Castle Rock Asylum

Bienvenidos a la locura.

I Antología de Relatos de Terror Castle Rock Asylum

Ya disponible en Lektu.

Colabora

Colabora con nosotros.

Mostrando entradas con la etiqueta relatos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta relatos. Mostrar todas las entradas

sábado, 28 de marzo de 2020

El que repta por Rain Cross


Lo noto. Dentro de mí. Se arrastra, cobarde, para no ser visto. Envenena mi mente, devora mis sueños, tratando de hacerse por completo de todo mi ser. Intento en vano resistirme, no quiero dejar de existir. No puedo dejar que salga victorioso de esta guerra.

Eso que llevo dentro mastica mi alma y la escupe al suelo como si fuera un pedazo de carne putrefacta. Mientras yo, maltratada, me levanto una y otra vez ofreciendo resistencia con la poca cordura que aún me queda.

Pero hoy por fin eso consigue arrastrarme a los infiernos, triunfante, desde donde veré el mundo arder. El que repta ha ganado la batalla. La humanidad se convertirá en un amasijo de sangre y cenizas.





lunes, 10 de febrero de 2020

Reseña Crónica de Sucesos, de Tamara López


Sinopsis:

Crónica de sucesos es el primer título en solitario de Tamara López, la bloguera conocida como Chica Sombra. Este libro recopila la totalidad de su narrativa breve previamente publicada en diversas antologías colectivas, más alguna sorpresa inédita. Si el lector se encuentra entre quienes compramos el periódico únicamente por la sección de sucesos, este espeluznante puñado de historias no provocará su indiferencia.

Opinión de Rain Cross:

Tamara López, más conocida entre estos muros como Chica Sombra, después de participar en diversas antologías nos ofrece su primera novela en solitario. Y, como no podría ser de otra cosa, nos deleita con un colección de sus historia de terror.

Crónica de Sucesos consta de trece relatos donde los protagonistas se encontrarán cara a cara con el horror, el misterio y la muerte. Con prólogo de Tony Jiménez (El que se esconde) e ilustrado por Nicolás Martínez Cerezo, ésta antología nos trae tanto relatos ya pertenecientes a otras antologías como algún que otro nuevo con el que os prometo disfrutaréis muchísimo.
La narrativa de López es directa, sangrienta, y te deja sin aliento a lo largo de las páginas.

Pero pasemos a diseccionar, y nunca mejor dicho, cada una de las piezas que recoge éste recopilatorio:

Maldito internet: Las obsesiones nunca son buenas, y menos si te llevan a distanciarte de la realidad. Genial crítica al (mal) uno de las redes sociales.

Debilidad: Ambientado en la Málaga de 1962 y basado en leyendas locales, Debilidad nos advierte que a veces las buenas oportunidades laborales no lo son tanto. Gran ambientación.

El pasillo de los desalmados: Perteneciente a la I Antología de Relatos de Terror Castle Rock Asylum, esta historia nos traslada a, como no podría ser de otra manera, un manicomio donde los fantasmas del pasado se mezclan con el presente.

El día que me comí a Billy y Mandy: Uno de los primeros relatos que leí de esta autora, un slasher perfecto que nos transporta a las películas sobre asesinos de los 80. Con guinda final...

Game Over: ¿Puede convertirse tu obsesión en la peor de tus pesadilla? Puede, y debes tener cuidado con lo que hacen tus juguetes cuando no miras.

La salida: Terror en las alturas, un relato claustrofóbico con sabor a Cujo, de Stephen King.

Con el corazón en la mano: Micro homenaje al género zombi. Desolador.

Papá te quiere: Uno de mis favoritos, con un giro final nada esperado. Gran trabajo narrativo de la autora.

Podría: Pequeña y triste historia sobre la pérdida. Y hasta ahí puedo escribir.

Vamos por partes: Vuelta de tuerca a la vida de Jack El Destripador ambientada en Vallecas. Muy sangriento.

La descerebrada: Relato circense sobre una no muerta muy particular. Con gran mensaje final.

Mi monstruo particular: A veces, el hombre es el peor monstruo de todos.

Muerte feliz: Ironíca historia sobre seguros de vida. Me ha encantado.

En resume, Crónica de Sucesos es una antología con grandes relatos con el cual los amantes del terror disfrutarán de lo lindo con la pluma directa de Tamara López. Deseando que se aventure en nuevos proyectos muy pronto.

¿Lo recomendaría?

Absolutamente, es una antología con unas excelentes historias y ágil de leer. Perfecta para pasar una noche terrorífica.



miércoles, 18 de diciembre de 2019

Sedición por Kalton Harold Bruhl



Imagen Google

El antiguo tratante de esclavos cavilaba su miseria desde la oscuridad. Sus tierras habían sufrido los estragos de la guerra, las plantaciones habían sido quemadas, su mercancía se había rebelado y, tras una cruenta batalla, lo había perdido todo. Su familia había sido masacrada frente a sus ojos y sólo su hijo menor, el menos útil, había sobrevivido. Sentía que ya no tenía nada por que vivir.

En el aire todavía se podía respirar la pestilencia de la muerte.

–¡Papá! –le gritó el niño, sacándolo de su sopor.

–¿Qué sucede?

–Han vuelto –le dijo con voz temblorosa.

El sureño tomó una antorcha y salió a enfrentarse a los intrusos. Afuera, cientos de cadáveres deambulaban ominosamente, arrastrando los pasos, sin rumbo determinado.

–¿Qué haremos ahora, papá? –le preguntó el niño, totalmente aterrado.

–No te preocupes, hijo –su rostro se iluminó–. Trae el látigo, ¡volveremos al negocio!




Kalton Harold Bruhl (Honduras, 1976) ha publicado los libros de relatos El último vagón (2013), Un nombre para el olvido (2014), La dama en el café y otros misterios (2014), Donde le dije adiós (2014), Sin vuelta atrás (2015), La intimidad de los Recuerdos (2017), El visitante y otros cuentos de terror (2018), La llamada (2019); Novela: La mente dividida (2014). Es premio Nacional de Literatura “Ramón Rosa” y miembro de número de la Academia Hondureña de la Lengua, Correspondiente de la Real Academia de la Lengua.



jueves, 31 de octubre de 2019

Ella, por Rain Cross


By Simpleinsomnia

Allí estaba ella. Podía escuchar sus golpes a través de la puerta. No recordaba cuánto tiempo llevaba en ese lugar. ¿Semanas? ¿Meses, quizá? Sólo veía los desperdicios de comida y bebida que había consumido esparcidos por todo el suelo. Al fondo, un cubo que usaba de inodoro improvisado. Se miró en un trozo de cristal: tenía una poblada barba y su cabello era una maraña oscura, mugrienta. Cogió una fotografía de un bolsillo; los recuerdos de días felices. En ella, podía verse una familia. Dos niños pequeños, mellizos. Una mujer rubia de cara afable y un hombre atractivo de rasgos suaves. No reconocía su propio rostro en aquel trozo de papel ajado. Intentó hacer un ejercicio de memoria. ¿Cuál era el nombre de sus hijos? Su mente trabajaba a mil por hora pero los incesantes ruidos no le dejaban pensar. Uno empezaba por R. El otro… no lo recordaba. Se centró en la mujer. Su mujer. A los pequeños los perdió hacía ya demasiado tiempo; a ella, en cuanto se encerró a cal y canto en aquél inhóspito lugar. 

Pero había vuelto. Le esperaba. Él lo sabía. Y quería venganza. Observó sus escasos víveres: ya casi no le quedaba comida, y lo que era peor, ya no tenía ganas de vivir. No sin su familia. No después de lo que hizo aquél día.

Los golpes seguían mientras su débil mente se iba a otro lugar. Al calor del hogar. Al amor de los abrazos de sus hijos. 

Observó la puerta; el obstáculo que le apartaba de su pecado mortal. Se acercó ella como un autómata. Suspiró, dejando que el aire raído inundara sus pulmones, y la abrió de par en par. Y allí estaba su mujer. O, al menos, lo que quedaba de la persona que había amado antes de abandonarla en el último segundo al amparo de aquellos seres.

—¿Por qué has tardado tanto, cariño?

Abrió los brazos, deseando sentir su cuerpo. El ghul se abalanzó sobre él, dándole un gran bocado en el cuello. Los dos cayeron al suelo: ella, saboreando su carne; él, sintiendo cómo la sangre fluía de la herida. Dejando que la muerte le reuniera de nuevo con su familia.

viernes, 18 de octubre de 2019

Cuando desperté por Kalton Harold Bruhl




Me despierta un repentino acceso de tos. Me froto el cuello e intento pasar algo de saliva, pero mi boca está completamente seca. Comienzo a parpadear y me encuentro con una oscuridad densa, impenetrable, que me hace abrir los ojos por completo. Extiendo los brazos hacia los lados para desperezarme, pero algo los detiene. Levanto una mano frente a mi rostro y nuevamente algo se opone. Mientras deslizo las palmas por esa superficie acolchada, la opresión en mis sienes se va acrecentando, impidiéndome pensar con claridad, pero dejándome la lucidez suficiente para que comprenda que estoy encerrado dentro de un ataúd. Comienzo a gritar y a golpear frenéticamente la tapa. Al cabo de un momento procuro tranquilizarme, con mi desesperación no lograré más que agotar el oxígeno dentro de la caja. Mientras analizo la situación recuerdo el agudo dolor en el brazo y la opresión en el pecho. Seguramente, tras el infarto, algún médico trasnochado me declaró muerto. Maldigo a mi esposa. Muchas veces le conté de mi temor a ser enterrado vivo y en cada ocasión le hice jurar que se aseguraría de mi muerte con una autopsia. Me prometo que, si salgo de esta, me encargaré de ajustarle las cuentas. Siento de pronto un molesto escozor en el pecho. Meto la mano bajo la camisa y es entonces cuando noto las costuras en mi piel. Abro completamente la camisa y paso las puntas de los dedos sobre el contorno de la cicatriz. Si todavía tuviera el corazón en su lugar seguramente habría tenido un nuevo infarto. Quisiera llorar al comprenderlo todo: sí que se aseguraron de mi muerte antes de enterrarme y ahora, encerrado dentro de esta caja, tengo por delante toda la eternidad.



Kalton Harold Bruhl (Honduras, 1976) ha publicado los libros de relatos El último vagón (2013), Un nombre para el olvido (2014), La dama en el café y otros misterios (2014), Donde le dije adiós (2014), Sin vuelta atrás (2015), La intimidad de los Recuerdos (2017), El visitante y otros cuentos de terror (2018), La llamada (2019); Novela: La mente dividida (2014). Es premio Nacional de Literatura “Ramón Rosa” y miembro de número de la Academia Hondureña de la Lengua, Correspondiente de la Real Academia de la Lengua.

jueves, 10 de octubre de 2019

Chin chin chinches (Historia real) por Román Sanz Mouta



Lunes 22: Me ha picado algo. Mordido. Una chinche en esta casa vieja de colchones roídos. La mataré.

Martes 23: Sigo a la caza. Me atacan con nocturnidad. Me comen cuando no las veo. No importa cuántas cace. No me rindo.

Miércoles 24: Mi cuerpo parece un cuadro abstracto y aberrante de bultos, ronchas y bulbos. Pica. Rasco. Duele. Evito los espejos. Debería irme. ¡Odio a las chinches!

Jueves 25: Estoy enfermo y febril. No puedo conducir. No puedo marcharme. Solo tumbarme en la cama. Su morada. Mientras chupan mi sangre y devoran mi carne. Y algo más…

Viernes 26: ………

Sábado 27: ¡¡¡Estoy embarazado!!! En el cuello, en los muslos, en el sobaco, en cada pliegue… ¡Voy a ser padre y madre!

Domingo 28: Mi cuerpo es su templo. Las noto latir, crecer, sentir, alimentarse. Sus huevas. Mis crías.

Lunes 29: Eclosionan desde todas partes. Revientan la piel. Se llevan parte de mí consigo. Mil hijos e hijas que me convierten en progenitor orgulloso. Me desvanezco, paso de nido a desayuno. Les doy todo. Adiós. Quiero a mis chinches…

Martes 30: Aún me mantienen vivo. Caparazón de carne y pensamiento. Para que vea cómo crecen. Son hijas egoístas, como todas las buenas hijas.

Miércoles 31: Una de las niñas, la hermana dominante, ya tiene el tamaño de un gato. Y está desarrollando extremidades. Es una quimera humanoide. Asusta el brillo de sus ojos…

Jueves 1: Me está estudiando. Parte a parte. Órgano a órgano. Con ayuda de sus hermanas. Desmontándome y reconstruyéndome. Me inoculan venenos para tenerme inerte e insensible, pero mi cordura no tiene cura.

Viernes 2: ¿Qué quieren hacerme? ¿Qué más pueden hacerme? ¿¡¿POR QUÉ NADIE VIENE A AYUDARME?!? Tengo miedo… Intuyo lo que viene…

Sábado 3: Se ha puesto mi cuerpo como disfraz. Carcasa. Me cose y nos recose. Se funde a mi mente para saber todo de nuestra especie: historia, habilidades, debilidades. No puedo reaccionar. Soy un pasajero en mi cuerpo.

Domingo 4: Está preparada y me ha preparado. Vamos a salir al mundo. A la sociedad. Con terribles intenciones. Intento imponer mi escasa voluntad, pero me relega a testigo mudo de los que serán nuestros actos. Ya estamos fuera… ¡Y nos miran!

Lunes 5: La siento frustrada, iracunda. No puede comunicarse con mis cuerdas vocales más allá de sus estridulaciones. No sabe interactuar independientemente del hambre y la necesidad. Nos miran como locos, extraños. No entienden nuestro comportamiento o ausencia del mismo. Están empezando a fijarse en nuestras costuras…

Martes 6: Esquivamos al mundo y volvemos al refugio, donde ruge convocando a más de las suyas que acuden por legiones. Algo malo se prepara. Salimos cada noche para la captura de víctimas, alimento y maná para la familia. Que devoran con fruición. Que intentan replicar el experimento de los cuerpos carcasa bajo el nuestro mando. Ella es Yo, Yo soy Ella. Somos Uno. Somos todo. Somos el futuro.

Miércoles 7: Nos seguimos reproduciendo. En evolución apresurada. Cada fracaso es un paso adelante. Cada organismo superviviente y humanoide, un triunfo. Los demás, comida para el enjambre. Pero debemos aventurarnos, germinar, procrear en otra forma. Brotar de útero…

Jueves 8: Hemos retornado al mundo. Perfeccionado el disfraz y cubiertas sus grietas y costras. Practicado el habla simple; la gestualidad inocente. Escondido nuestras amenazas y espinas. Trabamos contactos varios, sencillos. Pocas palabras en sintonía, aprendiendo la cadencia de respuestas y tonos. Una persona destaca, nos parece afín adecuada. Pero no debemos precipitarnos. Ya consideramos esta comunicación como un éxito. Mañana volveremos a verla.

Viernes 9: Es una mujer organismo joven. Inflada de carne. Amable. Accesible. Nos enseña la risa, el contacto leve. Queremos más. Actuamos despacio, intentando coordinar todas nuestras mentes y contener nuestras ansias. Nos despedimos con un beso. Debemos dar el siguiente paso.

Sábado 10: Nos vemos en su nido, el nuestro es privado, solo para muda y crianza. Ella nos toca, nos despoja de ropas. No se asusta de las cicatrices, de las fisuras en la carne, de la anormalidad de nuestro cuerpo compuesto. Su cerebro parece segregar necesidad, impulso, deseo. Introduce su lengua en nuestro asemejo de boca. Sentimos atracción. Respondemos como sabemos y debemos. Nuestro aparato bucal se muestra estiliforme, con uno de los tubos inoculamos el anestésico, con otro perforamos y chupamos sus fluidos. Le gusta. No cae. Juega con nuestro informe sistema reproductor. Lo usa combinado con el suyo. Nos derramamos en ella, soltamos la semilla comunal. ¿Debemos llevárnosla? Todavía no…

Martes 13: La concepción ha sido maravillosa. Ha nacido adulta arrasando las entrañas de su progenitora. Es nuestra hija y a la vez Reina y futura Madre. Nos mira con amor, con deleite, con anhelo. Nos abraza una a uno, pequeñas y grandes. Nos devora. Nos asimila. Nos convierte en parte de Ella. Reina. Me deja para el final. Me copula. Y veo sus fauces acercarse durante el clímax, orgasmo infinito de una especie. Mi cabeza vuela. Todavía puedo observarla unos segundos separado de mi cuerpo parasitado. Sus transformaciones. Es tan hermosa… La quiero. Va a convertir el mundo. Tras destruirlo. Cambiarlo todo y a todos. Un nuevo orden. Una nueva especie dominante. Y no la verán venir. No la veréis venir. Porque Ella, Nosotros, ahora también somos Vosotros…




jueves, 7 de febrero de 2019

El Escondite (Juego, ¿Juegas?) por Román Sanz Mouta



—Noventa y seis, noventa y siete, noventa y ocho, noventa y nueve, yyyyyy… cien. Quien no se haya escondido, tiempo ha tenido. Listos o no, allá voy.
Las nueve personas, entre las que tú te encuentras, habéis tenido margen suficiente para ocultaros durante la cuenta, en este juego demencial y no elegido.
Por supuesto, algunos intentaron huir, pese al aviso previo, post secuestro, pre-inicio de partida.
“No hay salida, no hay escapatoria. A menos que ganéis”. Así lo pronunció el psicópata mientras todos permanecíais atentos y atados a vuestras sillas. Amordazados. Desconocidos. Impotentes.
Tras la charla: libertad mentirosa. 
Puertas y ventanas cerradas. Gritos aparentemente inútiles. Ayuda improbable. Comunicación con el exterior inexistente. Vuestras pertenencias fueron sustraídas. De la peor manera.
Y, vista la imposibilidad de fuga, a esconderse toca, antes que empiece a buscar. Antes que empiece a encontrar.
¡Ya!
Tú lo haces en el interior de un viejo y enorme reloj de cuco. No es lo más habilidoso. Pero está lejos del cazador, y te has sumergido dentro lo bastante rápido como para que oiga a los demás seguir corriendo por la casa.
La cuenta ya ha terminado. Empieza el miedo. El verdadero protagonista.
—Voy a ir desgranando de viva voz mi recorrido. Para que me sintáis. Para que sepáis si estoy cerca o lejos. Para que incluso podáis modificar vuestro agujero oculto. No se puede ser más justo.
La voz del Ser retumba con eco por la mansión. Sus pasos crepitan.
—Salgo de la habitación y voy al pasillo. Para entrar en el aseo. Ya os echo de menos. En vuestros tronos o rincones. Inocentes. Retransmisión en directo.
Una puerta se abre, las cerradas son pistas; indican que alguien las clausuró tras de sí. Que pasó por ahí. Es un juego de lógica ilógica.
—¿Hay alguien aquí? ¿En la bañera quizá? ¿Tras la cortina?
Un órgano dentro de esa bañera late demasiado alto, demasiado asustado. La escasa tela que protegía el cuerpo dueño de ese corazón se descubre. La Criatura sonríe. Ella está paralizada.
—No quisiste irte muy lejos, ¿verdad? Me estabas esperando.
Un solo grito después de esas palabras rompe la atmósfera. No hace falta imaginación. Sabes que la ha matado. Todos sabéis.
El ser limpia el acero, y sigue hablando.
—Una menos. Ocho restan. ¿Dónde dónde estáis? Vuelvo al pasillo, iré puerta por puerta. Actualizaciones constantes. Ahora otra habitación. Vacía. Una más, ¿nadie debajo de la cama? No me lo creo. Seguro que alguien habrá, pero no en esta. Lo estáis haciendo muy bien. Me gusta. Habrá premio para el vencedor.
Se le escucha con claridad, no sabes cómo. Da igual la distancia que haya por medio, lo suave que penetre su filo. El estertor convertido en susurro. Cada palabra y gesto. Las paredes, alturas, techos o suelos. Parece cerca, hasta que parece más cerca. Te pasó cuando te capturó.
—Creo que voy a subir a la buhardilla. ¿Me tenéis una sorpresa preparada allí? No puedo esperar. Qué buen grupo. ¡Vaya que sí!
El chirrido de una escalera plegable bajando, que no se había escuchado al ser recogida. No debiera haber nadie allí. No debería.
Sus pies suben. Llegan. Son pasos largos y ligeros. Sonoros. Inconfundibles. Intencionados.
—¡Qué oscuro! ¿Importará si enciendo una luz? Ya tengo una edad. Mucho mejor ahora. ¿Qué veo? Algo parece haberse movido tras el espejo. ¿Quién está ahí?
La persona tras el reflejo no puede contenerse más. ¿Cómo le ha encontrado? No hizo ruido. Era perfecto. Tiemblas. Tiemblan todos. Se percibe y huele. La caída de la esperanza. Agazapados. Mudos. Horrorizados.
Desde el resto de guaridas son conscientes que un espejo cae quebrado en la parte más alta. Y que, a continuación, un cuerpo cae muerto junto a los cristales quebrados. También roto.
—Niños y niñas, quedan siete. Hermoso número. No durará.
Y ríe. Como el mejor villano de película.
—Vuelvo a bajar, queridos y queridas mías. Voy a entrar en la biblioteca. Quizá algún ratoncillo de campo este agazapado en el interior de un libro… ¿Quién sabe? Sois muy listos, ¿verdad?
El caminar espeso de nuevo. Con cadencia concreta. Rudo.
—¿No hay nadie aquí? Qué profunda decepción. Os tomaba por verdaderos intelectuales.
Ahora se burla de todos ellos. Vosotros. No los conoces. ¿Por qué tú? ¿Por qué esto? Te haces más pequeño e inmóvil en tu caja de horas. Apenas respiras, apenas palpitas.
—Veamos qué nos depara el comedor. Estamos juntos en esto, ¿cierto? Luego, descenderé a la planta baja, a por el resto. ¿Estáis bien escondidos? ¿Seguro? ¿No queréis cambiar? Hay tiempo. Siempre existe tiempo y oportunidad.
Oyes como un o una imprudente responde a la provocación. Sale desde donde quiera que estuviere y corre, con segura desesperación, buscando un lugar mejor. Descubriéndose. No te muevas. ¡Tú no te muevas!
—No puede ser que no haya nadie en el comedor. Es pura estadística. Mitad arriba, mitad abajo. Al menos uno más. ¿Me lo ponéis difícil? Mejor. Así es más divertido.
Ruido. Más. Sillas arrastrarse. Muebles moverse. Escándalo premeditado.
—No me lo puedo creer. ¿Acaso es Santa Claus uno de los participantes? ¿Qué aguarda en la chimenea? Veamos…
El joven, sujeto a cuatro extremidades por la estrecha cavidad, no da crédito. Menos aún cuando una mano aparece y sujeta su tobillo, sacándole de forma violenta. Golpeándose al paso que abandona su refugio de tan forzosa manera.
—Muy bien jugado. Mereces un premio. Puedes ver mi verdadera cara antes de morir.
Y otro grito. De puro terror, no de apuñalamiento ni de muerte inminente. Pánico extremo. Luego, el fino sonido de penetración, de piel rasgada por instrumento filoso. Durante segundos que son horas.
“¿Cómo puedo oírlo todo?” Te sigues preguntando. “¿Cómo me llegan estás imágenes? “¿¡¿Cómo?!?”
—He terminado aquí. Voy a bajar. Seis pajaritos por cazar. ¿Recordáis las reglas para sobrevivir?
Las normas. Las malditas reglas. Eso que explicó la criatura, ese monstruo disfrazado de humanidad. “Hay dos maneras de salvarse” contó. “Si paso dos veces por la misma sala o recinto, ya no puedo entrar una tercera. Y, si no os he encontrado para el amanecer, también podréis marcharos.”
“Hijo de puta.”
La escalera siente su peso, y lo transmite a los seis restantes. Supervivientes. ¿Por cuánto? Se acerca.
—Me decepcionaría que no hubiese nadie en el cuarto bajo los escalones, ese pequeño reducto para fantasía de niños y mayores. La casa de los castigos. Siempre en las películas de magia y fantasía. El lugar seguro. No me falléis.
No lo hacen. Esa puerta sólo para personas diminutas. Sin cerrar, simulando dejadez, abandono. La cosa la abre del todo, de par en par. Mucha oscuridad.
—Sé que estás aquí. ¿Acaso eres contorsionista, muchacha? ¿Cómo puedes estar dentro si no te veo…?
“¿Lo han engañado?”
Una pizca de ilusión te recorre el cuerpo. Casi una descarga de adrenalina. No te confíes. Sigue quieto.
—¿Me obligarás a entrar?
Esa pregunta contiene todas las amenazas.
—Muy bien. A su deseo. Allá voy, pequeña.
La Cosa se desliza, parece que reduciendo su tamaño, para entrar en el cuarto, donde no hay espacio para uno, menos para dos. Lo ves. ¡Lo estás viendo!
—No no no no no. ¡POR FAVOR! ¡NOOOOOOOO…..!
Así acaba otra vida. El Ser sale del cuartucho, del espacio mínimo.
—Os estáis esforzando mucho esta noche. Habéis sido una gran elección. Me hacéis muy feliz. Gracias por ello. Pero quedan cinco. Muy cerca. Que sea la cocina ahora. Sé que algo me espera, que vais a tomar la iniciativa. Os leo…
Y sigue su recorrido. Su búsqueda. Por lo que has entendido, ahora la sorpresa se la llevará él. Aunque no confías en ello, es difícil no aferrase a la esperanza.
—De verdad quiero que os salvéis, que me ganéis. De verdad. En mis muchos fondos soy buena gente. Os tomo cariño noche tras noche.
“Entra cabrón. Entra en la cocina.”
—Tengo un poco de hambre…
Y, por primera vez, le cortan las palabras. Dos chicos y una mujer le atacan, emboscados tras la puerta. Con cuchillos, con objeto contundente. Con lo más peligroso que han encontrado.
Se suceden los golpes. Los gritos de euforia, de furor. De triunfo. Pero a él no se le escucha. Ni quejarse, ni rendirse, ni defenderse.
Los tres, poseídos por la furia, siguen ensañándose, con sarna, sin desenfreno. Otro corte. Otra patada al Ser caído.
—Darle en la cabeza, joder. ¡En la cabeza!¡NOPARÉIS!
Sigues los sonidos de combate unidireccional. Hasta que vuelve la calma. Pero tú no te muevas. Aún no.
—¿Está muerto?
Eso pregunta una segunda voz, respondida por la primera.
—Es imposible que esté vivo. ¿Quieres rematarlo más?
Y carcajean. Desahogados. Euforia desatada tras salvar la vida. Han ganado. Habéis ganado. Pero tú no te fíes. Sigue escondido. Un poco más. Hasta que todo termine. Hasta que se abra la puerta de salida.
Los tres héroes, caballeros y dama, continúan celebrando sobre el enemigo derrotado.
—Vaya, esto no me lo esperaba ―parece que haya hablado el mismo suelo. Una caverna con voz.
La silueta, deforme por los golpes, cortada, troceada incluso, se incorpora. Se recompone. Fragmento a pieza, cobrando volumen, creciendo. Se vuelve sombra y después luz. Recupera su apariencia. Se borra todo rastro de contusión o mutilación. Puedes verlo. ¿Por qué puedes verlo?
—¿De verdad pensabais que eso bastaría para acabar conmigo?
Te pones en su piel. El horror les domina. Estaba muerto. Le han matado. Estaba muerto. Ese es el mantra que se repiten mientras Eso se acerca. Lento. Decidido. Sin armas.
—Esto va a ser muy especial. Lo habéis merecido.
Reconoces un cuello roto en la distancia. Puedes fácilmente imaginar la escena. Le ha cogido en vilo y le ha quebrado.
—Cinco. Y sigo.
No hay tanta sorna, tanta diversión, tanta piedad, tanta condescendencia ahora.
Algo se rasga entonces. No algo cualquiera. Es la carne cuando una mano se introduce dentro. Es el torso y el pecho, para horadar y albergar una nueva cavidad corporal. Por donde sale un órgano, sin importancia. Está muerto casi antes de caer.
—Cuatro. Y a ti, bonita, que tanto daño has intentado hacerme, ¿cómo te ajusticio?
Ella intenta darse la vuelta, correr. Lo escuchas, vibra el suelo y la casa entera. Eres todo ojos y oídos. Él la coge por los hombros. La retiene. Sujeta sus sienes. Aprieta. Los huesos pierden su forma original, crujen, empiezan a juntarse, conforman una estructura craneal nueva. La masa informe que albergaba su interior se derrama por donde puede. La aplana. Estruja. No emite sonido de queja. La tiende en el suelo; suave, dulce, amoroso. Sin cara.
—Tres. Amigos míos. Tres sois. Queda poco. Muy poco. Tened paciencia. Ya llego.
Sabías que no era humano. No podía serlo. Pero, confirmarlo, es mucho peor. No te muevas. ¡No te muevas!
—Voy al salón. Ya casi terminamos.
Se sigue moviendo, cada vez más próximo a tu posición. Cada vez más cerca del final.
—¿Quién hay aq………
“¿Qué ha pasado? ¿Por qué no ha terminado la frase…?”
   ¡Trampa! —exclama en voz viva, furibunda—. Esto es trampa. Va contra las reglas. Nadie puede suicidarse. Nadie puede quitarse la vida. Atenta contra el espíritu del juego. ¡Tramposo de mierda!
Es la primera vez que parece perder el control.
Supurando ira. Babeando rabia.
—Bien. Si vosotros no seguís las reglas, yo tampoco lo haré. Quedáis dos.
Y tú eres uno de esos dos.
De repente, la voz suena al otro extremo de la planta baja. ¿Cómo ha llegado tan rápido?
—Despacho vacío. Voy al sótano.
Parece que corre. Que vuela. Que atraviesa paredes. Antinatural. ¿Por qué tú? No dejas de preguntarte: “¿por qué tú?”
—Sótano desocupado.
Llegó. Y volvió a marchar. A ritmo imposible.
—La habitación. Aquí. Bajo la cama. Siempre hay uno bajo la cama.
Un hombre, ya entrado en años, se resigna. Sale de su escondite de forma voluntaria para recibir su penitencia. Con la mirada baja. Para terminar la agonía. Lo ves en directo. El reloj tiene vistas a cada cuarto. Sentidos.
—Esto es valor. Afrontar el destino. Me quitas el mal sabor de boca anterior. Agradecido quedo. No dolerá.
Si acaba con él, y lo hace, ninguna huella sonora lo registra. Es Criatura de palabra.
— Queda uno. Travieso. ¿Dónde dónde? —la emoción domina su entonación musical.
Sólo tú.
“¿Cuándo amanece? ¿Cuándo va a pasar por aquí dos veces? ¿A fallar en su búsqueda?”
¿Tienes alguna oportunidad? Quieres pensar que sí. Sabes que no.
—Voy al comedor. Luego, si no estás aquí, que estarás, vendrá la segunda ronda. La diversión nunca se acaba.
Se acerca. Ha recuperado la velocidad normal. Parece más calmado, relajado. Por la voz. Por los movimientos. Lo notas entrando en la estancia. Su sombra. Su figura retorcida.
Quieres cerrar los ojos y no puedes. Quieres dejar de respirar, y casi lo haces. Ni un movimiento. No Falles. ¡NO FALLES!
Eso se desplaza lento, admirando la habitación y cada detalle. Cuadros, tapices, artesanía, ebanistería. Todo antiguo para tu edad. Todo moderno para él. Enreda una telaraña en su uña y la dueña escapa. Ella que puede. Que la dejan.
Acaricia con los dedos por incontable polvo. Si no lo ves, lo escuchas. Lo intuyes. Cruza una vez delante del reloj, se detiene. Mira arriba, a la hora.
Pasa de largo.
Suspiras de forma muda. Deja de temblar. ¡Deja de temblar!
Cuando todo arranca.
¡CU-CU! ¡CU-CU! ¡CU-CU!
¡CU-CU! ¡CU-CU! ¡CU-CU!
El mecanismo. La estridencia. Todo tu mundo, ese mundo rectangular donde te agazapas, estalla en actividad. Los engranajes se mueven. El cuco sale a cantar sus tiempos. El habitáculo trepida. El Ser sonríe. Tú, con la impresión, con la sorpresa, crees que has contenido una exclamación, que sólo ha sido interna. Que no te ha oído… Quieres creer…
—Increíble. No dejo de sorprenderme esta noche. Es la primera vez. Esta ha sido una partida realmente estimulante.
Desanda sus pasos para situarse frente a ti. Se agacha. Mira entre la madera. Te haces más y más pequeño. Invisible. Intangible. Quieres y debes. Lo intentas de verdad. Rezas ateo y mudo. Una oportunidad.
No.
Ves unos ojos que no deberías ver, que no debieran existir. Que no son posibles.
El pequeño cierre que saltó solo cuando entraste se descorre. La puertita se abre. Te mira y le miras.
Lloras, una lágrima. Luego otra. Sin escándalos. Sin “por favores”. Estas agotado. Al menos, la tensión acabará.
—¿Sabes? –no sólo le escuchas. Ves su boca, el interior, los dientes. El abismo profundo de su interior. Hueles su aliento pútrido— Al último superviviente siempre le guardo un premio. Lo prometí. 
“No hay esperanza” te dices. “No le creas”. Te gustaría tener el valor para correr, atacar, defenderte. No serviría. “Qué sea rápido, por favor, qué sea rápido” te suplicas a ti mismo.
—Pero tú… amigo, tú, eres especial. ¿Sabes por qué?
No sabes. No quieres saber. No necesitas saber.
“Mátame hijo de puta. Mátame de una vez y cierra la boca…”.
—Porque te has escondido en mi verdadera casa. Y ahora, vendrás, a verla por dentro. A vivir conmigo.
Entra. Os apretáis. Cierra tras de sí. Te abraza. Ya no hay fondo. Hay camino. Descenso. Oscuridades y terrores.
Te lleva con Él Eso Ello Ser Criatura Monstruo…
“¿Por qué no me mata?”
— Y, allí dónde vamos, hay muchos… muchos… muchos… juegos…



viernes, 14 de diciembre de 2018

Crónica de un suicidio por emparedamiento, por Cecilio Gamaza Hinojo

EH Photography

Absurdo el título, ¿verdad? Escribiendo fui siempre mediocre, pero para los títulos patéticos tenía un don. Este tiene su explicación, porqué básicamente es eso de lo que habla, y además basado en un hecho real, como ya habrás o habréis descubierto.
Se le buscará otra oscura explicación, pero háganme caso, es suicidio, por muy extravagante que parezca.
Para hacer esto solo me hizo falta tener conocimientos básicos de construcción, y de eso sabía algo. Antes de nada, para que no quede duda explicaré un poco el proceso. Compré el material suficiente para construir una pared como la que habéis encontrado, me aseguré que no me faltará de nada, hubiese sido frustrante y hasta ridículo haber dejado el trabajo a medias. Coloqué el mortero y los bloques a este lado. Cogí papel y bolígrafo de sobra, varias linternas y bastantes pilas, para no quedarme a oscuras. Dudé en si debía coger agua, hay tres formas de morir emparedado, por asfixia, por hambre y por sed. La primera no entraba en mis planes, si quiero escribir sobre mi muerte, la asfixia acortaría demasiado los plazos. Mi duda era si mantenerme hidratado o no.


Hace un momento he colocado el último ladrillo tapando con mortero la ranura que queda en el techo y he quedado totalmente emparedado.
Siempre me gustó la soledad, pero ahora la siento de otra manera. Aún puedo golpear las últimas hileras que no han fraguado, pero estoy totalmente convencido. Coloqué unos cuantos ladrillos formando un banco sobre la pared de enfrente y ahí me he sentado. Por los pequeños orificios que he dejado de vez en cuando para que entre aire, se cuela una leve claridad. He apagado la linterna y agujas de luz han atravesado la oscuridad desde los agujeros hasta la pared donde me apoyo. Me he arrepentido de no dejar las persianas de la casa cerradas.
He vuelto a encender la linterna y las agujas  volvieron a convertirse en pequeñas manchas. La he vuelto a apagar y a encender. Es divertido.
Miré las libretas, reuní varias, sabía que no las gastaría todas, pero es mejor que sobren a quedarme sin papel. Cogí la primera y empecé a escribir. Y aquí estoy, haciendo una crónica de mi muerte. A partir de ahora iré contando a modo de diario el proceso.

I
No sé cuanto tiempo llevo, decidí no traer reloj, pero he tocado el mortero y está seco, así que supongo que han pasado varias horas, ya no hay marcha atrás. No he podido evitar la tentación de mirar por uno de los orificios. Se ve el salón. Entra luz desde el ventanal, por el tono creo que pronto será de noche.
Tenía mucha sed, pero solo he bebido un pequeño trago, tengo una botella, y tendré que racionarla. Algo de lo que me he arrepentido es de no haber traído, al menos, un cojín; estoy muy incómodo. Mucho.
De momento tengo que tener paciencia, tardará tiempo en llegar el final, mi final.

II
Me he quedado dormido, es de noche, pero la oscuridad no es total, por el ventanal entra claridad y se cuela dentro con discreción.
No puedo evitar imaginarme el exterior. El cielo despejado con luna llena, o casi llena. La noche templada. Las hojas de los árboles, apenas mecidas por una brisa inapreciable. ¿Habrá personas fuera? Seguro que alguna. ¿El vecino de enfrente paseando con su pastor alemán? ¿La hija del farmacéutico llegando de estudiar? ¿El dueño del bar “La barca” que suele cerrar temprano? ¿Me echará alguien de menos? Seguro que no.
Tengo miedo, no sé porqué ni de qué, pero lo tengo. Me he despertado intranquilo. Siempre he sido un cobarde. Es más, mi cobardía es la que me ha llevado hasta aquí, a la soledad más extrema, aquí nadie me juzga.
Tengo sed y hambre.
No he contado ciertas cosas que probablemente os preguntéis. Vivo solo en un unifamiliar, nadie me echará de menos en algún tiempo. Llegado el momento, espero que el suficiente, terminarán viniendo a mi casa a buscarme. Al entrar en mi salón encontrarán en la pared del otro lado, escrito con letras grandes, “Estoy ahí dentro”, con una flecha señalando hacia aquí. Sé que resulta todo muy extravagante; es mi intención.
Llevo toda la vida pasando desaparecido, mi muerte no será igual.
Tengo hambre. He dado otro trago al agua, quizá demasiado grande, y sigo con sed.

III
He vuelto a quedarme dormido. Al despertar he notado algo que no me cuadra, no conté los agujeros que dejé en la pared, pero juraría que falta uno. Hay siete. He examinado la pared y he descubierto algo extraño. Había un hueco, un supuesto orificio de los que dejé, que parece que estuviera tapado desde fuera, alumbré, pero no conseguía ver qué podía ser. Le introduje un bolígrafo, me costó un poco, pero lo que sea cayó al otro lado. Eran ocho.
¿Qué demonios era eso? ¿Y cómo ha llegado allí?
Me quedé un rato quieto, mirando por el agujero. No podía haber nadie en la casa, solo mi hermana tiene llave, y vive fuera. Confío en que venga cuando haya pasado demasiado tiempo sin saber de mí.
Lo mismo es algún insecto.
Nunca he tenido tanta hambre, en teoría llevo unas veinticuatro horas sin comer.
He bebido agua, demasiada otra vez.
Qué despacio pasa el tiempo. Echo de menos mi reloj.

IV
Hay seis agujas, no puede ser.
Me he quedado dormido tumbado en el suelo, la linterna estaba apagada, y he visto seis agujas, seis. Cogí la linterna y comprobé que no funcionaba. Encendí otra. Las agujas volvieron a desaparecer. Me acerqué a la pared para buscar los orificios. Cogí el bolígrafo y empujé otra vez lo que sea que los tapaba.
¿Qué era?
No entraba en mis planes de suicidio pasar miedo.
Juraría que una de las manchas de luz ha parpadeado.
Será uno de los incestos que los taponan. Pero ¿qué incestos? las persianas las he dejado medio levantadas, pero los cristales están cerrados. Habrán entrado por cualquier ranura.
Es difícil de explicar lo que siento, me comería una de las libretas. He oído hablar de lo que una persona puede llegar a hacer por hambre y ahora mismo no me sorprendería nada que termine comiéndomelas. Menos mal que compré de sobra, porque no creo que tarde en comerme un sándwich de celulosa.
Otra vez he bebido demasiada agua, queda menos de la mitad, apenas un tercio. Soy pésimo con el racionamiento.
Cuando terminé el muro me sentí muy solo, pero ahora mismo tengo la sensación de que no es así, si no estuviera encerrado a cal y canto, buena expresión, en cinco metros cuadrados, juraría que alguien me observa, casi siento una presencia.
Ha parpadeando otra mancha de luz.
Me estoy sugestionando.


V

Tengo mucha hambre, mucha, y mucha sed. Demasiada.
Hace un momento cogí la botella, me temblaban las manos. ¿Porqué no habré traído más? y pensar que al otro lado de esta maldita pared tengo toda la que quiero.
Ya no me queda ni una gota. Por unos segundos me sentí saciado, satisfecho, pero duró eso, unos segundos. Abrí una de las libretas y no puede aguantar. Tiene un sabor curioso. He ido masticando trozos de papel, despacio, ablandándolos con saliva, la poca que tenía, ahora la sed es insoportable, sigo con la misma hambre y me duele el estomago. No puedo ser más idiota.
Al meterme el primer trozo de papel me acordé de que no era la primera vez. En el colegio tuve que tragarme un buen trozo. Llevaba tiempo enamorado de una compañera de clase, (qué inocente era), y un día me decidí a entregarle un nota con un corazón y nuestras iniciales. Estaba en el recreo escribiéndolo en un escalón, cuando me vieron mis compañeros. Enseguida hicieron un coro a mi alrededor, cogieron el papel y se lo fueron pasando de uno a otro riendo. Me moría de la vergüenza, comenzaron a burlarse gritando mi nombre y el de ella. Les pedí que me lo devolvieran, pero después de dos collejas de “El Gordo” acabé tragándomelo, entre vítores, risas y abucheo.
Estoy llorando. De verdad que no puedo ser más idiota.

VI


Estoy asustado, pegado contra la pared y con todas las linternas encendidas. He eliminado cualquier rincón de sombra. Hace unas horas volví a despertar, me había quedado dormido, creo que poco tiempo. Cuando desperté estaba completamente a oscuras. Al principio supuse que sería de noche y que la otra linterna también había fallado, pero la busqué y encendió. Me acerqué a la pared y encontré los orificios. Estaban tapados. Todos. Volví a abrirlos
Puse las linternas de forma que los agujeros perdieron el protagonismo y eso me tranquilizó un poco. Cuando los abrí no dejaban de parpadear de un lado a otro, como si alguien… o algo se dedicara a recorrer el muro por el otro lado una y otra vez. Me asomé por uno de ellos. ¿Hola? Pregunté. Noté algo, no oí nada, pero… no sé, note algo. Me aparté y vi que habían dejado de parpadear. ¡Hola! ¿Quién eres? De nuevo volvieron a parpadear, pero esta vez más rápido, cada vez más rápido. El corazón me latía con fuerza. Desesperado encendí todas las linternas.
Ahora, algo más calmado me pregunto porqué me importa lo que haya fuera, y sobre todo porqué tengo miedo si me he encerrado aquí para dejarme morir. ¿Qué me importa todo, si pronto no tendré ni seré nada?

VII


He vuelto a comer de la libreta, me ha costado mucho tragar, casi me asfixio; no consigo empapar y ablandar lo suficiente. Mientras mascaba pensé que además de los bolígrafos podría haber traído unas ceras, al menos engañaría a la vista. No se me ha dado mal dibujar. Dibujaría una hamburguesa, grande, con queso saliéndole derretido  por los bordes, y lechuga y tomate. Y patatas, dibujaría una hoja enteras llena de patatas, ¿y porqué no? dibujaría una jarra de cerveza… cerveza, que me gusta.
Tengo mareos. Me he levantado del asiento de ladrillos y casi me caigo. Me cuesta tenerme en pie.
¿Qué tiempo llevo aquí? ¿Cuánto me quedará?
No puedo dormir, me duele todo. Ahora mismo escribo tumbado en el suelo. He decidido apagar casi todas las luces, he dejado solo una, y los agujeros han vuelto a parpadear, despacio… despacio.
Me duele todo.

VIII


Me he quedado dormido. Por fin. Y he tenido un sueño raro. Mi compañero de clase, El Gordo, el que me dio los golpes y me aconsejó comerme el corazón con las tres letras, estaba en mi casa. Se comía una hamburguesa con una cerveza al otro lado del muro, paseaba pegado a la pared, de un lado a otro. Miraba de vez en cuando por los agujeros y se reía. Con esa inmediatez que solo existe en los sueños, le salieron alas en la espalda, de pronto se convirtió en un insecto. Aparecieron más, muchos, revoloteando por la habitación. Todos tenían la misma cara redonda y antipática, la misma sonrisa grotesca. Uno de ellos se asomó al agujero. Cuando desperté habían varios orificios tapados. Los he dejado así. Quizá lo mejor sea que los tape yo mismo. Todos. Y que el hijo de puta del Gordo-insecto se joda. Perdón por esas palabras, pero es que…
Quería quitarme la vida emparedándome, contando el proceso. Quería irme dejando algo escrito que se leyera con suficiente interés. Quería conseguir en mi muerte lo que no fui capaz en la vida. Pensaba hacer una descripción de esta tumba, que la convirtiera en un lugar claustrofóbico, con metáforas geniales. Pensaba ir escribiendo paso a paso mi deterioro físico y mental. Quería, pensaba, y lo único que he conseguido es desvariar con unos insectos y un niño de diez años que ahora tiene más de cuarenta.
No valgo para esto.
Creo que voy a comer sopa de letras… No sería la primera vez.
Me comería mis propias palabras, literalmente.
Ja ja ja.

IX


He estado dudando, no he podido evitarlo. Podría no contarlo, pero que triste de mí, si ni en este momento fuese sincero. Me he arrepentido. He cogido la paleta con la que he hecho el muro, me he acercado y he intentado raspar con ella el mortero para salir de aquí. Lo único que he conseguido es hacer una pequeña marca. Al volverme me he caído. Me he clavado un trozo de ladrillo en la palma de la mano, y he sangrado. Miré ese líquido espeso y oscuro. La sensación de sed se intensificó.
La sangre tiene un sabor extraño. Siempre me dio asco cuando veía a mis amigos chuparse alguna herida. Yo nunca fui capaz de hacerlo. Ha sido un sabor nuevo para mí.


Ha dejado de sangrar. Es una herida grande, seguro que me hubiese dejado una buena cicatriz.

X
Me ha dado un ataque de nervios, de pánico más bien. No sé de donde he sacado las fuerzas, pero me levanté, cogí uno de los ladrillos y me puse a dar golpes al muro, y a gritar.
¡Ayuda! ¡Socorro!
¡¿Hay alguien?! ¡¿Quién eres?!
¡Sé que estás ahí! ¡Sácame de aquí!
¡Por favor!
He gritado con todas mis fuerzas, y he derramado todas las lágrimas que me quedaban.

XI
Las manchas siguen parpadeando. Estará esperando a que me muera.
Con los golpes la sangre ha vuelto a brotar; ya no me da asco.
No sé como describir el hambre y la sed que tengo. Si los ladrillos pudieran masticarse me los comería. He lamido uno.
Me cuesta moverme. Me cuesta respirar.
Me queda poco.

XII
SÍ QUE TE QUEDA POCO, TE ESTÁS MURIENDO, PERO NO DEJARÉ QUE TE VAYAS SIN QUE CUENTES LA VERDAD. JA JA JA. POBRE DESGRACIADO. CUENTA POR QUÉ ESTÁS AQUÍ.
¡Yo no he escrito esto!
No estoy solo. Hay alguien aquí dentro, está en una esquina. Me mira y sonríe, lo sé, no puedo verlo bien, pero lo noto.
No me atrevo a alumbrar con la linterna. Tengo miedo, no deja de mirarme.
Yo no he escrito eso. Cogí la libreta y ahí estaba. Además no es mi letra… y no estoy loco. Ha sido él, seguro.


Tengo sed. Mucha.
He abierto la herida un poco. Ha brillado un pequeño punto oscuro.

XIII
TIC TAC
TIC… TAC
TIC… … TAC
TIC … … …
CUÉNTALO. NO SEAS COBARDE.


No necesito que me recuerde que se me acaba el tiempo.


Echo de menos mi reloj.
Se cerca. Ahora está detrás de mí. Noto su aliento en mi nuca, oigo su respiración. Estará leyendo lo que escribo… ¡VETE AL INFIERNO! ¡VUELVE!

XIV
TUS DESEOS SON ÓRDENES, PERO TÚ VIENES CONMIGO, JA JA JA.
CUENTA LA VERDAD, CUÉNTALA. CUÉNTALA.


¡Déjame!
Ya no puedo más.
Me he arrastrado un poco hacia donde están los restos de ladrillos partidos y he cogido un trozo con un filo que corta como un cuchillo. Ahora que sé a que sabe la sangre, y que el hambre y la sed me están matando…
Escuece, duele.
Los cinco metros parece que han encogido. La libreta, el bolígrafo, la luz de la linterna, el trozo de ladrillo manchado, y yo. Y él.
Hace tiempo que no veo las agujas.


Perdonad por las manchas, espero que no tapen alguna frase, pero no me da tiempo a tragar toda la sangre. Creo que me he hecho el corte demasiado profundo; la muñeca me duele mucho.
Me gusta, está caliente y espesa. Sabe a… no sé describir a que sabe, pero me gusta. Tengo sed.
Han aparecido los agujeros de nuevo, los ocho. Y el Gordo y los demás, están comiendo trozos de papel; ya no se ríen de mí. Y mi vecino de enfrente con su pastor alemán, mirándome sin esa cara de desprecio. Y la hija del farmacéutico, sonriéndome. Y el dueño del bar “La barca”, me ha saludado. Me echan de menos. Están todos. Todos. Todos me leerán.
Hay mucha gente, pero él también, y no se irá, ha venido a vengarse, lo sé. Sé quién es, es él. Viene a por mí. Creí que lo dejaría al otro lado del muro. Huir de tus propios fantasmas, soy idiota.


Estoy escuchando golpes y voces. El muro está temblando.
Perdonad las manchas,  pero no se para.
No   puedo     m


UY, POR POCO. BUENO COBARDE, TE SALISTE CON LA TUYA. BIENVENIDO.


FIN


Para saber más:Relatos de Charlies27