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viernes, 10 de marzo de 2023

COSA DE BRUJAS

Otro de esos títulos españoles mediocres de la primera mitad de la década 00 que llegaban a nuestras salas un tanto sin saber por qué, y que el público olvidaba tan pronto como salía de la sala. “Cosa de brujas” destaca especialmente por una interpretación absolutamente subnormal por parte de Antonio Hortelano —que da vida a un mensajero un poco cortito… pero no tanto como él lo hace parecer— y la sensación inicial de que podemos estar ante un producto funcionalmente entretenido, hasta que la cosa se va de madre y ya no sabemos que demonios ocurre pasada media hora y, lo más triste, a esas alturas ya ni nos importa.
Se trata de una película de historias paralelas descolocadas que se cruzan entre sí formando de esta manera una sola, y con un guion tan enrevesado que hay que ser muy bueno para llevarlo a buen puerto. Da la casualidad que en este caso Amalio Cuevas y Agustín Póveda, responsables de “Bazar Viena” y “El chocolate del loro” respectivamente, son guionistas para salir del paso y están más preocupados de unir los cabos de este guion que de contarnos una buena historia, que, dicho sea de paso, puesta en orden, es una auténtica chorrada.
Un individuo de pasta pone una bomba para cargarse a un socio suyo. Durante la explosión aparecen dos extraños ancianos que le lanzan una maldición consistente en que sus sueños se van a cumplir, y que sabrá el motivo de todo ello cuando vea a un gato negro con una luna llena (¿?) Veinte años más tarde, un mensajero es protagonista de una serie de extraños sucesos que le llevarán a encontrar un gato negro y a conocer a la pareja de ancianos que, asimismo, le concederán la gracia de materializar sus deseos,  que no van más allá de perder la virginidad y que le toque la primitiva. Por equis circunstancias acaba muriendo, y la acción nos traslada a lo que estaba pasando mientras, a través de los ojos de los otros personajes con los que se ha ido cruzando el mensajero durante su insulso relato. Un cristo en el que abundan las malas interpretaciones, el sinsentido y sobre todo la comedia involuntaria. Es tan ridícula que, para hacerla parecer menos, en las bases de datos de Internet se la cataloga de thriller con dosis de humor. Vamos, un poco como cuando el productor de “Fotos” recomendó a Elio Quiroga que dijera en la rueda de prensa de su estreno en Sitges que su película era una comedia para así justificar el hecho de que el público se estaba partiendo el culo.
El reparto asimismo es aleatorio a más no poder, y junto a Hortelano —al que habría que ponerle un monumento— tenemos muy desfasados a Pepe Sancho (excelente actor, hasta que le sueltan un poco la cuerda… y aquí no hay cuerda) y Manuel Manquiña (cuya secuencia esnifando cocaína y el recital de gestos y convulsiones con los que acompaña la esnifada son para darle un premio), Alberto San Juan haciendo de Alberto San Juan, Jorge Sanz, Pilar Bardem y Saturnino García ¡haciendo de hijo de la Bardem! También tenemos un papel protagónico para una modelo italiana, Manuela Arcuri, que tiene bastante peso en la historia y que en su casa conocerán. Eso sí, luce tanto palmito que uno se cuestiona si la muchacha está en la película exclusivamente para eso.
El director es José Miguel Juarez, que tuvo su momento de bonanza con su ópera prima en los 90, un film al servicio del entonces de moda Jorge Perugorría titulado “Dile a Laura que la quiero”, continuó con una cosa extraña sobre conquistadores con Bud Spencer titulada “Hijos del viento” y ya, después de “Cosa de brujas” no ha vuelto a dirigir película alguna.
En definitiva “Cosa de brujas” es bastante mala, pero entre las risas y que la cosa en general ha degenerado mucho desde 2003, pues uno se sienta y la ve de principio a fin tranquilamente, sin mirar el móvil.

lunes, 10 de abril de 2023

ENTRE TODAS LAS MUJERES

Rodada en Bilbao, de producción eminentemente vasca y basada en una novela, “Los cuerpos de las nadadoras” de Pedro Ugarte que asimismo co-firma de la paternidad del guion, “Entre todas las mujeres” es una comedia ligera que gira en torno a un individuo que, asociado a un estafador, acaba en prisión por culpa de los negocios ilegales de este y desde allí rememora sus relaciones sexuales y/o amorosas con las mujeres. Sin más.
Una sucesión de secuencias en las que Ramón Barea interactúa con féminas o con extraños poetas pervertidos que le dan al sado maso.
Yo a esta película la descubrí una tarde tonta, dando una vuelta nada menos que por un “Boom Vídeo” a finales de los 90. Entonces veía todo lo que oliera a comedia española y “Entre todas las mujeres”, aunque a priori no me decía nada, apestaba a eso. Sobre todo destacaba su cartel, cutre donde los haya, y la presencia en el reparto de Antonio Resines, aunque el protagonista era Ramón Barea. La alquilé, la vi, recuerdo que no me pareció mal y le perdí la pista.
Lo curioso del asunto es que se trataba de una película muy rara de la que no había escuchado hablar previamente. Y después del visionado de aquel alquiler, tampoco volvería a hacerlo jamás. Si en mis conversaciones alguna vez la saqué a relucir, nadie tenía ni pajolera idea de lo que les estaba diciendo.
El otro día me acordé de ella y, no sin cierta dificultad, me agencié un ripeo del VHS de la época con la firme decisión de volver a verla, porque lo cierto es que ya no me acordaba de ni un solo fotograma de la película. Solo que en su momento me había gustado ligeramente. No me dejó indiferente de alguna manera.
Y resulta que se trata de una película bastante ignota, que tuvo ciertos problemas de promoción y propiciaron que en su estreno, allá en 1998, se lanzara totalmente de tapadillo, en un año en el que la entrada media de una película española casi llegaba al medio millón de espectadores. Esta no llegó ni a los ochocientos. O sea, que se trata de una de las películas “de verdad” con menos recaudación de nuestra historia. Y hago hincapié en lo de “de verdad”, porque en la era digital han llegado a las pantallas un buen número de títulos de carácter amateur que se han llegado a estrenar en salas con cifras estúpidas de uno o dos espectadores, ya que ahora es más fácil exhibirlas (otra cosa sería la promoción y demás). Pero “Entre todas las mujeres” es una de verdad, de industria, y rodada en los 35mm cada vez más añorados por mí. No la vio nadie.
Al margen de los tejemanejes de pudiera (o no) tener la productora, es curioso lo escondida que ha estado siempre esta película. Cuando la lanzaron en vídeo tampoco pusieron en circulación demasiadas copias, por lo que al final somos cuatro gatos los que la hemos visto. Y dos a los que, además, nos ha gustado. Y me gusta, por  su condición de rareza, por extraña, por diferente… y por sosa. “Entre todas las mujeres” es rematadamente sosa. Y montada con muy poca destreza. Está construida a base de flashbacks y, aunque contada con voz en off (ya que se opta por hacer que el protagonista explique su historia en primera persona, como en la novela), al espectador le cuesta enterarse de si la narración es aquí y ahora o tiempo atrás, lo que le otorga un aire aún más extraño. El prota parece entrar y salir de la cárcel a antojo cuando lo que de verdad sucede es que nos habla desde la prisión y el resto de lo que vemos son flashbacks. No se entiende nada, pero por algún motivo, aun consciente de todas estas cagadas narrativas, la película me funciona. Y también me funcionan esos aires tragicómicos que se trae, que muchas veces ni ella misma sabe dónde va a ir a parar.
Como digo es sosa y deslavazada, pero en conjunto se deja ver con agrado. Ramón Barea por lo general suele estar bien y, aquí, con su bigotazo y su cara de sorpresa, se echa a la espalda la película que si en algún punto decae, desde luego no es por él.
Le secunda Resines, que como siempre hace de Resines, y gente como Juan Viadas o Saturnino García, habituales del cine vasco de los 90.
El director, Juan Ortuoste que ejerce además de productor, en esta y en otras tantas, previamente dirigió una película a medio camino entre el thriller y el cine quinqui titulada “7 Calles”, otra cosa que también parece que se le haya tragado la tierra titulada “El mar es azul” (y que no hay forma de encontrar) y la que nos ocupa. Tras esta, el señor Ortuoste no ha vuelto a dirigir película alguna. No me extraña… si se estrenan y no se entera ni dios…

viernes, 22 de junio de 2018

JUSTINO, UN ASESINO DE LA TERCERA EDAD

“Justino, un asesino de la tercera edad” cuenta la historia de un apuntillador que se jubila. Ante el estupor que le produce la vida contemplativa, y la falta de respeto que recibe de su propia famila, se dedica a asesinar gente para para pasar el rato, mientras sueña con irse de vacaciones a Benidorm. La gracia está en que, como se trata de un anciano, nadie puede imaginarse que el artífice de estos asesinatos, pueda ser Justino.
“La cuadrilla”, tandem de directores españoles formado por Santiago Aguilar y Luis Guridi, irrumpe en el cine español en un momento bastante propicio para hacerlo; en plenos años 90 y con el boom del cine gore y la  caspa a pleno apogeo.
Son tiempos en los que se impone un cine gamberro (e irritante) con nombres como Santiago Segura o Alex de la Iglesia capitaneando lo que es también un relevo generacional, tiempos en el que el cortometraje de género español, lejos de ser relegado al ostracismo, se programa incluso en televisión, y tiempos en los que una película pequeñita, de no más de 13 millones de pesetas y rodada en 16 mm y blanco y negro, sobre un anciano que asesina gente para pasar el rato, aspira a varios Goya, e incluso se lleva alguno.
Ergo, perteneciendo esta película a aquella época fatídica, en la que incluso un director tan oscuro y personal como Juanma Bajo Ulloa cambia de registro para hacer el cafre de mala manera con la exasperante “Airbag”, “Justino, un asesino de la tercera edad” no gozaba en absoluto de mis simpatías.
Sin embargo, quedando lejos aquellos tiempos infames y siendo sus directores los más auténticos de aquella hornada , despojándome de los prejuicios que en mí generan aquellos tiempos, me siento frente al televisor dispuesto a ver y juzgar objetivamente, una película que, sin embargo, lleva en mi videoteca una buena ristra de años. Y, a parte de que posiblemente el paso de los años haya beneficiado a la cinta, así como el buen aspecto que brindan los 16 mm. en blanco y negro (que a poco que ilumines con un foquito bien colocado, ya le da a todo aspecto expresionista), lo cierto es que esta película, pequeña, barata, es demasiado extraña para tratarse de un producto mainstream, y demasiado ostentosa si la calibramos como un producto amateur, que es de lo que tiene alma.
Al margen de esto, yo diría que es un poco una revisión de aquellas comedias negras  españolas de los años 50 tipo “El Pisito”, pasada por la turmix de las tendencias de mediados de los 90 (o sea, gamberrismo, sangre, asesinatos…), lo cual, en cierto modo, es siempre positivo pese a que a los directores les precediesen cortos como “La hija de Fu – Manchú 72”, que derrochaba enojoso postmodernismo, y que podía hacernos intuir erróneamente que  los tiros de este “Justino…” iban a ir por ahí. Pero no.
Y es que, al margen de ese look a lo Marco Ferreri (¿voluntario o consecuencia directa del 16 mm. en blanco y negro?), la posible gracia que tenga la película, la puesta en escena vanguardista y lo divertido de la historia que nos cuenta, a mitad de película, cuando “La cuadrilla” tratan de inculcar a la caótica escena en la que Justino asesina a su vecina cierto toquecito “slapstick”, se ve que “La Cuadrilla” no estaban todavía muy curtidos y el ritmo que hasta ese momento tenían tan bien medido, se va al carajo  en adelante. La escena final, con la carnicería en la residencia de ancianos, se ve solapada por el humor chabacano que traen los policías que irrumpen en la escena del crimen, quedando todo, no solo muy de andar por casa, sino tonto. Queda mal.
Pero, para cuando hemos llegado a ese punto, ya la película esta a punto de acabar, y lo cierto es que es una hora y media que pasa en un santiamén, y en la que, sin duda, nos hemos entretenido. Y lo que es mejor, nos hemos hasta reído. No está mal la cosa.
“Justino, un asesino de la tercera edad”, sería, a pesar de todas sus carencias económicas, la primera —y la mejor— de la trilogía de “La Cuadrilla” a la que tuvieron a bien llamar “España por la puerta de atrás”, y si bien “Justino…” tiene cierta gracia y montones de aciertos estéticos y narrativos (tantos como fallos), sus siguientes películas, “Matías, Juez de línea” y “Atilano, presidente”, películas que debido al revuelo que tuvo “Justino…” en el media español, gozaron de mayor presupuesto, son ya una cosa aburrida, lenta y carente de la personalidad que sí tiene esta.
Con Saturnino García, Carlos Lucas y Paco Maestre encabezando el reparto, tenemos pequeños papelitos para Juanjo Puigcorbé, Popocho Ayestarán, Félix Rotaeta o la mítica Marta Fernández Muro.
“La Cuadrilla”, tras su trilogía, no volvieron a hacer más cine, ni juntos, ni separados, a parte de un documental muy triste que Santiago Aguilar dedicó a  Carlos Lucas; “De reparto”. Eso sí, se han ganado la vida en el audiovisual después.