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jueves, 23 de mayo de 2013

Por qué hoy


Veinticuatro horas, y cuatro años, pasaron del momento que disparó el ahogo en llanto más profundo de mi vida. Cuatro años después, no la lloré. Tampoco elegí recordarla en público, sino centrarme en mí después de este largo tiempo. Mirar adentro, mover piezas, ver si seguían vivas.

A lo largo de esta eternidad, desde el último beso inútil y el instante en que le juré una fidelidad real, distinta, me ocupé de cambiar el afuera. Trabajé dedicando tiempo, degradando prioridades y suprimiendo sentimientos, para que nunca más, nadie, tuviera que pasar por lo que pasamos su familia, amigos, tantos otros y yo. Y ese tiempo, esas prioridades y, fundamentalmente, esa supresión sentimental, terminó por enquistarme en un cajón que saludé y enterré, pero me enterró con él.

Decidí escribirle hoy, porque los encargados de poner fechas somos Dios y nosotros mismos. No el mal encarnado en un ser humano despreciable. Decidí que el 22 no la recordaría, no como siempre, con tristeza y sumisión, sino con un esfuerzo voluntario por vivir más plenamente lo que a mí no me arrancaron del cuerpo. Porque su vida sigue presente en cada canción, en cada arcoíris.

Me entrego a su recuerdo el día en el que aquel pobre tipo no puede siquiera influirnos. Porque tu espíritu y el nuestro es superador al de la muerte. Porque todos, los dolientes y los que, por una extraña fortuna, ya no lo son, pululamos por el universo intentando dejar lo mejor de nosotros. Si no lo dejamos, faltamos un poco el respeto a esa excelsa oportunidad que nos ha tocado en suerte: la de vivir, con alegrías y tristezas, miedos y entusiasmos, locura y libertad.

Por eso te recuerdo hoy. Porque nadie me impuso recordarte en una magra efeméride. Porque me cago en la verdadera muerte que vive en su cuerpo vacío de nada, contando minutos en Marcos Paz. Esa es la muerte. Una que estoy empezando, tanto tiempo después, a dejar atrás. Una que me acompañó desde chiquito, que revivió furiosa una noche de diciembre y terminó por hacerme su esclavo desde que te fuiste.

Como ayer comencé a develar, suele ser el esclavo quien domina al tirano; es él quien le su entidad. Y es de ese sueño blindado de donde, tanto tiempo después, siento que estoy comenzando a despertar. Para volver a la comunión con vos, con ella, con él, con todo.

Hoy me permito escribirnos.
Hoy me permito llorarnos.
No ayer. Hoy. 



domingo, 6 de mayo de 2012

Colores de domingo por la noche

Ella pinta. Yo sigo con la computadora anexada al cuerpo, como un tumor maligno que crece sin quimio que le plante batalla. Pero la miro y me inspira. Me alegra. Pongo Yann Tiersen para acompañarla, a mi manera. No le digo nada, la miro poco. Elijo la banda de sonido de su noche de domingo, de su brote de artista. La acompaño de algún modo, engañando a mis palabras que no saben acompañar.

Cambio. O quiero cambiar. No hay amnistía para la memoria, tampoco para la acción. Nos enarbolamos sin rozarnos, que las lágrimas broten al compás de la Comptine d'un autre été. Y si no brotan, que reverberen en la cornisa de estas ventanas que inventan el mundo. Mio y nuestro. 

Hay gente con genio y con luz. La hay feliz por naturaleza, danzante, gritona, entusiasta de las pequeñas cosas. Están los deprimidos y los eternos alegrones. Estamos también los indefinidos. Los que nos aburrimos en las fiestas y nos reimos cuando no debemos. Estamos estos idiotas que no aprendimos a vivir y siquiera pretendemos hacer un culto de ello -porque buen capital se arrumba de explotar cierta imagen-; los que no tenemos una imagen, ni nos entendemos frente al espejo. Los niños y adultos, cruzándose entre los temas de Tiersen y las aventuras de V o el Eternauta que espera. Y estan tambien las ganas, las pasiones de cada día, allá en algún punto, perdidas entre la melancolía de lo que fue y la ansiedad del que será. 

Pintemos. Pintá. Yo hoy te sonrío asomando de atrás, musicalizando un plano corto de Jeunet sobre tu alas. If there's a crime then I'm guilty. Guilty of loving you.


martes, 1 de mayo de 2012

#DiaDelTrabajador que ama y hace

Sin importar cómos ni cuándos.

Feliz día al que trabaja. Al que trabaja por un sueldo, al que trabaja por amor, al que trabaja por solidaridad, al que lo hace por necesidad y al que siente que trabaja por obligación. Al que mueve el orto, al que pone en funcionamiento los engranajes del camino, al que va para adelante, al que da. A las chicas que obligan a venderse, que no es trabajar, pero cuesta trabajo soportar la explotación del hombre. A los que trabajan por los demás. Al que lucha. Feliz día a los que luchan y hacen de eso, un trabajo.

lunes, 3 de octubre de 2011

La razon me tiene -y viceversas menos loables-


Lo entendí. O al menos empecé a sentir cómo el corazón pierde su batalla por voluntad meramente propia. Vi cómo los anhelos de un “hombre nuevo” o un “mundo distinto”, fueron invenciones minuciosamiente trabajadas y diagramadas en los confines del pensamiento; en su ultratumba. La injusticia es tal porque hay conciencia, y la noción de retribución equitativa es en cuantía una pasión pensamentista. La represión de los impulsos en nombre de un sentimiento que subyace al mismo deseo, no sólo es retorcidamente cerebral, sino también hipócrita e injusto para con los verdaderos sentimientos (los que se sienten, aquí y ahora).

La bondad, la justicia, la fidelidad, la igualdad, la verdad y hasta la conciencia de duda; son los hijos directos y aún umbilicales de la neurona gobernadora del Reino del Hombre. Claro que sentimos hondo, que duele en las entrañas y que nos pueden hasta brotar lágrimas suicidas al presenciar una injusticia en cualquier parte del mundo; pero el móvil, la génesis de esa angustia, de ese dolor, no es otro que la razón constante.


Me asumo un asqueroso racional, un torturador de sentimientos, el genocida de mil deseos expresados y hechos realidad. Vivo apasionadamente los pocos sobrevivientes, los trato con vehemencia juvenil, los rescato del fuego extinto. Esos me mantienen vivo. No tengo razón. La razón me tiene.

¿Pero el sentido de mi existencia? ¿Lo que me mueve de indignación para encontrar algún nuevo sentimiento por ser salvado? Mi razón negándose a aceptar lo inaceptable; mi conciencia que no duerme tranquila si antes de hacerlo no movió al cuerpo idiota que tiene puesto a hacer algún movimiento tectónico que transforme el mundo como lo ve. Me caga y me salva la vida. Es extremo. Tiene fines loables. Tiene medios conchudos, o, al menos, discutibles. Es el disparo que abre el portal al mañana. Es el amor.

--
01/10/11
Edimburgo, Escocia
(noche, llueve)


y agregados...



martes, 27 de septiembre de 2011

Enamorado



Hay cosas que no se dicen, otras que no se publican y tantas otras que ni se sienten. El amor y la pasión suelen ser dos sentimientos profundos que pueden cruzar cualquiera de esos estadíos -y siempre en los momentos más inesperados. Slavoj Zizek dice que el amor discrimina, es violento; por eso lo cito.

Hacia el mundo tengo sentimientos encontrados, pero generalmente, como dice Slavoj, es una especie de odio, de aversión. Pero sí, creo ir un poco más profundo en mí mismo -no me atrevo a decir que voy más profundo que Zizek, "en general"-. Creo que la génesis termina siendo, nos guste o no, un amor estúpido por la esfera habitada de seres despreciables, pero vivos; y como tales -como pares-, nos generan empatía y los amamos.

Ese amor idiota es el que nos hace ver la demencia y aborrecerla. Nos da asco -aunque ahora esté casi prohibido usar esa palabra- que el mundo sea tan, pero tan hijo de puta. Pero no es el mundo; somos los hombres, los pares. No los otros, los nosotros.

Allí es que del amor nace el odio, por hacernos tanto daño entre hermanos; por ser una especie suicida y ensimismada en un mundo inexistente que imaginamos en planos simbólicos, y al que otorgamos lugares impensados para toda lógica natural, para todo orden de cosas.

Más allá del mundo, del hombre y del asco, cada día elijo un ser humano de esa madeja horrible de la que sólo se destacan unos pocos hilos que nos acompañan en el camino. Esa mujer me permite decir, con pura violencia, soberbia y discriminancia que estoy enamorado. Que la quiero siempre. Que por semejanza da también al mundo otros colores, a sus cuerpos otras formas, y al dolor lo intensifica -porque hace también más intensa la belleza-.

Un ser solitario, un lobo de estepa que anda con las patas enlodadas y mirando de reojo al ser humano que lo amenaza con su presencia. El hombre estúpido siquiera anda el bosque porque teme a la fiera hambrienta.

Los tórtolos se cogen sin paz en medio del triste pantano.

lunes, 29 de agosto de 2011

Cumplir años


Suelo pensar profundamente qué palabras regalar para un saludo de cumpleaños, cómo ubicarlas, qué deseo hacer extensivo, qué pasiones; pero generalmente, por no decir siempre, me resigno y largo un "felicidades ché, que tengas un gran día!". Cuanto más cercano es el ser en cuestión, más pienso la dedicatoria perfecta, el mail extenso o la presencia deseada: ¡la sorpresa! Pero no hay caso, casi siempre es ese insulzo "felicidades".

En este caso, me resigno de antemano, la hago corta, me evito un dilema y no le deseo felicidades a ella, me las deseo a mí. Porque en este año que nos encuentra caminando en el mismo planeta, pero también en el mismo sendero, el homenajeado soy yo. Me congratulo por todo lo vivido en su compañía, me reconozco sonriente y felicitado, por la gracia de los acompañamientos que hacen de lo feliz, la felicidad. Una sensación permanente, que subyace y trasciende todo lo aleatorio y azaroso de un facial y espúreo estado de ánimo.

Así es que la hago corta: me miro, me veo feliz y me deseo felicidades. Y a ella un infinito agradecimiento. Por todas las felicidades que no me desea, sino por las que me regala, día a día, despertar a despertar, anochecer a anochecer; en todas las aristas que los distintos planos nos regalen, o mejor aún, en las que juntos construyamos.

Por derribar las fronteras. Por saber izar mil banderas. Por hacer del mundo un lugar más lleno de colores, como espejismos en los tamices de la melancolía.

Por su cumpleaños.

Por el nuestro.

¡Felicidades!

martes, 28 de junio de 2011

DCXXVII | El tesoro de Lucrecia

Lucrecia sabía amarlo. Lo amaba por delante; lo hacía por detrás. Su pasión se encarnizaba en el ardor de las heridas, las de él, cuando sus uñas, hace tiempo, aprendieran a escribir poesía en sangre. La mirada le vomitaba el ardor de la comedia idílica del enamoramiento, pero sus pasos eran firmes como los de un soldado; como los de una princesa etérea que naufraga los destinos más inciertos por la acuarela del ocaso mediterráneo.

Martín lo sabía bien, quizás por eso siempre sonrió de costado. Mezcla de ironía y satisfecha soberbia de creer que todo en la vida, siempre, estuvo su alcance. Tan de costado reía, que vastas fueron las oportunidades en las que la sonrisa estuvo a punto de escapársele del marco del rostro; pero no, jamás se atrevió a emprender el viaje. Será, quizás, que él también supo amarla, tanto o más que a la inversa. Comprendió, aunque socarronamente, que no hay reino inconquistable si es con su compañía, no hay metas que de soslayo se le escapen a sus pasos, si de su mano es el idilio el jirón que pende.

¡Haya luz, en el conjuro maléfico del destierro! Parid lo obscuro, cuando la vista encandile al paso. La historia de Martín y Lucrecia, del amor desconocido, de un imán de manicomio, de manos martirizadas y manchas en las pestañas. Roces. Indelebles, como inasequibles. Trombones y gaitas chirrían en el Sol cuando las palomas vuelan alto. El tiempo en que los gritos son bandera y la historia cambia de mano. Allí anda el tesoro, vagando como aún oculto a la vista de todo el mundo. Encontrado ya por él, descubierto antes por ella. El suspiro que se va ahogando refulge por el encuentro. La otra cara del mundo, la cruz, queda hacia arriba.

Abre los brazos, hijo: vine para quedarme.


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sábado, 29 de enero de 2011

DIC: Sonrisa de hoy

Soy y siempre fui, un ente ajeno a lo que mis formas reflejaron al mundo exterior. Lo que otrora fue sonrisa, en verdad significó llanto desgarradador. Muy pocas, a la inversa; por no decir ninguna. El rostro lleno de pelos, la barba insignificante, el pelado que cantó canciones de amor y de amistad, los abrazos recibidos en son de compañía, más que de ninguna otra cosa. Tanto vicio relegado por el infinito y eterno anhelo de libertad. Alguna compañía distanciada. Las que valen, no. De una u otra forma, siempre están. Hasta los muertos. Un patrón que se hace grito interior y muchas veces no llega a reverberar en los muros del mundo. Esas caras, las que inundan las calles de lágrimas, sonrisas y alguna que otra injuria al prójimo; esas caras, valen tanto menos que nada. La sonrisa que existe y es real, es la que comulga con el corazón en entenderla par y compañera. En quererla para siempre a tu lado, y dar cada paso, por más arriesgado que sea, con la cautela necesaria para no soltarte de su mano. Existe un motivo real para mi sonrisa de hoy. Existe algo más grande que el vacío constante en el que nos sumergimos al deambular por la Ciudad sin verla pasar a tu lado.

martes, 18 de enero de 2011

DXCVIII: El dogma de la nada

¿De qué te exime ser fan de El Principito? De estudiar la obra de Foucault. ¿De qué te emancipa creer en los colores del arco iris, casi como una ruta de vida? De no enfrentar la realidad, de no asumir lo lúgubremente fáctico de nuestra existencia. ¿De qué, enamorarse hasta el hartazgo creyéndolo eterno? De no confiar en esos vientos que todo lo arrasan con su furia, en los ciclones que desgarran las raíces del más tenaz árbol. ¿De qué libera tanto vivir huyendo de la muerte, si es lo único cierto en nuestras vivencias, en la del otro, en la de todo aquello que por aún-no-muerto, vive? De entenderla irreversible, fatal e inoportuna, siempre.

¿Y viceversa? ¿Y todo igual, pero patas para arriba, como el mundo, como la América de Galeano? De otras tantas banalidades.

La dialéctica, mientras tanto, en ese rol de poder tan intrínseco a nuestra idiosincrasia que le hemos otorgado los hombres, nos ata a un extremo o al otro, al menos por instantes. Nos obliga a desenredar las urdimbres que han hilvanado lastimosamente, y a erigirnos sobre nuevos dogmas dialécticos. El hacer tiene lecho en el decir, se suicida cada lunes en la ruta insoslayable de volver, y en cada verdad que formulamos como una tautología que tiene sus cimientos en la hipocresía de la misma palabra que, por simbólica, engaña por su mera razón de existencia.

Si amásemos más y dijésemos menos, si anduviéramos por la vida con príncipes de capas azules y verdugos de capa caída, con amores ciertos y eternos, y sin tantos finales tajantes, si entendiésemos la contradicción como más mentira dentro de la mentira misma -y que menos por menos, siempre da más-; distinta sería la historia. Lejos de las etiquetas, lejos del querer parecer y un tanto más próximos al ser o no ser. Perderíamos el miedo a no pertenecer a una estirpe tan vacua como esnob e insatisfecha, por aferrarse cada vez más a una senda que no es la propia. Nos animaríamos a empapelar el mundo con nuestros deseos y nuestros nombres. "War is over", si así lo queremos.

Que muera la muerte y se desnutra la irracionalidad del hambre. Que nunca aprenda la incultura y la analfabetización. Que la calle sea tránsito y no morada. Que el amor gobierne el sentido del hombre, y no la codicia y la política del provecho personal. Que los vicios sistémicos se estrellen estrepitosamente contra un muro de voluntades inquebrantables, y que nuestras vidas se eleven más allá de lo que simulan representar en el universo simbólico que encarcela, tortura, mata y deja morir.

sábado, 1 de enero de 2011

DXCVI: El jardín de los presentes

Como los días de la naciente vuelta al sol, el hombre erige sentires y pesares sobre el cimiento del acostumbramiento. Es animal de rutina y costumbres. Sólo entraña aquello que supo hacer propio con antelación; que hizo suyo con la ilusoriedad ansiada y tan humana de los lazos de pertenencia. Falta aquello que una vez, hondamente, se poseyó. Se llora anticipadamente aquello que aún no se tiene, pero faltará. La lógica del abandono impío y la pertenencia sublimada. Todo escribiéndose con la letra capital de la costumbre, del paso del tiempo y de hacer escuela de sus -de nuestros- presentes. Los jardines del eterno se deambulan hoy de a pares, sus manzanas se degluten con la calma de quien nada espera; y un folk de Plant y Krauss, aletargan los mañanas que se cuelan en el hoy con imprudencia, en un hoy tan nuevo como el vuelo de la fogosa mariposa que andaba empezando el mundo, en un suave día de verano; en el primer y el último día de su exhortación de vidas mutantes. El miedo sobre la repisa. Mañana, una incertidumbre. La costumbre, aquel viejo mal hábito. Este hoy, nuestro hoy, proyectado en el horizonte de la vida como un posible para siempre, y otro nuevo aleteo danzarín, sonriente, compartido.

jueves, 23 de diciembre de 2010

DXCV: No mueran los jazmines

No mueran los jazmines,
no mueran todavía.

Donde el Sol no los alumbra
y los amores se eternizan,
se cocinan vastas guerras,
se hacen grito los sentires
que enarbolan las historias,
entre pares producidas,
guionadas, compartidas.

Alcen su vista al cielo,
o hacia el techo que los acoge,
los esconde del prejuicio,
los protege del hostil andar del mundo.

Crezcan sanos, vigorosos,
que el amor les sea escuela;
que las risas, navidades.
Los abrazos, de eternidad
dulces anhelos. Los amores,
nómades y encantados.

Padres.

Madres.

Padres y madres de tristes jazmines,
que se secan en la oscuridad,
o se elevan a la inmortalidad.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

DXC: Ella también

Cuesta dejarte atrás. Abandonar tu inyección, dar un paso adelante y volver a cero. El ojo desnudo, la pupila midriática saludándose de lejos con el refulgir crónico de tus palabras. Pero todo pasa, leí alguna vez. Pasan las horas, se quiebran amores, despojan rencores, se alquila la habitación nupcial del corazón completo. Al partir los barcos y los botes, el oleaje asusta, y desde el abrazador calor de este Sol de finales, tu ser me ilumina. Me acompaña.

jueves, 25 de noviembre de 2010

DLXXXIX: Luz del horizonte

Es el elíxir sublime del horizonte donde descansa, azul, un destello de anhelos sensatos e imperecederos. Sentires de añares y centurias, de rayos y centellas y llamas inextinguibles lamiendo de fuego los muros de tus castillos constitutivos. Erosión ardiente del ladrillo pulverizado bajo tu vuelo. Encarnizamos la luz estelar de un mañana alcanzable y posible, efigies mutantes y vivas de los amores eternizados en un dueto infalible y certero. Aves de alto vuelo, gaviotas por momentos. Rasantes cada tanto, danzando el vals del viento entre las nubes y los dioses pasados. Quetzalcóatl sonríe, se realiza. Se hace estrellas y se funde con la nada y nuestros cuerpos. Y en el excelso devenir de las almas comulgadas, somos luz y vida eterna.

jueves, 18 de noviembre de 2010

DLXXXVII: Felicidad

Ablandar cada nervio, suspirar en exceso. Retazar las historias de un futuro incipiente, la algarabía de soñarse comulgados de pasión. Abrazar ese cuerpo hasta sentirle el alma que siempre escapa, vuela alto y te embaraza de ilusión. Besarse con ternura bajo el umbral de la felicidad. Acariciar esas yemas con las mismas yemas de tus dedos, emparentarse. Agradecerse hasta un suspiro inherente al amor, imantado al deseo de sentirse indivisiblemente acorazados. Alunizar travesías demenciales, exponenciadas en cada verso recitado y en la tristeza de nuestros ojos que se hace una y se siente vencida; se aleja, nos abandona. Amando el momento amado. Aletargando un adiós que jamás llegará, porque soñar no cuesta nada y porque el final es, por tal, principio. Sintiendo emoción y pertenencia de una entidad imaginada. De la bendición de los santos conspicuos que detentan por sobre nuestras voluntades el destino inmediato del momento presente. Caminando hacia nuestro Norte. Besando tu alma eterna hasta el inasible sosiego del placer compartido.

lunes, 23 de agosto de 2010

DLXXVII: Carrera al sol

Recuerdo aquellos tiempos de libros prestados y desafíos tan inconducentes como jugarle esa carrera al sol que se filtraba por la rendija de mi ventana, ya con ojos orientalizados, con el fin último e impostergable de leerte de corrido. Renglón tras renglón, descubrirte se hacía insoportablemente cruel. Cruel por la lejanía, por esa física distancia ante semejante cercanía. Esa misma que, tanto como el amor, desgarra el pecho sin hacerlo veramente, sin bendecirnos con la extremaunción, librándonos así a toda una vida de incertidumbre, soñándote conmigo y sabiéndote aún ajena. El desafío no era al sol, el desafío era a tu abrigo, a tus brazos como tenazas enalteciéndome -y anidándonos- en un amor inclaudicable. Te leo repetida y me enloquezco por sentirte. Por apretar esos dedos una vez más, por rozar bajo la frazada del invierno nuestros cuerpos con tan poco miedo, con tan pocos límites. Quiero jugarle una carrera al sol, y ganarle por añares. Ser la liebre que, sin pausa, cierra el libro y sigue leyendo. Ahora otra historia, una cierta. Una con vos.

lunes, 16 de agosto de 2010

DLXXII: Encrucijada en el diluvio

Te parás bajo el farol. Suspirás y abrís los ojos en dirección al universo. Reconocés todo aquello que no vive más que en vos y sentís la lluvia cayendo y empapándolo todo, lavando profundas heridas, corroyendo arraigos imponderablemente inútiles. Cae la gota aventurada en tu frente y se desliza lasciva por el dulce perfil de tu rostro que tan acostumbrado me tiene, acariciando tus mejillas en el paréntesis que dibuja tu sonrisa, al son de un ignoto humedecimiento. 

Allí me pierdo, me amalgamo con la lluvia y tu sonrisa, entre las gotas del diluvio universal y tu cáliz de vida eterna que sueño y ansío. Dejás caer una lágrima que es aguja en el pajar de la tormenta, se lanza impertinente al mar de las dudas de un empedrado erosionado de historias y ajenas sales. Pero sabe que sólo la tuya podrá escribir la verdadera historia, la historia sin final de la pesadumbre enamorada, que deambula sola en una calle de Palermo en otras líneas temporales, tan lejanas al cucú de la casa de la abuela, o la pulsera dorada que esos hombres tan concupiscentemente anhelan. 

Vos ahí, bajo el farol y la lluvia, haciendo tiempo a que mis pasos te alcancen. Los sabés reiterados, casi tuyos. Casi tanto como conozco yo ese sordo repiquetear de tu válvula sanguínea. Los silencios y distancias. Los veranos. 

Serán tiempos de urdimbres carnívoras y asesinatos majestuosos, cuando nuestros caminos se crucen en esa esquina, en ese farol. Cuando el diluvio caiga impiadoso, más el agua no apague el fuego y regalen tus alas el viento que lo avive. 

viernes, 13 de agosto de 2010

DLXX: Piedra, piedra

Dos veces no. Claro. Esa del pasado, que quedó circunscripta a la jurisdicción de otros tiempos, se replica, como haciendo sapito entre las líneas temporales y apareciéndose en el hoy. En este que se imanta con mi presente. La misma y distinta piedra filosofal, preciosa. Y toda la magia que la circunda, mal llamadas blanca y negra. La adoro, en todas sus formas. Pero dos veces... Piedra, piedra. Pum, piso! 

DLXIX: Elecciones indivisibles

"Mirarte en la frecuencia donde alcance que tiembles mi deseo sin que se devaste tu camino. Imposibilidades varias, la mía siempre es anterior. Renunciar para aparcarte el espacio en el que no renuncies, y mientras tanto aminorarme. ¿Dónde me traiciono más? Apropincuándome al respeto a que te sigas o silenciando lo que no quiero pedir. Pedir siempre se me hizo agua de exigencia, y eso no corre cuando tratamos sentidos, cuando lo que se da debe pasar o morir. Y en la mayoría de mis casos resulta que muero para no pasar así como un fantasma conformista y predador, que asume el riesgo de coartar una luz, una elección. Pero es que a veces –las más veces- acabo eligiendo no elegirte o no elegirlos, si asoma la posibilidad de que no puedas o no puedan hacerlo por sí mismos. Cómo si de mí dependiera fomentar sus ansias –las tuyas-, haciendo claroscuro de las propias. Debería seguirse conmigo en el camino, como si la opción de mi ausencia no existiera, no porque de hecho no exista sino porque sus vísceras gritan que no desean transitar sin mis sombras y mis colores."

Vos sabrás de dónde es...

martes, 6 de julio de 2010

DLIV: Píxel

El único problema es el cristal. Carmesí, sepia, ocre, lento degradé. Efecto doppler del sentimiento ondulante, reactivo a los impulsos, inyectándose del mundo en nuestra vida. Un blanco y negro casi constante, gris eterno en otros tonos. Juego de luces y de formas. Encrucijadas semánticas, cruces predicativas, yuxtaposiciones significantes que resultan, paradójicamente, insignificantes. Cuando el sexo se vuelve pernicioso; la pasión, pura lascivia; el amor, mundano y soslayable; el cristal se empaña. Crisis a cuatro colores, múltiples puntos de fuga, sentimientos simétricos y pixelados, lejos de la auténtica retórica de la imagen. Nos convertimos en un píxel. Un píxel gris, cúbico y andante, que deambula ausente por un mundo diáfano sin razón ni corazón. 

lunes, 5 de julio de 2010

DLIII: Invictus

Out of the night that covers me,
Black as the pit from pole to pole,
I thank whatever gods may be
For my unconquerable soul.

In the fell clutch of circumstance
I have not winced nor cried aloud.
Under the bludgeonings of chance
My head is bloody, but unbowed.

Beyond this place of wrath and tears
Looms but the Horror of the shade,
And yet the menace of the years
Finds and shall find me unafraid.

It matters not how strait the gate,
How charged with punishments the scroll,
I am the master of my fate:
I am the captain of my soul.

---

Fuera de la noche que me cubre,
Negra como el abismo de polo a polo,
Agradezco a cualquier dios que pudiera existir
Por mi alma inconquistable.

En las feroces garras de las circunstancias
Ni me he lamentado ni he dado gritos.
Bajo los golpes del azar
Mi cabeza sangra, pero no se inclina.

Más allá de este lugar de ira y lágrimas
Es inminente el Horror de la sombra,
Y sin embargo la amenaza de los años
Me encuentra y me encontrará sin miedo.

No importa cuán estrecha sea la puerta,
Cuán cargada de castigos la sentencia.
Soy el amo de mi destino:
Soy el capitán de mi alma.

William Ernest Henley 
1875