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lunes, 12 de agosto de 2013

Sherlock Holmes se equivocó

El caso del perro de los Baskerville
Pierre Bayard
Traducción de Javier Albiñana

Anagrama. Barcelona, 2011
200 páginas. 17,50 euros


Desde que Arthur Conan Doyle publicó El perro de los Baskerville en The Strand Magazine entre 1901 y 1902, nadie había cuestionado que el culpable de los atroces crímenes que ensangrentaron el páramo de Dartmoor fuera el naturalista Jack Stapleton, ayudado por su temible sabueso.

Pierre Bayard (1954), profesor de literatura francesa en la Universidad de París, sostiene ahora en este ensayo que Sherlock Holmes se equivocó en sus pesquisas y que el auténtico asesino, agazapado en la novela desde hace más de un siglo, escapó a la justicia. Así pues, reabre el caso para desenmascararlo promoviendo, de forma paralela, una apasionante reflexión teórica sobre la naturaleza de los personajes literarios, que no son seres de papel, “sino criaturas vivas que llevan una existencia autónoma en los libros, llegando en ocasiones a cometer crímenes a espaldas del autor”.

Pierre Bayard

Poco a poco, manejando la intriga como un experto en el género, el detective Bayard aplica la lupa de la crítica policial sobre la novela y desmonta los indicios existentes contra Stapleton. No solo detalla los errores deductivos de Holmes y sus dificultades para valorar la realidad, sino que también desacredita al doctor Watson como personaje narrador, ya que al estar íntimamente involucrado en el caso es claramente subjetivo y porque, además, se nos presenta como un “tonto rematado”.



Arthur Conan Doyle
Pero, ¿por qué Conan Doyle no advirtió que uno de sus personajes, el auténtico asesino, se había sustraído definitivamente a su control y se divertía induciendo al error a Sherlock Holmes? Porque el autor sufría un mal literario que Bayard denomina ‹‹complejo Holmes››. Una “relación pasional que lleva a algunos creadores o a algunos lectores a dar vida a personajes de ficción y a establecer con ellos vínculos de amor o de destrucción”. Y es que, pese a que Holmes le reportó éxito y fortuna, Doyle le odiaba. Tanto, que decidió matarlo en El problema final, aunque la presión de los lectores forzó su reaparición en El perro de los Baskerville donde, abrumado por la angustia que le provocaba su convivencia psíquica con el detective, Doyle le perjudicó sin darse cuenta, haciendo que incurriera en inexactitudes y torpezas e impidiendo que atrapara al auténtico asesino del páramo, revelado, como es elemental, al final de este magnífico ensayo.

Lee un fragmento de este libro.

martes, 2 de abril de 2013

Literatura políticamente correcta y otras tonterías

En diciembre de 2012 participé como jurado en el la XXII edición de su Premio de Literatura para Escritores Noveles convocado por la Diputación de Jaén que premió la obra Nunca te quise tanto como para no matarte, de Javier Ochoa.  El 27 de marzo recibí una llamada en la que se me comunicaba que Diputación había decidido revocar la decisión del jurado, porque la obra galardonada incumplía la política de igualdad de género que impulsa dicha institución, adjudicando a la obra contenido de tintes sexistas. En ese mismo momento les transmití mi profundo malestar por su decisión y mi voluntad de no volver a participar como jurado en ningún premio vinculado a la Diputación de Jaén. De hecho, he solicitado que me faciliten los datos necesarios para proceder a la devolución de los 142 euros que percibí como honorarios por la valoración de las 19 obras presentadas a este concurso.

No voy a valorar si las opiniones del personaje de la novela ganadora son sexistas o no porque si lo hiciera asumiría las reglas falaces de los modernos inquisidores que tratan de imponer los mandamientos de lo políticamente correcto en territorio artístico. Solo quiero recordar que la literatura está llena de personajes misóginos, maltratadores, asesinos, racistas, violentos, violadores, corruptores de menores, perversos… Hay tantos ejemplos que solo voy a recordar algunos: Shakespeare (Otelo),  Nabokov (Lolita), Mark Twain (Huckleberry Finn), Bret Easton Ellis (American Pscho), Charles Bukowski… por no hablar del género negro y los cuentos populares (Blancanieves y la Cenicienta, por citar solo dos).
Quizá sea así, porque, como aseguraba André Gidé, “no se hace buena literatura con buenas intenciones y buenos sentimientos” o, como dice Richard Ford en Flores en las grietas, “para entender bien la humanidad es menester sacudirla”. Recomiendo, por cierto, vivamente la lectura de una de sus conferencias, incluidas en la citada obra, titulada “Qué escribimos, por qué lo escribimos y a quién le importa”, donde Ford relata su resistencia a los biempensantes que le han acusado por lo que hacen y dicen los personajes de sus novelas de racista, misógino, de ser cruel con los animales y arrogante con las ‹‹clases bajas››, entre otras lindezas. Ford reivindica aquí su derecho a decidir sobre qué escribir o no y sobre cómo hacerlo más allá de las presiones que recibe para ser políticamente correcto porque la obligación del escritor “no es halagar al lector ni crear modelos positivos, sino intentar, por encima de todo, contar al lector algo que no sabía acerca de un tema que le interesa”. Repito: la función de la literatura no es crear modelos positivos. Y añado: la función de nuestras instituciones públicas tampoco debería ser la censura, que no consiste tanto en impedir que cada cual escriba lo que quiera (seguro que Ochoa termina publicando su obra), sino en evitar que todos nosotros oigamos, leamos, sepamos o pensemos libremente sin que nadie nos tutele.

Ana María Matute dijo hace poco que “la literatura infantil se está fastidiando con lo políticamente correcto” y que se trata a los niños como si fueran tontos. Me temo que con la literatura de adultos ocurre lo mismo. Dentro de poco excluirán a alguien de un premio literario por presentar a un personaje echando un cigarrito o tomando un cubata porque los modernos talibanes de la secta de lo políticamente correcto dirán que incita a la drogadicción. Qué grandísima tontería o dicho de forma deliberadamente incorrecta, porque me lo pide el cuerpo, qué soberana gilipollez. 

 

miércoles, 16 de enero de 2013

La literatura vista como espina dorsal

Punto y aparte, recientemente publicado por Siruela, recoge interesantes reflexiones sobre la literatura y la sociedad de Italo Calvino (1923-1985). Con la lúcida mirada que le convirtió en uno de los escritores más destacados del siglo XX, Calvino indaga aquí sobre el papel de la literatura, que identifica como una espina dorsal que puede ser capaz de sostenernos si lleva implícita una lección de fuerza y no de resignación a la condena. A continuación reproduzco un breve fragmento de estos ensayos en los que el autor italiano apuesta por la literatura de lo negativo. Ésa que deja granitos de arena entre los dientes. Pertenece a una conferencia que pronunció en Florencia en 1955, bajo el título de "La espina dorsal":

Las cosas que la literatura puede buscar y enseñar son pocas, pero insustituibles: la forma de mirar al prójimo y a los demás, de poner en relación hechos personales y hechos generales, de atribuir valor a cosas grandes y a cosas pequeñas, de considerar los límites y vicios propios y los de los demás, de encontrar las proporciones de la vida, el lugar que ocupa el amor en ésta, así como su fuerza y su ritmo, y el lugar que corresponde a la muerte y la forma de considerar a ésta; la literatura puede enseñar la dureza, la piedad, la tristeza, la ironía, el humorismo, y tantas otras cosas necesarias y difíciles. Lo demás debe aprenderse en otra parte, en la ciencia, en la historia, en la vida, donde todos tenemos continuamente que ir aprendiendo".
 
 “[…] no nos interesan los estados emocionales, la nostalgia, el idilio, las imágenes lastimeras, soluciones engañosas para las dificultades de hoy; preferimos la boca amarga y algo torcida de quien no quiere ocultarse nada de la realidad negativa del mundo. Lo preferimos a condición de que la mirada contenga la suficiente humildad y agudeza para ser capaz de afeitar el destello de lo que inesperadamente se revela como justo, hermoso, verdadero y humano, en un hecho de civismo, en el modo de transcurrir una hora".
 
"‹‹Pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad››. La literatura que desearíamos ver nacer debería expresar, con la aguda inteligencia de lo negativo que nos rodea, la voluntad límpida y activa que espolea a los caballeros de los antiguos cantares o a los exploradores en las relaciones de viajes del siglo XVIII […] Las novelas que nos gustaría leer o escribir son novelas de acción, pero no por un residuo de culto al vitalismo o a la energía sino porque lo que nos interesa por encima de todas las cosas son las pruebas por las que atraviesa el hombre y la forma en que éste logra superarlas. El modelo de las fábulas más antiguas, como la del niño abandona en el bosque o la del caballero que debe superar encuentros con fieras o encantamientos, sigue siendo el esquema insustituible de todas las historias humanas, el modelo de las grandes novelas ejemplares en las que la personalidad moral se realiza moviéndose en una naturaleza o en una sociedad despiadada. […] También nosotros desearíamos inventar figuras de hombres y mujeres llenas de inteligencia, de valor, de anhelos, nunca satisfechos y tampoco ‹‹entusiastas››, astutos o soberbios".

"[…] Y así, a través de toda esa montaña de literatura de lo negativo que nos rebasa, esa literatura de procesos, de extranjeros, de náuseas, de tierras desoladas y de muertes al mediodía, quisiéramos encontrar la espina dorsal que también nos sostenga a nosotros, una lección de fuerza y no de resignación a la condena. […] Pues lo que nos es útil de esta literatura es precisamente esa dosis de acidez que aún contiene, esos granitos de arena que nos deja entre los dientes".

Citas extraídas de: Punto y aparte. Ensayos sobre literatura y sociedad. 384 páginas. Cartoné, 21,95 €.  EPUB, 11,99 €.  Kindle, 11,99 € 
Italo Calvino
Siruela, 2013 (págs. 22-27)

Lee las primeras páginas.

Si te interesa el tema, sigue leyendo la sección Apuntes sobre la escritura.

martes, 9 de octubre de 2012

Carta abierta: #laredtambienlee

 
A raíz de un artículo en Divertinajes de hace unas semanas, desde ¡¡Ábrete libro!! y con la colaboración de Emilio Ruiz Mateo (Estandarte) y Carmen Fernández Etreros (Pizca de papel, Top Cultural) surgió la idea: hay que movilizarse para que aquellas instituciones que no leen lo que pasa on line empiecen a buscar por la web las páginas que más están haciendo por la literatura y los lectores.

¿Y para ello qué mejor que escribir una carta abierta y difundirla en internet? No importa si:
  • Buscas información sobre libros en internet;
  • Compartes tus lecturas en internet;
  • Tienes una web/blog sobre literatura;
  • Eres un profesional de la literatura.
Entre todos, podemos demostrarles que la Literatura también se vive en internet.
La carta la podéis encontrar aquí. La reproduzco a continuación, por si quieres suscribirla:

miércoles, 4 de abril de 2012

Un arte espectral. Reflexiones sobre la escritura

Norman Mailer.
Traducción de Elvio Gandolfo
BackList. Barcelona, 2012
431 páginas. 19,50€.

Un arte espectral. Reflexiones sobre la escritura es el testamento literario de Norman Mailer (Nueva Jersey, 1923-Nueva York, 2007), con el que cerró una obra que suma más de treinta títulos. Algunos, esenciales –como Los desnudos y los muertos (1948), Los ejércitos de la noche (1968) o La canción del verdugo (1979)-, que le situaron en la vanguardia de la literatura estadounidense, junto a Philip Roth, John Updike o Saul Bellow. 

jueves, 17 de noviembre de 2011

Confesiones de un joven novelista

Traducción de Guillem Sans Mora.
224 páginas. 17,90 €. EPUB: 12,99 €.

Umberto Eco (Alessandria, 1932) tiene las condiciones donjuanescas propias de un seductor literario, capaz de bajar a las cabañas y subir a los palacios, pero en esencia es un escritor aristocrático. Le gusta establecer una complicidad silenciosa con el lector sofisticado, mediante contraseñas y alusiones cultas, indescifrables para el público común, aunque esos guiños académicos adicionales no impiden que la generalidad pueda paladear historias como El péndulo de Foucault. Ahí reside uno de los innumerables méritos de este escritor atento a las minorías, pero indudablemente mayoritario.

Sin embargo, Confesiones de un joven novelista no es un ensayo para todos los públicos porque recopila cuatro conferencias que el profesor italiano -actualmente titular de la cátedra de Semiótica y director de la Escuela Superior de Estudios Humanísticos de la universidad de Bolonia-, impartió en Harvard. Se trata, pues, de textos intencionadamente académicos y que, llevados al papel, se dirigen a lectores refinados y tenaces. Son lecciones para iniciados a los que no les importe leer sus textos “dos veces, quizá incluso varias veces, para poder entenderlo mejor”, donde Eco apenas revela las recetas de su cocina creativa, más allá de algunos ingredientes ya conocidos: sus novelas crecen a partir de ideas fecundas que son poco más que imágenes; durante los años de gestación literaria se recluye en una especie de castillo encantado en el que, “en un estado de enajenación autista”, se dedica a recopilar documentos, dibujar mapas, esbozar las caras de sus personajes…

Pese a que el título alude a una supuesta confesión, lo cierto es que Eco calla más que cuenta y, por tanto, satisfará poco la curiosidad de sus lectores incondicionales a la caza de pistas sobre su oficio como escritor. Y, hablando del título, Eco tampoco es un joven novelista. Aunque publicó su primera novela, El nombre de la rosa, en 1980 y, por tanto, su edad literaria apenas supera los treinta años, lo cierto es que está a punto de convertirse en octogenario. Bromas de sabio.

Descartadas las confesiones y la presunta juventud de Eco, quedan las lecciones. Aquellos que nunca se hayan interrogado sobre la naturaleza de los personajes de ficción, entenderán mejor por qué mucha gente siente solo una ligera inquietud por la muerte de hambre de millones de individuos reales, mientras llora desconsolada la muerte ficcional de Ana Karenina. Nada que no haya contado ya, y mejor, por ejemplo, Mario Vargas Llosa, pero sin duda interesante visto bajo el prisma reflexivo del erudito italiano. Mucho más, en cualquier caso, que las ochenta y tres páginas que Eco dedica a las listas, regodeándose en una afición al flatus vocis –el puro placer del sonido- reservada para obsesos de este mecanismo literario, y que ya trató, por cierto, en El vértigo de las listas.

domingo, 21 de agosto de 2011

El alquiler del mundo

Pablo Sánchez
Premio de Novela Francisco Casavella 2010
Destino. Barcelona. 2010
315 páginas. 18 euros


Pablo Sánchez (Barcelona, 1970) criticó en su primera novela, Caja negra, la mercantilización de la literatura. En la segunda, El alquiler del mundo, este catalán, residente en el sevillano barrio de Nervión, ajusta cuentas con la mercantilización de la vida y la rendición, general y sin condiciones, ante el poder del dinero.

Profesor investigador en la Universidad de Sevilla, Sánchez escribió esta novela antes del reventón de Lehman Brothers y del estallido de la burbuja inmobiliaria. Su crítica no es, por tanto, oportunista, sino oportuna porque ahora más que nunca procede revisar desde todos los frentes –también el literario- el “gran teatro de los negocios y el poder”. La gran farsa del capitalismo extremo, que el autor radiografía a través de César, consultor de una poderosa multinacional, a la que llegó tras renegar de sus estudios de Filosofía por “miedo a lo desconocido, a la trascendencia” y cursar un máster en administración de empresas que le sitúa en el escenario enmoquetado de los altos cargos empresariales, inhabitual en nuestra narrativa.

La acción coge aire cuando le nombran director de la oficina de su empresa en Barcelona, maldita tras el despido de una empleada, “la loca”, que tuvo que ser ingresada en un psiquiátrico -un personaje, por cierto, que recuerda sobremanera a Noelia de Mingo, la doctora que mató a cuchilladas a tres personas en la clínica de la Concepción en 2003-. Entonces, César trata de imponer la razón mercantil a la sinrazón existencialista y autocompasiva que desgobierna la oficina y lo hace con todas sus fuerzas porque es un hombre decidido a convertir la competencia en su única emoción y enmascarar su vacío existencial con el espejismo del “pulso anterior al infarto”.

La caracterización psicológica de este personaje es quizá, uno de los mayores aciertos de la novela junto el suspense entretejido en torno a su hijo Jan, la forma despiadada en la que el narrador personaje va revelando las debilidades ajenas y cómo trata de salvaguardar su aparente perfección, ocultando sus secretos hasta que la verdad supura.

Se trata, pues, de una novela con intención y amena que, quizás, hubiera requerido cierta poda para aligerar algunos diálogos y largas digresiones, sobre Dios, el poder o el dinero, que ralentizan a veces el, por lo demás, eficaz ritmo narrativo.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Perra mentirosa y Hardcore

Marta Sanz
Bartleby Editores.
Madrid. 2010
48/45 páginas. 11 euros.

Perra mentirosa y Hardcore son la ópera prima poética de la madrileña Marta Sanz, una narradora curtida, con siete novelas y un libro de cuentos publicados. Esta edición recoge sus dos primeros poemarios, presentados como la cara y cruz de una misma moneda poética, lanzada al aire por Sanz siguiendo los mismos parámetros que caracterizan a sus novelas y cuentos: la congruencia con sus postulados creativos; la transgresión; el rastreo medular de la condición humana con un estilo agudo, afilado, a veces hiriente.
 
Así, por ejemplo, si Susana y los viejos, con la que Marta Sanz fue finalista en el Premio Nadal 2006, indagaba sobre la decrepitud, la vejez, la enfermedad y la muerte, Perra mentirosa habla de la decadencia del cuerpo, de “los pechos que se caen y los/pliegues del vientre”. De la vejez vislumbrada, cuando “la carne va oliendo a rancio” y te ves a ti misma con “una toquilla alrededor de los hombros”. De cáncer, hospitales y cuentagotas… Se trata, pues, de una poesía orgánica, grasienta, llena de fluidos y excrecencias, que nos pone delante del espejo para que entreveamos lo que en realidad somos más allá de las mentiras que todos nos contamos cuando, por supervivencia, jugamos a ser “una perra mentirosa”.

En la cara de esta cruz de poemas perros, que Sanz nos ladra al oído y sin el bozal de los tabúes, se encuentra Hardcore. Más sexual. De intencionalidad pornográfica, como Perra mentirosa, porque la autora trata de desnudar mentiras hasta dejar en cueros esas verdades vertiginosas que nos rozan cuando nos ponen al borde de las grandes preguntas (“Lo más divertido es…/¿lo que más duele/o lo que más daña?) y las grandes respuestas (“A veces/lo más inquietante/no es/lo que más importa”). Poesía de una sexualidad en lucha, rencorosa, a la defensiva, que presenta a los hombres como seres extraños e incomprensibles. Hombres “Que están ahí/y que me hacen temblar cuando me cercan/con palabras/que no entiendo/y que a menudo/no sé/cuántas cosas/significan”. Poesía sensorial, sin tapujos, más allá de la realidad epidérmica y del perfume, siempre engañoso. En definitiva, poesía de primer plano, descarnada, provocadora y lúcida de esta escritora, partidaria declarada de “los poemas ariscos que ni son un libro abierto ni encierran su significado dentro de una cripta”.

viernes, 13 de mayo de 2011

Libros electrónicos

La pasada Navidad me regalaron un libro electrónico. Desde entonces, no he conseguido leer ni un solo libro en formato digital porque las editoriales apenas comercializan títulos interesantes y porque, pese a que muchos están disponibles en internet, me niego por principios a piratear contenidos culturales. Así pues, mi precioso e-book coge polvo en la estantería de mi despacho, a la espera de que sufra una regresión que me despierte el interés por releer a Mark Twain o Julio Verne, cuyos textos venían insertos en las tripas de la tarjeta  que acompaña al aparato en cuestión, deprimido por su inutilidad, como una tele sin películas o una lavadora sin ropa que lavar.

De cada libro, los escritores solo nos quedamos con entre un 8% y un 10% del precio de venta al público. Las distribuidoras, con entre el 52% y el 55%. Los libreros, con el 25%. Por eso  se resisten a divulgar libros digitales que, sin embargo, arrasan en EE.UU. Los editores/distribuidores están cayendo en los mismos errores que cometieron la industria de la música y el cine. Por eso, los lectores buscan en internet lo que la industria editorial les niega. Luego, que no se quejen…

miércoles, 2 de marzo de 2011

Impresiones íntimas

jueves, 13 de enero de 2011

Políticamente correcto

Sé que a las palabras las carga el diablo, pero la obsesión por el lenguaje políticamente correcto me parece una majadería, en determinados casos peligrosa. Me parece una idiotez, como sugiere una guía sobre comunicación socioambiental editada por la Junta de Andalucía, que para no ser sexistas debamos hablar de “persona que actúa” en vez de “actor”. De “quienes juegan al fútbol”, en lugar de "futbolistas". De “personas sin trabajo” y no de “parados”. De “pueblo andaluz”, en vez de “andaluces”. Prima hermana de esta sandez es la majadería peligrosa de un tal Alan Gribben, responsable de lengua inglesa en la Universidad de Auburn (Alabama). No se le ha ocurrido otra cosa que limpiar de términos racistas Las aventuras de Tom Sawyer y Las aventuras de Huckleberry Finn, publicadas por Mark Twain a finales del siglo XIX. Los “nigger” –algo así como negrata- se convertirán en “esclavos” y los “injun” –término despectivo referido a los indios estadounidenses- en “indian”. A la mierda la voz de los personajes. La paranoia de lo políticamente correcto se atreve con todo. ¿Quién vendrá después? ¿Shakespeare, Cervantes, Joseph Conrad, William Faulkner…?

jueves, 14 de octubre de 2010

Un Nobel "podrido de literatura"


Foto: Alfaguara.

Los he contado. Tengo dieciséis novelas y ensayos de Vargas Llosa en casa. Si le sumamos los dos que he prestado y nunca me han devuelto y los cuatro o cinco que he sacado de la biblioteca, debo haber leído más de veinte de sus libros. Más que de ningún otro autor.


 
Vargas Llosa me abdujo con La ciudad y los perros hace casi treinta años, cuando yo apenas tenía veinte. Al principio, me resistí a caer en sus brazos literarios por sus filiaciones conservadoras, tan distantes de mis querencias. Sin embargo, pese a mis iniciales remilgos ideológicos, sucumbí pronto a su hechizo.


 
Lo que primero me sedujo fue su capacidad para crear historias. Las grandes verdades que emergen tras las grandes mentiras de ficción de este gran fabulador.


 
Pasado el tiempo, cuando afiné el paladar literario, descubrí que Vargas Llosa es un relojero literario de precisión suiza. Un arquitecto minucioso que sostiene la trama de sus obras en andamiajes técnicamente perfectos. Por eso y porque no solo está “podrido de literatura”, como decía Borges, sino que nos ha podrido de literatura a todos cuantos nos hemos acercado a su obra, estoy feliz con su premio Nobel.

domingo, 25 de julio de 2010

El mono lector

Hay días en los que casi nada tiene sentido. Sobre todo, cuando te acuestas con las ventanas abiertas, por el calor, y los jadeos amatorios de los vecinos de arriba, a los que me he prometido inscribir en el Guinness de los Récords, te impiden pegar ojo. Sobre todo, cuando tienes la mala suerte de tropezarte en la escalera con la vecina más chismosa y facha de la comunidad, la que siempre se queja de que “tenemos la casa llena de inmigrantes” –solo hay dos- y que su presencia devalúa –ellos, no la crisis inmobiliaria- el valor de nuestros pisos -que en realidad no son nuestros, sino del banco-.
En días como el de hoy está más claro que nunca que la línea que nos separa de los primates es infinitesimal. En esencia, ellos concentran sus energías en fornicar, mantener bajo control su territorio y su estatus jerárquico en el grupo. Igual que los sobrevaluados humanos.

Lo único que nos separa de los simios es la educación, que mantiene bajo control nuestra permanente predisposición a la violencia. Siendo así, y para evitar la tentación de coger al mono fornicador o a la mona cotilla del cuello, hay una estrategia infalible.

Si está echado tranquilo en la playa y se le sienta al lado un grupo de chavales que le ponen el Wavin flag de Bisbal o el Waka Waka de Shakira una y otra vez a toda pastilla, póngala a prueba. Coja un libro. Sea un mono lector. O váyase a casa, y vea alguna buena película. O a un museo. Verá cómo, al entrar en contacto con la poesía y la belleza, sus pulsaciones vuelven a la normalidad y desaparecen sus instintos primates.

Vengo practicando este remedio desde hace años y me ha sorprendido leerlo en la novela con la que me estoy tratando el brote simiesco de hoy. Se trata de La elegancia del erizo, de Muriel Barbery. Eso sí, como dice Renée Michel, la gorda, antipática, culta e inverosímil portera parisina que protagoniza esta historia, hágalo con cuidado. Meta su libro dentro de un Hola o en un diario deportivo y disimule, que ya se sabe que la “incultura es un escudo indispensable contra el recelo ajeno” y hay mucho Guy Montag reprimido por ahí suelto.