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martes, 5 de marzo de 2013

Los pájaros de Auschwitz

Arno Surminski
Traducción de María Dolores Ábalos
Salamandra. Madrid, 2013
192 páginas. 15 €.

El personaje central de esta novela del alemán Arno Surminski (Jäglack, 1934) es un tipo bajito, joven y medio calvo, pero sus rasgos físicos son secundarios. Lo importante es que Hans Grote es un guardia de la SS en el campo de concentración de Auschwitz aunque, contra lo que cabría esperar, no es aparentemente un criminal insensible y despiadado. Es un ornitólogo amante de los pájaros, un biólogo con aspiraciones académicas interesado en investigar la avifauna del campo de concentración y sus inmediaciones, un amante esposo y un cariñoso padre de familia. Y estos rasgos son los que le convierten en un personaje bien construido e inolvidable. Un malo perfecto en su dualidad que es lo más redondo, a mi juicio, de esta novela que trata sobre lo que psicólogo social Philip Zimbardo denomina El efecto Lucifer. Es decir, sobre el porqué de la maldad o, más exactamente, sobre el porqué de la maldad sistémica instaurada por los nazis.
Junto a Hans Grote tenemos al prisionero Marek Rogalski, un pacífico y joven estudiante de arte de Cracovia deportado en el verano de 1940 en Auschwitz por el solo delito de ser capaz de pensar, asignado a Marek para que ilustre con dibujos su investigación ornitológica y elegido por el narrador para contar, desde su punto de vista, la relación que establecen guardián y prisionero en sus excursiones por el campo e iluminar las causas por las que doctores Jekyll como el ornitólogo Grote,  un hombre decente, incapaz de matar a un pájaro” pueden transformarse en míster Hyde, si le ordenan matar a una persona.
Al principio, Marek se sorprende con la humanidad de Grote, su capacidad para reír “como una persona normal” y su amor por los pájaros, que le lleva a interceder para que nadie lastime a las crías de un petirrojo anidado bajo una torre de vigilancia. Pero, al mismo tiempo, el prisionero Marek se interroga una y otra vez sobre el porqué de la maldad de los nazis: “¿Cómo es posible que teniendo unos poetas, unos filósofos y unos músicos tan extraordinarios cometan estas atrocidades?” Y llega a una terrible y lúcida conclusión: “Han aprendido a obedecer para no tener que pensar. Las órdenes son las órdenes, dicen, cuando deben hacer algo a lo que como personas normales se negarían”.