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Periodismo santurrón

Periodismo santurrón

Mucho me temo que el periodista es el nuevo santurrón. Cuando un periodista se dirige tan solo a un grupo ideológico (como clientela) y pesa más agradar a ese grupo que la búsqueda de la verdad, observamos ahora que el periodista se convierte en un defensor de la moral de ese grupo, transmuta en moralista, pasando de ejercer su oficio a ofrecer homilías en el género periodístico que mejor se le dé.

En el periodismo que estamos padeciendo a un lado y otro del consabido espectro político, con actores polarizados, el periodista defiende la corrección del pensar de los suyos independientemente de cuál sea la verdad, y continuamente es cazado en contradicciones y falacias camino de la posverdad, que finalmente se establece y amenaza con prevalecer. Los peligros de la posverdad han sido ya anunciados —lo han hecho los propios periodistas santurrones, mientras acusaban de sus males a sus homólogos contrarios—, y se resumen en ruido, indiferenciación o caos y, finalmente (tarde o temprano), en algún tipo de violencia que restituya la calma, si no el totalitarismo de izquierdas o de derechas, si no el fascismo. Llegado ese momento, la posverdad vacía de sentido es lo que importa y, en ese vacío, cabe lo peor.

"Se trata de una trifulca que no es más que pura ñoñería"

Sobre el caos ya nos avisaron los clásicos de la tragedia griega: el cielo se confunde con la tierra, el sol y la luna parecen el mismo astro y los mortales se intercambian con los dioses. La posverdad se define porque hace prevalecer emociones y creencias en vez de hechos objetivos contrastables, es una manipulación infantil de la realidad para convertirla en una fantasía indistinguible de lo real. La ñoñería es condición para la posverdad. La fabricación de posverdad requiere de la infantilización de la ciudadanía mediante emociones horribles o bonitas, victimizaciones o heroicidades sin épica. El periodismo santurrón es un catalizador de las ñoñerías necesarias para generar un clima de posverdad en el que los dioses —políticos— queden a salvo. Es un periodismo de mosqueteros al servicio de su “majestad”, que en vez de dirimir sus diferencias mediante la espada, lo hacen mediante el verbo malo y gritón, sin duda menos épico y carente de la honestidad que requiere del correr de la sangre propia, aunque también un poco menos violento para ellos, no tanto para el que mira. Mejor estaría que los periodistas santurrones defendieran sus ideas, en vez de con verbo contundente, a mandoble limpio. Sería más espectacular y mejorarían las audiencias.

“Santurrón” es el calificativo correcto porque, según el diccionario de la RAE, se trata de un “hipócrita que aparenta ser devoto”, y en esto de lo que hablamos, ese periodismo santurrón de las tertulias televisivas, por ejemplo, hay un tanto de “aparentar”, otro tanto de “devoción por unas ideas o un partido político” y bastante de “hipocresía”, al tener que hacer pasar por genuino lo que en realidad es puro interés. No hay gran diferencia de proceder teatrero, circense, si comparamos a los héroes de la lucha libre sobre la lona, los dramáticos monólogos de los forofos futboleros en el plató de El chiringuito (performers unos del Real Madrid y otros del F. C. Barcelona), y el prurito moralista del periodista santurrón que polariza la verdad del día entre los políticos suyos muy buenos y los políticos otros muy malos. Lamentablemente, luchadores de lucha libre, dramáticos futboleros y periodistas santurrones son la misma vaina sin pelar. Se trata de una trifulca que no es más que pura ñoñería.

"Cree que piensa libremente, pero se somete al sesgo que más le calienta y resulta muy sencillo que se pierda (o se halle) en el dogmatismo"

Ya no importa la verdad, sino la eficacia del santurrón al defender una cosa o la contraria en cada acción “profesional”. Lo de “gazmoño” —que también apunta el diccionario de la RAE— viene al pelo porque el moralismo periodístico ha de emocionar agradando al cliente ideológico (al meridiano vampiro moral) y tiende a la cursilería para abrigarlo y adormecerlo y fidelizarlo y que no se despiste por otros derroteros de la razón, por otro sesgo cognitivo, por otra ideología, por otro nicho del mercado del voto. Por desgracia, así el cliente de la verdad ad hoc se vuelve fiel, acrítico con lo de los propios, todo lo contrario que un espíritu crítico o un librepensador. Cree que piensa libremente, pero se somete al sesgo que más le calienta y resulta muy sencillo que se pierda (o se halle) en el dogmatismo.

Como ya es evidente, por “santurrón” no me refiero a la marca de turrón de algún monasterio, sino a un estado de la cuestión periodística que dista mucho de ser la idónea. El periodista santurrón ni siquiera sabe que lo es, pero sí es muy consciente de posicionarse donde debe: su iglesia somos los de su sesgo. Solo después de posicionarse puede interpretar bien su papel, que es de índole curil. Al fin y al cabo, nos “cura” de pensar lo mismo que esos otros.

"El exceso de moral impregna muchas informaciones. El posicionamiento moral las adorna como si fuese lo normal, como si nada"

Posicionarse con los que piensan una cosa o la contraria (siempre con los unos o siempre con los otros), y no permanecer en la posición de periodista, se ha convertido en lo más socorrido de su oficio. Pero el periodista santurrón se sitúa fuera de sí, en el exterior del periodismo, donde están las causas político-religiosas, donde la moral de los unos o la moral de los otros, siguiendo la estela del ideario diario de los partidos y, lo peor, fomentando la proliferación del inefable homo lorus en el que nos hemos convertido. Son tan molestos los periodistas de la santurronería televisiva porque no conversan, lideran vocingleros y amplificadores el griterío propio de una jaula infestada de pájaros. Igual que los pájaros se imitan, el homo lorus no puede evitar hacerse eco de su propio eco.

Y para qué ofrecer ejemplos, si los tienen ustedes al alcance de los ojos todos los días a todas horas en todas las televisiones, pero también en radios y periódicos. El exceso de moral impregna muchas informaciones. El posicionamiento moral las adorna como si fuese lo normal, como si nada. Recientemente hemos visto espectáculos periodísticos moralistas fantásticos: en el deporte, en la política, en lo cultural, en lo social, en la justicia, en lo geopolítico… Se diría que prácticamente no hay noticia que no nos llegue revestida de un oropel de bisutería cara, por querida.

Antes esto no era así.

El periodista santurrón es el trastocado en moralizador principal de la sociedad. A menudo ni siquiera necesita una consigna política. Implanta la nueva moral, o defiende su moral opuesta a la hegemónica, sin necesidad de que nadie le mande, es decir, religiosamente, cumpliendo con una misión que se diría que le excede, que no es divina pero sí expresión de su dogmatismo. Con su posicionamiento innecesario, gratuito (poco profesional), el periodista santurrón propende a la cancelación como medida moralizante, convencido de que mejora el mundo —él, un periodista— al escoger para su difusión no lo más relevante sino lo que le conviene, y al silenciar la difusión de lo relevante que no le conviene —en lo que podemos considerar un acto de “corrupción”, ya se corrompa por mandato de los jefes del medio y la línea editorial (es decir, por su propia supervivencia de periodista) o por sus públicas o secretas creencias—.

"Ya no estamos saturados de información, sino de sermones"

El periodista santurrón tiene éxito. Lo tiene porque se dirige a un gran nicho de mercado, ya establecido: o bien se dirige a unos, o bien se dirige a los otros. Así de simple y así de simplificador de la totalidad. Que los opuestos le insulten va en la soldada de santurrón, va en el sueldo de soldado de una moral, y además los insultos le condecoran, le sirven de medalla ante los suyos. El oportunismo, por desgracia, se ha convertido en ley de supervivencia, o al menos eso se cree sin que nadie haya puesto mucho empeño en comprobarlo no siendo oportunista.

Pero además, en muchos casos, parte del sueldo del periodista lo sufraga, directa o indirectamente, bien el Gobierno, bien los que quieren gobernar. Un interesante medio internacional con base en Australia (de nombre Quillette y que se declara “no partidista” además de afirmar que basa sus análisis e informaciones en “la razón, la ciencia y el humanismo”), publicaba recientemente un artículo en el que se refería: “El sueldo de los periodistas no debería depender del Estado. Más de un tercio de los sueldos de muchos periodistas canadienses lo paga el gobierno de Justin Trudeau, lo que crea un evidente conflicto de intereses”. En nuestro país, España, no parece que sea muy diferente.

Ya no estamos saturados de información, sino de sermones. El periodista se ha creído un apóstol redentor. Es un proselitista un tanto histérico. Yo mismo, sin ser periodista, habré incurrido en ello cientos de veces. Me temo que la santurronería está bastante extendida entre los consumidores de información, entre los activistas de lo que sea y entre los usuarios de redes sociales (es decir, entre el público en general).

¡Qué extraordinarias son las excepciones! Cada vez hacen más falta.

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John P. Herra
John P. Herra
8 ddís hace

Artículo certero. Cuando leo a algunos periodistas, parece que escriben para una secta. Hay quien le gusta, pues que lo disfruten.