lunes, 1 de diciembre de 2025

Gabriela Wiener: Ama rápido

 AMA RÁPIDO

No se puede amar lo que tan rápido fuga.
Ama rápido, me dijo el sol.

José Watanabe

Somos como ese niño poeta al que han hecho
un encargo imposible:
cuidar un bloque de hielo expuesto al sol.

Así, cada día, aprendo a cumplir con la vida,
a lidiar con la fugacidad,
a cenar temprano,
a charlar intensamente,
a dormir poco.
Pincho la música fuerte en la sobremesa.
Bailo antes del postre.
Me tomo la cerveza antes de que se caliente.
Me salto los preámbulos del amor.
Pero no me doy prisa.
No corro.
Ya no quiero llegar a ningún lado.
Solo quiero que no se acaben las cosas,
quiero hacerle un agujero negro
a este instante
y meterme por ahí
y alargarlo lo máximo
como una mina secreta,
expandirlo como se expanden
las cosas que no sabíamos que eran profundas.

Solo pienso en propagar la energía
más inútil posible,
enchufarme a la pared,
recargar, irradiar hasta el fin.

Me dan ganas de organizar
una pequeña fiesta llamada Eternidad,
como en mi adolescencia limeña
de apagones y bombas y ron con naranja.
Y secuestrar a las personas
que se han atrevido a visitarme
y que terminarán inevitablemente
fugando como se fuga el hielo.

Porque la noche también se acabará
y también el toque de queda se acabará.

No os vayáis, lloriqueo, no os vayáis,
quedaos conmigo.
Solo un rato más.

Me siento como cuando mi mamá
se fugó a Coina con nosotras
y nos podía coger en brazos
a mi hermana y a mí a la vez,
como un animal muy grande
huye de papá oso.

Como cuando me metí en las aguas verdes
de Quistococha
con cien niños libres y salvajes
salpicándonos la vida.
Y él me miraba ser desde la orilla.
No, la vida no es corta,
la vida es un viaje en mototaxi.
Es mi abuelito de 104 años
en un bus camino a Chiclayo
para comer chifles, pescar
y abrazar un árbol.

Y escribo lo primero que se me ocurre.
Y recupero el primer número de teléfono
de marcación reciente.
Y escucho, nada más que escucho.
Y digo te quiero aunque sea pronto.
Y digo te necesito aunque aún no te necesite.
Y si me preguntan
qué hacer les digo lo que pienso.
Y si me ofrecen algo lo acepto.
Y si me piden perdón lo doy.
Y si me tiran odio lo devuelvo.
Y si me sacan de aquí me voy.
Y si me piden que regrese vuelvo.
y si me preguntan si deben hacerlo
les digo que lo hagan.
Y si quieren follar conmigo,
follo contigo.

Y me siento
como cuando el profesor de educación física
nos decía que trotáramos sobre el sitio.
Así estamos,
trotando en el sitio,
corriendo sin movernos,
llegando sin habernos ido.

Por eso prefiero amar rápido,
como dice el sol, y amarlo todo,
absolutamente todo,
derritiéndose cada minuto,
dejando nuevas formas puras en el mundo.




Gabriela Wiener

en Una pequeña fiesta llamada Eternidad.

La bella Varsovia/Poesía


viernes, 30 de agosto de 2024

José Hierro: El muerto

 

Aquel que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría 
no podrá morir nunca. 

 Yo lo veo muy claro en mi noche completa. 
Me costó muchos siglos de muerte poder comprenderlo, 
muchos siglos de olvido y de sombra constante,
muchos siglos de darle mi cuerpo extinguido 
a la yerba que encima de mí balancea su fresca verdura. 
Ahora el aire, allá arriba, más alto que el suelo que pisan los vivos 
será azul. Temblará estremecido, rompiéndose, 
desgarrado su vidrio oloroso por claras campanas, 
por el curvo volar de gorriones, 
por las flores doradas y blancas de esencias frutales. 
(Yo una vez hice un ramo con ellas. 
Puede ser que después arrojara las flores al agua, 
puede ser que le diera las flores a un niño pequeño, 
que llenara de flores 
alguna cabeza que ya no recuerdo, 
que a mi madre llevara las flores; 
yo querría poner primavera en sus manos). 

 ¡Será ya primavera allá arriba! 
Pero yo que he sentido una vez en mis manos temblar la alegría 
no podré morir nunca. 
Pero yo que he tocado una vez las agudas agujas del pino 
no podré morir nunca. 
Morirán los que nunca jamás sorprendieron 
aquel vago pasar de la loca alegría. 
Pero yo que he tenido su tibia hermosura en mis manos 
no podré morir nunca. 

 Aunque muera mi cuerpo, y no quede memoria de mí.




José Hierro
En Alegría. Libro recogido en Poesías completas (1947-2002).
Visor.

martes, 27 de agosto de 2024

Rosana Acquaroni: Lo que más me gustaba

 LO QUE MÁS ME GUSTABA

era hurgar en el cajón de tu mesilla.

Tropezar con aquel inventario de cosas inservibles.


El pastillero roto,

la cajita de nácar con mis dientes de leche,

negativos sin fotos,

emulsión transparente

donde la oscuridad deslumbra

con su plata metálica.


Escenas ya vividas

por la mujer que fuiste en otro tiempo

y que yo me empeñaba en comprender.


Caracolas sin mar,

                         pelusas y botones

un guante desparejo,

como esos piececitos de cera bendecida,

esas manitas huérfanas

que cuelgan en algunas capillas,

exvotos que celebran

la curación de un niño enfermo.


Llaves arrinconadas

que extraviaron sus puertas      sus cerrojos

magia desvencijada     piezas

sin ensamblaje

deterioros

todo formando parte de tu vida anterior.


Un humus florecido

en el bancal de tierra removida

donde la infancia encuentra una tarea,

una razón de ser.




Rosana Acquaroni

en La casa grande.

Bartleby editores.


domingo, 11 de agosto de 2024

Valentín Carcelén: La morera

 Al sol del patio de ella escuela, 

como un sueño o visión febril, 

amarillea la morera 

con el oro más verdadero 

del otoño. 

                 A sus pies, la alfombra esponjosa y dorada

de hojas recién caídas 

se abre a mis ojos aturdidos, 

y a duras penas puedo reprimir 

un deseo ancestral 

de volver a ser pequeño 

y de lanzarme y revolcarme 

en el lecho de hojas crujientes, 

sin tiempo y sin obligaciones, 

desnudo y sin necesidades.




Valentín Carcelén

En El pasado.

Chamán ante el fuego.

Rosa Berbel: Dos poemas de Las niñas siempre dicen la verdad

 ORÁCULO DE DELFOS


En Delfos inventaban el futuro,

nunca lo anticiparon.

No hay adivinación posible en los oráculos 

ni en sucesivas formas de misterio, 

sino una luminosa fe creativa.

Astrología, bolas de cristal, tarot, 

las palmas arrugadas y secas de las manos, 

todo funciona igual y se sustenta 

anafóricamente 

sobre la misma idea:


siempre, sin ninguna excepción,

la imagen crea el acontecimiento.


cuando digo mañana nos convoco.




EL FIN DEL VERANO


La infancia ha terminado.


En esta casa nueva, 

no reconozco el orden de las cosas, 

ni la lógica esquiva de la sangre.


Pero sé que hay lugares 

en los que basta solo una palabra 

para encender el fuego.




Rosa Berbel

En Las niñas siempre dicen la verdad.

Hiperión.


lunes, 15 de julio de 2024

Rosana Acquaroni: 1

 Vi la cierva que el bosque

eligió parra mí como encendida

quietud tras el ramaje.


No me atreví a moverme.


Mi corazón cosía sus pedazos

de piel entre las hojas.


Solo un perfil mostraba.

Era un ojo que mira

como un hueso de níspero

flotando en el estanque.


Habló mientras la nieve

                se cubría de pájaros:

—Hay que vivirlo todo—.


Y en su hocico de museo

temblaba un avispero.


Después,

suspendido ya el tiempo

atrapada en el ámbar del instante

levantó la cabeza

                       —su tronco moteado.

Sus cuatro extremidades—.


Desde entonces 

                               me digo la verdad.


Cada mañana vuelvo

a la senda vacante

por ver si ella me aguarda.


En las horas de insomnio

siento su lengua que me arde

como un alga en la cara.


Ya me vence el cansancio.


Pero si ellos regresa,

si la cierra viniera de nuevo a mis oídos

yo les pondría fin

                              a estas palabras.



Rosana Acquaroni

En 18 ciervas

Bartleby Editores


lunes, 8 de julio de 2024

Luis Muñoz: Irrupción

Hay un codo de sombra
hundido en a pared del cuarto.

Las palomas se fían
de las semillas puestas
en el alféizar.

El viento que las mueve,
verde y puntiagudo,
reluce en las vetas
de los recuerdos nuevos.




Luis Muñoz
en Un momento.
Colección Visor de poesía.