Desde comienzos del siglo XXI Tailandia ha vivido en una situación de inestabilidad crónica, debido a la creciente brecha existente entre una parte de la sociedad ansiosa de mayores dosis de modernidad y democracia, y una elite ultraconservadora y monárquica, empeñada en perpetuar la desigualdad y el autoritarismo. El golpe del general Prayudh, lejos de ser neutral, es un nuevo intento de la oligarquía cívico-militar de mantener una hegemonía cada vez más vulnerable, como evidencia la brutal represión que están ejerciendo sobre las fuerzas pro-democráticas. Al igual que en 2006 es de prever que la polarización política, social y territorial se agravará a consecuencia del golpe. Al final, sea como sea el desenlace de la sucesión real y perviva o no la monarquía, el cambio político será imparable. El intento de perpetuar un sistema semi-feudal en Tailandia no se corresponde con las transformaciones experimentadas en Asia y en el mundo en el siglo XXI y está condenado al fracaso, pero hay que temer que el inevitable cambio político y social llegue a producirse en un marco de violencia. El pueblo tailandés sabe desgraciadamente que tendrá que sufrir aún más para lograr al fin un marco racional de convivencia democrático estable.
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