0 ratings0% found this document useful (0 votes) 156 views49 pagesMexico Lindo
Compilación de 6 ensayos desertores sobre la nación mexicana.
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—— TUMBONA EDICIONES PRESENTA ——
Kaa KK KKK KKK
CONTRA
tt annoy snsuan
11
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a turbo de escritores nacidos en los afos
de las vanide-
des, mentiras y engafios con que arropamos la
devocién por México, Los cultos a la artesania, el
pater familias, el macho y nuestro singular inge-
nio, asi como los lugares comunes que cargamos
sobre la espalda, son sefialados por los autores
‘con buena dosis de safia, humor chocarrero
incluso arrebatos de merecide indignacién.
ONWZO1 / NINONN / WOARNEENS PUERRARNS 7 WIVAW / VOVMINOY 30
‘CON LA FEROCIDAD DEL DESENGANO, SE DESMENUZAN LOS ESTEREOTI
MEXICANO, LAS INERCIAS DE UNA IDENTIDAD QUE NOS CONFORMA Y AVERG
ay Qe=.
ISBN 978-607-7534-07-5 |
NnCONTRA MEXICO LINDOD.R. © Tumbona Ediciones S.C. de R.L. de CV, 2008.
Progreso 207-201, Col. Escandén
México, 11800, DF.
contacto@tumbonaediciones.com
http://www.tumbonaediciones.com
http://www.tumbona. blogspot.com
ISBN: 978-607-7534-07-5,
Impreso en México.
Printed in Mexico.
DRR.@ Luis Vicente de Aguinaga, 2008
DR. © Héctor J. Ayala, 2008
DR. © José Israel Carranza, 2008
D.R. © Lobsang Castafieda, 2008
DR.© Eduardo Huchin, 2008
DR. © Brenda Lozano, 2008
D.R. © Diseiio de coleccién y portada: Eramos Tantos
Impteso por Grafic Gold, S.A. de CY.
Este librono puede ser fotocopiado ni reproducido total o parcialmente,
por ningtin medio o método, sin la autorizacién por escrito del editor.
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Para la realizacién de este proyecto se recibié el apoyo econémico del
Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, a través del Programa de
Fomento a Proyectos y Coinversiones Culturales, en el afio 2007.
VERSUS}: iN
wsnem DE AGUINAGA / im, AYALA
sss CARRANZA / ws CASTANEDA
tom HUCHIN / 1m LOZANO
— EONTRA —
- MEXICO LINDOINDICE
CONTRA EL COLOR LOCAL
Héctor J. Ayala
CONTRA LO HECHO EN México
Eduardo Huchin
CONTRA EL INGENIO DEL MEXICANO
Luis Vicente de Aguinaga
CONTRA EL MACHISMO
Lobsang Castafieda
CONTRA EL PADRE
Brenda Lozano
CONTRA LA CELEBRACION DE NOSOTROS MISMOS
José Israel Carranza
25)
39
59
7
85,CONTRA EL COLOR LOCAL
Heécror J. AYALAInvitame a pecar, invitame y te invito.
Paquita la del Barrio
Sin duda comparto con muchos mejicanos un amor pro-
fundo a la tierra del nopal y, al mismo tiempo, una abe-
rracién inconmensurable contra sus costumbres y proe-
zas. Me explico: frases como “si no podemos cambiar de
pais, por lo menos cambiemos de tema’, o bien, “es que
esto sélo podia pasar en Méjico”, salpican las conversa-
ciones con una cara de indignada aceptacién. Pero gqué
hay en el subsuelo de este Méjico lindo que verdadera-
mente me remueve las entraiias? Ante la posibilidad de
hacer una suerte de andlisis fenomenolégico de nuestros
lugares comunes més transitados, un esfuerzo desmitifi-
cador de los estereotipos que nos dieron el corpus exis-
ntencial gracias al cual metemos la pata cada dia, y luego
de ya casi diez afios de exilio elegido, no me queda mas
remedio que empezar.
El malinchismo. Es completamente falso que el mejicano
prefiera siempre y en todo momento los productos que
Uegan del exterior; en muchas regiones atin persiste la
pasion por las tortillas aunque el maiz provenga de
Estados Unidos. No se prefiere lo extranjero per se, es
que no auedamés “nadia Habiendo asumido un'pepel
de saoecia abeaTaapeatiomos si pertenecemos a
Occidente. Y la pregunta es legitima. Entre la lujuria del
prdjimo, el desprecio a lo autéctono y la admiracién por
lo extranjero (del norte) nos perdemos en consideracio-
nes contradictorias que con frecuencia producen ver-
giienza. Decir abiertamente que si, que a uno también le
gustan los huaraches, puede resultar todo un acto libera-
dor. Péngalo en practica, le hard mucho bien.
La buena educacién. Méjico es el pais del mandeusté.
Diminutivos, afectadas gracias y porfavores ladinos se
confunden con una educacién de élite, Pero no hay que
confundir educacién y amaestramiento. La cultura de la
sumisién, propia de un pais conquistadoe histéricamente
ultrajado hasta por sus propios lideres, se expresa.a través
de un trato melifluo y, por qué no decirlo, Cortés. Efec-
tivamente, la cortesia vale como moneda de cambio en las
situaciones de una realidad bastante escarpada. Pero esta
suavidad de trato también revela a la bestia salvaje y apa-
sionada que reventaria la cara del taxista sino pide discul-
Pas quince veces por no traer cambio. Todos sabemos
exactamente qué pasaria si se nos ocurre dejar de pedir
las cosas por favor. Pero la educacién no tiene mucho que
ver con esta domesticacién: jMirad a los nifios! ;Observad
los cuidados de las madres! ;Apreciad en qué consiste la
diversion de los adultos! Barbarie, gritos, sombrerazos,
excesos. ¥ después silencio, un silencio sombrio y aver-
gonzado. Disculpas y porfavores se revelan como el ritual
de una sertsibilidad que no distingue limites entre lo sutil
y lo grotesco, Eso si, el mejicano es amable, hasta que te
das cuenta de lo que te va a pedir. Estamos adiestrados
para la sumisi6n; el dependiente te saluda no con un “qué
se le ofrece”, sino con un “en qué le puedo servir”. Pero la
costumbre de tragar sin discriminacién también causa
malestar. Por eso, el mejicano entre la masa, desde el ano-
nimato, es verdaderamente peligroso, pues conserva en
sus entrafias la violencia y el resentimiento de una humi-
llacién antigua, genealdgica.La union familiar. Una tradicién conocida: los abuelos 0
los padres tienen un terreno que se va reedificando gene-
racién tras generacién hasta que las diversas progenies
cohabitan en una promiscuidad cuya sordidez pocas ve-
ces sale a la luz. Sino se tiene la suerte de contar con un
terreno familiar, con frecuencia entre varios arreglan un
alquiler con los mismos resultados de higiene. Y vienen
hijos, y nifios y nifias de doce o trece afios aprenden que
el sexo es para darle gusto a sus parientes.
En los ultimos afios del siglo pasado, la suerte y mi
animo baudeleriano me llevaron a vivir en una ilustre
vecindad del sur de la ciudad de Méjico. Muchas fueron
las cosas extrafias que pude observar y que me levaron a
tener la opinién de Buftuel o de Chesterton sobre el desa-
rrollo de la civilizacién en condiciones extremas: que
hay, a pesar de todo, civilizacién, un entramado de justi-
ficaciones, mentiras, supuestos, discursos, creencias bal-
dias, necesidades jams cubiertas... Creo que Rosa tenia
trece afios cuando tocé a mi puerta aquella tarde, tem-
blando. Yo estaba a punto de salir, y me preparaba fu-
mando un cigarrillo de mi cosecha especial. Supe que era
ella —de vez en cuando le ayudaba a hacer la tarea—y me
avergonz6 el aroma que, bruma espesa, no salia de casa ni
con todas las ventanas abiertas. Pero Rosa insistia, y,
4
como de cualquier manera tenia que salir, abri la puerta,
Temblaba con un sollozo y una agitacién que parecfan
mentirosos. Su palidez habitual me confundié y pensé
que estaba bromeando. Me pidié quedarse en casa por-
que su cufiado Ia habia forzado esa misma tarde. ;Cémo
vaaser! sY por qué no le dices a tu madre? No le dijo por-
que la sefiora los habia pescado en coito profundo y la
llamé puta y la acusé de seducir ni mas ni menos que al
inocente esposo de su hermana. Lo que paso después
siempre me ha resultado extraordinario. No pas6, sefio-
ras y amiguitos, absolutamente nada, La familie-se une,
eso si, en complicidad abusivay+delirante, de la-mism:
manera-quedatelevisiémune-y preside las-cenas y comi-
das, los dias de la fi fines de
semana. Ya evasién y el disimulo cohesion: lia.
Es fascinante.
Lareligién. No cabe duda de que frente a nuestra extrava-
gante cultura de los detritos, la religion ha colaborado a
hacer al pueblo mejicano més pulcro y responsable.
Permitaseme que hable de mi ciudad como centro y uni-
verso por unos instantes, aunque tal vez mis palabras no
reflejen la realidad de otros lugares. En los afios que
siguieron a la finalizacién de los Ejes Viales, contribuciénestética inestimable que eliminé las plazas, el gusto por el
paseo y volvié invisible al peatén, habia botes de basura
en cada esquina. Pero fueron desapareciendo poco a poco
porque algunas personas con urgencias domésticas espe-
ciales se tomaron la molestia de arrancarlos de la via
publica y levarlos a sus casas. Sin embargo, no desapare-
cié con ellos la costumbre de arrojar en las mismas esqui-
nas los detritos hasta configurar extravagantes orografias
a la espera incierta del camién de la basura. La tradicién
de arrojar la basura en las esquinas de la ciudad se exten-
dié, Bran las noches el momento propicio para alimentar
Jas colinas de basura, de tal manera que a Ja maiiana si-
guiente el mobiliario urbano se veia transformado de
manera dramatica. Es imposible aburrirse en la ciudad de
Méjico. Las ratas y los perros callejeros contribuian a dis-
persar los desechos y a crear, como hacen los nifios de
otras latitudes con la nieve, figuras inconcebibles, porten-
tosas. Pero algtin devoto tuvo suficiente ingenio para
comprender que si en la misma esquina que tradicional-
mente servia de basurero ocurria un milagro, todo cam-
biaria. luminada con luces de feria y adornada con flores,
la Virgencita de Guadalupe ha hecho resurgir el espiritu
religioso del mejicano que diligentemente colabora para
mantener impecable la imagen y su entorno. De esta suer-
16
te, el milagro se ha venido multiplicando, y podemos en-
contrar en numerosisimas esquinas un estandarte que
recuerda aquel que usara don Miguel Hidalgo para pro-
clamar nuestra Independencia.
Lamoralina. Se dice que el pueblo mejicano es mojigato,
conservador y machista. {Cémo argumentar en contrade
estos lugares comunes, si refulgen cada dia con luz pro-
pia! Es verdad que el mejicano es moralino, pero eso no
ilumina demasiado el panorama, pues su moralina es
bastante compleja. Otros dicen que se trata de una doble
moral: se dice una cosa y se hace otra. Pero eso es como
pensar que el mejicano es hipécrita, y yo, personalmen-
te, no lo creo. El mejicano es cobard iere gustar,
marderse la lengua pero no es hipdcrita; es congruente
con su entorno y con su cultura, al grado de que cuando
ve la ocasién y siente la confianza, normalmente dice
abiertamente lo que siente. Yo no creo que haya una do-
ble moral; pienso més bien que se suponen unos precep-
tos ideales y después, como Cantinflas, se hace hu-
manamente lo posible para seguirlos —que es bien poco.
Todos sabemos que se exige con rigor un estilo de vida
imposible de seguir, y, por eso, todos conocemos tam-
v7bién los escondrijos e intersticios para evitarlo. Ademas,
si hubiera una doble moral no se explicaria la culpa; y el
control y dominio se basan en el miedo al qué diran y la
culpa. El mejicano no es un sinvergiienza, hace las cosas.
mas vergonzosas y luego lo lamenta. Este continuado
acto de contricién habla de la elevada calidad moral de
nuestro pueblo.
La fiesta. Las fiestas mejicanas rara vez son alegres a
pesar del baile, la lujuriay las carcajadas; siempre subya-
ce una oscuridad inaprensible, una melancolia que no
desaparece. El alcohol (y cada vez més otro tipo de sus-
tancias) contribuye a la catarsis. Pero si estuviéramos
contentos, verdaderamente alegres, no haria falta ningu-
na catarsis, porque cada dia trascurrirfa con la tranquili-
dad y el bienestar de quien sabe lo que quiere y lo llevaa
cabo. Pero esto es muy complicado en Méjico. Las pers-
pectivas de futuro son escasas y es muy dificil construir
sobre un terreno tan fragil, asi que sobrevienen la frus-
tracién y la desidia. Entonces normalizamos la bacanal
del fin de semana, las escapaditas y las canitas al aire. Es
elocuente cémo han proliferado las diversiones escabro-
sas bajo la idea de una supuesta liberacién. Pero de qué
queremos liberarnos? De nosotros mismos?
6
La generosidad-Exagerar tas~virtudes-también-S_un
defecto, ensefiaba nuestro querido mentor, el Doctor
Gast6n Murillo: mucho amor al préjimo lleva a lz concu-
piscencia, demasiada honradez, apasar por pazguatos, un
sseeg de carte, sep stinanaible Y no cabe duda
de que entre Tas virtudes mas arraigadas del mejicano
encontramos un afan de dar, de obsequiar, de entregar sin
tregua ni limite. Ahi tienes al escritorcillo obligandote a
cargar sus cuatro libros ilegibles en plena fiesta, recomen-
dandote mucho que no dejes capitulo sin leer; al mar-
chante que te embute sin preguntar un insipido trozo de
queso Oaxaca en el mercadillo; a tu amiga Mariana que te
repite cien veces que no hay problema, que de verdad te
puedes quedar a dormir. ¥ no es de extrafiar que esta cos-
tumbre haya traspasado a las altas esferas de la politica y
Jos asuntos exteriores. Nunca las des-antes-de-quete las
pidan, escribia en otras términos-y-pare-otras propésitos
José Ortega y Gasset; si toca darlas, pues nada, pero no sin
que las pidan. Sordos al consejo del filésofo conservador,
el mejicano, gustoso, parece urgido por deshacerse de
todo lo que tiene. Y si no quiere, entonces pasa por avaro y
egofsta. Marx suponfa que la entrada del capital deslavaria
las morales estrechas y produciria un progreso en las cos-
tumbres, Hoy sabemos que en parte se cumplieron sus
19profecias, pero a la manera de quien un dia descubre que
su familia de enanos terminé por crecer. Entregarlotodo y
tomar sin pedir, a veces es la misma cosa, y una vez perdi
do el norte, slo queda refugiarse entre la turba.
Las letras. En general, el pueblo mejicano es un pueblo
infantil que carece de perspectiva y de memoria. Y para
perpetuar el anifiamiento de nuestra’ mentalidad, las esca-
sas veces que en la historia contempordnea han surgido
pensadores que hubieran podido incidir en la transforma-
ciéri de nuestras costumbres, han terminado, a pesar de
sus criticas, acomodandose en el seno del Estado-gobier-
no. Y es que hay mucha confusién. En otros paises los
escritores no poseen esa aura de estrella inaleanzable y
roméntica que gusta tanto en Méjico. En otros lugares un
poeta es simplemente como un saxofonista, como un pin-
tor, como un cantante: un artista con la capacidad de un
discurso estético bien articulado. Pero en Méjico, pais de
analfbetns ignorant os 0 Oe
sugiere que posee laepisteme, 7 Se ubica tres 0 cua-
tro esealonespor encima, ¥ de abt nuestra cultura de reye-
cillosy cortesanos. Pais clasista de base, cuyo racismo deu-
dor de los afios més crueles de la Conquista espafiola no se
ha disipado nunca, desarrollé un eficaz entramado de
exclusionismo letrado. No cabe duda de que Méjico sigue
siendo un pais de castas.
Elpatriotismo. Una de las cosas mas bochornosas en mis
largos afios de exilio ha sido encontrarme con mejicanos
de todas latitudes. Casi todos afioran la patria que no
estd, las costumbres_perdides, a comida. el sonido
enjundioso dé Ta X en el nombre, que es como una con-
trasefia o cruz para rezarle. Mejicanos que no toleran,
aqui, desde la lejania, ninguna critica, ningvin comenta-
rio que ponga en conflicto las costumbres arraigadas,
ninguna mordacidad. ;Qué grande es Méjico, con sus
rios, sus playas, la sierra, sus mares, sus maras, sus enor-
mes contrastes, los nifios de la calle, sus gobernantes
corruptos, sus opositores ineptos, sus sagaces narcotra-
ficantes...! Pero después de tantos aiios de proscripcién
yo ya rio sé lo que quiere decir ser mejicano fuera de una
circunstancia administrativa que yo no elegi. La gente
me sigue preguntando qué idioma se habla en Méjico,
pero no por ignorancia, sino porque no entienden por
qué hablamos espajiol y no mejor zapoteco o néhuatl: en
Austria se habla alemdn, me dicen, pero también estirio,
y otras tantas lenguas; en Francia, breton, alsaciano, eus-
kera... ¥ sigue la lista.
aNo sé lo que significa ser mexicano, s6lo puedo decir
que sali de mi pais como si se tratara de un incendio, que
0 he lamentado muchisimo
cada vez que he ido a M
no poder marcharme mis pronto de lo que habia planea-
do. No cabe duda de que contribuyen elementos psicol6-
gicos, familiares, y lo que ustedes digan, pero desde que
me fui he hecho un esfuerzo muy grande por acostum-
brarme a este sentimiento sin herir a los que no pueden
soportarlo. Si, el mejicano es patriota y malinchista,
moralino y libertino, ignorante y educado, romantico y
cursi, inconsecuente, cruel, silencioso y locuaz jy todo al
mismo tiempo y bajo las mismas circunstancias!
En Paris, a Martin Luis Guzman le preguntaban qué
parte de Méjico le gustaba mas. “E] puerto de Veracruz”,
respondia sin dilacién. “g¥ por qué, monsieur Guzman?”
“Porque de ahi se sale, sefiores”, bromeaba.
Hicror J. Ayata (ciudad de México, 1972) es
eseritor Y guitarrista. De formacién filoséfica,
parti6 en el afio 2000 rumbo a Europa para con-
tinuar sus estudios, pero la vida es impredecible.
Desde entonces ha vivido en Londres, Madrid,
Valencia y Berlin, donde ha sido becario, eonfe-
rencista, profesor de filosofia, de inglés, deespa-
fiol para extranjeros, ilustrador, miisico, dibu-
Jante de tatuajesy flaneur. Ha publicado el libro
de relatos Amanecimos titeres, los ensayos bre-
ves Los capriches del héroe y un libro sobre la
filosofia de Leibniz, Solipsismo y mundo externo,
Actualmente reside en Estrasburgoy, entre. otras
cosas, se interesa por la miisica gitana,
23CONTRA LO HECHO EN MEXICO
Epuarpo HucuinSOUVENIRS
Nada reditia mas a la venta de artesanias que la culpa.
Asociada comiinmente a gente pobre y que no tiene
otras formas de empleo, se ha convertido en la carga por
antonomasia del viajero nacional. Sometido ala prisa, en
el ultimo camino hacia la terminal de autobuses o el
aeropuerto, el turista mexicano de nivel medio piensa en
su familia; para él, cargar con una maleta sin souvenirs es
como regresar con la camara fotografica vacia de image-
nes, No hubo postales, no se viajé.1
Esculcar ciertas casas mexicanas es trazar de algin
modo la ruta de sus vacaciones. Conocer un pais significa
1 para el turista de nivel medio no existen divisiones entre un viaje de
negocios y uno de placer. Usa sus vacaciones para comprar, usa las
capacitaciones de la compaiifa para el descanso.
27acumular: en el escritorio, las plumas bordadas; en el
ropero, los gorros tejidos; en la sala, toda una fauna de
madera cazada ala orilla de las carreteras. Jarrones sobre
la alfombra, cestos de palma para la ropa en el bafio, hui-
piles en el cldset. La mejor imagen de la identidad-nacio-
nal es una artesania que nasabes dénde-cotocar.
Sila economia se fortalece en la medida en que atrae
inversiones, la identidad parece vigorizarse con el arribo
de turistas.? Es ahi donde el catalogo de artesanias hace
su trabajo. Representa tangiblemente la variedad de un
pafs: una artesania es portatil, puede ser bonita y con-
centra parte de una identidad. Todo eso que la globaliza-
cién exige a los productos para sobrevivir>
Es sabido que la patria tiene “uw
debido a é0 necesita objetos précticos para-ser-repre-
sentada. La artesania adquiere entonces un valor espe-
cial, pues lo mismo remite a la habilidad técnica que ala
2 Los visitantes nos acorralan queriendo conocer lo tipico; sélo hasta
que te interrogan te das cuienta que no sabes nada de tu pafs. Las secre-
tarias estatales nos han alertado de la necesidad de ser todos un poco
guias de turistas o promotores de artesanfas. En las calles, huyo de los.
visitantes: sus dudas para llegar a un restaurante tradicional me ago-
bian tanto como un examen sobre el Popol Vuh. Siento que pongo en
juego mi acta de nacimiento en cada respuesta.
3 Digamos, por ejemplo, los teléfonos celulares.
28
pobreza. México es eso: mucho trabajo manual, poco
dinero, colguijes para la culpa. Un muestrario de haza-
fias en miniatura.
Como bien ha escrito Juan Villoro, “en aras del respe-
to a la diversidad, ciertos di euro-
peos incurren en un curioso fundamentalismo del fol-
Klore”. Lo cierto es que esos discursos son ya parte de la
mentalidad nacional. En un pais donde el color local es
inapelable, la puesta en practica de la identidad es obser-
varnos entre los estados de la Republica y, al mismo
tiempo, sabernos diferentes y sentirnos parte de un solo
pais. Las diferencias nos unen y producen la misma sa-
tisfaccién que produciria grabar las distintas hablas
regionales y complacernos de la manera en que, mexica-
nos todos, somos incapaces de entender los localismos.
LA AUTENTICIDAD COMO MARCA REGISTRADA
Las guitarras de Paracho hechas en China ponen en pers-
pectiva el problema: lo unico que tienen para afrontar la
invasion oriental es su autenticidad. Si, las guitarras de
Paracho “suenan més bonito”, pero a los compradores
apenas les interesa que suenen. La invasién china nos
29revelé a un tipo de consumidor que va tras lo barato.
Como casi todos. Ante ello, los artesanos se sienten des-
pojados, golpeados por una competencia que consideran
desleal y, en mas de un caso, lloriquean contra la pirateria
como las compafiias discogréficas. Considerada Ja iden
tidad como marca registrada, los artesanos defienden el
valor de su obra, como sien ella se jugara no la supervi-
vencia Ge GE NO LOTIBMEOE GEERT Ge ont,
elser nacionalenpequefias porones. ———SC~S~S~*
“Un producto nuestro, hecho con maderas preciosas,
como el cedro, tiene un valor de 800 pesos, mientras que
los de procedencia china, que no sirven para nada, por-
que duran un mes, te los ofrecen en 250 pesos. Con esos
precios no podemos”, ha declarado el fabricante de gui-
tarras Francisco Mercado al periédico La Jornada, Ha-
bria que preguntarnos a cudntos compradores les intere-
sa que sus artesanias duren ms de un mes. Colmado el
mundo de consumidores que privilegian el precio sobre
la permanencia, la artesania tiene poco que darles. Y hay
gue reconocer que llega el momento en quelas glorias de
este pais ya no caben en la casa de nadie.
Para Octavio Paz (“El uso y la contemplacién”), la pre-
dileccién de la artesania por la decoracién “es una trans-
gresion de la utilidad”. ¥ el mercado, que prefiere lo util o
30
lo efimero, les esta dando ahora la espalda en tanto la
artesania es menos util y menos efimera que los objetos
industriales. ;Por qué extrafiarse e indignarse? Agobia-
dos de capitalismo, quiz4s nos hemos puesto a glorificar
todo aquello que no nos parece “un producto”.
Del mismo modo, quienes veneran la artesania lo
hacen porque encierra una critica a la modernidad vista
desde un mundo anterior a la industria. Pero eso no deja
de ser culpa. Lo que anima esta exaltacién es la posibili-
dad de ver las ruinas de nuestros antepasados sin pensar-
los extintos. Paz aporta otro mito: el de la artesania como
forma romantica de producir objetos. Dice el poeta: la
jornada del artesano “no esta dividida por un horario
rigido sino por un ritmo que tiene mas que ver con el del
cuerpo y la sensibilidad que con las necesidades abstrac-
tas de la produccién. Mientras trabaja puede conversar
y, aveces, cantar”.4 Eso significa que se compran artesa-
nias también en la medida en que nos hablan, como las
novelas rosas, de un mundo idilico, donde las cosas suce-
den de un modo distinto al conocido.
4 Resulta obvio que en el afio en que Paz escribié este ensayo (1973), los
empleos comunes no habjan desarrollado “el conversar” y “el cantar”
como habilidades laborales, tal y como sucede ahora a través del Mes-
senger y el YouTube.
aLa artesania es algo mds que un producto en serie.
Encierra un esfuerzo individual. No es lo mismo pensar
en un tipo manejando una maquina que hace cuchillos
de acero que en un hombre bueno —golpeado por la his-
toria, firme en sus convicciones— dejando sus huellas
digitales en un jarrén. Porque la destreza del artesano
reconforta. E] punto més alto del mito del creador es el
del genio (ese sujeto encerrado en su biblioteca, su estu-
dio o la cércel, intoxicado de alcohol o de realidad), y el
Ultimo, el asalariado (aquel perdedor, incapaz de hacer
un-esfuerzo extra si no esta estipulado en el contrato
colectivo de trabajo). El artista depende del genio, el
orton dada cfaeicadsansmae bee
potitivided-De todos ellos, el artesano —gracias a Dios,
al Estado y a los europeos—ofrece a nuestro imaginario
colectivo ese saludable punto medio de quien produce y
crea. Es més titil que el artista, y con frecuencia tan
pobre como él, aunque no tan itil como el obrero, que
resulta —por ello mismo el més enajenado de los tres.
Para el alivio nacional, el artesano parece un buen ejem-
plo de la emancipacién a la que se puede llegar gracias a
un trabajo que no deja de ser creativo.
ARTESANOS Y ESCRITORES
Los artesanos, como los escritores, creen que el Estado
tiene el deber de apoyarlos. Ofrecen un producto que
para ellos es algo mas que eso: es parte de la cultura, y si
nos vamos a las cantidades podremos decir que no mien-
ten. Los malos escritores como las artesanias horribles
son mayoria, por eso definen mejor que nada a una loca-
lidad. La mediocridad revela los prejuicios que ahogan
“identitariamente” a las sociedades.
En tanto el escritor supuestamente mantiene vivo el
arte, el artesano da respiracién boca a boca a la tradi-
ci6n. La tradicién es el cédigo genético de un Estado, es
lo que hace distinto a los Sanchez y a los Pérez, y por su
culpa Oaxaca tiene piel de barro negroy el sureste cabe-
llo de jipi. No conviene afiorar los labios carnosos cuan-
do siempre se han tenido languidos. Mas vale difund:
las virtudes de besar discretamente.
Ningun Estado quiere parecerse a otro. Siel europeo
busca la autenticidad y termina en el exotismo, el mexi-
cano busca identidad y se regocija en todo
lo MACMMGTSS CNSR sto aheale
digital de cada Estado, de cada comunidad. Los gobier-
nos que la promueven impulsan la diferencia. Ningtin
33Estado puede ser tan triste que no dé souvenirs origina-
les.
La literatura y la artesania tienen otro punto en
comtin: quieren ser mas de lo que parecen. ;Qué justifica
un coco tallado como la cara de un pirata? La historia.
3Qué encierra un mufieco zapatista de tela con un rifle de
palo? La historia. A nadie sirven tantos barcos metidos
en botellas, a nadie tantas piramides en miniatura de
Chichén Itzé, salvo si se consideran parte del rompeca-
bezas que da forma a este pais.
‘Se ha visto a la artesania como el arte sin autor, como
si escondiendo al individuo se reflejara la comunidad.
(El Gobierno también piensa lo mismo de los malos
escritores, por eso les ofrece el suficiente dinero para
que nunca abandonen la fama menor)
Ninguna administracién se esforzaria por preservar
aquellas técnicas remotas si no pensara que el atraso es un
buen signo de autenticidad. ;Cémo sobreviven las artesa-
nias? Entre la tradicién y los programas de preservacién.
Como los escritores mediocres, salena la luz en tanto son
lo distintivo, lo caracteristico de una regién. Cada uno ha
hecho su gloria al abrigo de la representatividad.5
5 Lo que si debemos agradecerle a Jas artesanias es que sacan de aprie-
La artesania no remite a imperios, como los produc-
tos comerciales, pero tampoco a individuos tinicos, co-
mo el arte. Se le considera un buen analgésico contra los
dos supuestos males de la sociedad capitalista: el indivi-
dualismo a ultranza y el mercado. Obligados a ser repre-
sentativos a la fuerza, los artesanos se han convertido en
los negros que escriben la autobiografia de este pais. Se
olvidan de si, sélo aportan la habilidad. Por eso no hay
Pessoas de la artesania, ni batles Rar; los
artesaff0s crean exclusivamente para vender;sen-copi
tas que piensan como autores de best sellers.
OBJETOS PATRIOS
Como los arquedlogos que pueden dedicar un congreso
a tres piezas de cerdmica maya, queremos desentrafar
algo en ese platén que quizés sirva para un museo en
doscientos afios, pero poco en Ja mesa de noche. 3Es la
culpa histérica la que nos leva a adquirir esas piezas?,
tos a todos los institutos de cultura. Cada que un Festival Cervantino le
dedica su edicién a un estado de la Repiiblica, hay por lo menos una
decena de cajas con hamacas y madera tallada que pueden enviarse,
aunque no haya escritor alguno en su delegacién.son las miradas de esos nifios en San Cristébal?, snues-
tro exceso de objetos con logotipos estadounidenses?
Que incluso existan leyes para preservar la actividad
artesanal es sintomatico. En tanto patrimonio cultural,
su “apertura democratica” le ha permitido albergar in-
cluso objetos que ni son decorativos ni son utiles, pero
pueden ser identificados facilmente con la historia de
una comunidad, 0 mejor ain, con algo a punto de per-
derse. El peligro de extincién perdona todo, ine! a
animales feos, incluso a la artesanfa menos habilidosa.
‘Ya que la trinidad mexicana (himno, escudo y bande>—
ra) parece lejana, exclusiva de eventos sacramentales
como los homenajes civicos 0 los partidos de futbol —e in-
cluso materia de juicio para quien quiera profanarla—,la
artesania cumple su funcién de santo de ceramica, de
identidad a ras de suelo. Guardarla, perderla, acomodarla
en la mesa u olvidarla en una caja de electrodomésticos
son apenas formas de tratar con la patria.
Yuna cosa mis: las artesanfas se asemejan a esos obje-
tos que los peritos sacan de los bolsillos para identificar al
cadiver. Un pais que ha perdido todos sus documentos,
solo tiene efectos personales para hablarnos de si mismo.
36
Epuarpo Hucwin (Campeche, 1979) es ensa-
yista y narrador. Publicé el libro de ensayos,
Escribes 0 trabajas? y su trabajo aparecié en la
antologia El hacha puesta en la raiz. Ensayistas
mexicanos para el siglo XI. Escribe en el blog
tediosferablogia.com.CONTRA EL INGENIO DEL MEXICANO.
Luis VICENTE DE AGUINAGASécrates — Hipotales — Protarco, el comerciante
El sol, mas que brillar, lastima. Tras poco andar me de-
tengo a la sombra de un puesto en que se venden crate-
ras, vasos y escudillas de calidad mediocre, sobre la roja
tierra del dgora. Quedarme al fresco, desde luego, me
interesa mas que considerar tan humildes mercaderias.
Con la misma intencidn de guarecerse, quiero creer, se
acerca un hombre al que luego reconozco: es Hipotales,
hijo de Critén.
SocratEs —;Qué veo! ;Salud, oh, Hipotales! Parece
que llegas de un largo viaje...
Hirotates —Asi es, en efecto. sCémo has Ilegado a
saberlo, amigo?
Soc. —En primer lugar, mucho era el tiempo que
tenia sin verte por estos rumbos; en segundo, el sombre-ro que Ilevas puesto no deja lugar a dudas. No pienses
que me burlo; sucede apenas que nunca, ni siquiera en
plena saturnal, me habia tocado admirar prenda tan
rara. Son anchas las alas, o mucho mas que anchas, y el
color violeta parece competir en extravagancia con las
bisuterias que le ha engastado el artesano. Nadie, como
no fuera un viajero que volviese al hogar, se dejarfa ver
por la calle con tales ajuares.
Hr. —Es, me han dicho, un sombrero tipico. Suelen
calarselo muy bravos jinetes del pais que recién he visi-
tado, en el borde opuesto del mar occidental, mas alla
(segin mis calculos) de la sumergida isla de Atlas que
Solén oyera describir de labios de un egipcia.
S6c, —;Te lo han dicho? No te comprendo. ;Estu-
viste o no estuviste alli para verlo con tus propios o-
jos?
Hr. —Estuve, Sécrates. Pero no vi a ningitn jinete,
como no fuera en carnavales y fiestas patriéticas. De
modo que, al preguntar si aquéllos eran actores 0 autén-
ticos criadores de ganado, se me respondiera que ambas
cosas: actores en cuanto a la representacién que suelen
hacer de sus propios origenes, en el contexto de los festi-
vales, y criadores de ganado, sdlo que a la usanza moder-
na, en Ja realidad cotidiana.
a2
Soc. —z¥ eran sombreros como el tuyo los que trafan
puestos?
Hi. —Digamos que si, pero de un color ya negro, ya
castafio rojizo, ya de un gris parecido al pelaje de las
ratas. En el mercado principal, a donde me condujera mi
anfitrién, yo terminé inclinandome por los tonos viola
ceos y rosados, acaso por entusiasmo. Compré cinco en
total, pensando en halagar a mis amigos.
S6c. —Te confieso que me hace falta un gran esfuerzo
para entrever las razones que llevan a los jinetes a gastar
sombreros como el tuyo...
Hp. —¥ no nada mis a los jinetes, querido amigo!
iTambién a los musicos de orquestas y conjuntos autéc-
tonos, diestros en el arte ambiguo de imitar no sélo a
dichos jinetes en su vestimenta, sino igualmente a vaqui-
llas y terneros en sus cantos y voces!
Soc. —sDices que los misicos también usan ese tipo
de sombreros? sNo habrds, por error, viajado a una ciu-
dadela de lunaticos, creyendo y admitiendo de buena fe
cuanto fueron contandote?
Hip. —Se trata, lo acepto, de musicos artisticamente
inverosimiles; mas no hay en ellos locura, sino desver-
giienza. Su alegria es la de comediantes y bufones, que, sin
ser auténtica, da lugar a lagrimas y carcajadas verdaderas.S6c. —No seré yo quien te contradiga. Pero conven-
dras en que uno puede criar becerros y entonar ditiram-
bos echando mano de vestimentas menos pintorescas.
Hr. —Lo mismo pienso yo, pero a la inversa: para
vestirse de mil colores no hace falta buscar pretextos
artisticos ni profesionales. A decir verdad, el viajero en
tierra extrafia prefiere conocer los atuendos antes que
los oficios, ya que las ropas varian mientras que las pro-
fesiones tienden a mantenerse iguales por todas partes.
—Quieres decir, Hipotales, que al viajar se va
en busca de lo diferente por encima de lo semejante?
Hip. —No es otra cosa lo que pienso, Sécrates.
Soc. —3¥ no te parece més bien que, como en las vie-
jas rapsodias, los hijos de Tiro son tan diferentes de los
de Troya, y los de Troya tan diferentes de los de Tiro, que
acaban siendo muy parecidos entre si, ya que sus respec-
tivas identidades parecen descansar en minucias tan
delicadas que, al terminar los juegos o las batallas que los
enfrentan, es imposible dar noticia especifica de unos 0
de otros?
Hip. —Una cosa no ignoro, y es que los varones del
pais que acabo de visitar pueden jactarse de su ingenio,
que realmente no me parece comparable al de ningun
otro pueblo.
Soc. —Te ruego que me lo expliques detalladamente.
3Se trata, si entiendo bien, de un ingenio superior al de
aquellos griegos que hicieron entrar en Troya un gran
caballo de madera tripulado por guerreros encubiertos?
Hr. —No lo sé, ya que nunca he logrado creer en la
historia del caballo... De verdad los troyanos, habiéndo-
se pertrechado y defendido por casi diez aitos, pudieron
incurrir en semejante distraccién? Después de todo, ga
quién le interesa recibir un presente volumirioso, pesado
e indtil como un gran caballo de madera?
Séc. —Podemos acordar que, sin bobos que se dejen
tomar el pelo, no puede haber listos que se dispongan a
timarlos. Entonces la pericia del embaucador es una
cosa y el ingenio es otra, sverdad, Hipotales?
Hip, —No lo sé, Sécrates, No he sido yo, sino ti, quien
ha puesto sobre la mesa el ejemplo de los troyanos. Pero te
puedo narrar un episodio al que asisti durante mi viaje...
S6c. —Veamos.
Hi. —En aquel pais los jévenes deben presentarse
ante las autoridades para rendir el servicio militar. Asi
las cosas, un hijo de mi anfitri6n, en visperas de alcanzar
Jaedad en que dicho servicio es obligatorio, resolvié pro-
ceder en esta forma: se puso en contacto con una especie
de traficante que le ofreci6, primero, los papeles y testi-
45monios indispensables para demostrar que su verdadero
domicilio era el de un supuesto familiar con granjaen las
montafias, y no el domicilio urbano de sus padres. Ha-
biendo comprobado que vivia en el campo, el muchacho
pudo hacer los tramites militares en un cuartel rudimen-
tario, por no decir simbdlico, donde no seria requerido
para las faenas propias del ejército; y al término de un
afio contaba ya con la cédula emitida por el jefe adminis-
trativo.
Soc. —jNotable ardid, ciertamente! Pero dime, Hi-
potales: stan rudo es el servicio para quienes no aciertan
aeludirlo?
Hip. —En realidad no es rudo ni mucho menos... Los
jOvenes que se presentan a servir forman primero un
gran grupo; después tiene lugar un sorteo, y asi es desig-
nada una décima parte de muchachos para seguir la for-
macién militar mds elemental. El resto queda libre y
recibe la cédula en pocos meses.
S6c. —gEn cudntos meses? jLo sabes?
Hi. En un afio.
S6c. —Es asi que tu anfitrién vio a su hijo esperar
doce meses por un documento irregular que los hijos de
otros varones recibieron con toda regularidad en idénti-
co plazo.
Hi. —Ni mas ni menos.
Séc. —Pero dime, Hipotales: quienes, por el designio
de la suerte, deben prestar servicio, son sometidos a la
violencia y las humillaciones en que se finca el despres-
tigio de tantos ejércitos?
Hip. —Hasta donde yo sé, no. Lo cierto es que no
deben enrolarse como soldados; van al cuartel un sébado,
a veces un domingo, y no vuelven sino hasta la semana
siguiente. Y ahi, en el cuartel, hacen algunos ejercicios,
aprenden quizés a manejar un arma de corto alcance,
almuerzan y rompen filas antes de mediodia.
Soc. —Razén de més para no entender a ese mucha-
cho... Supongo que su padre lo castigaria de saber que
habia dedicado su tiempo a eludir un servicio tan sencillo.
Hip. —jNo, Sécrates! Lejos de condenarlo, él mismo
lo acompaiié a caballo hasta el cuartel rural.
Séc. —Esto no puede ser mas que un acertijo... Vamos
aver: gqué puede haber de ingenioso, ya no digamos de
novedoso con respecto a otros pueblos, en la conducta
del hijo de tu amigo?
Hr. —Te lo diré mas adelante, Sécrates. Antes quiero
darte otro ejemplo. El hijo mayor de mi anfitrién, buen
estudiante, decidié salir de su pais en busca de maestros
extranjeros de muy alta exigencia. El padre aprobé la
a7resolucién del hijo, pero se declaré incapaz de costear el
viaje. Ambos optaron por solicitar al Estado apoyo econé-
mico para el traslado, la manutencién del joven y los
honorarios de sus profesores. Pero cientos o miles de
familias, al parecer, habian pensado lo mismo, de modo
que largas filas de solicitantes aguardaban en las oficinas
publicas instaladas para esta funcién. Hubo un momento
en que, todavia en espera de ser atendido, el joven se
queds solo y, no teniendo con quién charlar, comenzé a
poner atencién en las conversaciones de sus vecinos de
fila. Lo que oyé me parece no sélo elocuente, sino ejem-
plar. Conviene que sepas que la gente de aquel pais come
tortillas, o sea delgadas laminas de masa en forma de
disco, preparadas a base de maiz triturado y cocidas en
placas de metal caliente. Con esas tortillas acompafian la
carne, y sobre todo el puré de frijol, que no suele faltar en
sus comidas. Pues bien: ahi, en la fila, y ante la expectati-
va de salir del pais durante una larga temporada con fines
académicos, dos 0 tres jovenes anticipaban el sentimien-
to de afioranza que sentirian cuando se hubieran instala-
do lejos de su patria, en algun pais con distintos habitos y
costumbres. Intervino entonces el padre de uno de los
jovenes, adulto curtido por la experiencia, y los instruyé
en la mejor forma de preparar tortillas improvisando el
48
instrumental de cocina. La técnica sugerida consistia en
aprovisionarse por adelantado con harina de maiz, pre-
parar la masa, extenderla con ayuda de una botella cilin-
drica de vidrio y cocer los discos en cualquier sartén 0
cacerola. ;No te parece ingenioso?
Séc. —Sin duda es ingenioso, pero al mismo tiempo
es una conducta que no va con el espiritu de aventura y
exploracién que se juzga propio de quien viaja en busca
de culturas desconocidas.
Hip. —;Eres de la opinién, pues, de que, tratandose
de un viaje de conocimiento y estudio, quien viaja debe
renunciar incluso a sus costumbres mas arraigadas?
S6c. —Mi opinién apenas tiene importancia, Hipo-
tales. Yo nunca he viajado a mds de ocho leguas de dis-
tancia ni por més de una noche. Lo que me parece haber
comprendido es que, si se ha de renunciar transitoria-
mente a ciertas costumbres en busca de tal o cual
aprendizaje, lo mejor es renunciar ante todo a las cos-
tumbres mis arraigadas, que ocupan un espacio funda-
mental en la mente de cada individuo, porque asi ser
mejor y mayor el espacio liberado en beneficio de las
nuevas ensefianzas. sCémo adquirir, en efecto, un habi-
to extrafio en materia de alimentacién, asi sea por una
breve temporada, si los hdbitos més antiguos de la per-
49sona siguen ordenando su conducta como en el pais
natal?
Hip. —Creo que ambos, amigo, vamos entendiéndo-
nos poco a poco. Verds: en el ejemplo del joven que tra-
mité por vias irregulares la cédula militar...
Soc. —..ejemplo cuya moraleja ti mismo decidiste
ocultarme...
Hp. —..s6lo por algunos minutos, ya que me hacia
falta comprender un segundo punto que apenas he
logrado aclarar con el ejemplo de las tortillas. Te decia:
en el caso de aquel joven, que ciertamente no demostrd
contar con el mayor de los ingenios, pero con el menor
tampoco, el auténtico maestro de ingenio era el trafican-
te de gestiones dudosas, que logré convencer al mucha-
cho de ocultar su verdadero domicilio y trasladarse,
acompafiado por su mismisimo pacre, a las montajias,
todo ello a cambio de los honorarios alos que ningun tra-
bajador tiene por qué renunciar en buena ley.
Soc. —jTienes raz6n! Ese hombre de verdad hizo gala
de ingenio. Pero has de admitir que sus victimas, por Ila-
marles de alguna forma, eran de su misma nacionalidad,
con lo cual no es el hecho de haber nacido en aquel pais
Jo que vuelve ingeniosos a los nativos, ya que asi como
los hay notoriamente astutos, también los hay notoria-
50
mente bobos. ;Qué te queda por decir, entonces, del
segundo ejemplo?
Hip. —Bien. El ingenio de aquella gente se refleja no
tanto en su curiosidad por conocer otras formas de vida
como en la destreza que invierten para repetir la propia,
incluso en donde faltan los ingredientes y utensilios mas
indispensables para lograrlo.
S6c. —g¥ a eso le Hamas ingenio?
Qué me lo impide? No fueron ingeniosos los
griegos que interrumpieron el sitio de Troya para elabo-
rar el caballo de madera que luego les permitié cruzar
las murallas de la ciudad que tanto se les hab{a resistido?
3No llamas ingenio a la destreza que algunos tienen de
arreglar el mundo a su alrededor para que todo funcione
como les conviene?
Soc. —z¥ qué fin perseguian los griegos en el sitio de
‘Troya, Hipotales?
Hip. —Dar fin a esa guerra, Sdcrates.
S6c. -¥ ese fin, Hipotales, no era el mismo que per-
seguian los troyanos?
Hip. —Tras diez afios de lucha, no me cabe la menor
duda que asi fuera.
Soc. —{No crees, entonces, que los verdaderamente
ingeniosos fueron los troyanos, quienes fingieron tragar-
51se la mentira del caballo para que los griegos finalmente
se llevaran a Helena, sin duda la més cargante de las
mujeres que hayan enaltecido los poetas, y para que de
paso el insoportable Patroclo y Héctor el arrogante desa-
parecieran de la faz de la tierra? Ello explicaria, en todo
caso, que nadie sospechara en Troya de un truco tan
idiota o tan desesperado como el del caballito de made-
ra. Tu mismo te has declarado escéptico a propésito de
semejante leyenda.
Hr. —En el pais que yo he visitado, segiin tu razona-
miento, squé concepto se tiene realmente del ingenio?
Séc. —Una vez més, lo ignoro. Todo parece indicar,
sin embargo, que alla se valora Por encima de todo el
ingenio del que Se hace pasar por tonto con tal de incul-
car en Sirvietima Ta creencia Ge ser intelectualmente
superior @ quien le toma él pelo, En el fondo, ni los falsos
jinetes &i Tos desfiles ni los misicos lamentable en las
fiestas pueden llegarse a creer mentiras tan grotescas y
enormes como el sombrero que Ilevas puesto, mentira él
mismo y falsedad rotunda, ya que nadie seria capaz de
trabajar ni diez minutos en el campo si le abrumaran la
frente con esa especie de rueda de carreta. Su ingenio
consiste, mds bien, en hacerte creer a ti que gastar el
dinero en cinco sombreros lilas, violetas 0 rosados no es
tirar el dinero, sino invertirlo en simpaticas y valiosas
Piezas de artesania. El traficante de cédulas militares
més 0 menos falsas obra de la misma forma. Por ultimo,
el que viaja para “saber més” pero consagra el tiempo a
cocer tortillas como las de su tierra, sacrificando con ello
el cupo estomacal que més le valdria reservar para los
platillos del pais que visita, cultiva un doble prestigio: el
automatico y nunca desdefiable prestigio del viajero, por
una parte, y el también automatico y conmovedor presti-
gio del patriota, por la otra. Sus victimas no pueden ser
sino sus coterrdneos, que se creen dos cuentos por el
precio de uno,
Hr. —Escucha, entonces, la ultima de mis experien-
cias en aquel pais. El domingo que tenia previsto regre-
sar a casa, dos equipos deportivos habian de disputarse
la corona de un importante torneo. En aquel pais, técni-
camente avanzado, los campeonatos deportivos no sélo
se disfrutan yendo al estadio, sino también valiéndose de
unos curiosos artefactos que, a modo de cristales 0 espe-
jos magicos, reproducen a gran distancia lo que va suce-
diendo en el campo de juego. Ahora bien, ese dia, ya con
el equipaje preparado, nos detuvimos a contemplar unos
-minutos el espectaculo en el artefacto. De lacasa vecina,
cada tanto, llegaban gritos de jubilo, pero con esta pecu-
53,liaridad: los gritos no coincidian, sino que se anticipaban
alos mas bellos lances y a las jugadas més emocionantes
del partido.
Soc. —3;Quieres decir que los vecinos iban conocien-
do el desarrollo del juego antes que ustedes?
Hur. —Eso mismo. Asi las cosas, bastaba con prestar
atencién a los alaridos que provenian de la casa contigua
para comprender que algo importante ocurriria pronto
en el juego, segtin lo mirdbamos nosotros. Cuando, en la
experiencia de los vecinos, el equipo favorito result6é
campe6n, a nosotros nos quedaban por ver atin los tilti-
mos tres minutos.
Soc. —Y ese fenomeno... stiene alguna explicacién?
Hip. —Entiendo tu pasmo, Sécrates. La explicacion
es acaso demasiado sutil: el artefacto de mi amigo recibia
la sefial de una transmisora sin costo, mientras que los
vecinos estaban costosamente abonados a un programa
de suministro por suscripcién.
Soc. —3Y la diferencia entre pagar o no pagar el sumi-
nistro determinaba que unos recibieran la sefial antes
que los otros? No logro averiguar por qué. gAcaso las téc-
nicas empleadas en el servicio de paga determinaban
que la transmisién fuera mas rapida?
Hip. —No, Sécrates; al contrario. El servicio “libre”, 0
34
sea sin costo, esta mas avanzado técnicamente que su
competidor por suscripcién, Retrasar la sefial es un ardid,
noun defecto del suministro, Al diferir tres o cuatro minu-
tos la transmision, quien tiene a su cargo enviar la sefial a
los diferentes artefactos no hace otracosa que administrar
los hechos del encuentro deportivo, de manera que las
lapsos menos interesantes pueden ser (y son) aprovecha-
dos para trufar y atiborrar el espectaculo con anuncios de
todo tipo. Asi, mientras los espectadores creen asistir a un
duelo transmitido en el momento mismo de tener lugar,
en realidad estén viendo sucesos que ocurrieron en el
pasado inmediato y que han sido manipulados para dar
lugar a meros avisos de golosinas y cervezas.
Séc. —¥ esto, gla gente de aquel pais lo ve también
como un ejemplo de su propio ingenio?
Hur. —Por la sorpresa con que reaccionaron mis anfi-
triones, me temo que no. Pero asi terminaran viéndolo
cuando lo sepan y entiendan, porque se tienen a si mis-
mos en tan gran concepto que incluso admiten ser enga-
fiados y estafados, toda vez que la estafa y el engafio sean
acreditables a la gloria nacional.
Prorarco. —jEh, parlanchines! ;Ya basta de aprove-
char la sombra de mi tienda sin comprar nada! Vamos!
jAndando!Soc. —Atesora entonces tu sombrero y los cuatro res-
tantes, Hipotales, porque al menos una cosa en el mundo.
justifica llevar encima de la cabeza tan horrendas bande-
jas: el sol del agora, del que no se sabe que haya estafado
anadie nunca.
Luis VICENTE DE AGUINAGA (Guadalajara,
1971) es poeta y ensayista. Su libro de poemas
Reducido a polvo gané el premio Aguascalientes
en 2004. Entre sus libros de ensayos estan
Signos vitales. Verso, prosa y cascarita, (2005) y
Otro cantar. Invitacién a la critica literaria
(2006).
57CONTRA EL MACHISMO
LopsaNnc CasTaNEDaCompartir ideas es fructifero. Encadenar conceptos, hi-
lar figuras, tejer definiciones, prolongar al maximo las
sucesiones de asertos es una actividad socialmente en-
comiable. El pensamiento construye con regularidad
puentes, tuneles, pasadizos, grutas capaces de aprehen-
der lo inabarcable, enunciar lo desconocido, sujetar lo
escurridizo. Unicamente enlazada a una implacable va-
guedad, la meditacién vincula, armoniza y robustece. El
proceso, sin lugar a dudas, es mas sencillo de lo que pare-
ce: la idea viene ala mente, el concepto germina y la defi-
nicién hace, entre loas y vitores, su uniforme y triunfal
aparicién. Sin embargo, las siguientes lineas no intentan
suscribirse a dicho deslizamiento asociativo ni mucho
menos ser su verificacién. No me interesa, en efecto, opi-
nar placidamente sobre la esencia del machismo sino
destruirlo, aniquilar, uno por uno, sus principales rasgos.
6No planeo revivir lugares comunes, sino arriesgar una
diatriba aun cuando el resultado pueda ser endeble,
amorfo 0 insensato. Podria, sin ningin problema, condu-
cir mis intenciones hacia el “andlisis del ser del mexica-
no”; perseguir con ahinco una definicién provisional
para luego citar con petulancia a Vasconcelos, Octavio
Paz, Samuel Ramos, Emilio Uranga o Santiago Ramirez.
Podr‘a, si otros fueran mis objetivos y otras mis ansieda-
des, montar un marco tedrico o transcribir parrafos
enteros de aquella biblia —tanto por su valor como por
su tamafio— titulada Vocacién y estilo de México del pro-
fesor Agustin Basave. Podria también, después de apaci-
guar mis empefios literarios, emplear la jerga sociolégica
y analizar “con espiritu cientifico” el entorno doméstico,
la misoginia, el patriarcado y la llamada cultura de Ia vio-
lencia, elementos todos cercanos al “alarde de virilidad”.
Asimismo, podria incluir en mi “estudio” —squién me lo
impediria?— estadisticas, tablas de valor, documentos
probatorios y, por supuesto, testimonios de victimas y
victimarios.
Pero no. No haré nada semejante. Y es que no me
incumbe —al menos no en un primer momento— el
andamiaje ideolégico del machismo ni la discusién fol-
clérica que pudiera suscitar. No me provoca ningiin
escozor algo tan impreciso como “la esencia del mexica-
no” o tan préximo como las secuelas de su “personali-
dad”, Asumo, eso si, que el machismo persiste y que
seguira configurando conductas, juicios y dinamicas so-
ciales; que la jerarquizacién y subordinacién de los roles
familiares a favor del bienestar masculino se seguiran
perpetuando hasta la extenuacidn; que la inspeccién
emocional, la coaccién psicolégica y la explotacién geni-
tal seguirdn cifrando la idiosincrasia de todo aquel que
se sienta “muy hombre”. No obstante, presupongo tam-
bién —y esto es para mi lo verdaderamente interesante
del asunto— que mis alla de sus puntuales manifestacio-
nes, de sus oportunidades concretas, las cualidades mito-
logicas del macho son susceptibles de critica y, mejor
atin, de inclemente escarnio.
Asi pues, comienzo esta afrenta asegurando que el
macho, por donde se le mire, es un pardsito lastimero, un
pobre diablo agazapado en la fragilidad de su fuerza. De
igual manera, la parafernalia que lo protege —esto es,
todo aquello que lo enorgullece y vanagloria: su soberbia,
su vulgaridad, su recelo— contiene, como todo mito, una
secreta facultad de mutacién que lo obliga indefectible-
mente a tropezar, a declinar, a morir. Este mal endémico,
esta imperfeccién, esta muerte potencial del machismo sehace patente de distintas maneras y, al hacerlo, tornamas
complejo y rebuscado lo que la simple y rapida asocia-
cién de ideas es capaz de intuir. El macho —con todo y su
brutalidad, sus ventajas laborales, su fealdad convertida
en atributo estético, su homofobia, su fanfarroneria, su
groseraaltivez, su cinismo, su infinita estupidez, su igno-
rancia, etcétera— es, sin embargo, siempre una efigie a
punto de desmoronarse, un monumento desvendijado,
triste proximoatdermmbe————SSOS
El secreto primordial de la decadencia del macho
—mexicano o no, nacionalista o no— radica, sin lugar a
dudas, no en su catadura territorial sino en su llanto, en
esa fisura de la corteza personal imposible de combatix
Las lagrimas son, segtin esto, el punto de quiebre de una
virilidad hipostasiada, su presagio mas funesto. El hecho
de que el machismo —tal y como aseguran los eruditos—
no sea una “fatalidad inexorable” sino algo accidental
0 contingente, implica que, de una u otra manera, todos
sus “atributos” pueden ser revertidos mas que amorti-
guados, corregidos mas que desbastados. Los sollozos
encarnan la vulnerabilidad —siempre hay un lado frdgil—
del hombre inculto y bravio. En este sentido un macho
puede, por ejemplo, dar rienda suelta a su taimada
pedanterfa y, segundos después, echar abajo el semblan-
64
te inexpresivo que lo caracteriza para loriquear por el
“ser inferior” y malévolo —la mujer, squién mas?— que lo
ha hecho sufrir. De las insuficiencias del “estilo Jalisco”.
Otro rasgo habitual en el machismo es el llamado
“coqueteo con la muerte”. La indiferencia del macho ante
su propio fin —sobre todo si éste adviene luego de una
disputa violenta entre iguales— confecciona la fama y el
renombre que lo acompafiarén por el resto de sus dias. Al
grito de “le rajo la cara a cualquiera” el macho corteja la
extincién, exigiendo de cuando en cuando un “interlocu-
tor” lo suficientemente hombre como para hacerle frente
asus atropellos. Sin embargo, este “galanteo cotidiano” es
engajioso, falso, pues nadie estando en sus cabales desea
morir, ya que si asi fuera se suicidaria, acabaria con su
miseria, moriria sin mds. No existe, entonces, algo tan
ridiculo —y absurdo y baldio— como un individuo dis-
puesto a jugarse la vida por un intercambio de ojizainas,
ni nada més obsceno que un varén erguido “salvaguar-
dando su honor” en medio de una plazuela maloliente.
En en eee ee no
dependen de"un sufrimiento lacerante-ode una carga
injusta sino de una falsa conciencia religiosa —si, ;religio-
sal— oe Bani Tr ESTE acme conc
martirio, Cuando un macho ofrece su pecho “en nombredel valor”, lo que en realidad esta buscando es convertir-
se en mértiy-sacrilicarse por una causa que de finguna
manera pareceria ser la suva. De los enredos de la “santi-
ficacién” y el apdcrifo heroismo.
E] mayor estigma del macho sigue siendo su potencia
sexual. Quiza sea ésta, simultaneamente, su mas grande
antagonista. Se sabe que los procesos eréticos del ma-
chismo son burdos, primitivos, silvestres. Que la mujer
—lo infrahumano por antonomasia— es sdlo un recepté-
culo de sudor y semen. Que su cuerpo es objeto antes,
mucho antes, de ser sujeto de placer. Que el cuidado
femenino, el cultivo de la sensualidad, estan al servicio
de las necesidades y caprichos de un “ser superior”,
prioritario, capaz ademas, si todo va bien, de “sostener
una familia”. Es un hecho que frente al “atractivo visual”
el macho emplea sus artimafias menos sofisticadas:
aquellas que van de la mera sugestion (el piropo ocasio-
nal) a la total desfachatez. Por su parte, la mujer ajena
debe primero soportar los brotes sicalipticos de un va-
rén exacerbado para luego contener, como pueda, los
arranques libidinosos de una bestia sin control. Los
dicharachos populares —siempre tan apegados a la reali-
dad— dan cuenta de este morboso cretinismo: “Casado,
pero no castrado” o “Compadre que a la comadre no le
Nn
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llega a las caderas, no es compadre deadeveras”. Ahora
bins, bo Sanaa es oe pal i er ofena
sea el blanco de su entrepierna sino que, por muy absor-
to que esté en la cuestién, jamds debe darse el lujo de
descuidar a la propia, ya que —segiin los retruécanos de
su limitada inteleccién— si todas las hembras estan ahi
para saciar sus instintos, lo mds probable es que la suya
sea también un paliativo codiciado por los demas, En
consecuencia, la mujer del macho debe ser décil, obe-
diente y, sobre todo, fiel. “La cobija y la mujer, suavecitas
han de ser”, dice otra sentencia pedestre. He aqui, justa-
mente, la tercera opugnacién que hace del machismo
una figura monstruosa. De las trampas de la lascivia.
Puede ser vilipendiado —nada mds se ha intentado en
este ensayo— pero dificilmente sepultado, descalificado
pero no deshecho. Como toda alegoria, sus mecanismos
trascienden la conceptualizacién. Para unos, practica
barbarica; para otros, estilo de vida. Para unos, férrea dis-
ciplina; para otros, escueto reflejo de la pobreza. Todavia
hay quien asegura que parte de su esencia reside en un
malentendido, en una especie de sustitucién del estoicis-
mo y la alegria de ser hombre por las insanas fascinacio-
nes del poder. Ante tal variedad de perspectivas —pues
orsiempre resulta complicado bajo qué luz discutirlo: si filosé-
fica o psicoldgica, pedagégica 0 econémica, ética o politi-
ca—no nos queda mas que la injuria para hacerlo tambalear,
para conseguir, aunque sea por un instante, el hundimiento
de sus componentes. Aunque en ocasiones, y apoyados en
un cumulo de moldes regionalistas, podamos concederle un
rostro positive 0 “humanizado”, siempre es mejor, creo yo,
detectar criticamente sus fl sy desperfectos.
Hasta aqui, pues, llega (e ofrecido sélo algu-
nas pistas desde las cuales abordar€l tema. Ojala que el lec-
tor, si asi lo desea, escriba su propia invectiva. Del elogio ya
se encargaran los imbéciles, los tardos, los trogloditas, pues
en toda sociedad prevalece la displicencia.
Lossanc CastaNEpa (Estado de México,
1980) es ensayista. Estudié filosofia en Ja UNAM
y ha sido becario de la Fundacién para las
Letras Méxicanas y del onca. Ha publicado,
entre otras, en las revistas Metapolitica y
Luvina.CONTRA EL PADRE
BRENDA LozanoLa patria es el pais de donde venimos y donde habita
nuestro padre. Pero sc6mo salir de alli? s;Cémo salir de la
casa del padre? sCémo irnos si unos pasos o un avi6n ape-
nas nos transportan a otro sitio? Vano pensar una mudar.-
za, estéril sopesar una partida: nunca abandonaremos la
patria por lejos que estemos de ella. E] padre —vivo 0
muerto, dictador 0 cémplice, holograma o héroe, ejemplo
o vergiienza, con bigote o sin bigote— es una figura ind:-
visible de la historia del hijo. No hay modo de dejarlo, no
hay tiempo ni distancia suficiente para alejarse de él.
Intentar apartarse no !leva a nada, equivale a despedirse
numerosas ocasiones sin levantarse del sillén. Adiés,
papa, ya me voy, pero aqui sigo.
Ante la imposibilidad de despedirse, la salida es com-
batirlo. Combatir al padre. No se trata de golpearlo lite-
ralmente, pese a que haya casos arrojados. Para comba-
Btirlo hace falta conocer, conocer a ese hombre. Y mas
importante que conocerlo a él, es de vital importancia
pensar en la idea que se tiene de él. Es preciso, en cual-
quier momento, pensar de nuevo la idea del padre. Se
debe combatir la idea que tenemos de él, pues donde
somos déciles no florecen jardines. Pelear contra la idea
del padre porque alli esté el camino propio.
Todos guardamos dentro algunas palabras que ilus-
tran nuestra idea del padre. Acaso una imagen, una esce-
na, una conversacién o una metéfora que dibuja esa rela-
cién, Palabras de Franz Kafka, vengan por favor: “A veces
imagino el mapamundi desplegado y ati extendido trans-
versalmente en él. Entonces me parece que, para vivir yo,
sélo puedo contar con las zonas que ti no cubres o que
quedan fuera de tu alcance. Y estas zonas, de acuerdo con
la idea que tengo de tu grandeza, no son muchas ni muy
confortables.”
Mi padre, por ejemplo, ha aceptado aparecer ocasio-
nalmente en estas lineas. Me ha pedido que mencione
que es muy alto y muy guapo a sus casi sesenta afios.
Estoy segura de que también me daria licencia de decir
que viéne de una familia tradicional, conservadora, que
es el tercero de cinco hermanos, todos ellos hombres de
bien —en palabras de su madre— que forman un despa-
7”
cho de abogados. Pues bien, este ultimo dato, la eleccion
profesional de mi padre, no es de poca monta. La profe-
sién del padre es nuestro parametro, es el espacio de la
lucha. El nucleo de la idea del padre es el trabajo. Su que-
hacer forjalaidea que tenemos de él, Dit ésededi-
cao dedicé tu padre iré
Un dibujo a crayola de mi padre. EI juégo de las
sillas. Una para alla, otra para aca. Todos estamos lis-
tos, sillas y nifios, pero no hay misica. Mi padre vuelve
al jardin con un estéreo. Sonrie, tiene un espacio entre
los dientes frontales, me dice que el juego est4 a punto
de empezar. Sintoniza el radio en una estacién de
misica clasica, después de todo tiene el control. Finge
que apagara la musica y vuelve a mostrar el espacio
entre sus dientes frontales. Se divierte. Vaya que se
divierte con la musica a todo volumen, mientras tanto
los nifios giramos alrededor de las sillas. El, que tiene el
control, apaga, clac, el estéreo. Los nijios se sientan,
victoriosos, menos uno. Algo asi ocurrié porque mi
padre es el hombre con el espacio entre los dientes
frontales y yo soy la nifia que quedé sin silla. ¥ algo asi
ha ocurrido en esa relacién porque a veces me he que-
dado sin silla en su juego, empezando por su eleccién
profesional.
6Digamos que en el terreno laboral, el que empieza sin
silla es, necesariamente, el hijo. Por obvio que suene, el pa~
dre marca la cota, es quien ha tomado la mejor decision.
Mientras alguien mas tiene el dominio del juego, el hijo
apenas es una pieza, un jugador. Y la estampa del juego de
las sillas, me parece, muestra la posicién del padre ante el
hijo. El hijo esté en desventaja, pero, como Job, tiene dere-
cho a réplica. Por qué me quedaré observando cémo
todos juegan mientras yo estoy al margen? El hijo debe
replicar. Una réplica, no una zapateta, pues de nada sirve
azotar puertas. Una réplica que es la tarea de una vida. La
réplica natural a la idea que tenemos del padre es la elec-
cién profesional. Podrfa decirse que éste es el primer
golpe de un hijo. Mi padre, por ejemplo, opté por una
labor tttil. Yo estudié literatura, que en otras palabras era
lomismo que quedarse sin una silla en su juego. De mane-
ra que, en mi caso, la tensién estaba entre lo util y lo inutil;
entre optar por una labor que alimentara una cuenta ban-
caria o una que dejara un cero a la izquierda, redondo
como una bola. Pero esto no lo pensé mi padre, lo anoté
Robert Walser, asi que no se lo imputaré.
La eleccién profesional del padre constituye una im-
pronta decisiva en la vida del hijo: se elige seguir sus
pasos ose clige cmprender otro camino. Es decir, el com-
76
bate no radica en escoger un camino distinto del suyo.
Hay casos, muy loables casos, en los que padre ¢ hijo se
dedican a lo mismo. El asunto aqui es de qué manera se
combate. Pero, ;cmo soltar un revés a esa sombra?
Cuando somos nifios, por ejemplo, no hay defensa
posible contra él. El es el héroe o el hijo de puta, pero no
hay defensa. No hay modo de sacudirse una de sus frases,
no hay modo de pulverizar su s‘lencio. Es el hombre que
puede acompaiiarnos y el que puede dejarnos. Es, sobre
todo, el hombre capaz de infundir miedo. Aun recuerdo
con temor a mi padre entrandoa la cocina —mi hermano
y yo en pijama, cenando Chococrispis— para preguntar-
nos por qué habiamos faltado a la escuela. El tono serio,
seco, que le daba una gravedad universal al hecho de
haber fallado en algo, nos hizo palidecer ms de una vez.
Acaso porque al hijo le afecta profundamente su desapro-
bacién. Le Este temor es un bot6n: de alli
nac tt |. Dé tal forma que la
batalla contraélno-es. cualquiera, es hacia la reafirmacién
personal, Yvaya quees.una batalla necesatia.
Un buen dia, la infancia en una nube, puf, desaparece
El hijo cobra fuerza, crece. La jerarquia vertical se desdi-
buja. Empieza el didlogo horizontal. Presente o ausente,
el hijo conversa frontalmente. Discute. Gana una postura
7critica. Pero la critica al padre es una calle de un sentid
s6lo el hijo es capaz de juzgar severamente. Esto no ocu-
rre de vuelta. Nada puede degradar tanto la idea de un
hombre como el juicio de un hijo, ese juicio que se produ-
ce tarde o temprano en forma de preguntas 0 de senten-
cias. Nadie puede reprobar sus decisiones, despotricar
contra su conducta, criticar con tanta rudeza como su
propia sangre. Las frases del hijo contra el padre son los
hongos atémicos en la comodidad del hogar.
Alguien que ha juzgado a ese hombre, que lo ha des-
trozado, es capaz de comprenderlo y también capaz de
observar el reverso de la idea que tiene de su padre. Es
tan necesario criticarlo como enaltecerlo. Ahora mismo
imagino la sonrisa de mi padre. Ese que nos hacia palide-
cer a mi hermano y a mi, aquél que procuraba que sus
hijos se dedicasen a profesiones utiles, el hombre que me
ha hecho sentir sin silla y al que luego juzgué mordaz-
mente tiene, también, un reverso, Cuando dirige una
sonrisa, por ejemplo, ese espacio entre los dientes, sin
pudores diré que es un trofeo. Pero tiene un tipo de son-
risa, una que pocos conocen, cuando escucha conciertos
para piano. Pocas imagenes me han conmovido tanto
como observarlo escuchando musica. Ahora mismo ima-
gino a mi padre conduciendo su coche, escuchando una
78
sonata para piano que conoce de memoria, una que lo
sobresalta y lo leva incluso a improvisar movimientos
que quieren ser un baile. Ahora mismo lo imagino son-
riendo y vuelvo a admirar el placer con el que escucha
misica. El tiene una pasion. Quizé no huelga decir que
4, a su vez, tuvo un padre atin més severo, mds hosco,
que deseaba’ que él pudiese sostener una fami
, pero
cuya pasién por escuchar misica de tiempo completo no
se lo prometia. Pero éste, el reverso de mi padre, de ser
posible, mucho le ensefiaria a mi abuelo. Tal vez porque
elreverso del padre tiene todo que ensefiary, a la postre,
es un auténtico privilegio.
Asi que pronto, en la contienda, uno se da cuenta de
que ésta es también una batalla de dos que a momentos
se abrazan. Es una disputa de impulsos pendulares: pa-
samos, en el decurso de la relacién, de unextremo a otro.
Aquel que en algiin momento me hacia sentir un miedo
hondo, es el mismo hombre que afios mAs tarde me aver-
gonzaba cuando pasaba por mia una fiesta de la secun-
daria en pijama y pantuflas. (Incluso sospecho que en
esa época mi padre dormia en pantalones de vestir y
mangas de camisa, pero en un segundo se ajustaba la
pijama para salir de su cuarto.) Ahora, acaso en otro mo-
mento de la historia, es quien de pronto me llama al celu-lar, sube el volumen de la musica que escucha de camino
al trabajo y, cortesia de casa, dice: “Beethoven y yo
vamos a la oficina, pero antes te queriamos mandar un
beso, hija.” Esta es una batalla donde impera el carifio.
glmpera el carifio? Estamos de buenas: reina el amor.
Que salten esos episodios con el padre. Hace unos dias,
por ejemplo, mi padre me conté algo. Su hermano menor
también disfrutaba de la musica y, subversivo, sopesé la
posibilidad de ser musico. Mi padre, entonces de trece
afios y tomando el traje del padre, le dijo que no tendria
futuro en una orquesta. En su condicién de hermano
mayor le aseguré que a los cincuenta afios hablarfan del
mismo tema entre risas. Pues bien, mi padre confesé:
gSabes qué pasé cuando tocamos el tema hace un tiempo?
No reimos como le prometi, sino que loramos juntos. Mi
padre al contarme esto casi llora. Digo que casi llora, pero
esto lo sé yo, porque la tinica vez que lo he visto llorar mas
bien parecia que estaba enojado. El Ilanto no es una de sus
salidas, como me imagino que ocurre con la mayoria de
Jos padres. Cuando me conté este momento con su her-
mano menor, lo abracé como en este momento lo hago a
distancia.
Se puede o no estar en contra de ese hombre que
tiene nombre y apellido y que hasta nos dio la vida. Pero
“4
i
}
debe osarse estar en contra de la idea que se tiene de él.
Es menester hasta de una nutria. ;Por qué? La pregunta
incluye la respuesta. Se abren paso unas palabras de
Plotino: “Zeus, el hijo del intelecto, es el tinico que ha
brillado exteriormente, procediendo desde los espléndi-
dos retiros de su padre. Desde ese tiltimo hijo podemos
contemplar como en una imagen la grandeza de su sefior
y de sus hermanos, aquellas Ideas Divinas que permane-
cen en unién oculta con el padre.”
Sabemos que estamos atados a él, que lo II 10S
dentro. Pero, cabe decir, luego de lidiar con aquel que nos
dio patria'sigue un despliegue de otros padres. Si, como —
loleyé, ;Laidea del padre aqui se dasdobla contodoy sig-
nos de admiracién! Piense en algiin maestro o algin ami-
go al que le quede el traje. Incluso alguien a quien no
conocemos, pero est presente en el dia a dia. Si, por
ejemplo, usted disfruta de la literatura, sabrA que hay
autores que nos han dado patria, los libros, esas palabras;
que son nuestra casa. Por ejemplo, si una frase de Octavio
Paz nos da mas bandera que la conocida y un verso de José
Gorostiza nos da mas paisaje que el de un horizonte, con-
siderarlos padres no es un asunto menor, Si miramos alto,
luego de esas nubes, encontraremos otros padres. Asi, en
el despliegue, podremos incluso tutear a Dios, ese padre
aLde padres. Pero, como ocurre en la condicién de hijo, se
debe confrontar en pos de la via propia, en aras de tomar
el papel de padre en nuestra vida.
gY como pelear contra una idea? No hay instruccio-
nes, hay temperamento. Se debe conocer, conocer a esas
figuras que se cifien a la idea del padre. Y cémo inter-
pretar? Esa es una tarea individual y para paliarla, el sen-
tido del humor tiene un papel estelar. Es un combate, un
juego, no una guerra a muerte contra el padre. Es funda-
mental dar espacio al sentido del humor; después de
todo un padre también recurre en numerosas ocasiones
a las mismas bromas. Desde luego, hay momentos para
observar, para pensar, pero no hay que olvidar que es un
juego donde también nos divertimos. No es un asunto de
quién gana o quién pierde. Debemos ser osados y jugar,
pelear, pasarla bien, pues sdlo el que ama al padre puede
estar contra él.
BRENDA LOZANO (ciudad de México, 1981) es
narradora y periodista cultural. Sus ensayos
han aparecido en revistas como Nexos y Letras
Libres.CONTRA LA CELEBRACION
DE NOSOTROS MISMOS
José ISRAEL CARRANZALa tinica vez que estuve en la ceremonia del Grito de
Independencia, en el Zécalo de la ciudad de México —y
confio en que de verdad sea la tinica: si llego a encontrar-
me allf de nuevo espero que sea en efigie, al lado de dofia
Josefa, dibujado con series de foquitos— en 1991, fue por-
que a los tres amigos que ibamos nos movian un entusias-
mo sincero y un propésito épico: queriamos acercarnos lo
ims posible al bale6n presidencial con tal de verle los cal-
zones a la hija de Salinas. No pudimos. En cambio padeci-
mos incontables apretujones vejatorios y traumaticos:
uno casi perdié un ojo por el golpe que Je dio un compa-
triota con un huevo relleno de harina, quedamos de
espaldas a Palacio Nacional presenciando cémo una bai-
larina “4rabe” se zarandeaba en un templete, a mi me
tomé horas alcanzar el ultimo confeti alojado en lo mas
remoto de mi anatomia y, por si fuera poco —como lo
sabriamos después, jhorror!—, estuvimos a punto de cho-
87car con Carlos Fuentes, que hab{a elegido esa noche para
ser filmado alli, en el pasaje alusivo a las fiestas patrias
que luego se incluiria en la versién televisiva de El espejo
enterrado. (Al otro dia, todo hay que decirlo, nos esforza-
mos en creer que la vida nos recompensaba, pero el con-
suelo fue poco menos que miserable: desde la ventana de
un hotel, por la avenida Cinco de Mayo, vimos el desfile, y
en él a Lupita Jones, vestida de charra.)
Si toda multitud es, por principio, aborrecible, las
que se componen en torno auna idea de la celebracién, y
mas cuando se trata de una celebracién mexicana, son
maquetas de la seccién del infierno que les tocara a quie-
nes se obstinan en ese gusto depravado y nocivo. No hay
peregrinacién, verbena, romeria o kermés, ni carnaval,
desfile, fiesta en plaza publica (con bailable y locutor),
procesién de Semana Santa o exposicién de artesanias,
ni tampoco Dia de Muertos o de las Madres o del Com-
padre o del Abuelo o del Electricista o del Paciente con
Insuficiencia Renal o de Lo Que Sea, ni posada, preposa-
da, festival de kinder, honores a la bandera, venida del
Papa, triunfo de la Seleccién ( de cualquier otro “repre-
sentante” tricolor: ya se vio que existen connacionales
dispuestosa aullar de alegria hasta por el taecuand6); y
mucho menos hay nada que incluya bocinas con sones
o marimbas o tubas o matracas, bebedizos laxantes
y/o embriagantes, abundancia incuantificable de grasas
(hectolitros repartidos entre los puestos de fritangas y las
nalgas de los presentes), serpentinas, sombreros picu-
dos, antifaces con la leyenda “Busco Nos1a”, silbatitos,
cornetas, delirios de papel picado o farolitos o pifiatas
gigantescas o monigotes y, sobre todo, pélvora para toda
suerte de estallidos (a ras del suelo o en la noche asi colo-
reada); no hay, en fin, congregacién de supuesta indole
jubilosa en México que no sea invariablemente ocasi6n
para la desgracia o, al menos, para terminar haciéndose
esa pregunta emblematica de quien se descubre en la
angustia y la desesperacién que siguen a las peores deci-
siones: “Por qué estoy aqui?”
(Esto de la desgracia, y no es sorna, lo tendran ya mas
que claro quienes corrieron la pésima suerte de hallarse
en la ceremonia del Grito escogida por el terrorismo
para debutar en el México del siglo xx: la noche del 15
de septiembre de 2008 en Morelia, el atroz momento
“inesperado” que el pais se resiste a reconocer que esta-
baesperando, y que finalmente llegé, gracias a que lleva-
bamos ya buen rato abriéndole camino.)
Seguro que mis amigos y yo pudimos hacernos esa
pregunta inutil aquella noche de 1991, mientras navega-bamos, sudorosos y a codazos, en ese mar fétido, oscuro,
ensordecedor, temible y soez. Seguro que se la hicieron
varios miles de projimos alli
smo —y a los que no, alos
otros miles que gozaban y reian y lanzaban huevos con
harina y se dejaban mecer por el oleaje inmundo que for-
mabamos todos, a los que salieron gustosos y volvieron *
al afio siguiente (y gracias a quienes el tumulto existe y
se perpettia), veo dificil llamarlos prdjimos—, lo que sé
es que, desde entonces, nunca he podido dejar de expe-
rimentar una amarga y desvalida perplejidad al descu-
brirme en el centro de una fiesta popular. Claro, es una
circunstancia que evito escrupulosamente, pero amenu-
do la elusién de lo que detestamos es el mejor atajo que
conduce a ello y, como en México lo popular y lo tumul-
tuoso son sinénimos —una marcha de maestros incon-
formes pronto puede tornarse una variante de la charre-
ada—, es complicado pasar por esta vida sin ser, muchas
veces, gentio: gentio argiiendero y festivo, que es peor.
Es evidente que el gentio tiene propiedades magnéti-
cas y atrae incesante e irresistiblemente nuevas particu-
las que lo engordan; menos obvias son las razones que
dichas particulas pueden tener para permanecer en él,
pues los mariachis jamas han sonado bien, no hay carro
alegérico que no sea una pesadilla y los jarritos con Squirt
y mezcal son repugnantes y toxicos. Por otro lado, como
no sea la posibilidad de que las fiestas patronales termi-
nen a machetazos, el nazareno de la Judea-en-
Ivo se
deshidrate y se convulsione 0 el castillo pirotécnico haya
sido levantado cerca de una gasera, las celebraciones
populares son absolutamente refractarias alo inusitado y
no tiene sentido esperar de ellas ninguna novedad. Qué
las anima, entonces? Podria pensarse, no sin negligencia,
que la recia piedra de sus cimientos est4 unida por una
argamasa sentimental, endurecida con efusiones lacri-
mégenas de generaciones alo largo de los siglos —aunque
nitantos: si cabe hablar de proporcién entre la firmeza de
las tradiciones respecto a lo ancestral de sus origenes, las
fiestas mexicanas deben ser infimamente odiosas en
comparacién con las chinas—, y que las masas se apeloto-
nan en tornoa sus dudosas formas de “divertirse”, porque
en el fondo les resulta conmovedor (y les gusta conmo-
verse). (Esta suposicién queda desarmada con la familia
que vuelve a casa gastada, de malas y cansada, luego de
haber pasado cuatro horas al solazo y buscando al nifio
que se les perdié mientras contemplaban a los voladores
de Papantla.) En todo caso, en el impulso inicial que leva.
a sumarse a la muchedumbre a fin de despostillarse un.
diente con una manzana acaramelada, quizds haya sdlo
auna fugaz pulsién sentimentaloide, que sin embargo que-
dard disipada pronto, con el primer disgusto: “Mira los
danzantes, qué bonito”, y, unos segundos después, “Mi
cartera! ;Me sacaron la cartera!”
Creo, mas bien, que la explicacién de la mexicana ten-
denciaa la celebracién masiva —del balneario de albercas
atestadas al funeral con tamales y musica, del desayuno
para dos mil trabajadores sindicalizados al danzon de
récord Guinness-, tiene que ver con un rasgo de idiosin-
crasia que consiste en lo siguiente: la propensién a suscri-
bir automaticamente cualquier nocién identitaria que se
exprese, por quien sea y con cualesquiera intenciones, en
primera persona del plural (0 con el posesivo correspon-
diente). No importa cuando ni a quién —seguramente en
la infancia— le hayamos ofdo por primera vez que nos
gusta la fiesta, que los jaripeos existen para que nos llene-
mos de contento, que nuestra insuperable aportacién al
comercio es el tianguis o que nos fascina enchilarnos: es
suficiente con que estemos enterados para que obremos
en consecuencia. Si un pufiado de beodos con mascaras
horrendas y dandose de latigazos entre sien honor a un
santito forman una imagen execrable, sélo hay que
recordar que es una manera muy nuestra de mostrar fer-
vor para no sdlo quedarnos viéndola, sino para sentir
oy
ademas que nos ayuda a definimnos y hasta para presu-
mirla delante de los extranjeros. De ahi que aceptemos
con toda naturalidad sumarnos a Ja aglomeracién: por-
que es IES, y porque asolas o por cuenta propiaacaso
presintamos que terminaremos disolvié: a es
mexicano sino es en mont6n, haciendo mucho ruiday al
amparo de cualquier nocién de lo popular par repulsiva
que sea. O puesto de otro modo: un mexicano, paraser tal,
slo tiene que saber cémo somos los mexicanos, y es sen-
cillisimo enterarse: todo el tiempo estamos repitiéndolo
en coro, y quien lo ponga en duda merece la proscripcién
yeloprobio.
Pocas cosas habré tan nefandas como el habito que
muchos (mexicanos 0 lo que sea) tienen de justificar sus
majaderias o sus yerros esgrimiendo la frase: “Es que asi
soy yo.” Que uno sea como es no significa que esté bien.
Por eso creo que hay que estar en guardia contra todo des-
figuro colectivo que pretenda explicarse a si mismo par-
tiendo de esta viciosa comprensién de | = los
mexicanos somoscomasomos porque asi somes losTiiexi-
canos. Y, con todo, admito que tal vez se trate de una fata-
lidad nacional, y que si un 15 de septiembre el Zocalo de
la ciudad de México por fin esta desierto —y también
todas las plazas de todo el pais—, habré en algin otro
93.lugar (me gusta la idea de que sea en las Islas Revi-
lagigedo) una multitud expectante y en silencio, a punto
de rugir.
Jost: ISRAEL CARRANZA Guadalajara, 1972) es
ensayista, narrador y periodista. Entre sus li-
bros estan La sonrisa de Isabella y otras conje-
turas (1995) y Cerrado las veinticuatro horas
(2003). Actualmente es editor de la revista lite-
raria, Lavina.
95,‘Contra México lindo de Luts Vicente de Aguinaga, HéctorJ. Ayala,
José Israel Carranza, Losbang Catafteda, Eduardo Huchin
y Brenda Lozano se terminé de imprimir, mientras,
‘envueltos en una bandera, nos arrojibamos al gentio,
en elmes de diciembre de 2008, en la ciudad de México.
El tiraje fue de mil ejemplares.
En la composicién se.utitizé la tipografia Mercury Text
publicada por Hoefler & Frere-Jones.
COLECCION VERSUS
1. Phillip Lopate
Contra la alegria de vivir
2. Jonathan Lethem
Contra la originalidad
3. Heriberto Yépez
Contra Ia tele-visién
4, Laura Kipnis
Contra el amor
5. Witold Gombrowicz
Contra los poetas
6. Hans Ulrich Gumbrecht / Antonio Ortuno
Contra las buenas intenciones
7. Richard Klein
Contra los no fumadores
8. Jeremy Bentham
Contra fa homofobia
9. Rafael Lemus
Contra la vide active
10. Stallman, Wu Ming, et al.
Contra el copyright
11. De Aguinaga / Ayala / Carranza /
Castafieda / Huchin / Lozano
Contra México lindo
PROXIMO ROUND
12. Nietzsche, Russell et al.
Contra el trabajo