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Poesía

This document discusses the Spanish Renaissance humanist Luisa Sigea and two poems she wrote. It argues that in these poems, Sigea revises the traditional male poetic subject and establishes a female poetic voice expressing melancholy and sorrow. It suggests Sigea employed the concept of melancholy, traditionally associated only with male genius, to construct a special female subject. Sigea's melancholy in the poems coincides with her personal frustration at the lack of professional opportunities open to female humanists in Renaissance Spanish courts. The document analyzes how Sigea used melancholy and a defense of the contemplative solitary life to achieve intellectual growth and spiritual perfection as a laywoman, given the limitations for women at that time.

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This document discusses the Spanish Renaissance humanist Luisa Sigea and two poems she wrote. It argues that in these poems, Sigea revises the traditional male poetic subject and establishes a female poetic voice expressing melancholy and sorrow. It suggests Sigea employed the concept of melancholy, traditionally associated only with male genius, to construct a special female subject. Sigea's melancholy in the poems coincides with her personal frustration at the lack of professional opportunities open to female humanists in Renaissance Spanish courts. The document analyzes how Sigea used melancholy and a defense of the contemplative solitary life to achieve intellectual growth and spiritual perfection as a laywoman, given the limitations for women at that time.

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POESI

A, MELANCOLI

A Y SUBJETIVIDAD FEMENINA: LA
HUMANISTA LUISA SIGEA
MAR MARTI

NEZ GO

NGORA
School of World Studies, Virginia Commonwealth University, P.O Box 842021,
Richmond, VA 23284-2021, USA
E-mail: mmgongora@mail1.vcu.edu
Abstract
The humanist Luisa Sigea represents a case of an exceptional learned woman of the
Spanish Renaissance seeking to perform in a nonreligious milieu. In her vernacular
poems Un n, una esperanza, un como, un cuando y Pasados tengo hasta ahora,
Sigea revises the traditional trajectory of the Petrarchean poetic subject in order to replace
the elusive woman, viewed as a passive object of the male gaze and ultimately responsible
for his spiritual perfection, into a female subject able to articulate her own poetic voice, a
voice impregnated by melancholy and sorrow. In these poems the author challenges the
Aristotelian concept of melancholy as a sign of only male artistic genius, by employing the
concept in the construction of a female subject that ought to be perceived as special. This
use of melancholy coincides with her personal frustration with the lack of professional
opportunities open to a female humanist in the Spanish courts of the Renaissance. As we
can observe in these poems, as well as in Sigeas other contributions to the most
representative genres of the Humanist prose, her epistles and her dialogue Duarum
virginum, melancholy combines with a defense of the solitude of the contemplative life, to
suggest that isolation and voluntary marginalization were the only avenues available at
that time for a lay woman to achieve intellectual growth and spiritual perfection.
Luisa Sigea, nacida en Toledo probablemente en 1522 y fallecida en
1560, es una de las pocas mujeres sabias que ha dado el Renacimiento
espan ol en un contexto ajeno al religioso.
1
En los poemas escri-
tos en castellano Un n, una esperanza, un como, un cuando y
Pasados tengo hasta ahora, la autora ofrece una revisio n del su-
jeto masculino tradicional de la l rica renacentista. Se podr a sugerir
que el cara cter de depresio n y tristeza que distingue a estos poemas
revela el intento de su autora de situar su expresio n poe tica en un
entorno cultural en el que la melancol a se ha convertido en un
signo de genialidad art stica, que, sin embargo, les es negada a las
mujeres. El marcado tono melanco lico de estas composiciones de
Sigea contribuye a la armacio n de una subjetividad, cuya congu-
racio n se halla determinada por una conciencia de su problema tica
condicio n de mujer humanista en busca de empleo en una corte del
Neophilologus (2006) 90:423443 Springer 2006
DOI 10.1007/s11061-006-0006-9
Renacimiento. Como se puede apreciar prestando atencio n a diver-
sos segmentos de la obra, la autora an ade a la frustracio n del
humanista en general, debido a la pe rdida gradual del prestigio
social en la e poca de este tipo de profesional, una preocupacio n por
la funcio n social de la mujer. No es extran o que la amargura de
Sigea de paso en su dia logo latino Duarum virginum a la reproduc-
cio n del discurso humanista de educacio n femenina que, sin embargo,
se transforma en una apolog a de la vida retirada, concebida como el
u nico lugar propicio para el perfeccionamiento espiritual de la mujer
laica. La defensa en el dia logo de un espahcio para la soledad y el
estudio se corresponde con la reivindicacio n, por parte de Luisa
Sigea, de la melancol a, como el medio ideal para dar forma literaria
a la distinguida subjetividad de una mujer excepcional.
La melancol a humoral, es decir la condicio n del cuerpo y de la
mente que intensica la tendencia al aislamiento, la conciencia de
uno mismo, la contemplacio n y la imaginacio n hiperactiva, es uno
de los conceptos del mundo cla sico y medieval que los intelectuales
renacentistas transforman y adaptan en aras de una nueva denicio n
del sujeto (Soufas 23).
2
Como explican Klibansky, Panofsky y Saxl,
la condicio n humoral se convierte en esta e poca en parte fundamental
del conocimiento de uno mismo, por lo que no hab a ningu n hombre
distinguido que no fuera genuinamente melanco lico o al menos que
no fuera considerado como tal (23132). Aristo teles es el responsable
de esta lo gica ideolog a, vigente en este periodo, que hace equivaler la
melancol a masculina con el genio art stico e intelectual al plantear
el famoso problema XXX, 1. El lo sofo griego se pregunta en dicho
problema por que razo n todos los hombres que han sido excepcio-
nales en lo que se reere a la losof a, la ciencia del Estado, la poe-
s a o las artes son maniestamente melanco licos, hasta el punto de
estar afectados por los males originados por la bilis negra, como se
cuenta en los relatos de he roes de He rcules (Pigeaud 83, mi traduc-
cio n).
3
Dicho planteamiento, basado en la asociacio n entre la bilis
negra y la genialidad, se combina con otros conceptos de la melan-
col a que se manejan durante el Renacimiento. Durante este periodo,
la doctrina aristote lica de la melancol a, segu n la que todos los gran-
des hombres fueron melanco licos, se une a la nocio n neoplato nica
de Saturno, que al ser el ma s alto de los planetas, representa las
cualidades ma s elevadas del alma (Kiblansky 247). En este sentido,
se debe destacar el caso de Marsilio Ficino, que reclama la autori-
dad de un Plotino, con objeto de transformar los vicios de acedia
e ira en la noblevoluptas, conversio n que goza del favor de los
neoplato nicos (Soufas 3). Ficino, como los seguidores del concepto
Mar Martnez Gongora 424
neoplato nico de melancol a, se aleja de la nocio n medieval de aced a
desarrollada por Petrarca en su segundo libro del Secretum, que se
hab a traducido por pereza, al entenderse como una relajacio n de la
voluntad que deja el alma como v ctima del humor negro (Sere s 312).
El concepto de la melancol a constituye un elemento clave en la
formacio n del sujeto intelectual del Renacimiento, en la medida a
que contribuye al desarrollo de una conciencia por parte del mismo
de la posesio n de una inteligencia y sensibilidad an mica superiores.
4
Puesto que en este periodo la condicio n melanco lica constituye una
marca de superioridad, pronto se convierte en la enfermedad corte-
sana por excelencia. Es cierto que esto se debe, en parte, a que las
cortes, aunque se van transformando ra pidamente en los centros
culturales del Renacimiento, constituyen un medio dominado por el
ocio y la inactividad. No resulta sorprendente que Antonio de
Guevara se reera del siguiente modo al especial malestar que
personalmente experimenta en el a mbito de la corte de Carlos V:
La soledad pon ame tristeza y la mucha compan a, importunidad.
El mucho ejercicio cansa bame y la ociosidad dan a bame ... Final-
mente digo y armo que muchas veces me vi en la corte tan aborri-
do y yo mismo de m mismo tan desabrido que ni osaba pedir la
muerte, ni tomaba gusto en la vida (ctd. en Bartra 47). Guevara in-
dica, mediante la referencia a su desagradable experiencia en la
corte, una conciencia de su pe rdida de poder, comu n a la de la mayo-
r a de los cortesanos, y un sentido de la dependencia de e stos de los
favores de sus superiores. Por consiguiente, adema s del aburri-
miento, no sorprende que la causa del triste estado del franciscano
fuera la siguiente: el rey no me daba lo que yo quer a y el privado
me negaba la puerta (ctd. en Bartra 48). No se puede dejar de se-
n alar la similitud entre la situacio n de Guevara y la de Luisa Sigea
unos an os despue s, puesto que como se comentara abajo, se hallaba
sumida en una total desesperacio n ante su escasa fortuna a la hora
de encontrar un protector.
Las dicultades de Luisa Sigea para situarse profesionalmente en
la corte espan ola resultan incomprensibles, teniendo en cuenta su ex-
traordinaria capacidad intelectual, demostrada en el dominio del lat-
n, griego, hebreo, caldeo y a rabe. La humanista toledana, cuyos
conocimientos de lenguas cla sicas le sirvieron para ser conocida en
su e poca bajo el sobrenombre de la pol glota, dejo una breve pero
interesante obra literaria que, escrita en su mayor parte en lat n,
incluye los ge neros ma s cultivados durante el Renacimiento, tales
como la ep stola, el dia logo y la poes a l rica. Los meritos de Sigea
deben ser tenidos au n en mayor consideracio n si tenemos en cuenta
Poesa, melancola y subjetividad femenina 425
que, al contrario de otras importantes guras femeninas del periodo,
no formo parte de la alta aristocracia como lo hicieron Vittoria Col-
onna o Margarita de Navarra, ni se hallo como Beatriz Galindo,
bajo la proteccio n de personajes tan poderosos como la Reina Isabel
de Castilla, como tampoco pertenecio al entorno religioso (Rada
34748). Por el contrario, la autora inicia su aprendizaje intelectual
bajo la tutela de su padre, el humanista Diego Sigea, siendo llamada
por la familia real de Portugal a la corte de Lisboa para ocupar el
puesto de preceptora de la infanta Don a Mar a (Sauvage 18). La
cuidada educacio n e intereses intelectuales de Luisa Sigea represen-
tan una rara excepcio n en un momento en el que la valoracio n de
educacio n femenina ha pasado a mejor e poca. Mientras que en la
corte de Isabel la Cato lica, la reina promueve la instruccio n de las
damas en materias como, por ejemplo, el lat n, que fue llevada a
cabo por Beatriz Galindo, la Latina, en e pocas posteriores se ob-
serva un retroceso (Gil Ferna ndez 31012). Por ejemplo, Carlos V
no demuestra ningu n intere s por la educacio n de las infantas, lo que
sirve de modelo para sucesivos reinados (Gil Ferna ndez 312).
As mismo, en plena contradiccio n con las ideas sobre las escasas
facultades de las mujeres para las letras que humanistas como Huar-
te de San Juan y fray Luis emiten an os despue s,
5
Sigea compone en
lat n textos poe ticos, ep stolas y un dia logo, mientras que en castel-
lano escribe varios poemas en los que la melancol a constituye el
tema principal. Durante su estancia en la corte portuguesa la hu-
manista dedica a la infanta don a Mar a el poema latino en d sticos
eleg acos Sintra, as como otros poemas cortos escritos en la mis-
ma lengua a sus amigos de la corte. El hecho de que Sigea compon-
ga la mayor a de su obra en lat n contribuye, tanto al
reconocimiento de su enorme talla intelectual entre sus contempo-
ra neos, como, por desgracia, garantiza su condena al olvido entre
las generaciones futuras. Durante trece an os Luisa Sigea desempen o
una funcio n importante en el c rculo intelectual formado alrededor
de la infanta don a Mar a, junto a otras mujeres, entre las que se
destacan su hermana Angela, la hija de Gil Vicente, Paula, y la poe-
ta Juana Vaz (Kaminsky 78). En 1552, la humanista se despide de la
corte lisboeta al contraer matrimonio con Francisco de Cuevas,
hombre culto y renado, aunque de familia modesta. Liberada de
las ataduras cortesanas, se retira feliz en Burgos, traslada ndose
pronto a Valladolid para entrar al servicio de la reina Mar a de
Hungr a, que contrata a su marido como secretario. Ambos residen
en esta ciudad castellana hasta la muerte de la ilustre protectora
(Rada 340; Sauvage 1920).
Mar Martnez Gongora 426
La fama de Sigea de mujer sabia se ve acrecentada a partir de una
ep stola que dirige en 1526 en cinco lenguas al Papa Paolo III, tal
como podemos apreciar en los comentarios elogiosos de sus contem-
pora neos (Prieto 7882).
6
Como se menciona arriba, a pesar de esta
consideracio n positiva en la que se tiene a Sigea en la e poca, sus
oportunidades a la hora de encontrar un protector, que valorara
tanto sus altas calicaciones profesionales como las de su marido,
fueron escasas. En una ep stola dirigida Felipe II en la que solicita un
puesto de secretario para su esposo Francisco de Cuevas, Sigea
expresa su amargura ante el escaso reconocimiento social de la cul-
tura y de los conocimientos humanistas. No en vano la autora se hal-
la inmersa en la realidad de la Espan a del siglo XVII, en la que la
gura del humanista comienza a percibirse como degradada, al haber
perdido terreno frente al jurista o al letrado, cuyos conocimientos de
Derecho resultan cada vez ma s valorados en las burocratizadas cor-
tes espan olas (Gil Ferna ndez 233).
7
La ausencia de una respuesta
positiva del monarca, as como el rechazo de las pretensiones de
Sigea por parte de la esposa de Felipe II, Isabel de Valois, y de su
hijo, el pr ncipe Don Carlos, a los que tambie n solicita proteccio n,
son los or genes de la profunda depresio n en la que se sume la
humanista (Kaminsky 78). La idea de que su prematuro fallecimiento
el 13 de Octubre de 1560 se deba en parte al desa nimo, es recogida en
una carta escrita por Gracia n Dantisco en 1577, en la que leemos:
por tal repulsa murio de sentimiento aquella famosa Luysa Sigea
que fue de la Reyna dona Maria y lo pretendido ser de la Reyna
dona Isabel, que esta en gloria: y assi me acuerdo que el Nuncio Ter-
racino y otros hombres doctos que celebraron con versos su muerte y
memoria, tocaron bien esto: despecta graviter repulsam tulit.
(ctd. en Sauvage 21).
Las ep stolas latinas de Siga nos aportan datos, no so lo del or-
gullo de saberse una mujer sabia, sino de sus sentimientos de amar-
gura, tristeza e incomprensio n (Prieto 88).
8
Por ejemplo, en una
carta dirigida a Diego de Soares, la humanista recuerda aigida la
mortalidad de los bienes terrenales y la carga de hast o e humil-
lacio n que se relaciona con la existencia humana (Prieto 88). Entre
las cartas que Bonilla y San Mart n publica en Revue Hispanique en
1901, se encuentran dos misivas escritas en castellano que Sigea diri-
ge a un caballero ano nimo en las que la soledad constituyen el tema
principal (Prieto 86). En dichas ep stolas prevalece un aire de intimi-
dad, cercano al que predomina en los poemas escritos en la misma
lengua, diferente al tono distante de las cartas enviadas a impor-
tantes personajes, como el papa Paulo III o el rey Felipe II (Prieto
Poesa, melancola y subjetividad femenina 427
86). En una de estas cartas, Sigea se queja del estado de profunda
soledad en el que se halla, comentando que hasta que atine que
ten a ausentes tres cosas m as que la falta de menos dellas basta
para engendrar tal pasio n: las quales son la voluntad, la acio n, la
libertad de esp ritu, que son las compan eras ma s leales del alma
(ctd. en Prieto 86). La humanista concluye la carta de la siguiente
manera: Y porque mis soledades no os enfades, que no deve is
tenellas con tal compan a, y es al sordo mu sica, no os digo ma s del-
las que rogaros me busque is algu n medio, y si le halla rades que me
satisfaga, se os decir lo de Virgilio: Philida solus habeto: es si soys
griego; si no, aprended que quiere decir Philida (ctdo. en Prieto 87).
La melancol a de estos an os se reeja en los escasos poemas escri-
tos en castellano, en los que sorprende, como destaca Kaminsky, la
profundidad intelectual de una experiencia tan vinculada a la emo-
cio n (79). Sigea es capaz de mantener en estos poemas un tono de
mesura y autocontrol, tan valorados en el Renacimiento, a la vez
que expresa la magnitud de su pena y de su desilusio n (Kamin-
sky79). Pero ma s importante, los poemas muestran la habilidad de
Sigea de transformar el proceso mediante el que sujeto poe tico del
petrarquismo se dirige a una mujer inaccesible, cuya u nica identidad
reside en el hecho de ser el objeto mudo de la mirada masculina y
de constituirse en un mero instrumento del perfeccionamiento espiri-
tual del varo n. La humanista toledana sustituye la imagen de la mu-
jer como objeto del deseo inalcanzable del desolado amante
petrarquista, por la de un sujeto poe tico femenino, que articula un
discurso l rico impregnado por la melancol a y la insatisfaccio n.
La obra poe tica en castellano de Luisa Sigea posee el valor de
convertirse en un exponente de las posibilidades de la mujer para
dar expresio n literaria a sentimientos de frustracio n y de angustia en
una e poca en la que los grandes melanco licos parecen ser u nica-
mente hombres, segu n lo que nos muestran incluso los estudios con-
tempora neos.
9
Aunque suceda varias de cadas despue s de que Sigea
compusiera esos versos, resulta signicativo que el prestigioso jurista
france s Jean Bodin mantenga en De la demonomanie des sorciers
(1580) la imposibilidad de que una mujer padezca melancol a, refu-
tando de este modo la idea de que los poderes de las brujas se pro-
duc an como efecto de dicha enfermedad. Bodin cree que la
melancol a hace so lo sabios a los hombres puesto que no es acorde
con la naturaleza femenina debido a la menstruacio n (Bartra 52).
Para Bodin, jama s ninguna mujer ha muerto de melancol a, ni el
hombre de alegr a, antes al contrario muchas mujeres mueren de ex-
trema alegr a, ... que el humor de la mujer es directamente contrario
Mar Martnez Gongora 428
a la melancol a adusta que produce furor, ... las mujeres son natu-
ralmente fr as y hu medas (ctd. en Bartra 52).
10
Como comenta Julia Schiesari al notar la condicio n masculina de
melanco licos famosos como Ficino, Tasso o el personaje shakesperiano
Hamlet, resulta extran a la ausencia de mujeres infelices en la e poca (3).
Segu n Schiesari, este hecho apunta, no tanto a que no existieran
damas desgraciadas a comienzos de la Edad Moderna, como a que
el distinguido ep teto se aplica so lo a los hombres, en virtud del
especial signicado que se concede al sufrimiento femenino en la cul-
tura patriarcal (3). No en vano en nuestra tradicio n cultural el sufri-
miento de la mujer no se suele identicar como melanco lico, sino
que se le dene mediante el bastante menos prestigioso te rmino de
depresio n (Schiesari 34). El que la melancol a se haya convertido a
partir de la obra de Marsilio Ficino en una enfermedad que inscribe
en los hombres los signos de la genialidad ma s excepcional y la
grandeza espiritual, justica que la pena de la mujer se perciba como
insignicante. Puesto que a las mujeres se les niega el poder que se
asocia con la exhibicio n de dolor por parte del artista masculino, su
angustia es relacionada con visiones menos favorecedoras del sufri-
miento, tales como los lloros incontrolados y los rituales de luto
(Schiesari 711).
11
De acuerdo con Schiesari, Melancholia thus
appears as a gendered form of ethos base on or empowered by a
sense of lack; at the same time, it nds its source of empowerment
in the devaluing of the historical reality of womens disempower-
ment and of the ritual function that has traditionally been theirs in
the West, that of mourning (12). En consecuencia, la expresio n cul-
tural del dolor de la mujer ante la ausencia o la pe rdida no tiene el
mismo valor de representacio n que el del hombre en la cultura occi-
dental, ya que a menudo un lamento femenino se percibe como la
expresio n dramatizada de los hombres y de las mujeres plebeyos, un
suceso cotidiano cuya fuerza colectiva no conlleva la misma grave-
dad que la aristocra tica pena masculina.
Hay que tener en cuenta que la posicio n privilegiada que ocupa el
sufrimiento durante el Renacimiento parte de un deseo por parte del
varo n de superar la ambigu edad que resulta en una este tica, que
basada en la sensibilidad, trasciende la r gida dualidad masculino/
femenino. La ansiedad ante dicha ambigu edad trata de ser resuelta
mediante la reivindicacio n del poder masculino, a trave s del uso de
la melancol a como marca del triunfo individual, de la conciencia
moral, de la creatividad art stica y de la sensibilidad acrecentada del
artista petrarquista (Schiesari 1314). Por tanto, el que Luisa Sigea
haga del sufrimiento el tema principal de ambos poemas sugiera un
Poesa, melancola y subjetividad femenina 429
intento de otorgar al sujeto femenino una primac a en el uso de una
este tica de la pena como signo de inteligencia, sensibilidad y e tica
superiores. Los textos poe ticos de Sigea en torno al sufrimiento
cuestionan la nocio n aristote lica de que la melancol a constituye una
prerrogativa masculina, es decir, el privilegio androce ntrico del va-
ro n aristocra tico, tal como lo expresa Schiesari (1024). La toledana
reclama la melancol a como signo de distincio n de las grandes
mujeres, a trave s de la construccio n un sujeto poe tico femenino dis-
tinguido, especial y superior. Por tanto, Sigea se aleja de la creencia
generalizada entre los contempora neos de que si en el hombre, la
exhibicio n de melancol a constituye un intento de legitimacio n de su
estatus de genio, eleva ndole a una posicio n por encima de lo ordi-
nario, para la mujer la tristeza constituye u nicamente el s ntoma de
una enfermedad nerviosa. Aunque estos esfuerzos parecen vanos, a
juzgar por las palabras de Gracia n Dantisco con motivo del prema-
turo fallecimiento de la humanista, los poemas de Luisa Sigea pare-
cen reclamar para la mujer el poder asociado con el yo melanco lico
en el contexto cultural del Renacimiento.
Al armar el papel del sufrimiento femenino como foco tema tico
principal, los poemas de Sigea modican el proceso de la poes a pe-
trarquista, segu n el cual la pe rdida del objeto de deseo (una mujer) se
presenta como fuente de inspiracio n poe tica para el varo n, que es
capaz de transformar el dolor en triunfo a trave s de su inmortalizacio n.
En ese caso, el sujeto femenino se apropia de uno de los temas princi-
pales de los petrarquistas con objeto de reivindicar el poder de la
propia voz poe tica para salvar de una condena al olvido su particu-
lar encuentro con la desgracia. No obstante, aunque sea necesario
prestar atencio n al empleo por parte de dicho sujeto femenino de los
temas y te cnicas petrarquistas, no debemos ignorar la combinacio n
de e stas con elementos provenientes de otras tradiciones poe ticas in-
uyentes en la poes a espan ola del siglo XVI. Como en el caso de
otros poetas de la e poca, entre los que es necesario incluir a los inno-
vadores Bosca n y Garcilaso de la Vega, tal como sen alo hace tiempo
Lapesa (7984), importantes rasgos de la poes a de Sigea proceden
de la tradicio n castellana de los Cancioneros, as como del poeta
valenciano Ausia` s March, para el la que la pe rdida y la tristeza cobran
una importancia capital. El que la humanista, que hace uso del ende-
cas labo, aunque no de la caracter stica estructura me trica del sone-
to, eche mano de tropos de la corriente castellana de la poes a
cancioneril sugiere lo problema tico de la expresio n de la melancol a
femenina mediante el uso exclusivo de un co digo italianizante, asocia-
do primordialmente al contexto aristocra tico de la corte.
Mar Martnez Gongora 430
Los poemas de Sigea coinciden con algunos de Garcilaso, en los
que el contenido conceptual gira en torno al sufrimiento amoroso,
que se expresa de manera contenida mediante una imaginer a austera,
aleja ndose de la emotividad, de la plasticidad y de la ternura pe-
trarquistas, tal como asegura Close (7). De modo similar, los poemas
de Sigea se situ an en la tradicio n del inerno de amor, que perdura
en la tradicio n l rica peninsular, que parte de la poes a castellana del
siglo XV, de Ausia` s March y de la reprobacio n del amor articulada
por Fernando de Rojas y varios poetas de los Cancioneros (Close 7).
Como se comprueba prestando atencio n tanto a su obra, como a su
biograf a y extraccio n social, los versos de Sigea, au n informados de
las nuevas modas poe ticas provenientes de Italia, se distancian de la
corriente petrarquista inaugurada en Espan a por Garcilaso y Bosca n.
E

ste establece en su traduccio n de la obra El Cortesano de Castigli-


one, una visio n de la poes a como actividad exclusivamente aristocra -
tica, de la que quedan excluidos aquellos no dotados con el don
cortesano de la sprezzatura (Navarrete 48). Segu n Navarrete, la
naturaleza de la poes a se dene para que su ejercicio pueda servir
para diferenciar al aristo crata de los letrados y de los miembros de
las capas inferiores de la nobleza (48). La condicio n de Sigea de hu-
manista profesional que debe ofrecer sus servicios a algu n miembro
destacado de la familia real a cambio de un salario, marca una dis-
tancia con el ideal de poeta cortesano, que hace de la este tica un
medio de vida. Por consiguiente, aunque el uso del endecas labo y de
la me trica de procedencia italiana marca la adherencia de Sigea a las
nuevas formas poe ticas petrarquistas, mostrando as su gusto por la
renovacio n literaria, la permanencia en sus poemas de rasgos canc-
ioneriles sugiere una distancia con las formas de cultura cortesana.
De este modo, es posible que Sigea, consciente de su rara condicio n
de mujer humanista, no se halle identicada con una corriente poe ti-
ca eminentemente masculina y aristocra tica.
Desde el punto de vista del contenido, los versos de Sigea dif cil-
mente pueden ser considerados como representativos de la l rica pe-
trarquista. Dada la ambigu edad sobre lo que constituye en realidad
el objeto del frustrado deseo que se presenta como motivo de su in-
satisfaccio n, se hace dif cil la calicacio n del tema principal del po-
ema como amoroso. En la composicio n Un n, una esperanza, un
como, un cuando, formada por cuatro octavas reales, el motivo
que causa el avanzado estado de tristeza y desesperacio n del yo poe -
tico parece ser su incapacidad para alcanzar una meta, cuya natural-
eza no se dene con precisio n. En el texto somos testigos de la
manera en la que el paso del tiempo subraya la falta de conanza
Poesa, melancola y subjetividad femenina 431
por parte de la poeta en que en que llegue lo que tan ansiosamente
anhela (los meses y los an os voy pasando/ en vano, y paso yo tras
lo que espero 34). Parte de la confusio n en cuanto a las razones
por las que se encuentra en este lamentable situacio n se debe a su
propia dicultad para expresarlo (y as las tristes noches velo y
cuento,/ ma s no puedo contar lo que ma s siento 8). Aunque el poema
no aclara si tal dicultad se debe a algu n impedimento relacionado
con la circunstancia de un secreto o a las propias limitaciones del
lenguaje, la imposibilidad de relatar la verdadera motivacio n de su
desesperanza indica que nos encontramos ante una expresio n del
sentido general de pe rdida, que se asocia con la entrada en el orden
simbo lico. Recordemos la manera en que la teor a lacaniana da cuen-
ta de la existencia de una crisis ed pica del individuo en el cambio
del orden imaginario, asociado a la madre, en el que no existe au-
sencia ni diferencia sino identidad y presencia, al simbo lico, cuya en-
trada esta vinculada con la adquisicio n del lenguaje. Las dicultades
que encuentra Sigea a la hora de manifestar su estado interior median-
te el co digo lingu stico revelan los conictos de un yo obligado a
aceptar el Logos como representacio n de ley del Padre, responsable
de congurar un orden que exige al sujeto la renuncia de una identi-
dad imaginaria con la madre y con el mundo (Moi 109110).
En el poema Sigea insiste en la inefabilidad de su experiencia (lo
que entiendo de aque l no se decirlo 14), as como en el cara cter
enigma tico del objeto de su deseo, referido hasta el momento medi-
ante los pronombres lo (4; 6; 8; 10; 12), aque l (14) o, inexplic-
ablemente, te (16). Este inesperado cambio pronominal, las
frecuentes repeticiones de te rminos, que se comentara n abajo, y el
hecho de que no exista un progreso argumental en el poema, sino
que, por el contrario, su autora retorne en varios instantes a la frus-
trada espera de un vago n, son rasgos que varias teo ricas femi-
nistas como Cixous e Irigaray identican como signos de la escritura
femenina. Como indica Elain Showalter, la relacio n que estas teo ri-
cas encuentran entre la escritura femenina y el cuerpo de la mujer
les lleva a armar que las autoras suelen emplear such techniques
as gaps, breaks, questions, metaphors of excess, double o multiples
voices, broken syntax, repetitive or cumulative rather than lineal
structucture and open endings (18788). En cualquier caso, la poe-
ta toledana intenta transformar las dicultades a la hora de expresar
su sentimiento de desdicha ante la imposibilidad de alcanzar el mis-
terioso y elusivo objeto de su deseo, del que no se conrma su car-
a cter ero tico, en un acto de voluntad de permanecer en silencio
(y pues tan mal responde mi esperanza,/ justo es que yo responda con
Mar Martnez Gongora 432
callarme 1920). La autora incumple dicha resolucio n, ofreciendo como
resultado una composicio n poe tica en la que la frustracio n ante la
imposibilidad de alcanzar un ambiguo objeto de deseo, deja a paso
a un rico ana lisis introspectivo de la experiencia sicolo gica del desdi-
chado sujeto femenino del Renacimiento.
La importancia concedida a la capacidad discursiva en estos
poemas se relaciona con la que se otorga a la racionalidad. En esta
composicio n observamos desde el comienzo la disposicio n del yo
poe tico a indagar sobre la legitimidad de sus aspiraciones. La poeta
parece sopesar la medida en que su deseo puede resultar razonable
al confesar: estoy mirando/ si excede naturaleza lo que quiero (5
6). Esta voluntad inquisitiva se corresponde con el marcado intelec-
tualismo que caracteriza a estos dos poemas, en plena coincidencia,
adema s, con el que distingue a la corriente l rica de los Cancioneros
(Lida de Malkiel 330). En el poema Un n, una esperanza, un
como, un cuando, en el momento en que se llega al sentimiento de
dolor y desesperacio n que inevitablemente acompan a a la positiva ilu-
sio n previamente descrita, el poeta declara: con mi sentido hablo y
le pregunto/ si puede haber razo n para sufrirlo;/ ... / pues no falta
razo n y buena suerte (1115). As mismo, la falta de lo gica asocia-
da con un dolor del que no puede escapar se expresa de manera ex-
pl cita en los versos en esto no hay respuesta, ni se alcanza/ razo n
para dejar de fatigarme (1710), revelando la intensidad del proceso
mental al que se somete Sigea. La reiteracio n del te rmino razo n
subraya el protagonismo de la facultad intelectual en un poema des-
nudo de ima genes, en el que la satisfaccio n de obtener el objeto de
deseo, cuya naturaleza se ignora, permanece permanentemente pos-
puesta, ya que nunca habra un n con el que se de te rmino a las
tribulaciones de un yo poe ticamente descentrado.
La presencia del elemento racional funciona para subrayar la dis-
tancia con el estilo poe tico italianizante, teniendo en cuenta que el
intelectualismo, procedente de la l rica provenzal, no constituye en s
un rasgo caracter stico de la corriente petrarquista. El elemento inte-
lectual es frecuente en el dolce stil novo, que inuenciado por la
conanza de los escola sticos en la razo n humana a la hora de en-
tender el mundo, an ade al amor corte s un concepto alego rico del
amor y de la mujer (ODonoghue 3). En Espan a, Ausia` s March
incorpora en sus poemas escritos en catala n este importante elemen-
to, haciendo que su l rica constituya una proyeccio n de un concepto
loso co e intelectualizado del amor. El estilo poe tico de Ausia` s
March, calicado por algu n estudioso de su obra como duro y a spe-
ro, se diferencia del de Petrarca por el escaso uso de la meta fora, la
Poesa, melancola y subjetividad femenina 433
falta de atencio n por la cadencia sonora o la ausencia del locus
amoenus (Di Girolamo 3133). Estos elementos parecen repetirse en
algunos poemas de Bosca n y Garcilaso de la Vega, as como en estas
dos composiciones de Sigea. En caso de esta u ltima, el marcado
intelectualismo de la poes a de la toledana, funciona, adema s, como
signo de educacio n y saber humanistas, permitiendo que el sujeto
femenino se convierta en excepcional Al mismo tiempo, dicho inte-
lectualismo revela el deseo, por parte de Sigea, de expresar una
distancia con los rasgos fundamentales de la poes a petrarquista.
Los temas de la angustia y la desesperacio n ante un deseo o una
meta imposible de obtener, cuya naturaleza no se explicita como
ero tica, se repite en otra composicio n en castellano, esta vez, en la
cancio n Pasados tengo hasta ahora. Al igual que las octavas rea-
les del poema anterior, la combinacio n irregular de endecas labos y
heptas labos de esta cancio n indican la inuencia de las nuevas
estructuras me tricas, mientras que el tratamiento del tema de la tris-
teza nos remite, tanto a la poes a cancioneril, como a la de Ausia` s
March. En esta cancio n, Sigea reexiona sobre el paso del tiempo
desde el primer verso (Pasados tengo hasta ahora/ muchos meses y
largos), hasta el nal (los d as, meses y an os/ llenos de graves dan os/
habre de pensar siempre noche y d a 7476), como manera de subra-
yar la profunda tristeza que le asola:
se me pasan los meses y los d as
en fantas as y cuentos
la vida se me pasa;
los d as se me van con lo primero;
las noches en tormentos,
que el alma se traspasa
echando cuenta a un cuento verdadero
cual es dende que espero
el fin de mi deseo;
!cua ntas habre pasadas
de noche trabajadas
sufrie ndolas por ver lo que au n no veo! (2637)
En la cancio n, la introspeccio n sicolo gica del sujeto poe tico im-
plica un estudio completo del proceso que va de la esperanza a la
desesperacio n en el contexto de una temporalidad que antes comen-
taba. Como en el caso del poema anterior, uno de los rasgos ma s
destacados es la referencia de Sigea, tanto a su voluntad de no rela-
tar el motivo de su sufrimiento, como a las limitaciones del lenguaje
para hacer justicia a la gravedad de su malestar emocional. As , des-
de los primeros versos de la cancio n, la poeta se reere a lo que en
Mar Martnez Gongora 434
ellos [meses] [he] sentido/ no puedo yo contarlo/ mas el alma alla lo
siente/ tan poco que no calle como callo (911). La toledana acude
a juegos conceptuales entre los que destaca el relacionado con los
diversos signicados y sentidos del te rmino cuento y de sus deri-
vados, como son la acepcio n de mentira, la de numerar, en este
caso, noches y d as, as como la de relatar. En el poema Un n,
una esperanza, un como, un cuando comentado arriba, esta multi-
plicidad de signicados es evidente en las tristes noches velo y cuen-
to/ mas no puedo contar lo que ma s siento (78) o las tristes
noches cuento, y nunca puedo/ hallar cuento en el mal que en ella
cuento (2728). En esta cancio n, adema s de los versos anterior-
mente aludidos, Sigea, a la que se le pasan los meses y los d as;/ en
fantas a y cuentos(2627), se reere a la manera en la que el alma
sufre echando cuenta a un cuento verdadero (32), y reitera que las
noches muy bien se cuentan (38). Cabe recordar que los recursos
de la repeticio n (identicado con la escritura femenina segu n se vio)
y de la derivacio n le xica son varios de los ma s utilizados por los
autores de poes a cancioneril, junto con el uso del paralelismo y el
del vocabulario abstracto (Beltra n 262).
La insistencia de Sigea en recalcar la magnitud de su esfuerzo
intelectual para entender y controlar lo inexplicable de su experiencia
an mica se situ a en la misma l nea de las referencias a las limitaciones
del co digo lingu stico a la hora de dar expresio n a su estado emo-
cional. Ambos aspectos funcionan para sen alar el sentido de carencia
de un sujeto incapaz de recuperar su unidad armo nica con la madre y
el mundo, al hallarse supeditado al a mbito de una cultura patriarcal,
dominada por el orden simbo lico. Por tanto, un elemento importante
del ana lisis del sujeto sometido a los rigores de la melancol a lo cons-
tituye la incorporacio n por parte de Sigea de un intento de distincio n
esencial entre las facultades racionales y la experiencia emocional.
Como apreciamos en los versos de esta cancio n !Oh grande sentim-
iento!/ que a veces quita el alma al pensamiento (1213), la poeta
se reere al modo en que su gran dolor tiene capacidad para sumirla
en momenta nea gran paz interior que, sin embargo no hace sino avi-
var el malestar. Una nueva referencia a la facultad racional en el
poema permite apreciar las sosticadas te cnicas de ana lisis intro-
spectivo que emplea Sigea, basadas en el contraste entre la espe-
ranza y la desesperanza, el sentimiento y la razo n. De este modo,
si el yo poe tico alberga en algu n momento la esperanza de que su
mal acabe (En esto un pensamiento/ me acude a consolarme/ de
cuantos males solo de l recibo 4042), se debe al efecto de su
profusa actividad mental.
Poesa, melancola y subjetividad femenina 435
La poeta no so lo denomina pensamiento al sentido de la con-
anza en un cambio de suerte, sino que trata de justicar racional-
mente el sentimiento de esperanza mediante una detallada
descripcio n de la trayectoria intelectual de la que e l mismo emana:
Esta es una esperanza
que viene acompan ada
de razo n, que en mi parte no ha faltado,
que habra de hacer mudanza
en la fortuna airada
que ha tantos an os contra m durado,
y aunque fuera hado
o destino invencible
de cruda avara estrella
con el de la razo n es ma s terrible,
y con su ser perfecto
traera n de mi deseo buen efecto. (5365)
Como se puede comprobar tambie n en esta cancio n, Sigea emplea
en varias ocasiones el te rmino razo n con objeto, tanto de dar fe,
orgullosa, de su capacidad para mantener un control mental sobre
una trayectoria emocional que le lleva de la desesperacio n a la espe-
ranza, como de subrayar las limitaciones del proceso racional para
llegar a la satisfaccio n nal de su deseo. En este poema el compo-
nente intelectual es el encargado de marcar el conicto irresoluble
entre lo racional y lo emocional, el orden simbo lico y el imaginario,
la realidad y el deseo. Pero ma s importante, el e nfasis en este ele-
mento supone un cuestionamiento de una de las principales marcas
distintivas de la masculinidad en la tradicio n occidental. Si en este
marco cultural, la privilegiada posicio n que ocupa la racionalidad
depende de la dualidad masculino/femenino, la importancia de este
elemento en los poemas para la conguracio n del sujeto poe tico
femenino parece apuntar a la necesidad de revisar el sistema de
oposiciones que articula dicha jerarqu a.
Sigea muestra un principio de dicha revisio n en su dia logo
Duarum virginum colloquium de vita aulica et privada (1552), escrito
durante sus d as en la exclusiva academia de mujeres que rodeaba a
la infanta Don a Mar a de Portugal, en el que no oculta la desilusio n
provocada por las intrigas del c rculo humanista, as como por la
escasa compensacio n econo mica de sus servicios.
12
De acuerdo con
Odette Sauvage, la humillacio n que sufre Sigea durante su estancia
en la corte lisboeta, el resentimiento por su posicio n de subalterna,
la vanidad y conciencia de superioridad sobre las dema s mujeres, as
como el deseo de progresar y de aplicar rigor intelectual a sus escri-
Mar Martnez Gongora 436
tos propician la redaccio n del dia logo latino (19).
13
El dia logo, que
Sigea dedica a la infanta don a Mar a de Portugal, constituye una
conversacio n entre Flaminia, que representa la vida cortesana y Ble-
silla, que traslada las ideas de la autora sobre la vida retirada, segu n
se comprueba en algunas de sus cartas (Prieto 83). Este dia logo de
Sigea, dividido en tres partes a la manera del Secretum de Petrarca
(Prieto 84), no constituye precisamente una obra maestra de su ge -
nero. Segu n Sauvage, no so lo la argumentacio n, a pesar de su apa-
rente lo gica, no progresa regularmente, debido a las frecuentes
paradas y vueltas a asuntos que parec an aclarados con anterioridad,
sino que presenta una inmoderada acumulacio n de citas (3031). De
este modo, si la tendencia del dia logo a retomar temas se corres-
ponde cono una de las caracter sticas de la escritura femenina, como
comenta bamos arriba, el empleo abusivo de citas pudiera reejar
algo ma s que un defecto de composicio n. Por el contrario, podr a
ma s bien revelar una conciencia por parte de una mujer escritora de
la necesidad de apelar continuamente a la autoridad masculina
como medio de revalidar su argumentacio n. De este modo, la in-
moderada utilizacio n de citas exhibe la falta de conanza de Sigea
en que sus ideas y opiniones resulten convincentes en un contexto
cultural en el que el sujeto de conocimiento suele ser exclusivamente
masculino.
Es signicativo que en la segunda jornada del dia logo, la humanista
toledana critica, por boca de Blesilla, la conducta de las jo venes cor-
tesanas, mediante la condena de los excesos de adornos y de ma-
quillaje, de sus charlas intempestivas o de la exhibicio n de una
conducta desviada de la doctrina cristiana (12849). La rigidez mor-
al que Sigea exhibe en el tratamiento de los temas en torno a la mu-
jer destaca en comparacio n con otros discursos de la e poca escritos
por autores humanistas.
14
La severidad de la autora le lleva a con-
denar, por boca de Blesilla, los adornos, los vestidos llamativos, los
articios y los cosme ticos que otorgan a la mujer una apariencia de
prostituta (133144).
15
Los r gidos planteamientos que exhibe Blesil-
la invalidan la tibia defensa de las mujeres cortesanas que realiza su
interlocutora. Aque lla se esfuerza en condenar con excesivo rigor la
utilizacio n de la capacidad discursiva por parte de la mujer, puesto
que una que hable demasiado esta habituada a hablar demasiado y
en este charloteo se desliza muy a menudo una inclinacio n a la pa-
sio n (154, mi traduccio n). Estas ideas coinciden con la ecuacio n
cultural que hace equivaler la castidad y el silencio exhibida en los
manuales de conducta femenina del Renacimiento, a la que se reere
Margaret Ferguson (100). Para Blesilla, las mujeres deben aprender
Poesa, melancola y subjetividad femenina 437
a ser vigilantes para saber cuando una palabra debe hacer abrir la
boca con discernimiento y oportunidad y cuando conviene que la
discrecio n de cerrarla (152, mi traduccio n).
16
Por consiguiente, el hecho de que la labor de Sigea como autora
suponga precisamente una ruptura del silencio que su dia logo prescribe
para la mujer, en plena coincidencia con el resto de los discursos de
educacio n femenina del Renacimiento, hace que su propia posicio n
de sujeto se perciba como problema tica. En general, como arma
Ferguson, las formulaciones en torno al silencio de la mujeres que
contienen dichos discursos suscitan una serie de preguntas sobre
como las autoras femeninas percib an la naturaleza de la trasgresio n
que realizan mediante este forma gurativa de discurso que constitu-
ye la escritura (101). En el caso de la obra Sigea, no encontramos la
misma actitud apologe tica expresada mediante la reto rica de la
modestia, o de la autodefensa, tal como la denomina Ferguson,
que aparece en casi todos los textos escritos por autoras femeninas
del Renacimiento (102). Es cierto que en el prologo de su Duarum
Virginum Colloquium, Sigea se muestra aparentemente modesta en su
dedicatoria a la infanta: Cest que, dune parte, nous nignorons
pas que nos forces sont tout a` fair insusantes pour atteindre ce
but, mais cest aussi pour faire connatre au grand jour ceux dont
nous me ditons lenseignment presque depuis le berceau... (58). Sin
embargo, podemos estar de acuerdo con Rada, que sostiene que di-
cha modestia parece ma s bien una expresio n de captatio benevolen-
tiae que el sentimiento sincero de haber escrito una obra menor y
fa cil (345).
Observamos que la toledana no introduce la condena a la expre-
sio n pu blica de la mujer en sus escritos, ni anticipa la cr tica de un
hipote tico receptor, frecuente en literatura femenina renacentista,
segu n Ferguson (103). Por el contrario, como sostiene Ine s Rada, en
varias de sus cartas se transparente una conciencia de su orgullo de
pertenecer a la comunidad de sabios ilustres (342). En las ep stolas
dirigidas a doctos caballeros como Juan de Vergara, Alvar Go mez
de Castro, Honorato Juan, el Cardenal Mendoza o el embajador de
Francia en Portugal, Sigea, aun respetuosa, muestra una impresio n
de estar dirigie ndose a sus iguales, revelando as una gran seguridad
en s misma y en sus conocimientos (Rada 34243). As mismo,
como se aprecia en su carta de 1559 a Felipe II, Sigea combina
dicha autoconanza con una desarrollada conciencia de su condicio n
femenina (este favor es solicitado ... por una mujer, ctd. en Rada
344, mi traduccio n). Adema s, en las ep stolas a los personajes podero-
sos, su autora realiza una frecuente inversio n de papeles, puesto que
Mar Martnez Gongora 438
incluye en las mismas repetidas peticiones de empleos de parte de
sus hermanos o de marido (Rada 342344).
La violenta cr tica de Blesilla del lujo de las cortesanas, de sus
conversaciones incesantes, as como el resumen que realiza de las
principales reglas de educacio n femenina proveniente de los manua-
les de conducta del Renacimiento, revela una visio n profundamente
negativa de las expectativas sociales de las mujeres de la aristocracia.
Sigea parece llevar a cabo en el dia logo una defensa de una funcio n
social de la mujer que, exclusivamente limitada a la esfera dome stica
y subordinada a la del marido, no diere demasiado de la que pro-
ponen otros humanistas, tales como Juan Luis Vives o fray Luis de
Leo n. Sus opiniones sobre la funcio n de la mujer en la sociedad se
situ an en clara contradiccio n con el propio papel de humanista al
servicio de la familia real que para s misma reivindica Sigea. Sin
embargo, hay que notar que la toledana no acude a los textos de
ningu n escritor contempora neo para autorizar su discurso, limita n-
dose a criticar los aspectos ma s evidentes de la desordenada con-
ducta de las mujeres cortesanas. Es necesario darse cuenta que la
defensa que establece Sigea del cultivo de la losof a por parte de
las damas cortesanas, debido a su importante funcio n en la fortica-
cio n del alma (160), permite que su discurso de educacio n femenina
se distinga del de otros moralistas de la e poca. La humanista situ a
en este discurso aparentemente conservador, que recoge la lo gica
ideolo gica que relaciona el silencio con la pureza corporal, una apolo-
g a del perfeccionamiento espiritual de la mujer laica en el contexto
de la vida retirada. En denitiva, Duarum Virginum Colloquium da fe
de su habilidad para transformar los aspectos ma s prestigiosos del
Humanismo, tales como el uso del dia logo y el discurso en torno a
la educacio n femenina, en una reivindicacio n de la soledad e inde-
pendencia de la mujer, u nica manera para que pueda alcanzar un ni-
vel superior de desarrollo intelectual, as como de perfeccio n moral y
espiritual. No obstante, tal independencia se maniesta bastante
improbable para Sigea, obligada a perseguir la seguridad econo mica
que so lo le puede brindar la monarqu a espan ola.
En conclusio n, la profunda tristeza y desa nimo que impregnan
varias de las composiciones de Sigea, en especial sus poemas escritos
en castellano, constituyen elementos fundamentales para la dif cil ex-
presio n de la subjetividad femenina en un contexto cultural en el que
la melancol a constituye un signo de distincio n y genialidad art stica.
Aunque la frustracio n de Sigea bien pudiera relacionarse con sus
dicultades de hacer rentables sus extraordinarios conocimientos
lingu sticos y su saber humanista al servicio de un poderoso protec-
Poesa, melancola y subjetividad femenina 439
tor, el ana lisis de los poemas Un n, una esperanza, un como, un
cuando y Pasados tengo hasta ahoraen castellano exhiben la
importancia del tema de la melancol a a la hora de constituirse
como sujeto. Los poemas muestran el importante papel de este tema
en la formacio n de la subjetivad femenina, en una etapa histo rica en
la que los logros intelectuales por parte de las mujeres no resultan
siempre valorados. La apropiacio n que hace Sigea de este tema, fun-
damental para la formacio n del sujeto masculino renacentista, junto
con el uso de las formas me tricas del petrarquismo, del que se dis-
tancia, as como el empleo y cuestionamiento simulta neo del motivo
de la racionalidad, denitorio tanto de la l rica de Cancionero, como
la de Aussia` s March, denotan sus esfuerzos por crear un yo poe tico
distintivo. Un repaso a la obra de Sigea nos permite descubrir su
notable capacidad, no so lo para resistir las limitaciones impuestas a
su ge nero por la sociedad del momento, sino su habilidad para
transformar las convenciones literarias en la expresio n de una con-
ciencia de la superioridad intelectual y la desarrollada sensibilidad
an mica con las que darse forma como sujeto femenino. En deniti-
va, no cabe duda que tales logros deber an haber hecho valer a esta
dama excepcional un puesto ma s relevante en la historia cultural del
Renacimiento espan ol.
Notas
1. Los estudiosos de su obra indican Taranco n como lugar probable de su naci-
miento. Su madre fue la aristo crata Don a Francisca de Velasco y su padre el humanista
Diego Sigeo, preceptor del pr ncipe Don Juan de Portugal a partir de 1542
(Kaminsky 78; Sauvage 1722; Rada 34041). Sobre los bio grafos de Sigea, ve ase
Sauvage, 16.
2. En toda Europa de la temprana modernidad, la melancol a humoral recibe
ma s atencio n literaria que la sangre, la co lera y la ema (Solfas 5). Las ra ces de esta
melancol a se encuentran en la losof a pitago rica, desarrollada por Hipo crates, Ga-
leno, Plato n, Aristo teles, San Agust n, Avicena, Averroes, Santo Toma s de Aquino,
entre otros, por lo que, durante la antigu edad y el medioevo, dicha teor a sienta las
bases para la explicar la salud y la enfermedad (Soufas 5). Para un resumen de las
ideas de estos autores, ve ase Babb, 172; Jackson 377.
3. An os despue s de la muerte de Sigea, los doctores Juan Huarte de San Juan,
Alonso Vela squez y Alfonso de Santa Cruz, discuten la cuestio n planteada por Aris-
to teles. Huarte de San Juan, en su obra Examen de ingenios para las ciencias (1575)
se reere al caso de ru sticos ignorantes que, por una alteracio n nerviosa producida
por el aumento de temperatura, padecen estados de man a, melancol a y frenes a,
en los que experimentan mas ingenio y habilidad que antes (304305). Por el con-
trario, Andre s Vela squez, autor del Libro de la melancola (1585), niega el que una
v ctima de melancol a morbus, au n ru stica, sea capaz de losofar o de hablar lat n
sin haberlo estudiado, oponie ndose de esta manera a las ideas de Ficino, Guainerio y
Huarte de San Juan (Bartra 67). Alfonso de Santa Cruz retorna a otorgar validez a
Mar Martnez Gongora 440
la idea aristote lica, al sostener en su obra Dignotio et cura aectuum melancholicorum
(1622) que los melanco licos, segu n opinio n de lo sofos antiguos, poseen grandes
cualidades de inteligencia y buenas aptitudes para la investigacio n, siendo muy aptos
para la realizacio n de grandes hechos (ctd. en Sere s 307). A estos trabajos se unen
los de Thomas Wright en Inglaterra, Pierre Charron en Francia, Levinus Lemnius y
Andrew Boorde de Holanda, que investigan entre los an os 1580 y 1601 (Soufas 89).
4. La melancol a constituye una idea valiosa en la cultura renacentista, debido a
su capacidad para conectar el pensamiento cla sico y el humanismo cristiano (Bartra
25). Adema s se vincula con la propia identidad nacional, puesto que los ingleses del
siglo XVII tomaron su mito de los espan oles, para elegirlo en un monumento na-
cional, a lo que contribuyo la obra de Robert Burton La anatoma de la melancola
(Bartra 1314).
5. Para Huarte de San Juan los hombres en comu n tienen mejor ingenio que las
mujeres, por lo que la Iglesia proh be que ninguna mujer pueda predicar ni en-
sen ar, porque su sexo no admite prudencia ni disciplina (37475). Segu n fray Luis
de Leo n, la naturaleza no la hizo [a la mujer] para estudio de las ciencias ni para
los negocios de dicultades ... as las limito el entender y, por consiguiente les taso
las palabras y las razones (176).
6. Postel escribe en Tres-merveilleuses Victoires des Femmes du Nouveau Monde
(1553): la Signora o Duen a Luigia Sigea ..., laquelle, l ann 22 de son age, l ann
1548, para expe rience monstra, escrivant au Pape Paule ... en latin, en grec, en he b-
reu, en chalde et en Arabia part tout doctissimement, combien il y a en elle de sc av-
oir (ctd. en Prieto 81). El Arcediano de Alcor, Alonso Ferna ndez de Madrid,
traductor del Enquiridion de Erasmo al castellano, nota como Sigea mostro grande
erudicio n en losof a e historia con harta elegancia en lat n y gentil vena en los ver-
sos (ctd, en Sauvage 134). Los poetas Andre s de Resande y Pedro Laynez, compo-
nen eleg as en honor de Sigea, que aparece en los cata logos de mujeres ilustres de
Juan de Vaseo, Pe rez de Moya y Va zquez de Ma rmol, junto a Santa Margarita,
Mar a Manrique, Beatriz Galindo o Menc a de Mendoza (Rada 340).
7. En la controversia entre humanistas y letrados, surge el te rmino grama tico,
con el que se intenta desprestigiar a unos profesionales, a los que se quiere excluir de
la pol tica y de la administracio n (Gil Ferna ndez 233). Juan Luis Vives y Arias Bar-
bosa trataron de equiparar los te rminos grama tico y letrado, pero sus esfuerzos
fueron inu tiles, dada la escasa valoracio n de aque l. Nebrija colabora en la des-
valorizacio n de la actividad del grama tico, al hacer leg timo el uso del castellano, que
hace que los letrados, que no saben lat n, acaparen el a rea de los humanistas (Gil
Ferna ndez 24148).
8. El ge nero epistolar es, junto con el dia logo, el ma s utilizado por los humanis-
tas. La idea de que la carta es una conversacio n a distancia se hallaba muy extendida
durante el Renacimiento, tal como se observa en diversos comentarios de Erasmo,
Vives y Donne (Go mez 2012).
9. Como apunta Schiaseri, el conocido estudio de Klibansky, Panofsky y Saxl no
recoge ejemplos de mujeres melanco licas (4). Teresa Soufas investiga el uso de la me-
lancol a en Cervantes, Tirso, Lope, Caldero n, Quevedo y Go ngora, as como en la
Picaresca.
10. Huarte de San Juan, aunque deende las propiedades del humor negro de esti-
mular las capacidades profe ticas de las sibilas (312), considera que e stas no se extien-
den al resto de las mujeres, dado que su naturaleza fr a y hu meda resulta
incompatible con la capacidad racional (614).
Poesa, melancola y subjetividad femenina 441
11. El propio Freud diferencia el luto, pena experimentada frente a una pe rdida
concreta asociada a las mujeres, de la melancol a, neurosis cuyos s ntomas indican la
persistencia de algo reprimido en las profundidades del inconsciente (Schiesari 4).
12. El dia logo fue traducido al france s, por lo que en el vecino pa s duro ma s su
renombre que en Espan a. Nicola s Chorier publico en Grenoble en 1680 una obra
pornogra ca bajo el nombre de Luisa Sigea, lo que provoca que la autora fuera con-
denada a desaparecer de la historia cultural espan ola (Kaminsky 7879; Sauvage 24
25). En el siglo XIX, Carolina Coronado escribe una novela basada en la vida de
esta humanista, pero sus esfuerzos no bastaron para rescatarla de un olvido que dura
hasta hoy (Kaminsky 79).
13. Entre los dia logos en los que se critica la vida cortesana se hallan De curialium
miseris (1444) Eneas Silvio Piccolomini, Menosprecio de corte y alabanza de aldea de
Guevara, Dialogo de la vida de los pajes de palacio de Diego Hermosilla, Dialogos de
la dierencia que ay de la vida rustica a la noble de Pedro de Navarra, y los Coloquios
satricos de Antonio de Torquemada (Go mez 21314).
14. Destaca la violenta diatriba de Luis de Leo n contra el uso de cosme ticos por
parte de las mujeres del cap tulo XI de La perfecta casada (13870).
15. Sigea acude a Tertuliano, Cipriano, Quintiliano, a las escrituras (las invectivas
de Isa as contra los hijas de Sio n, el Apocalipsis de San Juan, las ep stolas de San
Pablo), as como a San Jero nimo y otros padres de la Iglesia (Sauvage 129148).
16. Segu n Antonio de Guevara, la mujer se ha preciar de ser honesta y callada
(Epstolas 1:371), por lo que e sta jama s yerra callando, y muy poquitas veces acierta
hablando (Epstolas 2: 2689). Para fray Luis, es justo que [las mujeres] se precien
de callar todas (175).
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