Cuando Francisco Pizarro partió con sus hombres en la tercera y última de las jornadas del levante sabía bien que la única posibilidad de supervivencia pasaba por no dar un paso atrás. Tras fundar la villa de San Miguel de Tangarará para que sirviera de refugio en la retaguardia, el 24 de septiembre de 1532, las huestes se encaminaron hacia Cajamarca al encuentro con el inca Atahualpa. El enfrentamiento más decisivo de toda la conquista se desarrolló en aquella ciudad. Uno y otro líder urdieron una trama para acabar con su oponente. El inca confiaba en sus fuerzas, por lo que pensó que la plaza se convertiría en una trampa mortal para sus enemigos. Su idea era escuchar el mensaje de los extranjeros y a continuación apresarlos y sacrificarlos a sus dioses. En cambio, Francisco Pizarro pensaba capturar a Atahualpa en medio de la huida de sus tropas.
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