Hace unos años se difundió entre los historiadores una especie de consigna que llegaba de otras latitudes, de la sociología y, sobre todo, de la ciencia politica: era hora de que el Estado y la politica regresaran al primer plano. Señal evidente de la revisión a la que fueron sometidos algunos de los supuestos elementales del materialismo histórico, este renacido interés por la política venía a corregir un punto de mira, un enfoque, del que habíamos abusado en demasía: la concepción de lo politico como mera variable dependiente, como reflejo o expresión en la superficie, de más hondas realidades, situadas en los estratos casi geológicos de lo social. No constituía entonces una rareza que talo cual acción politica, un golpe de Estado, la instauración de un nuevo régimen, se despacharan como mera expresión de lo que una clase social, la burguesía, por ejemplo, hacía o dejaba de hacer.
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