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Moby Dick: aburrir con estilo marinero

Moby Dick: aburrir con estilo marinero

No hay empresa más peligrosa en estos tiempos de inflación literaria que abrir un libro con entusiasmo. Uno corre el riesgo de quedar sepultado bajo las olas de la erudición o de ahogarse en el océano de la grandilocuencia. Yo, que por desgracia aún conservo la manía de leer cuanto cae en mis manos, caí como muchos en las redes de una novela titulada Moby Dick, obra de un tal Herman Melville, norteamericano él, por oficio temporal el de cronista de cetáceos y filósofo de los mares. ¡Dichoso hombre! ¡Qué talento para complicar lo sencillo y para agotar la paciencia ajena!

Cuando oí hablar por primera vez de esa ballena blanca que enloquece a los hombres, creí hallarme ante una alegoría interesante. Pensé: he aquí una parábola de la ambición humana, un espejo donde se reflejará la locura de quien persigue lo imposible. ¡Oh ingenuidad de lector confiado! Abrí el volumen con el mismo fervor con que el marinero iza su vela al primer soplo del viento, y apenas había avanzado unas páginas cuando comprendí que el viaje sería largo, penoso y, sobre todo, sin recompensa.

Porque Moby Dick no es novela ni epopeya ni tratado: es una confusión de todas esas cosas, un monstruo híbrido que, como la ballena que le da nombre, traga de todo y no digiere nada. Melville parece haber querido escribir una enciclopedia del mar, un manual de anatomía, un sermón teológico y un poema filosófico, todo ello envuelto en la forma de una narración. El resultado es un monstruo literario que se mueve pesadamente, que avanza a golpes de remo, que se hunde de tanto lastre como lleva. Si el autor hubiera tenido la prudencia de tirar por la borda la mitad de su carga —sus disquisiciones sobre la grasa del cetáceo, sus catálogos de arpones, sus tratados sobre la blancura metafísica—, acaso nos habría dejado un relato soportable. Pero no: el señor Melville, como buen americano, confía más en la cantidad que en la medida, y así su novela resulta tan vasta como el océano y tan vacía como el horizonte.

"Mas no culpo al pobre Ahab: todos los personajes de Moby Dick padecen de la misma enfermedad del verbo"

Diríase que su propósito era fatigar al lector para que compartiese las penalidades de la tripulación. Cada capítulo es una jornada de navegación por aguas cada vez más densas; cada párrafo, una ola que amenaza con tragarnos. Y cuando uno cree que la calma llega, aparece el capitán Ahab, ese lunático de una pierna que habla con voz de trueno y mira al mar como si quisiera intimidarlo. ¡Qué figura tan anunciada, y qué poco provecho saca el autor de ella! Se nos promete un héroe trágico, un Prometeo moderno, y lo que obtenemos es un declamador furioso que no calla ni un instante. Si Ahab representa la obsesión, es una obsesión tan repetida y tan declamada que termina por parecer comedia. Uno llega a sospechar que si el capitán persigue a la ballena, lo hace sólo para encontrar en ella un interlocutor que no le conteste.

Mas no culpo al pobre Ahab: todos los personajes de Moby Dick padecen de la misma enfermedad del verbo. Hablan como si cada palabra fuera a salvar el mundo, y no hay marinero, por rudo que sea, que no suelte una reflexión digna de un seminario de filosofía. ¡Qué tiempos los nuestros, en que hasta los arponeros razonan como doctores y los marineros recitan como poetas! La realidad, esa pobre náufraga, apenas encuentra sitio en la cubierta del Pequod. Todo es símbolo, todo es alegoría, todo se eleva a una trascendencia tan sublime que el lector, falto de aire, acaba deseando que la ballena devore a todos y nos libre de tanta profundidad.

Y luego está la prosa del autor, de una densidad tal que uno sospecha que la pluma se le mojaba no en tinta, sino en melaza. ¡Qué frases interminables! ¡Qué comparaciones desmesuradas! Si el buen Melville hubiera conocido la economía de palabras, el arte de sugerir en lugar de proclamar, otro gallo cantara. Pero el señor se complace en su propia abundancia, y así como Ahab no puede dejar de perseguir a la ballena, Melville no puede dejar de perseguir la palabra. Hay páginas enteras en que uno no sabe si está leyendo literatura o teología marina. Y al final, tras tantas tempestades verbales, lo que resta no es admiración, sino cansancio: el cansancio de quien ha sido arrastrado por una corriente que no conduce a ningún puerto.

"Desde la primera página hasta la última, Melville parece decidido a probar que el arte puede consistir en la paciencia del lector"

Sin embargo, confieso que hay en Moby Dick un mérito inadvertido: su constancia en el tedio. No se contenta con aburrir de vez en cuando; persevera en ello con una fe digna de mejor causa. Desde la primera página hasta la última, Melville parece decidido a probar que el arte puede consistir en la paciencia del lector. ¡Y qué paciencia se necesita! Yo, que me preciaba de haber soportado lecturas peores, hube de hacer pausas frecuentes, respirar aire seco, mirar por la ventana para recordar que el mundo no es sólo mar y predicación. Cada vez que volvía al libro, me sentía como quien se embarca de nuevo sabiendo que el naufragio es seguro.

Hay, no obstante, quienes alaban en Moby Dick su profundidad simbólica, su meditación sobre el mal, su visión cósmica de la existencia. A esos espíritus les digo: ¡bendita sea su imaginación! Porque ver en la ballena una metáfora del destino o del pecado original exige la misma fe que creer en sirenas. Yo, más modesto, sólo he visto un animal perseguido por un loco y narrado por un moralista incontinente. Que de ahí se saquen lecciones universales, lo concedo; pero también puede extraerse filosofía de una taza de café, y al menos el café no dura seiscientas páginas.

Hay momentos, lo confieso, en que el estilo de Melville alcanza una belleza casi involuntaria, una especie de poesía brumosa que recuerda al ruido del mar en la distancia. Pero esa belleza es como el relámpago en la tempestad: ilumina por un instante, sólo para mostrar mejor el caos que la rodea. En cuanto uno empieza a admirarla, vuelve el trueno de las digresiones y las olas del sermón, y el relámpago se apaga. Así, la lectura se convierte en un ejercicio de resistencia moral: quien termina Moby Dick ha conquistado no la ballena, sino su propio aburrimiento.

"Así termina mi travesía por Moby Dick. No hallé la ballena, pero sí el límite de mi paciencia"

Cuando cerré el libro con alivio, como quien pone pie en tierra después de un naufragio, miré las cubiertas, tan gruesas, tan respetables, y me dije: he aquí el ataúd de muchas horas perdidas. No niego que haya en esa tumba ideas nobles, pasajes de fuerza y alguna intuición profunda, pero están sepultadas bajo toneladas de grasa literaria. Moby Dick es una ballena en sí misma: enorme, resbaladiza, imposible de abarcar, y cuyo interior huele a aceite rancio.

¡Oh, literatura moderna! ¡Cuántos Melvilles te sobran y cuántos Cervantes te faltan! El primero nos enseña cómo un escritor puede ahogarse en su propio talento; el segundo nos mostró que, para hablar de la locura humana, basta con un molino y un hidalgo flaco. Si Melville hubiera conocido al Quijote, habría comprendido que la grandeza no necesita de veinte mil leguas de mar, sino de dos páginas bien escritas.

Así termina mi travesía por Moby Dick. No hallé la ballena, pero sí el límite de mi paciencia. Y si algo he aprendido, es que hay libros que no se leen: se sobreviven. Pero lo más estupendo es que con este acabamos por darnos cuenta del gran fraude de que durante generaciones hemos sido ingenuo objeto. Porque en realidad, y vista desde este nuestro siglo XXI, la ballena es la verdadera buena de la película.

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Raoul
Raoul
1 día hace

Oye, qué fuerte eso que ha escrito, ¿no? (Quizá el problema, aparte de no haber entendido nada o de las ganas de dar la nota, es que leyó la traducción publicada por Valdemar, realmente mala y una falta de respeto al autor y al lector.)

Ulises
Ulises
1 día hace

Estuve a nada de justificar esa supuesta imaginación que pretende ver símbolos en la ballena que, de hecho, se mencionan explícitamente en algunos capítulos. Error fatal eso de la comprensión lectora. Pero, por suerte, me di cuenta que esa tarea, además de terca, es una nadería frente a la novedosa y ocurrente imaginación que engendra descripciones y atributos como el de ser “especialista en demoliciones perversas”.
Oh Ahab! Está ballena es aún más blanca!

Diego
Diego
1 día hace

Buena descripción de quién escribió la nota (que nadie lo conoce): «…por precaución elemental, no tiene intención de escribir jamás una novela», porque cree que Melville es malo y Cervantes es bueno, pero no tendría la capacidad de Melville ni mucho menos la de Cervantes.

JMMS
JMMS
1 día hace

En total desacuerdo con Alex. Me la leí con fruición y disfruté como un enano con las singladuras del Pequod. Evidentemente, sobre gustos no hay nada escrito……

Francisco
Francisco
1 día hace

Es la segunda crítica que leo de tu autoría. Creo que hasta me parecieron la misma. Creo que escribías sobre la Montaña Mágica de Mann. Coincidí un poco, pero no en todo. Y aquí casi que me confieso enojado. La extensión de esta novela es también su portento. Si representación de la ardua tarea de encontrar al cachalote blanco. De las cantidad infinita de veces en que pudieron volverse a casa y no lo hicieron. Este libro tiene escenas memorables, que son quizás de las que menos hablaste. Recuerdo la borrachera iniciática en que que Ahab compromete a la tripulación hasta las últimas consecuencias (momento en que se pone teatral en sus formas). Recuerdo cuando ven a los cachalotes amamantando a sus crías, como una visión sacrosanta. Recuerdo ese final simbólico en que Ismael se salva naufragando dentro de un ataud. Recuerdo sobre todo, estar suspendido con Ismael en la aventura. Un tiempo mayor al de la lectura real. Un tiempo en que entre el trabajo y la vida del hogar pensaba en Moby Dick, en cuando encontraría ese breve espacio para poder continuar la travesía.
Deberías ser más bondadoso con aquellos que decidieron resignar su tiempo para crear mundos que a muchas han salvado. Deberías ser todavía más bondadoso con sus creaciones que para ellos son como sus propios hijos.

José Oviedo
José Oviedo
21 horas hace

¡Qué buen troll eres Alex!

Diego Andrino Mata
Diego Andrino Mata
18 horas hace

Lo que el autor obvia es que Moby Dick es un ejemplo clásico de maximalismo americano, de forma tal que autores que van desde David Foster Wallace a Stephen King adoptan una y otra vez sus lecciones. Estás van desde las descripciones meticulosas a los diálogos pedagógicos, de las metáforas bíblicas al simbolismo imbuido del periodo clásico romano y griego. El capítulo enciclopedico de Moby Dick dedicado a las ballenas es tan necesario como lo es crear de la manera más exacta posible el entorno físico y temporal donde tendrá lugar la novela

Txarly
Txarly
18 horas hace

Yo lo acabo de terminar, y comparto que es tedioso si lo miras con ojos de 2025. Tampoco es que 2025 sea una maravilla, solo vale el estímulo rápido, vamos perdiendo la capacidad de concentración. Tal vez soy hombre de mi tiempo, leo antes de dormir y con este libro dormía pronto y profundo. Leerlo en inglés tampoco ayuda, el diccionario no te ayuda con esas expresiones marineras, y wikipedia poco. Añádele Sesto el vocabulario marino antiguo!
Pero tiene sus cosas buenas. En los 1850s sería un tratado sobre ballenas, ves como avanzaba la ciencia en esos tiempo, en qué estado estaba, esos viajes de 3 años, el espíritu aventurero, como reponían personal en lugares remotos y el personal tan lleno de personajes de la tripulación. No me extraña que sean un poco filósofos.
Se me ha hecho duro, pero no me arrepiento!!

José
José
6 horas hace

Una demolición no tan perversa..