En su afán por hacer atractiva la cajita en que se expendían los fósforos y cerillas, los fabricantes incorporaron, desde antes de 1840, unas atractivas etiquetas, que envolvían totalmente el envase. Éstas despertaron un inmenso interés en los compradores que, por primera vez, pudieron ser poseedores de multitud de imágenes diferentes por poco dinero. Un universo de imágenes cambiantes -los chistes pícaros, los pasatiempos, la sátira política, los sucesos del día, escenas costumbristas, la situación de la guerra carlista- acompañaban a los cada vez más imprescindibles fósforos, dando lugar al fenómeno del primer coleccionismo popular.
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