El cuerpo reproduce, a través de las prácticas asociadas al mismo, los principios que estructuran una determinada sociedad o cultura. En función de cómo se entienda dicho cuerpo, se llevarán a cabo toda una serie de representaciones, coherentes con el universo de creencias y actitudes de cada comunidad. Es por ello que la Arqueología, como ciencia humana, ha tratado de tomar el cuerpo en las últimas décadas como una herramienta válida en el estudio de la identidad de las personas del pasado. La aplicación de modelos afines al Postestructuralismo consideran factible la aproximación objetiva a niveles profundos de la subjetividad humana, dando por hecho que existe una estrecha relación entre la estructura que rige una determinada cultura y los productos físicos que procedan de ella. Para aproximarse a modelos corporales distintos del que caracteriza a nuestra sociedad, y por lo tanto, a otros ejemplos de racionalidad, resulta conveniente poner en evidencia la transformación que históricamente ha ido sufriendo la idea de lo que es el cuerpo, tema al que dedicaré esta comunicación. En ella, intentaré indagar sobre cuáles fueron los instrumentos de cambio que culminaron en nuestra idea dual de la persona humana (cuerpo:mente; naturaleza:cultura; material:inmaterial), y cómo debió de entenderse el cuerpo antes de que ello sucediese. Los trabajos etnográficos sobre prácticas corporales en sociedades orales parecen confirmar que la labor de objetivación del cuerpo pasa primeramente por un proceso complejo de individualización de la persona o de “descubrimiento” de su propia especificidad como sujeto. De ahí que los primeros signos de distinción social se materialicen inicialmente en lenguajes corporales y no necesariamente en estrategias políticas o económicas.
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