino ejem- plar. Conviene que sepas que la gente de aquel pais come tortillas, o sea delgadas laminas de masa en forma de disco, preparadas a base de maiz triturado y cocidas en placas de metal caliente. Con esas tortillas acompafian la carne, y sobre todo el puré de frijol, que no suele faltar en sus comidas. Pues bien: ahi, en la fila, y ante la expectati- va de salir del pais durante una larga temporada con fines académicos, dos 0 tres jovenes anticipaban el sentimien- to de afioranza que sentirian cuando se hubieran instala- do lejos de su patria, en algun pais con distintos habitos y costumbres. Intervino entonces el padre de uno de los jovenes, adulto curtido por la experiencia, y los instruyé en la mejor forma de preparar tortillas improvisando el 48 instrumental de cocina. La técnica sugerida consistia en aprovisionarse por adelantado con harina de maiz, pre- parar la masa, extenderla con ayuda de una botella cilin- drica de vidrio y cocer los discos en cualquier sartén 0 cacerola. ;No te parece ingenioso? Séc. —Sin duda es ingenioso, pero al mismo tiempo es una conducta que no va con el espiritu de aventura y exploracién que se juzga propio de quien viaja en busca de culturas desconocidas. Hip. —;Eres de la opinién, pues, de que, tratandose de un viaje de conocimiento y estudio, quien viaja debe renunciar incluso a sus costumbres mas arraigadas? S6c. —Mi opinién apenas tiene importancia, Hipo- tales. Yo nunca he viajado a mds de ocho leguas de dis- tancia ni por més de una noche. Lo que me parece haber comprendido es que, si se ha de renunciar transitoria- mente a ciertas costumbres en busca de tal o cual aprendizaje, lo mejor es renunciar ante todo a las cos- tumbres mis arraigadas, que ocupan un espacio funda- mental en la mente de cada individuo, porque asi ser mejor y mayor el espacio liberado en beneficio de las nuevas ensefianzas. sCémo adquirir, en efecto, un habi- to extrafio en materia de alimentacién, asi sea por una breve temporada, si los hdbitos més antiguos de la per- 49 sona siguen ordenando su conducta como en el pais natal? Hip. —Creo que ambos, amigo, vamos entendiéndo- nos poco a poco. Verds: en el ejemplo del joven que tra- mité por vias irregulares la cédula militar... Soc. —..ejemplo cuya moraleja ti mismo decidiste ocultarme... Hp. —..s6lo por algunos minutos, ya que me hacia falta comprender un segundo punto que apenas he logrado aclarar con el ejemplo de las tortillas. Te decia: en el caso de aquel joven, que ciertamente no demostrd contar con el mayor de los ingenios, pero con el menor tampoco, el auténtico maestro de ingenio era el trafican- te de gestiones dudosas, que logré convencer al mucha- cho de ocultar su verdadero domicilio y trasladarse, acompafiado por su mismisimo pacre, a las montajias, todo ello a cambio de los honorarios alos que ningun tra- bajador tiene por qué renunciar en buena ley. Soc. —jTienes raz6n! Ese hombre de verdad hizo gala de ingenio. Pero has de admitir que sus victimas, por Ila- marles de alguna forma, eran de su misma nacionalidad, con lo cual no es el hecho de haber nacido en aquel pais Jo que vuelve ingeniosos a los nativos, ya que asi como los hay notoriamente astutos, también los hay notoria- 50 mente bobos. ;Qué te queda por decir, entonces, del segundo ejemplo? Hip. —Bien. El ingenio de aquella gente se refleja no tanto en su curiosidad por conocer otras formas de vida como en la destreza que invierten para repetir la propia, incluso en donde faltan los ingredientes y utensilios mas indispensables para lograrlo. S6c. —g¥ a eso le Hamas ingenio? Qué me lo impide? No fueron ingeniosos los griegos que interrumpieron el sitio de Troya para elabo- rar el caballo de madera que luego les permitié cruzar las murallas de la ciudad que tanto se les hab{a resistido? 3No llamas ingenio a la destreza que algunos tienen de arreglar el mundo a su alrededor para que todo funcione como les conviene? Soc. —z¥ qué fin perseguian los griegos en el sitio de ‘Troya, Hipotales? Hip. —Dar fin a esa guerra, Sdcrates. S6c. -¥ ese fin, Hipotales, no era el mismo que per- seguian los troyanos? Hip. —Tras diez afios de lucha, no me cabe la menor duda que asi fuera. Soc. —{No crees, entonces, que los verdaderamente ingeniosos fueron los troyanos, quienes fingieron tragar- 51 se la mentira del caballo para que los griegos finalmente se llevaran a Helena, sin duda la més cargante de las mujeres que hayan enaltecido los poetas, y para que de paso el insoportable Patroclo y Héctor el arrogante desa- parecieran de la faz de la tierra? Ello explicaria, en todo caso, que nadie sospechara en Troya de un truco tan idiota o tan desesperado como el del caballito de made- ra. Tu mismo te has declarado escéptico a propésito de semejante leyenda. Hr. —En el pais que yo he visitado, segiin tu razona- miento, squé concepto se tiene realmente del ingenio? Séc. —Una vez més, lo ignoro. Todo parece indicar, sin embargo, que alla se valora Por encima de todo el ingenio del que Se hace pasar por tonto con tal de incul- car en Sirvietima Ta creencia Ge ser intelectualmente superior @ quien le toma él pelo, En el fondo, ni los falsos jinetes &i Tos desfiles ni los misicos lamentable en las fiestas pueden llegarse a creer mentiras tan grotescas y enormes como el sombrero que Ilevas puesto, mentira él mismo y falsedad rotunda, ya que nadie seria capaz de trabajar ni diez minutos en el campo si le abrumaran la frente con esa especie de rueda de carreta. Su ingenio consiste, mds bien, en hacerte creer a ti que gastar el dinero en cinco sombreros lilas, violetas 0 rosados no es tirar el dinero, sino invertirlo en simpaticas y valiosas Piezas de artesania. El traficante de cédulas militares més 0 menos falsas obra de la misma forma. Por ultimo, el que viaja para “saber més” pero consagra el tiempo a cocer tortillas como las de su tierra, sacrificando con ello el cupo estomacal que més le valdria reservar para los platillos del pais que visita, cultiva un doble prestigio: el automatico y nunca desdefiable prestigio del viajero, por una parte, y el también automatico y conmovedor presti- gio del patriota, por la otra. Sus victimas no pueden ser sino sus coterrdneos, que se creen dos cuentos por el precio de uno, Hr. —Escucha, entonces, la ultima de mis experien- cias en aquel pais. El domingo que tenia previsto regre- sar a casa, dos equipos deportivos habian de disputarse la corona de un importante torneo. En aquel pais, técni- camente avanzado, los campeonatos deportivos no sélo se disfrutan yendo al estadio, sino también valiéndose de unos curiosos artefactos que, a modo de cristales 0 espe- jos magicos, reproducen a gran distancia lo que va suce- diendo en el campo de juego. Ahora bien, ese dia, ya con el equipaje preparado, nos detuvimos a contemplar unos -minutos el espectaculo en el artefacto. De lacasa vecina, cada tanto, llegaban gritos de jubilo, pero con esta pecu- 53, liaridad: los gritos no coincidian, sino que se anticipaban alos mas bellos lances y a las jugadas més emocionantes del partido. Soc. —3;Quieres decir que los vecinos iban conocien- do el desarrollo del juego antes que ustedes? Hur. —Eso mismo. Asi las cosas, bastaba con prestar atencién a los alaridos que provenian de la casa contigua para comprender que algo importante ocurriria pronto en el juego, segtin lo mirdbamos nosotros. Cuando, en la experiencia de los vecinos, el equipo favorito result6é campe6n, a nosotros nos quedaban por ver atin los tilti- mos tres minutos. Soc. —Y ese fenomeno... stiene alguna explicacién? Hip. —Entiendo tu pasmo, Sécrates. La explicacion es acaso demasiado sutil: el artefacto de mi amigo recibia la sefial de una transmisora sin costo, mientras que los vecinos estaban costosamente abonados a un programa de suministro por suscripcién. Soc. —3Y la diferencia entre pagar o no pagar el sumi- nistro determinaba que unos recibieran la sefial antes que los otros? No logro averiguar por qué. gAcaso las téc- nicas empleadas en el servicio de paga determinaban que la transmisién fuera mas rapida? Hip. —No, Sécrates; al contrario. El servicio “libre”, 0 34 sea sin costo, esta mas avanzado técnicamente que su competidor por suscripcién, Retrasar la sefial es un ardid, noun defecto del suministro, Al diferir tres o cuatro minu- tos la transmision, quien tiene a su cargo enviar la sefial a los diferentes artefactos no hace otracosa que administrar los hechos del encuentro deportivo, de manera que las lapsos menos interesantes pueden ser (y son) aprovecha- dos para trufar y atiborrar el espectaculo con anuncios de todo tipo. Asi, mientras los espectadores creen asistir a un duelo transmitido en el momento mismo de tener lugar, en realidad estén viendo sucesos que ocurrieron en el pasado inmediato y que han sido manipulados para dar lugar a meros avisos de golosinas y cervezas. Séc. —¥ esto, gla gente de aquel pais lo ve también como un ejemplo de su propio ingenio? Hur. —Por la sorpresa con que reaccionaron mis anfi- triones, me temo que no. Pero asi terminaran viéndolo cuando lo sepan y entiendan, porque se tienen a si mis- mos en tan gran concepto que incluso admiten ser enga- fiados y estafados, toda vez que la estafa y el engafio sean acreditables a la gloria nacional. Prorarco. —jEh, parlanchines! ;Ya basta de aprove- char la sombra de mi tienda sin comprar nada! Vamos! jAndando! Soc. —Atesora entonces tu sombrero y los cuatro res- tantes, Hipotales, porque al menos una cosa en el mundo. justifica llevar encima de la cabeza tan horrendas bande- jas: el sol del agora, del que no se sabe que haya estafado anadie nunca. Luis VICENTE DE AGUINAGA (Guadalajara, 1971) es poeta y ensayista. Su libro de poemas Reducido a polvo gané el premio Aguascalientes en 2004. Entre sus libros de ensayos estan Signos vitales. Verso, prosa y cascarita, (2005) y Otro cantar. Invitacién a la critica literaria (2006). 57 CONTRA EL MACHISMO LopsaNnc CasTaNEDa Compartir ideas es fructifero. Encadenar conceptos, hi- lar figuras, tejer definiciones, prolongar al maximo las sucesiones de asertos es una actividad socialmente en- comiable. El pensamiento construye con regularidad puentes, tuneles, pasadizos, grutas capaces de aprehen- der lo inabarcable, enunciar lo desconocido, sujetar lo escurridizo. Unicamente enlazada a una implacable va- guedad, la meditacién vincula, armoniza y robustece. El proceso, sin lugar a dudas, es mas sencillo de lo que pare- ce: la idea viene ala mente, el concepto germina y la defi- nicién hace, entre loas y vitores, su uniforme y triunfal aparicién. Sin embargo, las siguientes lineas no intentan suscribirse a dicho deslizamiento asociativo ni mucho menos ser su verificacién. No me interesa, en efecto, opi- nar placidamente sobre la esencia del machismo sino destruirlo, aniquilar, uno por uno, sus principales rasgos. 6 No planeo revivir lugares comunes, sino arriesgar una diatriba aun cuando el resultado pueda ser endeble, amorfo 0 insensato. Podria, sin ningin problema, condu- cir mis intenciones hacia el “andlisis del ser del mexica- no”; perseguir con ahinco una definicién provisional para luego citar con petulancia a Vasconcelos, Octavio Paz, Samuel Ramos, Emilio Uranga o Santiago Ramirez. Podr‘a, si otros fueran mis objetivos y otras mis ansieda- des, montar un marco tedrico o transcribir parrafos enteros de aquella biblia —tanto por su valor como por su tamafio— titulada Vocacién y estilo de México del pro- fesor Agustin Basave. Podria también, después de apaci- guar mis empefios literarios, emplear la jerga sociolégica y analizar “con espiritu cientifico” el entorno doméstico, la misoginia, el patriarcado y la llamada cultura de Ia vio- lencia, elementos todos cercanos al “alarde de virilidad”. Asimismo, podria incluir en mi “estudio” —squién me lo impediria?— estadisticas, tablas de valor, documentos probatorios y, por supuesto, testimonios de victimas y victimarios. Pero no. No haré nada semejante. Y es que no me incumbe —al menos no en un primer momento— el andamiaje ideolégico del machismo ni la discusién fol- clérica que pudiera suscitar. No me provoca ningiin escozor algo tan impreciso como “la esencia del mexica- no” o tan préximo como las secuelas de su “personali- dad”, Asumo, eso si, que el machismo persiste y que seguira configurando conductas, juicios y dinamicas so- ciales; que la jerarquizacién y subordinacién de los roles familiares a favor del bienestar masculino se seguiran perpetuando hasta la extenuacidn; que la inspeccién emocional, la coaccién psicolégica y la explotacién geni- tal seguirdn cifrando la idiosincrasia de todo aquel que se sienta “muy hombre”. No obstante, presupongo tam- bién —y esto es para mi lo verdaderamente interesante del asunto— que mis alla de sus puntuales manifestacio- nes, de sus oportunidades concretas, las cualidades mito- logicas del macho son susceptibles de critica y, mejor atin, de inclemente escarnio. Asi pues, comienzo esta afrenta asegurando que el macho, por donde se le mire, es un pardsito lastimero, un pobre diablo agazapado en la fragilidad de su fuerza. De igual manera, la parafernalia que lo protege —esto es, todo aquello que lo enorgullece y vanagloria: su soberbia, su vulgaridad, su recelo— contiene, como todo mito, una secreta facultad de mutacién que lo obliga indefectible- mente a tropezar, a declinar, a morir. Este mal endémico, esta imperfeccién, esta muerte potencial del machismo se hace patente de distintas maneras y, al hacerlo, tornamas complejo y rebuscado lo que la simple y rapida asocia- cién de ideas es capaz de intuir. El macho —con todo y su brutalidad, sus ventajas laborales, su fealdad convertida en atributo estético, su homofobia, su fanfarroneria, su groseraaltivez, su cinismo, su infinita estupidez, su igno- rancia, etcétera— es, sin embargo, siempre una efigie a punto de desmoronarse, un monumento desvendijado, triste proximoatdermmbe————SSOS El secreto primordial de la decadencia del macho —mexicano o no, nacionalista o no— radica, sin lugar a dudas, no en su catadura territorial sino en su llanto, en esa fisura de la corteza personal imposible de combatix Las lagrimas son, segtin esto, el punto de quiebre de una virilidad hipostasiada, su presagio mas funesto. El hecho de que el machismo —tal y como aseguran los eruditos— no sea una “fatalidad inexorable” sino algo accidental 0 contingente, implica que, de una u otra manera, todos sus “atributos” pueden ser revertidos mas que amorti- guados, corregidos mas que desbastados. Los sollozos encarnan la vulnerabilidad —siempre hay un lado frdgil— del hombre inculto y bravio. En este sentido un macho puede, por ejemplo, dar rienda suelta a su taimada pedanterfa y, segundos después, echar abajo el semblan- 64 te inexpresivo que lo caracteriza para loriquear por el “ser inferior” y malévolo —la mujer, squién mas?— que lo ha hecho sufrir. De las insuficiencias del “estilo Jalisco”. Otro rasgo habitual en el machismo es el llamado “coqueteo con la muerte”. La indiferencia del macho ante su propio fin —sobre todo si éste adviene luego de una disputa violenta entre iguales— confecciona la fama y el renombre que lo acompafiarén por el resto de sus dias. Al grito de “le rajo la cara a cualquiera” el macho corteja la extincién, exigiendo de cuando en cuando un “interlocu- tor” lo suficientemente hombre como para hacerle frente asus atropellos. Sin embargo, este “galanteo cotidiano” es engajioso, falso, pues nadie estando en sus cabales desea morir, ya que si asi fuera se suicidaria, acabaria con su miseria, moriria sin mds. No existe, entonces, algo tan ridiculo —y absurdo y baldio— como un individuo dis- puesto a jugarse la vida por un intercambio de ojizainas, ni nada més obsceno que un varén erguido “salvaguar- dando su honor” en medio de una plazuela maloliente. En en eee ee no dependen de"un sufrimiento lacerante-ode una carga injusta sino de una falsa conciencia religiosa —si, ;religio- sal— oe Bani Tr ESTE acme conc martirio, Cuando un macho ofrece su pecho “en nombre del valor”, lo que en realidad esta buscando es convertir- se en mértiy-sacrilicarse por una causa que de finguna manera pareceria ser la suva. De los enredos de la “santi- ficacién” y el apdcrifo heroismo. E] mayor estigma del macho sigue siendo su potencia sexual. Quiza sea ésta, simultaneamente, su mas grande antagonista. Se sabe que los procesos eréticos del ma- chismo son burdos, primitivos, silvestres. Que la mujer —lo infrahumano por antonomasia— es sdlo un recepté- culo de sudor y semen. Que su cuerpo es objeto antes, mucho antes, de ser sujeto de placer. Que el cuidado femenino, el cultivo de la sensualidad, estan al servicio de las necesidades y caprichos de un “ser superior”, prioritario, capaz ademas, si todo va bien, de “sostener una familia”. Es un hecho que frente al “atractivo visual” el macho emplea sus artimafias menos sofisticadas: aquellas que van de la mera sugestion (el piropo ocasio- nal) a la total desfachatez. Por su parte, la mujer ajena debe primero soportar los brotes sicalipticos de un va- rén exacerbado para luego contener, como pueda, los arranques libidinosos de una bestia sin control. Los dicharachos populares —siempre tan apegados a la reali- dad— dan cuenta de este morboso cretinismo: “Casado, pero no castrado” o “Compadre que a la comadre no le Nn 66 llega a las caderas, no es compadre deadeveras”. Ahora bins, bo Sanaa es oe pal i er ofena sea el blanco de su entrepierna sino que, por muy absor- to que esté en la cuestién, jamds debe darse el lujo de descuidar a la propia, ya que —segiin los retruécanos de su limitada inteleccién— si todas las hembras estan ahi para saciar sus instintos, lo mds probable es que la suya sea también un paliativo codiciado por los demas, En consecuencia, la mujer del macho debe ser décil, obe- diente y, sobre todo, fiel. “La cobija y la mujer, suavecitas han de ser”, dice otra sentencia pedestre. He aqui, justa- mente, la tercera opugnacién que hace del machismo una figura monstruosa. De las trampas de la lascivia. Puede ser vilipendiado —nada mds se ha intentado en este ensayo— pero dificilmente sepultado, descalificado pero no deshecho. Como toda alegoria, sus mecanismos trascienden la conceptualizacién. Para unos, practica barbarica; para otros, estilo de vida. Para unos, férrea dis- ciplina; para otros, escueto reflejo de la pobreza. Todavia hay quien asegura que parte de su esencia reside en un malentendido, en una especie de sustitucién del estoicis- mo y la alegria de ser hombre por las insanas fascinacio- nes del poder. Ante tal variedad de perspectivas —pues or siempre resulta complicado bajo qué luz discutirlo: si filosé- fica o psicoldgica, pedagégica 0 econémica, ética o politi- ca—no nos queda mas que la injuria para hacerlo tambalear, para conseguir, aunque sea por un instante, el hundimiento de sus componentes. Aunque en ocasiones, y apoyados en un cumulo de moldes regionalistas, podamos concederle un rostro positive 0 “humanizado”, siempre es mejor, creo yo, detectar criticamente sus fl sy desperfectos. Hasta aqui, pues, llega (e ofrecido sélo algu- nas pistas desde las cuales abordar€l tema. Ojala que el lec- tor, si asi lo desea, escriba su propia invectiva. Del elogio ya se encargaran los imbéciles, los tardos, los trogloditas, pues en toda sociedad prevalece la displicencia. Lossanc CastaNEpa (Estado de México, 1980) es ensayista. Estudié filosofia en Ja UNAM y ha sido becario de la Fundacién para las Letras Méxicanas y del onca. Ha publicado, entre otras, en las revistas Metapolitica y Luvina. CONTRA EL PADRE BRENDA Lozano La patria es el pais de donde venimos y donde habita nuestro padre. Pero sc6mo salir de alli? s;Cémo salir de la casa del padre? sCémo irnos si unos pasos o un avi6n ape- nas nos transportan a otro sitio? Vano pensar una mudar.- za, estéril sopesar una partida: nunca abandonaremos la patria por lejos que estemos de ella. E] padre —vivo 0 muerto, dictador 0 cémplice, holograma o héroe, ejemplo o vergiienza, con bigote o sin bigote— es una figura ind:- visible de la historia del hijo. No hay modo de dejarlo, no hay tiempo ni distancia suficiente para alejarse de él. Intentar apartarse no !leva a nada, equivale a despedirse numerosas ocasiones sin levantarse del sillén. Adiés, papa, ya me voy, pero aqui sigo. Ante la imposibilidad de despedirse, la salida es com- batirlo. Combatir al padre. No se trata de golpearlo lite- ralmente, pese a que haya casos arrojados. Para comba- B tirlo hace falta conocer, conocer a ese hombre. Y mas importante que conocerlo a él, es de vital importancia pensar en la idea que se tiene de él. Es preciso, en cual- quier momento, pensar de nuevo la idea del padre. Se debe combatir la idea que tenemos de él, pues donde somos déciles no florecen jardines. Pelear contra la idea del padre porque alli esté el camino propio. Todos guardamos dentro algunas palabras que ilus- tran nuestra idea del padre. Acaso una imagen, una esce- na, una conversacién o una metéfora que dibuja esa rela- cién, Palabras de Franz Kafka, vengan por favor: “A veces imagino el mapamundi desplegado y ati extendido trans- versalmente en él. Entonces me parece que, para vivir yo, sélo puedo contar con las zonas que ti no cubres o que quedan fuera de tu alcance. Y estas zonas, de acuerdo con la idea que tengo de tu grandeza, no son muchas ni muy confortables.” Mi padre, por ejemplo, ha aceptado aparecer ocasio- nalmente en estas lineas. Me ha pedido que mencione que es muy alto y muy guapo a sus casi sesenta afios. Estoy segura de que también me daria licencia de decir que viéne de una familia tradicional, conservadora, que es el tercero de cinco hermanos, todos ellos hombres de bien —en palabras de su madre— que forman un despa- 7” cho de abogados. Pues bien, este ultimo dato, la eleccion profesional de mi padre, no es de poca monta. La profe- sién del padre es nuestro parametro, es el espacio de la lucha. El nucleo de la idea del padre es el trabajo. Su que- hacer forjalaidea que tenemos de él, Dit ésededi- cao dedicé tu padre iré Un dibujo a crayola de mi padre. EI juégo de las sillas. Una para alla, otra para aca. Todos estamos lis- tos, sillas y nifios, pero no hay misica. Mi padre vuelve al jardin con un estéreo. Sonrie, tiene un espacio entre los dientes frontales, me dice que el juego est4 a punto de empezar. Sintoniza el radio en una estacién de misica clasica, después de todo tiene el control. Finge que apagara la musica y vuelve a mostrar el espacio entre sus dientes frontales. Se divierte. Vaya que se divierte con la musica a todo volumen, mientras tanto los nifios giramos alrededor de las sillas. El, que tiene el control, apaga, clac, el estéreo. Los nijios se sientan, victoriosos, menos uno. Algo asi ocurrié porque mi padre es el hombre con el espacio entre los dientes frontales y yo soy la nifia que quedé sin silla. ¥ algo asi ha ocurrido en esa relacién porque a veces me he que- dado sin silla en su juego, empezando por su eleccién profesional. 6 Digamos que en el terreno laboral, el que empieza sin silla es, necesariamente, el hijo. Por obvio que suene, el pa~ dre marca la cota, es quien ha tomado la mejor decision. Mientras alguien mas tiene el dominio del juego, el hijo apenas es una pieza, un jugador. Y la estampa del juego de las sillas, me parece, muestra la posicién del padre ante el hijo. El hijo esté en desventaja, pero, como Job, tiene dere- cho a réplica. Por qué me quedaré observando cémo todos juegan mientras yo estoy al margen? El hijo debe replicar. Una réplica, no una zapateta, pues de nada sirve azotar puertas. Una réplica que es la tarea de una vida. La réplica natural a la idea que tenemos del padre es la elec- cién profesional. Podrfa decirse que éste es el primer golpe de un hijo. Mi padre, por ejemplo, opté por una labor tttil. Yo estudié literatura, que en otras palabras era lomismo que quedarse sin una silla en su juego. De mane- ra que, en mi caso, la tensién estaba entre lo util y lo inutil; entre optar por una labor que alimentara una cuenta ban- caria o una que dejara un cero a la izquierda, redondo como una bola. Pero esto no lo pensé mi padre, lo anoté Robert Walser, asi que no se lo imputaré. La eleccién profesional del padre constituye una im- pronta decisiva en la vida del hijo: se elige seguir sus pasos ose clige cmprender otro camino. Es decir, el com- 76 bate no radica en escoger un camino distinto del suyo. Hay casos, muy loables casos, en los que padre ¢ hijo se dedican a lo mismo. El asunto aqui es de qué manera se combate. Pero, ;cmo soltar un revés a esa sombra? Cuando somos nifios, por ejemplo, no hay defensa posible contra él. El es el héroe o el hijo de puta, pero no hay defensa. No hay modo de sacudirse una de sus frases, no hay modo de pulverizar su s‘lencio. Es el hombre que puede acompaiiarnos y el que puede dejarnos. Es, sobre todo, el hombre capaz de infundir miedo. Aun recuerdo con temor a mi padre entrandoa la cocina —mi hermano y yo en pijama, cenando Chococrispis— para preguntar- nos por qué habiamos faltado a la escuela. El tono serio, seco, que le daba una gravedad universal al hecho de haber fallado en algo, nos hizo palidecer ms de una vez. Acaso porque al hijo le afecta profundamente su desapro- bacién. Le Este temor es un bot6n: de alli nac tt |. Dé tal forma que la batalla contraélno-es. cualquiera, es hacia la reafirmacién personal, Yvaya quees.una batalla necesatia. Un buen dia, la infancia en una nube, puf, desaparece El hijo cobra fuerza, crece. La jerarquia vertical se desdi- buja. Empieza el didlogo horizontal. Presente o ausente, el hijo conversa frontalmente. Discute. Gana una postura 7 critica. Pero la critica al padre es una calle de un sentid s6lo el hijo es capaz de juzgar severamente. Esto no ocu- rre de vuelta. Nada puede degradar tanto la idea de un hombre como el juicio de un hijo, ese juicio que se produ- ce tarde o temprano en forma de preguntas 0 de senten- cias. Nadie puede reprobar sus decisiones, despotricar contra su conducta, criticar con tanta rudeza como su propia sangre. Las frases del hijo contra el padre son los hongos atémicos en la comodidad del hogar. Alguien que ha juzgado a ese hombre, que lo ha des- trozado, es capaz de comprenderlo y también capaz de observar el reverso de la idea que tiene de su padre. Es tan necesario criticarlo como enaltecerlo. Ahora mismo imagino la sonrisa de mi padre. Ese que nos hacia palide- cer a mi hermano y a mi, aquél que procuraba que sus hijos se dedicasen a profesiones utiles, el hombre que me ha hecho sentir sin silla y al que luego juzgué mordaz- mente tiene, también, un reverso, Cuando dirige una sonrisa, por ejemplo, ese espacio entre los dientes, sin pudores diré que es un trofeo. Pero tiene un tipo de son- risa, una que pocos conocen, cuando escucha conciertos para piano. Pocas imagenes me han conmovido tanto como observarlo escuchando musica. Ahora mismo ima- gino a mi padre conduciendo su coche, escuchando una 78 sonata para piano que conoce de memoria, una que lo sobresalta y lo leva incluso a improvisar movimientos que quieren ser un baile. Ahora mismo lo imagino son- riendo y vuelvo a admirar el placer con el que escucha misica. El tiene una pasion. Quizé no huelga decir que 4, a su vez, tuvo un padre atin més severo, mds hosco, que deseaba’ que él pudiese sostener una fami , pero cuya pasién por escuchar misica de tiempo completo no se lo prometia. Pero éste, el reverso de mi padre, de ser posible, mucho le ensefiaria a mi abuelo. Tal vez porque elreverso del padre tiene todo que ensefiary, a la postre, es un auténtico privilegio. Asi que pronto, en la contienda, uno se da cuenta de que ésta es también una batalla de dos que a momentos se abrazan. Es una disputa de impulsos pendulares: pa- samos, en el decurso de la relacién, de unextremo a otro. Aquel que en algiin momento me hacia sentir un miedo hondo, es el mismo hombre que afios mAs tarde me aver- gonzaba cuando pasaba por mia una fiesta de la secun- daria en pijama y pantuflas. (Incluso sospecho que en esa época mi padre dormia en pantalones de vestir y mangas de camisa, pero en un segundo se ajustaba la pijama para salir de su cuarto.) Ahora, acaso en otro mo- mento de la historia, es quien de pronto me llama al celu- lar, sube el volumen de la musica que escucha de camino al trabajo y, cortesia de casa, dice: “Beethoven y yo vamos a la oficina, pero antes te queriamos mandar un beso, hija.” Esta es una batalla donde impera el carifio. glmpera el carifio? Estamos de buenas: reina el amor. Que salten esos episodios con el padre. Hace unos dias, por ejemplo, mi padre me conté algo. Su hermano menor también disfrutaba de la musica y, subversivo, sopesé la posibilidad de ser musico. Mi padre, entonces de trece afios y tomando el traje del padre, le dijo que no tendria futuro en una orquesta. En su condicién de hermano mayor le aseguré que a los cincuenta afios hablarfan del mismo tema entre risas. Pues bien, mi padre confesé: gSabes qué pasé cuando tocamos el tema hace un tiempo? No reimos como le prometi, sino que loramos juntos. Mi padre al contarme esto casi llora. Digo que casi llora, pero esto lo sé yo, porque la tinica vez que lo he visto llorar mas bien parecia que estaba enojado. El Ilanto no es una de sus salidas, como me imagino que ocurre con la mayoria de Jos padres. Cuando me conté este momento con su her- mano menor, lo abracé como en este momento lo hago a distancia. Se puede o no estar en contra de ese hombre que tiene nombre y apellido y que hasta nos dio la vida. Pero “4 i } debe osarse estar en contra de la idea que se tiene de él. Es menester hasta de una nutria. ;Por qué? La pregunta incluye la respuesta. Se abren paso unas palabras de Plotino: “Zeus, el hijo del intelecto, es el tinico que ha brillado exteriormente, procediendo desde los espléndi- dos retiros de su padre. Desde ese tiltimo hijo podemos contemplar como en una imagen la grandeza de su sefior y de sus hermanos, aquellas Ideas Divinas que permane- cen en unién oculta con el padre.” Sabemos que estamos atados a él, que lo II 10S dentro. Pero, cabe decir, luego de lidiar con aquel que nos dio patria'sigue un despliegue de otros padres. Si, como — loleyé, ;Laidea del padre aqui se dasdobla contodoy sig- nos de admiracién! Piense en algiin maestro o algin ami- go al que le quede el traje. Incluso alguien a quien no conocemos, pero est presente en el dia a dia. Si, por ejemplo, usted disfruta de la literatura, sabrA que hay autores que nos han dado patria, los libros, esas palabras; que son nuestra casa. Por ejemplo, si una frase de Octavio Paz nos da mas bandera que la conocida y un verso de José Gorostiza nos da mas paisaje que el de un horizonte, con- siderarlos padres no es un asunto menor, Si miramos alto, luego de esas nubes, encontraremos otros padres. Asi, en el despliegue, podremos incluso tutear a Dios, ese padre aL de padres. Pero, como ocurre en la condicién de hijo, se debe confrontar en pos de la via propia, en aras de tomar el papel de padre en nuestra vida. gY como pelear contra una idea? No hay instruccio- nes, hay temperamento. Se debe conocer, conocer a esas figuras que se cifien a la idea del padre. Y cémo inter- pretar? Esa es una tarea individual y para paliarla, el sen- tido del humor tiene un papel estelar. Es un combate, un juego, no una guerra a muerte contra el padre. Es funda- mental dar espacio al sentido del humor; después de todo un padre también recurre en numerosas ocasiones a las mismas bromas. Desde luego, hay momentos para observar, para pensar, pero no hay que olvidar que es un juego donde también nos divertimos. No es un asunto de quién gana o quién pierde. Debemos ser osados y jugar, pelear, pasarla bien, pues sdlo el que ama al padre puede estar contra él. BRENDA LOZANO (ciudad de México, 1981) es narradora y periodista cultural. Sus ensayos han aparecido en revistas como Nexos y Letras Libres. CONTRA LA CELEBRACION DE NOSOTROS MISMOS José ISRAEL CARRANZA La tinica vez que estuve en la ceremonia del Grito de Independencia, en el Zécalo de la ciudad de México —y confio en que de verdad sea la tinica: si llego a encontrar- me allf de nuevo espero que sea en efigie, al lado de dofia Josefa, dibujado con series de foquitos— en 1991, fue por- que a los tres amigos que ibamos nos movian un entusias- mo sincero y un propésito épico: queriamos acercarnos lo ims posible al bale6n presidencial con tal de verle los cal- zones a la hija de Salinas. No pudimos. En cambio padeci- mos incontables apretujones vejatorios y traumaticos: uno casi perdié un ojo por el golpe que Je dio un compa- triota con un huevo relleno de harina, quedamos de espaldas a Palacio Nacional presenciando cémo una bai- larina “4rabe” se zarandeaba en un templete, a mi me tomé horas alcanzar el ultimo confeti alojado en lo mas remoto de mi anatomia y, por si fuera poco —como lo sabriamos después, jhorror!—, estuvimos a punto de cho- 87 car con Carlos Fuentes, que hab{a elegido esa noche para ser filmado alli, en el pasaje alusivo a las fiestas patrias que luego se incluiria en la versién televisiva de El espejo enterrado. (Al otro dia, todo hay que decirlo, nos esforza- mos en creer que la vida nos recompensaba, pero el con- suelo fue poco menos que miserable: desde la ventana de un hotel, por la avenida Cinco de Mayo, vimos el desfile, y en él a Lupita Jones, vestida de charra.) Si toda multitud es, por principio, aborrecible, las que se componen en torno auna idea de la celebracién, y mas cuando se trata de una celebracién mexicana, son maquetas de la seccién del infierno que les tocara a quie- nes se obstinan en ese gusto depravado y nocivo. No hay peregrinacién, verbena, romeria o kermés, ni carnaval, desfile, fiesta en plaza publica (con bailable y locutor), procesién de Semana Santa o exposicién de artesanias, ni tampoco Dia de Muertos o de las Madres o del Com- padre o del Abuelo o del Electricista o del Paciente con Insuficiencia Renal o de Lo Que Sea, ni posada, preposa- da, festival de kinder, honores a la bandera, venida del Papa, triunfo de la Seleccién ( de cualquier otro “repre- sentante” tricolor: ya se vio que existen connacionales dispuestosa aullar de alegria hasta por el taecuand6); y mucho menos hay nada que incluya bocinas con sones o marimbas o tubas o matracas, bebedizos laxantes y/o embriagantes, abundancia incuantificable de grasas (hectolitros repartidos entre los puestos de fritangas y las nalgas de los presentes), serpentinas, sombreros picu- dos, antifaces con la leyenda “Busco Nos1a”, silbatitos, cornetas, delirios de papel picado o farolitos o pifiatas gigantescas o monigotes y, sobre todo, pélvora para toda suerte de estallidos (a ras del suelo o en la noche asi colo- reada); no hay, en fin, congregacién de supuesta indole jubilosa en México que no sea invariablemente ocasi6n para la desgracia o, al menos, para terminar haciéndose esa pregunta emblematica de quien se descubre en la angustia y la desesperacién que siguen a las peores deci- siones: “Por qué estoy aqui?” (Esto de la desgracia, y no es sorna, lo tendran ya mas que claro quienes corrieron la pésima suerte de hallarse en la ceremonia del Grito escogida por el terrorismo para debutar en el México del siglo xx: la noche del 15 de septiembre de 2008 en Morelia, el atroz momento “inesperado” que el pais se resiste a reconocer que esta- baesperando, y que finalmente llegé, gracias a que lleva- bamos ya buen rato abriéndole camino.) Seguro que mis amigos y yo pudimos hacernos esa pregunta inutil aquella noche de 1991, mientras navega- bamos, sudorosos y a codazos, en ese mar fétido, oscuro, ensordecedor, temible y soez. Seguro que se la hicieron varios miles de projimos alli smo —y a los que no, alos otros miles que gozaban y reian y lanzaban huevos con harina y se dejaban mecer por el oleaje inmundo que for- mabamos todos, a los que salieron gustosos y volvieron * al afio siguiente (y gracias a quienes el tumulto existe y se perpettia), veo dificil llamarlos prdjimos—, lo que sé es que, desde entonces, nunca he podido dejar de expe- rimentar una amarga y desvalida perplejidad al descu- brirme en el centro de una fiesta popular. Claro, es una circunstancia que evito escrupulosamente, pero amenu- do la elusién de lo que detestamos es el mejor atajo que conduce a ello y, como en México lo popular y lo tumul- tuoso son sinénimos —una marcha de maestros incon- formes pronto puede tornarse una variante de la charre- ada—, es complicado pasar por esta vida sin ser, muchas veces, gentio: gentio argiiendero y festivo, que es peor. Es evidente que el gentio tiene propiedades magnéti- cas y atrae incesante e irresistiblemente nuevas particu- las que lo engordan; menos obvias son las razones que dichas particulas pueden tener para permanecer en él, pues los mariachis jamas han sonado bien, no hay carro alegérico que no sea una pesadilla y los jarritos con Squirt y mezcal son repugnantes y toxicos. Por otro lado, como no sea la posibilidad de que las fiestas patronales termi- nen a machetazos, el nazareno de la Judea-en- Ivo se deshidrate y se convulsione 0 el castillo pirotécnico haya sido levantado cerca de una gasera, las celebraciones populares son absolutamente refractarias alo inusitado y no tiene sentido esperar de ellas ninguna novedad. Qué las anima, entonces? Podria pensarse, no sin negligencia, que la recia piedra de sus cimientos est4 unida por una argamasa sentimental, endurecida con efusiones lacri- mégenas de generaciones alo largo de los siglos —aunque nitantos: si cabe hablar de proporcién entre la firmeza de las tradiciones respecto a lo ancestral de sus origenes, las fiestas mexicanas deben ser infimamente odiosas en comparacién con las chinas—, y que las masas se apeloto- nan en tornoa sus dudosas formas de “divertirse”, porque en el fondo les resulta conmovedor (y les gusta conmo- verse). (Esta suposicién queda desarmada con la familia que vuelve a casa gastada, de malas y cansada, luego de haber pasado cuatro horas al solazo y buscando al nifio que se les perdié mientras contemplaban a los voladores de Papantla.) En todo caso, en el impulso inicial que leva. a sumarse a la muchedumbre a fin de despostillarse un. diente con una manzana acaramelada, quizds haya sdlo a una fugaz pulsién sentimentaloide, que sin embargo que- dard disipada pronto, con el primer disgusto: “Mira los danzantes, qué bonito”, y, unos segundos después, “Mi cartera! ;Me sacaron la cartera!” Creo, mas bien, que la explicacién de la mexicana ten- denciaa la celebracién masiva —del balneario de albercas atestadas al funeral con tamales y musica, del desayuno para dos mil trabajadores sindicalizados al danzon de récord Guinness-, tiene que ver con un rasgo de idiosin- crasia que consiste en lo siguiente: la propensién a suscri- bir automaticamente cualquier nocién identitaria que se exprese, por quien sea y con cualesquiera intenciones, en primera persona del plural (0 con el posesivo correspon- diente). No importa cuando ni a quién —seguramente en la infancia— le hayamos ofdo por primera vez que nos gusta la fiesta, que los jaripeos existen para que nos llene- mos de contento, que nuestra insuperable aportacién al comercio es el tianguis o que nos fascina enchilarnos: es suficiente con que estemos enterados para que obremos en consecuencia. Si un pufiado de beodos con mascaras horrendas y dandose de latigazos entre sien honor a un santito forman una imagen execrable, sélo hay que recordar que es una manera muy nuestra de mostrar fer- vor para no sdlo quedarnos viéndola, sino para sentir oy ademas que nos ayuda a definimnos y hasta para presu- mirla delante de los extranjeros. De ahi que aceptemos con toda naturalidad sumarnos a Ja aglomeracién: por- que es IES, y porque asolas o por cuenta propiaacaso presintamos que terminaremos disolvié: a es mexicano sino es en mont6n, haciendo mucho ruiday al amparo de cualquier nocién de lo popular par repulsiva que sea. O puesto de otro modo: un mexicano, paraser tal, slo tiene que saber cémo somos los mexicanos, y es sen- cillisimo enterarse: todo el tiempo estamos repitiéndolo en coro, y quien lo ponga en duda merece la proscripcién yeloprobio. Pocas cosas habré tan nefandas como el habito que muchos (mexicanos 0 lo que sea) tienen de justificar sus majaderias o sus yerros esgrimiendo la frase: “Es que asi soy yo.” Que uno sea como es no significa que esté bien. Por eso creo que hay que estar en guardia contra todo des- figuro colectivo que pretenda explicarse a si mismo par- tiendo de esta viciosa comprensién de | = los mexicanos somoscomasomos porque asi somes losTiiexi- canos. Y, con todo, admito que tal vez se trate de una fata- lidad nacional, y que si un 15 de septiembre el Zocalo de la ciudad de México por fin esta desierto —y también todas las plazas de todo el pais—, habré en algin otro 93. lugar (me gusta la idea de que sea en las Islas Revi- lagigedo) una multitud expectante y en silencio, a punto de rugir. Jost: ISRAEL CARRANZA Guadalajara, 1972) es ensayista, narrador y periodista. Entre sus li- bros estan La sonrisa de Isabella y otras conje- turas (1995) y Cerrado las veinticuatro horas (2003). Actualmente es editor de la revista lite- raria, Lavina. 95, ‘Contra México lindo de Luts Vicente de Aguinaga, HéctorJ. Ayala, José Israel Carranza, Losbang Catafteda, Eduardo Huchin y Brenda Lozano se terminé de imprimir, mientras, ‘envueltos en una bandera, nos arrojibamos al gentio, en elmes de diciembre de 2008, en la ciudad de México. El tiraje fue de mil ejemplares. En la composicién se.utitizé la tipografia Mercury Text publicada por Hoefler & Frere-Jones. COLECCION VERSUS 1. Phillip Lopate Contra la alegria de vivir 2. Jonathan Lethem Contra la originalidad 3. Heriberto Yépez Contra Ia tele-visién 4, Laura Kipnis Contra el amor 5. Witold Gombrowicz Contra los poetas 6. Hans Ulrich Gumbrecht / Antonio Ortuno Contra las buenas intenciones 7. Richard Klein Contra los no fumadores 8. Jeremy Bentham Contra fa homofobia 9. Rafael Lemus Contra la vide active 10. Stallman, Wu Ming, et al. Contra el copyright 11. De Aguinaga / Ayala / Carranza / Castafieda / Huchin / Lozano Contra México lindo PROXIMO ROUND 12. Nietzsche, Russell et al. Contra el trabajo

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