Málaga, España
La Guerra de Filipinas anterior a la injerencia estadounidense en 1898 fue un conflicto interno. Obedeció a peculiares tensiones endógenas del Imperio español que, sin embargo, son de larga data. José Rizal así lo apuntó en sus esfuerzos literarios a favor de la inconclusa reforma y readaptación del viejo engranaje a los tiempos presentes. Tarea pendiente sin duda. No obstante y a pesar de todo se trató de una lucha doméstica, como había acontecido en la América continental decenios atrás, sin el peso internacional del posterior e inmediato Desastre. Esta “guerra interna”, por su naturaleza, se nos presenta en oposición a la ulterior guerra hispano-norteamericana. La contienda tagala fue un enfrentamiento civil entre agentes en secular contacto, con sus encuentros y desencuentros, pero con un conocimiento mutuo acumulado por la convivencia y que al menos nominalmente formaban parte de la misma sociedad, si bien desde comunidades diversas. Una revuelta interna en sus orígenes y actores, sostenida en diferentes proporciones y grados de implicación por los nativos, cuya lealtad –por convicción, interés o necesidad– fue cambiante y no unívoca.
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