El descubrimiento, poco frecuente, del esqueleto de un rinoceronte (Stephanorhinus etruscus) en conexión anatómica, conservado en los sedimentos calizos depositados en el fondo de un lego de aguas tranquilas de edad villafranquíense, implicó el desarrollo de una metodología encaminada a conservar la mayor información posible sobre el hallazgo. Así, se enfocaron los trabajos de excavación con un doble objetivo: por una parte la obtención de un molde in situ de los restos recuperados, y por el otro una completa y compleja extracción en tres bloques, para su posterior restauración.
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