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jueves, 24 de marzo de 2011

Machotes de papel

La humareda levantada por los ataques aéreos contra el sátrapa Gadafi oculta, poco a poco, la nube radiactiva de Fukushima, aunque la catástrofe japonesa sigue alimentando a columnistas y radiopredicadores de todo signo, como Fernando Sánchez Dragó quien, en un artículo publicado en El Mundo bajo el título “El día en el que bailé de culo”, se atreve a llamar “ratas” y “cobardes” a los extranjeros que han decidido salir de Japón hasta que la situación se aclare. ¿Quién se cree que es, quiénes se creen que son, estos opinadores mediáticos para anatemizar conductas ajenas, basadas en el miedo lícito? Porque el  miedo de los extranjeros en fuga, que bien podría ser el mío si me encontrara en su situación, no daña a terceros. Es el miedo de los millones de refugiados y desplazados que hay en el mundo. De los que huyen de las guerras, la persecución o las catástrofes. Su  miedo no es doloso o culpable. Es puro instinto de conservación, digan lo que digan los machotes de papel,  proclives a golpearse el pecho, como orangutanes, para intimidar al contrario o fardar de una testosterona tarzanesca que hoy, a las janes del mundo, nos mata de risa.

jueves, 17 de marzo de 2011

Alerta nuclear




Hace un par de años alquilé un precioso apartamento en un pequeño pueblo gallego, situado frente a la Costa da Morte. Era perfecto, salvo por un pequeño detalle. Tenía unas vistas privilegiadas sobre el cementerio local, iluminado por la noche como una feria. Así pues, pasé una semana sin pisar el balcón para no perturbar mi descanso estival con el barrunto del descanso eterno. Estos días, de alerta nuclear en Japón, he recordado mi apartamento gallego. A nadie le gusta tener un cementerio frente a casa. Tampoco, las centrales nucleares. Sin embargo, casi nadie cuestiona su necesidad. Nos limitamos a cerrar los ojos, para no ver.

El secreto consiste en no asomarse al balcón, en ignorar las advertencias que algunas veces, como ahora, nos hacen llegar los ecologistas, difuminadas siempre por el discurso del lobby nuclear, que pagamos todos con el recibo de la luz.  Así pues, aléjese del quijotismo ecologista, de la caverna medioambiental. No se asome al balcón. No escuche que los reactores de Fukushima son similares al de Santa María de Garoña. Tómese una pastilla de yodo pronuclear y olvide el yodo radiactivo. Muramos con la lavadora puesta.