Con motivo del día mundial de la arquitectura, el edificio de Alejandro de la Sota, ubicado en la calle Prior en Salamanca, recibió una placa conmemorativa por parte de Docomomo Ibérico. Ejemplo destacado de la integración de las teorías modernas en un tejido histórico fuerte, esta obra tiene un precedente importante aunque poco conocido: la casa de viviendas construida en 1958 por Antonio Fernández Alba justo titulado, calle Marquesa Almarza. Frente al Colegio de Calatrava, obra barroca de Joaquín de Churriguera y luego Jerónimo García de Quiñones, Antonio Fernández Alba propone un edifico sencillo de cuatro plantas con fachada en piedra de Villamayor y zócalo de granito, sin ninguna moldura ni detalles ornamentales. En su coronación, estrechas incisiones crean un juego de claroscuro que recuerda el apilastrado plateresco y dialoga con el edificio adyacente. Lejos del historicismo que había regido hasta ahora la arquitectura en el conjunto histórico, el arquitecto ofrece una expresión plástica humilde con respeto hacia unos valores plásticos planteados en el conjunto que le rodea. La sencillez formal, el tratamiento sutil de los materiales, el uso de las proporciones y de las técnicas de construcción tradicional confiere a este edificio una gran expresividad y una fuerza plástica frente al barroco Colegio.
La presencia de una estación-garaje detrás de la casa de vecindad, con un tratamiento industrial, indaga en la integración de los usos modernos en un tejido histórico denso contra una visión petrificada del ambiente. Se trata de una solución a las necesidades actuales en un entorno de otro tiempo. El rechazo en un primer tiempo de la licencia de construcción por una ordenación de fachada demasiado “esquemática” y por un uso inapropiado considerando la localización en el conjunto histórico-artístico, y la ampliación que resulta posible por la reforma de las ordenanzas municipales de la construcción son tantos elementos que inscriben el edificio en la historia arquitectónica y urbanística del conjunto histórico de las décadas 1950-1960. Enfrentándose a los debates que agitaron la ciudad entre defensores de una modernidad a toda costa y los de la preservación de una imagen ideal, este edificio realiza una primera síntesis, un equilibrio entre la tradición y la modernidad. Así, allana el camino a una arquitectura cualitativa y depurada en el conjunto histórico de Salamanca, de Alejandro de la Sota hasta Juan Navarro Baldeweg.
Constituye un ejemplo del cambio de sensibilidad operado en la generación de arquitectos titulados a los finales de la década cincuenta, y el primer caso en Salamanca. A pesar de su relevancia, el edificio de Antonio Fernández Alba está en un estado lamentable. Graffiti, presencia en fachada de canalización et de cables son tantos elementos que desfiguran la noble simplicidad original. Aunque los edificios construidos en las décadas 1950 y 1960 hacen parte, cincuenta años después, del patrimonio de la ciudad, la falta de conocimiento y de protección pone de relieve la construcción de una imagen idealizada de un entorno histórico, poniendo en peligro una parte entera de su historia arquitectónica reciente.
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