Existe una corriente de cierto calado en la comunidad universitaria que defiende el empleo de tecnologías en el aula a partir de la supuesta existencia de una generación de estudiantes con unos conocimientos tecnológicos avanzados conocidos como «nativos digitales». De acuerdo con dicha teoría, se necesitan reformas en materia educativa, ya que las metodologías formativas existentes en el ámbito académico les resultan anticuadas y poco atractivas, provocando su aburrimiento y «desconexión» en el aula, lo que a su vez tiene como resultado un incremento de las tasas de fracaso y abandono escolar (Levin and Arafeh 2002; Levin, Richardson, and Arafeh 2002; Prensky 2005). Frente a estas opiniones, existen voces que cuestionan la existencia de diferencias a nivel cognitivo entre generaciones. En este marco crítico se han originado distintos estudios que ponen en tela de juicio los supuestos referidos a los «nativos digitales» (Helsper and Eynon 2010; Pedró 2009), argumentando principalmente una falta de rigor en la metodología empleada y una escasa base empírica para la verificación de tales afirmaciones (Bennett, Maton, and Kervin 2008).
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