La pintura mural realizada a comienzos del siglo XVIII en la iglesia de los Venerables de Sevilla por Lucas Valdés que representa a Carlos II cediendo su carroza a un sacerdote es la gran fuente visual del carruaje barroco sevillano. En este arte confluyeron, además del carrocero, la escultura, la pintura y los tejidos. A ello aún se sumaron los arneses que vincularon caballos y coche, los uniformes de sus servidores, así como el desarrollo de una liturgia eucarística que se extendió por España y América y en la que el coche de caballos alcanzó su máxima significación social.
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