En los orígenes de nuestro sistema político moderno la amenaza a la libertad de prensa ponía en peligro la supervivencia de la democracia. Hoy, doscientos años después, es paradójicamente la prensa la que está deteriorando gravemente la conversación pública, y con ello los presupuestos liberales del constitucionalismo moderno. En demasiadas ocasiones, el ruido mediático impide una conversación sosegada y productiva y conduce en muchos casos a la censura violenta de la opinión diferente. Ahí es donde sufre la democracia.
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