El docente del siglo XXI debe planificar y orientar sus prácticas educativas hacia las demandas inminentes de la sociedad de la información y la comunicación, con el propósito de ofrecer al alumnado nuevas oportunidades de aprendizaje que contribuyan de forma decisiva a la competencia digital, al aprendizaje colaborativo y al autónomo. Es por ello que, entre sus funciones, figura la de diseñar estrategias para desarrollar e incorporar innovaciones educativas que tengan un carácter proactivo (Cantón, 2007). De acuerdo con Miralles et al. (2012), estas estrategias de mejora deben destinarse a todas las dimensiones implicadas en los procesos de enseñanza-aprendizaje de los estudiantes, así como en los mecanismos de aprendizaje docente. Dichos aprendizajes deben de orientarse a la construcción de significados y a la consecución de objetivos, para lograr un fuerte impacto en la formación a lo largo de la vida del alumnado.
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