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jueves, 30 de junio de 2011

Frivolidad estival

Pensaba dedicar esta columna al debate sobre el estado de la nación, pero el calor me ha licuado las neuronas y no estoy para los “esfuerzos colectivos” que demanda Zapatero, ni para valorar el adelanto electoral que pide Rajoy. A cuarenta grados, hasta las ideas me caminan pegadas a la pared, buscando la sombra. Estoy harta de la temperatura económica, política y social, que nos mantiene asfixiados a todos. Más que con adelantos electorales, sueño con vacaciones anticipadas. Zapatero pide que seamos "más competitivos, más innovadores, más flexibles y más eficientes” y yo solo pienso en cómo me las apañaré para ser la primera en colocar la toalla en mi playa preferida,  en renovar mi bikini, en la flexibilidad de las gambas del chiringuito y en la eficiencia de mi abanico. Lo reconozco. Tengo un ataque de frivolidad estival que me impide pensar en el euro, en la crisis, en Libia o en el rescate griego. No puedo. Mi termostato interior me impide semejante sobreesfuerzo.  Solo me da para encender el ventilador y dejarme vencer por una siesta sin crisis, paro, ni ejecuciones hipotecarias. Que me despierten cuando la pesadilla haya pasado.

jueves, 9 de junio de 2011

Mariano Manostijeras

Mariano Rajoy. Foto: PP.
Rajoy se resiste a mostrar las cartas que podrían hurtarle votos en las próximas elecciones. Sin embargo, a veces, se levanta el pico del velo tras el que oculta sus intenciones. El discurso oficial del PP dice que cuando lleguen al poder no tocarán ni la sanidad, ni la educación, ni las pensiones. Sin embargo, cuando Rajoy va un poco más allá de su argumentario a la gallega, que nos impide saber si sube, si baja o si permanece en el descansillo de los indecisos, insinúa preocupantes tijeretazos que debería explicar detalladamente a la ciudadanía. Por ejemplo, cuando compara a nuestro país con países del tercer mundo, ayudando, como suele, a reforzar la imagen internacional de España, ante la que los insaciables mercados siguen babeando como los lobos ante un cordero indefenso. “Un país africano puede tener unos gobernantes con unas magníficas intenciones que quieran un gran Estado de bienestar, pero si no tiene ingresos no es posible”, dice Mariano Manostijeras. Y añade: “Tendremos el Estado de bienestar que podamos permitirnos”, lo que traducido significa, sin duda, que nos encaminamos, cuesta abajo y sin frenos, hacia el Estado del malestar.

jueves, 20 de enero de 2011

El niño que somos

Ana María Matute sostiene que cada adulto es lo que queda del niño que fue. Yo fui una niña de rodillas arañadas, novelera y cuestionadora. Volví loca a mi madre preguntándole el “po té” de las cosas antes de aprender a escribir “mi mamá me mima”. Luego, cuando fui capaz de pronunciar por qué en vez de po té, enloquecí con mis preguntas a las monjas de mi colegio, afines a la doctrina del ordeno y mando por los siglos de los siglos, amén. Aunque lo intentaron, no me doblegué y así me convertí en lo que hoy sigo siendo. Una preguntona impenitente. Así pues, me pregunto qué queda en nuestros políticos del niño que fueron. Siendo como son, imagino que Rajoy fue el típico niño acusica, proclive a señalar las faltas ajenas para ensalzar, así, su aparente virtud. Supongo que Zapatero fue un friki ensimismado con dificultades para discernir entre realidad y ficción, el rarito de la clase. Aznar, uno de esos niños permanentemente cabreados, con los que una prefería llevarse bien por miedo a que la tomara contigo en vez de con otro. Y González, el niño que bajaba a jugar a la calle con una canica en el bolsillo y volvía a casa con la bolsa llena.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Tengo miedo


Foto: Marisol Pazos

Dicen que en Torredonjimeno, mi pueblo, ponían gachas en las cerraduras para evitar que los espíritus se colaran dentro, la noche de difuntos. De pequeña, en mi casa de la calle Salsipuedes, deseé mil veces tener un barreño de gachas para tapar la boca de la chimenea que, cuando hacía viento, aullaba como una condenada en los infiernos. Yo entreabría la puerta, comprobaba que no había nadie, porque mis padres estaban en el cementerio y mis hermanos comiendo castañas y batatas en casa de alguno de mis tíos, y me sobresaltaba el silbido pavoroso de la chimenea. Entonces, cerraba la puerta y recorría las calles heladas en busca de algún familiar que espantara mis miedos de niña.

Ahora, que los muertos beben gin tonic por la calle y las brujas se visten de Lady Gagá, lo que de verdad me aterra son los periódicos. Abro uno y leo que Rajoy quiere cargarse las actuales leyes del aborto y del matrimonio homosexual, aumentar el período de cálculo para jubilarse, y aplaude el plan de ajuste de David Cameron en Reino Unido. Si tuviera gachas, pegaría las hojas. Como no tengo, hago lo único que se puede hacer en estos casos. Cagarse de miedo.

domingo, 18 de julio de 2010

La pesadilla

Fotos: PP/Inma Mesa (PSOE)
Tengo los oídos tan hechos a la vuvuzela y los ojos tan teñidos de rojo, que no fui capaz de soportarlo. El miércoles pasado me puse la tele decidida a tragarme como una campeona todo el debate sobre el estado de la nación, pero comparados con los chicos de La Roja, los políticos son hipnóticos, así que me dormí y tuve una pesadilla delirante.

Soñé que Zapatero y Rajoy ocupaban el puesto del entrenador Vicente del Bosque y allí estaban, de pie en el banquillo, voceando consignas a los chicos de la selección. Zapatero le gritaba a Xavi que mantuvieran el balón en su poder. Rajoy, en cambio, animaba a Piqué a sacar la pelota en largo para buscar un desmarque sorpresa de Torres. Zapatero apostaba por esperar y dormir el balón en un tiqui-taca infinito. Rajoy, por sacar la artillería pesada y por pasar todos los balones a Villa para zanjar el asunto. Uno decía que para adelante. El otro, que para atrás. Uno, que abrieran el juego a la banda derecha. El otro, a la izquierda. Ante tanta orden y contraorden, los chicos de La Roja se cortocircuitaron. Empezaron a correr descontrolados, como si el espíritu del Jabulani les hubiera poseído, tropezándose entre sí, haciéndose falta los unos a los otros... Y en medio de tamaño desbarajuste, a Navas le dio la vena trotona y -mec-mec- puso, sin darse cuenta, rumbo ultrasónico hacia la meta de Iker, quien agarrado a uno de los palos, con cara de toro enamorado de la luna, cantaba a los cuatro vientos, para quien quisiera escucharle, aquello de “Besos, ternura, que derroche de amor, cuánta locura…”. Correcaminos Navas se la puso a Pedro y Pedro marcó un golazo impecable, si no fuera porque fue en propia meta…

Poco después, el árbitro pitó el final del partido y yo me desperté bañada en sudor, con el mando distancia clavado en las costillas. Parpadeé un par de veces para ubicarme y cuando el soniquete cansino de sus señorías me encharcó el cerebro, mi soberano dedo índice, no importa de qué mano, voló hacia el mando y, rencoroso como es, apretó el botón de apagado. La tele se quedó negra y yo, de nuevo, dormida como una bendita.