El cambio que ha experimentado el concepto del patrimonio en las últimas dos décadas ha permitido resituar el acento en las relaciones entre las personas y los bienes –los vínculos–. La educación es la disciplina que se ocupa de generar estos vínculos, de forma que las personas pasen de considerar que no tienen ningún tipo de relación con los bienes patrimoniales a ser conscientes de los potenciales valores que estos tienen y proyectarlos sobre ellos. Por eso, la educación patrimonial puede ser entendida como una educación en valores que da respuesta al cumplimiento de los Derechos Culturales en el acceso, la participación y la contribución al legado cultural, garantizando la igualdad y la no discriminación, respetando el derecho a identificarse con comunidades, protegiendo las prácticas culturales dentro del marco de los derechos humanos, eliminando barreras para el acceso cultural y promoviendo la participación de minorías y comunidades en la formulación de políticas.
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