Una reflexión sobre la religiosidad de la Semana Santa corre el riesgo inmediato de fijarse en los cambios sociológicos que las manifestaciones de la fe que tienen su marco en estos días han sufrido a lo largo de los últimos tiempos. No es infrecuente oír comentarios elogiosos y nostálgicos sobre la intensidad con que se vivía el drama religioso de estas fechas en las comunidades rurales de hace unos años. En un mundo que parecía no haberse asomado a la revolución industrial y menos aún a la Ilustración, todo giraba en torno a las fechas religiosas, los tiempos litúrgicos y las fiestas los santos. Ellas acompañaban las faenas agrícolas y motivaban y orientaban la sabiduría popular que se manifestaba sobre todo en los refranes y consejos de transmisión oral. En aquel ambiente la celebración de la Semana Santa había por fuerza de suscitar un espíritu colectivo de pausa y celebración, de compunción y de fiesta, de frecuencia de sacramentos y de atención al predicador de turno, de elaboración de dulces típicos y de estreno de vestidos y autendo nuevos.
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