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jueves, 20 de enero de 2011
El niño que somos
Ana María Matute sostiene que cada adulto es lo que queda del niño que fue. Yo fui una niña de rodillas arañadas, novelera y cuestionadora. Volví loca a mi madre preguntándole el “po té” de las cosas antes de aprender a escribir “mi mamá me mima”. Luego, cuando fui capaz de pronunciar por qué en vez de po té, enloquecí con mis preguntas a las monjas de mi colegio, afines a la doctrina del ordeno y mando por los siglos de los siglos, amén. Aunque lo intentaron, no me doblegué y así me convertí en lo que hoy sigo siendo. Una preguntona impenitente. Así pues, me pregunto qué queda en nuestros políticos del niño que fueron. Siendo como son, imagino que Rajoy fue el típico niño acusica, proclive a señalar las faltas ajenas para ensalzar, así, su aparente virtud. Supongo que Zapatero fue un friki ensimismado con dificultades para discernir entre realidad y ficción, el rarito de la clase. Aznar, uno de esos niños permanentemente cabreados, con los que una prefería llevarse bien por miedo a que la tomara contigo en vez de con otro. Y González, el niño que bajaba a jugar a la calle con una canica en el bolsillo y volvía a casa con la bolsa llena.
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domingo, 22 de agosto de 2010
Políticos desesperados
| © FAES |
Mientras, aquellos que sí deberían hablar, han callado hasta el último segundo. Moratinos no dijo nada sobre la crisis melillense hasta el jueves. Incomprensible.
Superada esa primera transición, en la que nuestros políticos alcanzaron cotas encomiables de generosidad y renuncia a los principios propios para favorecer el bien común, vinieron camadas de presuntos líderes caracterizados por el enanismo político y moral y el arribismo descarado. Siendo así, no extraña que los españoles perciban a la clase política como el tercer problema de este país, tras el paro y la situación económica. Es decir, aquellos que deberían servir para solucionar los problemas de la ciudadanía son considerados por la población un problema en sí mismo. Toda una paradoja que debería inducir a nuestros políticos a una reflexión profunda si no fuera porque, como todos sabemos, su oficio está reñido a muerte con la autocrítica.
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