Situado en los confines de Guinea, Liberia y la Côte d’Ivoire, el monte Nimba domina un paisaje circundante de sabanas. Sus laderas, cubiertas por un bosque denso que crece al pie de praderas de gramíneas, albergan una flora y una fauna de especial riqueza, con especies endémicas como el sapo vivíparo o chimpancés que utilizan piedras como utensilios. (UNESCO/BPI)[1]
La inscripción en esta lista es la primera etapa para cualquier futura candidatura. Guinea, cuya lista indicativa fue revisada por última vez el 29 de marzo de 2001,[2] ha presentado los siguientes sitios:
Arquitectura vernácula y paisaje cultural mandinga de Gberedou/Hamana
Bien inmaterial inscrito en 2008 (originalmente proclamado en 2005).
El balafón sagrado, llamado sosso-bala, es considerado como el símbolo de libertad y de cohesión del pueblo mandinga, dispersado en un territorio que pertenecía en otra época al imperio de Malí. Este instrumento pertenecía y era tocado originariamente por el rey Soumaoro Kanté, que accedió al trono en el siglo XIII. Desde entonces, ha acompañado a lo largo de los siglos la transmisión de los poemas épicos, principalmente la epopeya Sunjata y sus himnos a la gloria del fundador del imperio de Malí.
El sosso-bala es una especie de xilófono de 1,5 m de largo, constituido por 20 láminas minuciosamente talladas de desiguales dimensiones, bajo cada una de las cuales hay una calabaza que sirve de caja de resonancia. Según las fuentes escritas y orales, el balafón podría haber sido fabricado por el propio rey, o bien sería un regalo de un jinni (genio). El sosso-bala original se conserva con otros objetos sagrados e históricos en una choza de tierra situada en el pueblo de Nyagassola, al norte de Guinea, lugar de origen de la familia Dökala, a la que pertenecen los hechiceros Kouyaté de Nyagassola. El balatigui, patriarca de la familia Dökala, es el guardián del instrumento y sólo puede tocarlo en ciertas ocasiones, como en la fiesta del año nuevo musulmán o en algunos entierros. El balatigui se encarga también de impartir la enseñanza tradicional del balafón a los niños a partir de los siete años de edad.
Además de lo precario de las infraestructuras y de las difíciles condiciones de vida en Nyagasola, la progresiva disminución del número de alumnos debida al éxodo rural se considera como uno de los principales factores que ponen en peligro la perennidad de esta tradición musical. Sin embargo, el balatigui y otros miembros de la familia Dökala, que ocupan aún una posición importante en el seno de la sociedad mandinga, se han comprometido a transmitir las técnicas a las próximas generaciones. (UNESCO/BPI)[3]