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miércoles, 24 de marzo de 2010

CDXCIII: Hijos

Utopía del corazón apuñalado de seguir latiendo. Sueño etéreo de esas piernas débiles y castigadas, de seguir firmes a noventa grados de un lecho de muerte que jamás va a llegar a ser. Esperanto de la esperanza, reestructura una historia en coplas, que cuentan más y cuentan mejor. Cuenta con el terso mirar de la añoranza imperceptible, y el desconcierto que ligan a la catástrofe en tiempo sostenido. Olvidan y perdonan. Nada está clavado en la memoria. Nadie lo ve en sus ojos. ¿No están? ¿Desaparecieron? Conceptos equivocados de un monstruo cegado por el karma, que absorbe más de lo que fue, y arrastra sociedad por las narices, bajo la sombra del miedo. Nada es argentino. Nadie es subversivo. Jamás existió la Reorganización Nacional, ni tampoco las banderas del Ché. Lo que existió y existirá por siempre, son los hijos. Los hijos de nadie; los hijos del mundo. Levanten, hijos, su voz como inviernos, impiadosos y eternos, con todo su pesar sobre los asesinos de la nada. 

martes, 6 de enero de 2009

CXLII

"Tenía curiosidad por conocer aquella casa. Pero aquí no encuentro tejas. Ni pianito. Ni vals. Una gran pared gris y descascarada, una ventana con persiana baja, y un portón de vidrio y hierro. Sobre ella, en letras metálicas, un nombre: Lydia. Toco el timbre [...]."

Así relata Laura Giussani lo vivido por ella años atrás. Así podría relatar yo mismo, las irrepetibles percepciones que tuve en la tarde de hoy. Hoy los reyes no vinieron, hoy busqué a la reina (y la encontré). El caserón de la calle Conesa comenzó a desgarrarse de las frías hojas de un libro para comenzar a formar parte de mi vida, incluso en el momento en que leía su descripción. Hoy, definitivamente, es un jirón imborrable de mi historia.

Toco el timbre y, claramente, no es Lili quien abre la puerta. Es más bien un señor canoso, de mirada firme y temeraria, quien asoma su rostro por la ventana. Me acerco y tímidamente le hago un relato mínimo, de novela, y le confieso que estaba en busca del espíritu de Lili Massaferro. Carlos me invita a conocer a Liliana Belloni, segunda hija de Lili, hermana de "Manolín" (como el recuerdo lo evoca), masacrado por las "fuerzas del orden", allí por el año 1971 en el partido de Tigre. Liliana me pregunta desde la ventana si temo a los perros y, ante mi negativa, me invita a pasar. Las puertas de la calle Conesa se abrían para mi. El "Lydia" inscripto en el muro, quedaba fuera de mi campo visual, para adentrarme en la magia del mundo de Lili: en su familia.

Lo vivido dentro de esas paredes, quedó grabado a fuego en mi memoria. Lo inefable, son las puertas abiertas, los puentes tendidos. Tanto con Liliana como con Carlos, con Lili, Manolo, Pirí. Con Paco Urondo. Con Firmenich y el Che Guevara, con los Aymara o con el imperio incaico. El despertar del espíritu rebelde en las historias vividas y por vivir. En Cromañón y la militancia setentista. Todo se hizo uno en ese fantástico caserón, detenido en el tiempo. Porque allí hay más que muros, muebles y habitantes. Allí corren aires insurrectos e inconformistas, rebledes y vitales, solidarios y bien predispuestos, que rebalsan el ambiente con su áurea efervecencia, mágica y principesca. Pero fielmente, humilde.

Agradezco de corazón a Liliana Belloni y a Carlos Ballivián por la confianza y la gentileza con la que me regalaron una tarde irrepetible. Gracias también a Rosario Espina por haberme introducido hace un tiempo en el mundo de Lili, con la simpleza y el oportunismo de saber cuándo y qué libro prestar, a quien había perdido la sed literaria.

Una tarde muy mía, que es suya.
Un momento muy nuestro, que es de un pueblo.
Un pueblo que es Lili, o debería serlo.

jueves, 18 de septiembre de 2008

XXXVII

Plaza Misserere tiene algo sumamente peculiar y característico, tanto en su verde superficie como por los canales subterráneos que la subyacen. Tiene poesía, historias, diversidad e inclusión, pero principalmente, tiene una inmensa y constante propensión a la tragedia. Once en particular, como centro neurálgico, se encuentra atiborrado de excesos y, por consiguiente también, de desenfreno y desinterés. El momento en que el subte abandona la estación Loria, rumbo a Plaza de Mayo, puede generar sensaciones de altísima turbulencia física y emocional. Sabemos que estamos a punto de sufrir una embestida certera por parte de las huestes ansiosas que aguardan impacientes, la llegada del subte. Pero no es cualquier subte, debe ser el único. Si, seguramente lo sea, porque sino sería inexplicable la vehemencia con la cual se inmiscuyen esos seres urgidos de traslado, ejerciendo una presión tal, sólo digna (por poner un ejemplo) de un recital de La Renga. Y es en ese momento cuando uno recuerda lo sucedido años atrás, y sólo metros más arriba de esa estación. Donde la ambición, la desidia, la ansiedad y el desinterés, convirtieron un hecho trivial en una masacre. Eso se vive en Once. Esa es la única partícula de aire que ingresa formulando pensamientos indeseados, cuando dejamos de ser individuos y pasamos a ser un todo masificado en la simpleza de un vagón de subte. Y conviviendo entre la manada y los pensamientos, vuelvo a hacer memoria y, hoy más que nunca, me pregunto: ¿Dónde carajo está Julio López?