En el mito, la península ibérica se convierte en lugar por el que transitaron héroes y dioses. Heracles habría fijado incluso el límite mítico del espacio conocido, de la oikoumene, al levantar las célebres columnas que llevan su nombre donde, más allá, como decía el poeta Píndaro, “es inaccesible el camino para sabios e ignorantes” (Olímpicas III.44-45). Las huellas materiales de la presencia griega son, sin embargo, más escasas de lo que las fuentes literarias parecen sugerir y la arqueología confirmar. Un objeto singular y viajero, el vaso figurado, nacido en los alfares áticos, va a convertirse en el mejor transmisor del imaginario griego en estos confines occidentales, y se adentrará en los territorios iberos.
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