POESI
A,  MELANCOLI
A  Y  SUBJETIVIDAD  FEMENINA:  LA
HUMANISTA  LUISA  SIGEA
MAR  MARTI
NEZ  GO
  NGORA
School  of  World  Studies,  Virginia  Commonwealth  University,  P.O  Box  842021,
Richmond,  VA  23284-2021,  USA
E-mail:  mmgongora@mail1.vcu.edu
Abstract
The  humanist  Luisa  Sigea  represents  a  case  of  an  exceptional   learned  woman  of  the
Spanish  Renaissance  seeking  to  perform  in  a  nonreligious   milieu.   In  her   vernacular
poems  Un  n,  una  esperanza,  un  como,  un  cuando  y  Pasados  tengo  hasta  ahora,
Sigea revises the traditional trajectory of the Petrarchean poetic subject in order to replace
the elusive woman, viewed as a passive object of the male gaze and ultimately responsible
for his spiritual perfection, into a female subject able to articulate her own poetic voice, a
voice impregnated by melancholy and sorrow. In these poems the author challenges the
Aristotelian concept of melancholy as a sign of only male artistic genius, by employing the
concept in the construction of a female subject that ought to be perceived as special. This
use of melancholy coincides with her  personal frustration with  the lack  of professional
opportunities open to a female humanist in the Spanish courts of the Renaissance. As we
can  observe   in  these   poems,   as   well   as   in  Sigeas   other   contributions   to  the   most
representative  genres   of   the  Humanist   prose,   her   epistles   and  her   dialogue  Duarum
virginum, melancholy combines with a defense of the solitude of the contemplative life, to
suggest that isolation and voluntary marginalization were the only avenues available at
that time for a lay woman to achieve intellectual growth and spiritual perfection.
Luisa  Sigea,   nacida  en  Toledo  probablemente  en  1522  y  fallecida  en
1560,  es  una  de  las  pocas  mujeres  sabias  que  ha  dado  el  Renacimiento
espan ol   en   un   contexto   ajeno   al   religioso.
1
En   los   poemas   escri-
tos   en  castellano  Un  n,   una  esperanza,   un  como,   un  cuando   y
Pasados   tengo  hasta  ahora,   la  autora  ofrece  una  revisio n  del   su-
jeto  masculino  tradicional   de  la  l rica  renacentista.   Se  podr a  sugerir
que  el   cara cter  de  depresio n  y  tristeza  que  distingue  a  estos  poemas
revela  el   intento  de  su  autora  de  situar   su  expresio n  poe tica  en  un
entorno   cultural   en   el   que   la   melancol a   se   ha   convertido   en   un
signo  de   genialidad  art stica,   que,   sin  embargo,   les   es   negada  a  las
mujeres.   El   marcado   tono   melanco lico   de   estas   composiciones   de
Sigea  contribuye  a  la  armacio n  de  una  subjetividad,   cuya  congu-
racio n  se  halla  determinada  por   una  conciencia  de  su  problema tica
condicio n  de  mujer  humanista  en  busca  de  empleo  en  una  corte  del
Neophilologus  (2006)  90:423443     Springer  2006
DOI  10.1007/s11061-006-0006-9
Renacimiento.   Como  se  puede  apreciar   prestando  atencio n  a  diver-
sos   segmentos   de   la   obra,   la   autora   an ade   a   la   frustracio n   del
humanista   en   general,   debido   a   la   pe rdida   gradual   del   prestigio
social   en  la  e poca  de  este  tipo  de  profesional,   una  preocupacio n  por
la   funcio n  social   de   la   mujer.   No  es   extran o  que   la   amargura   de
Sigea  de   paso  en  su  dia logo  latino  Duarum  virginum  a  la  reproduc-
cio n  del   discurso  humanista  de  educacio n  femenina  que,  sin  embargo,
se  transforma  en  una  apolog a  de  la  vida  retirada,   concebida  como  el
u nico  lugar  propicio  para  el   perfeccionamiento  espiritual   de  la  mujer
laica.   La  defensa  en  el   dia logo  de  un  espahcio  para  la  soledad  y  el
estudio   se   corresponde   con   la   reivindicacio n,   por   parte   de   Luisa
Sigea,  de  la  melancol a,  como  el  medio  ideal  para  dar  forma  literaria
a  la  distinguida  subjetividad  de  una  mujer  excepcional.
La  melancol a  humoral,   es   decir   la  condicio n  del   cuerpo  y  de  la
mente   que   intensica   la   tendencia   al   aislamiento,   la   conciencia   de
uno  mismo,   la  contemplacio n  y  la  imaginacio n  hiperactiva,   es   uno
de  los  conceptos  del   mundo  cla sico  y  medieval   que  los  intelectuales
renacentistas  transforman  y  adaptan  en  aras  de  una  nueva  denicio n
del  sujeto  (Soufas  23).
2
Como  explican  Klibansky,  Panofsky  y  Saxl,
la  condicio n  humoral  se  convierte  en  esta  e poca  en  parte  fundamental
del   conocimiento  de  uno  mismo,   por  lo  que  no  hab a  ningu n  hombre
distinguido  que  no  fuera  genuinamente  melanco lico  o  al   menos  que
no  fuera  considerado  como  tal   (23132).   Aristo teles   es   el   responsable
de  esta  lo gica  ideolog a,  vigente  en  este  periodo,   que  hace  equivaler  la
melancol a  masculina  con  el   genio  art stico  e  intelectual   al   plantear
el   famoso  problema  XXX,   1.   El   lo sofo  griego  se  pregunta  en  dicho
problema  por  que   razo n  todos  los  hombres  que  han  sido  excepcio-
nales  en  lo  que  se  reere  a  la  losof a,   la  ciencia  del   Estado,   la  poe-
s a  o  las   artes   son  maniestamente  melanco licos,   hasta  el   punto  de
estar  afectados  por  los  males  originados  por  la  bilis  negra,   como  se
cuenta  en  los  relatos  de  he roes  de  He rcules   (Pigeaud  83,   mi   traduc-
cio n).
3
Dicho  planteamiento,   basado  en  la  asociacio n  entre   la  bilis
negra  y  la  genialidad,   se  combina  con  otros  conceptos  de  la  melan-
col a  que  se  manejan  durante  el   Renacimiento.   Durante  este  periodo,
la  doctrina  aristote lica  de  la  melancol a,  segu n  la  que  todos  los  gran-
des   hombres   fueron  melanco licos,   se   une   a  la  nocio n  neoplato nica
de   Saturno,   que   al   ser   el   ma s   alto  de   los   planetas,   representa   las
cualidades   ma s   elevadas   del   alma  (Kiblansky  247).   En  este  sentido,
se  debe  destacar   el   caso  de  Marsilio  Ficino,   que  reclama  la  autori-
dad  de  un  Plotino,   con  objeto  de  transformar  los  vicios  de  acedia
e   ira   en  la   noblevoluptas,   conversio n  que   goza  del   favor   de   los
neoplato nicos   (Soufas   3).   Ficino,   como  los   seguidores   del   concepto
Mar  Martnez  Gongora 424
neoplato nico de melancol a, se aleja de la nocio n medieval de aced a
desarrollada  por   Petrarca  en  su  segundo  libro  del   Secretum,   que  se
hab a traducido por pereza, al entenderse como una relajacio n de la
voluntad que deja el alma como v ctima del humor negro (Sere s 312).
El   concepto  de  la  melancol a  constituye  un  elemento  clave  en  la
formacio n  del   sujeto  intelectual   del   Renacimiento,   en  la   medida   a
que  contribuye  al   desarrollo  de  una  conciencia  por  parte  del   mismo
de  la  posesio n  de  una  inteligencia  y  sensibilidad  an mica  superiores.
4
Puesto  que  en  este  periodo  la  condicio n  melanco lica  constituye  una
marca  de  superioridad,   pronto  se  convierte  en  la  enfermedad  corte-
sana  por   excelencia.   Es   cierto  que  esto  se  debe,   en  parte,   a  que  las
cortes,   aunque   se   van   transformando   ra pidamente   en   los   centros
culturales  del   Renacimiento,   constituyen  un  medio  dominado  por  el
ocio   y   la   inactividad.   No   resulta   sorprendente   que   Antonio   de
Guevara   se   reera   del   siguiente   modo   al   especial   malestar   que
personalmente   experimenta   en  el   a mbito  de   la   corte   de   Carlos   V:
La  soledad  pon ame  tristeza  y  la  mucha  compan  a,   importunidad.
El   mucho   ejercicio   cansa bame   y   la   ociosidad   dan a bame   ...   Final-
mente  digo  y  armo  que  muchas  veces  me  vi   en  la  corte  tan  aborri-
do  y  yo  mismo  de   m   mismo  tan  desabrido  que   ni   osaba  pedir   la
muerte,  ni  tomaba  gusto  en  la  vida  (ctd.  en  Bartra  47).  Guevara  in-
dica,   mediante   la   referencia   a   su   desagradable   experiencia   en   la
corte,  una  conciencia  de  su  pe rdida  de  poder,  comu n  a  la  de  la  mayo-
r a  de  los  cortesanos,   y  un  sentido  de  la  dependencia  de  e stos  de  los
favores   de   sus   superiores.   Por   consiguiente,   adema s   del   aburri-
miento,   no  sorprende  que  la  causa  del   triste  estado  del   franciscano
fuera  la  siguiente:   el   rey  no  me  daba  lo  que  yo  quer a  y  el   privado
me  negaba  la  puerta   (ctd.   en  Bartra  48).   No  se  puede  dejar  de  se-
n alar  la  similitud  entre  la  situacio n  de  Guevara  y  la  de  Luisa  Sigea
unos  an os  despue s,   puesto  que  como  se  comentara   abajo,   se  hallaba
sumida  en  una  total   desesperacio n  ante  su  escasa  fortuna  a  la  hora
de  encontrar  un  protector.
Las  dicultades  de  Luisa  Sigea  para  situarse  profesionalmente  en
la  corte  espan ola  resultan  incomprensibles,  teniendo  en  cuenta  su  ex-
traordinaria  capacidad  intelectual,   demostrada  en  el   dominio  del   lat-
 n,   griego,   hebreo,   caldeo   y   a rabe.   La   humanista   toledana,   cuyos
conocimientos   de  lenguas   cla sicas   le  sirvieron  para  ser   conocida  en
su  e poca  bajo  el  sobrenombre  de  la  pol glota,  dejo   una  breve  pero
interesante   obra   literaria   que,   escrita   en   su   mayor   parte   en   lat n,
incluye   los   ge neros   ma s   cultivados   durante   el   Renacimiento,   tales
como  la  ep stola,   el   dia logo  y  la  poes a  l rica.   Los  meritos  de  Sigea
deben  ser  tenidos  au n  en  mayor  consideracio n  si   tenemos  en  cuenta
Poesa,  melancola  y  subjetividad  femenina   425
que,  al  contrario  de  otras  importantes  guras  femeninas  del   periodo,
no  formo   parte  de  la  alta  aristocracia  como  lo  hicieron  Vittoria  Col-
onna   o  Margarita   de   Navarra,   ni   se   hallo   como  Beatriz   Galindo,
bajo  la  proteccio n  de  personajes  tan  poderosos  como  la  Reina  Isabel
de   Castilla,   como   tampoco   pertenecio   al   entorno   religioso   (Rada
34748).   Por   el   contrario,   la  autora  inicia  su  aprendizaje  intelectual
bajo  la  tutela  de  su  padre,  el  humanista  Diego  Sigea,  siendo  llamada
por   la  familia  real   de  Portugal   a  la  corte  de  Lisboa  para  ocupar   el
puesto  de   preceptora   de   la   infanta   Don a   Mar a   (Sauvage   18).   La
cuidada  educacio n  e  intereses   intelectuales   de  Luisa  Sigea  represen-
tan  una  rara  excepcio n  en  un  momento  en  el   que  la  valoracio n  de
educacio n  femenina  ha  pasado  a  mejor   e poca.   Mientras   que   en  la
corte  de  Isabel   la  Cato lica,   la  reina  promueve  la  instruccio n  de  las
damas   en  materias   como,   por   ejemplo,   el   lat n,   que   fue   llevada   a
cabo  por  Beatriz  Galindo,   la  Latina,   en  e pocas  posteriores  se  ob-
serva  un  retroceso  (Gil   Ferna ndez   31012).   Por   ejemplo,   Carlos   V
no  demuestra  ningu n  intere s  por  la  educacio n  de  las  infantas,   lo  que
sirve  de  modelo  para  sucesivos  reinados  (Gil  Ferna ndez  312).
As   mismo,   en  plena  contradiccio n  con  las  ideas  sobre  las  escasas
facultades  de  las  mujeres  para  las  letras  que  humanistas  como  Huar-
te  de  San  Juan  y  fray  Luis  emiten  an os  despue s,
5
Sigea  compone  en
lat n  textos  poe ticos,   ep stolas  y  un  dia logo,   mientras  que  en  castel-
lano  escribe   varios   poemas   en  los   que   la   melancol a   constituye   el
tema   principal.   Durante   su  estancia   en  la   corte   portuguesa   la   hu-
manista  dedica  a  la  infanta  don a  Mar a  el   poema  latino  en  d sticos
eleg acos  Sintra,   as   como  otros  poemas  cortos  escritos  en  la  mis-
ma  lengua  a  sus  amigos  de  la  corte.   El   hecho  de  que  Sigea  compon-
ga   la   mayor a   de   su   obra   en   lat n   contribuye,   tanto   al
reconocimiento  de   su  enorme   talla   intelectual   entre   sus   contempo-
ra neos,   como,   por   desgracia,   garantiza   su  condena   al   olvido  entre
las  generaciones  futuras.   Durante  trece  an os  Luisa  Sigea  desempen o
una  funcio n  importante   en  el   c rculo  intelectual   formado  alrededor
de   la   infanta   don a   Mar a,   junto  a   otras   mujeres,   entre   las   que   se
destacan  su  hermana  Angela,   la  hija  de  Gil   Vicente,   Paula,   y  la  poe-
ta  Juana  Vaz  (Kaminsky  78).  En  1552,  la  humanista  se  despide  de  la
corte   lisboeta   al   contraer   matrimonio   con   Francisco   de   Cuevas,
hombre   culto  y   renado,   aunque   de   familia   modesta.   Liberada   de
las   ataduras   cortesanas,   se   retira   feliz   en   Burgos,   traslada ndose
pronto   a   Valladolid   para   entrar   al   servicio   de   la   reina   Mar a   de
Hungr a,   que  contrata  a  su  marido  como  secretario.   Ambos  residen
en   esta   ciudad   castellana   hasta   la   muerte   de   la   ilustre   protectora
(Rada  340;  Sauvage  1920).
Mar  Martnez  Gongora 426
La  fama  de  Sigea  de  mujer  sabia  se  ve  acrecentada  a  partir  de  una
ep stola  que  dirige  en  1526  en  cinco  lenguas   al   Papa  Paolo  III,   tal
como  podemos  apreciar  en  los  comentarios  elogiosos  de  sus  contem-
pora neos  (Prieto  7882).
6
Como  se  menciona  arriba,   a  pesar  de  esta
consideracio n  positiva   en  la   que   se   tiene   a   Sigea   en  la   e poca,   sus
oportunidades   a   la   hora   de   encontrar   un   protector,   que   valorara
tanto  sus   altas   calicaciones   profesionales   como  las   de   su  marido,
fueron escasas.  En una ep stola  dirigida Felipe  II en la que solicita un
puesto   de   secretario   para   su   esposo   Francisco   de   Cuevas,   Sigea
expresa  su  amargura  ante  el   escaso  reconocimiento  social   de  la  cul-
tura  y de  los  conocimientos  humanistas.  No  en  vano  la  autora  se  hal-
la  inmersa  en  la  realidad  de  la  Espan a  del   siglo  XVII,   en  la  que  la
gura  del  humanista  comienza  a  percibirse  como  degradada,  al  haber
perdido  terreno  frente  al  jurista  o  al  letrado,  cuyos  conocimientos  de
Derecho  resultan  cada  vez  ma s  valorados  en  las  burocratizadas  cor-
tes   espan olas   (Gil   Ferna ndez   233).
7
La   ausencia   de   una   respuesta
positiva   del   monarca,   as   como   el   rechazo   de   las   pretensiones   de
Sigea  por  parte  de  la  esposa  de  Felipe  II,   Isabel   de  Valois,   y  de  su
hijo,   el   pr ncipe  Don  Carlos,   a  los   que  tambie n  solicita  proteccio n,
son   los   or genes   de   la   profunda   depresio n   en   la   que   se   sume   la
humanista  (Kaminsky  78).  La  idea  de  que  su  prematuro  fallecimiento
el 13 de Octubre de 1560 se deba en parte al desa nimo, es recogida en
una  carta  escrita  por   Gracia n  Dantisco  en  1577,   en  la  que  leemos:
por   tal   repulsa  murio  de   sentimiento  aquella  famosa  Luysa  Sigea
que   fue   de   la  Reyna  dona  Maria  y  lo  pretendido  ser   de   la  Reyna
dona  Isabel,  que  esta  en  gloria:  y  assi  me  acuerdo  que  el  Nuncio  Ter-
racino  y  otros  hombres  doctos  que  celebraron  con  versos  su  muerte  y
memoria,   tocaron   bien   esto:   despecta   graviter   repulsam  tulit.
(ctd. en Sauvage 21).
Las   ep stolas   latinas   de   Siga  nos   aportan  datos,   no  so lo  del   or-
gullo  de  saberse  una  mujer  sabia,   sino  de  sus  sentimientos  de  amar-
gura,   tristeza   e   incomprensio n   (Prieto   88).
8
Por   ejemplo,   en   una
carta  dirigida  a  Diego  de  Soares,   la  humanista  recuerda  aigida  la
mortalidad   de   los   bienes   terrenales   y   la   carga   de   hast o   e   humil-
lacio n  que  se  relaciona  con  la  existencia  humana  (Prieto  88).   Entre
las  cartas  que  Bonilla  y  San  Mart n  publica  en  Revue  Hispanique  en
1901,   se  encuentran  dos  misivas  escritas  en  castellano  que  Sigea  diri-
ge  a  un  caballero  ano nimo  en  las  que  la  soledad  constituyen  el   tema
principal   (Prieto  86).   En  dichas  ep stolas  prevalece  un  aire  de  intimi-
dad,   cercano  al   que  predomina  en  los   poemas   escritos   en  la  misma
lengua,   diferente   al   tono   distante   de   las   cartas   enviadas   a   impor-
tantes  personajes,   como  el   papa  Paulo  III  o  el   rey  Felipe  II  (Prieto
Poesa,  melancola  y  subjetividad  femenina   427
86).   En  una  de  estas   cartas,   Sigea  se  queja  del   estado  de  profunda
soledad  en  el   que   se   halla,   comentando  que   hasta   que   atine   que
ten a   ausentes   tres   cosas   m as   que   la   falta   de   menos   dellas   basta
para  engendrar   tal   pasio n:   las   quales   son  la  voluntad,   la  acio n,   la
libertad  de   esp ritu,   que   son  las   compan eras   ma s   leales   del   alma
(ctd.   en  Prieto  86).   La  humanista  concluye   la  carta  de   la  siguiente
manera:   Y  porque   mis   soledades   no   os   enfades,   que   no   deve is
tenellas  con  tal   compan  a,   y  es  al   sordo  mu sica,   no  os  digo  ma s  del-
las  que  rogaros  me  busque is  algu n  medio,   y  si   le  halla rades  que  me
satisfaga,   se  os   decir   lo  de  Virgilio:   Philida  solus   habeto:   es   si   soys
griego; si no, aprended que quiere decir Philida (ctdo. en Prieto 87).
La  melancol a  de  estos  an os  se  reeja  en  los  escasos  poemas  escri-
tos  en  castellano,   en  los  que  sorprende,   como  destaca  Kaminsky,   la
profundidad  intelectual   de  una  experiencia  tan  vinculada  a  la  emo-
cio n  (79).   Sigea  es   capaz  de  mantener   en  estos   poemas   un  tono  de
mesura   y   autocontrol,   tan  valorados   en  el   Renacimiento,   a   la   vez
que   expresa   la   magnitud   de   su   pena   y   de   su   desilusio n   (Kamin-
sky79).   Pero  ma s   importante,   los   poemas   muestran  la  habilidad  de
Sigea  de   transformar   el   proceso  mediante   el   que  sujeto  poe tico  del
petrarquismo  se  dirige  a  una  mujer  inaccesible,   cuya  u nica  identidad
reside  en  el   hecho  de  ser   el   objeto  mudo  de  la  mirada  masculina  y
de  constituirse  en  un  mero  instrumento  del   perfeccionamiento  espiri-
tual   del   varo n.   La  humanista  toledana  sustituye  la  imagen  de  la  mu-
jer   como   objeto   del   deseo   inalcanzable   del   desolado   amante
petrarquista,   por   la  de  un  sujeto  poe tico  femenino,   que  articula  un
discurso  l rico  impregnado  por  la  melancol a  y  la  insatisfaccio n.
La   obra   poe tica   en  castellano  de   Luisa   Sigea   posee   el   valor   de
convertirse   en  un  exponente   de   las   posibilidades   de   la   mujer   para
dar  expresio n  literaria  a  sentimientos  de  frustracio n  y  de  angustia  en
una   e poca   en   la   que   los   grandes   melanco licos   parecen   ser   u nica-
mente  hombres,   segu n  lo  que  nos  muestran  incluso  los  estudios  con-
tempora neos.
9
Aunque  suceda  varias   de cadas   despue s   de  que  Sigea
compusiera  esos  versos,   resulta  signicativo  que  el   prestigioso  jurista
france s   Jean   Bodin   mantenga   en   De   la   demonomanie   des   sorciers
(1580)   la  imposibilidad  de  que  una  mujer   padezca  melancol a,   refu-
tando  de  este  modo  la  idea  de  que  los  poderes  de  las  brujas  se  pro-
duc an   como   efecto   de   dicha   enfermedad.   Bodin   cree   que   la
melancol a  hace  so lo  sabios  a  los  hombres  puesto  que  no  es  acorde
con  la   naturaleza   femenina   debido  a   la   menstruacio n  (Bartra   52).
Para  Bodin,   jama s   ninguna  mujer   ha  muerto  de   melancol a,   ni   el
hombre  de  alegr a,   antes  al   contrario  muchas  mujeres  mueren  de  ex-
trema  alegr a,   ...   que  el   humor  de  la  mujer  es  directamente  contrario
Mar  Martnez  Gongora 428
a  la  melancol a  adusta  que  produce  furor,   ...   las   mujeres   son  natu-
ralmente  fr as  y  hu medas  (ctd.  en  Bartra  52).
10
Como  comenta  Julia  Schiesari   al   notar  la  condicio n  masculina  de
melanco licos  famosos  como  Ficino,  Tasso  o  el  personaje  shakesperiano
Hamlet,  resulta  extran a  la  ausencia  de  mujeres  infelices  en  la  e poca  (3).
Segu n   Schiesari,   este   hecho   apunta,   no   tanto   a   que   no   existieran
damas  desgraciadas   a  comienzos   de  la  Edad  Moderna,   como  a  que
el   distinguido   ep teto   se   aplica   so lo   a   los   hombres,   en   virtud   del
especial  signicado  que  se  concede  al  sufrimiento  femenino  en  la  cul-
tura  patriarcal   (3).   No  en  vano  en  nuestra  tradicio n  cultural   el   sufri-
miento  de   la   mujer   no  se   suele   identicar   como  melanco lico,   sino
que  se  le  dene  mediante  el   bastante  menos   prestigioso  te rmino  de
depresio n  (Schiesari   34).   El   que  la  melancol a  se  haya  convertido  a
partir  de  la  obra  de  Marsilio  Ficino  en  una  enfermedad  que  inscribe
en   los   hombres   los   signos   de   la   genialidad   ma s   excepcional   y   la
grandeza  espiritual,  justica  que  la  pena  de  la  mujer  se  perciba  como
insignicante.   Puesto  que  a  las  mujeres   se  les  niega  el   poder  que  se
asocia  con  la  exhibicio n  de  dolor  por  parte  del   artista  masculino,   su
angustia  es   relacionada  con  visiones   menos   favorecedoras   del   sufri-
miento,   tales   como   los   lloros   incontrolados   y   los   rituales   de   luto
(Schiesari   711).
11
De   acuerdo   con   Schiesari,   Melancholia   thus
appears   as   a  gendered  form  of   ethos   base   on  or   empowered  by  a
sense  of   lack;   at   the  same  time,   it   nds   its   source  of   empowerment
in   the   devaluing   of   the   historical   reality   of   womens   disempower-
ment   and  of   the  ritual   function  that   has  traditionally  been  theirs  in
the  West,   that  of  mourning   (12).  En  consecuencia,   la  expresio n  cul-
tural   del   dolor  de  la  mujer  ante  la  ausencia  o  la  pe rdida  no  tiene  el
mismo  valor  de  representacio n  que  el   del   hombre  en  la  cultura  occi-
dental,   ya  que   a  menudo  un  lamento  femenino  se  percibe   como  la
expresio n  dramatizada  de  los  hombres  y  de  las  mujeres  plebeyos,   un
suceso  cotidiano  cuya  fuerza  colectiva  no  conlleva  la  misma  grave-
dad  que  la  aristocra tica  pena  masculina.
Hay  que  tener  en  cuenta  que  la  posicio n  privilegiada  que  ocupa  el
sufrimiento  durante  el  Renacimiento  parte  de  un  deseo  por  parte  del
varo n   de   superar   la   ambigu edad   que   resulta   en   una   este tica,   que
basada  en  la  sensibilidad,   trasciende  la  r gida  dualidad  masculino/
femenino.   La  ansiedad  ante  dicha  ambigu edad  trata  de  ser   resuelta
mediante  la  reivindicacio n  del   poder  masculino,   a  trave s  del   uso  de
la   melancol a   como  marca   del   triunfo  individual,   de   la   conciencia
moral,   de  la  creatividad  art stica  y  de  la  sensibilidad  acrecentada  del
artista  petrarquista  (Schiesari   1314).   Por   tanto,   el   que  Luisa  Sigea
haga  del   sufrimiento  el   tema  principal   de  ambos  poemas  sugiera  un
Poesa,  melancola  y  subjetividad  femenina   429
intento  de  otorgar  al   sujeto  femenino  una  primac a  en  el   uso  de  una
este tica  de   la  pena  como  signo  de   inteligencia,   sensibilidad  y  e tica
superiores.   Los   textos   poe ticos   de   Sigea   en   torno   al   sufrimiento
cuestionan  la  nocio n  aristote lica  de  que  la  melancol a  constituye  una
prerrogativa  masculina,   es   decir,   el   privilegio  androce ntrico  del   va-
ro n  aristocra tico,   tal   como  lo  expresa  Schiesari   (1024).   La  toledana
reclama   la   melancol a   como   signo   de   distincio n   de   las   grandes
mujeres,   a  trave s  de  la  construccio n  un  sujeto  poe tico  femenino  dis-
tinguido,   especial   y  superior.   Por  tanto,   Sigea  se  aleja  de  la  creencia
generalizada   entre   los   contempora neos   de   que   si   en  el   hombre,   la
exhibicio n  de  melancol a  constituye  un  intento  de  legitimacio n  de  su
estatus  de  genio,   eleva ndole  a  una  posicio n  por  encima  de  lo  ordi-
nario,   para  la  mujer  la  tristeza  constituye  u nicamente  el   s ntoma  de
una  enfermedad  nerviosa.   Aunque  estos   esfuerzos   parecen  vanos,   a
juzgar  por  las  palabras  de  Gracia n  Dantisco  con  motivo  del   prema-
turo  fallecimiento  de  la  humanista,   los  poemas  de  Luisa  Sigea  pare-
cen  reclamar  para  la  mujer  el   poder  asociado  con  el   yo  melanco lico
en  el  contexto  cultural  del  Renacimiento.
Al   armar  el   papel   del   sufrimiento  femenino  como  foco  tema tico
principal,   los  poemas  de  Sigea  modican  el   proceso  de  la  poes a  pe-
trarquista,  segu n  el  cual  la  pe rdida  del  objeto  de  deseo  (una  mujer)  se
presenta  como  fuente   de   inspiracio n  poe tica  para  el   varo n,   que   es
capaz  de  transformar  el  dolor  en  triunfo  a  trave s  de  su  inmortalizacio n.
En  ese  caso,  el  sujeto  femenino  se  apropia  de  uno  de  los  temas  princi-
pales   de   los   petrarquistas   con  objeto  de   reivindicar   el   poder   de   la
propia  voz  poe tica  para  salvar  de  una  condena  al   olvido  su  particu-
lar   encuentro  con  la  desgracia.   No  obstante,   aunque   sea  necesario
prestar  atencio n  al  empleo  por  parte  de  dicho  sujeto  femenino  de  los
temas   y  te cnicas   petrarquistas,   no  debemos   ignorar   la  combinacio n
de  e stas  con  elementos  provenientes  de  otras  tradiciones  poe ticas  in-
uyentes   en  la  poes a  espan ola  del   siglo  XVI.   Como  en  el   caso  de
otros  poetas  de  la  e poca,  entre  los  que  es  necesario  incluir  a  los  inno-
vadores  Bosca n  y  Garcilaso  de  la  Vega,  tal  como  sen alo   hace  tiempo
Lapesa  (7984),   importantes   rasgos   de   la  poes a  de  Sigea  proceden
de   la   tradicio n  castellana   de   los   Cancioneros,   as   como  del   poeta
valenciano  Ausia` s  March,  para  el  la  que  la  pe rdida  y  la  tristeza  cobran
una  importancia  capital.  El  que  la  humanista,  que  hace  uso  del  ende-
cas labo,   aunque  no  de  la  caracter stica  estructura  me trica  del   sone-
to,   eche   mano   de   tropos   de   la   corriente   castellana   de   la   poes a
cancioneril   sugiere  lo  problema tico  de  la  expresio n  de  la  melancol a
femenina  mediante  el  uso  exclusivo  de  un  co digo  italianizante,  asocia-
do primordialmente  al  contexto  aristocra tico  de  la  corte.
Mar  Martnez  Gongora 430
Los   poemas   de  Sigea  coinciden  con  algunos   de  Garcilaso,   en  los
que   el   contenido  conceptual   gira  en  torno  al   sufrimiento  amoroso,
que  se  expresa  de  manera  contenida  mediante  una  imaginer a  austera,
aleja ndose   de   la   emotividad,   de   la   plasticidad  y   de   la   ternura   pe-
trarquistas,  tal  como  asegura  Close  (7).  De  modo  similar,  los  poemas
de Sigea  se situ an en la tradicio n del  inerno  de  amor,  que perdura
en  la  tradicio n  l rica  peninsular,  que  parte  de  la  poes a  castellana  del
siglo  XV,   de  Ausia` s  March  y  de  la  reprobacio n  del   amor  articulada
por  Fernando  de  Rojas  y  varios  poetas  de  los  Cancioneros  (Close  7).
Como  se  comprueba  prestando  atencio n  tanto  a  su  obra,   como  a  su
biograf a  y  extraccio n  social,   los  versos  de  Sigea,   au n  informados  de
las  nuevas  modas  poe ticas  provenientes  de  Italia,   se  distancian  de  la
corriente  petrarquista  inaugurada  en  Espan a  por  Garcilaso  y  Bosca n.
E
 ste  establece  en  su  traduccio n  de  la  obra  El   Cortesano  de  Castigli-
one,  una  visio n  de  la  poes a  como  actividad  exclusivamente  aristocra -
tica,   de   la   que   quedan   excluidos   aquellos   no   dotados   con   el   don
cortesano  de   la   sprezzatura   (Navarrete   48).   Segu n  Navarrete,   la
naturaleza  de  la  poes a  se  dene  para  que  su  ejercicio  pueda  servir
para  diferenciar   al   aristo crata  de  los   letrados  y  de  los   miembros  de
las  capas  inferiores  de  la  nobleza  (48).   La  condicio n  de  Sigea  de  hu-
manista  profesional   que  debe  ofrecer  sus  servicios  a  algu n  miembro
destacado  de  la  familia  real   a  cambio  de  un  salario,   marca  una  dis-
tancia  con  el   ideal   de   poeta   cortesano,   que   hace   de   la   este tica  un
medio  de  vida.  Por  consiguiente,  aunque  el  uso  del  endecas labo  y  de
la  me trica  de  procedencia  italiana  marca  la  adherencia  de  Sigea  a  las
nuevas  formas  poe ticas  petrarquistas,   mostrando  as   su  gusto  por  la
renovacio n  literaria,   la  permanencia  en  sus   poemas   de  rasgos   canc-
ioneriles   sugiere  una  distancia  con  las   formas   de  cultura  cortesana.
De  este  modo,   es  posible  que  Sigea,   consciente  de  su  rara  condicio n
de  mujer  humanista,  no  se  halle  identicada  con  una  corriente  poe ti-
ca eminentemente  masculina  y aristocra tica.
Desde  el   punto  de  vista  del   contenido,   los  versos  de  Sigea  dif cil-
mente  pueden  ser  considerados  como  representativos  de  la  l rica  pe-
trarquista.   Dada  la  ambigu edad  sobre  lo  que   constituye  en  realidad
el   objeto  del   frustrado  deseo  que  se  presenta  como  motivo  de  su  in-
satisfaccio n,   se  hace  dif cil   la  calicacio n  del   tema  principal   del   po-
ema  como  amoroso.   En  la  composicio n  Un  n,   una  esperanza,   un
como,   un   cuando,   formada   por   cuatro   octavas   reales,   el   motivo
que  causa  el   avanzado  estado  de  tristeza  y  desesperacio n  del   yo  poe -
tico  parece  ser  su  incapacidad  para  alcanzar  una  meta,  cuya  natural-
eza   no   se   dene   con   precisio n.   En   el   texto   somos   testigos   de   la
manera  en  la  que  el   paso  del   tiempo  subraya  la  falta  de   conanza
Poesa,  melancola  y  subjetividad  femenina   431
por  parte  de  la  poeta  en  que  en  que  llegue  lo  que  tan  ansiosamente
anhela  (los  meses  y  los  an os  voy  pasando/  en  vano,   y  paso  yo  tras
lo  que  espero   34).   Parte  de  la  confusio n  en  cuanto  a  las   razones
por   las   que   se  encuentra  en  este   lamentable  situacio n  se  debe   a  su
propia   dicultad   para   expresarlo   (y   as   las   tristes   noches   velo   y
cuento,/  ma s  no  puedo  contar  lo  que  ma s  siento  8).  Aunque  el  poema
no  aclara   si   tal   dicultad  se   debe   a   algu n  impedimento  relacionado
con  la  circunstancia  de   un  secreto  o  a  las   propias   limitaciones   del
lenguaje,   la  imposibilidad  de  relatar   la  verdadera  motivacio n  de  su
desesperanza   indica   que   nos   encontramos   ante   una   expresio n   del
sentido  general   de  pe rdida,   que  se  asocia  con  la  entrada  en  el   orden
simbo lico.   Recordemos  la  manera  en  que  la  teor a  lacaniana  da  cuen-
ta  de  la  existencia  de  una  crisis   ed pica  del   individuo  en  el   cambio
del   orden  imaginario,   asociado  a  la  madre,   en  el   que  no  existe  au-
sencia  ni  diferencia  sino  identidad  y  presencia,  al  simbo lico,  cuya  en-
trada  esta   vinculada  con  la  adquisicio n  del   lenguaje.   Las  dicultades
que  encuentra  Sigea  a  la  hora  de  manifestar  su  estado  interior  median-
te   el   co digo  lingu  stico  revelan  los   conictos   de   un  yo  obligado  a
aceptar  el   Logos  como  representacio n  de  ley  del   Padre,   responsable
de  congurar  un  orden  que  exige  al  sujeto  la  renuncia  de  una  identi-
dad  imaginaria  con  la  madre  y  con  el  mundo  (Moi  109110).
En  el   poema  Sigea  insiste  en  la  inefabilidad  de  su  experiencia  (lo
que   entiendo  de   aque l   no  se   decirlo   14),   as   como  en  el   cara cter
enigma tico  del   objeto  de  su  deseo,   referido  hasta  el   momento  medi-
ante  los  pronombres  lo   (4;   6;   8;   10;   12),   aque l   (14)   o,   inexplic-
ablemente,   te   (16).   Este   inesperado   cambio   pronominal,   las
frecuentes   repeticiones   de   te rminos,   que   se   comentara n  abajo,   y  el
hecho  de   que   no  exista  un  progreso  argumental   en  el   poema,   sino
que,   por  el   contrario,   su  autora  retorne  en  varios  instantes  a  la  frus-
trada  espera  de  un  vago  n,   son  rasgos   que  varias   teo ricas  femi-
nistas  como  Cixous  e  Irigaray  identican  como  signos  de  la  escritura
femenina.   Como  indica  Elain  Showalter,   la  relacio n  que  estas  teo ri-
cas   encuentran  entre   la  escritura  femenina  y  el   cuerpo  de   la  mujer
les   lleva  a  armar   que  las   autoras   suelen  emplear   such  techniques
as   gaps,   breaks,   questions,   metaphors   of   excess,   double  o  multiples
voices,   broken   syntax,   repetitive   or   cumulative   rather   than   lineal
structucture  and  open  endings   (18788).   En  cualquier  caso,   la  poe-
ta  toledana  intenta  transformar  las  dicultades  a  la  hora  de  expresar
su  sentimiento  de  desdicha  ante  la  imposibilidad  de  alcanzar  el   mis-
terioso  y  elusivo  objeto  de  su  deseo,   del   que  no  se  conrma  su  car-
a cter   ero tico,   en   un   acto   de   voluntad   de   permanecer   en   silencio
(y  pues  tan  mal   responde  mi   esperanza,/  justo  es  que  yo  responda  con
Mar  Martnez  Gongora 432
callarme  1920).  La  autora  incumple  dicha  resolucio n,  ofreciendo  como
resultado  una  composicio n  poe tica  en  la  que   la  frustracio n  ante   la
imposibilidad  de  alcanzar  un  ambiguo  objeto  de  deseo,   deja  a  paso
a  un  rico  ana lisis  introspectivo  de  la  experiencia  sicolo gica  del   desdi-
chado  sujeto  femenino  del  Renacimiento.
La   importancia   concedida   a   la   capacidad   discursiva   en   estos
poemas  se  relaciona  con  la  que  se  otorga  a  la  racionalidad.   En  esta
composicio n   observamos   desde   el   comienzo   la   disposicio n   del   yo
poe tico  a  indagar  sobre  la  legitimidad  de  sus  aspiraciones.   La  poeta
parece  sopesar   la  medida  en  que  su  deseo  puede  resultar   razonable
al   confesar:   estoy  mirando/  si   excede  naturaleza  lo  que  quiero   (5
6).   Esta  voluntad  inquisitiva  se  corresponde  con  el   marcado  intelec-
tualismo  que  caracteriza  a  estos  dos  poemas,   en  plena  coincidencia,
adema s,   con  el   que  distingue  a  la  corriente  l rica  de  los  Cancioneros
(Lida   de   Malkiel   330).   En   el   poema   Un   n,   una   esperanza,   un
como,   un  cuando,   en  el   momento  en  que  se  llega  al   sentimiento  de
dolor  y  desesperacio n  que  inevitablemente  acompan a  a  la  positiva  ilu-
sio n  previamente  descrita,   el   poeta  declara:   con  mi   sentido  hablo  y
le  pregunto/   si   puede  haber   razo n  para  sufrirlo;/   ...   /   pues   no  falta
razo n  y  buena  suerte   (1115).   As   mismo,   la  falta  de  lo gica  asocia-
da  con  un  dolor  del   que  no  puede  escapar  se  expresa  de  manera  ex-
pl cita  en  los  versos  en  esto  no  hay  respuesta,   ni   se  alcanza/   razo n
para  dejar  de  fatigarme   (1710),   revelando  la  intensidad  del   proceso
mental   al   que   se   somete   Sigea.   La   reiteracio n   del   te rmino   razo n
subraya  el   protagonismo  de  la  facultad  intelectual   en  un  poema  des-
nudo  de  ima genes,   en  el   que  la  satisfaccio n  de  obtener   el   objeto  de
deseo,   cuya  naturaleza  se  ignora,   permanece  permanentemente  pos-
puesta,   ya  que  nunca  habra   un  n   con  el   que  se  de   te rmino  a  las
tribulaciones  de  un  yo  poe ticamente  descentrado.
La  presencia  del   elemento  racional   funciona  para  subrayar  la  dis-
tancia  con  el   estilo  poe tico  italianizante,   teniendo  en  cuenta  que   el
intelectualismo,   procedente  de  la  l rica  provenzal,   no  constituye  en  s
un  rasgo  caracter stico  de  la  corriente  petrarquista.   El   elemento  inte-
lectual   es   frecuente  en  el   dolce  stil   novo,   que  inuenciado  por   la
conanza  de   los   escola sticos   en  la  razo n  humana  a  la  hora  de   en-
tender   el   mundo,   an ade   al   amor   corte s   un  concepto  alego rico  del
amor   y   de   la   mujer   (ODonoghue   3).   En   Espan a,   Ausia` s   March
incorpora  en  sus  poemas  escritos  en  catala n  este  importante  elemen-
to,   haciendo  que  su  l rica  constituya  una  proyeccio n  de  un  concepto
loso co   e   intelectualizado   del   amor.   El   estilo   poe tico   de   Ausia` s
March,  calicado  por  algu n  estudioso  de  su  obra  como  duro  y  a spe-
ro,   se  diferencia  del   de  Petrarca  por  el   escaso  uso  de  la  meta fora,   la
Poesa,  melancola  y  subjetividad  femenina   433
falta   de   atencio n   por   la   cadencia   sonora   o   la   ausencia   del   locus
amoenus  (Di   Girolamo  3133).   Estos  elementos  parecen  repetirse  en
algunos  poemas  de  Bosca n  y  Garcilaso  de  la  Vega,  as   como  en  estas
dos   composiciones   de   Sigea.   En   caso   de   esta   u ltima,   el   marcado
intelectualismo  de  la  poes a  de  la  toledana,   funciona,   adema s,   como
signo  de   educacio n  y   saber   humanistas,   permitiendo   que   el   sujeto
femenino  se  convierta  en  excepcional   Al   mismo  tiempo,   dicho  inte-
lectualismo   revela   el   deseo,   por   parte   de   Sigea,   de   expresar   una
distancia  con  los  rasgos  fundamentales  de  la  poes a  petrarquista.
Los  temas  de  la  angustia  y  la  desesperacio n  ante  un  deseo  o  una
meta   imposible   de   obtener,   cuya   naturaleza   no   se   explicita   como
ero tica,   se  repite  en  otra  composicio n  en  castellano,   esta  vez,   en  la
cancio n  Pasados  tengo  hasta  ahora.   Al   igual   que  las  octavas  rea-
les   del   poema  anterior,   la  combinacio n  irregular   de  endecas labos   y
heptas labos   de   esta   cancio n   indican   la   inuencia   de   las   nuevas
estructuras  me tricas,   mientras  que  el   tratamiento  del   tema  de  la  tris-
teza  nos   remite,   tanto  a  la  poes a  cancioneril,   como  a  la  de  Ausia` s
March.   En  esta  cancio n,   Sigea  reexiona  sobre   el   paso  del   tiempo
desde  el   primer  verso  (Pasados  tengo  hasta  ahora/  muchos  meses  y
largos),  hasta  el  nal  (los  d as,  meses  y  an os/  llenos  de  graves  dan os/
habre   de  pensar  siempre  noche  y  d a  7476),  como  manera  de  subra-
yar  la  profunda  tristeza  que  le  asola:
se  me  pasan  los  meses  y  los  d as
en  fantas as  y  cuentos
la  vida  se  me  pasa;
los  d as  se  me  van  con  lo  primero;
las  noches  en  tormentos,
que  el  alma  se  traspasa
echando  cuenta  a  un  cuento  verdadero
cual  es  dende  que  espero
el  fin  de  mi  deseo;
!cua ntas  habre   pasadas
de  noche  trabajadas
sufrie ndolas  por  ver  lo  que  au n  no  veo!  (2637)
En  la  cancio n,   la  introspeccio n  sicolo gica  del   sujeto  poe tico  im-
plica  un  estudio  completo  del   proceso  que   va  de   la  esperanza  a  la
desesperacio n  en  el   contexto  de  una  temporalidad  que  antes  comen-
taba.   Como  en  el   caso  del   poema  anterior,   uno  de   los   rasgos   ma s
destacados  es  la  referencia  de  Sigea,   tanto  a  su  voluntad  de  no  rela-
tar  el   motivo  de  su  sufrimiento,   como  a  las  limitaciones  del   lenguaje
para  hacer  justicia  a  la  gravedad  de  su  malestar  emocional.   As ,   des-
de  los  primeros  versos  de  la  cancio n,   la  poeta  se  reere  a  lo  que  en
Mar  Martnez  Gongora 434
ellos  [meses]   [he]   sentido/  no  puedo  yo  contarlo/  mas  el   alma  alla   lo
siente/  tan  poco  que  no  calle  como  callo   (911).   La  toledana  acude
a  juegos   conceptuales   entre   los   que   destaca  el   relacionado  con  los
diversos   signicados  y  sentidos   del   te rmino  cuento   y  de  sus   deri-
vados,   como  son  la  acepcio n  de  mentira,   la  de  numerar,   en  este
caso,   noches  y  d as,   as   como  la  de  relatar.   En  el   poema  Un  n,
una  esperanza,   un  como,   un  cuando   comentado  arriba,   esta  multi-
plicidad  de  signicados  es  evidente  en  las  tristes  noches  velo  y  cuen-
to/   mas   no   puedo   contar   lo   que   ma s   siento   (78)   o   las   tristes
noches   cuento,   y  nunca  puedo/   hallar   cuento  en  el   mal   que  en  ella
cuento   (2728).   En   esta   cancio n,   adema s   de   los   versos   anterior-
mente  aludidos,   Sigea,   a  la  que  se  le  pasan  los  meses  y  los  d as;/  en
fantas a  y  cuentos(2627),   se  reere  a  la  manera  en  la  que  el   alma
sufre  echando  cuenta  a  un  cuento  verdadero  (32),  y  reitera  que  las
noches  muy  bien  se  cuentan   (38).   Cabe  recordar  que  los  recursos
de  la  repeticio n  (identicado  con  la  escritura  femenina  segu n  se  vio)
y   de   la   derivacio n  le xica   son  varios   de   los   ma s   utilizados   por   los
autores   de  poes a  cancioneril,   junto  con  el   uso  del   paralelismo  y  el
del  vocabulario  abstracto  (Beltra n  262).
La   insistencia   de   Sigea   en   recalcar   la   magnitud   de   su   esfuerzo
intelectual  para  entender  y  controlar  lo  inexplicable  de  su  experiencia
an mica  se  situ a  en  la  misma  l nea  de  las  referencias  a  las  limitaciones
del   co digo  lingu  stico  a  la  hora  de  dar   expresio n  a  su  estado  emo-
cional.  Ambos  aspectos  funcionan  para  sen alar  el  sentido  de  carencia
de un sujeto incapaz de recuperar su unidad armo nica con la madre y
el  mundo,  al  hallarse  supeditado  al  a mbito  de  una  cultura  patriarcal,
dominada  por  el  orden  simbo lico.  Por  tanto,  un  elemento  importante
del  ana lisis  del  sujeto  sometido  a  los  rigores  de  la  melancol a  lo  cons-
tituye  la  incorporacio n  por  parte  de  Sigea  de  un  intento  de  distincio n
esencial   entre   las   facultades   racionales   y   la   experiencia   emocional.
Como  apreciamos  en  los  versos  de  esta  cancio n  !Oh  grande  sentim-
iento!/   que  a  veces   quita  el   alma  al   pensamiento   (1213),   la  poeta
se  reere  al  modo  en  que  su  gran  dolor  tiene  capacidad  para  sumirla
en  momenta nea  gran  paz  interior  que,  sin  embargo  no  hace  sino  avi-
var  el   malestar.   Una   nueva   referencia   a   la   facultad   racional   en   el
poema   permite   apreciar   las   sosticadas   te cnicas   de   ana lisis   intro-
spectivo   que   emplea   Sigea,   basadas   en   el   contraste   entre   la   espe-
ranza  y  la  desesperanza,   el   sentimiento  y  la  razo n.   De   este   modo,
si   el   yo  poe tico  alberga  en  algu n  momento  la  esperanza  de  que   su
mal   acabe   (En  esto  un  pensamiento/   me   acude   a  consolarme/   de
cuantos   males   solo   de l   recibo   4042),   se   debe   al   efecto   de   su
profusa  actividad  mental.
Poesa,  melancola  y  subjetividad  femenina   435
La  poeta  no  so lo  denomina  pensamiento   al   sentido  de  la  con-
anza  en  un  cambio  de  suerte,   sino  que  trata  de  justicar  racional-
mente   el   sentimiento   de   esperanza   mediante   una   detallada
descripcio n  de  la  trayectoria  intelectual  de  la  que  e l  mismo  emana:
Esta  es  una  esperanza
que  viene  acompan ada
de  razo n,  que  en  mi  parte  no  ha  faltado,
que  habra   de  hacer  mudanza
en  la  fortuna  airada
que  ha  tantos  an os  contra  m   durado,
y  aunque  fuera  hado
o  destino  invencible
de  cruda  avara  estrella
con  el  de  la  razo n  es  ma s  terrible,
y  con  su  ser  perfecto
traera n  de  mi  deseo  buen  efecto.  (5365)
Como  se  puede  comprobar  tambie n  en  esta  cancio n,   Sigea  emplea
en  varias  ocasiones  el   te rmino  razo n   con  objeto,   tanto  de  dar  fe,
orgullosa,   de   su  capacidad  para  mantener   un  control   mental   sobre
una  trayectoria  emocional   que  le  lleva  de  la  desesperacio n  a  la  espe-
ranza,   como  de  subrayar   las   limitaciones   del   proceso  racional   para
llegar   a  la  satisfaccio n  nal   de  su  deseo.   En  este  poema  el   compo-
nente   intelectual   es   el   encargado  de   marcar   el   conicto  irresoluble
entre  lo  racional   y  lo  emocional,   el   orden  simbo lico  y  el   imaginario,
la  realidad  y  el   deseo.   Pero  ma s   importante,   el   e nfasis   en  este   ele-
mento  supone  un  cuestionamiento  de  una  de  las   principales   marcas
distintivas   de   la  masculinidad  en  la  tradicio n  occidental.   Si   en  este
marco  cultural,   la   privilegiada   posicio n  que   ocupa   la   racionalidad
depende  de  la  dualidad  masculino/femenino,   la  importancia  de  este
elemento   en   los   poemas   para   la   conguracio n   del   sujeto   poe tico
femenino   parece   apuntar   a   la   necesidad   de   revisar   el   sistema   de
oposiciones  que  articula  dicha  jerarqu a.
Sigea   muestra   un   principio   de   dicha   revisio n   en   su   dia logo
Duarum  virginum  colloquium  de  vita  aulica  et   privada  (1552),   escrito
durante  sus  d as  en  la  exclusiva  academia  de  mujeres  que  rodeaba  a
la  infanta  Don a  Mar a  de  Portugal,  en  el  que  no  oculta  la  desilusio n
provocada   por   las   intrigas   del   c rculo  humanista,   as   como  por   la
escasa  compensacio n  econo mica  de  sus   servicios.
12
De  acuerdo  con
Odette  Sauvage,   la  humillacio n  que  sufre  Sigea  durante  su  estancia
en  la  corte  lisboeta,   el   resentimiento  por   su  posicio n  de  subalterna,
la  vanidad  y  conciencia  de  superioridad  sobre  las  dema s  mujeres,   as
como  el   deseo  de  progresar  y  de  aplicar  rigor  intelectual   a  sus  escri-
Mar  Martnez  Gongora 436
tos  propician  la  redaccio n  del   dia logo  latino  (19).
13
El   dia logo,   que
Sigea   dedica   a  la   infanta   don a   Mar a   de   Portugal,   constituye   una
conversacio n  entre  Flaminia,   que  representa  la  vida  cortesana  y  Ble-
silla,  que  traslada  las  ideas  de  la  autora  sobre  la  vida  retirada,   segu n
se  comprueba  en  algunas   de  sus   cartas   (Prieto  83).   Este  dia logo  de
Sigea,   dividido  en  tres  partes   a  la  manera  del   Secretum  de  Petrarca
(Prieto  84),   no  constituye  precisamente  una  obra  maestra  de  su  ge -
nero.   Segu n  Sauvage,   no  so lo  la  argumentacio n,   a  pesar  de  su  apa-
rente   lo gica,   no   progresa   regularmente,   debido   a   las   frecuentes
paradas  y  vueltas  a  asuntos  que  parec an  aclarados  con  anterioridad,
sino  que  presenta  una  inmoderada  acumulacio n  de  citas  (3031).   De
este   modo,   si   la   tendencia   del   dia logo  a   retomar   temas   se   corres-
ponde  cono  una  de  las  caracter sticas  de  la  escritura  femenina,   como
comenta bamos   arriba,   el   empleo   abusivo   de   citas   pudiera   reejar
algo  ma s   que   un  defecto  de   composicio n.   Por   el   contrario,   podr a
ma s  bien  revelar  una  conciencia  por  parte  de  una  mujer  escritora  de
la   necesidad   de   apelar   continuamente   a   la   autoridad   masculina
como  medio  de   revalidar   su  argumentacio n.   De   este   modo,   la   in-
moderada  utilizacio n  de  citas   exhibe   la  falta  de   conanza  de   Sigea
en  que   sus   ideas   y  opiniones   resulten  convincentes   en  un  contexto
cultural   en  el   que  el   sujeto  de  conocimiento  suele  ser  exclusivamente
masculino.
Es  signicativo  que  en  la  segunda  jornada  del  dia logo,  la  humanista
toledana  critica,   por  boca  de  Blesilla,   la  conducta  de  las  jo venes  cor-
tesanas,   mediante   la   condena   de   los   excesos   de   adornos   y   de   ma-
quillaje,   de   sus   charlas   intempestivas   o   de   la   exhibicio n   de   una
conducta  desviada  de  la  doctrina  cristiana  (12849).   La  rigidez  mor-
al  que  Sigea  exhibe  en  el   tratamiento  de  los  temas  en  torno  a  la  mu-
jer  destaca  en  comparacio n  con  otros  discursos  de  la  e poca  escritos
por  autores   humanistas.
14
La  severidad  de  la  autora  le  lleva  a  con-
denar,   por  boca  de  Blesilla,   los  adornos,   los  vestidos  llamativos,   los
articios  y  los  cosme ticos  que  otorgan  a  la  mujer  una  apariencia  de
prostituta  (133144).
15
Los  r gidos  planteamientos  que  exhibe  Blesil-
la  invalidan  la  tibia  defensa  de  las  mujeres  cortesanas  que  realiza  su
interlocutora.   Aque lla  se  esfuerza  en  condenar  con  excesivo  rigor  la
utilizacio n  de  la  capacidad  discursiva  por   parte  de  la  mujer,   puesto
que  una  que  hable  demasiado  esta   habituada  a  hablar  demasiado  y
en  este  charloteo  se  desliza  muy  a  menudo  una  inclinacio n  a  la  pa-
sio n   (154,   mi   traduccio n).   Estas   ideas   coinciden   con   la   ecuacio n
cultural   que  hace  equivaler   la  castidad  y  el   silencio  exhibida  en  los
manuales  de  conducta  femenina  del  Renacimiento,  a  la  que  se  reere
Margaret  Ferguson  (100).   Para  Blesilla,   las  mujeres  deben  aprender
Poesa,  melancola  y  subjetividad  femenina   437
a  ser   vigilantes   para  saber   cuando  una  palabra  debe  hacer   abrir   la
boca   con  discernimiento  y   oportunidad  y   cuando  conviene   que   la
discrecio n  de  cerrarla  (152,  mi  traduccio n).
16
Por   consiguiente,   el   hecho  de   que   la  labor   de   Sigea  como  autora
suponga  precisamente  una  ruptura  del  silencio  que  su  dia logo  prescribe
para  la  mujer,   en  plena  coincidencia  con  el   resto  de  los  discursos  de
educacio n  femenina  del   Renacimiento,   hace  que  su  propia  posicio n
de   sujeto  se   perciba   como  problema tica.   En  general,   como  arma
Ferguson,   las   formulaciones   en  torno  al   silencio  de   la  mujeres   que
contienen   dichos   discursos   suscitan   una   serie   de   preguntas   sobre
como  las  autoras  femeninas  percib an  la  naturaleza  de  la  trasgresio n
que  realizan  mediante  este  forma  gurativa  de  discurso  que  constitu-
ye  la  escritura  (101).   En  el   caso  de  la  obra  Sigea,   no  encontramos  la
misma   actitud   apologe tica   expresada   mediante   la   reto rica   de   la
modestia,   o  de   la  autodefensa,   tal   como  la  denomina  Ferguson,
que  aparece  en  casi   todos   los   textos   escritos   por   autoras   femeninas
del   Renacimiento  (102).   Es   cierto  que  en  el   prologo  de  su  Duarum
Virginum  Colloquium,  Sigea  se  muestra  aparentemente  modesta  en  su
dedicatoria   a   la   infanta:   Cest   que,   dune   parte,   nous   nignorons
pas   que   nos   forces   sont   tout   a`   fair   insusantes   pour   atteindre   ce
but,   mais   cest   aussi   pour   faire   connatre   au  grand  jour   ceux  dont
nous   me ditons   lenseignment   presque  depuis   le  berceau...   (58).   Sin
embargo,   podemos  estar  de  acuerdo  con  Rada,   que  sostiene  que  di-
cha  modestia  parece  ma s  bien  una  expresio n  de  captatio  benevolen-
tiae   que  el   sentimiento  sincero  de  haber  escrito  una  obra  menor   y
fa cil  (345).
Observamos  que  la  toledana  no  introduce  la  condena  a  la  expre-
sio n  pu blica  de  la  mujer  en  sus  escritos,   ni   anticipa  la  cr tica  de  un
hipote tico   receptor,   frecuente   en   literatura   femenina   renacentista,
segu n  Ferguson  (103).   Por  el   contrario,   como  sostiene  Ine s  Rada,   en
varias  de  sus  cartas  se  transparente  una  conciencia  de  su  orgullo  de
pertenecer   a  la  comunidad  de  sabios   ilustres   (342).   En  las   ep stolas
dirigidas   a  doctos   caballeros   como  Juan  de   Vergara,   Alvar   Go mez
de  Castro,   Honorato  Juan,   el   Cardenal   Mendoza  o  el   embajador  de
Francia  en  Portugal,   Sigea,   aun  respetuosa,   muestra  una  impresio n
de  estar  dirigie ndose  a  sus  iguales,   revelando  as   una  gran  seguridad
en   s   misma   y   en   sus   conocimientos   (Rada   34243).   As   mismo,
como   se   aprecia   en   su   carta   de   1559   a   Felipe   II,   Sigea   combina
dicha  autoconanza  con  una  desarrollada  conciencia  de  su  condicio n
femenina  (este  favor   es   solicitado  ...   por   una  mujer,   ctd.   en  Rada
344,  mi  traduccio n).  Adema s,  en  las  ep stolas  a  los  personajes  podero-
sos,   su  autora  realiza  una  frecuente  inversio n  de  papeles,   puesto  que
Mar  Martnez  Gongora 438
incluye   en  las   mismas   repetidas   peticiones   de   empleos   de   parte   de
sus  hermanos  o  de  marido  (Rada  342344).
La   violenta   cr tica   de   Blesilla   del   lujo  de   las   cortesanas,   de   sus
conversaciones   incesantes,   as   como   el   resumen   que   realiza   de   las
principales  reglas  de  educacio n  femenina  proveniente  de  los  manua-
les  de  conducta  del   Renacimiento,   revela  una  visio n  profundamente
negativa  de  las  expectativas  sociales  de  las  mujeres  de  la  aristocracia.
Sigea  parece  llevar  a  cabo  en  el   dia logo  una  defensa  de  una  funcio n
social   de  la  mujer  que,   exclusivamente  limitada  a  la  esfera  dome stica
y  subordinada  a  la  del   marido,   no  diere  demasiado  de  la  que  pro-
ponen  otros  humanistas,   tales  como  Juan  Luis  Vives  o  fray  Luis  de
Leo n.   Sus  opiniones   sobre  la  funcio n  de  la  mujer   en  la  sociedad  se
situ an  en  clara  contradiccio n  con  el   propio  papel   de   humanista  al
servicio  de   la   familia   real   que   para   s   misma   reivindica   Sigea.   Sin
embargo,   hay  que   notar   que   la  toledana  no  acude   a  los   textos   de
ningu n  escritor   contempora neo  para  autorizar   su  discurso,   limita n-
dose   a   criticar   los   aspectos   ma s   evidentes   de   la   desordenada   con-
ducta   de   las   mujeres   cortesanas.   Es   necesario  darse   cuenta   que   la
defensa  que   establece   Sigea  del   cultivo  de   la  losof a  por   parte   de
las  damas  cortesanas,   debido  a  su  importante  funcio n  en  la  fortica-
cio n  del   alma  (160),   permite  que  su  discurso  de  educacio n  femenina
se  distinga  del   de  otros   moralistas   de  la  e poca.   La  humanista  situ a
en  este  discurso  aparentemente  conservador,   que  recoge  la  lo gica
ideolo gica  que  relaciona  el  silencio  con  la  pureza  corporal,  una  apolo-
g a  del   perfeccionamiento  espiritual   de  la  mujer  laica  en  el   contexto
de  la  vida  retirada.  En  denitiva,  Duarum  Virginum  Colloquium  da  fe
de   su  habilidad  para  transformar   los   aspectos   ma s   prestigiosos   del
Humanismo,   tales  como  el   uso  del   dia logo  y  el   discurso  en  torno  a
la  educacio n  femenina,   en  una  reivindicacio n  de   la  soledad  e   inde-
pendencia  de  la  mujer,  u nica  manera  para  que  pueda  alcanzar  un  ni-
vel  superior  de  desarrollo  intelectual,  as   como  de  perfeccio n  moral  y
espiritual.   No   obstante,   tal   independencia   se   maniesta   bastante
improbable  para  Sigea,   obligada  a  perseguir  la  seguridad  econo mica
que  so lo  le  puede  brindar  la  monarqu a  espan ola.
En   conclusio n,   la   profunda   tristeza   y   desa nimo   que   impregnan
varias  de  las  composiciones  de  Sigea,   en  especial   sus  poemas  escritos
en  castellano,  constituyen  elementos  fundamentales  para  la  dif cil  ex-
presio n  de  la  subjetividad  femenina  en  un  contexto  cultural  en  el  que
la  melancol a  constituye  un  signo  de  distincio n  y  genialidad  art stica.
Aunque   la   frustracio n   de   Sigea   bien   pudiera   relacionarse   con   sus
dicultades   de   hacer   rentables   sus   extraordinarios   conocimientos
lingu  sticos  y  su  saber  humanista  al   servicio  de  un  poderoso  protec-
Poesa,  melancola  y  subjetividad  femenina   439
tor,   el   ana lisis  de  los  poemas  Un  n,   una  esperanza,   un  como,   un
cuando   y   Pasados   tengo   hasta   ahoraen   castellano   exhiben   la
importancia   del   tema   de   la   melancol a   a   la   hora   de   constituirse
como  sujeto.   Los  poemas  muestran  el   importante  papel   de  este  tema
en  la  formacio n  de  la  subjetivad  femenina,   en  una  etapa  histo rica  en
la  que  los   logros   intelectuales   por   parte  de  las   mujeres   no  resultan
siempre  valorados.   La  apropiacio n  que  hace  Sigea  de  este  tema,   fun-
damental   para  la  formacio n  del   sujeto  masculino  renacentista,   junto
con  el   uso  de  las   formas   me tricas   del   petrarquismo,   del   que  se  dis-
tancia,   as   como  el   empleo  y  cuestionamiento  simulta neo  del   motivo
de  la  racionalidad,  denitorio  tanto  de  la  l rica  de  Cancionero,  como
la  de  Aussia` s  March,   denotan  sus  esfuerzos  por  crear  un  yo  poe tico
distintivo.   Un  repaso  a  la  obra  de   Sigea   nos   permite   descubrir   su
notable  capacidad,   no  so lo  para  resistir  las  limitaciones  impuestas  a
su   ge nero   por   la   sociedad   del   momento,   sino   su   habilidad   para
transformar   las   convenciones   literarias   en  la  expresio n  de  una  con-
ciencia   de   la   superioridad  intelectual   y   la   desarrollada   sensibilidad
an mica  con  las  que  darse  forma  como  sujeto  femenino.   En  deniti-
va,   no  cabe  duda  que  tales  logros  deber an  haber  hecho  valer  a  esta
dama  excepcional   un  puesto  ma s  relevante  en  la  historia  cultural   del
Renacimiento  espan ol.
Notas
1.   Los  estudiosos  de  su  obra  indican  Taranco n  como  lugar  probable  de  su  naci-
miento.  Su  madre  fue la  aristo crata  Don a  Francisca de  Velasco  y  su padre  el  humanista
Diego   Sigeo,   preceptor   del   pr ncipe   Don   Juan   de   Portugal   a   partir   de   1542
(Kaminsky  78;   Sauvage   1722;   Rada  34041).   Sobre   los   bio grafos   de   Sigea,   ve ase
Sauvage,  16.
2.   En   toda   Europa   de   la   temprana   modernidad,   la   melancol a   humoral   recibe
ma s  atencio n  literaria  que  la  sangre,  la  co lera  y  la  ema  (Solfas  5).  Las  ra ces  de  esta
melancol a  se  encuentran  en  la  losof a  pitago rica,   desarrollada  por  Hipo crates,   Ga-
leno,   Plato n,   Aristo teles,   San  Agust n,   Avicena,   Averroes,   Santo  Toma s  de  Aquino,
entre  otros,   por  lo  que,   durante  la  antigu edad  y  el   medioevo,   dicha  teor a  sienta  las
bases   para  la  explicar   la  salud  y  la  enfermedad  (Soufas   5).   Para  un  resumen  de  las
ideas  de  estos  autores,  ve ase  Babb,  172;  Jackson  377.
3.   An os   despue s   de  la  muerte   de  Sigea,   los   doctores   Juan  Huarte  de   San  Juan,
Alonso  Vela squez  y  Alfonso  de  Santa  Cruz,   discuten  la  cuestio n  planteada  por  Aris-
to teles.   Huarte  de  San  Juan,   en  su  obra  Examen  de  ingenios  para  las  ciencias  (1575)
se  reere  al   caso  de  ru sticos   ignorantes   que,   por   una  alteracio n  nerviosa  producida
por  el   aumento  de  temperatura,   padecen  estados  de  man a,   melancol a  y  frenes a,
en  los  que  experimentan  mas  ingenio  y  habilidad  que  antes   (304305).   Por  el   con-
trario,   Andre s   Vela squez,   autor   del   Libro  de  la  melancola  (1585),   niega  el   que  una
v ctima  de  melancol a  morbus,  au n  ru stica,  sea  capaz  de  losofar  o  de  hablar  lat n
sin  haberlo  estudiado,  oponie ndose  de  esta  manera  a  las  ideas  de  Ficino,  Guainerio  y
Huarte  de  San  Juan  (Bartra  67).   Alfonso  de  Santa  Cruz  retorna  a  otorgar  validez  a
Mar  Martnez  Gongora 440
la  idea  aristote lica,  al  sostener  en  su  obra  Dignotio  et  cura  aectuum  melancholicorum
(1622)   que   los   melanco licos,   segu n  opinio n  de   lo sofos   antiguos,   poseen  grandes
cualidades  de  inteligencia  y  buenas  aptitudes  para  la  investigacio n,   siendo  muy  aptos
para  la  realizacio n  de  grandes  hechos   (ctd.   en  Sere s  307).   A  estos  trabajos  se  unen
los  de  Thomas  Wright  en  Inglaterra,   Pierre  Charron  en  Francia,   Levinus  Lemnius  y
Andrew  Boorde  de  Holanda,  que  investigan  entre  los  an os  1580  y  1601  (Soufas  89).
4.   La  melancol a  constituye  una  idea  valiosa  en  la  cultura  renacentista,   debido  a
su  capacidad  para  conectar  el   pensamiento  cla sico  y  el   humanismo  cristiano  (Bartra
25).   Adema s  se  vincula  con  la  propia  identidad  nacional,   puesto  que  los  ingleses  del
siglo  XVII   tomaron  su  mito  de  los   espan oles,   para  elegirlo  en  un  monumento  na-
cional,   a  lo  que  contribuyo   la  obra  de  Robert  Burton  La  anatoma  de  la  melancola
(Bartra  1314).
5.   Para  Huarte  de  San  Juan  los  hombres  en  comu n  tienen  mejor  ingenio  que  las
mujeres,   por   lo  que   la  Iglesia  proh be   que   ninguna  mujer   pueda  predicar   ni   en-
sen ar,   porque  su  sexo  no  admite  prudencia  ni   disciplina   (37475).   Segu n  fray  Luis
de  Leo n,   la  naturaleza  no  la  hizo  [a  la  mujer]   para  estudio  de  las  ciencias   ni   para
los   negocios   de  dicultades   ...   as   las   limito   el   entender   y,   por  consiguiente  les   taso
las  palabras  y  las  razones  (176).
6.   Postel   escribe   en  Tres-merveilleuses   Victoires   des   Femmes   du  Nouveau  Monde
(1553):   la  Signora  o  Duen a  Luigia  Sigea  ...,   laquelle,   l   ann  22  de  son  age,   l   ann
1548,   para  expe rience  monstra,   escrivant   au  Pape  Paule  ...   en  latin,   en  grec,   en  he b-
reu,   en  chalde   et  en  Arabia  part  tout  doctissimement,   combien  il   y  a  en  elle  de  sc av-
oir   (ctd.   en   Prieto   81).   El   Arcediano   de   Alcor,   Alonso   Ferna ndez   de   Madrid,
traductor  del   Enquiridion  de  Erasmo  al   castellano,   nota  como  Sigea  mostro   grande
erudicio n  en  losof a  e  historia  con  harta  elegancia  en  lat n  y  gentil   vena  en  los  ver-
sos   (ctd,   en  Sauvage  134).   Los  poetas  Andre s  de  Resande  y  Pedro  Laynez,   compo-
nen  eleg as   en  honor   de   Sigea,   que   aparece   en  los   cata logos   de   mujeres   ilustres   de
Juan  de   Vaseo,   Pe rez   de   Moya   y   Va zquez   de   Ma rmol,   junto  a   Santa   Margarita,
Mar a  Manrique,  Beatriz  Galindo  o  Menc a  de  Mendoza  (Rada  340).
7.   En  la  controversia  entre  humanistas  y  letrados,   surge  el   te rmino  grama tico,
con  el  que  se  intenta  desprestigiar  a  unos  profesionales,  a  los  que  se  quiere  excluir  de
la  pol tica  y  de  la  administracio n  (Gil   Ferna ndez  233).   Juan  Luis  Vives  y  Arias  Bar-
bosa  trataron  de  equiparar  los  te rminos  grama tico   y  letrado,   pero  sus  esfuerzos
fueron   inu tiles,   dada   la   escasa   valoracio n   de   aque l.   Nebrija   colabora   en   la   des-
valorizacio n  de  la  actividad  del  grama tico,  al  hacer  leg timo  el  uso  del  castellano,  que
hace  que   los   letrados,   que  no  saben  lat n,   acaparen  el   a rea  de   los   humanistas   (Gil
Ferna ndez  24148).
8.   El   ge nero  epistolar  es,   junto  con  el   dia logo,   el   ma s  utilizado  por  los  humanis-
tas.  La  idea  de  que  la  carta  es  una  conversacio n  a  distancia  se  hallaba  muy  extendida
durante   el   Renacimiento,   tal   como  se   observa  en  diversos   comentarios   de   Erasmo,
Vives  y  Donne  (Go mez  2012).
9.   Como  apunta  Schiaseri,   el   conocido  estudio  de  Klibansky,   Panofsky  y  Saxl   no
recoge  ejemplos  de  mujeres  melanco licas  (4).  Teresa  Soufas  investiga  el  uso  de  la  me-
lancol a  en  Cervantes,   Tirso,   Lope,   Caldero n,   Quevedo  y  Go ngora,   as   como  en  la
Picaresca.
10.   Huarte  de  San  Juan,   aunque  deende  las  propiedades  del   humor  negro  de  esti-
mular  las  capacidades  profe ticas  de  las  sibilas  (312),  considera  que  e stas  no  se  extien-
den   al   resto   de   las   mujeres,   dado   que   su   naturaleza   fr a   y   hu meda   resulta
incompatible  con  la  capacidad  racional  (614).
Poesa,  melancola  y  subjetividad  femenina   441
11.   El   propio  Freud  diferencia  el   luto,   pena  experimentada  frente   a  una  pe rdida
concreta  asociada  a  las  mujeres,   de  la  melancol a,   neurosis  cuyos  s ntomas  indican  la
persistencia  de  algo  reprimido  en  las  profundidades  del  inconsciente  (Schiesari  4).
12.   El   dia logo  fue  traducido  al   france s,   por  lo  que  en  el   vecino  pa s  duro   ma s  su
renombre   que   en  Espan a.   Nicola s   Chorier   publico   en  Grenoble   en  1680  una  obra
pornogra ca  bajo  el  nombre  de  Luisa  Sigea,  lo  que  provoca  que  la  autora  fuera  con-
denada  a  desaparecer  de  la  historia  cultural   espan ola  (Kaminsky  7879;  Sauvage  24
25).   En  el   siglo  XIX,   Carolina  Coronado  escribe   una  novela  basada  en  la  vida  de
esta  humanista,  pero  sus  esfuerzos  no  bastaron  para  rescatarla  de  un  olvido  que  dura
hasta  hoy  (Kaminsky  79).
13.   Entre  los  dia logos  en  los  que  se  critica  la  vida  cortesana  se  hallan  De  curialium
miseris  (1444)  Eneas  Silvio  Piccolomini,   Menosprecio  de  corte  y  alabanza  de  aldea  de
Guevara,   Dialogo  de  la  vida  de  los  pajes  de  palacio  de  Diego  Hermosilla,   Dialogos  de
la  dierencia  que  ay  de  la  vida  rustica  a  la  noble  de  Pedro  de  Navarra,  y  los  Coloquios
satricos  de  Antonio  de  Torquemada  (Go mez  21314).
14.   Destaca  la  violenta  diatriba  de  Luis  de  Leo n  contra  el   uso  de  cosme ticos  por
parte  de  las  mujeres  del  cap tulo  XI  de  La  perfecta  casada  (13870).
15.   Sigea  acude  a  Tertuliano,   Cipriano,   Quintiliano,   a  las  escrituras  (las  invectivas
de  Isa as   contra  los   hijas   de  Sio n,   el   Apocalipsis   de  San  Juan,   las   ep stolas   de  San
Pablo),  as   como  a  San  Jero nimo  y  otros  padres  de  la  Iglesia  (Sauvage  129148).
16.   Segu n  Antonio  de  Guevara,   la  mujer  se  ha  preciar  de  ser  honesta  y  callada
(Epstolas  1:371),  por  lo  que  e sta  jama s  yerra  callando,  y  muy  poquitas  veces  acierta
hablando   (Epstolas  2:   2689).   Para  fray  Luis,   es  justo  que  [las  mujeres]   se  precien
de  callar  todas  (175).
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