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lunes, 25 de noviembre de 2013

¿A qué suena '2312'?

A la ciencia ficción le suele gustar la música electrónica. De hecho, uno de sus pioneros, el escritor Hugo Gernsback fue empresario de la industria electrónica y creador de dos curiosos instrumentos, el pianorad y el staccatone.  Sin embargo, la banda sonora de la última obra de uno de los grandes del género, Kim Stanley Robinson, no tiene nada que ver con la música planeadora, el rock espacial, el tecno o la música cósmica. 2312 suena a Beethoven y silbidos de alondra. No os asustéis. Vamos por partes.

En la reseña de esta novela que publiqué hace unas semanas os conté que, en esencia, 2312 es la típica historia de chico conoce a chica, aderezada con un trasunto terrorista de dimensiones interplanetarias.  El chico en cuestión es Fitz Wahram,  un saturnino de ciento once años, cara de sapo y “príncipe de la mediocridad”. Pues bien, cuando era joven este tipo comenzaba el día “silbando la Eroica, la innovadora tercera sinfonía que no sólo anunciaba una nueva era musical, sino también del espíritu humano”, escrita por Beethoven cuando se enteró de que se estaba quedando sordo. En la novela de Kim Stanley Robinson, el chico la silba para sobrellevar el camino que emprende con la chica para escapar bajo los túneles cuando los malos arrasan la ciudad de Terminador. Y, en sus silbidos le acompaña el canto de alondra que entona la chica, llamada Cisne, dotada para el asunto porque se ha sometido a un trasplante de pólipos de alondra en su cerebro:

Así que tenemos a Wahram con su Eroica, a Cisne con sus insistentes “trinos de ostinato” e incluso algún momento cucurrucucú paloma en el que ambos se atreven con “varios dúos conmovedores” sobre la base de “las cuatro sinfonías de Brahms, tan nobles y sentidas; sin olvidar las últimas tres sinfonías de Chaikovski” y la Séptima y la Novena de Beethoven. 

Los silbidos se prolongan durante varias decenas de páginas. Tantas que una empieza a rogar porque aparezcan los terroristas y acaben con este pía que pía interminable que, a mi modo de ver, resume a la perfección la esencia de esta novela con pretensiones de clásico y vocación ecologista. 


lunes, 21 de octubre de 2013

2312

Kim Stanley Robinson
Traducción: Miguel Antón
Minotauro. 2013.
528 págs. 21.95 €. E-pub: 9.99 €

2312, de Kim Stanley Robinson (Illinois, 1952), es en la superficie una novela de ciencia ficción con todos los aderezos propios del género. Hay ascensores espaciales, trajes de vacío, humanos con qubos (inteligencias artificiales) metidos en la cabeza, tratamientos de longevidad que permiten vivir doscientos años, gafas de traducción, ciudades móviles… También cuenta con otro ingrediente fundamental: la especulación sobre cómo será la humanidad en el futuro. En el 2312 de Robinson, la Tierra se ha convertido en “el planeta de la tristeza”. El cambio climático ha provocado la subida del nivel del mar, se han disparado las temperaturas y los alimentos escasean. La Tierra tiene once millones de habitantes  de los cuales tres mil no tienen cubiertas sus necesidades de alimento y vivienda y seis mil más viven al borde del precipicio. Como consecuencia de todo ello, el capitalismo se ha visto “relegado a una nota a pie de página” y los humanos se han lanzado a la colonización del sistema solar,  fundamentando su sistema económico en una cooperación mutua organizada que se inspira en el modelo Mondragón.

Hasta aquí, todo bien. Aunque a veces se empecina en convertir en explicaciones para tontos lo que debería deducirse de la lectura, Robinson se maneja con soltura en los territorios de la hard ciencia ficción, de forma que, pese a que todos hemos leído cosas sobre los avances tecnológicos que anuncia, logra transportarnos a ese escenario científico futuro y hacerlo verosímil. OK también a su particular alerta sociopolítica sobre la deriva de nuestro pobre planeta. Pero lo que realmente hay bajo el cascarón de la novela es una historia de amor, bastante pueril con un trasfondo policial plagado de agujeros negros.

Kim Stanley Robinson
En esencia la cosa va así: chica pierde a su abuela, fallecida de forma inesperada. Chica conoce a chico, que es amigo de su abuela muerta con la que andaba en tratos políticos para estabilizar el sistema solar y reducir la capacidad de la Tierra para crear problemas. Chica y chico tratan de descubrir si la muerte de la abuela obedece, en efecto, a causas naturales y terminan metidos en una investigación sobre terrorismo interplanetario. Ambos recorren el sistema solar para encontrar respuestas, las consiguen y se enamoran. Fin.

El hecho de que la chica, la mercurial Cisne Er Hong, tenga ciento treinta y cinco años y se haya sometido a modificaciones genitales y exóticos implantes que le permiten ronronear como un gato la convierte en una curiosidad, no en un personaje creíble. Tampoco lo es el chico, Fitz Wahram,  un tipo saturnino de ciento once años, cara de sapo y “príncipe de la mediocridad”.  Juntos protagonizan una auténtica anti Love story. Una de las historias de amor más frías e impersonales que he leído.

Y, ¿qué sucede con la trama policial? No mucho más. El autor nos sumerge en un gozoso viaje interplanetario en el que cuaja sus mejores páginas, con descripciones impresionantes sobre Ío (la luna más interior de Jupiter), Titán (el mayor de los satélites de Saturno), o la pavorosa Tierra (con Nueva York bajo el agua, convertida en una nueva Venecia) para que acompañemos a Cisne y Fitz en sus descubrimientos. Sin embargo, el andamiaje de la investigación policial tampoco aguanta las 526 páginas de las que consta la novela.

En definitiva, 2013 no es la Trilogía de Marte, ni literatura sin apellidos. Es una novela de ciencia ficción con el premio Nébula 2012 y, eso sí, una estupenda banda sonora que recomiendo usar como música de fondo durante la lectura. Puede que sea lo mejor de la obra.