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Lavate Siete Veces Completo

Este documento presenta una introducción a un estudio sobre los siete pecados capitales. Explica que el objetivo es que los lectores se "laven siete veces" para ser liberados de la raíz de cada pecado, como lo hizo el leproso Naamán en la Biblia. Describe que cada persona ha recibido un llamado de Dios a una relación íntima y a una misión, al igual que Moisés. El resto del documento contiene el índice y anticipa el contenido de cada capítulo sobre los diferentes pecados.
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Lavate Siete Veces Completo

Este documento presenta una introducción a un estudio sobre los siete pecados capitales. Explica que el objetivo es que los lectores se "laven siete veces" para ser liberados de la raíz de cada pecado, como lo hizo el leproso Naamán en la Biblia. Describe que cada persona ha recibido un llamado de Dios a una relación íntima y a una misión, al igual que Moisés. El resto del documento contiene el índice y anticipa el contenido de cada capítulo sobre los diferentes pecados.
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Lávate Siete Veces

Una Mirada Contemplativa a los


Siete Pecados Capitales

Madre Nadine
Reconocimientos

La Madre Nadine y los Intercesores


del Cordero están muy
agradecidos y se consideran muy
bendecidos de haber tenido
tan buena persona como José Aburto
que voluntariamente tradujo y transcribió
este trabajo. El generosamente dedicó
muchas horas a esta labor de amor sin
ningún interés propio.

1
Indice

Introducción 3

Formato 8

Capítulo 1 Ira 9
EXAMEN DE CONCIENCIA - LA IRA 24

Capítulo 2 Envidia 27
EXAMEN DE CONCIENCIA - LA ENVIDIA 38

Capítulo 3 Lujuria 41
EXAMEN DE CONCIENCIA - LA LUJURIA 54

Capítulo 4 Soberbia 58
EXAMEN DE CONCIENCIA - LA SOBERBIA 74

Capítulo 5 Gula 80
Ayunar y Festejar 95
EXAMEN DE CONCIENCIA - LA GULA 99

Capítulo 6 Pereza 102


EXAMEN DE CONCIENCIA - LA PEREZA 117

Capítulo 7 Avaricia 121

EXAMEN DE CONCIENCIA - LA AVARICIA 138

Conclusión 142

“Llamen a los Valientes a las Armas” 148



Introducción

La Escritura dice que Jesús había echado “siete espíritus malos” de María Magdalena
(Me 16,9). El la dejó libre de todos ellos. Eso es lo que también queremos que nos suceda a
nosotros. Queremos estar libres de la raíz de cada uno de los Pecados Capitales. En el
segundo libro de los Reyes hay una bella historia del leproso Naamán, comandante del
ejército del Rey de Aram. El profeta le dijo: “Lávate siete veces en el Río Jordán” (2 Reyes
5,10). Naamán no quería hacer lo que el profeta le había dicho, pero sus servidores que lo
acompañaban le pidieron que lo hiciera, y lo hizo. Se lavó siete veces en el Jordán y fue
totalmente curado. Su piel quedó como la de un niño recién nacido. Eso es lo que nosotros
queremos hacer: queremos lavarnos siete veces en el Agua Viva. Queremos lavarnos siete
veces en esas aguas que nos introducirán de lleno en la Tierra Prometida, que nos
introducirán de lleno en la intimidad de Dios.
Cada uno de nosotros, en una forma u otra, ha oído que Dios lo llama por su nombre.
Dios llamó a Moisés por su nombre: “Moisés, Moisés”. Lo llamó dos veces. Tal vez Moisés
no lo oyó la primera vez, tal vez nosotros tampoco lo oímos cuando nos llamó la primera
vez, pero Dios no tiene reparo en llamarnos otra vez. Dios ha llamado personalmente a cada
uno de nosotros por su nombre. La respuesta de Moisés fue: “Aquí estoy” (Ex 3,4). ¿No es
esa respuesta hermosa? Esa debería ser también nuestra respuesta: “Aquí estoy”.
Cada uno de nosotros ha recibido un llamado. Cuando hablamos de un llamado, nos
referimos también a una misión. Tenemos una misión. Moisés fue llamado a ser un guerrero
de oración y un gran intercesor, pero primero y más que nada, fue llamado como un profeta,
para escuchar a Dios y para dialogar con El. Allí fue donde Moisés recibió sus instrucciones.
A medida que estudiamos los Pecados Capitales, constantemente volveremos a nuestra
relación con Dios porque sin esa relación, no tenemos ninguna vida, no tenemos ningún
poder, no tenemos nada de nada porque Jesús lo es todo. Estamos llamados a la cumbre del
amor - estamos llamados a la unión transformadora. Estamos llamados a ser totalmente uno
con Jesucristo, especialmente Jesucristo Crucificado, que es la cumbre del amor ágape,
porque Jesús es el Guerrero de Oración. Jesús es el Intercesor. Jesús es el Mediador. Jesús es
el Hijo Amado, a quien el Padre escucha. Por eso cuando Jesús ora en nosotros, por medio
de nosotros, y con nosotros, sabemos que el Padre nos escucha. Por lo tanto la misión que
tenemos es como la de Moisés, pero primero y más que nada es un llamado a una relación.
Cuando Dios le habló a Moisés de una misión, le dijo: “Yo te envío a Faraón para que
saques de Egipto a mi pueblo, los hijos de Israel,” (Ex 3,10). “Te envío”, ciertamente me hace
que preste atención. Lo que es nuevo y diferente es que El ahora quiere enviarnos. Por mucho
tiempo hemos tenido puesta toda la armadura, o por lo menos, parte de ella. Cuando estamos
siendo severamente atacados, podemos empezar por preguntarnos: “¿Qué hubo del casco?

3
¿Qué hubo del escudo? ¿Qué hubo de mí?”. Pero es de esperar que todos tengamos toda la
armadura puesta. Dios nos está diciendo: “Yo te envío”. El está hablando ahora de enviarnos,
como guerreros de oración, directamente dentro del territorio del enemigo a sacar a Su
pueblo fuera de Egipto, fuera del paganismo, fuera del desierto, fuera de todos aquellos
calabozos donde ahora están encerrados.
Las bellas palabras que Dios dijo a Moisés, nos las dice también a nosotros. El le
prometió a Moisés: “Yo estaré contigo” (Ex 3,12). Para un guerrero de oración es muy
importante entender lo que, “Yo estaré contigo”, significa. Es esencial creerlo. Si no creemos
que Dios está con nosotros, muy pronto seremos derrotados, porque cuando llegue lo más
duro del combate y las nubes se pongan oscuras. Satanás sabrá inmediatamente, que no
estamos muy seguros. “¿Señor, dónde estás?”. Nosotros no tenemos porqué decir eso si
creemos en Su promesa de que El está siempre con nosotros. Lo que nos está diciendo es:
“Ustedes no van a ir solos a la batalla, porque la batalla es Mi batalla. Es Mi batalla, pero debo
pelearla ahora por medio de ustedes, con ustedes, y en ustedes. Yo estaré con ustedes”. Y
nuestra respuesta es: “Señor, yo creo en Ti. Verdaderamente creo en Ti. Yo sé que no me
llamarías a esta clase de ministerio, a esta misión, si no fueras fiel a Tu promesa de estar
siempre conmigo, siempre, brille el sol o no”.
El nos está formando intensamente como guerreros de oración. Desea sanarnos para
que cuando confrontemos al enemigo, las puertas de nuestra propia casa por donde el
enemigo pudiera entrar, se cierren para que no seamos heridos o derribados. En esta clase
de ministerio mucha gente es derrotada, y nos preguntamos: “Señor, ¿qué está pasando aquí?
Tuvo que haber alguna puerta abierta”. En todos nosotros hay puertas abiertas. Por lo tanto
vamos a tratar de cerrar esas puertas, para que todos estemos totalmente armados, con
nuestras casas totalmente cerradas a todo, menos a la presencia del Señor. El desea que
estemos preparados y bien entrenados para que avancemos con la Espada, con Jesús mismo,
no sólo para entrar en el combate sino para que ganemos la batalla.
San Pablo dice que Dios nos eligió desde antes de la creación del mundo para andar en
el amor y estar en Su presencia sin culpa ni mancha (Ef 1,4). En otras palabras, Pablo nos
está diciendo que para ser santos simplemente basta estar llenos del amor de Dios. Muchas
veces nosotros estamos muy llenos de amor propio, de interés propio, y de nuestras propias
preocupaciones, pero sin embargo, hemos sido llamados a ser santos. Podemos preguntarnos
cual es la voluntad de Dios. Mucha gente con frecuencia nos hace esa pregunta. La respuesta
es muy sencilla. San Pablo nos dice que la voluntad de Dios es nuestra propia santificación,
que seamos santos. Eso está en toda la Biblia. El Padre en persona nos dice: “Sean, pues,
santos porque Yo soy Santo” (Lv 11,45). Es así de simple ¿no es así? El desea que seamos
santos porque desea que seamos como es El. Todo lo que El es, desea dárnoslo a nosotros. El
nos ha dado todo con el gran regalo de Jesús. Por lo tanto tenemos que mirar más de cerca
la razón de que no seamos todavía tan santos como Dios desea que seamos.

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Es importantísimo que sepamos quienes somos, porque si no lo sabemos. Satanás
tratará de decirnos quienes somos. Todos hemos escuchado algunas de sus acusaciones, que
pueden desequilibrarnos y hacernos tambalear, si en realidad no sabemos quienes somos.
Muchas veces, en el combate espiritual, nos hemos encontrado frente a Satanás en persona,
y la primera cosa que siempre dice es: “¿Quién crees que eres tú?”. ¿Han oído eso alguna vez?
Sería fatal si dijéramos: “¡Oh! en realidad yo no sé quien soy”. Sí, sabemos quienes somos.
Uno de los nombres de Satanás en las Escrituras es Lucifer, que significa “ángel que
lleva luz” (2 Co 11,14). Pero es obvio, que quiere decir engañador; siendo tan astuto como
es. Nos engaña con luz, no con cosas malas, oscuras, o claramente depravadas, sino con luz.
Esa es una gran mentira. Por eso es tan importante para nosotros que la experiencia del
Monte Tabor esté bañada, revestida y transfigurada en luz, como lo era Jesús.
Jesús nos dice muy claro: “Estén despiertos y orando, para que no caigan en tentación,
(Mt 26,41). Yo creo que es sumamente importante que los guerreros de oración sepan que
deben estar despiertos y orando para no caer en tentación. Esa actitud de vela y de oración
se convierte en una verdadera arma para nosotros, pues la tentación es el umbral del pecado.
Usualmente, nosotros no caemos inmediatamente en el pecado. Primero damos un paso
sobre el umbral, sobre la tentación. Allí es donde se desarrolla la pelea. Allí es donde
escogemos. Jesús nos enseñó a pedirle al Padre: “No nos dejes caer en la tentación, más bien
líbranos del malo” (Mt 6,13). “No nos dejes ni siquiera acercarnos, Padre. Protégenos”. Si
escogemos erradamente, luego pasamos a través del umbral de la tentación al pecado, lo cual
usualmente es entrar al reino de Satanás. Cuando caemos en la tentación y somos llevados al
pecado, nuestra actitud y nuestra habilidad para permanecer firmes se debilita. La capacidad
de resistir y de defender nuestro puesto se debilita, y estando en territorio inseguro, podemos
fácilmente caer de lleno en el pecado.
Por eso una de las estrategias principales de Satanás es mentir, como Jesús nos dijo.
Deforma la palabra de Dios. Deforma la verdad de Dios. El es el padre de la mentira (Jn 8,
44) y procura invalidar la palabra de Dios. Eso fue lo que hizo cuando tentó a Eva. Le dijo:
“¿Es cierto que Dios les ha dicho que no coman de ninguno de los árboles del jardín?” (Gén
3,1). El trató de invalidar lo que Dios había dicho. Eva se puso a dialogar con él, lo cual es
uno de los principales avisos para el guerrero de oración: nunca dialoguen con Satanás. Pero
Eva lo hizo. Ella dio un paso acercándose demasiado y le dio a Satanás la información que
buscaba. El no sabía todo lo que Dios le había dicho a Eva en esa luz purísima. No lo sabía,
pero ella se lo dijo. “No, dijo ella. Dios no dijo eso. Dios dijo esto”. Entonces Satanás invalidó
la palabra de Dios diciendo: “Eso es porque Dios no quiere que ustedes sean como El” (Gén
3,1-6), y por eso Eva creyó la mentira.
La verdad es que Dios quiere que seamos como El; por eso fue que envió a Jesús. Dios
quiere que tengamos Su mente, Su corazón. Su voluntad. Su preferencia y Su plan. Quiere
compartir Su vida entera y totalmente con nosotros, pero no quiere que seamos Dios. El
pecado llega cuando tratamos de ser Dios. Llega cuando nos olvidamos de que El es el

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Creador, y nosotros las criaturas. El pecado llega cuando nos olvidamos que El es nuestro
Padre, y que nosotros somos Sus hijos, Sus pequeñuelos.
Jesús no tuvo pecado, y por eso el enemigo no tuvo parte en El, ninguna en absoluto.
El enemigo trabaja solamente donde hay pecado. Eso es lo que él vive y respira. Quiere
atraernos a donde él está, pero en cambio Dios nos llama a caminar en santidad. La Escritura
dice: “En El no hay tinieblas” (1 Jn 1,5). ¿No es eso bello? El es perfecto, total y
completamente lleno de luz. En cierta ocasión el Señor me hizo entender que cuando Jesús
fue conducido al desierto por el Espíritu Santo, el Espíritu Santo lo condujo directamente al
territorio de Satanás. Pero es interesante que aun frente a frente con el enemigo número uno,
Satanás no pudo tocar a Jesús. Trató de tentarlo, pero no pudo porque Jesús estaba revestido
de luz. Tenía puesta la armadura de luz porque El es luz. El Espíritu Santo nos va a llevar
también directamente al territorio de Satanás. Cuanto más llenos estemos de la luz y de la
verdad de Dios, tanto más las tinieblas en nosotros y en otros, desaparecerán. Satanás no
podrá arraigarse en nosotros.
Muchas veces cuando oramos por otras personas e intercedemos por ellas, vemos que
hay en ellas áreas que todavía están en tinieblas. Satanás está allí, con sus asociados,
asechando en su manera insidiosa, tentando, controlando, esclavizando, o va y viene en esas
áreas oscuras, como en su casa, sometiendo a la gente. El estudio y la meditación sobre los
Pecados Capitales traerán la luz de Dios a todas esas áreas de nuestro ser.
Primero, dice San Pablo: “Dejemos las obras propias de la oscuridad” (Rom 13,12), y
después dice: “Tomemos las armas de la luz” (Rom 13,12). Una vez que dejamos las obras de
la oscuridad y la luz de Dios viene sobre nosotros, Satanás ya no tiene en nosotros donde
apoyarse. La manera más fácil de llevar a cabo el ministerio de liberación es trayendo la luz
de Dios. Satanás y sus asociados huirán. Ellos odian la luz. Son como los murciélagos. Los
murciélagos son torpes en la luz, pero muy ágiles en la oscuridad. Por tanto la luz es nuestra
arma número uno para disipar las tinieblas y desbancar a Satanás.
El pecado es siempre en alguna manera una infracción contra el amor de Dios. Su fruto
será siempre malo porque irá contra el amor de Dios; de alguna forma nos hará amar menos
a Dios, amarnos menos a nosotros mismos y amar menos a os demás. Siempre irá en contra
del amor. Dios desea realmente que descubramos a nuestro enemigo dondequiera que aceche
y se oculte. A Satanás le encanta ocultarse; no quiere que lo echen. A los espíritus malos les
gusta vivir en la gente; no les gusta vivir fuera de la gente. La razón debe ser porque vivir en
nosotros es para ellos la mejor manera de vengarse de Jesús. Los espíritus malos tratan de
vivir en nosotros, pero Dios también desea vivir en nosotros si se lo permitimos. La luz
revelará quienes son y donde están.
Nuestra comunidad hizo un estudio sobre los Pecados Capitales, que llamamos
Formación sobre el Pecado, pero como a algunas personas ese nombre les pareció chocante,
pensamos que sería mejor buscar otro nombre. El Señor indicó que quería que el pecado
fuera desarraigado fuera de nosotros ahora mismo para que pudiéramos estar totalmente

6
fuera del dominio de Satanás. Deseaba que estuviéramos totalmente libres para vivir y
movilizarnos y tener todo nuestro ser disponible para contrarrestar a Satanás. No quería que
siguiéramos poniendo curitas sobre nuestros pecados sino que empezáramos a desarraigar
totalmente el pecado. El desea que seamos un jardín cerrado para que podamos entrar de
nuevo a la Tierra Prometida.
Encontramos que todos los pecados tienen raíces secundarias, pero que la raíz más
profunda de todas ellas es el temor. Entonces me di cuenta que por eso debió ser que Jesús
en el Evangelio hablaba tanto sobre el temor. “No tengan miedo. No temas, pequeño rebaño.
No tengan miedo. El temor no sirve para nada”. Nos dió la mejor arma, Su amor, para
contrarrestar el temor. “El amor perfecto echa fuera el temor” (1 Jn 4,18), y, con Su amor El
desarraigará de nosotros el temor. Ese temor está basado en las mentiras de Satanás, mientras
que el amor de Dios está basado en la verdad. Por lo tanto, siempre que estamos con Jesús y
nos adherimos a El, estamos sobre una base firme porque Jesús es la Roca. Jesús es la Verdad.
Nada puede derribar una casa construida sobre roca (cada uno de nosotros es casa de Dios),
pero debemos tener cuidado si estamos construyendo nuestra casa sobre la mentira, sobre el
temor, porque entonces estamos sobre arena movediza.
Al enemigo, llamado el dragón, se le describe con siete cabezas (Apoc 12,3). Una
manera de entender eso es identificando las siete cabezas con los siete Pecados Capitales.
“Entonces, el dragón se enfureció contra la mujer y se fue a hacer guerra a sus demás hijos,
a los que guardan los mandatos de Dios y dan testimonio de Jesús” (Apoc 12,17). Según eso,
los demás hijos de la mujer seríamos nosotros. Esperamos que estemos tratando de cumplir
los Mandamientos de Dios y de dar testimonio de Jesús, y por eso el dragón está furioso y va
a hacer guerra contra nosotros. La Escritura dice que él se plantó a orillas del mar (Apoc
12,18). Cuando leí eso por primera vez el Señor me hizo entender que Satanás no tiene, del
todo, una base fírme. El está construyendo sobre la arena de la playa, y esa arena es movediza.
Nosotros no queremos jamás construir sobre arena. Jesús dijo bien claro, que
construyéramos nuestra casa sobre la Roca.
La luz de Jesús es la clave. Cuando un cuarto está totalmente oscuro y encendemos la
luz, inmediatamente desaparece la oscuridad - inmediatamente, no gradualmente. Eso es lo
que la luz de Dios hará con nuestra oscuridad. Queremos invitarlo a cada una de esas áreas
de pecado, a esas áreas de oscuridad que hay en nosotros, y pedirle que traiga Su luz. Cuando
trae Su luz, viene con la verdad, y Su verdad nos hará libres.

7
Formato

Los capítulos siguientes están dispuestos en categorías de dos partes. Primero estudiaremos
el pecado capital y cómo se manifiesta en nuestra vida diaria y en nuestra vida espiritual. En
la segunda parte nos concentraremos en los remedios que nos ayudarán a combatir ese
pecado. Estudiaremos el don del Espíritu Santo que se nos dio en la Confirmación para que
nos dé fuerza para combatir ese pecado. Después nos fijaremos en una de las siete palabras
de Jesús en la Cruz, porque el Calvario es la verdadera arma contra el pecado. En el Calvario
fue donde se dio muerte al pecado. Allí es donde debemos darle muerte con la Espada del
Espíritu, que es Jesús. Después nos fijaremos en las virtudes necesarias para producir el fruto
que nos ayudará a contrarrestar el fruto del pecado. Terminaremos cada sección con un
Examen de Conciencia que nos ayudará a reconocer el pecado y a estar

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Capítulo 1
Ira

En una ocasión el Señor me mostró la imagen de unas nubecillas oscuras, pequeñas,


muy tenues. Podía todavía ver la luna a través de las nubecillas mientras pasaban frente a
ella, pero no todo su brillo y su luz. El Señor me hizo entender que eso es exactamente lo que
el pecado hace con nuestras almas. En muchas formas nuestras almas son como la luna que
refleja la luz de Dios, refleja el Sol y su belleza, pero aun la más pequeña sombra de pecado
puede estropear esa luz. El pecado puede estropear y afectar cuanto reflejarán de Dios
nuestras almas, y cuanto de Su luz brillará en cada uno de nosotros. Cuando vemos el pecado
bajo esta luz, no queremos, del todo, ninguna sombra de pecado en nuestras almas. No
queremos nada que estropee la belleza de la luna llena que refleja la plenitud del amor, de la
luz y de la gracia de Dios.
Todas nuestras emociones son regalos que Dios nos da. Estamos hechos a Su imagen y
semejanza (Gén 1,27). Dios tiene sentimientos bellos, y los ha compartido con nosotros.
Ninguna emoción de por sí es pecado. No podemos controlar directamente el despertar de
una emoción en nuestro corazón. Sencillamente, sucede así. Es un sentimiento. Pero
podemos escoger la manera cómo vamos a usar esa emoción. Podemos escoger qué vamos a
hacer con ella. Nuestra voluntad puede ordenar que una emoción cualquiera se despierte, se
desarrolle o que cese. Si las órdenes que damos a esa emoción son débiles, no serán
obedecidas, porque dejaremos que nuestras emociones sean más fuertes que nuestra
voluntad.
Nosotros no podemos controlar nuestro primer impulso o emoción que se despierta,
pero nuestra voluntad puede ordenar que esa emoción se desarrolle o que cese. Tenemos
control de nuestras emociones si decidimos usar nuestra voluntad. Por lo tanto, lo que
decidimos hacer con una emoción la hace virtud, o vicio. Cuando no usamos el don de
nuestras emociones para la mayor honra y gloria de Dios, Satanás vendrá y lo usará para
gloria suya. Nuestro consentimiento o falta de consentimiento es lo que hará que nuestras
emociones sean pecados o virtudes. Puede ser de una forma o de otra. Debemos ejercitar
nuestra voluntad.
Me di cuenta por primera vez de que no era capaz de controlar el primer pensamiento
o emoción, por una lección sencilla que el Señor me dio en el noviciado del convento. Las
hermanas estaban afuera durante el recreo del medio día con la maestra de novicias. Se
paseaban bajo unos árboles en el huerto, y la suciedad de un pájaro cayó sobre el velo negro
de la maestra de novicias. Nadie pudo haber controlado eso. Fue algo que simplemente
sucedió, pero sí podíamos controlar cómo responder a lo que sucedió. Esa maestra de
novicias controló muy bien sus emociones y aprovechó esa oportunidad para darnos una

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lección. Podemos responder con cólera a situaciones de la vida y ponernos sumamente
irritados (es muy difícil quitar esa suciedad de esos velos negros), pero ella hizo muy buen
uso de sus emociones, de una manera virtuosa, para dar una lección a sus discípulas que
paseaban con ella. Eso me ayudó a comprender que no podemos controlar nuestras primeras
emociones como tampoco podemos controlar nuestros primeros pensamientos, pero sí
podemos controlar cómo responder. Podemos escoger.
La cólera que surge por celo (por las almas) es virtuosa, pero la cólera que surge por
una pasión es pecaminosa. Vemos la ira de Dios causada por Su celo, por Su gran amor por
las almas, por el bien, por la vida, por lo que es justo y por cualquier cosa que glorifique al
Padre. Esa es una ira virtuosa. Por lo tanto, encolerizarse legítimamente por una causa buena
no es pecado (encolerizarse por una causa mala es pecado). Vemos claramente eso en la
manera como Dios manifiesta Su enojo. Jesús se enojó más de una vez. Un caso muy
conocido es cuando se enojó contra los que cambiaban dinero en el templo. Ahora bien. El
está en nuestro templo, y cuando ve que estamos defraudando a Dios, El puede también
enojarse con nosotros. Esa es una cólera justificada. Es una ira controlada. Es la ira de Dios.
Una manera para descubrir si nuestra cólera es inspirada por el Espíritu, es preguntarnos a
nosotros mismos: “¿Es mi cólera causada por cosas que deben enojarme? ¿Es una ira
controlada?”. Porque si nuestra ira es inspirada por el Espíritu, será controlada también por
el Espíritu. Mientras nuestra ira sea controlada por Dios, puede servir para un fin
provechoso.
En una ocasión, hace unos años, yo experimenté la ira de Dios, cuando rezaba el
Rosario con la comunidad. Empecé a sentir mucha cólera dentro de mí. Eso me asustó
porque nunca había experimentado una cólera semejante. Le pregunté al Señor: “¿Qué es
esto? ¿Qué sucede?”. Sucedió que estábamos rezando un Rosario por la Corte Suprema de
los Estados Unidos, y Dios estaba muy enojado especialmente por la decisión sobre el aborto.
Más aun, nos estaba haciendo saber cómo orar de acuerdo a Su ira. Hay poder en la ira de
Dios, y cuando compartimos esa ira hay poder en nuestra oración. Muchas veces, cuando
estamos en combate espiritual, Dios nos guía con Sus propias emociones. El tiene todas esas
emociones, por eso las tenemos nosotros. El las comparte con nosotros.
No hace mucho, alguien me preguntó: “¿Cómo puede Dios enojarse siendo así que la
ira conduce al odio? ¿Cómo puede suceder eso, si Dios es amor?”. Esa es una buena pregunta.
Filosóficamente yo no puedo responder a eso, pero lo que puedo responder es que Dios es
amor. Porque Dios ama, puede odiar cualquier cosa que pueda destruir, dañar o disminuir
ese amor. Por amor nosotros también podemos tener cólera que puede conducir a odiar.
Dios me enseñó eso en el convento. Teníamos un lindo gato llamado Mademoiselle,
que yo estaba encargada de cuidar. No podía permitir que el gato anduviera suelto por el
convento, porque la madre superiora tenía un pastor alemán. Duque, que una gente había
pedido que cuidáramos porque ellos no querían ponerlo a dormir. No podíamos dejar que

10
el gato anduviera libre por el convento, de cuarto en cuarto, porque si el perro lo cogía
sabíamos que lo mataría. Teníamos que tener al gato con nosotras o mantenerlo encerrado.
Durante el recreo las hermanas se aseguraban de que Duque estuviera dentro para que
Mademoiselle pudiera salir fuera, y que cuando Mademoiselle estuviera dentro el perro
estuviera fuera. Un día estábamos fuera y yo tenía el gato en mis brazos. Yo pregunté: “¿Está
Duque dentro?”. Las hermanas contestaron: “Sí, no lo hemos visto por aquí, debe de estar
dentro”. Puse el gato en el suelo, y de pronto Duque apareció en el horizonte. Nos vio a
nosotras y a Mademoiselle que se alejaba. El gato todavía no lo había visto. Sabíamos que el
perro podía agarrarlo antes que nosotras pudiéramos hacerlo, y las hermanas se quedaron
paralizadas. Fue un momento de silencio. Rápidamente Duque entró en acción. Si han visto
alguna vez a un pastor alemán entrar en acción, ustedes saben lo que quiero decir. Iba hacia
el gato como un relámpago. Las hermanas, paralizadas de miedo, empezaron a gritar a todo
pulmón. ¡Si pueden imaginarse a cincuenta y pico hermanas gritando! Y cuanto más
gritaban, más asustaban al gato que todavía no se había dado cuenta de que el perro iba hacia
él. Mademoiselle se detuvo un instante y eso fue todo lo que Duque necesitó para saltar sobre
ella. Mientras tanto yo había salido corriendo tras el perro. Cuando saltó para agarrar al gato
por el pescuezo, yo salté para agarrarlo por la cola.
Pero la emoción que yo experimenté en ese momento, por primera vez en mi vida, fue
de odio. Odio por lo que el perro iba a hacer, porque yo amaba al gato. Cuando salté y tiré
de la cola con ambas manos, tan fuerte como pude, el perro se sorprendió tanto que, por el
momento, aflojó las mandíbulas del pescuezo del gato. Mademoiselle ahora ya se había dado
cuenta de la situación y estaba trepado en la rama de un árbol.
Ese incidente realmente me sacudió, porque pensé: “Oh Señor, eso es odio”. Nunca
antes había yo experimentado el sentimiento de odio. Es una emoción fuerte, y desde
entonces la he experimentado varias veces en el ministerio de liberación. El odio quita todo
miedo, porque cuando se ama mucho a alguien o a alguna cosa, se toma cualquier riesgo
para salvar a esa persona o a esa cosa. Nosotros tenemos un voto de celo por la salvación de
las almas. El odio al pecado y a lo que Satanás está haciendo, puede en realidad llegar a ser
tan intenso en nosotros, que no tendremos miedo. Eso es algo más que sólo la parte buena
de la ira y del odio; es la ira santa de Dios. Sin embargo debemos tomar todas las medidas
necesarias para contener la ira, que puede manifestarse de una manera dañina para alguien
o para algo.
Recientemente alguien me preguntó: “¿Es posible odiar la filosofía y las ideas de una
persona sin odiar a la persona?”. Dios siempre distingue entre el pecado y el pecador, y
nosotros también podemos hacerlo. Hay ocasiones en que ciertamente debemos sentirnos
enojados por lo que está sucediendo en nuestro mundo. Debe enojarnos lo suficiente para
que querramos parar la injusticia. Odiamos lo que está sucediendo, pero no odiamos a la
persona. Siempre debemos distinguir entre lo uno y la otra. Es interesante saber que Dios
pueda odiar. Siempre tiene que haber discernimiento de las emociones, porque Dios es amor.

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Dios puede odiar cualquier cosa, que destruya el amor; por tanto hay cosas que nosotros
podemos odiar. Debemos odiar las cosas que tiendan a destruir el amor, el amor de Dios, en
particular, el amor de Dios en la gente. Desde un principio, los guerreros de oración deben
aprender a distinguir entre la persona y sus acciones. Podemos odiar las acciones, pero nunca
odiar a la persona. No queremos destruir lo que Dios ha hecho. Siempre debemos orar para
que el amor llegue a esa persona o a esa situación. Si empezamos a odiar a la gente, no a lo
que hacen, si no podemos separar el pecado del pecador, nos hemos ido de plano al dominio
de Satanás y hemos perdido esa parte de la batalla.
La primera vez que yo experimenté eso fue en el convento con una superiora que tenía
dos clases de reglas: la regla que todas observábamos, que era la regla escrita aprobada por la
Iglesia, y la regla no escrita, para su propio grupito. Como yo era su asistente, podía ver ese
juego muy de cerca y me molestaba mucho. Una cólera muy honda estaba creciendo dentro
de mí por esa manera ambigua de proceder, esa hipocresía que veía todos los días. Yo veía
de cerca muchas cosas incorrectas, pero como era su asistente y era leal a ella, no podía decir
nada al respecto. No podía ayudar a las otras hermanas como lo necesitaban, aun cuando
veía que estaban siendo sacrificadas. Estaba atrapada entre dos situaciones, como lo están
con frecuencia los intercesores.
La superiora era muy intuitiva, como son los contemplativos, y empezó a sospechar
que yo no aprobaba lo que ella estaba haciendo, aun cuando no le decía nada. Una tarde que
yo estaba en mi cuarto, ella llamó a la puerta y me dio un regalito, para mejorar la situación.
Le di las gracias y cerré la puerta y de repente, la emoción se hizo demasiado fuerte para
soportarla: “¡La odio!, dije en alta voz al Señor”. ¡Me sentí sorprendida de mí misma! Yo
nunca había odiado a nadie. No podía creer que había dicho lo que dije, pero lo dije. Y, hasta
lo dije en alta voz. Evidentemente debió de haber mucha cólera, que sé iba acumulando
semana tras semana, sin ser reprimida.
Le había dicho eso al Señor con tanta emoción que me asustó lo suficiente para que yo
fuera inmediatamente al Señor. Pensé: “Mejor voy al Señor. Eso no es bueno, no estoy en
una buena situación. Tengo que averiguar qué es lo que sucede”. Si yo hubiera llevado
antes ese problema al Señor, probablemente no habría reaccionado de manera tan intensa,
que ahora se manifestaba como odio. Así pues, inmediatamente me fui a la capilla, y el Señor
me puso delante la imagen de mi madre que me castigaba cuando yo tenía cuatro años. Yo
gritaba como una niña de cuatro años: “Te odio, te odio, porque castigas así a tu propia carne
y sangre”. Evidentemente yo consideraba que eso era malo. De todas maneras cuando le
gritas así a tus padres no vas muy lejos.
Yo le dije al Señor: “¿Qué estaba haciendo yo para ser castigada así?”. El me contestó
(Cuando digo: “El me contestó”, quiero decir que El me iluminó la mente con la verdad),
“Bueno, tú siempre te escapabas. Te rebelabas. Eras desobediente. Lo merecías”. Toda esa
emoción estaba todavía muy hondo dentro de mí, y el Señor me mostró qué era lo que
pasaba. “Tú no odiabas a tu madre, pero sentías que estaba abusando de su autoridad de

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madre. Tú no odias a tu superiora, pero sientes que ella también está abusando de su
autoridad”. Ambas situaciones eran iguales: dos mujeres a quienes yo amaba, que yo sentía
que ambas estaban abusando de su autoridad.
No era a mi madre a quien odiaba, ni era a mi superiora a quien odiaba. Lo que odiaba
era el abuso de la autoridad. Esa luz, esa verdad, me dio paz instantáneamente. Ahora podía
orar para que mi superiora tuviera luz para usar su autoridad correctamente. Empezaba a
ver lo que Dios quiere decir: podemos amar a alguien y sin embargo odiar lo que él o ella
están haciendo. Al mismo tiempo que estas emociones surgían, el Señor me estaba
mostrando cómo separar lo que la gente hace de lo que la gente es. Es muy importante hacer
eso cuando tratamos con nuestras emociones, particularmente con la cólera, porque hay
muchas cosas que nos disgustan, y tenemos que tener cuidado de separarlas de las personas.
No criticamos a la persona, sino que la llevamos al Señor, para que nos ilumine cómo orar
por ella o por esa situación. Eso es lo que hacen los guerreros de oración. Nuestro gran poder
está en la oración.
Esa es una de las razones por lo que es tan importante escribir un diario.
Evidentemente, yo no estaba anotando en mi diario el comienzo de mi enojo con mi
superiora. Me lo guardaba dentro, no lo sacaba a la luz, porque me parecía que, siendo su
asistente, sería traicionarla a ella. Si lo hubiera anotado en mi diario, tal vez no se hubiera
acumulado como lo hizo, pero el Señor aprovechó eso para darme una lección muy
importante. Por ese tiempo tuve otra experiencia acerca de la cólera, y de aprender a llevarla
al Señor. Le había pedido a una de las hermanas en el claustro, que me ayudara, después de
la cena, en el cuarto donde se prepara el pan para el altar. Quería poder unirme a las
hermanas que iban a ir al otro lado del convento a saltar en el trampolín y a divertirse en el
gimnasio. Como monjas enclaustradas, no podíamos hacer eso con mucha frecuencia. Yo
estaba encargada del cuarto del pan para el altar y pensé que si conseguía alguna ayuda,
después podría también unirme a las hermanas.
Así que, cuando le pregunté que si me podría ayudar unos minutos después de la cena,
ella me respondió que no. Yo les había hecho muchos favores a todas las hermanas, por eso
nunca se me ocurrió que alguna de ellas dijera que no. Ni siquiera podía imaginármelo.
“¿No?”, le dije yo. “No”, me respondió, “es que voy a ir al gimnasio”. Yo, de veras, sentí que
algo se rebelaba dentro de mí. Pensé: “Señor, yo nunca le niego nada a una hermana. ¿Cómo
puede una hermana negar algo a otra hermana?”. Yo me quedé murmurando y echando
chispas. Esa noche, después de cena, me fui al cuarto del pan a hacer lo que tenía que hacer.
Después de estar allí un par de minutos, pasó por el corredor otra hermana, en camino al
gimnasio. Ella se detuvo y me preguntó: “¿Necesitas alguna ayuda?”. “Sí”, le dije, “me vendría
muy bien una ayudita”. Me ayudó y cinco minutos más tarde ambas estábamos libres.
Pero esa noche yo no fui al gimnasio. Fui a pasar un rato con el Señor, porque la
emoción de cólera se había alborotado en mí. Pensé: “Señor, no quiero que Satanás se
apodere de mí. Ayúdame. No me gusta esta sensación de cólera. Muéstrame qué es lo que

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está sucediendo aquí”. Así fue, le llevé el caso al Señor y le pedí Su luz. Le pregunté:
“¿Escuchaste la conversación?”. “Sí”. “¿Oíste su respuesta?”. “Sí”. “Señor, dime qué piensas
Tú. ¿Qué oíste?”. El me permitió entender que ella era una hermana muy tensa y muy
nerviosa. Le contesté: “Sí, lo es”. El me dijo: “Y, tú sabes que para ella ir al gimnasio es una
gran ayuda, para librarse de esa tensión”. “O sí, ahora lo puedo ver. Es muy bueno para ella”.
El continuó: “Y eso ayudará a que ella sea una mejor hermana en la comunidad, ¿no es así?”.
“Sí, claro”. “Además, dijo El, no ves que te mandé ayuda al cuarto del pan, ¿no fue así?”. “Sí,
así fue”. El Señor añadió: “Pues entonces, ¿cuál es el problema?”. ¡El problema había
desaparecido! Se había esfumado. Hay mucha sabiduría en no permitir que el sol se ponga
sobre nuestra cólera. Tenemos que sacarla afuera. Si la guardamos dentro saldrá en otra
forma. Es mejor llevarla al Señor, para que Su luz y Su verdad vengan y la disipen.
Estamos hablando específicamente del pecado capital de la cólera. La Iglesia y muchos
de los santos dicen que la cólera en sí no es el peor de los pecados, pero la cólera es un pecado
capital porque abre la puerta y conduce a cometer otros pecados. Es la puerta. Algunas veces
cuando nos entregamos a la cólera, Satanás se adueña de la situación y perdemos nuestro
dominio propio. Entonces, casi siempre, terminamos en el dominio del enemigo. Abre la
puerta a otros pecados y a otras manifestaciones de cólera, y al odio que es la peor de todas
las manifestaciones de cólera. La última etapa de la cólera es el odio y si nos quedamos allí,
el odio puede convertirse en diabólico. Es lo opuesto al amor, y entonces Satanás es nuestro
amo.
Hay cuatro niveles de ira. El primero es sólo una emoción de ira. Puede ser que alguien
tenga mal carácter. Simplemente tiene un temperamento volátil, por su nacionalidad o su
disposición. Se acalora fácilmente, pero es sólo una emoción. El segundo nivel es una ira
regulada por la razón. Por lo tanto, está envuelta la voluntad. Es una ira a un nivel más
profundo, porque ahora está implicada nuestra voluntad - ¿qué camino vamos a seguir con
esa ira? El tercer nivel de ira sobrepasa las fronteras de la sana razón, y allí podemos perder
el control. Ese estado es el que Santo Tomás de Aquino llama pecado capital de ira. Es más
grave. En el cuarto nivel de ira es donde nuestra emoción de ira se convierte en odio, odio
contra Dios y/o contra el prójimo.

Como se Manifiesta
en mí la Ira

En una ocasión tomé un curso sobre las emociones en la universidad de Creighton.


Cuando llegamos al tema de la ira, nos dieron un vocabulario distinto para la ira. Eso me
ayudó mucho, porque yo vengo de una familia donde nunca se daba muestras de cólera. Tuve
unos padres muy moderados, cariñosos y una vida familiar alegre. Para mi manera de

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entender, la ira era algo, como en las películas, cuando alguien vocifera y da gritos y delira y
se enfurece. Nunca vi eso en mi casa, por eso nunca pude estar en contacto con mi propia
ira. Pensaba: “Yo no hago eso. ¿Cómo sé si tengo ira o no?”. No podía identificarla.
La ira tiene muchas caras, y en cada uno de nosotros aparecerá un poco diferente. Por
eso tenemos que “asomarnos dentro de nuestro corazón” y mirar, pidiéndole al Espíritu
Santo que enfoque allí Su lámpara para que nos muestre cómo se manifiesta la ira en
nosotros. Necesitamos saber cómo se manifiesta la ira en mí personalmente.
Tenemos un vocabulario abundante para la ira, y es necesario que todos encontremos
las palabras que usamos para que nos ayuden a identificar la ira en nuestras vidas. Si alguien
dice, “estoy indignado” o “siento que están abusando de mí”, sabemos que está muy enojado.
“Me han desairado”. “Estoy furioso”. “Estoy resentido”. “Me siento frustrado, molesto,
irritado, perturbado, provocado, contrariado, desilusionado, exasperado, tenso,
malhumorado”. Aun, “estoy desilusionado” puede ser una manera muy sutil de decir, “estoy
enojado contigo”.
En general, una persona triste tiene muy dentro de sí algo de ira. Si ha habido pérdida
de paz y no tenemos cuidado, podemos terminar enojados. La ira se puede encontrar como
discordia en las familias, en las comunidades, o en nosotros mismos. La ira puede expresarse
también en tristeza, amargura, sarcasmo, testarudez, peleas, rencor y venganza. La ira se
expresa tomando siempre el lado contrario, no estando de acuerdo en nada, guardando
resentimientos, siendo minucioso, diciendo palabras abusivas y comentarios ofensivos,
amamantando heridas y buscando venganza (una expresión más seria de ira).
Con el enemigo se ven muchos casos de represalia, pero los humanos podemos
también vengarnos. El Señor hizo que me acordara de una vez que me vengué de mi hermano
cuando yo tenía siete años. Teníamos dos gatos que eran gemelos idénticos, Amos y Andy.
Mi hermano, que tenía diez años, le cortó los bigotes a mi gato. Esos bigotes son muy
importantes para ayudarle al gato cuando anda ambulante en la oscuridad, por eso mi gato
andaba tropezando con todas las cosas. Yo pensaba: “¿Qué puedo hacer? ¿Cómo puedo
desquitarme?”. No podía ir a pegarle a mi hermano. El era mucho más grande que yo, y me
pegaría de vuelta. Éramos muy buenos amigos, sólo que ahora yo estaba muy disgustada con
él. No podía creer que él le hubiera hecho eso a mi gato. Yo sabía que su pasatiempo favorito
era hacer aviones modelos. Pasaba horas en su cuarto ensamblando las piezas. Así que, tomé
uno de sus avioncitos modelos y lo puse debajo de la mecedora de mi abuela. Esa noche
después de la cena, cuando mi abuela fue a sentarse en la mecedora, se meció sobre el
avioncito y lo hizo trizas. Yo era completamente inocente. El no podía echarme la culpa; mi
abuela lo había hecho. Ahora, ya adulta, el Señor me hizo recordar ese incidente y me dijo:
“Estabas enojada. No sabías otra manera de desquitarte. Eso fue venganza”.
La impaciencia es una señal de que estamos llegando al enojo. Puede ser que no sea un
enojo plenamente desarrollado, pero cuando comenzamos a impacientarnos, estamos en
camino para llegar allí. Vemos eso en casos muy serios, que a veces conducen hasta a

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altercados en las carreteras. La ira impide el uso correcto de la razón, luego lleva al pecado
capital y a violar el amor de Dios. La ira tiene un efecto negativo en los demás y conduce
siempre a faltar contra la caridad. Los pensamientos nacidos de ira, conducen a una conducta
encolerizada. Eso lo vemos confirmado plenamente en la crucifixión de Cristo. Primero los
Fariseos tuvieron muchos pensamientos, luego empezaron a hablar y terminaron actuando.
La ira conduce a un espíritu de contradicción. Conduce a brusquedad. A veces la ira se
manifiesta con sólo ser retraído. Puede llevar a mentir, a ocultar y a encontrar faltas.
Yo tenía una superiora que solía decir: “No puedo oír una sola palabra de lo que estás
diciendo, porque tus acciones están dando gritos”. Eso puede suceder. A veces no decimos
nada, pero nuestras acciones hablan. Podemos darnos cuenta de que alguien está enojado,
no por lo que dice, sino por lo que hace o por lo que no dice. Necesitamos saber que adjetivos
nos calzan. ¿Cómo se manifiesta la ira en mí? ¿Qué cara tiene? Queremos ponerle una cara a
nuestros pecados, porque Satanás nos conoce muy bien y anda merodeando como león
rugiente buscando a quien devorar. Necesitamos saber qué pasa dentro de nosotros. Si no,
podemos edificar una casa de ira dentro de nosotros, no poniendo atención a esas diferentes
expresiones de ira. Entonces los malos espíritus pueden venir y vivir o “disponer” de nosotros
como si fuéramos sus juguetes.

En Mi Vida Espiritual

A veces la gente tiene miedo de decirnos a nosotros o a alguien que están enojados o
molestos con Dios. Pero muchas veces nosotros estamos enojados con Dios. Job estaba muy
enojado con Dios. Muchos de los santos se enojaban con Dios. Dios nos ve como niños
pequeños, y los niños pequeños se enojan con sus padres, ¿ no es así? Pero no porque estén
enojados con ellos, los padres, los van a amar menos. Dios no nos ama menos por eso. El
puede manejar nuestra ira.
Pero El sabe que nosotros no podemos manejar nuestro enojo con El. Tenemos que
sacarlo afuera. Por eso, si estamos enojados con Dios por algo, lo primero que debemos hacer
es - decírselo a El. Lo anotamos en nuestro diario. Lo escribimos. “Esto es lo que no me gusta.
Esto es lo que me molesta. Esto es lo que yo quisiera que hubieras hecho, o no hubieras hecho.
No puedo entender cómo permitiste esto. ¿Por qué me distes estos padres? ¿Por qué no
estuviste allí cuando te necesitaba, cuando era un niño? ¿Por qué fui adoptado? ¿Por qué fui
abandonado? ¿Donde estabas Tú cuando yo no tenía a nadie y ni estuviste allí para
ayudarme? ¿Dónde estabas Tú?”. Otras veces, podemos estar molestos por algo que la Iglesia
está haciendo o por algo que no está haciendo, o por algo que un sacerdote ha hecho o no, o
por algo que una monja hizo o dejó de hacer. Hay muchas maneras de estar descontento con
Dios y Sus representantes.

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Cualquier cosa que sea, la sacamos al descubierto, porque mientras estemos
disgustados o enojados con Dios, no vamos a escuchar ni una sola palabra que El nos diga.
Hay cosas que de veras necesitamos preguntarle a Dios al escribir nuestro diario; necesitamos
escucharlas de Dios. Entonces la gracia de Dios empezará a fluir. Escucharlas de Dios será
la sanación misma. Pero tenemos la tendencia de no hablar de nuestra cólera, y así le damos
la espalda a Dios. No hablamos con El porque estamos enojados con El, y el sufrimiento
continúa. La raíz puede crecer y la herida puede infestarse. A veces la gente tiene miedo de
hacerle saber a Dios que están enojados con El, pero nadie mejor que Dios sabe que estamos
enojados con El. Tenemos que sacar fuera nuestras emociones, y entonces Dios comenzará
a ayudarnos con ellas. Podrá mostrarnos por qué hizo cierta decisión, o por qué no hizo tal
cosa. Podrá mostrarnos que El estuvo allí todo el tiempo, sin que lo supiéramos. El nos lo
hará saber.

Combate Espiritual

Hay muchos espíritus malos que se manifiestan en este pecado capital de ira. Hay un
espíritu de ira controlador de alta potencia. Hay un espíritu de odio, de rabia, de blasfemia,
de homicidio, de violencia, de turbulencia, de conflicto, de muerte, de hostilidad, de
destrucción, y de división. La división será siempre uno de los frutos de la ira ya que corta
nuestra relación con Dios y con los demás. Con frecuencia encontramos un espíritu de burla;
es un espíritu reprimido de ira. Se presentará en atolondramiento o en risa que no viene al
caso.
Satanás, constantemente hace uso de un espíritu de venganza con la gente que ora, en
particular con los guerreros de oración. En Apoc 12,17 leemos que Satanás se enfureció
contra la mujer (contra la Iglesia, contra todos nosotros), y por eso se fue a hacer la guerra a
sus descendientes (nosotros). Va a desquitarse. El espíritu de venganza es un espíritu muy
enojado que viene a desquitarse, porque en alguna forma hemos avanzado en el reino de
Satanás y Satanás está furioso. Para vengarse hace uso de otro espíritu.
Por ejemplo, si hemos estado haciendo un ministerio de oración y hemos conseguido
alguna victoria, podemos empezar a sentirnos muy, muy fatigados. El espíritu de venganza
puede estar atacándonos por medio de un espíritu de fatiga, porque con un espíritu fatigado
va a ser muy difícil orar. Cada vez que oremos vamos a dormirnos. Esa es una manera muy
eficaz para detener a un guerrero de oración. Muchas veces el espíritu de venganza atacará
al guerrero de oración con un espíritu de cólera o de depresión. Cuando un espíritu hace uso
de otro espíritu, es importante acordarse de atar a todos los espíritus. Como el espíritu de
venganza siempre está muy escondido, es fácil que no lo descubramos. Es necesario dirigirse
a ambos espíritus; atamos al espíritu de venganza y al espíritu con que está trabajando.

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Encontramos que Satanás constantemente toma venganza cuando estamos en
ministerio de oración. A medida que seamos más sensitivos al Espíritu Santo, El
constantemente nos pondrá en alerta de lo que los malos espíritus estén diciendo por medio
de otros o cuando nos estén hablando a nosotros personalmente. Hay allí mucha frialdad, y
caemos en cuenta que eso no viene del Señor.

Remedios
Don del Espíritu Santo: Piedad

Aunque en la Confirmación hayamos recibido todos los dones del Espíritu Santo, ellos
pueden permanecer adormecidos en nosotros si no los usamos. Necesitamos activar
constantemente esos dones por medio de la oración. El don de Piedad contrarrestará la ira.
Nos ha sido dado a nosotros como un arma para que nos ayude a echar fuera la ira. Es un
gran don del gran amor del Padre para Sus hijos. Ese don nos permite conocer realmente al
Padre, amar al Padre, y ser capaz de llamarlo “Abba”. Solamente, cuando estemos muy
enamorados del Padre, muy unidos a El, podremos desear hacer siempre lo que le agrade, y
cualquier cosa que nos pida.
El don de Piedad a cada momento tiende hacia otros, como un instrumento de paz. Es
un doble don de amor. El don de Piedad llevó a Jesús a la Cruz y lo hizo permanecer allí. En
el Calvario vemos que el don que Jesús tenía, más que ningún otro, era el de Piedad. En el
Calvario vemos Su gran amor por el Padre y Su gran amor por las almas, siendo El el
Pacificador. Jesús conocía Su identidad. El no era el Padre - era el Hijo. Era niño. En el don
de Piedad, llegamos a conocer nuestra verdadera identidad como guerreros de oración.
Somos hijos del Señor. Somos hijos de Dios.
El Don de Piedad nos da el motivo, la fortaleza, y la manera de clavar la ira a la Cruz.
¿Por qué? No es por mí mismo - ese no sería motivo suficiente. Nos aferraríamos y
permaneceríamos en nuestra ira. Pero el don de Piedad nos ayuda a deshacernos de ella para
mayor honra y gloria del Padre y por la salvación de las almas. La Piedad es un hermoso don
que necesitamos para combatir el pecado capital de ira y para terminar con él con Jesús
crucificado.
Por lo general los niños pueden perdonar fácil y prontamente. No guardan rencores.
Nosotros podemos depender de ese don de piedad porque ya lo hemos recibido en la
Confirmación. Debemos usarlo y dejar que el Espíritu lo use en nosotros para que podamos
perdonar fácil y prontamente.

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Palabras desde la Cruz

Nuestra arma número uno es la Cruz. Somos corderos víctimas, y el hecho que estamos
celebrando es el del Calvario. La primera palabra desde la Cruz: “Padre, perdónalos porque
no saben lo que hacen” (Lc 23,34), es nuestra arma número uno contra la ira.
Una de las razones porque tenemos tanta dificultad en perdonar está arraigada en el
miedo. La ira está arraigada en el temor. Si podemos permanecer enojados, estamos seguros.
Pero si desecho la cólera, el miedo es: “¿Me van a herir otra vez?”. ¿Tendré otro encuentro
con esa persona? ¿Quién va a pisotear mi corazón esta vez? Siempre hay un temor que nos
detendrá de perdonar, por eso el poder del Calvario es extremadamente importante en
nuestras vidas, porque es poder nacido de puro amor. Es la cumbre de todo amor. Solo el
amor perfecto puede echar fuera el temor. Con Jesús podemos clavar la cólera en la cruz.
Podemos crucificarla. Podremos desarraigarla completamente cuando podamos decir:
“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. No podemos decir eso si no perdonamos
ni olvidamos. Allí mismo, con el mero hecho de perdonar, se le da muerte a la cólera.
Llevando nuestra cólera a la Cruz, ponemos el hacha en la raíz.
Necesitamos el poder del amor divino, de allá arriba, para perdonar. Perdonar no es
natural; es sobrenatural. Es un don divino. Por eso en el Antiguo Testamento no tenían que
perdonar. No tenían que poner la otra mejilla. Era ojo por ojo y diente por diente. Pero llega
Jesús y dice: “Ahora todo es diferente. Tienen que perdonar. Tienen que poner la otra
mejilla”. Eso era nuevo para los Apóstoles, y Pedro pregunta: “Señor, cuántas veces debo
perdonar las ofensas de mi hermano? ¿Hasta siete veces?”. “No”, replicó Jesús, “no digas siete
veces, sino hasta setenta veces siete”. (Mt 18,22). Tenemos que perdonar una y otra y otra
vez. Eso parecía imposible, pero nada es imposible para Dios, porque el poder de amar viene
de Dios, y es nuestro si lo pedimos.
La primera palabra que Jesús dijo desde la Cruz nos ha dado ese poder. El ganó para
nosotros esa gracia cuando dijo: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc
23,34). Una vez El me dio a entender: “Yo gané esta gracia para ustedes. Yo la gané. Todo lo
que tienen que hacer es pedírmela. Es de ustedes si me la piden. Ahora no hay excusa para
no perdonar, porque tienen el camino abierto para recibir la gracia de poder perdonar”.
San Pablo entendió eso cuando dijo: “Al que ustedes perdonen también lo perdono yo,
y lo que he perdonado, si realmente he tenido algo que perdonar, lo perdoné por ustedes, en
presencia de Cristo. Así no se aprovechará Satanás de nosotros, pues conocemos muy bien
sus propósitos” (2 Cor 2,10- 11). Pablo sabía que si no perdonaba dejaba la puerta abierta y
daba una plataforma legal a Satanás para que viniera y siguiera agitando la cólera. A veces
podemos encontrar miles de razones para no perdonar.
En una ocasión, unos amigos míos muy queridos, dijeron algo de mí que era muy
negativo y muy doloroso para mí. Me hirió mucho porque ellos eran mis amigos. Personas

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extrañas hubieran podido decir lo mismo y no me hubiera molestado tanto. Las heridas más
profundas que nosotros experimentamos vienen frecuentemente de las personas que
amamos. Ese comentario se lo hicieron a mi director espiritual, y él lo compartió conmigo
para que yo supiera lo que ellos habían dicho. El pensaba que yo debería ir a su casa para
reconciliarme con ellos. Yo le contesté: “Padre, no creo que puedo hacer eso. Yo soy la
víctima del pecado de ellos. Ellos son los que dijeron algo muy doloroso de mí, y ni siquiera
es cierto. ¿No cree usted que son ellos los que deberían venir a pedirme perdón a mí?”. El,
siendo muy sabio y muy santo, me dijo: “Porqué no oras sobre eso para ver que te dice el
Señor”. Cuando no tenemos la gracia, no tenemos la gracia. El sabía que yo no tenía la gracia
y necesitaba pedírsela a Dios.
Así pues, le pregunté al Señor: “¿Qué hago en esta situación? ¿Quieres, de veras, que
vaya a pedir perdón por el distanciamiento y la separación que hubo entre nosotros sin que
fuera culpa mía?”. El me hizo ver una imagen de sí mismo en la Cruz y me dijo: “Nadie me
pidió perdón a mí”. Pues bien, fui. Inmediatamente me fui allá, corriendo, porque Jesús
perdonó y perdonó y perdonó, y nadie le pidió perdón a El.
Cuando entré en su casa, ya Dios les había preparado también el corazón. Ellos no
habían tenido la gracia para ir primero, pero una vez que yo entré sí la tuvieron. Ellos me
interrumpieron apenas empecé a pedirles perdón por el distanciamiento y por cualquier cosa
que yo hubiera hecho que estuviera causando esta separación y división. “No”, dijeron ellos,
“Somos nosotros los que debemos pedirte perdón”. Esa fue una especie de doble disculpa, y
desde entonces hemos sido amigos. Eso le dio muerte al enemigo, allí mismo.
Para ser sanados de la ira, muchas veces tenemos que pasar por un proceso de morir.
Para el proceso de sanación pasamos por cinco etapas básicas. La primera etapa es negación.
Tratamos de convencernos a nosotros mismos de que en realidad no estamos enojados. Yo
creo que esa es la etapa más difícil, porque no seremos sanados si pretendemos que nada nos
molesta. Pasamos por la negación y luego queremos sanarnos por nuestra propia cuenta.
Gracias a Dios, mi director espiritual me ayudó mucho, a salir de esa etapa de negación,
mostrándome las diferentes maneras en que yo estaba enojada y lo negaba.
La siguiente etapa nos lleva a la cólera misma, porque ahora ya ha salido a la superficie.
Los recuerdos han salido a la superficie y la cólera sale a relucir. A Satanás le agrada mucho
esa cólera, y tratará de mantenernos enojados. “Muy bien”, dirá Satanás, “tenías plena razón
de decir lo que dijiste. No perdones. Sigue enojado”.
Después de que sacamos la cólera a relucir, pasamos a la tercera etapa, a la vez que
empezamos a regatear con Dios. Aquí es donde ayuda mucho escribir en el diario. Le
contamos a Dios nuestra situación, cómo nos sentimos, y luego lo escuchamos a El.
Comúnmente trataremos de regatear porque queremos justificar que estábamos en lo
correcto, pero en vano. Jesús es judío y sabe regatear mucho mejor que nosotros. Por eso
cuando no ganamos en el regateo, llega la cuarta etapa, que es la depresión, porque no hay
otro camino que tomar. Esperamos no estar en esta etapa mucho tiempo porque pronto

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aparece la realidad: “Mejor dejo que la ira se vaya”. Esa es la quinta etapa. Sólo cuando
dejamos ir la ira, podemos realmente decir: “Padre, perdóname. Dame la gracia de
perdonarlos”. Sólo entonces llegamos a la paz y a la libertad.
La Cruz está vinculada a un proceso de muerte para nosotros, pero ese proceso de
muerte es importantísimo porque es el poder mismo de la intercesión. Contiene la victoria
sobre la cólera. Lc 1,76-77 es la clave de eso. “Y tú, pequeño niño, (Tú, pequeño niño, que
eres dócil, que eres humilde, afable, que eres paciente y obediente) serás el profeta del
Altísimo, porque irás delante del Señor para prepararle el camino, para dar a Su pueblo
conocimiento de la salvación por el perdón de sus pecados”. Cuando ganamos esa batalla en
nosotros mismos, entonces podremos ganarla también para otros. Ganamos para ellos la
experiencia de la libertad de los pecados. Ganamos para ellos una experiencia de salvación,
la libertad de la esclavitud. Ganamos para ellos la gracia de poder dejar ir la cólera porque
nosotros estamos en el proceso de morir por ellos.
Tenemos que aprender a manejar nuestra propia cólera. De otra manera, ¿cómo vamos
a poder pasar por esas etapas como intercesores, como corderos víctimas? ¿Cómo vamos a
darle muerte a esa cólera que anda por todo el mundo ahora mismo, si no podemos manejar
el peso que Dios coloca individualmente en cada uno de nosotros? Llegamos a ser pecado
como lo hizo Jesús. Participamos con el Cordero en la misión de quitar el pecado del mundo.
Con ese gran espíritu de piedad, con la espada y la primera palabra desde la Cruz, “Padre,
perdónalos”, podemos arrancar y cortar la raíz de la cólera. Habrá otros días en que la cólera
volverá otra vez porque somos intercesores, somos portadores de cargas, y estamos entrando
en la misión constantemente con Jesús, en Jesús y por Jesús. Cuando otros no perdonen
nosotros podemos tomar su lugar, para que ellos puedan experimentar la salvación por
medio del perdón del pecado. Ese es el poder de la intercesión. Eso fue lo que Jesús hizo por
nosotros. Jesús quiere ahora llevar el pecado de otros a donde está la forma más elevada del
amor, a la Cruz, y acabar con él - con nosotros, en nosotros y por medio de nosotros.
Uno de nuestros compañeros seglares conduce un autobús de escuela. En ese autobús,
él tiene que lidiar todos los días con muchísima cólera, pero ese es su mundo. Todos los días
tiene que lidiar con esto, y Dios le muestra diferentes maneras de manejarlo. Por eso es bueno
preguntarse a uno mismo: “En mi mundo ¿Cómo estoy manejando la ira? ¿Estoy usando el
remedio, o sea el perdón y las etapas por las que debemos pasar? ¿Lo estoy usando para
intercesión, para la salvación de las almas, para que otros se libren de la esclavitud de la ira?
Nuestro modelo que debemos tener siempre presente es el Cordero de Dios que continúa
quitando los pecados del mundo, en nosotros, con nosotros y por medio de nosotros.
Isaías dice: “Vengan para que arreglemos cuentas” (Is 1,18). Las palabras: “Arreglar
cuentas” traen la paz. Queremos que las cosas estén arregladas. Dios es un Dios de orden, sin
desorden.
Por eso queremos arreglar las cuentas. Debemos pedirle al Padre que nos consagre en
la verdad, porque Su Palabra es verdad. Necesitamos Su amor para arrojar el miedo.

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Virtudes:
Mansedumbre, Bondad, y Paciencia

Debemos pedir las virtudes como la mansedumbre, la bondad y la paciencia, que son
necesarias para combatir el pecado capital de la ira. Cada una de ellas da testimonio del
Cordero, principalmente la más poderosa de ellas, la mansedumbre. La mansedumbre
contrarrestará la cólera inmediatamente, si hacemos uso de ella. Jesús dijo: “Bienaventurados
los mansos, porque ellos poseerán la tierra” (Mt 5,5). Para nosotros, la tierra es la Tierra
Prometida dentro de nosotros. La mansedumbre nos llevará de nuevo a la paz, al amor, a la
presencia, al Reino en nosotros, a la calma, a la presencia de Dios.
Mansedumbre no es debilidad. Jesús fue manso. Jesús dijo: “Aprendan de Mí que soy
manso y humilde de corazón” (Mt 11,29). Aprendan de Mí, no de los libros. Aprendan de
Mí. Yo soy manso y humilde de corazón. La esencia misma de la mansedumbre es no causar
daño. La mansedumbre nos dará el poder de no causar daño y de no actuar demasiado
pronto. Sin embargo, podemos causar daño por omisión lo mismo que por comisión. Eso es
cierto cuando se trata de todos los pecados. En otras palabras, la clave aquí está en someterse
a Dios porque el Espíritu de Amor que habita en nosotros nos dirá qué hacer. Habrá veces
en que el Espíritu querrá que por mansedumbre actuemos o hablemos, pero habrá otras veces
en que el Espíritu querrá que ejercitemos esa energía en silencio.
En Isaías 53, Jesús es conducido como un cordero al matadero, y “no abrió Su boca”.
Esa es gran mansedumbre. Jesús dijo: “Yo he bajado del cielo, no para hacer Mi propia
voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado” (Jn 6,38). La mansedumbre es una fuerza
muy grande y un freno poderoso. Por eso, básicamente, la mansedumbre nos ayudará a ser
dóciles, flexibles y sumisos a cualquier cosa a la que el Espíritu nos esté conduciendo. Por
eso, es tan importante llevar nuestras emociones al Señor para que recibamos Sus
instrucciones.
Jesús dijo: “Bienaventurados también los que trabajan por la paz, porque serán
reconocidos como hijos de Dios” (Mt 5,9). Cuando estamos enojados, no estamos en paz.
Los niños pasan por los terribles dos, con sus pequeños berrinches, pateando el suelo cuando
no salen con la suya. A menudo la raíz de todo, cuando nos contrariamos o nos enojamos,
es que no estamos saliendo con la nuestra, esa no es la manera cómo pensamos, o esa no es
la decisión que hubiéramos hecho. Usualmente es algo que tiene que ver con mi voluntad,
no la de Dios. Por eso, ese proceso de conversión, para llegar a ser como niños, es
extremadamente importante, para que esa Bienaventuranza reviva en nosotros y tengamos
esa paz. La niñez espiritual es la clave de nuestra identidad. Si escuchamos a Jesús, como
Nuestra Señora nos dijo: “Hagan lo que El les diga” (Jn 2,5), esas virtudes manifiestas en
Jesús, nos serán dadas también a nosotros para que podamos hacer lo que El nos diga.

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Ayuda Adicional

Yo creo que escribir en el diario, llevando nuestras emociones directamente al Señor y


dialogando con El sobre ellas, tan pronto como sea posible, es un remedio que ayuda mucho.
En cuanto nos pongamos en contacto con nuestras emociones queremos saber lo que El
piensa. Entonces nuestras emociones están bajo la luz. No se van a resolver o a disolver
totalmente, ni seremos totalmente sanados, pero es el comienzo de la sanación, porque las
estamos trayendo a la luz de Dios.

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Como en todo examen de conciencia, principia recordando el
gran amor y la misericordia que Dios tiene por ti.
Ponte en la presencia de Dios y deja que El te inunde con Su
amor profundo que tiene por ti.
Descansa sobre Su corazón y permanece en paz.

EXAMEN DE CONCIENCIA - LA IRA

Emociones
En general, ¿soy propenso a la ira?
¿Cómo se manifiesta la ira en mi vida? ¿Cómo la demuestro? ¿Tengo con frecuencia
arrebatos de ira? Si es así, ¿Qué los ocasiona?
¿En qué situaciones me siento tentado a tener pensamientos de ira?
La ira que siento, ¿Es ira santa (concerniente a la honra y gloria de Dios) o es ira pecaminosa?
¿En qué situaciones la ira que siento es demasiado fuerte para la ocasión?
¿Digo cosas movido por la ira y la impaciencia?
Cuando me impaciento, comúnmente ¿Qué sucede en seguida? ¿En qué situaciones mis
sentimientos de ira impiden mi habilidad de razonar?
Cuando siento que se ha hecho una injusticia contra mí o contra otro, ¿siento deseo de
restaurar el debido orden por medio de la venganza?
Cuando mi yo ha sido herido, ¿siento la necesidad de defenderme?
¿Me deleito con pensamientos de venganza?
¿Cómo pueden ser mis pensamientos de cólera, una fuerza positiva en mi vida?
¿En qué forma puedo mejorar la manera de manejar mi ira? ¿Cuándo debo perdonar en vez
de abrigar mis sentimientos de ira?
¿Algún sentimiento de ira me está llevando por un camino peligroso al odio?

Relación con el Señor


¿Está la ira trayéndome tristeza perniciosa y agravando mi alma? ¿Siento que el Señor me ha
defraudado y que en algunas ocasiones no me ha dado lo que yo necesitaba?
¿Hay algún resentimiento escondido dentro de mí contra Dios, por algo que aconteció en mi
vida?
¿Estoy anotando en mi diario todos mis sentimientos de cólera y de resentimiento?
¿Tengo miedo de decirle a Dios cómo me siento?

24
¿Mis sentimientos de cólera y mi desilusión con Dios hacen que huya de Su intimidad y de
estar a solas con El?
Mientras el Señor me purifica ¿hay algún momento en mi vida en que me siento defraudado?
¿Siento que no puedo desprenderme de las cosas que me atan? ¿Le he dicho ya al Señor mis
sentimientos de temor y de que he sido defraudado?
¿Cuál es mi actitud en momentos de desolación?
¿Frecuento el Sacramento de la Reconciliación como ayuda para manejar la ira?

Relación con otros


¿Tengo una actitud beligerante?
¿Soy solamente placentero y agradable con la gente que me gusta?
¿Me ha llevado la cólera a riñas, insultos, palabras abusivas, o a asaltos físicos?
¿En qué situaciones consistentemente pierdo la razón y me vuelvo insoportable?
¿Trato a los demás con frialdad dignificada y les pongo mala cara cuando estoy enojado?
¿En qué ocasiones el enojo empieza a hervir en mí?
¿Qué hago entonces? ¿Estallo rápido y sin pensarlo?
Antes de reaccionar ¿podría poner delante del Señor esa situación para saber Su punto de
vista?
¿Critico a los demás, su trabajo y sus logros?
¿Insisto en dar mi opinión de todo, y murmuro de otros en su ausencia, cuando las cosas se
hacen de manera distinta a la mía? ¿En qué momentos de mi vida siento yo que la gente de
veras me ha defraudado?
¿Qué puedo hacer para curar esas heridas?
¿Cuándo tiene mi enojo un efecto negativo en aquellos que me rodean?
¿Qué puedo hacer para cambiar eso?
¿Oro para mejorar mis relaciones con aquellos que despiertan en mí sentimientos de ira?
¿Oro por las situaciones que comúnmente me conducen al enojo?

Relación conmigo mismo


¿Me siento enojado y disgustado conmigo mismo por mis debilidades personales y por mis
pecados?
¿Me impaciento porque no consigo pronto la perfección espiritual?
¿Se manifiesta mi enojo y mi frustración en enojo contra otros? ¿Son mis sentimientos de
enojo contra mí mismo, por mi falta de perfección, inmoderados y sin razón?

25
¿Cuándo he hecho propósitos de aumentar mi santidad, me enojo conmigo mismo si fallo
en realizarlos?

Comunidad y vida de familia


¿Cómo muestran mis acciones que me preocupo por la felicidad de otros?
¿Pienso que mi disposición al enojo puede herir significativamente a mi comunidad o a mi
familia?
¿Me importa que mi enojo tenga un impacto negativo en mi comunidad o en mi familia?
¿Soy causa de división en mi comunidad o en mi familia?
¿Qué estoy haciendo para desarrollar una disposición agradable y humilde?
¿Trato a todas las personas como trataría a Jesús?
¿Mis acciones o falta de acción son causa de que otros caigan en el pecado de ira?

El ministerio de Intercesión
¿Critico las oraciones de los otros?
Cuando estoy orando por otro, ¿tengo actitud de juez, de superioridad? ¿Juzgo al pecador?
¿Amo al pecador?
¿Me repugnan y critico los pecados ajenos?
¿Cuál es mi actitud respecto a conseguir gracias para la salvación de las almas?
Cuando me siento enojado, ¿me acuerdo de orar por todos aquellos que también se sienten
enojados?
¿Veo la mansedumbre como una debilidad o como una fuerza? ¿Cómo me ayuda mi vida
espiritual para aceptar a Isaías 53: “El Siervo Sufriente”?

Debes poder ver que se está desarrollando un panorama típico en el que eres susceptible a la
ira. En general: ¿Tengo problema con la ira? ¿En qué situaciones encuentro que la ira brota
dentro de mí? ¿Cuál es la raíz de esa ira? ¿Estoy tomando el tiempo para anotar en el diario
mis sentimientos y exponerlos ante el Señor?
Anota en tu diario estas preguntas e ideas ante el Señor. Escoge una o dos situaciones en que
la ira parezca ser el mayor problema. Haz un plan que muestre las medidas que vas a tomar
para que te ayuden a resistir mejor el pecado capital de la ira. Ora para poder depender y
confiar más en el Señor. Ora para obtener un odio santo al pecado de ira.

26
Capítulo 2
Envidia

San Ireneo dice que la gloria de Dios es el hombre lleno de vida. Me encanta esa
definición de la gloria de Dios. Queremos estar llenos de vida con la presencia de Dios en
nosotros. Queremos ser totalmente transfigurados, llenos de vida, llenos de amor, llenos de
gracia como Nuestra Señora. El pecado del que vamos a hablar, que puede impedir eso y que
puede también dar entrada al enemigo, es el pecado de envidia. Ese es un gran pecado.
Hay muchas definiciones de la envidia, pero básicamente, envidia es desear algo que
yo no tengo, no puedo tener, o que desearía haber tenido. Por alguna razón la envidia es
difícil de descubrir. Es difícil ponerle una cara a la envidia. El Catecismo dice que cuando la
envidia desea al prójimo un mal grave, es un pecado mortal (Catecismo de la Iglesia Católica
2539). Una vez más, no podemos directamente controlar el sentimiento de una emoción en
nuestros corazones. Sino que, lo que causa que pequemos o no, es ese segundo paso que
damos para determinar qué vamos a hacer con esa emoción o sentimiento que
experimentamos.
Santo Tomás de Aquino dice que “la envidia es dolor o tristeza por el bien de otro
porque ese bien es visto como algo negado o sustraído de la reputación o del buen nombre
de la persona envidiosa” (A Tour of the Summa, 36-1). Nos sentimos privados de algo que
queremos o deseamos, y tenemos dolor o tristeza de que otro lo tenga. Podemos tener envidia
de otro, de su reputación, de sus amistades, de su salud, de su buena apariencia, de su
popularidad. Puede ser de cualquier cosa. Básicamente es dolor o tristeza por el bien de otro.
Hace algunos años un sacerdote nos envió a un joven para que oráramos por él. Ese
joven sentía que él ciertamente debería ser mujer. El estaba absolutamente convencido de
eso y quería someterse a una operación. Nosotros no sabíamos cómo orar por él, pero la
verdad es que no sabemos realmente cómo orar por nadie. Por eso, simplemente le
preguntamos al Señor: “¿Cómo debemos orar por él?”. El Señor nos dijo: “Pregúntenle sobre
los primeros años de su niñez. Pregúntenle cómo fueron, y van a oír lo que necesitan oír”. El
Señor no nos lo dijo directamente, pero iba a hablarnos a través del joven.
Así pues, le preguntamos sobre su niñez. Dijo que había nacido fuera de los lazos del
matrimonio y que nunca había conocido a su padre biológico. En sus primeros años no supo
de él. Cuando tenía alrededor de tres años, su madre se casó, y por eso siempre creyó que ese
hombre era su padre biológico. Después de un año de estar casados, tuvieron una niña. En
este momento el Señor empezó intensamente a darle sentido a lo que el joven estaba
diciendo.
Le preguntamos: “¿Cómo te sentiste respecto a tu hermanita?”. El contestó: “Al
principio, me sentí muy celoso de ella porque ella recibía mucha atención, y mi padre la

27
favorecía a ella”. La razón probablemente era porque ella era su hija biológica, pero el niño
no lo sabía. Por eso, ese niño de sólo cuatro añitos, ató todos los cabos a su manera,
concluyendo que si él fuera una niña iba a ser también amado como ella. En esas
circunstancias un espíritu entró en él para convencerlo de que podía llegar a ser una niña y
recibir también el amor y la atención que recibía su hermanita. Así pues, desde aquel día en
adelante fue creciendo con ese espíritu dentro de él, que una y otra vez le repetía esa mentira.
Una vez que tuvimos ese conocimiento, la tarea fue muy simple. Antes que nada,
tomamos posesión sobre el espíritu de envidia. El espíritu no quería irse, porque había estado
viviendo muy confortablemente dentro de este hombre por largo tiempo. El Señor nos dijo:
“Háganlo seguir la manera cómo yo lo formé, y vean lo que sucede”. Así lo hicimos. Tratamos
de imaginar cómo había formado Dios ese pequeño bebé, y cuando llegamos a los órganos
genitales, ese fue el momento en que se puso de pie y gritó: “No, ustedes están equivocados.
Yo no fui formado de esa manera. Yo fui formado como una pequeña niña”. En calma, sin
decir palabra, hicimos que unos de nuestro grupo tomaran autoridad sobre el espíritu de
envidia, porque sabíamos que el espíritu dentro de él se estaba alzando para detener el efecto
del ministerio. Sencillamente atamos al espíritu y le ordenamos que guardara silencio.
Entonces el Señor nos dijo: “Hagan lo mismo de nuevo. Esta vez será diferente”. Así pues,
fuimos a través del proceso de cómo Dios lo había formado, esta vez todo estuvo en paz.
El espíritu salió, porque ahora la verdad había llegado. Ese fue uno de los ministerios
de liberación más sencillos que yo he visto. De hecho, en cuanto terminó el ministerio, todos
estábamos cantando: “Padre nuestro, que estás en el cielo”. El joven alababa y daba gracias
al Padre por haberlo hecho hombre, porque eso le permitiría parecerse más a Jesús. Quedó
totalmente sanado. Ese es el poder de la envidia. Nunca sabemos que puerta va a abrir dentro
de nosotros. Pareciera como si la envidia fuera un vicio predilecto del demonio. Le encanta
usar especialmente el pecado de envidia para atraparnos.
La envidia tiene su propio perfil, y su propia personalidad como la tienen todos los
pecados. La envidia se manifiesta en discordia, en odio, en alegría maliciosa, en
murmuración, en brusquedad, en recelo, en amargura, en acusaciones, en rivalidad, y en
competencia. Se manifiesta en tristeza o en frialdad por el éxito ajeno, o en alegría por el
fracaso de otro, o por sus faltas. Si la envidia está trabajando en nosotros, fácilmente podemos
juzgar o interpretar mal a otro. La envidia se manifiesta en odio. Recuerden que la cólera se
manifiesta también en odio, pero con el pecado de cólera tardamos más en llegar al nivel del
odio. Con el pecado de envidia podemos llegar allí casi instantáneamente. Con la envidia
podemos casi instantáneamente odiar lo que el otro es o lo que tiene. No es un pecado muy
bonito, pero lo hemos heredado y mostrará su fea cara de muchas maneras y con diferentes
disfraces.
La envidia es un pecado que trae consigo su propio castigo. Envenena y atormenta
tanto el alma que puede producirle la muerte espiritual. La envidia es su propio castigo. El

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fruto de la envidia producirá la muerte espiritual en la amistad con otras personas, en uno
mismo, y puede producir la muerte hasta en la amistad con Dios. Tan poderosa es la envidia.
Jesús dijo muchas cosas sobre la envidia, pero voy a mencionar solamente unas pocas.
En primer lugar. El se esmeró en decirle a Sus seguidores (refiriéndose con frecuencia a los
escribas y fariseos) que no fueran envidiosos de la misericordia de Dios, en particular de la
misericordia de Dios con las ovejas perdidas. He oído historias de gente que se resiente
porque la Iglesia Católica da la Unción para los Enfermos, momentos antes de morir, a los
pecadores públicos, después que han vivido una vida de pecado. Es como si tuvieran envidia
de la misericordia de Dios, aun en el lecho de muerte. Sin embargo el buen ladrón se robó el
cielo en el último minuto.
Es bueno meditar la parábola de Jesús sobre el hijo pródigo. El hermano mayor sintió
envidia de que el hijo pródigo fuera a recibir toda la herencia. En particular sentía envidia de
la relación que el hermano menor tenía con su Padre. Él había trabajado muy duro y había
sido fiel, y el hermano menor se había marchado y había derrochado toda su herencia. Eso
es envidia. ¿Has sentido envidia alguna vez de que alguien haya heredado el Reino de Dios a
la hora undécima, cuando tú has estado trabajando siempre para el Señor? Llegan y al último
minuto consiguen toda la gracia y todos los beneficios. Podríamos preguntar: “Señor, ¿por
qué hiciste eso?”. Eso es envidia.
Jesús dijo que no debemos envidiar la riqueza (ver Mt 6,19- 21). En los Estados Unidos
vemos mucha envidia de riqueza. Es posible que la veamos también en nuestra vida. Es
posible que veamos envidia de la riqueza de los dones de otra gente, de sus talentos, de su
fortaleza, y de sus amistades. Puede aparecer de tantas maneras.
Tenemos que examinar nuestro espíritu y nuestros corazones. ¿Me talla a mí alguna de
estas categorías de envidia? Sólo el Espíritu Santo puede mostrarnos eso. La envidia es un
pecado mortal. Ataca nuestra amistad con Dios. Satanás conoce el camino alrededor de este
pecado. Es una de las cabezas del dragón mencionadas en el libro del Apocalipsis y es
poderosa.
Sólo cuando empecé a orar sobre la envidia pude darme cuenta de que fue la envidia la
que Satanás usó para tentar a Adán y Eva a que desobedecieran y pecaran (Gén 3,1-14). Por
eso convenció a Eva. No es que él quisiera la amistad que ellos tenían con Dios, sino que vino
a destruirla. El fruto de esa envidia fue cortar la amistad con Dios - no para siempre, no
permanentemente, pero causó mucho daño. Satanás tenía envidia de la amistad que tenían
con Dios.
El primer homicidio se cometió cuando Caín mató a Abel, porque tenía envidia de la
amistad que Abel tenía con Dios. Abel había hallado la preferencia de Dios. Caín mató a Abel
por envidia (Gén 4,1-11). La envidia entró en Saúl. De hecho la Escritura dice que un espíritu
malo entró en Saúl. Entonces Saúl intentó matar a David porque vio la popularidad de David.
Todo el mundo aclamaba a David cuando regresó a casa victorioso. Danzaban y gritaban:
“Saúl mató a mil, David mató a diez mil” (1 Sam 21,12). Así pues, Saúl había matado a mil y

29
David a diez mil. Eso fue causa de celos, y de allí en adelante, David fue un hombre
perseguido. Saúl lo odiaba; se sentía amenazado por David. En la historia de José y sus
hermanos, fue envidia lo que incitó a los hermanos a matar a José porque desde un principio
estaban celosos de la relación íntima que José tenía con su padre (Gén 37, 1-28).
En este pecado capital en particular hay un misterio. Siempre que oraba detenidamente
acerca de él, me encontraba con un triángulo. Con frecuencia había una tercera persona
envuelta. Por ejemplo, los hermanos sentían envidia y querían matar a José, pero era por la
relación íntima que tenía con su padre. Es como si la persona que queda atrapada en medio
es a la que quieren matar. Es interesante ver que la envidia constantemente nos lleva a un
triángulo. Fue lo mismo con Caín y Abel. Abel fue matado, porque Caín estaba celoso de la
relación íntima que tenía con su Padre Celestial.
Una vez que yo estaba orando sobre las tentaciones de Jesús en el desierto, el Señor me
mostró que Satanás estuvo allí usando la envidia en las tentaciones. La envidia es un pecado
muy poderoso. Siempre tratará de atacar nuestra obediencia, porque la desobediencia
produce instantáneamente la muerte. Cuando digo muerte, quiero decir que nos separa y
que da muerte a la relación, a la amistad. Es una estrategia poderosa.
Cuando nos fijamos en las tres tentaciones de Jesús, vemos como la envidia atacaba a
Jesús y lo tentaba a pecar. “Manda que esas piedras se conviertan en pan” (Mt 4,1-4). En otras
palabras: “Puedo darte todo ese poder”. Y sin embargo. Satanás tenía envidia de Jesús y
trataba de tentarlo a que demostrara Su poder. El poder es una tentación muy grande. Mucha
gente envidia el poder. Es lo que la mayor parte de la gente quiere. Satanás asumió que
también Jesús quería esa clase de poder. Desde el punto de vista de la envidia, vemos por qué
esa fue una tentación tan poderosa.
En la segunda tentación Satanás habla de hacer mal uso de los dones y trata de hacer
que Jesús haga mal uso de Su relación de Hijo. “Si haces esto o aquello, está bien porque los
ángeles tendrán cuidado de ti, si de veras eres Hijo de Dios”. ¿Recuerdan esa tentación? “Si
tú eres el Hijo de Dios, tírate de aquí para abajo. Puesto que la Escritura dice: “Dios ordenará
a Sus ángeles que te lleven en sus manos, para que tus pies no tropiecen en piedra alguna”
(Mt 4,5-7). Con la envidia Satanás trataba de destruir a Jesús por causa de Su relación íntima
con el Padre. Por supuesto que los ángeles hubieran podido cuidar a Jesús. Ellos pueden
cuidarnos a nosotros, pero Jesús sabía que esa no era la voluntad del Padre para El. Sabía que
eso dañaría Su relación de Hijo con Su Padre, de ser un Hijo obediente. Es asombroso como
Jesús pudo ver a través de la envidia, que Satanás trataba de darle muerte a la relación con
Su Padre.
En la tercera tentación: “En seguida lo llevó el Diablo a un cerro muy alto, le mostró
todas las naciones del mundo con todas sus riquezas, y le dijo: ‘Te daré todo esto si te hincas
delante de mí y me adoras’ ”(Mt 4,8-9). Satanás le prometía a Jesús el honor y el prestigio del
mundo. ¡Miren como fue esa tentación! La gente peca porque envidia las cosas del mundo.
Envidian a la gente que tiene riquezas, cualesquiera que sean esas riquezas.

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Satanás usa la envidia para hacernos imitar su rebelión y su desobediencia, para que
nosotros también suframos la separación de Dios. Los teólogos dicen que la soberbia es la
madre de la envidia. La soberbia es diametralmente opuesta a la humildad, mientras que la
humildad es el fruto de la obediencia. Una persona obediente será una persona humilde. Una
persona humilde siempre será una persona obediente.
San Pablo nos dice: “No busquemos la vanagloria; que no haya entre nosotros
provocaciones ni rivalidades” (Gál 5,26). La gloria del guerrero de oración es la presencia de
Dios, porque entonces estamos totalmente llenos de la vida de Dios.

Cómo se Manifiesta
la Envidia en mí

Debemos examinar y observar constantemente los movimientos de nuestros


corazones. Necesitamos escuchar y ser cuidadosos con esos sentimientos para ver “a dónde
me están llevando ahora”. Este pecado mortal destruirá el silencio en nosotros. Agitará todo
dentro y destruirá el silencio. Satanás quiere destruir el silencio y la paz dentro de nosotros
porque esa es su manera de apartarnos de nuestra relación con Dios. ¿Han ido alguna vez a
la oración agitados en su interior, y han salido de la oración todavía agitados en su interior?
Nada se resolvió; nada fue sanado. No hubo contacto con Dios, porque nunca saliste de ti
mismo. Estabas todo envuelto en esa envidia. Por tanto, debemos preguntarnos a nosotros
mismos: “¿Cómo destruye la envidia el silencio dentro de mí?”. La envidia puede crear
mucho ruido y darle muerte a la paz dentro de nosotros.
La envidia tratará de manifestarse cuando otros reciben honores, reconocimientos,
poder o alabanzas. Tengan cuidado con esos pequeños sentimientos de envidia que brotan
de repente: “¿Por qué nadie me felicita? ¿Por qué nadie ni siquiera me reconoce?”. Podemos
sentir envidia cuando vemos a alguien que es muy popular, o que está subiendo en la vida
social o en el empleo.
La envidia tratará de manifestarse también cuando vemos a alguien que es muy asiduo
a la oración, mucho más de lo que soy yo. ¡Es asombroso cómo puede la envidia erguir su
cabeza! Si vemos a alguien más virtuoso que nosotros, consistente en virtud, también
podemos sentir envidia. Tal vez son consistentemente buenos, pacientes, bondadosos, y
siempre dan la otra mejilla.
O tal vez ni siquiera nos guste su buena disposición porque son demasiado buenos.
¿Cómo pueden hacer eso? Tal vez conozcamos personas que son muy humildes. Son como
niños y tienen mucha libertad. Es asombroso cómo esas personas pueden hacer enemigos
por su santidad. La envidia tratará de aparecer cuando vemos que otros aman a Dios, que le
son fieles, que reciben favores de Dios, y que simplemente son muy buenos.

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En el convento, una vez, yo no me di cuenta de que estaba por caer en este pecado de
envidia, pero cuando miro hacia atrás veo que eso es lo que hubiera sucedido. En el noviciado
yo veía que otras novicias recibían grandes privilegios de la superiora. Con eso quiero decir
que conseguían permiso para hacer cosas que eran permitidas hacer. Yo no conseguía esos
permisos. Al principio yo creía que era sólo mi imaginación, que ella no se había dado cuenta
que se había olvidado de darme permiso también a mí. Después de unas cuantas semanas
empecé a caer en la cuenta de que eso lo hacía a propósito. Empecé a sentir envidia,
especialmente cuando algún sacerdote venía al claustro y celebraba una Misa extra. Eso era
algo especial para unas monjas enclaustradas. Ellas podían dejar su trabajo dondequiera que
estuvieran para ir a participar de esa Misa. Eso era, todas ellas menos yo. Nunca me
notificaron que las hermanas se habían ido a la capilla, o de que yo podía dejar el trabajo del
invernadero. Así pues, más tarde yo oía decir que las hermanas habían asistido a una misa
espléndida y que habían escuchado una preciosa homilía. Era muy doloroso.
La envidia pudo haberse arraigado inmediatamente; era el principio de ella, pero yo
enseguida se lo llevé al Señor. Me fui detrás del gallinero, me senté allí, y me eché a llorar
porque me habían excluido. Empecé a quejarme delante del Señor: “Señor, ella no me trata
como a las otras hermanas”. El, muy suavemente y con mucho cariño me dijo: “No, ella no
te trata como a las otras hermanas, ni Yo tampoco”. Por eso, vayan inmediatamente al Señor.
La envidia trata de impedir que otros sean santos. Incita a otros a desobedecer, a
murmurar, a mentir, a engañar, a ocultar. Si alguien trata de animarnos a seguir alguna de
estas formas de desobediencia, sabremos que estamos tratando con la envidia, y a menudo
con el espíritu de envidia en persona.
La envidia quiere que caigamos. La envidia quiere que fracasemos. La envidia siempre
querrá que desobedezcamos. La envidia siempre tratará de darle muerte a la virtud y a
nuestra amistad con los demás y con el Señor. Dios desea que seamos santos. El quiere que
seamos perfectos. Nos quiere santos.

En mi Vida Espiritual

Jesús dijo que no envidiáramos los primeros puestos (ver Mc 9,34-35). Está diciendo:
“No sientan envidia si no son las personas más importantes”. Esa es la historia de cuando los
apóstoles estaban discutiendo sobre quién iba a ser el más grande. Para ellos era muy
importante. Esa mentalidad de: “Tengo que ser el primero” o “¿Quién va a ser el más
importante?”, es envidia. Lo más hermoso es que cuando recibimos el don de Sabiduría,
vemos las cosas a través de los ojos de Dios. Veremos que somos muy importantes y únicos
para Dios, y que por eso no necesitamos tener envidia, pero mientras tanto, cuando no
tenemos ese don, podemos sentir envidia de otro por el puesto que ocupa ante Dios.

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Podemos tener envidia de la generosidad de Dios. “¿Por qué Dios da tantos dones a
otros y no a mí?”. Jesús habló de la envidia en la parábola de la viña cuando les dijo
directamente a los trabajadores: “¿Tienen envidia de que yo soy generoso?” (Mt 20,1-16).
Tenían envidia. Recuerda que ellos habían trabajado todo el día, y que los que habían llegado
a la hora undécima recibieron el mismo salario. Eso no les gustó. Sintieron envidia.
Cuando yo salí del convento y regresé a casa, vi envidia en la Renovación Carismática.
Dios da a la gente abundancia de dones, pero no les da a todos los mismos dones. Yo quedé
asombrada de la envidia de la gente. “Yo no recibí ese don. No recibí el don de sanación. No
recibí el don de discernimiento. No recibí el don de hacer milagros”. Era asombroso. Eso es
envidia espiritual, y es mortal.
Cuando nuestra comunidad hacía un programa de formación sobre los Pecados
Capitales, uno de nuestros miembros dijo, “No puedo encontrar nada de que yo sienta
envidia. Yo creo que nunca he tenido envidia”. Pero cuando empezó a orar a cerca de la
envidia, el Señor le dio a entender: “Tú tienes envidia de las personas que tienen amistad
íntima conmigo”. Y ella dijo: “Señor, es verdad. ¿Por qué tengo envidia? ¿Cuál es la raíz de
eso?”. Dios le dijo: “Tú no crees que Yo de veras te amo”. Sentía envidia porque creía que
Dios amaba a otros más que a ella. Usualmente no nos volvemos contra Dios, sino contra la
persona que creemos ser el objeto favorecido de la bondad de Dios.
Otro miembro dijo casi lo mismo: “Yo creo que jamás he tenido envidia de nadie”.
Pero en la oración, el Señor le dijo: “A ti te gusta mucho competir. Tienes un espíritu de
competencia. Siempre tienes que ganar. Te sientes devastado cuando no ganas”. El le
preguntó al Señor: “¿Qué tiene que ver eso con la envidia?”. El Señor le contestó: “Tú no te
sientes seguro con mi amor. Yo no soy lo suficiente para ti. Es como si toda tu propia imagen
fuese: ‘Tengo que ganar. Tengo que ganar’. Tienes envidia si alguien más gana, porque no
sientes seguridad en nuestra relación”.
Si la envidia de veras no anduviese acechando, nos alegraríamos de que otros son
santos, de que otros son buenos, de que otros son más fervientes en la oración, más
obedientes, más populares, y tienen más éxito que nosotros. A fin de cuentas, la envidia
siempre ataca nuestra amistad con Dios. En Sabiduría 2,24 leemos que Satanás entró en el
mundo por la envidia. De hecho Satanás vino a nuestro mundo por la envidia, y todavía esta
viniendo a nuestro mundo por medio de este pecado. El todavía quiere entrar en nuestra
casa por medio del pecado de envidia.

El Combate Espiritual

Los malos espíritus asociados con la envidia son los espíritus de envidia, de
resentimiento, de odio, de lástima de uno mismo, de temor de ser rechazado, de mentalidad

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criticona, de incredulidad, de propia condenación, de muerte. Todos tratarán de apartarnos
de Dios y de los demás, pero no siempre reconocemos esos espíritus. Así como un médico
pone atención para descubrir lo que hay más allá de las palabras del paciente, de sus
emociones y acciones, nosotros también ponemos atención para descubrir cualquier espíritu
malo que esté actuando detrás de la escena.
Los espíritus malos andan cada uno por su lado porque están llenos de odio, son causa
de división y están separados de Dios. Sin embargo, por el odio que sienten por Jesucristo,
por Nuestra Señora, por la Iglesia, y por los cristianos, cuando se trata de combatirnos se
unen todos. Herodes y Pondo Pilato eran enemigos, pero por el odio a Jesús se unieron. El
odio que sienten esos espíritus los unirá a todos.
Uno de los malos espíritus que comúnmente esclaviza más a la gente es el
resentimiento. Mucha gente está atrapada por el resentimiento y se aterran a rencores e
inquinas sin poder perdonar. Siempre que dependemos del resentimiento y de la envidia.
Satanás se va arraigando más profundamente en nosotros hasta tal punto que será muy difícil
librarse de la influencia de esos espíritus sin ayuda especial. Si nos descuidamos nos pueden
llevar a cometer pecados muy graves. Debemos estar alerta y no dejar que Satanás ponga
dentro de la puerta ni el dedo pequeño del pie.

Remedios
Don del Espíritu Santo: Sabiduría

Debemos pedir constantemente el don de Sabiduría y no tomarlo por hecho. Por medio
de la oración, debemos activar constantemente el don de Sabiduría, porque necesitamos ver
las cosas desde el punto de vista de Dios, que es muy diferente de nuestro punto de vista.
Necesitamos saber. Necesitamos oír. Es como remontarse con alas de águila hasta la
presencia de Dios en una actitud muy contemplativa que escucha, mientras delante de
nosotros se presenta todo un panorama que no podríamos ver desde nuestro mezquino
interior propio. El punto de vista de Dios puede liberarnos
La forma más elevada de Sabiduría es la entrega. La entrega produce la unión, y ésta
produce el amor. Si nos entregamos totalmente a Dios, tenemos el Paraíso en nosotros.
Tenemos el cielo con nosotros. Catalina de Siena se dio cuenta que tenía el cielo dentro de
ella misma. Si tenemos el Paraíso dentro de nosotros no hay nada que podamos envidiar. Lo
tenemos todo.
En el libro de la Sabiduría leemos que la Sabiduría entra en las almas santas y las hace
amigas de Dios (ver Sab 7,27). Cuando la Sabiduría entra en las almas santas y las hace amigas
de Dios quiere decir que Dios ha entrado en una relación muy especial. Entre amigos es muy

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fácil obedecer por agradar al amigo. La Sabiduría es el don que nos hace querer decir sí a
Dios. Nos hace querer hacer lo que El nos diga. Jesús dijo: “Les he hecho saber todo lo que
aprendí de mi Padre. Ya no les llamo servidores, sino amigos” (Jn 15,15). La Sabiduría es un
don poderoso y nos ayuda a combatir el pecado de envidia.
La Sabiduría es el gran don que Nuestra Señora recibió en la Anunciación cuando el
Espíritu de Sabiduría vino sobre ella y se hizo carne; ese era Jesús. La Virgen María pudo
entonces exclamar que todo su ser proclamaba la grandeza del Señor y que su espíritu se
regocijaba en Dios. Ese es el fruto de la Sabiduría: cuando todo nuestro ser está lleno de la
Sabiduría Encarnada, cuando la Palabra hecha carne se encarna en su plenitud una y otra vez
en cada uno de nosotros. Mientras demos a la Palabra, a Jesús, un lugar dónde habitar en
nosotros y dejemos que este don nos llene, entonces podremos también proclamar la
grandeza del Señor de la misma manera.
Podemos darle muerte a la envidia cuando recurrimos al don de Sabiduría y
suplicamos a Dios que nos llene completamente. Hoy mismo podemos entrar en esa
profunda y muy íntima relación personal con Jesús, con el Padre y con el Espíritu Santo. Eso
es el Paraíso. Eso es verdaderamente el cielo en la tierra.
La Sabiduría trae consigo la unión. El poder de la Sabiduría viene en el vacío, en la
entrega, porque entonces Dios puede llenarnos totalmente de Sí mismo. De esa entrega y de
esa unión se produce la plenitud del amor.
Cuando permitamos que el don de Sabiduría nos llene, cuando nos entreguemos y nos
vaciemos, cuando recibamos y acojamos a ese don como lo hizo Nuestra Señora, entonces
producirá en nosotros la unión transformadora. Producirá una unión tan grande con la
Palabra misma, viva dentro de nosotros, que con Jesús llegaremos a ser la Espada. Entonces
tendremos un arma poderosa para combatir a Satanás y cortar todas las avenidas que tiene
para entrar y vivir en el mundo por medio del pecado mortal de envidia.
No puedo animarlos lo suficiente a que oren para obtener ese don de Sabiduría. Es un
don lleno de Dios, lleno de Su presencia, lleno de Su gracia y lleno de Su vida. Es el don que
recibimos cuando decimos el Padre Nuestro como nos enseñó Jesús: “Venga a nosotros Tu
Reino” (Mt 6,10). “Que venga Tu Reino, para que no haya, del todo, nada en mí del reino de
Satanás, sino solamente Tu Reino y el fruto del Espíritu Santo”.

Palabras desde la Cruz

La segunda palabra desde la Cruz: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Le 23,43),
traerá la victoria y dará muerte a la envidia. La palabra clave es “conmigo”. Siempre que
estamos con Jesús, estamos satisfechos. San Francisco de Asís decía: “Mi Dios y mi Todo”.

35
Cuando estamos con Jesús en esta clase de paraíso, cuando estamos con Jesús en esta clase
de unión, cuando estamos con Jesús en el reino interior, ¿a quién o qué cosa podremos
envidiar? Lo tenemos todo. Somos ricos, aunque otros crean que somos pobres. Esa es la
razón por que la segunda palabra de Jesús desde la Cruz dará completamente muerte a la
envidia. Podemos crucificar allí a ese pecado.
Sí con el don de Sabiduría nos entregamos, y si somos humildes y obedientes, entonces
hoy podemos tener el gozo, la paz, la bondad y esa presencia. Podemos tener el paraíso este
día, en este momento. Este día - eso quiere decir, ahora mismo. “Este día entrégate a Mi
amor. Entrégate a Mi don de Sabiduría interior. Mi Sabiduría es como un espejo sin mancha.
Verás y entenderás. Reflejarás Mi bondad. Te unirá a Mí, porque la Sabiduría produce
amigos de Dios”.

Virtudes:
Amor, Humildad, y Obediencia

La virtud principal que necesitamos pedir para combatir este pecado de envidia, es la
caridad, el amor. El amor es un fruto, pero es también una virtud. Vamos a encontrar que
estas virtudes trabajan juntas y se entrelazan la una con la otra, pero la virtud principal es el
amor. No hay nada más poderoso que el amor. Ese amor se manifestará especialmente a
través de la humildad y de la obediencia. El fruto de la humildad es la obediencia. Por lo
tanto, siempre habrá amor obediente.
Debemos ser pobres de espíritu y estar vacíos como estaba Nuestra Señora cuando
recibió ese don y exclamó: “Repletó a los hambrientos de todo lo que es bueno” (Lc 1,53).
Cuanto más vacíos estemos de nosotros mismos, vacíos de amor propio, de interés propio,
de nuestras propias preocupaciones, tanto más podremos ser colmados también de todo lo
que es bueno.
Cuando surja en nosotros la envidia, será beneficioso practicar más la abnegación de
sí mismo. Debemos orar para pedir un aumento de humildad y de caridad. Jesús dijo:
“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de Dios” (Mt 5,3). A ese
nivel de entrega absoluta, hemos llegado a una pobreza total. Hemos entregado en las manos
de Dios toda nuestra vida, nuestra voluntad y nuestras preferencias. Cuando dejemos que el
Espíritu nos vacíe de esa envidia y nos llene de Su sabiduría, sabremos que estamos en
posesión del Reino. En esa entrega, el Reino, la paz, el gozo, el amor, la presencia de Dios y
el consuelo llegan a ser nuestros. Este día o cualquier día, podemos estar con El en el Paraíso
si somos pobres de espíritu. Quien tiene el Reino dentro de sí jamás sentirá envidia de nadie,
ni de nada.

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El Salmo 23 es el compendio de la oración del guerrero de oración, cuando pueden
clavar la envidia a la Cruz y estar con Jesús hoy en el paraíso. “El Señor es mi Pastor, nada
me falta (Sal 23,1). Nada, nada me puede faltar.

Ayuda Adicional

Una manera práctica que nos ayuda a contrarrestar la envidia es en primer lugar la
oración. Orar. Ir inmediatamente al Señor y tratar de ver las cosas desde Su punto de vista.
Acudir al don de Sabiduría: “Señor, ¿qué Te parece esto?”. La mejor manera de hacer eso es
escribir el diario. Debemos anotar todas nuestras emociones y sentimientos, de lo contrario
pueden separarnos muy pronto de Dios.
Pedir las virtudes de humildad, caridad y obediencia, que pueden contrarrestar la
envidia. Principiar agradeciendo a Dios cualquier cosa buena que haya sido hecha, sin
importar quien la hizo. Debemos aprender a alabarlo en todas las cosas y por todas las cosas;
eso empezará a desarraigar más pronto la envidia. Siempre agradamos a Dios, cuando
aceptamos Su voluntad, y luego la ponemos en práctica. Aceptar y entregarse a la voluntad
de Dios es el grado más alto de Sabiduría, y seguirla y vivirla como Jesús nos enseñó, es
obediencia perfecta. Eso siempre dará muerte a la envidia.
Por lo tanto, si andamos mirando a nuestro rededor viendo lo que cada uno hace, o lo
que cada uno tiene, o lo que Dios dice o hace en sus vidas, la envidia puede venir y
arrastrarnos cuesta abajo. San Juan de la Cruz tiene una máxima muy bella sobre cómo estar
siempre resignado a la voluntad de Dios, teniendo siempre los ojos fijos en El y en lo que El
desea que nosotros hagamos. Puede ser difícil despreocuparse por completo de lo que otros
hacen, de lo que otros tienen, o de lo que Dios les pide a los otros. San Pedro experimentó
esa dificultad. Después de la escena de los pescados en brasas, cuando Jesús le dijo: “Ven
sígueme, Pedro”, él se dio la vuelta, preocupado por la suerte de Juan, y le dijo: “¿y de él
qué?”. Jesús nos dio un antídoto muy poderoso contra esa envidia al contestar a Pedro, con
suavidad y amor, pero también con firmeza: “¿A ti que te importa? Tú, sígueme” (Jn 21,20-
22). Jesús nos dice esas mismas palabras a nosotros: “Tú, sígueme”.

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Pon a un lado todas las distracciones del día y
toma unos minutos para ponerte en la presencia del Señor.
Deja que el amor incondicional que tiene por ti
te envuelva y te llene el corazón hasta desbordarse.
Toma unos minutos para recordar todas las bendiciones y
dones espirituales
que el Padre tan generosamente ha dispensado sobre ti.
Permanece unos momentos saboreando esa gratitud y ese amor.

EXAMEN DE CONCIENCIA - LA ENVIDIA

Vida Cotidiana
¿Me comparo a mí mismo frecuentemente con una determinada persona?
¿Cuándo hablo de otros a manera de crítica? ¿Qué suelo criticar?
¿Trato y juzgo a ciertas personas con más severidad que a otras? ¿Reconozco el esfuerzo y el
duro trabajo de mis hermanos, o los critico y juzgo?
¿Sigo la letra de la ley o el espíritu de la ley?
¿En qué situaciones soy tentado de envidia?
¿Deseo algo que pertenece a mi prójimo?
¿Siento celos de los talentos de otra gente, de sus posesiones, su poder, sus logros, su
inteligencia, o su habilidad?
Cuando me siento tentado de decir algo ofensivo para otros, ¿qué es lo primero que hago?
¿Qué podría hacer en ese momento de tentación que ayude a fortalecer mi decisión de ser
más caritativo?
¿Hay algo que provoca esta tentación?
¿Es el rencor la raíz de la envidia en mi vida?
¿Tengo dificultad de perdonar las faltas de alguna persona en particular?
¿Siento tristeza cuando veo o pienso en la prosperidad de otros en bienes materiales?
¿Me hace eso sentirme de menos?
¿Me alegro por las fallas de otro o porque ha sido corregido?
Si es así, ¿qué estoy haciendo para protegerme de ese pecado de envidia?
¿Cuándo causa la envidia que no vea con claridad, o que no ame la presencia de Dios en
otros?

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¿Cuales son los sentimientos de mi corazón cuando otros son alabados?
¿Me alegro del éxito de otros?
¿Hay alguien en particular por cuyo éxito me cueste alegrarme? ¿Me siento más pequeño
cuando alaban a otros?
¿Concibo mi copa como medio vacía o medio llena?
¿Me lleva la envidia a desear el mal a otra persona, o a alguna situación?
¿Me lleva, en algunas situaciones, al pecado de odio mi inclinación hacia la envidia?

Vida de Oración
¿Veo verdaderamente los dones espirituales como puro don de Dios?
¿Me siento agradecido por mis habilidades y por mis faltas, por las consolaciones y las
desolaciones?
¿Con quién me comparo? ¿Es Jesús mi modelo o es alguna otra persona?
¿Me siento triste cuando veo o pienso en el alto grado de santidad de alguien, en su vida de
oración, o en sus virtudes? ¿Siento envidia cuando alguien parece progresar más que yo en
la vida espiritual?
¿A dónde me llevan esos sentimientos?
¿Cuándo siento una santa envidia que me impulsa avanzar más en mi vida espiritual?
¿Cómo me aprovecho de esa santa envidia para acercarme más a la unión transformadora?
¿Dónde necesito confiar más plenamente?
¿Creo que Dios ha sido “justo” conmigo?
¿Cómo la envidia destruye el silencio dentro de mí?
¿Qué puedo hacer para restaurar ese silencio?

Vida Comunitaria / Familiar


¿Está mi actitud de envidia impidiendo que otro progrese en su vida espiritual?
¿Está mi actitud de envidia previniendo que haya unión en mi comunidad / mi familia?
¿Cómo mis sentimientos de envidia están dañando a mi comunidad / a mi familia?
¿Cómo me están dañando a mí mismo?
¿Cuándo necesito alegrarme de la bondad y la santidad de otro? ¿Siento envidia del nivel de
santidad que otros tienen?
¿Detengo a propósito a alguien para que no se me adelante en santidad o para que yo no
aparezca tan mal?
¿Me siento amenazado cuando otros parecen sobrepasarme en espiritualidad?

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La envidia que siento por otro a quien considero más santo que yo, ¿es una envidia santa, o
pecaminosa?
¿En qué situaciones me alegro de la santidad o del éxito de los miembros de una
comunidad o familia?
¿Hay alguna área dentro de mí, llena de sentimientos poco caritativos, oculta a la vista de
los demás, y que esté dañando a mi comunidad y familia?
¿Muestro preferencia por ciertos individuos e ignoro a otros a propósito?
¿Cómo demuestro yo que soy el guarda espalda de mi hermano? ¿Animo a los miembros
de mi comunidad / mi familia en su área de trabajo? ¿Felicito a otros, incluyendo a aquellos
por quienes siento envidia?
¿Uso mis dones, talentos, habilidades, etc., de manera que cause envidia a otros?

Virtudes
¿Dónde mi caridad se está haciendo un hábito?
¿Cómo me esfuerzo para ser más humilde?
¿Estoy agradecido por los muchos dones que el Padre tan generosamente ha dispensado
sobre mí?
¿Cómo se desborda mi gratitud y hace brotar vida en el trato con otros?
¿Dónde necesito ser agradecido?
¿Qué puedo hacer para desarrollar y cultivar una actitud de agradecimiento?
¿Dónde es mi amor demasiado pequeño?

Revisa en tu vida la forma en que comúnmente eres susceptible al pecado de envidia. Anota
en tu diario, delante del Señor, de qué tienes envidia y ¿por qué? Deja que te muestre lo que
El ve y la causa de tu envidia.
Ahora reflexiona sobre las muchas bendiciones que el Señor tan generosamente ha
dispensado sobre ti. Detente para mirar tu vida comprendiendo profundamente que todo
lo que tienes y posees es puro don del Señor. Anota en el diario esos sentimientos e
inspiraciones.
En la presencia del Señor, compara las cosas que envidias con las bendiciones que has
recibido del Señor. Invita al Señor a que esté contigo mientras miras a las unas y las otras.
Anota en el diario.
Concluye tu oración descansando tu corazón sobre el corazón del Padre y dejando que te
inunde con Su amor.

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Capítulo 3
Lujuria

Satanás nos ataca en grande a través de los sentidos, particularmente por medio del
pecado capital de lujuria, que es otra de las cabezas del dragón, mencionadas en el libro del
Apocalipsis. Los teólogos dicen que los pecados de lujuria envuelven todos los sentidos y que
por medio de los sentidos entran en nuestras almas. Ellos dicen que el pecado de lujuria es el
más popular de todos los pecados (Si podemos decir que los pecados son populares). Todo
lo que tenemos que hacer es mirar alrededor de nuestro mundo, para convencernos de eso.
Lujuria es el amor desordenado a los deleites de la carne. Lujuria es buscar los deleites
prohibidos, especialmente por el sentido del tacto. Viene también de otras maneras, pero
sobre todo por pecados del tacto. La lujuria es un deleite prohibido y en general se le llama
impureza.
Los pecados de impureza ensucian ambos, el alma y el cuerpo, que es el templo del
Espíritu Santo. En la resurrección estamos destinados a existir en un cuerpo glorioso, por lo
tanto, el cuerpo es muy importante. Jesús escogió encarnarse en un cuerpo, y ahora continúa
escogiendo encarnarse en nuestros cuerpos. Nunca entenderemos esa clase de amor que El,
la Palabra, la Segunda Persona de la Trinidad, haya escogido encarnarse en un cuerpo
humano. Nunca entenderemos esa humildad. Es un asombroso y tremendo amor. Nos
confundimos contemplando ese amor.
Un día yo estaba de rodillas delante del tabernáculo, y le pregunté al Señor: “¿Tengo
algo que Tú necesites?”. Quedé muy sorprendida cuando El me dijo: “Sí”. Le pregunté:
“¿Qué, Señor?”. El me contestó: “Tu cuerpo. Necesito tu cuerpo”. Jesús necesita nuestros
cuerpos. El no tiene ahora ningún otro cuerpo aquí en la tierra sino nuestros cuerpos.
Nosotros somos el cuerpo de Cristo aquí en la tierra. Real y verdaderamente somos y
verdaderamente esperamos ser también Su cuerpo místico. Esperamos permitir que la
divinidad y la humanidad lleguen a esa unión en nosotros, a ese maravilloso intercambio del
que hablamos en la Navidad: “Oh maravilloso intercambio”, cuando nosotros recibimos la
divinidad de Dios y El recibe nuestra humanidad. Nosotros salimos ganando la mejor parte.
Dios escogió encarnarse en nosotros.
¿Se han detenido a pensar cuántas veces servimos a nuestros cuerpos? Nuestros
cuerpos están aquí para servirnos a nosotros. No estamos aquí para ser esclavos de nuestros
cuerpos. Muchas veces tomamos las cosas al revés y nos hacemos esclavos de nuestros
cuerpos y de nuestros sentidos.
La lujuria puede convertir en pecado el hermoso don de nuestra sexualidad que nos
dio Dios. Hoy día estamos viendo que el don de la sexualidad es pervertido de muchas
maneras. Algunos de los pecados cometidos por la lujuria incluyen el adulterio (una

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violación del sexto mandamiento), la fornicación, el incesto, la violación, la masturbación, el
control de la natalidad, la esterilización y el aborto. Hoy día como nunca antes estamos
viendo en todas partes del mundo enfermedades transmitidas sexualmente. Vemos hasta
mujeres que quieren ser hombres y hombres que quieren ser mujeres. Hablando de esos
pecados sexuales, San Pablo, decía: “Ni si quiera los mencionen entre ustedes, porque así
debe ser entre los santos” (Ef 5,3). En otras palabras, que no hablen, que no piensen sobre
eso, que ni siquiera sea parte de sus vidas.
Algunos de los malos frutos que produce la impureza son la ceguera de la mente, la
perversión de la voluntad y la dureza del corazón. Podemos empezar a raciocinar y a argüir
con el Señor que lo que estamos haciendo es correcto. La dureza del corazón viene cuando
nos hacemos insensibles a la conciencia y a la voluntad de Dios. Eso puede causar
inconstancia en el arrepentimiento, porque nuestras emociones irán de arriba a abajo y
estarán en todas partes hasta que esa insensibilidad y dureza del corazón llegue a hacérsenos
una norma de vida. Empezaremos a buscar términos medios, lo cual es muy peligroso,
porque en el Reino de Dios no hay términos medios. Cuanto más busquemos términos
medios en la ley de Dios, más repugnancia sentiremos de Dios. Empezaremos a distanciarnos
más y más de El, y eso puede llevarnos a hacer confesiones faltas de sinceridad. A
consecuencia de eso, la lujuria nos puede llevar a recibir comuniones sacrílegas. Ese pecado
causa mucho mal. Tenemos que ser muy cuidadosos de sacar todo a la luz.
La impureza fomenta un excesivo amor al mundo o a las cosas del mundo. Puede
causar ansiedad mental por temor al castigo futuro. No podría decirles cuántas cartas
recibimos, al menos una cada semana, refiriéndose a la ansiedad que causa el castigo futuro
cuando se vive bajo el pecado sexual. La ansiedad mental pesa sobre ellos porque tienen
miedo del futuro, pero sin embargo, no son capaces de cambiar el presente. He visto que el
temor se ha apoderado de la vida de alguna gente hasta hacerla abandonar la iglesia. Tienen
tanto temor que ni siquiera pueden ir a Misa.
La lujuria puede llevar a la desobediencia, al escándalo, y a la pérdida total de la fe. Esos
pecados tienen mucho poder porque nosotros vivimos en el cuerpo. Este es el cuerpo que
conocemos, y mientras no nos purifiquemos más y más, seremos muy sensuales, terrenales,
y muy acostumbrados a ciertas maneras de vivir.
La lujuria se fomenta con la ociosidad, que nos aparta del diálogo y la comunicación
con Dios. Muchas veces hemos oído que la ociosidad es el taller del demonio. La lujuria
puede ser alimentada por el apego excesivo a la vida fácil, a la comodidad, a comer y a beber
demasiado. La lujuria puede alimentarse viendo películas escandalosas, la televisión, o
visitando lugares que no deberíamos, en la internet. La pornografía está en todas partes, y
para muchos ha llegado a ser una gran adicción.

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Como se Manifiesta
en Mí la Lujuria

Todos los días en la Misa se dice una bella oración que dice: “Purifica, Señor Dios
Todopoderoso, mi corazón y mis labios para que pueda proclamar dignamente Tu santo
Evangelio”. Esa es una oración muy buena para hacerla nuestra. “Purifica mis labios. Señor.
Detenme, si estoy diciendo algo que Jesús no diría. Detenme, si estoy diciendo algo por
hábito y sin siquiera darme cuenta de que la Virgen María no diría eso. Declárame culpable.
Déjame sentir muy dentro esa purificación”.
Podemos preguntarle al Señor: “¿Por qué mi mente no está totalmente pura?”. Es
posible que cometamos pecados de lujuria en nuestra mente por medio de pensamientos
impuros, soñando despiertos, o por no poner atención al momento en que de pronto nuestra
mente se pierde en cosas que pueden ser muy peligrosas para nosotros. Es obvio que los
deseos más profundos, que pueden llevarnos a los pecados de impureza, nacen en el corazón,
especialmente si nuestro corazón está dividido, o si todo afecto humano no está bajo control.
Los deseos impuros y la falta de reprimirlos pueden llevarnos a pecar seriamente. Pero hay
que recordar que los primeros impulsos, sentimientos o pensamientos no están siempre bajo
nuestro control, sino que lo que nosotros hacemos con ellos, es lo que nos llevará al pecado
o lejos de él.
¿Está dividido mi corazón? Jesús dijo: “Donde está tu tesoro, allí también está tu
corazón” (Mt 6,21). ¿Cuál es nuestro tesoro? ¿Qué estamos tratando de conservar? ¿Qué nos
mantiene? ¿A qué estamos apegados? Tal vez encontraremos que nuestros corazones están
más divididos de lo que pensábamos. De hecho, hay muchas cosas que están sucediendo en
nuestros corazones, que nosotros no sabemos. El amor es el que purifica el corazón. Cuanto
más amamos, más puro será nuestro corazón.
Cuando salí del convento y regresé a casa, la gente venía a mí con diversos problemas
de sus vidas. Yo noté que muchos de ellos tenían serias tentaciones relacionadas con los
pecados sexuales por causa de alguna forma de lujuria o impureza. Como esto se repetía de
muchas maneras, le pregunté al Señor a cerca de eso. “¿Por qué en el convento no veía tanto
de eso?”. En el convento, yo no era la superiora, pero fui su asistenta. Cuando ella se enfermó
por dos o tres meses, yo tomé su lugar y tuve la oportunidad de entrevistar a las hermanas
una por una y de llegar a conocer su trato con el Señor, sus experiencias y tentaciones, pero
el pecado de lujuria nunca apareció. Por eso le pregunté al Señor: “¿Por qué?”. El me dijo:
“Porque ellas amaban. Ellas pasaban todo el día - amándome a Mí y amándose las unas a las
otras. Por eso sus corazones eran puros”. ¿No es eso interesante?
Muchas veces la gente piensa: “Si me encierro en mí mismo como un caracol y no me
acerco a nadie, entonces seré puro”. A Satanás le encantará eso, pero de hecho eso es
totalmente opuesto a la verdad. Cuanto más salgamos de nosotros mismos, más podremos

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dar y más podremos amar (eso es lo que Dios quiere, siempre que estemos dando Su amor),
entonces sí seremos más puros. El enemigo tratará de hacemos tener miedo a la intimidad.
A menudo la falta de una oración más profunda es la puerta abierta para la lujuria. Las
personas que no gozan de esa amistad profunda, ni de la presencia, ni del abrazo de Dios,
sienten muy dentro, hambre, soledad y vacío. Tienen miedo de las grandes emociones,
particularmente de las emociones sexuales, de esa pasión interna, y por eso tienen miedo de
acercarse mucho a Dios. Esa es una gran estrategia de Satanás. A menudo cuando las
personas tienen miedo de pecar en materia sensual o sexual, lo primero que hacen por el
miedo es dejar de amar. Eso le encanta a Satanás. Cuanto más podamos amar de una manera
ordenada, controlada por el Espíritu, tanto más nuestros corazones serán purificados. El
amor es el que purifica nuestros corazones. Pero, lo repito otra vez, no puede ser amor
desordenado.
Podemos preguntarle al Señor: “¿Por qué mis ojos no son totalmente puros?”. Nuestros
ojos pueden ser ocasión de pecado en esa materia, si nos dejamos llevar por la curiosidad,
mirando cualquier cosa impura. Una amiga mía de la Legión de María solía decirme: “La
curiosidad no es una virtud”. Ahora sé lo que quería decir. La curiosidad no es una virtud
porque puede conducirnos a mucha impureza. Hoy día la internet es una fuente de tentación
para mucha gente. Nuestros ojos son un regalo maravilloso, pero como todo regalo, tiene un
lado opuesto que puede llegar a convertirse en vicio. Los ojos son ventanas del alma, pero
necesitan cuidarse, si no el enemigo puede venir por medio de los ojos y atacar el alma. Por
eso tenemos que regular lo que vemos y lo que leemos.
Por medio del tacto pecaminoso podemos abrirle las puertas al enemigo, para que entre
directamente hasta nuestro corazón. Allí germina la semilla de los deseos impuros, por no
reprimir las sensaciones que nacen de nuestros deseos. Los deseos son poderosos y muchas
veces no los tomamos en cuenta.
Los oídos pueden ser ocasión de pecado de impureza, escuchando lo que no debemos
escuchar, como chistes de color, programas de TV, o películas. Nuestra falla en poner fin a
lo que otros hablan y lo que nosotros hablamos (cuando sabemos que no debemos hablar)
puede llevarnos a la tentación. La música puede ser peligrosa ya que sobrepasa los sentidos
(aunque entra por los oídos) y va directamente a nuestro espíritu. Una buena norma es:
“¿Estamos oyendo algo que no oiríamos en presencia de Jesús o de María? ¿Es algo que El
quisiera oír? ¿Es algo que ella quisiera que oyéramos?”. Frecuentemente nuestra respuesta
puede ser: “Creo que no”. Vivimos en una cultura en que todo se acepta, y a veces no nos
damos cuenta que lo que escuchamos no es realmente puro. No es bueno para nosotros, y
por eso debemos coartar lo que escuchamos. Necesitamos conocernos a nosotros mismos
para saber lo que podemos y lo que no podemos escuchar.
La lengua puede ser ocasión de impureza. La lengua puede ser una fuerza muy
destructiva, y sin embargo puede usarse para alabar a Dios, y para animar a la gente y elevar

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nuestro espíritu. Pero también puede matar. De nuevo, debemos considerar: “¿Diría Jesús
eso? ¿Diría Nuestra Señora eso?”.
Espiritualmente, el sentido del gusto es bueno. “Prueben y vean cuán bueno es el
Señor” (Sal 34,9). Lo crean o no, el gusto puede ser también ocasión de impureza. Podemos
cometer pecados de impureza por medio del gusto, comiendo para satisfacer el apetito en
vez de comer porque necesitamos comer eso para tomar energía y estar sanos. Una de las
mejores maneras de contrarrestar eso es con el ayuno que la Iglesia ha recomendado tan
ampliamente a través de los años. El acto de comer puede llegar a ser un “fin” en vez de ser
un “medio”. Una vez que usamos una cosa como un fin, hemos reemplazado a Dios con un
bien creado. Por eso debemos negarnos un poco a nosotros mismos. Por medio del sentido
del olfato, los olores sensuales también pueden llevamos a la tentación.
Nuestro amor por los demás debe ser amor espiritual. Debe ser el amor de Jesús, el
amor de María, amor con gran respeto. La familiaridad excesiva con alguien con quien no
deberíamos tener familiaridad excesiva, conduce a ocasión de pecado. Por ejemplo, los
esposos no deben tener familiaridad excesiva con nadie del sexo opuesto que no sea su
esposo. En una comunidad de personas célibes, como en la que yo vivo, no debemos ser
demasiado familiares con nadie más en la comunidad, a causa de nuestro Esposo, el Señor.
Si caemos en esa familiaridad excesiva, estaremos en camino hacia una tentación severa y
posiblemente hacia el pecado. Las amistades particulares, como escoger ciertos individuos
porque son mis favoritos, son señales de que estamos entrando en terreno peligroso y que
debemos ser muy cuidadosos. Debemos estudiar de cerca los compañeros que escogemos,
los compañeros que nuestros amigos escogen, los compañeros que nuestros hijos escogen,
porque algunos de esos compañeros pueden no ser buenos para nosotros. Puede haber amor
por una actividad intelectual. Podemos tener lujuria de eso. Podemos tener lujuria de poder.
Un director de retiros espirituales que daba un retiro a unos sacerdotes, les hablaba acerca
de los sacerdotes que se enredan con mujeres. Les decía a los sacerdotes: “No juzguen a sus
hermanos sacerdotes que se enredan con mujeres o las desean. Muchos de ustedes,
probablemente, van a la cama todas las noches deseando poder, honor y reconocimiento”.
Así pues, hay muchas maneras de hacerse impuro.

En Mi Vida Espiritual

La lujuria causa un efecto muy poderoso en nosotros. Oscurece la mente. Debilita la


voluntad, que es aún más dañino, porque sin una voluntad fuerte no podemos hacer
decisiones a la manera de Dios. La lujuria nos hace ciegos para las cosas espirituales. Si
estamos ciegos no podemos ver la luz. No podemos ver la verdad. Si no podemos ver la
verdad, no vamos a disfrutar de la libertad. Nos lleva a escoger un bien creado antes que a

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Dios. En otras palabras, no nos lleva del todo a Dios. Pone a Dios en segundo o tercer o
cuarto lugar, o tal vez, del todo, en ningún lugar. La lujuria pone la creación, las cosas, la
gente, y los placeres de la carne antes que a Dios.
Los teólogos dicen que los principiantes en la vida espiritual están muy sometidos a la
lujuria, porque en las primeras etapas de la vida espiritual reciben un gran número de
consolaciones. Hay conversiones y muchas bendiciones porque Dios nos está atrayendo.
Nuestro espíritu recibe esas consolaciones y bendiciones como un refrigerio, una renovación
y satisfacción en Dios. Nuestros sentidos reciben satisfacción y deleite en esas consolaciones.
Por eso en nuestra vida espiritual podemos empezar a depender de todas esas satisfacciones.
Dios puede darnos una gracia muy bella para animarnos, pero si seguimos dependiendo de
esa gracia, podemos desequilibrarnos hasta el punto de buscar sólo la propia satisfacción.
Ahora estamos al borde de la lujuria y allí podemos abrirle la puerta al enemigo, pues a él le
encanta entrar cuando empezamos a tener sentimientos o pensamientos impuros. Es como
si la puerta estuviese completamente abierta para Satanás, y entonces sí que tendremos una
lucha terrible. A menudo esa lucha viene durante la oración, y el alma llega a tenerle miedo
a la oración. El alma se apartará de la oración por temor de que la oración la conduzca al
pecado. Ese es el enemigo. Esa es una de las razones de que tengamos las noches oscuras del
alma - para purificarnos de todo lo que nos esté llevando al amor propio, a la satisfacción
propia y al pecado.
San Juan de la Cruz escribió sobre esas noches de la carne, las noches oscuras del alma,
y las noches oscuras del espíritu. En nuestros corazones hay lugares recónditos en los que
necesitamos que entre Dios. ¡Gracias sean dadas a Dios porque cuida hasta de eso! El dirigirá
Su luz alrededor por todos los rincones y nos mostrará cosas que no habíamos notado.
Algunas cosas están tan compenetradas en nosotros que en cierta forma nos “pondrá en la
mesa de operaciones” porque va a someternos a un “tratamiento quirúrgico”. Se trata de un
proceso doloroso que se convierte en la “noche oscura”. Las consolaciones y todas las cosas
significativas para nosotros se van, y entonces la oración puede llegar a hacerse muy difícil.
Por eso necesitamos directores espirituales que nos ayuden a reconocer que se trata de la
noche oscura y que verifiquen que ahora estamos pasando por una purificación más radical.
Ellos nos pueden animar a someternos a la purificación, y así la noche oscura pasará más
pronto.
San Luis de Montfort decía que las almas que tienen una devoción profunda a Nuestra
Señora y que están consagradas a ella pasan por la noche oscura mucho más pronto que
otras. No nos conviene estar en la noche por mucho tiempo, porque con la aurora llega la
alegría (Sal 30,6). Una vez yo le pregunté a Nuestra Señora: “¿Por qué las almas que son
devotas y están consagradas a ti pasan más pronto por la noche oscura?”. Ella me hizo
entender que es porque toda su misión es decir “sí” al Señor. Ella vivió ese fíat. Esa es una
palabra tan poderosa que trajo a Jesucristo dentro de su cuerpo. Cuando ella nos enseña a
decir “Sí, Señor”, nos estamos entregando. No estamos tratando de escapar del cirujano.

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¿Han estado alguna vez en la silla del dentista, deseando que el dentista no se acercara
mucho? Cuando nos entregamos y no luchamos contra Dios, El puede trabajar muy rápido.
Nuestra Señora nos muestra cómo y nos da la gracia para entregarnos porque ella es la
“Señora Sabiduría”. La entrega es la forma más alta de sabiduría. Vamos a Nuestra Señora y
le pedimos gracia para someternos a cualquier forma de purificación radical a que Dios nos
llame.
Nuestros pecados y nuestra naturaleza pecaminosa no nos afectan sólo a nosotros; sino
que afectan también a otros. San Agustín decía: “El hombre no puede vivir sin el placer; por
lo tanto cuando se ve privado de los verdaderos placeres espirituales, necesariamente se hace
adicto a los placeres carnales”. Por tanto si no nos apegamos a Dios y a Su amor, nos vamos
a apegar a otros amores que llamamos adicciones. Vivimos en un mundo que es muy adicto
a los placeres carnales porque el mundo no participa del gozo que causa la experiencia de
Dios. En nuestra sociedad hay mucha inmoralidad y promiscuidad que es considerada como
normal. Mucha gente ya no conoce las normas de una conducta moral. Los teólogos dicen
que si mañana desapareciera la lujuria, el mundo se precipitaría en la depresión económica
más grande de la historia. Vivimos en una sociedad en que casi todo, en alguna forma, tiene
que ver con el sexo y la lujuria, como el cine, la televisión y la manera de vestir.
Podemos llevar todas nuestras pasiones y emociones a Jesús, porque, en primer lugar,
de El provienen todas ellas. Nadie es más apasionado que Jesús. De eso soy muy consciente
cuando el sacerdote en la Misa toma, eleva el Cuerpo de Cristo y dice: “Este es Mi Cuerpo.
Hagan esto en conmemoración Mía”. Jesús dijo: “Este es Mi Cuerpo que será entregado por
ustedes” (Lc 22,19). En la consagración escuchamos Sus palabras, buscando intimidad con
nosotros: “Este es Mi Cuerpo que será entregado por ustedes”. Después recibimos a Jesús:
Cuerpo y Sangre. Eso es intimidad en su máxima expresión. Nosotros podemos responderle:
“Este es mi cuerpo que ahora lo entrego a Ti y a Tu servicio, para mayor honra y gloria del
Padre”.
Dios no tiene miedo a la intimidad. El nos llama a la intimidad que cierra la puerta al
enemigo cuando está tratando de entrar con su intimidad nacida de la lujuria. Dios es un
Dios de intimidad. El desea tener una amistad apasionada con cada uno de nosotros.

Combate Espiritual

La lujuria envuelve todos nuestros sentidos y por ellos el espíritu malo puede entrar en
nuestras almas. Esos espíritus de lujuria, de profanación, de perversión, de vicio, de robo, de
decepción, y de temor de temores, se alimentan de la ociosidad, del apego a la flojera y a la
comodidad, y del exceso en la comida y la bebida. También pueden llevarnos a acciones

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pecaminosas la literatura obscena y sugestiva, las películas y los programas de Televisión
escandalosos, los vestidos inmodestos y las malas compañías.
Uno de los castigos del pecado original es que esa lucha contra la impureza continúe
durante toda la vida y requiera el cuidado de los sentidos, de los pensamientos, de los deseos
y de las conversaciones. El espíritu de penitencia y negarse a sí mismo, el recurso frecuente
de los sacramentos, la docilidad al Espíritu Santo, y la oración, son los medios que más
necesitamos usar como armas en esta batalla. De esta manera, con humildad y desconfiando
de uno mismo, podemos “huir” hasta de las ocasiones de pecar.

Remedios
Dones del Espíritu Santo:
Temor del Señor

Constantemente se nos da oportunidad de escoger. Cuando escogemos a un esposo,


escogemos apartar de nuestra vida a todos los demás hombres o mujeres. Cuando escogemos
a Dios, escogemos apartarnos de todo lo que no sea de Dios. Por eso es que el don del Espíritu
Santo, de Temor a Dios, está especialmente aquí muy activo. El Temor a Dios es un don muy
hermoso del Espíritu Santo - odio profundo al pecado y temor de desagradar en alguna forma
a Dios. En otras palabras, escogemos ponerlo a El en primer lugar. “Te escojo a Ti primero
que nada”. Eso fue lo que El dijo: “Busquen primero el Reino y la justicia de Dios, y esas cosas
se les darán por añadidura” (Mt 6,33). Nosotros escogemos. La Escritura dice que la primitiva
Iglesia crecía en número (ver Hechos 16,5). Crecía y se cimentaba con el don de Temor a
Dios.
Con ese conocimiento y odio del pecado, nosotros escogeremos, como Jesús, hacer
solamente lo que agrada al Padre. Eso nos distinguirá para entrar en batalla acompañados
por la mujer vestida del sol, del Sol que es su Hijo. Odiamos al pecado por nuestro amor a
Dios. La sabiduría nos ha dado tal amor a Dios que tenemos temor de hacer algo que le
desagrade. Así somos con las personas que amamos. No queremos hacer deliberadamente
nada que pueda herirlas. Es un santo temor.
La Escritura dice: “El principio de la sabiduría es el Temor de Dios” (Sal 111,10; Prov
9,10; Sir 1,12). La mitad y el final de la sabiduría es también el Temor de Dios. Este don de
Temor de Dios nos irá fortaleciendo con tal odio al pecado que muy pronto empezará a
desarraigar de nuestras vidas todas las avenidas y las áreas de lujuria. Ese don nos ayudará a
descubrir y a odiar al pecado, y nos dará poder para combatirlo. Es un gran don.

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Palabras desde la Cruz

Una de las principales salvaguardias contra la lujuria es la tercera palabra desde la Cruz:
“He ahí a tu Madre” (Jn 19,27). ¡Nuestra Madre es una grandísima salvaguardia de la pureza!
Por medio de su Inmaculada Concepción, libre totalmente de pecado, nos llama más y más
a renacer libres de pecado y a desarraigarlo de nosotros. Eso no quiere decir que las
tentaciones cesarán; no cesarán. Eso no quiere decir que el tormento del enemigo cesará; no
cesará. Pero sí quiere decir que las tentaciones no serán capaces de influir en nosotros como
en el pasado. Debemos correr hacia ella porque ella es la Inmaculada; su corazón es
inmaculado. Ella quiere compartir con sus hijos todas las gracias que ha recibido de Dios. Lo
hará si se lo permitimos. Ella puede llenarnos de esperanza si en realidad recurrimos a ella,
si vamos a ella en oración, si contemplamos su precioso corazón inmaculado y admiramos
su pureza.
Podemos contemplar las actuaciones de María en los evangelios, particularmente en el
Calvario. La llamamos “Refugio de los Pecadores”. Cualquiera puede acudir a ella sin
importar cuán pecador sea, y la pureza llega. María Magdalena fue purificada por su
desbordante amor a Jesús, y por eso ella estuvo allí también al pie de la Cruz admirando a su
Madre.
“Ahí está tu Madre. Te la doy a ti. Ella es la Inmaculada. Ella posee la victoria que Dios
le prometió contra Satanás. Ella es pura y sin pecado. He ahí a tu Madre. Tómala en tu
corazón, como hizo Juan, y Satanás no se acercará a ti porque el de corazón puro ve a Dios.
He ahí a tu Madre”.
Una vez cinco de nosotras viajábamos por Europa y estábamos a punto de llegar a
Lourdes. Yo conducía y me di cuenta que en mi corazón se producía un ritmo al compás del
golpe seco de las llantas. Oía las palabras en latín: “Sed libera nos a malo. Sed libera nos a
malo. Sed libera nos a malo”. Yo pensé: “¿Qué significará eso?”.
Tan pronto llegamos a Lourdes, le pregunté a un sacerdote: “¿Qué significan esas
palabras? El me contestó: “Significan, mas líbranos del malo”. Yo me pregunté: “¿Por qué
pondría Dios esas palabras en mi corazón cuando nos acercábamos a Lourdes?”. Lourdes es
un lugar de sanación. Por todos lados dejan allí las muletas y las sillas de rueda. Parece como
que todo el que llega a Lourdes regresa curado de algo, ya sea en su vida física, mental,
espiritual o emocional. Siempre hay allí alguna gracia sanadora. Entonces la lección empezó
a aparecer porque es allí donde María se identifica a sí misma como la Inmaculada
Concepción. “¡Oh María, sin pecado concebida!”. La sanación de Lourdes y la sanación que
necesitamos todos, es la sanación del pecado. La enfermedad del mundo entero que Dios
vino a sanar es la enfermedad del pecado. La Trinidad decía una y otra vez: “Sed libera nos a
malo”. Esa es la sanación que yo quiero. Dios escogió a Su Madre para que viniera a nuestras

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vidas, para que viniera a nuestros corazones, si tan sólo se lo permitimos, para que
pudiéramos confrontar ese pecado de lujuria en todas las muchas formas en que se
manifieste. Podemos pues, empezar a desarraigar la lujuria porque tenemos el poder de la
Inmaculada para arrojar fuera todo lo que no es puro.
San Luis de Montfort decía: “El Altísimo, con Su Santísima Madre, tiene que formar
para sí mismo grandes santos que sobrepasarán a la mayoría de los otros santos . . . Esas
grandes almas, llenas de gracia y de celo, serán escogidas para enfrentarse a los enemigos de
Dios . . . Ellos serán devotos distinguidos de Nuestra Señora, iluminados con su luz,
fortalecidos con su sustento, guiados por su espíritu, sostenidos por su brazo y amparados
bajo su protección, para que puedan pelear con una mano y construir con la otra” (La
Verdadera Devoción a María, 47-48). San Maximiliano Kolbe decía que sólo la Inmaculada
posee la promesa de la victoria sobre Satanás. Esa es una profecía muy poderosa que habla
directamente a nuestros corazones. María está en el centro del escenario. Tal vez sea por eso
que en este siglo ella se ha aparecido en tantos y tan diferentes lugares del mundo trayendo
bellas y proféticas palabras directamente desde el cielo.
De nuevo regresamos a las palabras de Jesús desde la Cruz: “He ahí a tu Madre” (Jn
19,27). El discípulo la tomó en su corazón; ojalá nosotros hagamos lo mismo.

Virtudes:
Castidad, Templanza, y Modestia

La virtud de la castidad es una virtud muy hermosa que regula nuestros deseos básicos.
El salmista nos alienta a llegar a ser más blancos que la nieve (ver Salmo 51,9). Podemos
pedirle a Dios que nos haga más blancos que la nieve y la virtud de la castidad lo hará. Uno
de los frutos de la castidad es que nuestro corazón no estará dividido, y así de veras podremos
guardar el primer Mandamiento de amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra
alma y con toda nuestra mente.
En la pureza de corazón hay una visión muy especial de fe que ve a Dios en todos y en
los acontecimientos de la vida. Para aquellos que viven los votos de celibato o viven una vida
célibe, la castidad les trae una mejor relación como esposos del Señor. A todos nos hace
disfrutar la experiencia de la cima de la montaña. En los Salmos leemos: “¿Quién subirá hasta
la montaña del Señor?, ¿quién entrará en Su recinto santo? El de manos limpias y corazón
puro” (Sal 24,3-4). La castidad definitivamente nos llevará a la cumbre de la montaña, a la
cima misma de la intimidad con Dios.
No todos son llamados al celibato, pero todos son llamados a ser castos. Todos somos
llamados a la castidad, a vivir una vida de castidad y de pureza. Los que son casados deben

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observar también la castidad practicando un control razonable de sí mismos. Así pues, así
sea la castidad del sacerdote consagrado o del religioso, o la castidad del soltero o del casado,
debemos verla toda como una consagración de nuestro poder de amar al servicio de Dios.
Jesús dijo: “Felices los de corazón puro porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8). ¡Qué gran
incentivo nos ha dado para que deseemos la pureza de corazón! Primero que nada, El dice,
somos felices. Somos felices si tenemos puro el corazón. El desea que tengamos puro el
corazón. El desea que seamos felices aquí en esta vida y aún más desea que tengamos la
facultad de verlo a El. Los de corazón puro pueden ver a Dios. El mundo entero llega a ser
una catedral para los de corazón puro. Ven a Dios en la gente. Ven a Dios en los
acontecimientos. Ven a Dios en los animales. Ellos ven también dónde no está Dios. Por lo
tanto, la pureza de corazón es un don muy grande.
Otro fruto de la castidad es la pureza de intención. Nuestros motivos serán más y más
puros. No sólo lo que hacemos, sino la razón porque lo hacemos empieza a ser muy pura. La
razón porque hacemos las cosas es por el Señor, no por nosotros mismos. Dos personas
pueden estar haciendo idénticos trabajos. Una puede tener un motivo puro, y hacerlo por la
mayor honra y gloria de Dios, mientras que la otra puede estar haciéndolo por su propia
honra y gloria. Si podemos darnos cuenta que somos templos del Espíritu Santo y pedir a
Dios la gracia de la pureza, llegaremos mucho más pronto a ser puros. El nos ha dado una
excelente oportunidad de llegar a ser magníficos templos llenos de Su luz, de Su amor y de
Su pureza.
Nuestra Señora nos ha dicho más de una vez, particularmente en Fátima: “Al final mi
Inmaculado Corazón triunfará”. Su corazón inmaculado, su corazón puro triunfará en cada
uno de nosotros a medida que nuestros corazones vayan siendo más puros. Una vez el
Obispo Fulton Sheen hizo notar que Jesús es como una rosa roja en la Cruz, y que María es
como el tallo de esa rosa. Juntos constituyen la flor. El decía que las espinas son las que nos
mantienen lejos de la impureza. De hecho las espinas pueden defendernos de todo lo que
puede perturbar o influir nuestra unión con Jesús y María. Por lo tanto las espinas pueden
también usarse para nuestro bien. Ese amor más sublime estará vinculado a la Cruz. Mientras
podamos estar allí de pie con María al pie de la Cruz, podremos mirar al que está en la Cruz.
Nos estamos poniendo la coraza (pectoral) de la justicia que nos mantiene libres de
pecado, y de esa forma triunfaremos en la pureza del corazón. Entonces veremos a Dios y
veremos a Dios en los demás. Debemos orar pidiendo la virtud de la castidad.
La templanza traerá una modestia y una moderación muy grande. Traerá refreno de
los sentidos. Cuando no refrenamos los sentidos, ellos se convierten en puertas abiertas. La
templanza producirá en nosotros el equilibrio de la sexualidad.
Hoy día vemos más y más vestidos inmodestos. En Fátima Nuestra Señora habló
específicamente sobre los vestidos inmodestos, particularmente en las mujeres, que son para
muchas personas ocasión de pecado. El otro día fui a un centro de compras y no creo haber
visto nunca en mi vida vestidos tan inmodestos - y ¡en pleno día! En la tienda, alguien pasaba

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delante de nosotras y sólo nos quedábamos viendo. ¡Casi nos olvidamos de lo que habíamos
venido a comprar! No podía creer que aquí en nuestra propia ciudad hubiera esos vestidos.
Cuando regresamos al automóvil todavía los seguíamos viendo. Era como si estuviésemos
en Nueva York por primera vez y estuviéramos mirando los rascacielos. Estábamos atónitas.
Podemos ver la lujuria trabajando muy afanada a través de los vestidos inmodestos.

Ayudas Adicionales

Un remedio que nos ayuda a contrarrestar la lujuria es encontrar un amor más elevado.
Si nos sentimos atraídos de una manera desordenada por cosas sensuales, podemos
combatirlas todo lo que querramos, pero es mucho más fácil si tratamos de fijar la atención
en un amor más elevado. San Bernardo decía que si queremos apartar a alguien del azúcar,
démosle miel que es más dulce. No debemos poner la atención en el azúcar ni en el hecho de
que no podamos tener esto o hacer lo otro. Sino aliméntenos de miel. Por tanto, si estamos
luchando con algo de nuestra naturaleza mundana, los placeres de la carne y los falsos
amores, busquemos un amor más elevado. Dios dijo: ‘"Amigo, sube más alto” (Lc 14,10). El
quiere que subamos a un amor puro, a un amor verdadero. Quiere que lleguemos a una
verdadera intimidad, a una amistad de corazón a corazón con El.
Como sucede con todos los pecados, en último término todo se reduce a lo que
nosotros escogemos. Esa es la parte difícil. Siempre se trata de una opción. Somos
increíblemente libres para escoger. Dios nos alienta siempre a escoger la vida, a escogerlo a
El. Cuando Jesús se hizo hombre. El también tuvo opciones. El, el que no tenía pecado, vino
a un mundo muy pecador. El también tenía una voluntad libre, y a todas horas tenía opciones
puestas delante de El. Siempre tenía que escoger si iba a permanecer libre de pecado. Las
opciones que tomamos exigen de nosotros un gran desprendimiento.
Jesús dijo a los escribas y fariseos que los cobradores de impuestos y las prostitutas
entrarían en el Reino de Dios antes que ellos. Los escribas y fariseos guardaban la “ley” pero
no amaban. No se amaban los unos a los otros, y ciertamente no eran amables ni buenos con
la gente. En cambio, aquellos que amaban, a pesar de que por algún tiempo habían amado
equivocadamente, ahora estaban más y más cerca de amar correctamente, y Jesús dijo: “Los
cobradores de impuestos y las prostitutas entrarán antes que ustedes al Reino de Dios” (Mt
21,31). Yo creo que eso nos da esperanza. Así como Nuestra Señora aceptó gustosa a María
Magdalena como su compañera al pie de la cruz, así también ahora aceptará gustosa tenernos
a nosotros allí con ella.
Por tanto la opción es siempre nuestra. Tenemos tanto poder con nuestra libertad de
escoger, y Dios no la tocará. Satanás tampoco puede tocarla, pero sí puede tentarnos para
que escojamos a su manera. Dios pondrá bellos atractivos, miel, podríamos decir, en nuestro

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camino, como si fuésemos abejitas. El nos hace probar el polen de las florecillas de Su jardín.
Dios y Satanás nos atraen en direcciones totalmente opuestas, porque son enemigos
irreconciliables. Uno trata de atraernos en una dirección y el otro en otra, pero ni Dios ni
Satanás puede forzar nuestra voluntad.
Dios escogió hacerlo de esta manera. Por mucho tiempo yo no me había dado cuenta
de eso. Cuando yo era una recién convertida, solía rogarle: “¿Por qué no tomas posesión de
mi libre albedrío? Así no tendré ningún problema. Escoge por mí, y yo haré todo a Tu
manera. Lo haré así porque Tu posees mi voluntad”. Pensaba: “Eso es muy sencillo”. El me
dijo: “Eso no funciona así”. El es un Dios de amor, y ha preferido dejarnos libres para escoger.
Esa es Su naturaleza. De otra manera, si El poseyera nuestra libre voluntad, ya no seríamos
libres, sino que tendríamos que amar forzosamente. Cuando amamos a alguien, le dejamos
la libertad de corresponder o no a nuestro amor. A veces oigo a los padres decirle a sus niños:
“Anda, dile a tu abuelito que lo quieres”. Es una cosa muy pequeña, pero un niño puede
crecer sintiéndose forzado a amar. Puede ser que el niño sí ame a su abuelo, pero es bueno
dejar que el niño libremente se lo diga. Dios es un Padre maravilloso, y desea que nosotros
libremente lo amemos y lo escojamos a El.

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Comienza esta experiencia de oración poniéndote delante del
Señor sin ningún sentimiento de vergüenza o de compromiso.
Deja que El te revele el profundo amor que tiene por ti.
Mira al Señor y contempla Su pureza.
Pídele que te dé un deseo profundo de desprenderte de
cualquier cosa que pueda impedirte el trato con el Señor.

EXAMEN DE CONCIENCIA - LA LUJURIA

Hábitos personales
¿Disfruto del deleite sexual de manera ilícita, desordenada? ¿Tengo propensión a la lujuria
o al pecado sexual?
¿Es mi amor abierto, que abarque a toda la gente? ¿Excluye a algunos? ¿Es apropiado para
mi estado de vida?
¿Es espiritual mi manera de amar a otros, como amaban Jesús y María?
¿Dónde me cuesta amar a otros con un amor santo?
¿Dónde se ha endurecido y se ha hecho insensible mi manera de amar?
¿Busco alegría, descanso, y recreo apropiados a mi estado de vida?
¿Dónde me salgo de esos límites?
¿Me visto y hablo de una forma modesta y pura?
Mis acciones y mi manera de expresar el amor ¿son para los demás causa de caída en el
pecado de lujuria?

Lujuria al descubierto
¿Estoy envuelto en fornicación, adulterio, incesto, seducción, violación, homosexualidad,
masturbación, o cualquier otra forma desviada de conducta sexual?
¿Me gusta la pornografía?
¿Practico el control de natalidad de una manera contraria a las enseñanzas de la Iglesia?
¿Tengo impulsos de lujuria tan fuertes que me hacen rechazar toda sana razón y refreno?
La lujuria, de alguna manera, ¿enturbia, ciega, habitúa mi mente y mi modo de juzgar?
¿Qué ayuda he buscado para combatir y sanar ese pecado de lujuria?

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Mis cinco sentidos: el tacto, el gusto, el olfato, el oído y la vista
¿Cual de los sentidos se me hace más difícil mantener bajo control?
¿Qué puedo hacer para controlar mejor ese sentido rebelde?
¿Qué resguardos he puesto para proteger y guardar cada uno de mis sentidos?
¿Dónde dejo que mis sentidos y mis sentimientos me guíen, en vez de dejar que me guíe la
voluntad de Dios?
¿Dónde necesitan ser purificados mi corazón, mi mente y mis labios?

Mi medio ambiente
¿Leo o veo libros impuros, películas, etc.?
¿Visito lugares no apropiados en la Internet?
¿Hay algo en el ambiente de mi hogar o de mi trabajo que me lleva a la lujuria? ¿Qué puedo
hacer para protegerme del pecado de lujuria?
¿Deseo el saber, la honra, el poder, el reconocimiento en los deportes o en cualquiera otra
cosa que me haga apartar la vista lejos de Jesús?
¿Cómo estoy protegiendo a mi comunidad / a mi familia del pecado de lujuria?

Mis pensamientos
¿Abrigo pensamientos impuros?
¿De qué manera podrían ser mis pensamientos más refinados y puros?
¿Permito que mis ojos y mis pensamientos divaguen y se detengan donde no deberían?
¿Dónde tiene la lujuria una puerta abierta a trevés de mis pensamientos?
¿Hay algún punto débil por donde entre la lujuria?
¿Cómo puedo hacer que mis pensamientos estén más bajo el control absoluto de Dios?

Para las personas casadas


¿Cómo puedo ser casto en mis relaciones matrimoniales?
¿Cómo puede convertirse la unión con mi esposo en una triple relación que incluya a
Jesús?
¿Dónde necesito ser más casto en esa unión?
¿Cómo la manera de tratar a mi esposo refleja mis promesas matrimoniales de amar,
honrar y obedecer?

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¿Cómo la manera de tratar a mi esposo refleja que al escogerlo a él / a ella escojo rechazar a
los demás?
¿Cómo experimento / experimentamos en nuestra relación sexual el amor unitivo,
procreativo y ágape del Padre?
¿Es nuestro amor matrimonial un signo y una promesa de comunión espiritual?
¿Está el deleite sexual aislado de su fin procreativo y unitivo?
¿Es nuestra relación sexual equilibrada y dentro de límites de la moderación?
¿Estamos de acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia respecto al control de natalidad?
¿Está la lujuria pervirtiéndonos y privándonos del beneficio sagrado del Sacramento del
Matrimonio?
¿Tengo amistad impropia con personas del sexo opuesto, que pueda llevarme a la
tentación?

Para personas no casadas


¿Soy casto de acuerdo a mi vocación?
¿Tengo amistad impropia con personas del sexo opuesto, que pueda llevarme a la
tentación?
¿Voy al Señor para satisfacer cualquier deseo de cariño y para llenar cualquier espacio vacío
que haya en mí?

En mi vida espiritual
¿Busco y deseo consolaciones espirituales, éxtasis y experiencias extraordinarias en la
oración?
¿Batallo durante la oración con pensamientos impuros que me hacen abandonar
enteramente la oración?
¿Dónde está la lujuria desvalorizando, debilitando y tratando de apartarme lejos de la
unión transformadora?
¿Busco en mis relaciones el amor espiritual de Jesús y de María?

Toma algún tiempo para meditar sobre el hermoso don de la sexualidad que te ha dado el
Padre. ¿Hay algún punto en particular donde este don se haya corrompido y te esté
privando de vida? Anota en el diario cualquier inspiración del Señor. Deja que te muestre
lo que ve cuando te mira y permítele que te revele los sueños y planes que tiene para ti.

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En presencia del Señor, haz un plan concreto de cómo vas a evitar en el futuro el pecado de
lujuria. Pon especial atención sobre cómo vas a evitar la tentación y cómo vas a reaccionar
cuando te encuentres con tentaciones provocativas. Anota en el diario esos planes y ponlos
en algún lugar donde puedas revisarlos todos los días. Ora pidiendo el don de pureza. Deja
que Su amor te llene y deja que Su amor sea suficiente para ti.

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Capítulo 4
Soberbia

Santo Tomás de Aquino dice: “La soberbia es el origen de todos los pecados” (A Tour
of the Summa, 84-2). La soberbia es el origen de todos los pecados. El primer pecado, nos
dice la Biblia, fue cometido por soberbia. Fue cometido por Lucifer. En Isaías 14,12-15 vemos
un pequeño vislumbre de la soberbia de Lucifer: “¿Cómo caíste desde el cielo, estrella de la
mañana, hijo de la Aurora?”. ¿No es eso asombroso? “Estrella de la mañana, hijo de la
Aurora”. Su nombre es Lucifer: el ángel de la luz. Era el más hermoso de todos los ángeles, y
la Escritura continúa diciéndonos: “¿Cómo tú, el vencedor de las naciones, haz sido
derribado por tierra. En tu corazón decías: ‘subiré hasta el cielo, y levantaré mi trono encima
de las estrellas de Dios. Subiré por encima de las nubes, seré igual al Altísimo’ ”. Esa es una
descripción de la soberbia. A eso se parece la soberbia y está compendiada en el mismo
Satanás.
La Escritura continúa: “Mas ¡ay! has caído en las honduras del abismo, en el lugar
donde van los muertos” (Isaías 14,15). Es importante notar que cuando con nuestra soberbia
tratamos de escalar las alturas y tratamos de subir para ser como dioses, entonces nos
venimos abajo. Pero cuando nos rebajamos y nos sometemos con humildad, entonces Dios
nos levanta en alas de águila hasta Su corazón, hasta El mismo, y nos acuna allí en Sus brazos
como lo hizo con Jesús. La soberbia es un pecado muy poderoso. Es el pecado que cometieron
Adán y Eva, por desobediencia y rebeldía.
Los teólogos dicen que la soberbia es la madre de todos los pecados. Es la cumbre del
amor propio. Los teólogos, santos, y místicos dicen que el pecado que más odia Dios es el
pecado de soberbia, aunque el pecado cometido con más frecuencia sea el de lujuria. La
Escritura en particular habla bastante sobre este pecado y su castigo. Oímos el juicio de Dios
sobre el pecado de soberbia, que es castigado más severamente que ningún otro pecado. El
castigo de Lucifer por su soberbia fue muy severo; tuvo una sola oportunidad de preferir a
Dios, y la perdió para siempre. El castigo de Adán y Eva fue severo: fueron privados
totalmente de la presencia de Dios. Adán y Eva no tenían toda la luz ni todo el conocimiento
de Dios como Lucifer, por eso se les dio otra oportunidad. ¡Gracias a Dios esa segunda
oportunidad ha llegado hasta nosotros! A nosotros se nos dan muchas oportunidades. Dios
nos perdona y nos perdona porque sabe que todavía estamos ciegos, que todavía somos
ignorantes. El sabe que muchas veces no sabemos lo que estamos haciendo, no conocemos
la plenitud de nuestras acciones, y por eso no recibimos todo el castigo por ese pecado.
San Gregorio define la soberbia como: “La reina de los vicios, que conquista el corazón
del hombre y lo entrega a los Pecados Capitales”. La soberbia es la puerta, es la entrada. La
soberbia trabaja juntamente con los otros pecados e influye enormemente en cómo

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actuamos, cómo oramos, cómo amamos y cómo no amamos. San Gregorio y Santo Tomás
de Aquino dicen que la soberbia es especialmente la raíz de la pereza espiritual, de la envidia,
de la cólera, y que de todos los pecados la soberbia es el más peligroso. Ciega nuestra
inteligencia y cuando estamos ciegos fácilmente tropezamos y caemos. La ceguera nos pone
instantáneamente en la oscuridad. Es un engaño espiritual de uno mismo. En otras palabras,
atribuimos nuestras buenas cualidades a nosotros mismos, no a Dios. Y también nos damos
a nosotros mismos el derecho de usar nuestras “buenas” cualidades de la manera que nos
plazca.
Con la soberbia actuamos completamente independientes de Dios. La soberbia nos
hace ponernos a nosotros en primer lugar, en oposición total al Primer Mandamiento que
nos manda amar al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra mente,
y con todas nuestras fuerzas. Debemos poner primero a Dios. La soberbia no hace eso; nos
pone antes que Dios. En otras palabras, estamos diciendo: “Que se haga mi voluntad”.
Algunas veces no lo decimos, pero lo hacemos - “mi voluntad, a mi manera”. Hubo una
canción popular, “A mi manera”, con las palabras: “Lo hice a mi manera”. Es triste, pero la
soberbia dice que tiene que ser a mi manera, mi voluntad.

Cómo se Manifiesta
en mí la Soberbia

Los teólogos dividen la soberbia en unas cuantas categorías que nos ayudan a ponerle
una cara. ¿Cuál es su personalidad? ¿Cómo trabaja en mí, para poderla descubrir en mí
mismo y en los demás? (Eso ayuda, particularmente cuando estamos orando por otros y
ayudándolos).
Soberbia de la mente. Soberbia de la mente, de la inteligencia es el apego a nuestros
propios juicios, opiniones y pensamientos. “Yo lo sé todo”. Si tenemos una mente soberbia
huiremos de cualquiera que tenga autoridad, porque obviamente nosotros sabemos tanto
como él, o más. Si actuamos con esa clase de soberbia, no vamos a actuar con justicia. La
escritura dice: “Confía en el Señor con todo tu corazón, no te apoyes en tu inteligencia” (Prov
3,5). Soberbia en la inteligencia es básicamente negarse a aprender, estar cerrado para
escuchar a Dios.
La primera vez que leí el libro de Job, me llamaron tanto la atención las respuestas de
Job. Yo pensé: “Dios mío, Job era muy sabio. Esas respuestas son magníficas”. Pero luego
Dios lo reprendió por sus respuestas: “De manera que tú sabes cómo sale el sol, y tú sabes
cómo sucede. Voy a preguntarte, y tú tendrás que enseñarme esto y aquello” (ver Job 38,1 -
40,2). De pronto vi la sabiduría de Dios, el conocimiento de Dios y la inteligencia de Dios

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comparada con la de Job. ¡Pobre Job, no sabía ni una jota! Ni nosotros tampoco. Lo que pasa
es que la soberbia no lo reconoce, pero la humildad sí. El resentimiento puede establecerse
aquí, porque los que sufren de una mente soberbia se sentirán agraviados profundamente
por cualquiera que les diga qué hacer, porque ellos creen que ya lo saben todo.
La mente soberbia conduce a pecar contra la fe. La fe es, primero y ante todo, un don
del corazón, no de la mente. El corazón conoce. El corazón ve. El corazón entiende. En la fe,
una vez que el corazón conoce, ve y entiende, puede pasar esa información a la mente, y la
mente puede entonces ejecutar esa información poniéndola en práctica. Con la mente
soberbia, esa información ni siquiera llega jamás al corazón. La “inteligencia” (y uso esa
palabra entre comillas porque no se trata de la inteligencia de Dios) puede matar el
conocimiento del corazón. Ni siquiera llega al corazón. El conocimiento es un regalo de Dios.
El quiere que conozcamos. Es un don infuso; El da el conocimiento al corazón y luego el
corazón lo transmite a la mente. El conocimiento viene de Dios, primero y sobre todo, a
nuestros corazones.
Pero los que tienen la soberbia en la inteligencia sólo dejan que el conocimiento venga
a la mente. Nunca dejan que llegue al corazón, y haciendo eso, dan muerte a la fe. Por eso la
mente soberbia es tan peligrosa - porque la fe llega al corazón. Es la fe del corazón la que
conoce, la que entiende, la que cree, la que ama. Aquí la fe es un don clave y esa clase de
soberbia puede darle muerte. Cuando vemos actuar en alguien esa clase de soberbia, rara vez
veremos mucha fe, si es que vemos alguna en esa persona, porque no puede hacer la jornada
de la mente al corazón para creer.
En el campo espiritual, el que tiene una mente soberbia puede desear un nivel más
elevado de oración sin querer pasar por el proceso y por las diversas etapas. Hace años,
cuando nos envolvimos por primera vez en la Renovación Carismática, todo el mundo tenía
mucho entusiasmo. Era como una luna de miel. La gente por primera vez oía hablar al Señor.
De hecho, todos empezaban la conversación con: “El Señor me dijo . . Eso era maravilloso,
pero yo tenía que sonreír cuando los oía decir: “¡Qué bello, estamos ahora en tan gran unión
con el Señor! ¿No cree usted que ya estamos en la séptima mansión?”. Yo les decía: “No, no
creo. Creo que esta es la etapa de la luna de miel, pero estamos en camino”.
En la vida espiritual hay un proceso. Hay valles, como hay montañas. Hay noches,
como hay días. Es una jornada porque es un proceso de purificación. Es una jornada como
la que hace la oruguita cuando se mete en el capullo, que tiene que tomar el riesgo de morir.
Nunca sabe si va a salir. Teje el capullo sobre sí misma. Puede quedarse allí para siempre.
Nosotros tampoco sabemos cuándo la noche va a pasar, pero cuando pase, ¡verán qué
libertad! - de toda una nueva vida. Ese animalillo que sólo podía arrastrarse por el suelo ahora
puede volar. Para nosotros eso requiere tiempo; es un proceso. El soberbio quiere llegar allí
de la noche a la mañana. El soberbio quiere escalar las alturas e inmediatamente ser como
Dios, pero, requiere algún tiempo para que nuestra naturaleza caída se purifique y pueda
remontarse en alas de águila a la unión con Dios. No sucede de la noche a la mañana.

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La mente soberbia es presuntuosa. Podemos presumir de que: “Soy un hijo de Dios”, y
eso es cierto, pero la mente soberbia tomará algo de ese conocimiento y presumirá con esto:
“Por lo tanto puedo hacer cualquier cosa. Dios me va a levantar. Dios me va a amar”. La
presunción fue una de las tentaciones que Satanás usó para tratar de hacer caer a Jesús: “Si
eres el Hijo de Dios, tírate de aquí para abajo. Puesto que la Escritura dice: "Dios ordenará a
Sus ángeles que te lleven en sus manos para que Tus pies no tropiecen en piedra alguna” (Mt
4,6). Eso es presunción. Nosotros nunca nos atrevemos a presumir de los dones de Dios, ni
a asumir lo que El quiere, pero Satanás constantemente nos tienta para que lo hagamos. Una
vez le pregunté al Señor: “¿Cuál es la diferencia entre presunción y simplemente hacer lo que
Tú dices?”. El respondió: “Presunción es caminar delante de Mí; lo otro es seguirme a Mí”.
Lo uno puede llevar a la muerte; lo otro a la vida y a la libertad total. Es peligroso caminar
adelante del Señor. Probablemente todos lo hemos hecho. Tal vez pensábamos: “Ciertamente
Dios querrá que haga esto”. De alguna manera en nuestra soberbia espiritual (que a menudo
ni siquiera notamos), creemos que conocemos lo que Dios tiene en mente, por eso no nos
detenemos a preguntárselo. Simplemente lo hacemos, y luego nos asombramos de que todo
salga mal.
Soberbia de superioridad o de autoridad. El que tiene soberbia de superioridad quiere
manejar la vida de los demás. La voluntad se vuelve rígida e inflexible cuando otros ejercen
su autoridad porque nos sentimos superiores. “¿Acaso no sabes quién soy yo?”. La soberbia
de autoridad se manifiesta especialmente cuando otros ejercen su autoridad.
Otro nombre para la soberbia de autoridad podría ser soberbia de independencia. Esa
clase de soberbia dice: “No necesito de ti, ni necesito que Dios me diga que hacer”. ¿Han oído
ustedes alguna vez a alguien que les grita en su cara: “No me digas lo que debo hacer”? Esa
soberbia de independencia lleva a la desobediencia, al desprecio, y a la contradicción.
Rechazamos el consejo y la ayuda de los otros, no permitimos que alguien nos ayude, ni
siquiera Dios.
La persona con soberbia de independencia tiene exceso de amor propio. Le gusta
imponer su voluntad y es arrogante. Tiene una actitud muy criticona. Es mandona, le gusta
argüir, es engreída y dura. No quiere sugerencias, ni acepta consejos, ni siquiera el consejo
del Espíritu Santo. La soberbia de superioridad fácilmente nos lleva al pecado capital de
cólera en nuestros pensamientos, palabras y obras. Si actuamos impulsados por esa clase de
soberbia es muy fácil deslizarse hasta llegar a una cólera muy severa. En Jeremías 35,13 oímos
que Dios dice al profeta: “¿Es que no se dejarán corregir, ni obedecerán mis palabras?”. Nada
ha cambiado, ¿no es así? La naturaleza humana todavía es lo que ha sido. El cambio que ha
habido es que Jesús está aquí, elevándonos sobre nuestra naturaleza caída, purificándonos y
dándonos alas.
Soberbia de ambición. Esta clase de soberbia nos lleva a buscar puestos de honor,
reconocimiento y alabanza para nosotros, no para otros, y puede manifestarse en cosas muy
pequeñas. ¿Somos los primeros en servirnos la comida cuando estamos a la mesa, para

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asegurar nuestra porción? El que padece de soberbia de ambición quiere hacer notar su
presencia y se pone a sí mismo antes que a los demás. Jesús menciona esta clase de soberbia
en los banquetes, refiriéndose al lugar donde nos sentemos o no. El ambicioso tiene
demasiada confianza en sí mismo y en su propia habilidad, pero eso puede ser engañoso
porque debemos tener confianza en nuestros dones y habilidades. Debemos tener una buena
y saludable imagen propia. Nosotros empleamos mucho tiempo en ministerio de sanación
interior para que la gente pueda llegar a tener una sana imagen propia. Pero la soberbia de
ambición nos da una imagen desproporcionada y por eso confiamos tanto en nosotros
mismos y en nuestras habilidades que regresamos a esa actitud de independencia. En otras
palabras, todo lo que hacemos no es para la mayor honra y gloria de Dios sino para honra y
gloria nuestra.
Soberbia de sensibilidad. Esta se manifiesta en personas súper sensitivas. Guardan
rencores, sospechan de todos y son hostiles. Son fácilmente heridas y ofendidas. Si somos
fácilmente heridos, si nos molestamos con sólo que alguien nos mire de reojo, debemos echar
una mirada para ver porqué reaccionamos de esa manera. Es necesario mirar más a fondo,
porque la soberbia se está manifestando en nuestra demasiada sensibilidad.
Esa clase de soberbia puede echar abajo la moral de toda una familia. Usualmente
disemina resentimientos y pesimismo. Si no se corrige a tiempo puede llegar a ser como un
velo mortuorio extendido sobre toda una familia o una comunidad. Puede obligar a los
demás a hablar con muchísimo cuidado para no herir los sentimientos de otro. Y cada vez
que hacen eso, lo que están haciendo es hacer que esa persona supersensitiva se haga aún
más sensitiva, capacitándola para que continúe con esa sensibilidad excesiva, que es
realmente una forma de soberbia. Por eso si aprendemos a descubrirla, podremos ayudar a
la persona a superarla y a llegar a ser libre.
La persona con esa forma de soberbia no perdonará, porque sentirá satisfacción al
negar la palabra a otros, hasta por largo tiempo. Esta clase de soberbia se alimenta con el
sentimiento de satisfacción y la falsa alegría que la persona siente por sentirse mal. Quiere
cargar con esos malos sentimientos de lástima: “¡Pobre de mí!”. Los soberbios supersensibles
rehúsan hablar con los que los han herido y si lo hacen lo hacen de una manera muy fría.
Esa clase de soberbia puede tratar de ocultarse detrás de la lástima de sí mismo, y
cuando eso sucede se hace muy engañosa. En cierta ocasión el Señor me dijo que cada vez
que yo niego amor a una persona, le estoy negando también vida. Esta clase de soberbia tiene
el poder de negar vida.
Si tenemos soberbia de sensibilidad nos sentiremos ofendidos por toda supuesta falta
de reconocimiento, porque sentiremos que se olvidan de nosotros. Digo supuesta, porque se
trata siempre de cómo vemos nosotros las cosas bajo la influencia de esa clase de soberbia.
Tal vez, en realidad, no hayamos sido olvidados ni pasados por alto, pero eso será lo que
nosotros creeremos. Esa clase de soberbia nos hace sentir que nadie nos quiere ni nos
necesita, que todos están en contra nuestra. Nos hace demasiado preocupados por lo que

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otra gente siente de nosotros. Hace más grande lo que otra gente piensa de nosotros y nos
hace cavilar sobre agravios imaginarios.
Soberbia de timidez. La soberbia de timidez está enlazada con la soberbia de
sensibilidad. Nace de un temor irracional de la opinión que otros tienen de nosotros y de que
si nos respetan o no. Hasta llegaremos a transigir con tal de asegurarnos el respeto y la
amistad de alguien. Con la timidez trataremos de ocultar nuestras debilidades e
imperfecciones, por temor de ser ridiculizados. El temor es la fuerza propulsora de esta clase
de soberbia. Con la soberbia de timidez perdemos la energía y el valor para cumplir con
nuestras resoluciones y para permanecer firmes en lo que sabemos ser correcto. Vacilaremos.
Estamos construyendo nuestra casa sobre arena movediza, lo cual limita la manera en
que Dios puede hacer uso de nosotros. Dejamos pasar muchas oportunidades en que Dios
hubiera podido valerse de nosotros, por nuestro temor de dar el paso adelante para seguir el
consejo del Señor.
A veces podemos pensar: “¿No es esa persona humilde?”. Pero puede ser también que
en vez de la humildad sea la soberbia de timidez la que esté trabajando en ella. Puede ser que
piense: “Si soy tímido y eso parece humildad, nadie verá las imperfecciones y debilidades que
tengo. No verán que puedo hacer errores, porque no voy a hacer nada en que pueda errar”.
Cuando de veras somos humildes, no nos importa que nuestras faltas salgan a la vista, porque
somos transparentes. Ni siquiera estamos conscientes de nosotros mismos. El humilde ni
siquiera se fija en sí mismo, mientras que el soberbio se fija únicamente en sí mismo.
Soberbia de escrupulosidad. La escrupulosidad nos hace fijar la atención en lo que no
deberíamos fijarnos. Podemos ser muy despreocupados de las cosas que nos conciernen. La
soberbia de escrupulosidad hace que nuestra atención se desvíe. Podemos aferrarnos
tremendamente a la escrupulosidad, mientras abandonamos las cosas que son
verdaderamente importantes, las que realmente cuentan, las de mayor importancia. Jesús se
refería a eso cuando dijo a los fariseos: “Eso son ustedes, fariseos. Purifican el exterior de
copas y platos, pero el interior de ustedes está lleno de rapiñas y perversidades” (Le 11,39).
Soberbia de complacencia o vanidad. Con la soberbia de complacencia nos hacemos
muy egocéntricos. Nos hacemos muy sensitivos, nos ofendemos fácilmente y queremos que
todos piensen bien de nosotros en lo que concierne a cosas espirituales, mentales o físicas.
Queremos ser el centro de atracción y dar la impresión de que en nosotros reunimos todas
las cualidades. Puede ser una falsa sensación de perfección.
Yo solía ser perfeccionista y eso era una esclavitud espantosa. En el convento mi
superiora lo notó y me hizo que le pusiera atención. Dios me dio Su luz para que pudiera ver
la necesidad que yo tenía de tener cada cosa en su respectiva casilla. Todo tenía que ser
perfecto. Si tenía que escribir una carta y tenía un pequeño error, la volvía a hacer hasta que
no tuviera ninguno, aunque tuviese que escribir de nuevo toda la carta. Todo tenía que ser
perfecto. Si tenía que levantarme a las tres de la mañana para tener más tiempo y ver que

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todo saliera perfecto, así lo hacía. El perfeccionismo es una esclavitud terrible, ya que uno
quiere que todos piensen bien de uno por todo lo que hace.
La soberbia de complacencia hace que valoremos en poco la opinión de otros, porque,
como nos impulsa también la soberbia intelectual, tenemos ya nuestra propia opinión que,
por supuesto, es la correcta. Es la mejor. Bien puede ser que escuchemos la opinión de otra
gente y tal vez las toleremos, pero en realidad no les prestamos mucha atención.
Esta clase de soberbia es peligrosa porque hace que nos comparemos con otros no con
Jesús. Tenemos la tendencia a hacer eso. San Juan de la Cruz escribió bastante acerca de no
compararnos con otros. A veces podemos ver a otras personas y pensar: “Estoy bien. Soy
mejor que ellas”. Pero cuando miramos a Jesús, tal vez veamos otra cosa. La soberbia de
complacencia hace que nos comparemos con otros y por eso pensamos que todo anda bien.
De allí viene la complacencia. “Estoy bien, no tengo que cambiar. Llevo una vida más
ordenada que ellos”. O, “yo voy a Misa todos los días, mientras que ellos casi nunca van”.
Podemos comparar, comparar, comparar, y eso nos hace más presumidos. Con eso
alimentamos más la presunción en vez de fijar la atención en Jesús. Los fariseos tenían esa
clase de soberbia. En eso hay hipocresía. Podemos criticar a otros severamente y aun
jactarnos de eso. San Pablo bellamente decía, que sólo podía gloriarse en el Señor (1 Cor 1,31;
2 Co 10,17).
La soberbia de complacencia puede llevarnos a la demasiada charlatanería, al punto
que no podremos dejar de hablar. No dejaremos que nadie pueda decir ni una palabra; toda
la conversación la haremos nosotros. A veces, cuando viajo en avión, tengo que sonreír,
porque la persona junto a mí acapara toda la conversación de un extremo a otro del país. Yo
sólo escucho: “Ajá, oh, oh”. Lo realmente divertido es que cuando es hora de bajar del avión,
la persona se pone de pie y me dice: “Ha sido todo un placer de haber conversado con usted”,
y yo no he dicho ni una sola palabra.
También puede llevarnos a la mentira, a las contradicciones y al legalismo en lo que
hacemos. “Bueno yo estoy siguiendo la regla. Eso es lo que dice la regla”. Jesús tuvo problema
con el legalismo de los fariseos. A menudo nos encontramos atrapados entre dos leyes. El
Señor dijo: “Pondré Mi ley en su interior y la grabaré en su corazón” (Jer 31,33); esa es la ley
interna del amor. Pero la soberbia no se fija en esa ley, sino en la letra de la ley. Por eso hay
legalismo, hipocresía y testarudez en nuestras acciones. Todo eso es falsa humildad.
Eso me recuerda un incidente que vi cuando estaba todavía en el convento, que ¡lustra
lo que es falsa humildad. Una de las superioras, de alto rango, procedente de la casa
provincial, vino a visitarnos. Evidentemente ella quería poner en práctica la humildad. Su
intención, creo yo, era probablemente sincera. Todas estábamos poniéndonos en fila para el
almuerzo, que era al estilo de cafetería. En consideración a ella que era nuestra huésped le
cedimos el primer lugar en la fila. Pero ella decía: “No, no, de ninguna manera”. Ella quería
ser la última. Nosotras le dijimos: “No, usted es nuestra invitada”. Pero ella insistía y hasta
se puso a discutir con una de las hermanas. Mientras yo estaba allí observando, el Señor me

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dejó ver la escena que se estaba desarrollando. Por alguna causa ella creyó que, siendo ella de
tan alto rango, tomar el último lugar sería humildad, pero terminó armando un alboroto y
atrayendo hacia ella la atención. Hizo que la fila del almuerzo se demorara como diez
minutos. Yo le pregunté al Señor: “¿Es eso humildad?”. El me dijo: “No, eso es soberbia. Es
una falsa humildad, que puede ser engañosa”. La falsa humildad puede darse en cualquiera
de nosotros cuando creemos que estamos siendo humildes. La humildad no consiste tanto
en lo que hacemos como en nuestra actitud semejante a la de los niños que permiten que
otros les den y les sirvan. Es dejar que otros digan: “No, primero tú. Tú eres nuestro
invitado”. Eso corta de un extremo al otro toda soberbia.
En el confesionario una vez yo le dije al sacerdote: “No puedo creer que yo haya dicho
eso. No sé cómo pude hacer eso. Jamás volveré a hacer eso”. Ahora no recuerdo qué era
“eso”, pero sí recuerdo que no podía creer que había dicho lo que había dicho.
Inmediatamente el sacerdote me dijo: “Está claro, es la soberbia la que te está haciendo decir
eso. Eso es soberbia”. Yo creía que él iba a compadecerse de mí: “¡ Oh, pobre hijita mía! Está
bien, cualquier cosa que sea lo que te hizo decir eso, no te preocupes”. En cambio me dijo:
“Eso es soberbia. ¿Qué te hace pensar que no eres capaz de decir lo que dijiste? Con la gracia
de Dios nunca más lo vas a volver a hacer”. Si encontramos que estamos diciendo: “Nunca
más lo voy a volver a hacer”, debemos tener mucho cuidado. San Felipe de Neri solía decir
(cuando veía a un pecador público): “Ese sería yo, si no fuera por la gracia de Dios”. Tenemos
que tener humildad de corazón para reconocer que sin la gracia de Dios, no podemos hace
nada. Jesús dijo: “Sin Mí nada pueden hacer” (Jn 15,5). Hay poder en la humildad porque en
la humildad actuamos con el poder de Dios.

En Mi Vida Espiritual

Los teólogos dicen que la soberbia espiritual nos aparta de la contemplación de las
cosas de Dios, y nos incita a apartarnos de los que nos corrigen, aun cuando ellos tengan
autoridad legal sobre nosotros y lo hagan de una manera justa. Hasta podremos sentirnos
resentidos con ellos.
San Juan de la Cruz dice que la soberbia espiritual aparecerá en el principiante. Ya que
el celo y la diligencia por conseguir la perfección se acrecentarán a medida que el progreso
espiritual se haga más consciente. El peligro entonces estará en que el principiante podrá
haber desarrollado una soberbia oculta que lo llevará a sentirse complacido y vanidoso de sí
mismo por lo que ha logrado conseguir. Empezará a condenar a los demás por no tener
devociones como las suyas. Deseará hablar de cosas espirituales en presencia de otros, para
llamar la atención hacia sí mismo y hacia sus propias historias, en vez de fijarse en la obra

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que el Señor está haciendo en él. Preferirá instruir a otros, en vez de que los otros lo instruyan
a él.
En esta etapa de la vida espiritual, Satanás tentará al principiante con un fervor más
grande para que haga más obras espirituales y más devociones, porque sabe que su verdadero
motivo no es la mayor honra y gloria de Dios, sino porque “me hace sentirme bien”. Para la
soberbia espiritual el objetivo oculto de todo es uno mismo.
El soberbio espiritual estará contento con su director espiritual, siempre que le diga lo
que quiere oír. Empezará a ocultarle información y a aminorar las fallas, para no tener que
discutir a fondo sus propios errores. Podrá desear que Dios lo libre de sus faltas, pero su
verdadero motivo será su propia tranquilidad, no la mayor honra y gloria de Dios. Si en esas
circunstancias. Dios lo librara de sus faltas, caería más hondo aún en un estado de soberbia
mucho más peligrosa. La noche oscura del alma, de que habla San Juan de la Cruz, nos ayuda
a purificarnos, y nos hace avanzar más rápido en la vida espiritual.
En los testimonios es donde vemos con más frecuencia la soberbia espiritual. ¿Han
oído alguna vez a alguien dar algún testimonio sobre Jesús, y después de terminar han
sentido realmente que no aprendieron nada nuevo sobre Jesús, ni entienden nada más sobre
El? Tal vez entonces no pudieron indicar exactamente dónde estaba la soberbia, porque la
soberbia es muy sutil. Principiamos dando testimonio de Jesús, pero luego, en nuestra
soberbia, nuestro testimonio se concentra en nosotros. Termina en alabanza propia. Ni la
persona misma se da cuenta que está actuando de esa manera.
Cuando leemos las vidas de los santos, vemos que tenían mucho miedo de la soberbia,
porque ese espíritu es muy astuto. Nosotros, como intercesores, tenemos también que tener
mucho cuidado porque el enemigo nos puede atacar de una manera casi imperceptible.
Supongamos que realmente hemos orado y ayunado, que hemos luchado y sufrido por algo
que deseamos conseguir para alguien, y al fin lo conseguimos. ¡Alcanzamos la victoria!
Tenemos que tener mucho cuidado de no decir: “Lo hice yo. Sé que fue mi oración. Yo sabía
que si hacía eso, conseguiría la victoria para ti”. ¿Han oído hablar así a un intercesor alguna
vez? Tal vez alguno de ustedes ha usado expresiones parecidas a esas. Hay ocasiones en que
legítimamente podemos decirle a alguien: “Dios me dio un encargo para ti. He estado orando
por ti”. Porque la gente necesita saber que Dios tiene a otros intercediendo por ellos, pero si
damos un paso más allá y nos tomamos el crédito de la victoria, nos salimos del campo de
Dios y nos pasamos al de Satanás. Satanás tratará por todos los medios de hacer que nos
vanagloriemos a nosotros mismos. Pero, ¡sólo a Dios debe dársele el crédito por la victoria!
La soberbia es la carga más pesada que se le impone a los intercesores. Nos enfrentamos
muy a menudo con ella porque es el pecado de todos los pecados. La soberbia puede
manifestarse en forma de rebeldía, de cólera, de soberbia espiritual, y forma parte de todos
los pecados capitales. La soberbia puede ser muy sutil, y cuando un intercesor es asaltado por
la emoción de la soberbia, se necesita mucha virtud y energía de su parte, para poder ser
realmente obediente y pequeño, para permanecer escondido y vulnerable. Cuando cargamos

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con el pecado de soberbia, todo en nosotros desea venganza, nos volvemos agresivos,
testarudos, exigentes y odiosos. Es una carga muy difícil de llevar en favor de otros, ya que
está también muy dentro de nosotros - en nuestras mentes, en nuestra alma y espíritu, y hasta
en nuestros cuerpos. Por eso cuando cargamos con la soberbia, la carga puede ser muy
pesada.
A fin de cuentas: La soberbia es independencia total de Dios y de los demás. Todo lo
que hacemos, lo hacemos no por la mayor honra y gloria de Dios, sino por la nuestra. La
soberbia se funda siempre en Satanás, que es el padre de la mentira. Debemos ser muy
cuidadosos de lo que pensamos y de lo que decimos. La soberbia nos aparta del Señor y
afectará muchísimo nuestra intercesión en favor de otros. En todos nosotros hay un Goliat
que continuamente tenemos que matar con la pequeñez de un niño, con la pequeña Piedra
(Jesús) del costal de David. Jesús es pequeño. David fue humilde; sólo tenía una pequeña
piedra. Si somos humildes y tenemos la Piedra, Jesús, para enfrentarnos al gigante, así sea
Satanás o cualquiera de sus secuaces, venceremos porque tendremos el poder de Dios.
Cuando David puso en movimiento su brazo y tiró la piedra, no contaba con sus propias
fuerzas. El sabía que contaba con el poder de Dios, porque Dios le había dado su poder. Dios
le indicó dónde apuntar. Dios le dio la Piedra. Dios hará todo para el humilde de corazón y
así vencerá.

Combate Espiritual

Uno de los espíritus malos dominantes que encontraremos cuando tratemos del
pecado capital de soberbia, es el espíritu de burla, pero de burla reprimida. Es un espíritu
muy poderoso y se manifiesta en atolondramiento, y risa excesiva. Es poderoso y encubierto.
Hay un espíritu malo de soberbia, de soberbia intelectual, convencido de su propia rectitud.
Hay un espíritu de religiosidad, que a menudo atamos para que la mente de la persona quede
lo suficientemente libre para recibir la luz que Dios quiera darle. Hay un espíritu de idolatría,
porque nosotros mismos nos hemos puesto antes que Dios, el ídolo soy yo mismo. Hay un
espíritu de ilusiones de grandeza, que siempre encontraremos en la soberbia. Hay un espíritu
de mentira y de rebeldía. En el Jardín del Edén, vemos la actuación poderosa de un espíritu
de rebeldía junto con la del espíritu de desobediencia. El espíritu que con frecuencia viaja
con Satanás es el que llamamos espíritu de Jezabel. Ella es la mujer de Satanás. Es el espíritu
opuesto a María, que es todo menos femenina, y odia a Nuestra Señora. También
encontramos con frecuencia al espíritu de anticristo.
En el campo de la soberbia, encontraremos también directamente a Satanás. Eso no
significa que él no aparezca directamente en los otros pecados. El es el dragón (a quien se

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refiere el Apoc 13,1). El es el que tiene las siete cabezas. El es el padre de todos los pecados,
pero lo encontramos especialmente en el pecado de la soberbia. Encontramos que cuando se
trata de otros pecados, él envía a otros de sus secuaces, espíritus auxiliares, poderes y
principados, pero parece que cuando se trata de la soberbia, nos enfrentamos directamente
contra Satanás, la cabeza misma.
Juan, el contemplativo, nos dice que eso es lo que proclamamos: “Lo que existía desde
el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos. Lo que hemos mirado
y nuestras manos han palpado” (1 Jn 1,1). Los evangelistas fueron muy cuidadosos de dar
testimonio únicamente del Señor. Por lo tanto, nosotros tratamos de dar testimonio usando
el fruto de nuestra experiencia, no los detalles de cómo llegamos allí; miramos más al fruto.
Este apunta directamente al Reino de Dios, directamente al Señor. En cambio, si no nos
damos cuenta del enfoque sutil sobre nosotros mismos, y si en nosotros esa puerta queda
abierta y sin sanar, un espíritu de adivinación puede venir a dar testimonio. San Pablo habló
sobre ese espíritu que estaba en uno de los seguidores, que quería hacer lo que Pablo había
hecho y lo seguía diciendo qué maravilloso era que Pablo tuviese esos poderes (ver Hech
16,17- 18). El espíritu atribuía todo a Pablo, al humano. Ese espíritu es muy sutil. San Pablo
estaba desempeñando un ministerio muy bueno, pero el espíritu de adivinación gritaba y
señalaba a Pablo como el único centro de atracción. ¿Ven la diferencia? San Pablo lo vio, lo
tomó, y lo lanzó inmediatamente lejos. Es un espíritu poderoso, que tratará muy sutilmente
de apartar la atención lejos de Dios, de Jesús, de María, del Reino de Dios, y astutamente
tratará de ponerla en los seres humanos, aun en los mejores seres humanos.
Leemos: “Las mentiras no tienen nada en común con la verdad” (1 Jn 2,21). Todas las
mentiras vienen de Satanás. Todo lo referente a Satanás se opone a la verdad, pero la verdad
de Dios se opone también a Satanás. Por eso invocamos en seguida la verdad de Dios, porque
sin Su verdad, sin Su luz no podemos descubrir al enemigo que en esta etapa se muestra
como ángel de luz, y esa luz ordinariamente es demasiado brillante para nuestra luz natural.
Para ver necesitamos una luz más brillante. Por eso invocamos la luz de Dios, la verdad de
Dios y le pedimos Su conocimiento. Su sabiduría y Su entendimiento.
Nos ponemos el cinturón de la verdad, y lo mantenemos puesto a todas horas. Es el
cinturón de la verdad que se manifiesta con el don de Consejo, porque recibimos el consejo
del Espíritu Santo que es el Espíritu de la Verdad. Conocemos Su verdad. Sabemos que
cuando Dios nos aconseja, cuando Dios nos guía, y cuando Dios nos revela algo, es la verdad.
Actuamos con la pura verdad. Actuamos entonces con luz y con poder.

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Remedios
Don del Espíritu Santo: Consejo

El don del Espíritu Santo que particularmente se usa para contrarrestar la soberbia es
el don de Consejo. Eso no quiere decir que el Espíritu Santo use solamente el don de Consejo.
El usa también otros de Sus dones, pero el don de Consejo es el principal.
Cuando yo era nueva en la Iglesia Católica y oí que en la Confirmación recibimos el
don de Consejo, yo pensaba: “Eso está bien, particularmente para la gente que tiene la
vocación de aconsejar. Es obvio que ellos necesiten ese don. Yo no lo necesito porque no
aconsejo a nadie”. Me tomó como un par de años para empezar a darme cuenta de que es el
Espíritu Santo el que aconseja. Necesitamos ese don para poder recibir Su consejo. Es un don
muy hermoso.
Si vamos a seguir el consejo del Espíritu Santo es necesario que seamos sumisos. Por
eso el don de Consejo corta completamente la soberbia, porque nos hace sumisos. La
humildad corta completamente la soberbia una y otra vez.
En la Escritura leemos: “Que nadie los engañe” (1 Jn 3,7; 2 Tes 2,3; Ef 5,6). Nadie nos
podrá engañar si usamos ese don y le pedimos a Dios Su consejo, Su opinión. Su
conocimiento, Su revelación y Su dirección. Vamos a verificar la verdad a la Fuente misma
de la verdad. Aunque hayamos recibido un discernimiento directamente de Dios, debemos
consultarlo con nuestro director espiritual o con nuestro confesor, si se trata de un
discernimiento de mayor importancia. Lo verificamos para evitar que actuemos guiados por
nuestro propio discernimiento.
El Señor me hizo entender que Eva, en el Jardín, cometió realmente en ese punto, un
error de gran escala. Solamente me dijo: “Ella no lo verificó”. Eva no pudo haber evitado la
primera parte de la conversación con la serpiente, pero no tuvo por qué haber caído en el
pecado de soberbia. Ella oyó la mentira de Satanás, le respondió y actuó conforme a ella.
Nunca fue a preguntarle a Dios: “¿Es eso la verdad? Esto me dijo la serpiente. Esto es lo que
Tú dijiste, explícamelo”. Nunca, ni una vez, fue ella donde Dios para verificarlo. Yo
encuentro eso muy interesante. La Escritura dice que Adán y Eva, todos los días se paseaban
con Dios en la luz y la verdad, sin embargo ella nunca fue donde Dios a buscar consejo.
Satanás también tratará de llegar a nosotros de esa manera. “No lo consultes”. Nosotros
recibimos el consejo de Dios. Vamos directamente a la Fuente de la verdad y lo verificamos.
Siempre que aceptamos el consejo de Dios, avanzamos más profundamente en la
humildad. Nos vamos haciendo como niños que es en lo que consiste todo el proceso de
conversión. Le preguntamos a Dios qué piensa El, qué sabe, y qué siente de esa situación. De
allí recibimos nuestra autoridad. Si es Dios quien nos aconseja, estamos obrando bajo Su
autoridad. Una vez que entendemos qué es lo que Dios nos pide que hagamos, estamos

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actuando bajo Su autoridad. Su autoridad no sólo nos respalda, sino que trabaja a través de
nosotros. Estamos muy seguros cuando escuchamos lo que Dios nos dice. Nada nos puede
detener. Nada nos puede hacer cambiar. Somos una fortaleza. Entonces estamos en la Roca.
Estamos de pie, firmes. Nada nos puede hacer cambiar porque Dios ha hablado. Por eso es
tan importante recibir el consejo y saber escuchar, y simplemente hacer lo que El nos diga.
Eso es autoridad.
La razón de que esta autoridad se dé a los niños, es porque ellos saben cómo hacer
preguntas, y obedecen. Hacen lo que oyen. La Escritura nos dice: “Que el débil diga: ‘Yo soy
fuerte’ ” (Joel 4,10). Eso es interesante: el hombre débil, no el fuerte. El hombre fuerte es
soberbio. El hombre fuerte no necesita a Dios. De hecho, Jesús dijo: “Nadie puede entrar en
la casa de un hombre fuerte y quitarle sus cosas, si no lo amarra primero” (Mc 3,27). Cuando
somos débiles, somos fuertes, porque entonces tenemos el poder, la presencia y la autoridad
de Dios, y Satanás lo sabe. Ustedes también lo sabrán, por los frutos.
La humildad es una hermosa virtud. No podemos realmente verla; no podemos
definirla adecuadamente, porque cuando creemos que somos humildes, por eso mismo
sabemos que no lo somos. Pero sí sabemos si estamos siendo obedientes. Sabemos si le
estamos diciendo sí al Señor. Sabemos si estamos siguiendo el consejo de Dios. Si estamos
haciendo eso, entonces sí somos humildes. Estamos siendo guiados por la sabiduría de otro,
por el conocimiento de otro, y por el entendimiento de otro. Eso destruirá toda la soberbia
que haya en nosotros.
Ese don de Consejo es, pues, un hermoso don que definitivamente nos dará vida y nos
traerá la luz de Dios, y siempre nos librará de la muerte en nuestro interior.

Palabras desde la Cruz

La cuarta palabra de Jesús desde la Cruz: “Dios mío. Dios mío ¿Por qué me has
olvidado?” (Me 15,34) es realmente el compendio del consejo. Cuando Jesús está muriendo,
agobiado por nuestros pecados, ¿qué hace? Todavía implora por consejo. Hace la pregunta:
“¿Por qué?”. No importa dónde estemos en la vida espiritual o qué esté sucediendo, siempre
debemos implorar: “Dios mío ¿Por qué? Muéstrame; enséñame; ayúdame”. Inmediatamente
vamos a Dios. Jesús está en la Cruz como el Cordero que quita los pecados, en particular los
pecados de soberbia. El se está sintiendo totalmente olvidado. En ese momento está sintiendo
el fruto de la soberbia.
Nosotros sentiremos el fruto de la soberbia cuando tomemos el pecado de la soberbia
ajena. Nos sentiremos olvidados de Dios, pero no seremos abandonados. Jesús no sintió
abandono, pero sí sintió olvido. Dentro, muy dentro sabemos que Dios nunca nos deja,
porque Jesús dijo: “Yo nunca los dejaré huérfanos” (Jn 14,18), pero podemos sentir el
alejamiento que causa el pecado cuando tomamos las transferencias del pecado de soberbia,

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como también nuestra propia soberbia. Imploramos pidiendo humildad para someternos
siempre a lo que Dios quiera. Oren, oren pidiendo el don de la humildad. Oren para que los
oídos y el corazón estén abiertos para escuchar y para desear el consejo de Dios. Cuanto más
podamos orar por cualquier cosa que estemos sufriendo en la cruz, más pronto vendrá la
gracia para los otros, y la transferencia terminará también más pronto.
Es curioso que la persona que está llena de soberbia nunca hará una pregunta a Dios.
No tiene ningún interés porque ella ya sabe todas las respuestas. Nuestra manera de
introducirnos es: “Dios mío, no sabemos nada”. Como los niños, no sabemos nada. Sabemos
que no sabemos y por eso preguntamos.
Cuando Jesús imploró a Su padre desde la Cruz, se enfrentó a la soberbia misma
cuando hizo la pregunta: “¿Por qué me has olvidado?”. Allí mismo cortó la soberbia. Soberbia
es independencia de Dios, y está llena de mentiras. Humildad es dependencia total de Dios,
lo cual quiere decir que reconocemos nuestras limitaciones. Verdaderamente sabemos lo que
somos y lo que no somos. El Calvario es la cumbre del amor de Dios y también es la cumbre
de la humildad, mientras que la soberbia es la cumbre del amor propio.

Virtudes:
Humildad, Obediencia, y Gratitud

En Isaías leemos: “Porque Yo El Señor, tu Dios, te tomo de la mano derecha” (Is 31,13).
Cuando escuché eso, piense: “Yo soy diestra. Todo lo hago con mi mano derecha. Señor, si
tomas mi mano derecha no puedo hacer nada”. Eso es exactamente lo que El quería que yo
entendiera. La diestra de Dios es el poder de Dios, y nuestra diestra es la que tratamos de
usar para el poquísimo poder que tenemos. Por eso Dios dice: “No, Yo tomo tu mano
derecha”, y fue como si hubiera leído mi mente, porque la línea siguiente dice: “No temas,
que Yo vengo a ayudarte” (Is 31,13). “Yo vengo en tu ayuda”.
No creo haber leído o escuchado un pasaje donde Dios use tantas veces: “Yo, Yo, Yo”.
En este corto pasaje, Dios dice, “Yo, Yo, Yo”, nueve veces. Si nosotros decimos, “Yo, Yo, Yo”,
nueve veces, sabemos lo que queremos decir. Lo que Dios está diciendo es: “Yo vengo en tu
ayuda”. Luego lo repite tres líneas más abajo: “Yo Vengo a ayudarte”. El Santo de Israel te va
a liberar” (Is 41,14). El me estaba diciendo: “Tú no necesitas tu diestra. Yo la voy a tomar.
Va a ser Mi poder. Yo lo voy a hacer”. “Mira que te convierto en un rastrillo nuevo” (Is
41,15).
En otras palabras: “Voy a hacer de ti un intercesor poderoso. Responderé a cualquiera
que esté en necesidad. Responderé a toda tu intercesión, y escucharé tus oraciones. Yo soy el
Dios de Israel. No te olvidaré. No los olvidaré a ellos. Haré brotar ríos en los cerros pelados

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y vertientes en medio de los valles. Convertiré el desierto en lagunas y la tierra seca en
manantiales. Plantaré en el desierto, cedros, acacias, arrayanes y olivares. En la estepa
plantaré cipreses, olmos y alerces” (ver Is 41, 13-20). Y continúa nueve veces con todas las
cosas que el poderoso “YO SOY” hará, mientras toma nuestra diestra. Y luego dice: “Para
que todos vean y sepan, miren y comprendan que esto lo ha hecho la mano del Señor y lo ha
creado el Dios Santo de Israel” (Is 41,20). “No tu mano, no tu persona, no tú, sino Mi mano,
el Santo de Israel lo ha hecho”. Eso es asombroso. Lo que nos está diciendo es - “solamente
sean pequeñitos. Solamente sean humildes. Ustedes estén firmes en la verdad, en lo que
verdaderamente son, y déjenme a Mí ser Dios. No tendrán otro dios, sino a Mí”. Y el otro
dios que tratamos de tener en vez de El, es el diminuto dios de nosotros mismos, ¿no es
cierto? Ese es un pasaje muy hermoso
La más grande de todas las virtudes es la humildad. La humildad se basa en Jesús. La
humildad es dependencia total de Dios y se basa en la verdad. La humildad conoce y acepta
las limitaciones. El que es humilde reconoce ser como un niño, reconoce su debilidad; sabe
que no puede hacer nada sin Jesús.
Hace algunos años yo estaba teniendo dificultades acerca de eso y le pregunté al Señor:
“¿Por qué no podemos hacer esto? ¿Por qué no podemos hacer aquello?”. Pero cuando El
empezó a iluminar mi mente, se me fue haciendo muy claro qué tan limitados somos. No
deberíamos luchar ni retorcernos como un ocho porque no podemos hacer nada, sino
aceptar nuestras limitaciones. El mero hecho de aceptar nuestras limitaciones hace que Dios
venga a nosotros con mayor fortaleza y poder. Entonces caí en la cuenta: “Señor,
deliberadamente nos hiciste limitados”. Nunca olvidaré el día que conseguí esa luz. El
sonreía. ¿Han sentido ustedes como si alguien sonriera cuando dice: “Sí, ¡ahora lo
entiendes!”. Yo le dije: “Nos hiciste así para que siempre necesitáramos de Ti. Nunca, nunca
tuviste intención de que nosotros pudiéramos hacer algo sin Ti”.
Nosotros somos limitados en todos los aspectos de nuestras vidas, pero Dios no lo es,
y por eso cuando vemos nuestras limitaciones, tenemos que dar el paso hacia la falta de
limitaciones. Cuando llegamos al límite de nuestra paciencia, simplemente recurrimos a la
de Dios. Cuando alcanzamos nuestro límite de: “Ya no puedo amar más, no puedo ya más
ser amable, ni siquiera puedo ya más sonreír”, acudimos a El porque El dijo: “Yo soy
ilimitado. Si me lo piden Yo se los daré”. Dios quiere que contemos con El en todo lo que
hacemos. Nos hizo limitados para que necesitemos de El. Desea que necesitemos de El. La
humildad nos hará saber que necesitamos de El.
En el Calvario la humildad se encarna de manera asombrosa, sin embargo nos gusta
ver al bebé de Belén. Es tan asombroso que un Dios tan poderoso, tan grande. Creador del
mundo entero, la Segunda Persona de la Trinidad que es parte de todo lo creado, pudo venir
hasta nosotros no sólo hecho carne sino como un bebé pequeñito e indefenso. Por eso, con
humildad, podemos venir todos los días a adorarlo, como cantamos en la Navidad: “Venid y
adoremos”.

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Dos de los frutos principales de la humildad son la verdad y la obediencia. Nosotros no
podemos decir con seguridad si somos humildes. Si una persona dice: “Creo que realmente
estoy creciendo en humildad”, tengan cuidado. Pero si una persona dice: “Estoy siendo más
dócil al Espíritu; estoy siendo más sumisa a Dios; acepto más Su voluntad. Su plan, Su
camino”, entonces sí en verdad esa persona está creciendo en humildad. Cuando Nuestra
Señora les dijo a los servidores en Caná (y todos nosotros somos servidores del Señor):
“Hagan lo que El les diga” (Jn 2,5), ella nos dio la clave de la humildad: la obediencia. La
humildad puede reconocerse solamente por su fruto, y su fruto principal será la obediencia.
La humildad nos da un enorme poder de intercesión. En la Carta a los Hebreos, leemos:
“Fue escuchado por Su religiosa sumisión” (Heb 5,7). La humildad siempre será sumisa
porque la humildad sabe que Dios es Dios, y que yo no lo soy. La humildad sabe que Dios es
el Padre y que yo no soy sino un niño. La humildad tiene el orden correcto. La Escritura dice:
“Dios rechaza a los soberbios (¿quién querrá ser rechazado por Dios?), y concede Sus favores
a los humildes” (Stgo 4,6). Es interesante que la autoridad de los guerreros de oración
procede de la humildad.
Otro fruto de la humildad es la gratitud. ¿Somos agradecidos? ¿Somos agradecidos por
todas las cosas pequeñas que la gente hace por nosotros durante todo el día? ¿Somos
agradecidos por todas las cosas pequeñas y grandes que Dios hace por nosotros durante todo
el día? A medida que caemos en la cuenta de cuántas cosas debemos agradecer, nos damos
cuenta de nuestra pequeñez, de nuestra pobreza, y de la grandeza, la liberalidad y
generosidad de Dios. Nuestro punto de vista empieza a cambiar. La humildad es una señal
muy buena de que estamos progresando.
Humildad es verdad. Por eso si decimos: “Nunca jamás haré eso otra vez”, eso no es
realmente la verdad. ¿Cómo vamos a saber? Esperamos no volverlo a hacer otra vez, o
esperamos no volver a decirlo otra vez, pero eso depende de la gracia de Dios mientras
caminamos con El. La manera de ser del niño es increíblemente importante, porque el
Espíritu nos aconsejará constantemente sobre qué hacer o qué decir o no decir, con sólo que
nos detengamos a verificar y a pedírselo. Eso es humildad. Catarina Doherty de la Madona
House en Canadá, con frecuencia oraba así: “¡Oh Dios!, dame el corazón de un niño y el
valor para seguirlo”. Esa es ciertamente la oración de los guerreros de oración.

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Toma un momento para sosegarte
y descansa tu cabeza sobre el corazón de Jesús.
Hazte consciente de de Su gran amor por ti.
Deja que Su amor te inunde mientras eres atraído
hacia Su océano de misericordia y de amor.
En seguida, en ambiente de oración.
Considera las siguientes preguntas.

EXAMEN DE CONCIENCIA - LA SOBERBIA

Vida diaria
¿Cuándo pienso demasiado elevado de mí mismo?
¿Cuándo escojo deliberadamente y reclamo como propio lo que pertenece a Dios?
¿Cuándo tengo demasiado amor propio, en mis pensamientos, en mis palabras, y en mis
acciones?
¿Cómo se refleja eso en mi manera de vestir, en el carro que manejo, en mi casa, en lo que
poseo?
¿Cómo se refleja ese demasiado amor propio en la manera de gastar mi dinero, mi tiempo,
mis talentos?
¿En qué forma todavía sirvo a dos Señores?
¿Dónde mis pecados de soberbia están actuando como entrada para otros pecados,
especialmente de pereza espiritual, de envidia, de cólera?

Soberbia intelectual
¿De qué forma me aferró a mi juicio, a mis pensamientos, con énfasis en los conocimientos
naturales que he adquirido yo mismo?
¿Estoy abierto para escuchar la opinión y el discernimiento de otro?
¿Me encuentro a menudo pensando: “Yo ya sé eso”, cuando alguien me está dando un
consejo o un aviso?
¿En qué situaciones estoy abierto para aprender, especialmente de Dios?
¿Donde está la soberbia matando mi fe?
¿Dónde estoy tan lleno de mis conocimientos propios que estoy cerrado para que mi alma
se llene de la luz que Dios me da en la oración?

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¿Dónde es mi inteligencia un obstáculo para la contemplación y la unión con Dios?
¿Dónde tengo la tendencia a presumir demasiado de mis propias habilidades y dones?
¿Siento que estoy tan adelantado espiritualmente que no necesito un director espiritual que
me guíe y me dirija?
¿Soy perfeccionista?

Soberbia de Autoridad / de Superioridad


¿Dónde mi demasiado amor propio me está llevando a ser dominante, despótico,
arrogante, criticón, discutidor, mandón y ofensivo?
¿Cuál es mi actitud con los que tienen autoridad sobre mí? ¿Acepto gustoso sus avisos y sus
palabras de aliento y de corrección, o soy rígido e inflexible? ¿Pienso que no haré nada si no
es de acuerdo a mi manera?
¿Trato de manera reverente a los que tienen autoridad?
¿Es para mí difícil aceptar la autoridad de Dios y de Su Iglesia? ¿Dónde están diciendo mis
acciones: “Hágase mí voluntad”, en vez de “Hágase Tu voluntad”?
¿Deseo el consejo de Dios?
¿Obedezco gustoso lo que El me dice?
¿En qué situaciones me gusta controlar la vida de los demás? ¿Dónde el pecado de soberbia
me lleva enseguida a sentimientos, palabras, pensamientos y acciones llenos de cólera?
¿Tengo la tendencia a pensar que soy mejor que los demás? ¿Dónde tengo poco interés en
los derechos y sentimientos ajenos?

Soberbia de Ambición
¿Anhelo las alabanzas, el reconocimiento, y los puestos de honor?
¿Hace la ambición de ser N° 1 que trate de dominar a los que están “más abajo de mí”?
¿Me gusta competir excesivamente, aspirando a los puestos de honor que otros tienen?
¿Impongo a los demás mis propias ideas y maneras de hacer las
cosas?
¿Dónde soy mandón, demandando que las cosas se hagan a mi manera?
¿Dónde empleo mi propia influencia para conseguir lo que a mí me gusta?
¿Qué estoy haciendo para corregir mi arrogancia y mi actitud criticona?
¿En qué situaciones tengo la tendencia a pensar que soy mejor que los demás?

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Soberbia de Timidez
¿Tengo disposición a la timidez?
Si es así, ¿se ha hecho mi timidez un hábito, a tal extremo que evito hacer lo que debo hacer
y hago lo que no debo hacer?.
¿Se ha hecho mi timidez un hábito poderoso que me priva de confianza en mí mismo, hace
que tema aparecer ridículo, y me quita el valor y la fuerza para guardar mis propósitos?
¿Ha causado mi hábito de timidez que pierda la esperanza por creer que mis debilidades
son demasiado fuertes?
¿Dónde uso mi timidez para ocultar mis debilidades e imperfecciones por temor de
aparecer ridículo?
¿Cómo veo yo mis debilidades?
¿Exagero mis debilidades?
¿Evito hacer cosas porque tal vez no voy a ser el mejor?
¿Uso mis debilidades como una excusa por temor al fracaso?
¿En qué situaciones mi temor al fracaso limita las posibilidades de que Dios haga uso de
mí?
¿Dónde permito que mi temor de aparecer ridículo me atrace en mi jornada espiritual?

Soberbia de Sensibilidad
¿Se hieren y lastiman fácilmente mis sentimientos?
¿En qué situaciones me siento más fácilmente ofendido?
¿Qué clase de personas siento que me ofenden más fácilmente? ¿Siento que no me aman ni
me quieren, creyendo que a propósito los demás tratan de herirme?
¿Me hieren fácilmente con cada falta de reconocimiento o supuesto olvido?
¿Soy una persona que perdona?
¿Perdono pronto a los demás, o guardo y cultivo rencores, evitando la reconciliación?
¿Siento alegría falsa de sentirme mal por heridas imaginarias? ¿Hablo fríamente o rehusó
hablar con los que me han herido?
¿En qué situaciones tengo el hábito de aferrarme a heridas previas?
¿Me siento satisfecho y justificado por negarle la palabra a alguien?
¿Puedo hacer chistes de mis errores? ¿Puedo celebrar con otros mis propios errores?
¿Resiento la corrección, los avisos, la ayuda o los favores? ¿Previene mi soberbia de
sensibilidad la unión en mi familia y en mi comunidad?

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¿Hace mi soberbia de sensibilidad que la gente tenga que “caminar de puntillas” para no
herir mis sentimientos?

Soberbia de Complacencia (Vanidad)


¿Son para mí la opinión y el aprecio de los demás más importantes que lo que Dios opine y
aprecie de mí?
¿El deseo de que piensen bien de mí me hace pensar, hablar o actuar de una manera vana?
¿Trabajo duro para mantener mi reputación aunque esa reputación no sea del todo
verdadera?
¿Dónde cambia mi vanidad el propósito de vivir mi vida para dar honor y gloria a Dios por
el de vivir para complacer a los demás? ¿Hago mal uso de los talentos que Dios me dio,
esperando recibir la alabanza y el aprecio de los demás?
¿Soy vanidoso de mi aspecto personal, de mi fortaleza, de mis talentos, de mi habilidad en
los deportes, o de lo que poseo?
¿Es mi pecado de vanidad la causa de que sea yo como los fariseos, que se creían demasiado
grandes, mientras despreciaban a los demás?
¿Es mi vanidad la causa de que sea yo arrogante, hipócrita, testarudo, desobediente y
criticón?
¿Tengo una actitud altanera, orgullosa, engreída?
¿Me conduzco de una manera presuntuosa, vana?
¿Qué puedo hacer para tener un semblante más acogedor? ¿Empleo mi habilidad, o hago
obras espirituales, devociones, o actos piadosos exteriores para llamar la atención de mi
director espiritual o de los demás?
¿Aminoro o encubro mis defectos ante mi director espiritual? ¿Tengo la tendencia a no
darle toda la información a mi director espiritual?
¿Busco el aprecio y la alabanza de los demás por mis obras espirituales?
¿Es el verdadero motivo de mis obras espirituales, devociones, y actos piadosos, para
sentirme mejor?

En mi vida espiritual
¿Se ha desarrollado en mí una soberbia oculta mientras progreso espiritualmente, que hace
que me sienta complacido conmigo mismo y con mis logros?
¿He empezado a casi condenar a otros, de pensamiento o de hecho, por no tener
devociones o espiritualidad como las mías? ¿Encuentro que doy testimonio de mí mismo
más que de Dios? ¿Donde se me hace difícil ser obediente a la palabra de Dios? ¿Dónde es
mi soberbia la causa de que aparte mi vista de Dios y la ponga en mí mismo?

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En mi jornada espiritual, ¿dónde me doy el crédito a mí mismo en vez de darle la gloria a
Dios?
¿Deseo tener un grado más elevado de oración, sin tener que pasar, como todos, por las
debidas etapas?
¿Cómo impide mi demasiado amor propio, que entre más de lleno en el proceso de
purificación?
¿Tengo problemas con la soberbia espiritual?
¿Rehuyo a los que me corrigen en mi jornada espiritual y soy hostil con ellos?
¿Cuándo prefiero instruir en vez de ser instruido (cuando debería estar aprendiendo)?
¿Cuándo la soberbia espiritual en mi vida me aparta de la contemplación de las cosas
divinas?
¿Dónde la soberbia oscurece mi inteligencia, conduciéndome al auto-engaño espiritual?
¿Es mi falsa piedad ocasión para que otros se echen atrás en su deseo de ser santos?

Abrazando la humildad
¿Cómo demuestra la manera de vivir mi vida, que veo mis talentos y habilidades como
verdaderos dones de Dios?
¿Cuáles de mis talentos y habilidades tengo la tendencia a creer que son el resultado de mis
propios esfuerzos?
¿Qué estoy haciendo para practicar la virtud de la humildad en situaciones en que soy
tentado a pensar demasiado elevado de mí mismo?
¿Dónde estoy reclamando la gloria para mí mismo, en vez de dirigir toda la alabanza al
Padre?
¿En qué forma se me hace difícil abrazar la humildad?
¿Dónde estoy todavía apegado a mi propia voluntad, a mis propias buenas obras, a lo que
otros opinan de mí?
¿Qué estoy haciendo para desarrollar en mí mismo el espíritu de pobreza?
¿Dónde necesito llegar a ser más dependiente de Dios?
¿Qué esfuerzos estoy haciendo para abrazar la humildad?
¿Dónde está mi soberbia impidiendo que conozca a Dios, y a los demás, de una manera
más íntima?
¿Qué puedo hacer para crear en mí un espíritu más dócil y obediente?

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Ministerio
¿Demuestro una actitud de superioridad a aquellos con quienes oro, con mis palabras,
pensamientos o acciones?
¿Después de un ministerio exitoso, reclamo como mío propio la gloria y la honra que
pertenece al Padre?
¿Soy arrogante o lleno de soberbia por mi progreso espiritual, mi discernimiento y mi
poder de oración?
¿Cuando doy testimonio ante otros, hablo de mí mismo o les hablo de Dios?
¿Qué puedo hacer para vaciar mi corazón de egoísmo, para que puedan caber allí más
miembros del pueblo de Dios?
¿Es la preocupación por mí mismo y por mis necesidades la causa de que yo no esté abierto
para orar por aquello que Dios quiere que ore durante el día?
¿Tiene mi costumbre de juzgar a otros un efecto negativo en la unión de mi familia y en la
oración de mi comunidad?

Mientras estudias tus respuestas a las preguntas anteriores, puede ser que encuentres que
tienes tendencia hacia una o dos clases de soberbia. ¿Qué clase de soberbia te ataca más?
Anota en tu diario esa tendencia, pidiéndole al Señor que, mientras escribes, te dé Su
entendimiento. Su sabiduría y Su consejo. ¿Qué es lo que el Señor desearía revelarte ahora?
En la semana entrante fija tu atención en esa tendencia que parece ser más dominante. Haz
una determinación específica sobre cómo vas a trabajar para vencer esa tendencia, haciendo
uso de lo que el Señor te ha revelado mientras escribías en tu diario. Ajústate al paso del
Señor. No trates de hacer demasiado en tan corto tiempo.
Revisa con frecuencia tus propósitos. Ora y pide al Señor que te llene de Su amor,
misericordia y perdón, y que te dé el deseo de abrazar la humildad.

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Capítulo 5
Gula

Cuando el Señor me llamaba a salir del convento, alguien me preguntó: “¿De qué van
a vivir?” Yo le dije: “No sé”. Luego fui al Señor y le pregunté: “Me están haciendo esta
pregunta: ‘¿De qué vamos a vivir?’ ¿Vamos a pedir limosna?”. El me contestó: “No”. Yo le
dije: “¿Vamos a trabajar?”. El contestó: “No, ustedes necesitan estar libres para el ministerio
y la oración”. “Bien, pero ¿de qué vamos a vivir?”. El me contestó: “Yo proveeré. Yo proveeré.
Yo les daré todo lo que necesiten, pero no todo lo que deseen”. Hay una gran diferencia entre
lo que necesitamos y lo que que deseamos. Yo he encontrado en mi jornada con el Señor,
que es muy poco lo que verdaderamente necesitamos, pero que es bastante lo que deseamos,
y con frecuencia vemos eso en la comida y la bebida.
Santo Tomás de Aquino define la gula como “un deseo desordenado de comer y de
beber” (A Tour of the Summa, 148- 4). Una manera como se manifiesta la gula es en tomar
más de lo necesario. La palabra clave aquí es necesario. San Isidoro decía: “La persona
glotona se sobrepasa en qué, cuándo, cómo, y cuánto come y bebe” (De Summ. Bon II). De
nuevo estamos hablando de sobrepasar: más de lo necesario, más de lo que necesitamos. Es
interesante examinarnos de veras a nosotros mismos. ¿Estoy tomando más de lo necesario?
Eso nos hará detenernos y ser más conscientes de la presencia de Dios y más conscientes de
lo que estamos haciendo. Cuántas veces comemos y bebemos por hábito y ni siquiera caemos
en cuenta hasta que terminamos de comer, y decimos: “¡Caramba! quedé repleto”. Entonces
nos damos cuenta: “Ni siquiera me di cuenta de lo que estaba haciendo”. Por lo tanto el don
de caer en cuenta es importante aquí, si vamos a tener conciencia de lo que es necesario.
Otra manera en que la gula puede manifestarse es en comer o beber cuando no es hora
de hacerlo. No es hora de comer, o puede ser cuando ni siquiera tenemos hambre. Hay ese
dicho egoísta injustificable: “Quiero lo que quiero cuando lo quiero”.
La gula puede exigir comidas preparadas perfectamente. Eso lo podemos ver en los
restaurantes cuando lo que se ordena no está preparado exactamente como se ordenó.
Podemos ver en la gente una tremenda reacción de cólera y descortesía contra la persona que
sirve. Fíjense en eso. Si eso se da en nosotros tenemos la semilla de algo que puede ser muy
exigente.
La gula desea comidas y vinos caros. Dará mucha importancia a la calidad de la comida,
del vino y de la bebida, y no quedará satisfecha con lo que es ordinario. Tener sentimientos
negativos acerca de la comida que se nos pone delante o quejarse de ella, son pequeñas
señales de que: “estoy llamando a la puerta de ese pecado capital de gula”.
La gula es algo más que simplemente comer demasiado. Es realmente un abuso de los
dones del Señor. La comida es necesaria para la buena salud y bienestar, pero ese pecado es

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un abuso del don que Dios nos da. En la parábola de Lázaro y del hombre rico, el hombre
rico comía y bebía y se daba un banquete todos los días. Cuando murió, tenía sed, pedía
comida y pedía bebida, pero no podía alcanzarla. El estaba al otro lado. Ese es un gran castigo
para alguien que comía demasiado. Lázaro, que era entonces el mendigo, ahora está en el
banquete. Dios mira eso muy seriamente. Por lo tanto, la gula no es solamente excedernos
en lo que comemos y bebemos, sino que es dejar de compartir con los que no tienen. Yo creo
que eso fue lo que causó que el hombre rico fuera juzgado tan severamente.
Tenemos que tener mucho cuidado de permanecer fuera del espíritu del mundo.
Vivimos en un mundo que pone mucho énfasis en la comida. El mundo usa el término
“dieta”; la Iglesia usa el término “ayuno”. Ambos requieren disciplina, pero los motivos, en
general, son muy diferentes. Usualmente seguir una dieta es por mí mismo, mientras que
ayunar es por Dios. Nuestros motivos hacen toda la diferencia en el mundo. Por lo tanto,
una vez más, volvemos a los motivos de la persona, a su actitud, por qué o por quién lo está
haciendo. Podemos ver porque no podemos nunca juzgar a otra persona - porque realmente
no sabemos. Pero necesitamos conocernos a nosotros mismos, para poder saber cuáles son
nuestros motivos. ¿Estoy haciendo esto por Dios, o lo estoy haciendo por mí mismo? La
demasiada preocupación por nuestro cuerpo puede convertirse en un pecado de amor
propio y de propia satisfacción. La gula nos lleva también a la adicción. Nos conduce a
cualquier cosa para llenar el vacío.
Una de las raíces básicas de la gula es una auto-imagen subconsciente de vacío. Para
algunos puede ser una imagen consciente, pero frecuentemente es una auto-imagen
subconsciente, y comenzamos a alimentar ese vacío con comida. Yo leí una vez un artículo
titulado: “¿Qué te está comiendo a ti?”. Si principiamos a comer o a complacernos
demasiado, usualmente algo nos está comiendo a nosotros. Puede ser soledad, depresión,
demasiada tensión, ansiedad o frustración. Hay muchas maneras de estar vacío. Hay muchas
maneras de sentirse vacío. Cuando oramos, el Señor nos mostrará esas áreas de vacío que
hay en nosotros y nos mostrará cómo estamos tratando de alimentar ese vacío.
Vivimos en una cultura que pone gran énfasis en el cuerpo. Yo creo que eso es una
señal de la cultura de la muerte de la que habla nuestro Santo Padre. Es curioso que cuando
nos olvidamos de tener cuidado de nuestra vida espiritual y de nuestra alma, de alguna
manera empezamos a tener mejor cuidado de nuestro cuerpo. Cambiamos nuestro interés
para cuidar más de lo físico. Cuando el cuerpo empieza a ser demasiado importante,
usualmente el alma es la que sufre. En los Estados Unidos hay más sociedades deportivas que
casas de ejercicios espirituales. Vivimos en una nación que pone mucho énfasis en el ejercicio
físico. De alguna forma hemos perdido el equilibrio del ejercicio espiritual, el ejercicio que
necesitan nuestras almas. No estamos diciendo que el ejercicio físico no es bueno, porque lo
es, pero Dios quiere que estemos en equilibrio. Necesitamos ambos, el alimento físico y el
alimento espiritual.

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Es curioso que Jesús haya empezado Su ministerio con el ayuno. El procedía ya de una
vida de pobreza y de simplicidad, de una vida oculta, de silencio y soledad. Era
extremadamente disciplinado, y sin embargo comenzó Su vida pública con el ayuno.
Nosotros hubiéramos creído que ya estaba bien preparado para ir a las bodas de Caná, pero
no, se fue al desierto a ayunar por cuarenta días. Quiso darnos a entender algo de la tensión
enorme que hay entre el mundo espiritual y el de la carne. Siempre existe esa dualidad y esa
lucha. Jesús dice que no debemos preocuparnos de qué vamos a vivir, de qué vamos a comer,
beber o vestir. Nos dice que la vida vale más que la comida, y que el cuerpo vale más que el
vestido. No debemos preocuparnos por nuestra vida, ni por lo que vamos a comer (ver Mt
6,25). Pero nos preocúpanos, ¿no es así? A veces nos preocupamos por lo que comemos y
por lo que no comemos. Es interesante saber qué es realmente lo que pensamos.
Si ayunamos por dos o tres días, veremos que algo le ocurre a nuestro cuerpo.
Empezará a deshacerse de sustancias nocivas, y empezará a adquirir energía. Empezaremos
a sentirnos muy bien. En un ayuno de un día no tenemos completamente esa experiencia.
Pero en un ayuno de dos días, de tres, o como el de Jesús, todo nuestro cuerpo cambiará, si
el ayuno se hace correctamente. Jesús ayunó de comida, pero no de oración. No ayunó del
amor de Dios. El Señor me dio a entender que lo que sucede físicamente en el cuerpo del
individuo durante el ayuno, puede suceder también en todo el Cuerpo Místico. Podemos
ayunar (aunque sea unas pocas personas), representando el Cuerpo Místico, y a medida que
nuestros cuerpos se libran de las sustancias nocivas, podemos así mismo librar de Satanás a
todo el Cuerpo Místico. El ayuno tiene un poder místico enorme.
Por mucho tiempo yo no sabía eso. Yo sabía que el ayuno era bueno para nosotros,
pero no sabía que tenía un poder liberador, hasta que Dios me lo reveló. “Esta clase de
demonios sólo se puede expulsar con la oración y el ayuno” (Mt 17,21). Y Satanás lo sabe.
Yo creo que esa es la razón de que él use la gula muy sutilmente, porque no quiere que
ayunemos.
Pero hay una manera correcta de ayunar. En el convento, ayunábamos con mucha
frecuencia. Llevábamos una vida de penitencia bastante austera. Pero, no nos parecía nada
especial. Era sencillamente una manera de vivir. Ayunábamos todas las semanas y se nos
hacía fácil. Pero cuando salí del convento y regresé a casa, se me hacía muy difícil ayunar y
me fatigaba mucho. Finalmente le pregunté al Señor: “No entiendo por qué se me hace difícil
ayunar. Me siento todo el tiempo tan cansada. Me dan dolores de cabeza. ¿Qué estoy
haciendo mal?”. El me hizo entender: “En primer lugar, no estás ayunando correctamente,
porque no estás comiendo correctamente. Si quieres ayunar correctamente, tienes que comer
correctamente, para que tengas energías para ayunar”. En el convento, comíamos
correctamente: comíamos cosas que nos daban abundante energía. Pero ahora yo vivía sola
y realmente no ponía mucha atención a lo que comía. Comía lo primero que encontraba a la
mano. Si no comemos apropiadamente, usualmente tampoco ayunaremos apropiadamente.
Ambas cosas van juntas.

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El también me hizo entender que en el convento todas ayunábamos juntas. Teníamos
espectadores, por decirlo así, pero ahora que estaba sola, nadie lo sabía. Nadie sabía si me
estaba privando de esto o de lo otro, y eso hacía el ayuno un tanto más difícil. El ayuno parte
de lado a lado ese casi imperceptible amor propio. Parte de lado a lado el egocentrismo. Nadie
sino Dios nos está viendo. Nadie sabe que estamos ayunando, pero eso hace que el ayuno sea
puro. Es todo para la mayor honra y gloria de Dios. Eso muestra la pureza de intención, que
yo realmente no tenía, para ayunar cuando nadie me veía y para sacrificarme cuando sólo
Dios lo sabía. Necesitamos una purificación más profunda y el ayuno para purificar nuestra
intención. Esa fue una buena lección para mí. El ayuno tiene aún un poder más grande
cuando se hace sólo para que lo vea Dios y nadie más, pero a menudo eso puede hacer que
sea más difícil ayunar.
Hace varios años, en uno de nuestros viajes a Medjugorje, le pregunté a Nuestra Señora:
“¿Quieres tú que ayunemos a pan y agua?”. En esta ocasión yo no tenía a la comunidad
conmigo, y todavía vivía sola. Todavía comía mientras corría. Ella me contestó: “No, no
quiero que ayunes a pan y agua. Quiero que ayunes de comidas ligeras”. Ella es una buena
madre. Me dijo: “Quiero que comas apropiadamente, come más legumbres”. Me dijo las
cosas que quería que comiera. Me dijo: “Quiero que comas cosas que producen bastante
energía, porque Dios tiene para ti trabajos que hacer”. Ayunar, pues, significaba para mí,
planear mis comidas, prepararlas y comerlas con orden. Había ahora una disciplina que antes
no tenía, y me sentí muy bien.
Cuando salimos para dar una misión, tenemos que dedicar mucho tiempo para
preparar las conferencias, porque las damos una tras otra. Por eso continuamente durante el
día pasamos horas en los cuartos de los hoteles preparando las conferencias, y la hermana
Jane y yo hemos notado que rara vez hemos sentido hambre. Prácticamente nos olvidamos
de comer. Solamente tomamos algunas galletas con queso o algo que tengamos en la maleta,
y no comemos en ningún otro lugar. Yo creo que es porque nos hemos alimentado bien.
¿Han experimentado alguna vez, que cuando están realmente entregados a la oración, anotan
fielmente en sus diarios, y se alimentan bien, la gula no es realmente un problema? ¿No es
así? Hay una gran sensación de moderación y de equilibrio. Necesitamos ambas clases de
alimento (físico y espiritual), pero la oración es un gran antídoto para el pecado capital de
gula.
Necesitamos cultivar esa hambre y sed espiritual si es que no la tenemos. “¿Por qué no
tengo yo hambre y sed de oración, de la Misa o de las Escrituras? ¿Por qué no tengo hambre
y sed de buena y sólida lectura espiritual, de escuchar o de hablar de Jesús?”. Esas son
pequeñas señales que pueden indicarnos si espiritualmente estamos bien.
Donde vivimos tenemos ovejas y a ellas les encanta comer, pero necesitan que alguien
las guíe a las praderas. Para alimentarse necesitan que alguien las guíe. Las ovejas no pueden
realmente valerse por sí mismas. Necesitan del pastor. Dios sabe que nosotros somos de la
misma manera. Somos las ovejas de Sus verdes praderas. Él sabe que necesitamos

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alimentarnos. Jesús dijo que no nos afanáramos por la comida de un día, sino por la que
permanece (ver Jn 6,27). Jesús es el Pan de Vida. Es como si Jesús nos dijera: “Los voy a
alimentar conmigo mismo, no sólo durante la Misa, no sólo en la Eucaristía, sino todos los
días en la oración y arrojarán lejos la gula”.
Satanás nos tienta por medio de la comida. Es muy curioso que el primer pecado en el
Jardín haya tenido que ver con comida. Eva fue tentada. La Escritura dice: “Eva vio que el
árbol era bueno para comer, que era agradable a los ojos y muy bueno para alcanzar la
sabiduría” (Gén 3,6). La tentación hizo su trabajo, porque era una tentación muy poderosa.
Satanás la usó otra vez con Jesús. Jesús fue guiado por el Espíritu Santo al desierto después
de haber ayunado por cuarenta días. Para entonces Jesús tenía hambre. Las tentaciones,
dicho sea de paso, vienen cuando estamos con hambre, cuando estamos vacíos y nos
sentimos vacíos. Entonces viene la tentación, y la tentación vino: “Si Tú eres el Hijo de Dios,
manda que esas piedras se conviertan en pan” (Mt 4,3). La tentación vino por medio de la
comida, pero Jesús no cayó. Jesús dijo: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y
llevar a cabo Su obra” (Jn 4,34).

Como se Manifiesta
en mí la Gula

Una manera muy sencilla de saber quién está más interesado en la comida que en
cualquier otra cosa, cuando estamos a la mesa, es que no dejan pasar ni un solo plato de
comida. Le pasan la comida, la sirve en su plato, y empieza a comer porque su interés está
más en la comida. ¿Han visto a alguien que al empezar a comer parece que está atacando la
comida? Si nuestro interés principal es la comida, la caridad sufre, porque no estamos
interesados en conversar con nadie. En nuestra comunidad tuvimos a alguien por algún
tiempo, que sólo se sentaba y comía y comía, y cuando terminaba de comer, entonces
hablaba. Decía: “Así me enseñaron a mí. Nos sentábamos a la mesa, comíamos, y luego
hablábamos”. Yo le dije: “¡Bien!, pero eso no es lo que hacemos aquí”. La caridad viene
primero; la comida después. La comida es algo social.
Al principio, era muy estricta cuando quería hacer un ayuno especial. En una
Cuaresma yo quería hacer un ayuno extremadamente severo, tomando sólo jugo de frutas.
Mi director espiritual no estaba a favor de eso, pero yo tenía unos amigos que lo estaban
haciendo, y sencillamente hacer eso me parecía una cosa muy santa y muy extraordinaria.
Por eso, insistí y le di mil razones por las que yo debería ayunar así. Le dije: “Bueno, me
gustaría probar. Es Cuaresma y mis amigos lo están haciendo”. El entendía que los recién
convertidos tienen gran entusiasmo y que la mayoría de las veces corren fuera de las pistas

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acostumbradas. Por eso él, no queriendo forzarme mucho para encaminarme, me dijo: “Está
bien, pero vamos a observar de cerca a ver cómo te va”. Tenía su aprobación, pero en realidad
lo estaba forzando.
Fue una semana muy difícil. Me dio dolor de estómago, sentí un hambre horrible, y
apenas podía hacer mi trabajo regular o el de la Legión de María. Me sentía irritable y
extremadamente cansada. No podía esperar que terminara la semana. Fue cosa de “apretar
los puños y aguantar”. “Voy a seguir con esto, porque prometí hacerlo”. Pero no era
humildad. No fue del todo un verdadero servicio para el Señor. Dios no lo quería, pero dejó
que yo pasara por eso para enseñarme una lección muy importante sobre el ayuno.
Al terminar la semana, me puse en oración, agradeciendo al Señor porque se había
acabado, y El me hizo ver la imagen de una manzana. El me preguntó: “¿Qué piensas de esa
manzana?”. Le contesté: “Es hermosa y muy reluciente”. Luego empezó a girar muy despacio
y cuando dio media vuelta, en el otro lado había un gusanillo muy feo saliendo de ella. El me
dijo: “¿Ves ese gusano? ¿Sabes qué es ese gusano?”. Yo le contesté: “Soy yo, ¿no es así? Es mi
soberbia. Nosotros podemos arruinar cualquier cosa que Tú quieras hacer, si la hacemos a
nuestra manera”. Aún el ayuno puede ser egocéntrico y estar lleno de amor propio. Nos
puede hacer muy inflados con nuestro propio honor y gloria: ‘'Mírenme a mí”. Pude
terminar toda la semana, pero no fue del todo agradable al Señor. Tenemos que tener mucho
cuidado de que nuestro ayuno esté regulado por la obediencia y por lo que Dios quiere.
Hoy día, vemos que la gula causa que mucha gente sea adicta. Toda adicción llama a la
puerta de los Siete Pecados Capitales. Vemos enormes abusos de la tierra y de los recursos
que Dios nos ha dado, lo cual es otra forma de gula.
Al final de cuentas, la gula es el apego a mi vida presente. Esa necesidad que ahora
mismo tengo, por cualquier motivo que sea, es la que la gula va a querer alimentar. Jesús dijo:
“Reformen sus vidas” (Mt 4,17). Hoy lo oigo como nunca lo había oído antes. Lo oigo como:
“Dale otra forma a tu vida. Cambia las cosas. Tú tienes que hacerlo”. Lo oigo decir: “Usa tu
propio albedrío. Tienes que escoger”. Oigo que me lo dice a mí personalmente, y oigo que se
lo dice a toda nuestra comunidad. “Reforma tu vida”. Tenemos que hacer cambios, ahora.

En Mi Vida Espiritual

Día tras día podemos ser culpables de gula espiritual, sin que ni si quiera nos demos
cuenta. Es amar a Dios más por lo que nos puede dar a nosotros (consolaciones y
experiencias) que por El mismo. Eso se da especialmente en los principiantes, en los
convertidos recién bautizados, y en personas recién bautizadas en el Espíritu Santo.

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Los principiantes tienen la tendencia de ir a la oración por lo que ellos puedan sacar de
ella. En las primeras etapas de la vida espiritual, podemos estar más interesados en las cosas
que vamos a recibir que en Quién es el que nos las da. Es fácil hacer eso, porque Dios nos
atrae con consolaciones, y así nos acostumbramos a las consolaciones porque eso es nuestra
oración. Las consolaciones son regalos de Dios, y así como niños pequeños podemos llegar
a interesarnos más en lo que vamos a recibir que en lo que vamos a dar. Se trata más de las
consolaciones y experiencias que de Dios. Se trata de lo que vamos a recibir. Es una
mentalidad de guardarlo todo para nosotros. Si nos quedamos allí y no avanzamos a una
madurez espiritual más profunda, podemos caer en la gula espiritual.
Eso es exactamente lo que Satanás desea. El puede entrar en nuestra vida espiritual
cuando ve que estamos siempre buscando esa cima espiritual, esa experiencia, o que Dios
haga algo por mí. Satanás está atento a eso porque sabe que si nos quedamos allí no
creceremos espiritualmente. Si puede introducir la gula espiritual en nuestras vidas, nos
retendrá allí para que no crezcamos en fe, ni en la creencia de que Dios está conmigo y me
ama. Por eso tenemos que ser muy cuidadosos.
Ya hemos visto también esta estrategia en los otros Pecados Capitales: Satanás ataca a
la carne. No puede atacar a Dios directamente, pero atacará a Dios en nuestra carne si puede
hacerlo, porque la carne es débil. Jesús dijo: “El espíritu está dispuesto, pero la carne es débil”
(Mt 26, 41; Mc 14,38). Satanás odia a la carne, odia todo lo de la Encarnación, y por eso ataca
a la carne. Él nos animará a que busquemos las cimas espirituales, porque parece bueno - es
algo espiritual. Pudiera ser magnífico desear esas experiencias y consolaciones, pero en
realidad es mortal.
Recién convertida yo leía las vidas de los santos, y recuerdo haber leído la vida de Santa
Germana. Ella estaba pelando papas y empezaba a levitar allí mismo en la cocina. Y yo
pensaba: “¡Oh, eso sería maravilloso! Sería maravilloso tener el don de levitación. Qué bueno
sería poder tener una relación con Dios como esa”. Si inconscientemente estamos buscando
la experiencia, Satanás puede venir y apartarnos del camino de la obediencia y del deseo
sincero y perfecto de ser inundados por el amor de Dios. Nos apartará de la humildad y de
la pureza de intención. Muy hábilmente usa algo que parece bueno y lo hace muy dañino. A
Satanás le encantan esas cimas espirituales, y desafortunadamente, hoy día hay muchos falsos
místicos en el mundo, que viven de esas experiencias.
La gula espiritual tiene como frutos el egoísmo y el autocentrismo. Está basada en lo
que puedo sacar de esta experiencia de oración y en lo que voy a sacar de esta relación. Eso
puede suceder hasta en la Comunión. Podemos estar más interesados en lo que el Señor nos
va a decir, o cómo nos vamos a sentir, o qué gracia vamos a recibir, en vez de poner la
atención en: “Este es Dios. Este es el Regalo mismo”. Cuando Dios ve que nos estamos yendo
por ese camino, el Espíritu nos guiará a una de esas noches oscuras del alma y del espíritu
para nuestro propio bien, para quitarnos el exceso, nuestro complejo de “dame, dame”, para
que podamos crecer en madurez. Dios puede quitarnos las consolaciones en un segundo. De

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pronto, tendremos disgusto de algo que espiritualmente nos agradaba. Combatiremos la
noche oscura porque empezará a desnudarnos de la propia complacencia en que vivíamos.
Es difícil hacer cambios. Aquí es donde un director espiritual puede ayudarnos a andar el
camino porque en la noche oscura no podemos ver. Es oscuro. No hay nadie a quien seguir.
Ni siquiera podemos ver a Jesús, pero cuando estamos en la oscuridad con alguien a quien
amamos, sabemos que está ahí. Sentimos su presencia.
Así empezamos a intuir a un nivel más profundo. Es una jornada de fe más profunda.
Empezamos a cambiar nuestro mirar, porque estamos conociendo más de El y de lo que nos
está hablando. Ahora nos guiamos más por lo que le oímos decir, que por lo que vemos. Es
una manera diferente de conocer. Es una jornada de fe. Por eso es una cosa hermosa cuando
el Espíritu Santo principia a privarnos de las cosas dañinas de que nos estábamos
alimentando. Puede ser Dios que nos está quitando todo lo exterior para que crezcamos en
una amistad más profunda con El - no por lo que puede hacer por nosotros, sino por quien
El es para nosotros. Una vez que demos el paso hacia una espiritualidad madura y profunda,
el amor propio empezará a desaparecer, y empezaremos a fijarnos más en el amor de Dios.
La gula espiritual puede dañarnos física, mental y espiritualmente - el cuerpo, el alma
y el espíritu - porque, a fin de cuentas, está cerrándole la puerta a Dios. Puede venir el tedio
y la pesadez espiritual, tocando a la puerta del pecado capital de la pereza. La gula espiritual
finalmente destruirá cualquier fervor o deseo de las cosas espirituales que tengamos, porque
a finales de cuenta nos estamos concentrando en nosotros mismos y nos estamos resbalando
hacia el mundo. Esa es una oración muy pueril, estrictamente para los principiantes. No es
deseable permanecer allí, porque en la vida espiritual, o se avanza hacia adelante o se regresa
para atrás. No podemos estar en un lugar por mucho tiempo. Si permanecemos con gula
espiritual regresaremos al punto de perder todo apetito por la oración y las cosas espirituales.
Finalmente nos llevará a una impotencia total para orar. El problema principal es que me
concentro en mis necesidades no en las de nadie más. Por eso la intercesión tiene un poder
tan grande; no se concentra en mí. Si se concentra en mí no sería intercesión.
Uno de los frutos que Satanás espera de la gula espiritual es que empecemos a decirles
con determinación a nuestros directores espirituales, lo que Dios está haciendo y diciendo.
En esas condiciones, los dirigidos terminan dirigiendo a sus directores, especialmente si los
directores no tienen un fuerte don de discernimiento y sólo ven las cosas maravillosas que
suceden en la vida de las personas. Un director espiritual puede empezar a creer todo lo que
el dirigido le dice, sin discernir qué clase de espíritu está actuando allí. Tenemos que volver
y preguntarnos a nosotros mismos: ¿Estoy obedeciendo a mi director espiritual, o a aquellos
que tienen autoridad sobre mí? ¿Hay pureza en mi vida y en mis intenciones? ¿Estoy
buscando de veras la perfección, la santidad, para estar de veras lleno del amor de Dios?
La obediencia es un buen criterio para reconocer si estamos cayendo en la gula
espiritual. Para saber si las experiencias místicas que estamos teniendo son auténticas,
podemos ver si somos o no pequeños y humildes, y lo manifestamos por medio de la

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obediencia. Si es así, nuestras experiencias probablemente son auténticas. Pero si esas
experiencias místicas empiezan a imponerse porque “Dios dice” o porque “entiendo esto” o
“siento así”, y la obediencia como que se echa por la ventana, especialmente la debida a
aquellos que tienen autoridad sobre nosotros, es muy dudoso que sean del Señor.
Esa clase de misticismo falso nos llevará a juzgar a otros y a tenerlos de menos. ¿Cómo
así tú no vas a Misa todos los días? ¿Por qué no estás ayunando más? Un director espiritual
puede darse cuenta inmediatamente que eso está originando por falta de caridad. Es obvio
que algunas de esas experiencias que pudieron haber empezado de Dios y con Dios, ahora
ya no son de Dios. El enemigo se ha apoderado de todo, y la gula espiritual se ha instalado
allí.
Si hay soberbia espiritual acoplada con la gula espiritual, nos llevarán muy rápido al
falso misticismo, porque andaremos buscando una experiencia espiritual tras otra. Muchos
falsos místicos se deslizan por la pendiente resbalosa de la gula espiritual, porque lleva a
buscarse a uno mismo en la oración, no a Dios. Tenemos que tener mucho cuidado en
nuestra vida de oración de no buscar la experiencia espiritual, sino a Dios. Si Dios quiere
darnos una experiencia de sí mismo, está bien, pero tenemos que tener cuidado de no buscar
sólo la experiencia. Frecuentemente la experiencia vendrá cuando menos la esperamos.
Otra manera de descubrir si la gula está activa o no en nuestras vidas, es si tenemos
gran disgusto al sacrificio, a sufrir, y a la Cruz. No tenemos deseo de exponer nuestras vidas,
sino que nos preocupamos más y más de nosotros mismos. No tenemos deseo de hacer nada
por nadie. La gula espiritual se manifestará especialmente como ausencia del deseo de
interceder, puesto que la intercesión es estrictamente para otros. Muy pronto perdemos el
interés, porque en eso no hay nada para mí.
Otra forma de verificar es la penitencia que uno mismo se impone, en particular el
ayuno, si no ha sido aprobado por nuestro director espiritual. Eso puede ser muy peligroso.
Debemos tener mucho cuidado si hemos hecho alguna cosa que hayamos ocultado a nuestro
director espiritual o que hayamos sido insistentes en convencerlo de que debemos hacer esa
penitencia o ayuno.

Combate Espiritual

Hay un buen número de espíritus malos que actúan en familias y en grupos que están
asociados con la gula. Hay un espíritu de enfermedad que nos hace pensar que alguien está
enfermo, pero que en realidad no lo está. Usualmente viene a través del espíritu de gula o del
de venganza. Hay espíritus de tonterías, de juegos, y de trivialidades. Allí aparece el espíritu
de confusión. Hay también un espíritu de rechazo, que frecuentemente será el espíritu
controlador, porque cualquier cosa que estemos experimentando es, de alguna manera, una

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forma de no ser amado. Si estamos experimentando alguna clase de alienación o rechazo y
si Dios no nos llena en la oración diaria, ni ponemos atención a esas cosas. Satanás puede
entrar en nuestra casa y tomar posesión por medio del espíritu de rechazo.
Por eso el conocimiento de uno mismo es tan importante. Satanás odia a Dios. Ese es
un concepto difícil de entender para algunos de nosotros: él odia a Dios, pero no
puede atacar directamente a Dios. El ha sido desplazado, pero todavía puede tratar de atacar
a Dios en nosotros, en los templos de Dios. Ataca a la carne, porque está tratando de atacar
a Dios. El odia la Encarnación y la espiritualidad Encarnada. Cuanto más pueda atacar a
nuestra carne, indirectamente ataca a Dios.
Pablo dice: “Háganse robustos en el Señor, con Su energía y Su fuerza” (Ef 6,10).
Sacamos nuestra energía del Señor, porque hay una tremenda batalla en esa área.
Necesitamos esa parte de la armadura para permanecer firmes y sacar nuestra fuerza del
Señor.

Remedios
Don del Espíritu Santo: Fortaleza

El hermoso don de Fortaleza es un don de valentía para “mantenerse allí” pase lo que
pase. Tal vez hayan oído la historia de aquel hombre que escalaba una montaña. Se resbaló y
escasamente logró agarrarse de una pequeña rama que colgaba sobre el precipicio. Quedó
precariamente colgando allí y en su desesperación empezó a gritar: “¡Auxilio, auxilio,
auxilio!”. Muy pronto Dios le contestó. “¡Oh Dios mío, gracias por estar allí! Yo estoy aquí.
Ayúdame. ¿Qué hago? ¿Qué hago?”. Y el Señor le dijo: “Suelta la rama”. El hombre pensó un
instante y luego gritó: “¿Hay alguien más allí?”.
A veces decimos: “Oh Dios mío, no tengo valor”. Y El nos dice: “Suéltate”. Ese es el don
de Fortaleza. El don toma las riendas. “Tendrás mi valor. Tendrás mi fortaleza. Todo saldrá
bien. Tendrás fuerza para sufrir. La fortaleza te dará fuerza para mortificarte, para negarte a
tí mismo, para ayunar. Te quitará el miedo terrible que tienes a la Cruz. Pero suéltate”. Es
muy duro soltarse, porque si no estamos orando, hay un vacío dentro de nosotros, y por eso
queremos alimentarnos nosotros mismos.
Ese don de fortaleza empezará a desarraigar poderosamente el pecado de gula que haya
en nosotros. Nos da mucho temor darnos muerte a nosotros mismos. Tenemos miedo del
sacrificio, del sufrimiento y de la Cruz. El don de Fortaleza nos quitará el miedo de sufrir.
Nos da muchísima fortaleza. El Espíritu nos guiará hacia cualquier cosa que Dios quiera. El
don de Consejo nos guiará, pero es el don de Fortaleza el que nos fortalecerá para poder
hacer lo que el Consejo nos diga, y nos dará el valor para dar el siguiente paso. El don de

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Fortaleza es extremadamente útil para dar muerte a nuestros caprichos y deseos.
Necesitamos valentía para hacer eso. Para morir diariamente en nuestros caprichos y deseos
se requiere valor. Entonces sabremos que somos libres en esa área, porque no estaremos
apegados a nada. El Señor dice en el Cantar de los Cantares, “Vengan, amigos míos”. El nos
llama amigos. “Vengan, amigos míos y embriáguense del amor. Embriáguense del amor”
(ver Cant 5.1). “Vengan ustedes que tienen hambre y sed y quedarán satisfechos. Si están
hambrientos y sedientos de santidad, de mí, serán satisfechos”. Está tratando de ponernos en
la senda correcta de aquello por lo que debemos tener hambre y sed. El don de Fortaleza nos
da valor para buscar la senda más elevada. Jesús desea darnos siempre todo lo necesario. Con
la oración podemos echar lejos el espíritu de gula, porque en la oración Dios nos alimentará.
El nos alimentará y nos dejará satisfechos como lo prometió.

Palabras desde la Cruz

Tenemos que volver una y otra vez a la quinta palabra de Jesús desde la Cruz: “Tengo
sed” (Jn 19,28). El tuvo que haber estado físicamente sediento, porque había perdido mucha
sangre, pero también estaba sediento de amor. Es una sed doble. El hace que nosotros
también experimentemos esa clase de sed, para que podamos sanar ese pecado de excesivo
amor propio, y de la carne. Cuando tenemos sed, en particular si estamos sedientos de amor
y de unión con Dios, de Su Palabra o de cualquier revelación que venga de El, de Su presencia,
de cualquier intervención de Dios en nuestras vidas, entonces estamos llenos de salud.
Recuerdo haber leído una historia de uno de los Monjes del Desierto. Alguien había
ido al desierto para pedirle: “Enséñame cómo orar”. El monje lo llevó a un pequeño oasis, y
después de vadear dentro de él, agarró la cabeza del hombre y la sumergió como para
bautizarlo, pero sin dejar que sacara la cabeza fuera del agua. El hombre, corto de respiración,
muy enojado y forcejeando para poder respirar aire, dijo: “Casi me asfixio”. Entonces el
monje le dijo: “Cuando tengas un deseo de Dios tan grande como el que tenías de respirar
aire, entonces podrás orar”. Cuando sintamos un hambre y una sed de Dios como esa,
entonces estaremos muy saludables.
Antes de que yo entrara al convento, estuve en la Legión de María y allí una vez oraba
con una monja que estaba enferma de muerte, o al menos así se creía. Fue muy hermoso
haberla conocido y poder orar por ella. Cuando le pregunté que cómo podía yo orar por ella,
ella me dijo: “Ora para que tenga apetito. Si tengo apetito, yo sé que mi cuerpo empezará a
recuperarse, y pronto estaré sana”. Eso es cierto. Si el cuerpo siente hambre, es una buena
señal de que tiene vida. En su convento, prácticamente estaban preparando su funeral. Por
cierto su hermana carnal, que también estaba en el convento, ya se había posesionado de su

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hábito dominical y zapatos, porque sabía que su hermana no regresaría a casa, ni saldría viva
del hospital, y ella podía usar especialmente un par adicional de zapatos .
Pues bien, créanlo o no, Dios le dio el apetito, y hoy esas dos hermanas, están todavía
vivas. Deben de estar en sus ochenta o noventa años. Eso realmente me impresionó: Cuando
estamos hambrientos y sedientos espiritualmente, tenemos una señal de que tenemos buena
salud. De eso podemos depender. A veces pensamos: “¿Hay algo malo conmigo? Tengo tanta
hambre del Señor. Tengo tanta sed de Sus caricias, de Su amor”. Esa es una señal de que
estamos vivos y que realmente estamos espiritual mente muy bien. Por lo tanto “tener sed”
no es del todo malo. Es una buena señal de que estamos vivos espiritualmente y que
necesitamos ese alimento y esa bebida que sólo Dios puede darnos.
Una vez tuve un sueño de un gran número de gente que andaba deambulando por el
desierto, en busca de algo. Yo podía ver que tenían hambre. Me acerqué a un hombre que
vestía como monje (que luego por discernimiento supe que era Jesús) y le dije: “¿Qué están
buscando?”. El me dijo: “La Fuente de Jesús. El Agua Viva”. Hay hambre y sed en el Pueblo
de Dios. Andamos buscando el Agua Viva. Esa quinta palabra desde la Cruz es realmente
muy importante, no sólo para desarraigar de nosotros el pecado de gula, sino también para
ayudar a otra gente a apartarse de la carne y para que reciban la gracia de una hambre
espiritual.
Yo nunca olvidaré mi primera Cuaresma en la Iglesia Católica, porque durante la
Semana Santa todo estaba enfocado hacia la Cruz. Siendo una convertida eso era muy nuevo
para mí. No estaba acostumbrada a ver un cuerpo sobre la Cruz, y por eso la Semana Santa
y la Pasión de Jesús me llamaron mucho la atención. El Viernes Santo yo estaba meditando
sobre las últimas palabras de Jesús, y cuando llegué a la quinta palabra, Jesús me dijo algo
desde la Cruz. Muy dentro de mi alma yo oí: “Tengo sed”. Lo oí y entendí, simplemente
entendí, y mi corazón entendió: El está sediento de amor, esta sediento de almas. Esa es la
sed que El comparte con nosotros. Esa sed es la que nos pone en acción con entusiasmo,
porque queremos hacer todo lo posible, especialmente como intercesores, para mitigar esa
sed. Si tenemos sed, estamos sedientos de amor, pero en nuestra sed de amor, esperamos
poder al mismo tiempo mitigar la sed de amor de otra gente, porque andan deambulando en
el desierto. Es como si el mundo fuera ahora como un desierto, y ellos anduvieran buscando
esa Agua Viva, la Fuente de Jesús. Andan buscando el amor.
Es asombroso que, Jesús, que es el Agua Viva, El mismo tenga sed. Lo que El está
diciendo y lo que ha padecido es tremendamente significativo. La paradoja es que aquí está
Dios, que es el Agua Viva; aquí está Jesús que previamente le había dicho a la mujer junto al
pozo que El le daría agua, para que nunca más tuviera sed; aquí está la misma Persona que
cambió el agua en vino; y aquí El está exclamando: “Tengo sed”. El está en la Cruz para
reparar el daño causado por el pecado. Está para reparar el daño del pecado de gula. Es
realmente un grito salido del corazón.

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Virtudes:
Templanza y Prudencia

La templanza es una virtud importante porque controla y modera. Deseamos comer y


beber con moderación, con disciplina. El fruto de la templanza será el control de sí mismo.
La prudencia es otra virtud importante, porque nos da el conocimiento para actuar. San
Agustín decía que la prudencia es: “El conocimiento de lo que se debe buscar y de lo que se
debe evitar”. Nos da el conocimiento. Hace que la sana razón entre en acción, y guíe a las
otras virtudes estableciendo normas.
San Pablo luchaba con esto cuando dijo: “No hago el bien que quisiera, sino, por el
contrario, el mal que detesto” (Rom 7,15). La hermosa virtud de la prudencia nos dará el
conocimiento de lo que debemos hacer. El fruto de la prudencia será fortaleza interior.
Todo lo que tenga que ver con el ayuno o todo lo que podría ser excesivo debería
hacerse bajo dirección espiritual. Siempre tenemos que buscar lo que Dios piensa, y por
supuesto lo que nuestro director espiritual piensa, sobre qué clase de ayuno y de
mortificación debemos hacer. Hay tantos pequeños detalles para dar muerte al amor propio
por medio de la mortificación, que no dañan para nada nuestra salud.
Practicar la mortificación es un gran remedio para la gula, porque pone nuestros
sentidos bajo control. En esta clase de pecado somos tentados principalmente por medio de
los sentidos. La mortificación refrena nuestros ojos, para que no miremos cosas que no
debemos mirar, y regula lo que escuchamos. Hasta mantiene la lengua bajo control. El
sentido del gusto puede ser literalmente reprimido por el ayuno. El salmista decía: “Hagan
la prueba y vean cuán bueno es el Señor” (Sal 3 4,9). Por eso de nuevo volvemos otra vez a la
experiencia de Dios en la oración.
Cuando practicamos la mortificación para reprimir nuestros sentidos, los santos nos
recomiendan que lo hagamos con cosas muy insignificantes y ocultas, que muy pronto
destruirán nuestro amor propio. Por ejemplo, nosotros vivimos en comunidad, y por eso no
podemos decir: “No quiero esto” o “No quiero eso”. Comunidad quiere decir que estamos
viviendo luna vida común, pero hay muchas maneras de practicar la mortificación en una
comunidad. Podemos tomar porciones más pequeñas. ¿Quién se va a dar cuenta si tomamos
una o dos raciones de puré de papas? ¿Quién va a saber que nos gustaría tomar tres
cucharadas y sólo tomamos una? Queda oculto. No perjudicamos nuestra salud. Está dentro
del equilibrio. Conocí a un sacerdote muy santo, cuyas pequeñas maneras que usaba para
mortificarse y controlar constantemente esa clase de pecado, me gustaba observar. Veía que
tomaba un pedazo de pan y algo de mantequilla para el pan. Partía el pan por la mitad y

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luego untaba la mantequilla sólo en una mitad, la otra la comía sin mantequilla. Nunca supe
si él de veras quería mantequilla sólo en una parte del pan o en las dos. Pero Dios si lo sabía.
Podemos tomar una sola pieza de chocolate, aun cuando nos ofrezcan dos o tres veces,
o podemos tomar más. Nadie se da cuenta. Con la mortificación hay tantas maneras ocultas
de disciplinar nuestra voluntad, dando muerte a lo que nuestros sentidos nos piden.
Nosotros sabemos: “Esto es por el Señor. No lo necesito. No es necesario”. Tenemos que
regresar a eso. Así pues, si alguna vez necesitamos dos armas para combatir la gula, ellas son
el control de sí mismo y la fortaleza interior.

Ayudas Adicionales

Un remedio práctico que nos ayuda a contrarrestar la gula es la oración diaria. No hay
nada tan poderoso como la oración diaria, porque allí es donde somos realmente
alimentados. El es el Pastor, y le encanta alimentarnos. El me dio una pequeña inspiración,
el otro día en el pasaje del Evangelio cuando alimentó a cinco mil con unos pocos panes. No
tenían comida, y los Apóstoles le dijeron: ‘"Se está haciendo tarde. Esta gente tiene hambre.
No hay nada qué comer”. Y Jesús les contestó: “Aliméntelos ustedes”. Yo nunca antes había
notado su reacción. “Pero, eso tomaría doscientos días de nuestro sueldo” (ver Jn 6,7). Ellos
están pensando sólo en ellos mismos, de lo que tendrían que desprenderse. Yo pensé: “Esa
es una gran cantidad - doscientos días. En el año sólo hay trescientos sesenta y cinco dias.
Una gran cantidad de su sueldo”. Ellos hablaban en el nivel natural: “¿Cómo vamos a
alimentar a toda esa gente? No podemos hacerlo. Eso requerirá todo nuestro dinero y
nuestros recursos”.
Entonces Jesús les dijo: “Háganlos sentarse”. Se sentaron en pequeños grupos sobre el
verde pasto. Nunca había oído eso antes - que se sentaron sobre el verde pasto. Eso me llevó
directamente al Salmo Veintitrés donde El conduce a las ovejas, a nosotros, a verdes pastos.
El dijo: “Yo soy el Pastor. Conduzco mis ovejas a verdes pastos. Siempre las conduzco a
verdes pastos donde puedan alimentarse, no a pastos secos quemados por el sol”. Yo pensé:
“Señor, Tú fuiste a propósito a ese preciso lugar. Tú sabías que esa gente te iba seguir allí a
esos verdes pastos. Tú sabías que ibas a hacer ese milagro y que los ibas a alimentar”. Eso es
lo que El hace con nosotros en la oración. El está allí donde el pasto es verde, y nosotros
venimos a El en la oración y somos alimentados. El nos dará de comer todo lo que deseemos.
El nos nutrirá todo lo que deseemos. Eso es lo que sucede en la oración diaria. Ese es un
poderosísimo antídoto para la gula, porque no sentiremos ningún vacío.
El hecho de escribir un diario es un gran remedio que nos ayuda a contrarrestar la gula,
porque en el diario nos ponemos en comunicación. Allí recibimos, allí mismo en blanco y
negro, lo que necesitamos oír y lo que necesitamos saber. Podemos tratar de ponernos en

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contacto con nuestras frustraciones y vacíos, y anotarlo en el diario. De otra manera,
trataremos de alimentarnos nosotros mismos con otras cosas. Pero con el diario, ponemos
todo eso a la luz, ante el Señor.
En el Huerto del Monte de los Olivos, donde Jesús sufrió y luchó tanto y derramó Su
sangre por lo que estaba viendo, dio Su fíat: “No se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22,
42). Jesús volvió a este mismo monte para Su Ascensión. Es curioso que con frecuencia,
donde tenemos las más grandes luchas, que nos quitan la vida para dar ese “Sí, Señor”, es allí
donde ascendemos y quedamos en libertad.
En nuestras luchas, sufrimos en el Huerto del Monte de los Olivos con Jesús. Es una
lucha disciplinarnos a nosotros mismos. Es una lucha darnos muerte a nosotros mismos.
Sería mucho más fácil si Dios lo hiciera por nosotros, pero El está tratando de fortalecer
nuestra voluntad. Es una lucha porque estamos luchando también con el enemigo que nos
está siempre tentando: “Pero, si es sólo un pedacito. Puedes empezar mañana”. Ese es el
enemigo. Así pues, una buena manera de disciplinarse uno mismo es sencillamente, comer
y beber en la presencia de Dios. Podemos imaginarnos que El está a la mesa con nosotros. El
está siempre con nosotros. Es una buena ayuda darnos cuenta que estamos constantemente
en la presencia de Dios y que tenemos Su ayuda a todas horas.
Dios quiere desarraigar de nosotros la gula. El nos quiere sacar de la ollas de carne de
Egipto. Ir contra la gula, será siempre ir contra uno mismo: la satisfacción propia, la
glorificación propia, y el amor propio. Es tan sutil en nosotros, ¿no es así?. El yo, vuelve a
aparecer una y otra vez en esta clase de pecado.
Durante una Cuaresma en el convento, le pregunté al Señor: “¿Cómo quieres que
ayune?”. Esa parecería una pregunta tonta, porque como monja enclaustrada yo ayunaba
con mucha frecuencia. Y sin embargo, esa era la pregunta que el Espíritu estaba poniendo en
mi corazón. El Señor me condujo a Isaías 58,6-7: “El ayuno que a mí me agrada consiste en
esto; en que rompas las cadenas de la injusticia y desates los nudos que aprietan el yugo; en
que dejes libres a los oprimidos y acabes, en fin, con toda tiranía; en que compartas tu pan
con el hambriento y que recibas en tu casa al pobre sin techo; en que vistas al que no tiene
ropa y no dejes de socorrer a tus semejantes”. El me dijo: “Me alegro que hayas preguntado.
Esa es la clase de ayuno que quiero”. Vi qué sabio es Dios al decirnos que hagamos algo
positivo para combatir la gula.
El me empezó a mostrar dónde estaba el pecado de gula en aquel momento particular
en mi vida. El tiempo era el artículo de consumo más precioso que yo tenía como monja
enclaustrada. Yo hacía muchas cosas para las otras hermanas. Trabajábamos muy duro en
obras manuales, y el único poquito de tiempo libre que tenía era durante el Sábado. El Señor
me mostró que yo estaba atesorando mi tiempo libre. Yo tenía una actitud de gula respecto
a mi tiempo libre: “esto es mío”. El Sábado era día para limpiar nuestros cuartos. Yo limpiaba
mi cuarto a prisa. El trabajo de casa no es uno de mis dones principales, por eso yo ocultaba
las cosas debajo de la carpeta. De esa manera yo tenía más tiempo para mí y para hacer lo

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que me gustaba hacer. Nunca me había dado cuenta que estaba atesorando mi tiempo hasta
que El me iluminó.
Por eso, yo le dije: “Pues, ¿qué quieres que haga con ese tiempo precioso?”. El me
contestó: “Quiero que lo dones haciendo algo por alguien. Sería bueno que después que
limpies tu cuarto, limpies también el cuarto de alguna hermana avanzada en edad”. Hubo
una pausa. “Después sería bueno que les dieras brillo a sus zapatos y dejaras listos sus hábitos
para la Misa del domingo”. El domingo es un gran día en el convento. Las hermanas vestían
lo mejor para el domingo, especialmente las más avanzadas en edad; así pues, eso fue lo que
hice esa Cuaresma. Usé mi tiempo libre para limpiar los cuartos de dos hermanas ancianas,
dar brillo a sus zapatos y planchar sus hábitos de domingo, para que fueran el domingo bien
vestidas y bellas para el Señor. Ellas estaban encantadas. Fue una Cuaresma maravillosa para
mí. Fue toda una nueva manera de contrarrestar las cosas que yo estaba atesorando para mí
de una manera glotona, aunque no tuvieran nada que ver con comida.
Después de la Resurrección los Apóstoles andaban pescando en sus botes, y Jesús se les
apareció en la costa. El les dijo: “¿Han pescado algo para comer?” (Jn 21,5). A ellos les había
ido muy mal sin Jesús en el bote, y a Jesús le concernía eso. Ellos le dijeron: “No”. ¿Qué hace
Jesús? El les dice: “Echen la red a la derecha” (Jn 21,6). Allí era donde estaban los peces. El
nos dirá cómo conseguir comida si venimos donde El todos los días. El sabe todas las
diferentes maneras en que necesitamos alimentarnos. No solamente nos dirá dónde está
la comida, sino que la proveerá para nosotros como la proveyó para los Apóstoles. Y aún
mejor que eso, El preparó la comida para que pudieran de veras disfrutarla con El y tener
una comida juntos. Nos unirá a todos, para que Dios y el hombre puedan sentarse juntos a
festejar. Esa es la belleza de la oración. El antídoto para la gula es dejar que Dios nos alimente.

Ayunar y Festejar

Podemos ayunar de juzgar a los otros y festejar con Jesús en ellos. ¿No es eso
hermoso? Eso nos da algo positivo que hacer. Mucha gente encuentra difícil ayunar de juzgar
a otros. De hecho algunos se alimentan de juzgar a otros. Se alimenta su superioridad, se
alimenta su orgullo, y se alimenta su amor propio. Debemos dedicar un poco de tiempo para
ver cómo nos alimentamos a nosotros mismos. Aquí es donde llega este pecado - cómo nos
alimentamos a nosotros mismos en vez de dejar que Dios nos alimente. Jesús nos dijo que
teníamos que cambiar y que debíamos ser como niños pequeños (ver Mt 18,4; Me 9,35-37)
“con un niño pequeño para que los guíe” (Is 11,6). Un niño no puede alimentarse a sí mismo;
tiene que ser alimentado. De eso está hablando el Señor: “Dejen que yo los alimente. No
traten de alimentarse ustedes mismos”. Allí es donde vamos a empezar a desarraigar ese
pecado de gula.

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Podemos ayunar de palabras que contaminan y festejar con frases que purifican.
¿Han dicho alguna vez algo por costumbre, que les dejó mal sabor en la boca? “¿Por qué dije
eso? No le dio más vida a nadie. Ni siquiera me hizo sentirme bien. ¿Por qué me alimento a
mí mismo con eso?”. Esas son las raíces que buscamos. “¿Por qué tuve que hacer eso? ¿Por
qué tengo que hablar de esa manera? ¿Qué hay en mí que me está haciendo pensar esas
cosas?”. Nuestros pensamientos son los que nos moldean. Una superiora solía decir, cuando
trataba de formarnos: “No puedo oír una sola palabra de lo están diciendo, porque sus
acciones están gritando”.
Podemos ayunar de descontento y festejar con gratitud. Conozco a algunas
personas cuyo estilo de vida se alimenta casi sólo de cosas negativas y de la crítica: “Esto
podría ser mejor. Podrían haberlo hecho mejor”. O se alimentan con algo referente a otra
persona: “¿La viste a ella? ¿Viste el vestido que llevaba puesto?”. El negativismo y el criticismo
pueden llegar a ser un hábito y pueden alimentarnos interiormente. Entonces el antídoto allí
sería alimentarnos con la gratitud. Es muy saludable. Puedo estar descontento con el mal
tiempo, o puedo estar muy agradecido de que todavía pude despertarme esta mañana, y de
que Dios me dio un nuevo día.
Podemos ayunar de cólera y festejar con paciencia. Alguna gente vive una vida,
inconscientemente, llena de cólera. Siempre están de mal humor y eso los alimenta y les da
energía. Se sienten muy “seguros”, porque mientras estén enojados, nadie se les acercará
demasiado, ni podrá causarles daño alguno. Es una salvaguardia que mantiene a la gente a la
distancia.
Podemos ayunar de preocupaciones y miedos y festejar con Dios. Miren cuántas
veces Jesús dijo: “No tengan miedo”, pero nosotros continuamos temiendo y
preocupándonos. Seguimos siendo ansiosos. Eso es totalmente contra la Escritura, y está
alimentando algo dentro de mí. Vamos a la raíz: ¿Por qué hago eso? ¿Por qué estoy actuando
contra la Palabra de Dios? Todo eso está llamando a la puerta de la gula.
Podemos ayunar de quejarnos y festejar con agradecimiento. Podemos ayunar de
ser negativos y festejar siendo positivos. Afirmen a otros. Afírmense ustedes mismos.
Acentúen lo positivo. Eliminen lo negativo. ¿Han estado alguna vez en una conversación en
que alguien hace un elogio de una persona ausente, y los demás dicen, “Sí, pero. . .”. Te baja
el ánimo oír eso, y también te baja el ánimo decirlo.
Podemos ayunar de amargura y festejar con el perdón. Mucha gente encuentra
difícil ayunar de amargura, porque la amargura puede ser protectora. Si estamos amargados
no sentimos necesidad de perdonar. Nos justificamos a nosotros mismos. Nuestro pequeño
raciocinio viaja a noventa millas por hora. Una vez que viene la amargura, alimenta, alimenta
y alimenta algo dentro de nosotros, pero una vez que ayunamos de esa amargura, podemos
dejar ir todo el problema. No va a seguir alimentándonos más.

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Podemos ayunar de preocupación propia y festejar compadeciéndonos por otros.
Podemos ayunar de desaliento y de cualquier clase de conocimiento deprimente (y no
dejar que nos alimente) y festejar con esperanza. Cuando dejamos que la depresión venga,
nos defrauda. No nos alimenta; no es de Dios. Vamos a tener hambre espiritual, emocional,
y física. Afectará a nuestras amistades, nos distanciará y separará.
Podemos ayunar de sospechas y festejar con la verdad. Esas son áreas donde Satanás
entra y sigue puyándonos hasta que nazca la sospecha y en nuestra mente la convirtamos en
un hecho. Entonces, actuaremos de acuerdo a eso, ¿no es así? Podemos dañarnos a nosotros
mismos y dañar a otros. Debemos festejar con la verdad. Podemos ayunar de murmuración
ociosa y celebrar en silencio productivo, un silencio grávido de Dios.
Podemos ayunar de curiosidad y de la necesidad de saber y festejar con confianza
y fe. Cuando estaba en la Legión de María yo tenía un buen amigo, que más tarde se hizo
sacerdote Paráclito. Yo, en esa época, debí de haber sido demasiado curiosa, porque recuerdo
que él me decía: “La curiosidad no es una virtud”. No es una virtud. La curiosidad nos puede
meter en grandes problemas. No tiene que ver nada con nuestra relación con Dios.
Podemos ayunar de pensamientos que debilitan y festejar con promesas que
inspiran. Podemos agarrar esos pensamientos inmediatamente y detenerlos: “Ah ese
pensamiento me va a debilitar”. Si nos conocemos a nosotros mismos, podremos detener ese
proceso y festejar en cambio con promesas que inspiren. Podemos tener un maravilloso
instante de oración en el que Dios nos alimenta y nos da Sus promesas. Pero nosotros
podemos tomar esas promesas y echarlas a los cuatro vientos como si nunca las hubiéramos
oído y dejar que los pensamientos negativos nos debiliten y nos arrastren hacia abajo. Puede
ser que sea eso, en vez de Dios, lo que nos esté alimentando.
Todas esas cosas irradian y tienen grandes repercusiones. El Espíritu nos dará
diferentes luces e inspiraciones para que podamos ir directamente a la raíz de por qué
hacemos eso y podamos así sacarlo fuera. De eso se trata. ¿Quién va a alimentar a quién con
eso? ¿Vamos a tratar de alimentarnos nosotros mismos, o vamos a dejar que Dios nos
alimente? Dios está interesado en la comida. El, de hecho, escogió la comida como la manera
de venir a nosotros en la Eucaristía y permanecer con nosotros. Tal vez lo hizo así porque el
pecado original salió de la comida. Por lo tanto la comida es algo muy importante, y puede
darnos vida o darnos muerte. Eso, de por sí, es una paradoja.
Después de la Resurrección los Apóstoles estaban pescando, y Jesús se les apareció en
la costa como un extraño. El les preguntó en voz alta: “¿Han pescado algo para comer?”. Es
sorprendente el número de pasajes Bíblicos donde Jesús muestra interés por la comida, pero
se trata de la comida que Jesús desea darnos. Jesús dijo a Sus discípulos: “Tengo una comida
que ustedes no conocen. Mi comida es hacer la voluntad de mi Padre”. Cuando venimos a la
oración y le pedimos a Jesús que nos alimente y que llene nuestro vacío, lo hará. Nos
alimentará hasta que estemos totalmente satisfechos. Pero sólo estaremos satisfechos por un

97
día. El sabía eso, por eso nos enseñó a orar: “Danos hoy, nuestro pan de cada día” (Mt 6,11).
Es la oración diaria la que echará fuera la gula, especialmente cuando somos alimentados
con el maná de Arriba. “Felices aquellos que son invitados a las bodas del Cordero” (Apoc
19,9). El desea que celebremos con Su gracia. Su amor. Su presencia. Su comida.

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Toma un momento para calmarte
en la presencia del Padre.
Descansa tu corazón sobre Su corazón
y embriágate de Su amor por ti.
Pídele que te dé hambre y sed profundas del Señor.
Saca fuerzas del Señor y de Su gran poder.

EXAMEN DE CONCIENCIA - LA GULA

Hábitos personales
¿Tengo un deseo excesivo de comida o de bebida?
¿Me excedo en lo que como, cuándo, cómo y cuánto como? ¿Tengo tendencia a comer
cierta comida o bebida en exceso? ¿Siento gran deleite accediendo a los deseos de mi carne,
aunque sean dañinos?
¿Tengo tendencia a comer menos de lo que se necesita para mantener un cuerpo saludable?
¿Mi preocupación excesiva por la apariencia de mi cuerpo, es la causa de que esté
desnutrido?
¿Tengo tendencia a comer más de lo que es necesario para mantener un cuerpo saludable?
¿Me excedo en cuándo, cómo y cuánto bebo?
¿Ha causado recientemente mi manera de beber, que se debilite el uso de mi sana razón?
¿Me ha llevado, mi manera de comer o de beber, a tener problemas de salud?
¿Soy minucioso en comer, exigiendo comidas bien preparadas o sólo ciertas clases de
comida?
¿Llamo la atención por las cosas que me agradan o desagradan? ¿Siento un vacío muy
dentro de mí que procuro llenar con comida, bebida, drogas, etc.?
¿Tengo un problema serio que necesita ser tratado por un profesional?
¿Qué me detiene de buscar ayuda?
¿Cómo refleja mi manera de comer la virtud de la templanza, de la prudencia?

Penitencia y control de uno mismo


¿Practico el control de mí mismo?
Cuando ayuno o hago penitencia, ¿hago lo que quiero hacer, o el Señor me ha pedido que
lo haga?

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¿Tengo la aprobación de mi director espiritual para todas mis penitencias, ayunos, y
mortificaciones?
¿Añado o modifico la penitencia que ha sido aprobada por mi director espiritual?
La satisfacción que me causa la penitencia que estoy haciendo, ¿hace que se la oculte a mi
director espiritual?
Cuando me mortifico, ¿tengo el hábito de comparar mi ofrenda con la de otra persona?
¿Siento el deseo de felicitarme a mí mismo por mi penitencia, mi ayuno y mi
mortificación?
¿Siento la necesidad de juzgar o condenar a la persona cuya ofrenda comparo?
¿Me cuesta decir no al deleite?

Vida de oración
¿De quién o de qué siento hambre o sed?
¿Tengo deseo excesivo de experimentar consolaciones y cimas de montañas espirituales?
¿Busco las consolaciones más de lo que busco a Dios?
¿Está mi corazón tan contento con la desolación como con la consolación?
¿Actúo como un niño mimado si cada momento de oración no es una experiencia de cima
de montaña?
¿La búsqueda de cimas espirituales me tienta a fijarme en lo que voy a sacar de la oración,
más que en la obediencia, en la pureza espiritual y en la perfección?
¿Evito la oración durante el tiempo de desolación, especialmente la escucha contemplativa?
En tiempos de desolación, ¿cómo estoy cooperando y dejando que el Señor me prive de
toda satisfacción propia para que pueda crecer en humildad y en fe?
¿Me ha llevado la atención a los deseos de la carne, a sentir tedio y apatía?
¿Me apresuro en mis obligaciones religiosas para terminarlas pronto?

Comunidad / Vida Familiar


¿Tengo gran aversión y aborrecimiento a la Cruz?
¿En qué forma necesito abrazar la Cruz con ambos brazos?
¿Qué tan fervoroso soy en tratar de vivir los Votos / Promesas de los Intercesores del
Cordero, de pobreza, castidad, obediencia y celo de las almas?
¿En qué forma puedo mejorar mi manera de vivir el espíritu de los votos?
¿Tengo tendencia a ser egoísta?
¿Me fijo en lo que quiero y necesito, olvidando las necesidades de mi prójimo?

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¿Qué hago que me ayude a acordarme primero de los demás? ¿Disfruto de los deleites de
mi carne a costa de mi familia? ¿Cómo estoy dando ejemplo a mi familia en la práctica de la
penitencia?

Pon atención a cualquier área en que estés expuesto a la gula física o espiritual. Deja que el
Espíritu Santo haga brillar Su luz y te muestre lo que ve. Pídele al Señor que te muestre
porqué buscas consolación de esa manera, y que te dé consejo y dirección. Anota en el
diario cualquier inspiración.
Ora pidiendo las virtudes de templanza y prudencia.

101
Capítulo 6
Pereza

El poder de los guerreros de oración es la oración misma. El pecado capital de la pereza,


otra de las cabezas del dragón, interfiere con ese poder de la oración. Santo Tomás define la
pereza como “flojera de la mente que se descuida de comenzar el bien. Es como una tristeza
oprimente que pesa tanto sobre la mente del hombre que no quiere hacer nada” (A Tour of
the Summa, 35-1). Es un amor desordenado al descanso que nos lleva a descuidar o a omitir
las obligaciones físicas, mentales y espirituales. Eso saca inmediatamente a la pereza del
campo físico solamente, y la pone también en el campo mental y espiritual. Hay cuatro tipos
mayores de pereza: pereza de la mente, pereza de la voluntad, pereza del cuerpo y pereza del
espíritu (que trataremos más adelante).
La pereza de la mente se manifiesta en la indolencia del pensamiento, en el uso inútil
e indeterminado de la mente. Podemos estar intelectualmente apáticos, dormidos o
adormecidos, especialmente a la hora de la oración. Tal vez por eso sea que San Pablo dice:
“Ya es hora de despertar” (Rom 13,1 I) porque hay un pecado acechando a la puerta.
La pereza de la voluntad se manifiesta cuando somos realmente flojos y no tomamos
ninguna determinación. No tomar una determinación es realmente escoger algo. La pereza
de la mente puede manifestarse refunfuñando o quejándose de que todo no está como
quisiéramos, y por eso habrá muchísima tardanza. El Espíritu nos iluminará para ver cómo
se manifiesta en nuestra vida, pero básicamente se manifiesta cuando no hacemos ningún
esfuerzo. Es falta de entusiasmo. Puede ser que no estemos haciendo el esfuerzo de contestar
una carta, una llamada telefónica, sobre todo de un amigo, o estemos posponiendo las cosas
pequeñas, como las ocupaciones de la casa, o dejando que se apilen las cosas sobre el
escritorio. La pereza es engañosa, porque puede estar muy escondida en cosas pequeñas. Pero
últimamente, en el fondo, la pereza de la voluntad es evitar las obligaciones y las cosas de que
somos responsables y que deberíamos de estar haciendo.
La pereza del cuerpo es retardar el paso de nuestra actividad, por tener demasiado
descanso. Estamos desequilibrados. Eso podría ser cuando vamos realmente a paso de
tortuga, pero esa no es la única forma en que se manifiesta. La pereza puede ser muy
engañosa y oculta. Una de las mejores maneras de descubrir la pereza es por medio de la
actividad. Nosotros pensamos que la actividad es totalmente opuesta a la pereza, pero la
pereza es actividad por cosas que no debemos hacer. Nos hace muy flojos en lo único que es
necesario. Jesús dijo a Marta: “Marta, Marta, tú te inquietas y te preocupas por muchas cosas.
En realidad una sola es necesaria” (Lc 10,41). Podemos estar muy activos en muchas cosas,
pero descuidamos nuestra vida espiritual y nuestra relación con Dios. Podemos ver a una

102
persona muy atareada, haciendo buenas obras, pero que no tiene tiempo para orar. No tiene
tiempo para escribir el diario. No tiene la disciplina de la vida interior.

Cómo se Manifiesta
la Pereza en Mí

Debemos tener cuidado de nosotros mismos físicamente, descansar adecuadamente, y


comer de una manera apropiada porque si no, estaremos físicamente cansados para orar, y
de esta manera puede entrar la pereza. Recuerden que la caridad comienza en casa. Tenemos
que cuidarnos, para que podamos dar lo mejor de nosotros a Dios.
La pereza es una indolencia mental y espiritual que puede llevarnos a la indolencia
física. La pereza es muy sutil. Los escritores espirituales dicen que este pecado en particular
es más dominante en estos tiempos que en tiempos anteriores. ¿No es eso curioso? Aun con
todos los aparatos que tenemos, no tenemos suficiente tiempo para hacer el esfuerzo de
crecer en la vida espiritual. Una indolencia se ha apoderado de nosotros. Puede manifestarse
como indiferencia. “Que otro lo haga”. Puede aparecer cuando no hacemos algo tan bien
como podríamos hacerlo. La Escritura dice: “(Jesús) Todo lo ha hecho bien” (Mc 7,37). La
pereza puede mostrarse cuando hacemos las cosas a medias o mal hechas.
Recién convertida, todo esto era nuevo para mí. Yo tenía algunos hábitos que el Señor
me dejó ver claramente, especialmente durante mi primer año como Católica. Entonces yo
compartía un apartamento con otra muchacha, y mi director espiritual me llamó. El iba a
venir para bendecir a nuestra mascota que era un pájaro. Cuando llamó me dijo: “Estaré allí
en veinte minutos”. El apartamento estaba absolutamente desarreglado. La limpieza de casa
no era una prioridad para ninguna de nosotras, así que juntamos los platos sucios y los
metimos en el horno, barrimos todo dejando la basura en los rincones. Si había alfombra, la
escondimos debajo de ella. Esa es pereza en su apogeo. Fué desastroso, porque sólo teníamos
veinte minutos.
Para cuando el sacerdote entró por la puerta, el apartamento parecía bastante decente.
Pero más tarde en mi oración, el Señor me llamó la atención sobre eso. Me empezó a mostrar
que eso es pereza. Me dijo: “Esa es una gran falta de responsabilidad. En primer lugar, yo sé
dónde están los platos y la basura”. Me hizo comprender que dejar que la flojera nos invada
es una falta de responsabilidad. Me dijo que, en primer lugar, si hubiéramos estado viviendo
responsablemente día tras día, el apartamento no hubiera estado tan desarreglado.
Cualquiera hubiera podido llamar y venir en cualquier momento, y hubiéramos tenido un
lugar bastante limpio, pero nosotras teníamos la costumbre de vivir de esa manera. Teníamos

103
otras prioridades, y por eso descuidábamos nuestra responsabilidad de mantener arreglado
el lugar donde vivíamos.
Yo realmente aprendí la lección. Creo que tenía que oirlo directamente de Dios, que es
irresponsable y peligroso dejar que la pereza invada en cualquier forma nuestras vidas,
porque a finales de cuenta interferirá con nuestra vida de oración. Hay un estado de
despreocupación que puede venir, contra el cual debemos estar alerta todo el tiempo. La
mediocridad se infiltra muy pronto hasta tal punto que no nos importa nada. Si estamos tan
ocupados que no podemos hacer oración, no nos fortaleceremos, y vendrá la fatiga y el
aburrimiento. No tenemos energías porque no tenemos esa Energía No Creada dentro de
nosotros; no estamos usando el poder y la energía del Espíritu Santo. No hay gozo. No
estamos esforzándonos para conseguir la perfección. Somos tibios y por eso andamos
buscando arreglos y términos medios, lo cual es muy, muy peligroso. Jesús tiene palabras
muy serias para los que son tibios. “Yo sé todo lo que haces. Sé que no eres frío ni
caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero como eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré
de mi boca” (Apoc 3,15-16).
A un nivel más profundo, la pereza nos llevará al desaliento, al malhumor y al estado
de depresión del que después de un tiempo no podremos salir. El desaliento es una de las
principales armas de Satanás. Le encanta usar esa arma, porque sabe que nos alejará más y
más del que nos puede dar ánimo, afirmación y esperanza. Eso pasa porque nuestra relación
de amor con Dios ha sido socavada. La pereza es muy dañina, y finalmente nos paralizará.
La pereza tiene tantas maneras de manifestarse en nuestras vidas que ni siquiera nos damos
cuenta de ellas. La habilidad de ocultarse y de engañar hacen que sea tan mortal.
La pereza lleva a la depresión y a una tristeza que nos oprime, porque empezamos a
vivir nuestra vida sin Dios. Se pierde la razón de vivir, lo cual conduce a la ceguera espiritual
y a la debilidad de la voluntad, porque no se están haciendo decisiones que requieran algún
esfuerzo. Todo lo relacionado con la vida espiritual requiere esfuerzo; no se consigue como
algo natural. No es natural ser Cristiano, y definitivamente no es natural ser santo.
Parte de la personalidad de este pecado es que nunca termina nada. Nunca termina los
proyectos. Muy fácilmente se aburre y se cansa. Fácilmente pierde interés porque carece de
aliciente. Cuando este pecado se apodera de nosotros, no tenemos nuestra mira en Dios. Una
cosa curiosa acerca de la pereza es que podemos crecer con ella y ni siquiera darnos cuenta
de ella. Es como la contaminación del aire, que simplemente empieza a llegar más y más y
más a la ciudad, y nosotros seguimos viviendo con ella. Podemos empezar a vivir con la
pereza como si fuera una amiga. Es tan engañosa. En nuestra cultura hoy día tenemos hornos
de microondas, no tenemos que ir fuera a ordeñar las vacas, y no tenemos que lavar el piso
con nuestras manos y de rodillas. Tenemos todas estas comodidades modernas, pero sin
embargo tenemos menos tiempo que antes. Algo no está funcionando bien, y está dando una
gran oportunidad a la pereza para que venga a nuestras vidas.

104
Una vez más, la pereza es mortal porque es engañosa y se manifiesta en actividad,
particularmente en actividad de cosas buenas. Una manera de descubrirla es no tanto por
medio de las cosas maravillosas que estamos haciendo, ni tampoco por medio de las cosas
que creemos ser necesarias para nuestra vida diaria, sino por medio de las respuestas que
demos a la siguientes preguntas: ¿Qué esta sucediendo en mi vida espiritual? ¿Qué está
sucediendo en mi relación con el Señor? ¿Me está entrando la indolencia espiritual? ¿Estoy
omitiendo mi tiempo de oración? ¿Lo estoy acortando? ¿O estoy soñando despierto, o leo
para que se pase el tiempo? Tenemos que examinarnos muy de cerca. ¿Qué esta sucediendo
primeramente con la relación entre Dios y nosotros? Esas preguntas nos ayudarán para
descubrir la pereza.
La pereza es destructora del amor, y cuando empieza a socavar nuestra relación con
Dios, afectará también nuestra relación con los demás. La pereza nos desanimará, porque la
pereza nos priva de oración. No estamos siendo fortalecidos por el amor; no nos estamos
poniendo en contacto con Dios, y por eso nos fijaremos en las cosas negativas y nos haremos
criticones. ¿Han tenido ustedes alguna vez una idea maravillosa y alguien les ha dicho: “Eso
no sirve”? La pereza hace que los otros se desanimen y que ni siquiera intenten hacer nada.
Nos hacemos pesimistas porque hacer eso es tomar el camino más corto. Podemos sentarnos
al margen y decir: “Bueno, yo te dije que eso no servía. ¿Para qué te tomaste tanto trabajo?”.
La pereza nos puede llevar a ser criticones. Puede traernos cólera y descontento.
En otras palabras, podemos simplemente perder todo interés, lo cual puede
manifestarse de maneras muy sutiles. Recuerdo haber tenido un cambio de superioras en el
convento. La nueva superiora me pareció muy buena, pero en ella había una cualidad que
nunca antes había visto en nadie. Ella era diferente. Nunca se disgustaba; nunca se enojaba;
nunca miraba a la gente a los ojos. Tal vez ella pensaba que ser diferente o distante era una
virtud. Ella nunca tenía nada que decir. Podía pasar junto a uno como si no hubiera nadie
allí. ¿Les ha sucedido eso a ustedes? Sencillamente uno no está presente para esa persona.
Recuerdo haberle dicho al Señor: “Preferiría que se enojara conmigo, o que hasta me odiara.
Por lo menos así ella sabría que yo estoy aquí”. Esta clase de indiferencia hace que perdamos
todo interés. No hay nada semejante a eso.
La pereza nos convencerá que debemos contentarnos con evitar el pecado, en cambio
de tomar decisiones positivas para desarraigarlo. Puede convencernos de: “Bueno, yo no
estoy haciendo nada que realmente disturbe la paz. No estoy haciendo nada que de veras
ofenda a Dios”. Pero por otra parte, ¿qué estoy haciendo para promover y hacer crecer la
amistad entre la gente y para hacerme más servicial?
¿Cómo se manifiesta la pereza en mí? ¿Se muestra disfrazada de actividad o como algo
bueno? Todos somos personas ocupadas, y todos hacemos cosas buenas, pero ¿estamos
haciendo lo mejor? ¿Hemos escogido la mejor parte? ¿Hay equilibrio? ¿Se muestra la pereza
en mi vida por medio del aburrimiento? ¿He dejado de poner atención al escuchar las
homilías? ¿Me distraigo fácilmente? ¿Pongo empeño en mi trabajo o hago un trabajo

105
descuidado? ¿Me gusta demasiado el descanso? Ese no es un descanso que necesitamos
porque estamos cansados. Hay una actitud, un espíritu de indolencia, que puede estar en
nosotros. ¿Es nuestra actitud: “Que otro lo haga”? ¿Se ha entibiado mi amor? ¿Tengo una
actitud descuidada por ciertas cosas? ¿Soy moroso?
La tardanza puede ser una manifestación de pereza. No hablo de las excepciones sino
de llegar consistentemente tarde. Cuando yo estaba en la universidad tenía una amiga que
siempre llegaba tarde, y mi madre me decía: “A cualquier hora que planeen salir, ten por
seguro que te va a recoger treinta minutos más tarde. Esa es su costumbre”. Eso me dio
mucha paz. No era esa una excusa para mis amigas por llegar tarde, pero cambiaba la manera
en que podía yo entender la tardanza y conservar mi paz. La tardanza es un retoño del pecado
de pereza, porque en realidad no nos importa lo suficiente para que tratemos de llegar a
tiempo.
Mi hermano tiene muchas virtudes muy hermosas y siempre llega a tiempo. Una vez
le pregunté sobre eso: “Tú siempre llegas a tiempo. ¿Como adquiriste ese hábito? ¿Qué
motivo tienes para hacer eso?”. El me contestó: “El amor y el respeto que tengo por las
personas con quien voy a estar. Les debo ese amor y ese respeto”. El sentía que no estar a
tiempo demostraba falta de respeto. Su respuesta se me grabó en la mente. La tardanza
principia con una falta de caridad, como todos los pecados.
Otra manera de descubrir este pecado, por lo menos al principio, es si tratamos de dar
excusas para librarnos de estudiar o hacer nuestras tareas. ¿Soy una persona que no termina
los proyectos que empiezo? ¿Tengo la tendencia de dejar las cosas sin terminar? Puede ser
un poema que empecé a escribir. Puede ser un libro que empecé a leer. Puede ser un
proyecto en casa o en el trabajo. ¿Me canso fácilmente de las cosas? ¿Busco excusas para
no hacer las cosas?
Una razón por la cual la pereza es tan general hoy día es porque estamos viviendo en
una cultura de muerte, como la llama el Papa Juan Pablo II. La pereza prevalece en una
sociedad que carece de pasión por la verdad. Si no tenemos pasión por la verdad, buscaremos
cosas que nos hagan sentirnos bien. San Agustín decía: “El que tiene a Dios lo tiene todo, y
el que tiene todo menos a Dios no tiene nada”.

En Mi Vida Espiritual

Cuando somos espiritualmente indolentes, vendrán todas otras clases de pecados -


todas las otras seis clases, para ser más exacto. Santo Tomás de Aquino y San Gregorio decían
que la pereza era la raíz de muchos otros pecados. Cuando empezamos a eludir las cosas
espirituales y cualquier cosa que tenga que ver con Dios, y empezamos a sentir disgusto por
ellas, entonces estaremos mucho más receptivos para las cosas de la carne y del mundo.

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Entonces fácilmente cometeremos otros pecados. En otras palabras, si no encontramos
ningún placer espiritual en la oración o en las cosas de Dios, buscaremos los placeres en otro
lugar. Mucha gente busca esos placeres en actividades, o en hacer cosas para Dios, sin tener
ya tiempo para estar con Dios.
Así pues, este pecado de pereza espiritual es muy peligroso. Nos llevará a sentir
repugnancia y disgusto de las cosas espirituales y del proceso de santificación en nuestras
propias almas porque eso requiere mucho esfuerzo y trae consigo exigencias que ni siquiera
queremos considerar. La idea de entrar por la puerta angosta, nos entristece y nos repugna.
No queremos trabajar por la santidad, para llegar a ser santos, o una persona bondadosa,
amable, generosa y paciente. La pereza nos impide buscar y conseguir la perfección. No
estamos realmente muy interesados.
Una vez yo estaba luchando con la pereza y no había estado haciendo mucha oración.
Mi director espiritual era un hombre muy santo y en seguida se dio cuenta. Me dijo: “Esa no
es una manera santa de actuar. Tu debes actuar de esta manera si quieres llegar a ser una
santa”. Inmediatamente me di cuenta de la palabra santa, y recuerdo que le dije: “¿Santa? ¿A
quién le interesa ser una santa?”. Yo estaba tan envuelta en el problema que tenía, para
preocuparme por ser una santa. Eso es lo que la pereza nos hace. Nos desvía de la voluntad
perfecta de Dios respecto a nosotros, que es que lleguemos a ser santos. Si dejamos de orar
con intensidad y dejamos de ponernos en contacto con Dios, entonces nuestro amor por la
voluntad de Dios respecto a nosotros, empezará a entibiarse en nosotros, y no estaremos
interesados más por la santidad. Estaremos más interesados por lo que esté sucediendo en
nuestra pequeña vida, que por lo que Dios desea hacer en nuestras vidas. Nuestros propios
pecados personales nos echarán hacia abajo, para que no podamos ser utilizados en el
poderoso ministerio de llevar las cargas, al que Dios nos está llamando como guerreros de
oración.
La pereza espiritual nos tentará a que omitamos nuestros deberes espirituales. Por
ejemplo, el examen de conciencia puede hacerse fastidioso, y por eso empezamos a omitirlo
y ya no reconocemos nuestros pecados ante Dios. Vamos a la reconciliación con menos
frecuencia y cuando vamos, nos quedamos en la superficie con las mismas cosas de siempre.
Hay tendencia a la pereza en escribir nuestro diario, porque para algunos escribir el diario
puede ser una labor difícil. Es una disciplina. No es algo que hacemos naturalmente.
Tal vez no dejemos totalmente de orar, pero cederemos a la tentación de acortar la
oración, cinco, diez o quince minutos. Esa es una tentación muy real cuando entra de esta
manera la pereza espiritual en nuestra vida, porque en la vida espiritual hay tiempos de
sequedad. Hay tiempos de desierto. Hay tiempos de mucha aridez. Teresa de Ávila
experimentó quince o veinte años de tremenda aridez. A veces ella sacudía su reloj de arena
tratando de hacer que el tiempo de oración pasara más rápido. Pero no desistió. Permaneció
fiel. Perseveró. No cayó en la pereza espiritual. Cuando superó la aridez, llegó a ser una de
las místicas más grandes que la Iglesia ha visto. Tal vez nosotros no tengamos un reloj de

107
arena para sacudirlo, pero tenemos relojes de pulsera y podemos estar inquietos. Sabemos
toda clase de artimañas para hacer que el tiempo corra más rápido, tales como leer o soñar
despiertos durante el tiempo de oración.
La pereza se dejará ver en nuestra actitud cuando estamos orando. Por ejemplo,
¿oramos por mera rutina porque tenemos que hacerlo? ¿Cuál es nuestro motivo? ¿Oramos
en una posición demasiado relajada que fácilmente nos ponga a dormir? San Ignacio dice
que oremos en la posición que sea mejor para nosotros. De rodillas puede ser la mejor
posición para algunos, mientras que para otros puede ser muy incómoda y una gran
distracción. Si encontramos que oramos en una posición demasiado cómoda, de la que nos
despertamos una hora más tarde, quiere decir que tenemos que hacer algún cambio. Si
encontramos que estamos orando a medias, apresurándonos para terminar pronto las
oraciones, o haciendo propósitos que nunca cumplimos, la pereza está trabajando dentro de
nosotros.
A veces, cuando estamos pasando por períodos de purificación, puede venir el
aburrimiento. Tenemos que tener mucho cuidado de no ceder a la pereza y de no dejar de
perseverar en la oración, porque la tendencia es a querer huir. Tenemos maneras muy
sofisticadas para huir. En lo que me toca a mí, yo solía hablar por teléfono por mucho tiempo;
siempre tenía que llamar a alguien. Entonces el Señor me mostró: “Tú estás huyendo. Esa no
es lo más importante ahora. Esa no es la cosa necesaria”. Tenemos toda clase de otras cosas
que hacer.
Cuando la pereza espiritual se infiltra dentro de nuestras vidas, destruirá nuestro amor
de Dios. Nos arrancará, antes que nada, el hambre y la sed de Dios. El Rosario se nos hace
aburrido. La oración se nos hace aburrida. Podemos llegar a pensar: “Oh, ya he leído ese
pasaje bíblico tantas veces. No saco nada de él. Ya leí ese libro. Ya he oído la cita de ese santo.
Es aburrida. ¿Porqué tengo que estar tanto tiempo delante del Santísimo Sacramento? El
nunca me dice nada a mí. Es fastidioso”. Todas esas pueden ser tentaciones de pereza
espiritual, y destruirán nuestro amor y la relación de amor con Dios. La pereza espiritual
puede traernos depresión porque no estamos recibiendo vida ni paz; no nos estamos
poniendo en contacto con Dios. El alma se entristece profundamente y sobreviene una
pesadez muy grande. Todo se hace difícil.
La pereza nos animará a buscar gratificación espiritual, que usualmente consiste en
buscar nuestro propio gusto y llegaremos hasta a tratar de convencer a Dios de que nuestra
manera es la mejor. Si Dios no hace las cosas a nuestra manera, decimos: “Bueno, no era la
voluntad de Dios”. ¿Ven cómo la pereza puede ocultar la verdad? Puede esconderla.
Fácilmente podemos decir: “Bueno, no creo que Dios realmente quería eso”, pero en el
fondo, sabemos que no nos acercamos a El lo suficiente para averiguar lo que quería porque
la pereza nos mantiene separados. Parece que hay un gran placer en hacer cosas a nuestra
manera, mientras que hacerlas según la voluntad de Dios requiere mucha energía. Conozco
personas que prefieren no hacer oración porque tienen temor de descubrir lo que Dios quiere

108
y requeriría mucho esfuerzo hacerlo. Es algo así como el dicho de que la ignorancia es una
felicidad, pero realmente no lo es.
Hay personas que teniendo el don de Conocimiento se dan cuenta de lo que Dios
quiere para ellos, y hacen la voluntad de Dios, pero se quejan de que es muy difícil. Son como
niños pequeños que tienen que hacer la voluntad de sus padres, quejándose en alta voz y
arrastrando los pies todo el tiempo. Pueden quejarse de que no es lo que ellos prefieren y que
por eso no lo hacen con alegría. Esa es una forma de manifestarse de la pereza. Siguen la
voluntad de Dios, sólo porque saben que eso es lo que quiere, y por eso “tienen que hacerlo”.
Lo van a hacer sólo por obediencia, pero no les va a gustar. Por eso no lo hacen con alegría,
ni los conduce a ninguna parte.
No es que El haya dejado de amarnos, sino que no nos estamos poniendo en contacto
ni comunicándonos con El. “Señor, estoy demasiado ocupado. Ahora mismo, estoy muy
ocupado sirviéndote a ti”. También podemos estar demasiado ocupados con nuestras
familias. En particular, los padres tienen que tener mucho cuidado, pues pueden estar tan
ocupados con el mantenimiento de la familia, y llevando a los hijos de un lado para otro a
diversas actividades, que el hermoso tiempo de intimidad del uno con el otro, se acorta y se
acorta, y hasta puede llegar a desarrollarse en un problema para su matrimonio.
San Juan de la Cruz dice que la pereza aparecerá en nuestra vida espiritual de acuerdo
a dónde estemos en nuestra jornada espiritual. Los principiantes comúnmente vienen a la
vida espiritual con muchas consolaciones. Así es cómo Dios nos atrae, y cuando Dios
empieza a cambiar y nos lleva más adentro, y nos despoja de todo el exceso que traemos,
podemos ponernos muy perezosos porque eso no nos gusta. De pronto, la oración adquiere
mal sabor. Es aburrida. Ya no recibimos esos animalitos de peluche calientitos y la tendencia
es de desistir y marcharse, sobre todo en los principiantes, porque los principiantes sólo
quieren continuar con lo que los hace sentirse bien. Tal vez hemos oído decir: “Bueno, yo ya
no voy más a Misa. En realidad, no saco nada de ella”. Ese es un principiante: “Si no hay nada
para mi en eso, no lo voy a hacer”. Tenemos que tener mucho cuidado con la pereza en
nuestra oración, porque si vamos a crecer en madurez, tenemos que crecer más allá de ese
deseo de las cosas fáciles.
San Juan de la Cruz decía que cuando Dios lleva las almas a través de la noche oscura
(lo cual las purifica para el verdadero amor ágape) y se acercan a la Cruz, ese es el punto
donde la mayoría de la gente da la vuelta y se aleja. No tienen esa madurez, no tienen esa
energía, y no tienen esa conexión de amor con Dios. El decía que no quieren pasar por el
matorral donde las espinas y el sufrimiento son la orden del día, para llegar a una unión más
profunda. La pereza llega a ser muy mortal en la vida espiritual, porque tratará de impedir
nuestra unión con Jesucristo crucificado, que es la unión más importante para todos
nosotros porque todo poder y sabiduría viene de la Cruz. Allí es donde el pecado recibe
totalmente la muerte.

109
Parecerá muy costoso hacer la voluntad de Dios, hasta que empecemos a amar más y
más a Dios. Entonces lucharemos más para llegar a ser como Jesús, y para hacer sólo y
siempre lo que agrada al Padre, lo cual nos traerá un gozo inmenso. Cuando Jesús colgaba
de la Cruz, no estaba haciendo ningún ministerio como los que había hecho antes, pero la
energía y la disciplina para permanecer allí y someterse a la voluntad de Dios fue una labor
muy grande. Tenemos que preguntarnos a nosotros mismos si se manifiesta eso en nuestra
vida de oración.
El pecado de pereza es probablemente el más común y mortal pecado hoy día en la
Iglesia. Es tan eficaz y engañoso. Nos mantiene ocupados, ocupados, ocupados con muchas
cosas, pero holgazanes para nuestra vida espiritual, flojos para nuestra relación con Dios,
perezosos para la única cosa que es importante. Estamos tan ocupados haciendo cosas
buenas que estamos demasiado ocupados para poder orar, demasiado ocupados para poder
tener correctas nuestras prioridades, y demasiado ocupados para buscar primero el Reino de
Dios. Estamos demasiado cansados para hacer oración, y pensamos: “Dios entenderá porque
estamos muy ocupados haciendo buenas obras por El”.

Combate Espiritual

Una de las cosas más mortales de la pereza es que puede causar demora. Puede demorar
el momento de Dios. Puede retardar el plan de Dios para nosotros, y puede atrasar a los
demás, incluso a nosotros, en la marcha hacia adelante. Podemos ser obstáculos para otros
si no los estamos animando y aplaudiendo para que avancen. El Señor me dio a entender
durante la oración, hace bastante tiempo, que esa demora es definitivamente del enemigo.
La pereza viene del enemigo. Es una de las cabezas del dragón. Una vez el Señor me mostró
que Satanás sabe que no puede detener esta obra para la que el Señor me llamó del convento,
pero que una de sus tácticas será demorarla. Demora, demora, demora. ¿Han tratado ustedes
alguna vez hacer algo, o ir a algún lugar, y constantemente son demorados? Después de
cuatro o cinco veces, finalmente empiezan a darse cuenta: “Aquí hay alguna interferencia.
Esto no es normal. Aquí hay algún espíritu de pereza”. La pereza sofoca el crecimiento, ahoga
las nuevas ideas y puede frenar a aquellos que quieren probar cosas nuevas para mejorar una
familia o una comunidad. La pereza causa mucha división porque trabaja contra la unión y
tarde o temprano nos alejará de los miembros de la familia y de la comunidad. Crea
aislamiento y últimamente debilitará a todo el grupo.

110
Remedios
Don del Espíritu Santo:
Conocimiento

El don de Conocimiento es el don principal del Espíritu Santo para ayudarnos a


combatir el pecado de pereza. El Conocimiento es un don que Dios nos da para que
conozcamos lo que El conoce. Es un don para tener la mentalidad de Jesús. San Pablo decía:
“No sigan la corriente del mundo en que vivimos, más bien transfórmense por la renovación
de su mente. Así sabrán ver cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, lo que le agrada, lo
que es perfecto” (Rom 12,2). Si no tenemos este don de Conocimiento, no tendremos todo
el discernimiento de lo que es la voluntad perfecta de Dios. Queremos conocer Su voluntad
perfecta, no Su voluntad permisiva. Mucha gente vive de lo que Dios les permite que hagan,
porque ellos no le preguntan cuál es Su voluntad perfecta. El don de Conocimiento nos
permite conocer Su voluntad perfecta, para que actuemos con ese don hacia una unión más
profunda.
Ese gran don de Conocimiento nos ayudará a ver más allá del momento presente, para
que podamos ver que nuestra actividad e indiferencia están poniendo en peligro nuestra
relación con Dios. Nos ayudará a ver dónde la apatía se está infiltrando y está destruyendo
nuestra relación con Dios. Nos mostrará que no estamos siendo alimentados ni estamos
nutridos; que no estamos aprendiendo ni comunicándonos con Dios.
El Conocimiento es puro don. Sale de nuestra intuición. Es un santo conocimiento de
las cosas que Dios ha creado, de lo que Dios quiere, y el conocimiento nos dará poder y
energía para hacer Su voluntad. Los teólogos llaman al Conocimiento “la ciencia de los
santos” porque los santos tenían ese don que actuaba en ellos de manera extraordinaria. Los
santos no tenían miedo a ese cometido de amor, no tenían miedo a pagar su precio, y
trabajaron para conseguirlo. Ellos tenían conocimiento de la voluntad de Dios y
conocimiento de la verdad, y tenían esmero en su cumplimiento. Los intercesores necesitan
ese don de Conocimiento para conocer los caminos de Dios y Su plan que nos pone en el
sendero santo hacia la perfección. Algunos santos decían que el don de Conocimiento es casi
como una segunda conversión.
El don de Conocimiento es un grandísimo don de poder, porque nos permite conocer
lo que Dios conoce. El conocimiento en sí mismo es poder. Satanás lo sabe, y quiere que
permanezcamos ignorantes de lo que Dios conoce. El pecado de pereza puede mantenernos
ignorantes; puede alejarnos de Dios y de Su conocimiento que nos dará poder sobre el
enemigo. Los guerreros de oración necesitan conocer lo que Dios quiere que conozcamos.
Salomón decía: “Vanidad de vanidades. Todas las cosas son vanidad” (Ec 1,2). Ese es
el don de Conocimiento en acción. San Pablo lo entendía muy bien cuando decía: “Todo lo

111
tengo al presente por pérdida, en comparación con la gran ventaja de conocer a Cristo Jesús,
mi Señor” (Fil 3,8). San Francisco de Asís también tenía activo en él ese don de Conocimiento
en un grado muy elevado. Evidentemente tenía el amor que Dios tiene a la creación; todo lo
que Dios creó le hablaba a él de Dios. Los santos dicen que con ese don de Conocimiento el
mundo entero se convierte en una gran catedral. Podemos ver en todas las cosas la mano de
obra de Dios. Empezamos a enamorarnos más y más de Dios y de todo lo que El ha hecho.
Eso nos llevará a un nivel muy elevado de desprendimiento que a la vez nos unirá muchísimo
a Dios. El Conocimiento nos dará el valor y la energía para querer hacer siempre todas las
cosas para agradar, dar gracias y alabanzas a Dios.
Una vez el Señor me enseñó acerca del desprendimiento. Me mostró una imagen de El
y de mí misma caminando juntos, de la mano. En la mano que tenía libre, yo tenía adheridas
otras cosas. Así pues, yo caminaba de la mano con Dios, pero todavía apegada a otras cosas,
y El me dijo: “Despréndete de ellas”. Yo le respondí: “¿Desprenderme de ellas? El me dijo:
“Mejor aún, simplemente toma Mi otra mano”. El es un maestro de psicología, ¿No es así?
¡Prueben hacer eso alguna vez! Cuando tomamos las dos manos de Dios, nos pone cara a
cara con El. Estamos fijos en El. ¡Estamos en camino seguro! Verdaderamente quiere que
estemos fijos en El. A medida que el pecado disminuya en nuestra vida, se nos hará más fácil
girar rápidamente hasta ponernos cara a cara con El.
El Conocimiento nos da el poder de oración que tanto necesitamos. “Oren sin cesar”
(1 Tes 5,17). Nada podría ir mejor en contra de la pereza que orar sin cesar. “Vivan orando
y suplicando. Oren en todo tiempo según les inspire el Espíritu” (Ef 6,18). “El que se
mantenga firme hasta el fin se salvará” (Mt 10,22). “Por la paciencia y la perseverancia se
salvarán” (Lc 21,19). Por lo tanto no podemos desistir. No podemos desistir.
En los primeros días cuando este llamado se empezaba a materializar, hubo tantos
altibajos. El enemigo estaba constantemente haciendo lo que podía para detenerlo. Todavía
no nos habíamos movido a nuestro edificio central. La gente todavía estaba yendo y viniendo,
y era difícil juntar una comunidad porque no teníamos un lugar dónde reunirla. Por eso
estaban algún tiempo aquí y luego se iban. Después de un tiempo yo ya me estaba
desanimando. Empezaba a pensar: “¡Oh Señor!, ¿cuánto tiempo más? ¿Cuánto tiempo más
voy a estar aquí sola? ¿Cuánto tiempo tengo que aguantar las continuas bofetadas del
enemigo? ¿Cuánto tiempo voy a estar sin la comunidad que necesito tan desesperadamente?
¿Cuánto más tiempo. Señor?”. Mis pensamientos fueron aún un poco más allá - “Tal vez
debería irme de regreso al convento”. Allí era exactamente dónde el enemigo quería que me
fuera.
Recuerdo cuando por primera vez pensé que debería regresar al convento. Este
pensamiento me vino un Domingo por la mañana. Yo vivía allí mismo en la propiedad de la
iglesia, en una ermita. Era Día de los Padres, y la iglesia estaba repleta. El sacerdote comenzó
una hermosa homilía sobre el Padre Celestial, y de pronto, se detuvo y cambió el curso de su

112
homilía. Cambió completamente el tema, y dijo: “No desistas. ¿Me oyes? Alguien por allí está
a punto de desistir. ¡No desistas!”.
¡Oh Dios mío! Yo escuché eso. Lo cual me dio una inyección de adrenalina y me
devolvió la energía. La palabra de Dios entró directamente dentro de mi corazón, y quedé
llena de energías. Supe que era el Señor, y jamás fui de nuevo tentada de desistir. Siempre
alabo y doy gracias al Señor por la obediencia al Espíritu de ese sacerdote. El sacerdote me
dijo más tarde: “No tenía idea a quién estaba hablando, pero el poder del Espíritu era tan
fuerte que me olvidé de toda la homilía”. Ese fue un Día de los Padres, que ninguno de los
dos jamás olvidaremos.

Palabras desde la Cruz

Todos estamos llamados a ser víctimas del amor misericordiosísimo de Dios y por eso
somos conducidos más y más a la Cruz. Nuestra consagración, nuestro compromiso de vivir
a Jesús y Su Cruz, ciertamente nos fortalecerá contra los ataques de la pereza. Con la sexta
palabra de Jesús: “Todo está cumplido” (Jn 19,30), El está abriendo una brecha a través de la
pereza. El perseveró. Permaneció con Su obra. Esa es la intercesión en su mejor momento.
“Te he glorificado en la tierra, cumpliendo la obra que me habías encargado” (Jn 17,4). Esa
labor de amor debería ser muy conocida de todos los intercesores.
A consecuencia de la lucha contra la pereza, se producen excelentes frutos. Se restablece
la alegría. No hay alegría como esa porque somos libres. Hay una fe muy grande en nosotros
de que podemos hacerlo. Podemos ser fieles, porque Dios puede darnos la gracia. Podemos
hacerlo cada día.
Jesús terminó la obra que el Padre le había encomendado y perseveró en ella en las
buenas y en las malas. Podemos tomar un día a la vez para perseverar en nuestro trabajo. A
veces, esa parece ser la única gracia que tenemos - para perseverar. ¿Podremos perseverar en
nuestra intercesión, particularmente cuando vemos que no sucede nada? ¿Podremos
perseverar cuando la Cruz se pone pesada, y queremos alejarnos, empacar las maletas y huir?
Puede ser que hagamos eso muchas veces mentalmente, pero hay una fidelidad que se
enfrenta contra la pereza. Podemos elegir ser fieles y perseverar en nuestro cometido. Si
queremos estar ocupados en algo, podemos estar ocupados en la obra que el Padre nos ha
dado - nuestra santificación.
La pereza es uno de los pecados más ocultos. Es tremendamente engañoso y escondido.
Necesitamos examinarlo para ver dónde prevalece en nuestra vida, y podamos hacerle frente.
Queremos ser capaces de decir con Jesús: “Padre, he terminado de hacer la obra que me
habías encomendado que hiciera”. No la obra que yo escogí. No todas las cosas por las que
yo quiero andar corriendo, sino la obra que Tú me encomendaste que hiciera. La obra más

113
importante de Jesús fue una de redención. Fue una de intercesión, poniendo a las almas en
contacto con el Padre. Por lo tanto hemos sido llamados a hacer una obra gloriosa y santa.
La pereza va a tratar de socavarla, de detenerla, o por lo menos de retardarla. “Dios dispone
todas las cosas para bien de los que lo aman, a quienes El ha llamado según Su propio
designio” (Rom 8,28).

Virtudes:
Amor y Obediencia

Siempre hay más de una virtud para ayudarnos a contrarrestar los pecados capitales.
La virtud dominante aquí será el amor manifestado por medio del sacrificio de obediencia.
Obedecer pronto a Dios ayuda mucho en la pelea contra la pereza. Tan pronto como
entendamos lo que El está diciendo, debemos hacerlo inmediatamente. Si posponemos
obedecer, estamos demorando y cayendo en ese pecado. La demora es dominante en nuestra
sociedad. Podemos hacerlo todo con amor.
La perseverancia puede superar la tibieza. Eso es muy importante para los intercesores
y para los guerreros de oración, porque estamos en un ministerio que cuando oramos por
otros cargamos con sus pecados. Una vez que podamos deshacemos de nuestros propios
pecados personales, estaremos más capacitados para cargar el pecado ajeno junto con Jesús
y llegar a ser corderos víctimas. San Pablo decía: “Completo en mi carne lo que falta a los
sufrimientos de Cristo, para bien de Su cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1,24). Nosotros
podemos estar en la brecha y conocer el poder de la intercesión y poner otra vez a Dios en
contacto con el hombre.

Ayudas Adicionales

Podemos ejercitar nuestra voluntad, resistir a la pereza y decidir permanecer en el


sendero que lleva al cielo. Podemos escoger el camino correcto y tomarlo. Es como cuando
hacemos un viaje. Sacamos el mapa y buscamos nuestras opciones. Hay diferentes maneras
para llegar de un lugar a otro. En otras palabras, tenemos que hacer el propósito firme de
escoger ser peregrinos hacia la Tierra Santa.
Santo Tomás decía que cuanto más pensemos en los bienes espirituales, tanto más
agradables serán para nosotros, y la pereza morirá porque hemos enfocado nuestra mirada
hacia Dios. Podemos vencer la pereza espiritual con verdadero amor a Dios y prefiriendo las

114
cosas que agradan a Dios. Jesús dijo: “Vine a traer fuego a la tierra y ¡cuánto desearía que ya
estuviera ardiendo!” (Lc12,49). Podemos escoger entre no aceptar la mediocridad espiritual,
o contentarnos con acceder a nuestros propios deseos. Podemos escoger ser fieles a nuestra
oración diaria y perseverar en el desarrollo de nuestra amistad con Dios. La perseverancia es
la clave para luchar específicamente contra este pecado.
Los escritores de temas espirituales dicen que los sacrificios diarios, de cualquier índole
que sean, restaurarán el vigor en nuestra vida espiritual. Santa Teresita, la Florecilla, aprendió
esa lección de una manera muy bella. Cuando su celo, el fuego interior, empezaba a apagarse,
ella ofrecía sacrificios. Ella llamaba paja a esos pequeños sacrificios que hacía durante en día.
Decía que cada pequeño sacrificio era como un trocito de paja que echaba al fuego que ardía
por Dios dentro de ella, y que eso atizaba ese fuego. Un pedacito de paja, después otro, y otro
hasta que revivía de nuevo el celo y el fuego por Dios y Su pueblo. Alimentando nuestra vida
espiritual a lo largo del día con pequeños sacrificios, a sabiendas y a queriendas, es una
práctica muy buena para contrarrestar la pereza.
Hemos aprendido a llevar nuestras distracciones al Señor. No luchamos contra las
distracciones, ni tratamos de quitarlas de nuestra mente. Eso quita mucha energía y tiempo
a la oración, por eso simplemente convertimos la distracción en oración. Si nos distraemos
con algo, lo llevamos al Señor y le hablamos sobre eso. De alguna manera El nos mostrará
alguna cosa que hay en esa distracción que desea que sepamos o que oremos por ella. Lo más
importante es que estemos en comunicación con Dios.
Una vez, cuando estaba haciendo un retiro, tuve una maravillosa experiencia acerca
de la oración, que comenzó con una distracción. El director del retiro tenía un nombre
significativo para mí, se llamaba Padre David. Durante la oración, se me vino a la mente el
Padre David y en vez de tratar eso como una distracción, que en realidad yo sentía que lo
era, le pregunté al Señor: “¿Por qué de pronto estoy pensando en el Padre David? ¿Conozco
a alguien que se llame David?”. Como el Señor no trajo nada a mi mente, le pregunté de
nuevo: “Señor, ¿conoces Tú a alguien que se llame David”, porque la distracción todavía
estaba allí. El me dijo “sí” y trajo a mi mente la imagen de David, el joven pastor. Empezó a
mostrarme a David tocando su arpa y escribiendo esos hermosos salmos. El Señor me dijo:
“Quiero que tú seas mi arpa, para que yo pueda tocar y cantar sobre tu corazón cualquier
canto que yo escoja”. Se convirtió en un rato de oración muy hermoso. Por eso, no luchen
con las distracciones. Al enemigo le encanta que luchemos. Siempre podemos pedirle a Dios
que nos quite las distracciones, pero si eso no sucede, lo mejor es llevárselas al Señor, dialogar
con El sobre ellas y dejar que ese sea el comienzo de la oración. Puede ser un magnífico
trampolín para nuestra oración.
Podemos hacer un esfuerzo consciente de deshacernos de nuestras faltas. Hay un
proceso de purificación, una faena, que se desarrolla cuando queremos escapar de la pereza.
Requiere esfuerzo y puede resultar costoso liberarse de los pecados veniales y de todas las
pequeñas imperfecciones. Queremos estar totalmente con Dios. Por lo tanto tenemos que

115
hacer propósitos y planes de cómo vamos a combatir esa área de pecado que hay en nosotros.
Nuestros propósitos deben ser concretos; no queremos nada indefinido. Una de las
estrategias del enemigo es hacer que generalicemos y que lo hagamos mañana - mañana. Por
lo tanto actúen pronto.
Tenemos que seguir un programa (no un programa muy detallado, pero algo que sea
razonable para nuestro estilo de vida y nuestras obligaciones), y luego inmediatamente hacer
lo que tendemos a posponer. Tenemos que afrontar directamente aquellas cosas que tenemos
tendencia a demorar. Las opciones que hagamos son muy importantes. No queremos caer
en la trampa de la complacencia. Podemos optar por ejercitar nuestra voluntad sin buscar
salida por el camino más fácil.
San Pablo sabía eso muy bien. El dijo: “¡Hijos míos!, de nuevo sufro los dolores del
alumbramiento hasta que Cristo se forme en ustedes” (Gál 4,19). El estaba tomando el peso
de los pecados; estaba sufriendo los dolores del parto. San Pablo no sólo sentía el peso de los
pecados propios, sino también el peso de los pecados de aquellos que estaba tratando de guiar
para que pudieran renacer en Cristo Jesús.
Nuestro compromiso con la oración diaria puede convertirse en un sacrificio. Si es así,
podemos comenzar con períodos cortos y a medida que conseguimos más energía,
encontraremos más maneras y más tiempo para la oración. Al enemigo le gustaría que
empezáramos con grandes planes y mucho tiempo para la oración. Le encanta la exageración.
Nosotros tenemos la tendencia de ser demasiado generosos cada año durante la Cuaresma:
“Voy a orar durante una hora. Voy a hacer la hora santa todos los días”. Está bien, pero en
realidad ¿fue eso lo que Dios te pidió? ¿Era eso lo que realmente quería? Porque si no era eso,
estamos siendo inspirados por el enemigo, y luego, a los dos o tres días de Cuaresma, algo
ocurre y no podemos hacer la hora santa. Entonces nos sentimos culpables, nos golpeamos
el pecho y la cabeza contra la pared, porque hemos defraudado al Señor, siendo así que, en
primer lugar, El no nos pidió que hiciéramos eso. El enemigo fue quien lo hizo. Eso sucede
con mucha frecuencia cuando la gente empieza a hacer oración y por eso debemos tener
mucho cuidado. Tenemos que discernir qué es lo que Dios nos está pidiendo. ¿Quiere quince
minutos de oración cada día, todo los días? En cambio de nada, eso le agrada más.

116
Al comenzar este examen de conciencia,
haste consciente del gran amor que Dios tiene por ti.
Pídele a Dios que te envuelva con Su luz
para que puedas ver tu alma como la ve Dios.
Pídele la determminación, la gracia y el deseo
de llegar a ser más semejante a la persona de Jesús.

EXAMEN DE CONCIENCIA - LA PEREZA

En General
¿Tengo amor desordenado al descanso y a la ociosidad?
¿Omito o descuido algún deber físico o espiritual?
¿Siento pesadez mental que me impide hacer las cosas que debo hacer?
¿Siento repugnancia de tener que trabajar, o de hacer cualquier esfuerzo?
¿Tengo tendencia a la ociosidad?
¿Siento una tristeza oprimente que me agobia al punto de no querer hacer nada?
¿Ando malhumorado, desanimado, sombrío o deprimido?
En general, ¿siento disgusto de la vida?
¿Siento disgusto voluntario de las cosas espirituales y del trabajo de santificación, por todo
el esfuerzo y la disciplina que requiere?
¿Se manifiesta el pecado de pereza en mi laboriosidad, mientras procuro ocultar y llenar
con cualquier otra cosa, el vacío que sólo Dios puede llenar?

¿Cómo estoy glorificando a Dios con mi trabajo?


¿Hago mis deberes pronto, con cuidado, y lo mejor que puedo? ¿Evito hacer trabajos que
son parte de mis obligaciones, pero que no me gustan?
¿Me encuentro haciendo otras cosas, para no tener tiempo de hacer lo que me disgusta?
¿Pospongo hacer trabajos que yo sé son mi responsabilidad? ¿Tengo tendencia a la pereza?
¿Puedo reconocer algún comienzo de pereza que se manifieste en desinterés, descuido o
negligencia?
¿Está la pereza escondida en mi vida? ¿Me he acostumbrado a ella?
¿Rehusó poner todo mi empeño en lo que estoy haciendo?

117
¿Ha progresado mi pereza hasta hacer que sienta disgusto de cualquier trabajo físico serio y
del trabajo mental?
¿Trabajo cuando debería estar orando? ¿Oro cuando debería estar trabajando?
¿Cómo puedo dar más gloria a Dios con mi trabajo?

¿Cómo estoy glorificando a Dios con mi oración y en con mis deberes


espirituales?
¿Donde prevalece más la pereza en mi vida espiritual?
¿Soy fiel a mi oración diaria, escuchando al Señor y anotando en el diario?
¿Siento verdadera hambre y sed de escuchar al Señor cada día? ¿Atesoro cada palabra del
Señor y reflexiono sobre ella en mi corazón?
¿Presto atención de cerca a la forma cómo me está dirigiendo el Señor en mi oración y en la
escritura del diario?
¿Me canso y huyo de la oración cuando me parece vacía, seca y mundana?
¿Lleno todo el tiempo de oración con oraciones rutinarias, porque escuchar lo que el Señor
tiene que decirme y anotarlo en el diario me parece demasiado trabajo?
¿Permito que el silencio interior se contamine con laboriosidad, distracciones, etc.?
¿Me estoy resbalando hacia la complacencia respecto a mis pecados, omitiendo mis
exámenes de conciencia y evitando el Sacramento de la Reconciliación?
¿Evito buscarle sentido a mi vida, llevándome eso al temor y a evitar el amor de Dios?
¿Me encuentro haciendo cosas para no tener tiempo de hacer oración?
¿Me apresuro con mi oración, para que se acabe pronto?
¿Me distraigo fácilmente en la oración?
¿Qué medidas he tomado para asegurarme que voy a poner atención al Señor?
¿Estoy aburrido y hastiado por todo el trabajo y el esfuerzo que requiere la vida espiritual?
¿Causa eso que omita mis deberes espirituales o que los haga con negligencia?
¿Me siento molesto por el tiempo que quitan la oración y los deberes espirituales?
¿Soy mediocre y flojo en mi oración y en el estudio de cosas espirituales, haciendo
solamente lo suficiente para seguir pasando?

¿Cómo estoy glorificando a Dios con mi participación en la comunidad y en la


vida de familia?
¿Cómo afecta mi debilidad en esta área de pereza a mi familia y a mi comunidad?

118
¿Atrasa y detiene a los demás en su jornada, mi actitud perezosa y descuidada?
¿Dónde necesita mi comunidad o mi familia que ponga yo más esfuerzo y más entusiasmo?
¿Vivo yo a costa de otros?
¿Murmuro o me quejo cuando las cosas no son agradables para mí?
¿Qué responsabilidad tengo yo en la unión de mi comunidad y de mi familia?
¿Participo de lleno en la oración comunitaria o de familia? ¿Pongo todo mi empeño?
¿Cuál es mi actitud respecto a la oración comunitaria o de familia?
¿Obedezco pronto, con alegría y con todo el corazón, la mente y el alma?
¿Cómo glorifican al Señor mis horas de asueto?

El Llamado a la Perfección
¿Estoy buscando activamente la perfección? Si es así, ¿cómo la busco?
¿Amo y sirvo a Dios a medias y con tibieza?
¿Me contento con un término medio sin tener verdadero deseo de mejorar o corregir mis
faltas?
¿Es la pereza la causa de que no reciba bien la purificación, ni coopere con ella?
¿Cómo me resisto a corregir mis faltas?
¿Cómo estoy trabajando activamente para elevar mis normas de vida para ser más como
Jesús?
¿Qué me está quitando el deseo y el interés por Dios?
¿Hay alguna área de pecado en mi vida, que todavía no esté preparado para corregir?
¿Me da tanto dolor el pecado de pereza que busco los bienes del mundo y los deleites de la
carne (lujuria) para mi propia satisfacción, en vez de buscar sólo a Dios?
¿Qué actos de mortificación practico en mi vida, y cuál es mi actitud acerca de ellos?
¿Cómo ha crecido mi intimidad con el Señor en los últimos 6
meses?
¿Qué tan seguido vuelvo mi corazón, durante el día, hacia el Señor?

El ministerio de Intercesión
¿Me parece demasiado fastidioso ese ministerio y cargar con la cruz?
¿Me quejo cuando no siento deleite ni satisfacción, o cuando no me dan las gracias?
¿Estudio activamente para aprender más sobre este carisma? ¿Respondo a medias al
llamado a ser un intercesor?

119
¿Dónde me estoy haciendo más flojo y tibio, y estoy perdiendo el entusiasmo y el celo para
vivir el estilo de vida de intercesión?

Escoge dos o tres puntos de la lista anterior, en los que más necesites fortalecerte. Dedica
tiempo, en compañía del Señor, para escribir sobre esos puntos en tu diario. Haz después el
propósito de cómo vas a cooperar con el Señor para combatir esa área de pecado en tu vida.
Revisa ese propósito todos los días.

120
Capítulo 7
Avaricia

La avaricia (conocida también como codicia y tacañería) es un amor desordenado y un


deseo de los bienes del mundo, lo cual incluye el deseo y el amor por las riquezas, posesiones,
dinero, conocimientos, y un amor desordenado de poseer. Va contra la razón. Es
inmoderada.
San Pablo dice que el amor al dinero es la raíz de todos los males (1 Tim 6,10). Esa
afirmación que él hace es muy fuerte, porque nosotros sabemos que la soberbia es la raíz de
todos los males. En cambio él dice que la raíz de todos los males es el amor al dinero. Cuando
oramos sobre eso, vemos que de alguna manera el amor al dinero esta ligado con la soberbia.
Santo Tomás de Aquino dice: “La codicia es la raíz de todos los pecados actuales” (A Tour of
the Summa, 84-1). Los teólogos ponen mucho énfasis en la gravedad de este pecado y en su
raíz. La tradición cristiana pone al pecado capital de avaricia en segundo lugar después de la
soberbia.
La avaricia va contra dos de los mandamientos. El Primer Mandamiento dice: “Yo soy
el Señor, tu Dios. No habrá para ti otros dioses delante de Mí”. No debemos tener ningún
ídolo. No debemos tener nada delante de Dios, incluyéndonos a nosotros mismos. Con este
pecado se pone uno mismo delante de Dios, porque Dios no es su tesoro. Uno mismo es su
propio servidor. Uno mismo se convierte en su propio tesoro. Los teólogos dicen que la
persona que se complace en la avaricia hace de su tesoro escondido un dios y sacrificará todo
por él: su tiempo, su energía y a veces hasta su propia familia. La avaricia va tan lejos, que
hasta llega a hacer que la persona sacrifique su propia eternidad. Eso es espantoso ¿no es así?
No podemos servir a Dios y al dinero. El pecado es siempre el resultado de nuestras
decisiones.
El Décimo Mandamiento dice: “No codiciarás los bienes de tu prójimo”. Este
mandamiento prohíbe el deseo excesivo, la pasión por las riquezas, y el deseo de amontonar
todos esos bienes materiales (en particular para uno mismo) sin ningún límite. Tal vez no
tengamos nada, pero lo deseamos, y allí es donde fijamos la atención. Ese deseo será una
fuerza motriz para nosotros. Nos llevará en una dirección o en otra. El deseo de las riquezas
y de las cosas de este mundo nos llevará directamente al territorio de Satanás. Santo Tomás
de Aquino dice que la avaricia se convierte en un pecado mortal cuando hacemos todo lo
necesario para poseer riquezas. Vivimos en una cultura llena de avaricia. Hace varios años le
pregunté a mi cuñada que qué creía ella que era el problema número uno en el mundo. Me
quedé admirada de su respuesta. Sin parpadear me dijo: “El Egoísmo”. Hay mucha sabiduría
en esa afirmación.

121
La avaricia es muy acaparadora. Es una perversión de la necesidad que tenemos de
sentirnos seguros y del derecho fundamental de poseer. Si nos sentimos inseguros y con
miedo, podemos obtener la mentalidad del pulpo. Pensamos que tenemos que proveer para
nosotros mismos, y por eso estiramos el brazo y agarramos esto y agarramos aquello.
Podemos soltar una cosa, pero retenemos otra. A menudo Dios nos muestra una de esas
cosas y nos dice: “Suéltala. Estás apegado a eso; estás dependiendo de eso”. Es muy difícil
desprenderse de todo. Se necesita el poder del amor a la Cruz para hacer eso. El avaro se
aferra a las cosas porque es muy egoísta. La avaricia viene de no tener una buena y sólida
relación con el Padre, que es el Proveedor.
Cuando dejé el convento y regresé a casa, viví en un pequeño apartamento por algún
tiempo. Yo sabía que más adelante, tarde o temprano, el Señor proveería un lugar para una
comunidad, porque El me lo había indicado así. Ibamos a necesitar tener cosas para
amueblar una casa, donde quiera que estuviera. Algunas personas empezaron a darnos varias
cosas que nosotros fuimos almacenando en casas de diferentes personas. Guardábamos las
cosas dondequiera que alguien nos alquilara un cuarto para almacenarlas.
Un día oí de una gente que se estaba moviendo para California, que iban a subastar
todo lo que tenían en la casa. ¡Inmediatamente mis antenas se extendieron! Yo pensé: “Señor,
eso es magnífico. Sería maravilloso tener una lavadora y una secadora”. Eso es algo que yo
no podría comprar, ni tampoco nadie nos había dado lavadora ni secadora. Nos habían dado
una cama, una silla aquí, y otra allá, pero nadie nos había dado una lavadora ni una secadora.
Así pues, mi amiga y yo fuimos a esa subasta. Yo nunca antes había estado presente en
una subasta. Nosotras estábamos esperando que subastaran las cosas grandes, la lavadora y
la secadora. Por eso tuvimos que estar allí toda la mañana mientras subastaban primero todas
las cosas pequeñas. Finalmente, alrededor de la una, llegaron a las cosas grandes de la casa, y
principiaron con la lavadora y la secadora. Yo pensé: “¡Eso es magnífico!”. Yo había estado
orando: “Señor, hazme saber qué clase de oferta debo hacer”. En el momento que el
subastador anunció que iban a subastar la lavadora y la secadora, el Señor me habló. Jamás
lo olvidaré mientras viva. Quedé tan confundida. Me dijo con mucha amabilidad, bondad y
suavidad, pero con firmeza y claridad: “Nadine, no seas una ardilla”. Yo le respondí:
“¿Cómo? ¿Qué dices?”. Y de nuevo, muy suavemente: “No seas una ardilla”. Yo le dije: “¿Qué
quieres decir?”. El me dijo: “Tú no necesitas eso ahora. Las ardillas amontonan cosas que no
necesitan. Ellas almacenan. No seas una ardilla”. Yo respondí: “En otras palabras, estás
diciendo ahora (después de cuatro horas - no le dije eso a El, pero eso fue lo que pensé) que
no podemos conseguir la lavadora ni la secadora”. El respondió: “Así es. No las necesitan
ahora”. Así pues, le dije a mi amiga: “Tenemos que irnos”. Ella me contestó: “¡Oh no! Ahora
mismo las van a subastar”. En ese momento habían comenzado ya a pedir las ofertas. Le dije:
“No. Tenemos que irnos”. Nos fuimos. Una vez que salimos le conté lo que el Señor había
dicho. Yo creo que El estaba tratando de enseñarme acerca de este pecado de avaricia, en el

122
que yo estaba lista para caer desastrosamente. Por eso, no sean ardillas. No piensen que
siempre tenemos que proveer para nosotros.
Así pues, estamos hablando de ataduras. Cuando nos referimos al dinero y a las
posesiones, podemos incluir otras cosas como el puesto que tenemos, deseando siempre
subir la escalera del éxito. Vivimos en una cultura repleta de ambición, de deseo de poseer, y
de preocupación por la buena reputación. Podemos ser ambiciosos de conocimientos.
Podemos leer libro, tras libro, tras libro porque queremos ser los primeros en saber algo. Eso
se alimenta de soberbia. Por consiguiente la avaricia tiene otros muchos aspectos, más allá
del dinero.
La avaricia puede traer ataduras falsas al propio hogar, a lo que uno hace para
recreación, a los libros, a los muebles, y a todo lo que se aprecia. No estamos diciendo que
no estemos atados, en el sentido de no cuidar de las cosas que Dios nos ha dado, sino que
puede haber una falsa atadura, por la que estemos dependiendo de esas cosas. Somos
acaparadores, y Dios libre a alguien que trate de coger o quitarnos algo, aunque lo
necesite o quiera usarlo. Algunas veces creemos que no estamos atados del todo y pensamos
que estamos libres cuando en realidad no lo estamos.
Había una hermana en un convento que colectaba alfileres de cabeza. Todas teníamos
almohadillas con alfileres, pero a ella siempre le gustaban los alfileres que tuvieran la cabecita
de color rosado. Eso llegó a ser una gran atadura para ella, de lo cual ni siquiera se había dado
cuenta, hasta que un día se le extraviaron. Podemos apegarnos a un lugar donde nos vamos
a sentar cada domingo en la Iglesia. La Avaricia puede aparecer en cualquier cosa. Está en
todas partes. El Espíritu Santo está tratando de hacernos caer en la cuenta de que todas esas
cosas no son de Dios. Esas son cosas que no encontraríamos en la vida de Jesús, ni de María.
¿Por qué es dañina la avaricia? El dinero en sí mismo no es malo, pero el amor al dinero
es la raíz de todos los males. Dios ha dicho: “No tendrás otros dioses delante de mí”, y muy
frecuentemente el dinero y las posesiones han llegado a ser dioses, especialmente en nuestra
nación. La avaricia se manifiesta en el crimen. Se manifiesta en la manera cómo usamos las
tarjetas de crédito. Si no tenemos el dinero, sencillamente tenemos que usar ese pedacito de
plástico. Se ha manifestado en las grandes corporaciones, y en la gran diferencia que existe
entre el rico y el pobre. El dinero y las posesiones se han convertido en ídolos, porque
depender del dinero y de las cosas es muy dañino. Dejamos atrás esa niñez espiritual, y ya no
dependemos de Dios, especialmente como Padre que provee para nosotros. Cuando fui
llamada a dejar el convento, el Padre me habló y me dio a entender que me proveería todo
lo necesario, pero no todo lo que deseara. Ahora veo que se refería a este pecado. Y El provee
todo lo necesario.
La avaricia casi siempre terminará poseyéndonos si empezamos a hacer dioses del
dinero y de las posesiones, porque entonces pensaremos que necesitamos tener más y más.
¿No es esa una situación terrible, donde jamás ganamos? ¿No es así? Dios creó todas las cosas
para nuestro bien, pero nosotros hemos tomado tanto de lo que El creó para nuestro bien,

123
que hemos empezado a adorarlas como a nuestros dioses. Dios me dio un magnífico pasaje
bíblico, hace años cuando era recién convertida, que se grabó muy dentro de mi alma. “¿De
qué le aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?” (Mt 16,26; Mc 8,36; Lc
9,25). Recuerdo que la primera vez que escuché eso siendo Católica, me atravesó el corazón.
Yo pensé: “Dios mío, no permitas jamás que llegue al punto de tener que poseer, y por eso
tenga que sufrir la pérdida de mi propia alma”. ¿De qué le aprovecha al hombre?
La avaricia conduce a otros muchos pecados, como todos los otros pecados capitales.
Unos pecados nos llevan directamente a otros pecados porque se entrelazan unos con otros.
La avaricia es un pecado que lleva a mentir y que va tan lejos como sea necesario para
conseguir y retener las posesiones. No hay equilibrio. Produce una muchedumbre de otros
pecados como la estafa, la mentira, el perjurio y la violencia. Lleva a traicionar a los amigos,
lo cual fue el pecado de Judas. Nos ciega especialmente para que no podamos ver la realidad
del cielo. Podemos estar inquietos y muy descontentos porque siempre queremos seguir
bregando para llegar a donde todavía no estamos. Nuestros corazones pueden endurecerse
mucho. Por eso, debemos ser capaces de descubrir la avaricia, porque si no, sin darnos cuenta
y sin siquiera saberlo, podemos seguir el espíritu del mundo.

Cómo se Manifiesta
en Mí la Avaricia

Ahora trataremos de acercarnos más a la vida individual de cada uno de nosotros.


¿Cómo se aplica esto a mi vida? ¿Cómo se manifiesta esto en mí? Una manera puede ser por
medio del materialismo, la tendencia de tener que adquirir bienes materiales. El
materialismo está en todas partes. Cuando hablamos del espíritu del mundo, que está en
poder de Satanás, estamos hablando de materialismo y de dinero, que son dioses falsos. Nos
hemos acostumbrado tanto a una manera de vivir. Vivimos en el mundo, pero el desafío es
estar en el mundo, sin ser del mundo. La avaricia puede manifestarse en el deseo de tener
algo que uno no tiene. El mero hecho de desear algo puede empezar a alejarme de Dios. No
me separará de Dios, pero oscurecerá mi amistad con El y me desanimará de entregarle todo
mi ser.
En el convento teníamos una hermana muy buena y avanzada en edad. Todas
estábamos hablando de lo que habíamos dejado atrás cuando entramos al convento. La
mayoría de nosotras hablábamos con gran alegría, porque habíamos recibido muchísimo
más. A esa hermana se le notaba una tristeza por lo que había dejado atrás. En realidad no
era por algo que había tenido, sino por algo que siempre había deseado tener. Durante toda
su vida fuera y durante toda su vida en el convento, había deseado siempre tener un abrigo

124
de pieles. Yo pensé: “Oh Dios mío, qué lástima que ella no consiguió un trabajo extra para
comprar el abrigo de pieles y así hubiera podido olvidarse de él”. En cambio ella se aferró a
ese deseo todos esos años. De todas maneras, probablemente ni le hubiera gustado y se
hubiera alegrado de poder dárselo al Señor, pero el hecho de no poder desistir de ese deseo
oscurecía su amistad con el Señor. El deseo de tener algo que no había podido tener, la poseía
a ella. Por lo tanto, debemos poner atención a esos deseos. Son tan mortales como el hecho
mismo de poseer, porque hasta los deseos pueden empezar a poseernos.
Siendo la avaricia un pecado que se concentra alrededor de uno mismo, despoja de
recursos a la comunidad y a la familia. En otras palabras, podemos volvernos tan avaros que
no compartiremos algo que hemos leído, algo que sucedió en la oración, ni desearemos
compartir los dones que tenemos. Aun si uno o dos miembros de una familia o de una
comunidad retienen lo que Dios les ha dado, están despojando al resto de las personas de lo
que Dios les había dado para que compartieran. Eso es amontonar, depender de eso, y
guardarlo sólo para nosotros - eso es avaricia.
Cuando este pecado está actuando en nosotros, tendemos a hacer uso extremado del
derecho de poseer. Podemos llegar a estar fuertemente apegados a lo que ya poseemos, y
nuestra actitud acerca de eso puede llegar a ser muy pueril. “Mío, es mío”. Eso es un apego.
Podemos apegarnos a nuestras opiniones. Podemos apegarnos casi a todas las cosas, ¿no es
así? Una vez más, hay en nosotros esa actitud de pulpo que quiere extender los tentáculos y
agarrarse a algo. Puede haber apegos falsos a nuestros hogares y a nuestras diversiones:
“Tengo que ver este determinado programa de TV. Tengo que tener este determinado libro.
Tengo que tener esta clase especial de muebles”. No hay nada malo en tenerlos, pero si
nuestra actitud es: “Dios libre a cualquiera, si me quitan esas cosas”, entonces estamos en
peligro. Si tenemos una determinada estatua, podremos ver qué tan apegados estamos a ella,
cuando llegue a quebrarse.
A veces no sabemos qué tan apegados estamos a alguna cosa, hasta que alguien la toma,
o no la podemos encontrar, o alguien la quiebra. Entonces caemos en la cuenta: “Estoy
apegado a eso, no lo sabía”. Dios quiere que seamos libres, totalmente libres. No es que no
quiera que tengamos cosas, pero debemos estar apegados a El no a las cosas.
Una vez vimos un video sobre las etapas del desarrollo y crecimiento del ser humano,
y recuerdo que la palabra favorita de los niños de dos años, en los tremendos dos, era “mío”.
La gente en las familias, y especialmente aquellos de nosotros que vivimos en comunidad
bajo el voto de pobreza, tenemos que tener mucho cuidado de no apegarnos, ni de ser
extremadamente posesivos de las cosas. El excesivo deseo de poseer se opone directamente a
tener todas las cosas en común. La avaricia puede llegar por medio de la cosa más
insignificante. “Es mi pluma. ¿Dónde está mi pluma?”. En otras palabras, la avaricia no es
solamente tener que tener algo, si no que es también no querer compartir lo que ya tenemos.
Es un apego.

125
La avaricia puede manifestarse en nuestra vida por medio de la preocupación
exagerada por nuestra seguridad económica. Tenemos que tener mucho cuidado con eso.
Necesitamos cierta cantidad de dinero para vivir y para mantener a los que están a cargo
nuestro, pero debemos tener cuidado de no preocuparnos tanto que ya no dependamos de
la providencia de Dios. Una vez que perdemos la paz de Dios y empezamos a preocuparnos,
sabremos que ya hemos puesto el pie, precisamente, en la antesala de este pecado.
La avaricia puede llevarnos a olvidarnos de los pobres y de nuestras obligaciones con
ellos. Podemos preocuparnos tanto de lo que creemos que necesitamos, o de lo que creemos
que no tenemos, que nos olvidamos de que todavía tenemos que preocuparnos de otros que
tienen menos que nosotros. He escuchado a los misioneros contar historias de las misiones
donde han estado, pequeñas islas muy pobres, o países donde escasamente hay algo para
comer. Y sin embargo, cuando los misioneros visitaban esos lugares, comúnmente los niños
querían compartir con ellos sus escasos alimentos. Cualquier cosa que tuvieran querían
compartirla. ¿No es eso hermoso? Tenían la libertad y la sencillez de niño para compartir lo
poco que tenían.
La avaricia puede manifestarse en nuestra propia vida personal si tenemos en nosotros
la necesidad de ser los primeros en saber alguna cosa en particular. ¿Han tenido alguna vez
esa tendencia? Alguien menciona parte de alguna noticia y tú sientes dentro un pinchazo:
“¿Cómo así, yo no supe eso antes?”. No queremos oir nada que sea de segunda mano. En la
avaricia hay esa necesidad y ese impulso de poseer antes que nadie ese pequeño
conocimiento.
La avaricia puede manifestarse cuando ansiamos tener buena fama ante los demás, que
la comunidad y los que tienen autoridad opinen bien de nosotros. Podemos llegar a ser poco
francos y a buscar términos medios en nuestra conducta. Podemos ocultar, encubrir y ser
hipócritas. En el mundo de los negocios vemos mucho eso mismo. Queremos la aprobación
de los que tienen autoridad, y podemos hacer cosas que no son correctas para conseguir esa
aprobación.

126
En Mi Vida Espiritual

¿Cómo se manifiesta la avaricia en mi vida espiritual? San Juan de la Cruz dice que en
los principiantes se manifiesta en tristeza por no haber conseguido las consolaciones
espirituales que esperaban. Usualmente, al comienzo de la jornada espiritual, se reciben
muchas consolaciones espirituales. Dios sabe cómo atraernos y llamarnos, pero cuando trata
de llevarnos a una madurez y una relación con El más profunda nos volvemos codiciosos.
Una actitud pueril se apodera de nosotros. En vez de esforzarnos por practicar la
mortificación, el desprendimiento y las disciplinas de la vida espiritual, nos dedicamos a la
lectura espiritual. Si todo lo que estamos haciendo por nuestra vida espiritual es leer buenos
libros espirituales, eso puede indicar que en nosotros hay avaricia. Es también una manera
de huir.
Podemos apegarnos demasiado a prácticas religiosas, a las devociones, y posesiones
que no queremos compartir con nadie. Podemos apegarnos más a esas cosas que al que ellas
representan - el Señor. Si es así, allí hay avaricia, acaparamiento espiritual y ansia de poseer.
Antes de irme al convento, yo tenía una amiga muy querida que era como una
segunda madre para mí. Era una mujer de gran belleza espiritual. La primera vez que fui a
su casa, me mostró su dormitorio que estaba lleno de muchas cosas. Había estatuas por todos
lados y rosarios que colgaban de todas partes. Parecía una tienda de artículos religiosos. Me
sentí sofocada. Yo le pregunté acerca de eso a un sacerdote que la conocía muy bien: “¿Qué
es eso? Allí hay algo extraño. ¿Por qué necesita todas esas cosas para una vida espiritual
sana?”. El me dijo: “En los principiantes en la vida religiosa es frecuente encontrar eso.
Quieren esto, quieren aquello. Es falta de madurez espiritual. A medida que crezca más en el
Señor y se acostumbre más a Sus riquezas, ella empezará a deshacerse de esas cosas.
Empezarán a estorbarle. Dale como unos seis meses y vuelve otra vez a ver cómo está su
dormitorio”. Eso fue exactamente lo que sucedió. Una por una, las cosas empezaron a
desaparecer. Le estorbaban. Quería más simplicidad. Ahora se estaba acercando más a Dios,
y su dormitorio reflejaba eso. Se estaba acercando más al que regala las cosas, al Regalo
mismo, y ahora podía desprenderse de algunas de esas cosas. Las cosas importantes que
realmente tenían sentido para ella, permanecieron, pero gran parte de las cosas superfluas
fueron desapareciendo.
Tal vez nos hemos ido apegando tanto a algunas prácticas religiosas que Dios tenga
que decirnos: “Me gusta que hagas eso, pero no si le das el primer lugar antes de escucharme
a mí, o de hacer tus otros deberes y obligaciones”. En el convento teníamos que rezar el
Rosario y todas las hermanas lo rezaban, pero cuando la regla cambió, teníamos libertad de
rezarlo o no. Eso nos encantaba, porque ahora podíamos rezar el Rosario de la manera que
el Señor nos indicara. Quedamos en libertad para escuchar al Señor. Las personas
contemplativas desean poder escuchar al Señor. Todavía rezábamos el Rosario, pero con el

127
orden cambiado. Primero orábamos: “Señor, muéstranos cómo rezar este Rosario.
Queremos ahora escucharte a Ti. ¿Qué intenciones tienes? ¿Qué deseas?”. Cambió
totalmente el orden de la oración y nos dejó en libertad.
Esto es lo que quiero decir. Si las cosas, aun las devociones buenas, empiezan a
adueñarse de nosotros, tenemos que llevar eso al Señor y preguntarle: “Señor, ¿qué quieres
que haga con eso? Esta es mi novena favorita. Esta es mi devoción favorita. ¿Estoy apegado
a ellas? ¿Quieres algo distinto en lugar de ellas?”. Tenemos que estar siempre listos para
caminar hacia adelante con el Espíritu Santo. El puede hacer cambios de velocidad y de
rumbo. Es posible que nos guíe por este camino, y que más adelante tengamos que dejarlo,
porque ahora nos está llevando por otro camino. Debemos asegurarnos de que estamos en
libertad para cambiar.
La avaricia puede manifestarse en la dificultad que sentimos de depender solamente de
Dios. Podemos apegarnos a nuestras buenas obras. Podemos pensar que si hacemos esto o
aquello tendremos una lista preciosa que Dios podrá verificar cuando pasemos por aquella
puerta. “Estas son todas las cosas que hice”. Es una manera sutil de pensar que si hacemos
todas esas cosas, podemos ganarnos el cielo. Creemos poder conseguir todos esos animalitos
y muñequitos de peluche calientitos. Eso puede provenir de nuestra niñez, si fuimos
remunerados y afirmados y alabados por las cosas que hacíamos. Podemos transferir algo de
eso a nuestra relación con Dios, y puede llevarnos a la avaricia espiritual. Podemos apegarnos
hasta en nuestro ministerio. “Señor, necesito saber exactamente lo que vas a hacer aquí.
Tengo que saberlo”. Eso puede ser lo que nos gustaría, pero eso no es depender de Dios. Nos
hará saber lo que El quiera que sepamos y cuando sea el tiempo correcto.
Eso solía molestarme a mí mucho, sobre todo cuando regresé a casa al dejar el
convento. Yo creía que estaba haciendo bien dependiendo de Dios y confiando en El, hasta
que un buen número de personas del grupo de oración empezaron a hacerme preguntas los
sábados por la noche. “¿Ya tienes un lugar?”. “No”. Eso no me molestaba. “Bueno, y ¿por qué
no?”. “Pues, porque Dios todavía no ha proveído nada”. “Bueno, y ¿cuándo lo va hacer?”.
“Pues, no lo sé”. “Bueno, y ¿cómo vas a vivir? ¿Donde está la comunidad? ¿Cuándo va a
empezar a suceder todo eso?”. ¡Todas esas preguntas!
Cada sábado regresaba de la reunión a casa, a mi ermita, toda confundida. Mi paz se
había ido, y yo estaba preguntándole al Señor: “Señor, ¿Qué pasa con esto? ¿Qué pasa con
aquello?”, porque todo el mundo quería saber. El me calmaba, y para mitad de la semana ya
estaba otra vez bien. Ya no necesitaba saber. De hecho, una vez me dijo: “No necesitas saber,
hasta que esté listo para hacértelo saber. Jamás te voy a decir el segundo, el tercer o el cuarto
paso, porque sólo servirá para que te me atravieces en Mi camino. Sólo un paso a la vez”.
¡Eso es realmente desconcertante! Acostumbrarse a depender de Dios requiere tiempo,
porque el pecado de avaricia está en nosotros. Nosotros queremos saber. Tal vez ustedes no
tengan ese problema, pero se estaba apoderando de mí. Llegaba el sábado por la noche y yo
estaba en paz, pero en seguida comenzaban de nuevo las preguntas.

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Tenemos que tener cuidado porque el enemigo anda rondando para despojarnos de la
paz y hacernos caer en la trampa de la independencia. ¿Han pensado ustedes alguna vez:
“Señor, si no te apresuras a hacer algo, yo mismo lo voy a hacer?”. Tenemos que tener
cuidado de no movilizarnos primero que el Señor.
Nosotros tenemos inclinación a ejercer nuestro derecho de propiedad, pero la iglesia
primitiva tenía todas las cosas en común. Por lo tanto, aunque no vivamos en comunidad
donde tenemos todas las cosas en común, cualquier cosa que poseamos no es realmente
nuestra, porque todo las cosas buenas que hemos recibido vienen de arriba. Dios nos ha dado
todo. Todo es un regalo de Dios. Es bueno que recordemos que el Señor da y que el Señor
puede quitar (ver Job 1,21). Todo es de El.
La avaricia se manifestará en nuestra vida espiritual cuando empecemos a
preocuparnos por nuestro fracaso espiritual o por nuestra incapacidad de orar. Podemos
empezar a preocuparnos porque tenemos muchas distracciones, o pensamientos feos, o
tentaciones, y no podemos deshacernos de ellos. En otras palabras, todo eso sucede porque
nos volvemos hacia nosotros mismos. Eso ya no es oración, porque no me lleva a Dios. Más
bien se trata de mí: “No soy tan piadoso; no soy tan santo; no soy tan hermoso; no soy tan
agradable a Dios como me gustaría serlo”. La avaricia viene a nuestra oración, porque
tenemos miedo de tomar el riesgo de confiar solamente en Dios y en el amor que tiene por
nosotros tal como somos. Tenemos miedo de confiar en que Dios nos cambiará y proveerá
por nosotros. Dios es el Benefactor, nosotros somos los beneficiados.

Combate Espiritual

El pecado es dominio de Satanás, por eso él está muy envuelto en todos esos pecados.
En este pecado de avaricia, en particular, hay unos cuantos espíritus malos que encontramos
con bastante frecuencia. Hay un espíritu llamado temor de temores, que es la causa de que
las personas tengan miedo de casi todo, y el espíritu se asegura de que lo tengan. Hay espíritus
que trabajan engañándonos y haciéndonos dudar, porque una de las virtudes principales
opuestas a la avaricia es la fe. Hay espíritus llamados engaño espiritual, temor de ser
rechazado, idolatría, robo, indecisión, nerviosismo, y por supuesto hay también el espírtu de
la avaricia misma.
La parte de la armadura que nos estamos poniendo es el escudo de la fe. La fe es aquí
dominante. Sin el escudo de la fe no podemos detener los dardos incendiarios. Esa es una de
las razones de que los malos espíritus puedan llegar hasta nosotros. Pueden traspasar nuestra
armadura si no nos apoyamos en nuestra fe y la usamos cada día. Si no creemos firmemente,
esos dardos incendiarios pueden pasar directamente hasta el otro lado, y entonces estaremos
sobre arena movediza.

129
Remedios
Don del Espíritu Santo:
Entendimiento

El don muy especial del Espíritu Santo que puede desarraigar el pecado de la avaricia
es el don de Entendimiento. El Entendimiento es un don que nos hace ver. “¡Oh! Ahora veo”.
Podemos entender algo, pero si no entendemos lo que Dios nos está diciendo, o
mostrándonos, no producirá fruto. Entendimiento es ver las cosas, más que nada, con los
ojos del corazón; es ver, más que nada, con la fe. Vemos más allá. Vemos el misterio. Vemos
la verdad. El entendimiento abrirá nuestros ojos para poder ver un panorama más amplio de
las cosas que Dios quiere.
Vemos que Jesús, después de la Resurrección, usó ese don en el camino a Emaús. La
Escritura dice: “Comenzando por Moisés y recorriendo todos los profetas, les interpretó todo
lo que las Escrituras decían sobre El” (Lc 24,27). ¿No sería maravilloso si El abriera nuestras
mentes para comprender todo lo que en la Escritura concierne a El? El les abrió la mente y
pudieron entender. Solo Dios puede hacer eso. Ese es el don de Entendimiento.
Necesitamos el Entendimiento para ampliar lo poco que conocemos, y para que
recibamos poder. Así empezaremos a entender el tremendo daño que el apego a cualquier
cosa nos causa a nosotros y a nuestra amistad con Dios. Es un don poderoso, y penetrará
esas verdades. Penetrará los motivos de las cosas que estamos haciendo, y porqué las estamos
haciendo.
El don de Entendimiento penetra la verdad divina. Nos ayuda a entender de una
manera más profunda el misterio de Jesús presente en la Eucaristía. Sin el don de
Entendimiento no entenderemos que El está allí realmente presente. Lo sabemos y lo
aceptamos, pero con este don comprendemos de una manera más profunda que El está allí
real y verdaderamente presente. Lo comprendemos a un nivel tan profundo que daríamos la
vida antes de negar que El está allí presente. Entenderemos que la Misa y los Sacramentos
tienen un sentido más profundo.
El Entendimiento nos permite ver con los ojos de la fe. Es un don para ver, y nosotros
tenemos que ver. De ninguna manera vamos a entregar nuestra vida al Padre, diciéndole:
“En tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23,46), si no vemos ni conocemos realmente a
esa Persona en quien estamos poniendo toda nuestra confianza. No entregamos nuestra vida
así no más al aire. Se la damos a alguien que conocemos.
La gente que trabaja incansablemente por causas bellas tienen una visión muy amplia.
Tienen una fuerza motriz. Pueden ver cuál será el fruto de sus labores. Tienen que “ver”

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porque de otra manera no dedicarían toda su vida a causa alguna. Son impulsados porque
creen a fondo en la causa y pueden ver el bien que saldrá de ella. Esas bellas causas se originan
cuando la gente empieza a entender, cuando empieza a penetrar en la verdad y ve que eso
verdaderamente puede servir para la mayor honra y gloria de Dios y va a ayudar a mucha
otra gente.
Por lo tanto el don de Entendimiento tiene muchos aspectos. Va con la
Bienaventuranza: “Bienaventurados los de corazón limpio porque ellos verán a Dios” (Mt
5,8). Cuanto más Entendimiento recibamos y más veamos a Dios, tanto más fácil será
desprenderse de las cosas, porque tendremos el único Tesoro. La generosidad de dar y de
compartir purifica constantemente nuestros corazones. Cuanto más damos, tanto más
recibiremos y veremos. Entonces ese don empieza a operar de una forma muy profunda.
Nuestro Arzobispo Curtis dijo: “Si ustedes no conocen al Espíritu Santo, tampoco
conocerán a la Iglesia”. Necesitamos esa unción. Necesitamos que Dios nos enseñe de
manera mística, sus riquezas y su profundidad, y ese don de Entendimiento nos revela esas
bellezas, esas riquezas escondidas. Dios es rico y tiene tantas riquezas que desea compartir.
Desea que entendamos tantas cosas más y serán nuestras si se las pedimos.
Ese don de Entendimiento nos alimenta. Somos alimentados cuando nuestra mente y
nuestro corazón se iluminan con la verdad y la gracia. Un segundo antes no entendíamos,
pero ahora comprendemos. Podemos meditar como lo hacía Nuestra Señora. La Escritura
nos dice que María guardaba todas esas cosas en su corazón y las meditaba (ver Lc 2,51). Ese
es el don de Entendimiento. Queremos meditar sobre esas luces, y darles poco a poco la
vuelta como a bellos diamantes, admirando esas verdades desde muchos puntos de vista. Esa
es la contemplación. Podemos tener el conocimiento de alguna cosa, pero necesitamos el don
para entender la verdad que Dios está compartiendo con nosotros. Necesitamos ver.
Necesitamos ver a Dios.

Palabras desde la Cruz

La séptima palabra desde la Cruz es: “Padre, en Tus manos encomiendo mi espíritu”
(Lc 23,46). En Tus manos, encomiendo mi mente, mi corazón, mi memoria, mi voluntad.
En Tus manos, Padre, encomiendo totalmente mi vida, lo cual es la cima de la pobreza, la
cima del desprendimiento. Con la séptima palabra desde la Cruz Jesús ganó esa gracia para
nosotros. El mayor apego que todos tenemos es a nosotros mismos: a nuestra propia vida, a
nuestra propia manera de hacer las cosas, a nuestra propia seguridad. Jesús está diciendo:
“Deja que todo vaya a las manos del Padre. Déjale todo el control”. El don de Entendimiento
nos ayuda darnos cuenta de que hay más. Cualquier cosa que dejemos ir ahora, no la
perderemos, porque en generosidad nunca nadie le ganará al Padre. Nunca jamás.

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La avaricia está directamente opuesta a la virtud de la caridad, porque la caridad nos
induce a desprendernos del derecho de propiedad sobre cualquier cosa que retengamos para
nosotros. La caridad nos induce a dar. Para nosotros que vivimos en comunidad, el espíritu
y el voto de pobreza son muy bellos. Jesús les manda a Sus discípulos que lo prefieran a El en
vez de todo y de todos. Los invita a renunciar a todo lo que tengan, por El y por el Reino.
Jesús nos pide que renunciemos a todo lo que tengamos. San Pablo dice: “Por ustedes se hizo
pobre” (2 Cor 8,9). Por mí, por mi bien, se hizo pobre, para que yo pudiera ser rico de Sus
dones, de Su gracia, y de Su amor.
Jesús alabó a la pobre viuda que dio todo lo que tenía para vivir (ver Lc 21,4). Jesús dio
todo. Lo dio primero. Abraham dio a Dios su único hijo, Isaac. Para que nosotros podamos
vivir la plenitud del espíritu de pobreza, la plenitud del espíritu de nuestro voto, tenemos que
mirar realmente a nuestro “Isaac”. ¿A qué estamos apegados? ¿Qué cosa nos cuesta
compartir? ¿Qué cosa me disgustaría mucho si se perdiera, si alguien la tomara, o hasta que
alguien la deseara. ¿Tengo algo, fuera de Jesucristo, sin lo cual no puedo vivir? Jesús llama a
los que tienen espíritu de pobre, bienaventuradas, felices (Mt 5,3).
Nosotros sabemos que debería de haber gran gozo en no poseer nada. Debería de haber
alegría en poder privarse de todo. Debería de haber satisfacción del corazón en no desear
nada. Eso sería la perfección. Por lo tanto si tenemos que escoger, siempre es mejor escoger
menos que más. Cuando yo sentía el llamado de dejar el convento, había algunas cosas que
me podía llevar. Como yo no sabía qué hacer, llamé a mi director espiritual. Evidentemente,
él sabía muy bien cómo cortar a través de este pecado, porque su consejo fue: “Lleva menos,
no más”. Así lo hice. Me llevé lo que tenía puesto, los doscientos dólares que me habían dado,
y mi Biblia. Y eso fue todo.
Más tarde pensé: “Señor, espero que haya escuchado bien lo que me decías. Ahora ya
estoy aquí en el agua”. Como dos días después, íbamos manejando a lo largo de la carretera
y notamos que dos hombres estaban poniendo un gran cartelón. Cuando pasamos cerca,
estaban desenrollando la parte superior del cartelón, que decía: “Estamos contigo”. Jamás me
olvidé de eso, porque me calmó enseguida - El estaba conmigo. Yo había sabido que El estaba
conmigo en el convento, pero necesitaba saber que El estaba conmigo ahora. Yo sabía que la
Trinidad estaba conmigo, pero de cuando en cuando necesitamos una confirmación,
especialmente cuando estamos tratando de desprendernos de algo. Necesitamos pedir una
confirmación porque ella nos calmará. El Espíritu Santo nos da confianza. El es el que
confirma. El nos confirma y también nos afirma.
Nuestra manera de pensar, por lo tanto, debería ser, no qué nos impone el voto de
pobreza, sino qué podremos hacer mejor para cumplir en su plenitud con el voto de pobreza.
Si practicamos el espíritu del voto de pobreza en cosas pequeñas, como evitando cualquier
pensamiento, palabra y obra que pueda fomentar nuestra inclinación hacia la avaricia,
estaremos desarraigando ese pecado, del jardín cercado que llevamos dentro.

132
El espíritu de pobreza estará a salvo, si aceptamos totalmente y con alegría la voluntad
de nuestros superiores o de aquellos que son responsables de nosotros. Dios ama al que da
con alegría (2 Cor 9,7). Por eso, de acuerdo con ese espíritu de pobreza, que va contra el vicio
de la avaricia, estamos siempre listos a acceder al superior, a someternos a la voluntad de
Dios, manifiesta en la autoridad de la persona que gobierna nuestra vida. Estamos listos para
dejar que nuestra conciencia, y la conciencia y voluntad de nuestro superior, sean, en cierto
sentido, nuestras guías. Esa es una de las ventajas de tener un Santo Padre que es cabeza de
la Iglesia, porque el padre conoce lo que es mejor. Nosotros estamos en libertad de someter
nuestra voluntad a lo que él nos enseñe en nombre de Jesús y en nombre de la Iglesia. Eso
nos deja en libertad para ocuparnos de las cosas que son del Padre.
Yo creo que la ventaja de ir contra la avaricia es que nos lleva a una relación más íntima
con el Padre, que es nuestro Proveedor. Nos lleva a tener una bella experiencia de la Divina
Providencia. Los frutos que salen durante y después de la lucha, son gran gozo, libertad, y
amor profundo que nos hará querer vivir sin fijarnos en lo que cueste. ¡Somos libres! Seremos
pobres, pero libres. Somos libres, especialmente libres de nosotros mismos, que es a lo que
estamos más apegados. Estamos libres de preocupaciones y de inquietudes. Nacerá en
nosotros un verdadero espíritu de pobreza, y una gran confianza y creencia profunda de que
Dios es nuestro Padre y de que cuidará de nosotros en cualquier circunstancia. No estamos
solos. Estamos juntos en esta tarea. Estaremos totalmente contentos y en paz de tenerlo a El
como nuestra única fuente de socorro. Esa es la gracia que Jesús consiguió para nosotros en
la Cruz.
El espíritu de pobreza nos capacita para poder dar y nos libera totalmente del pecado
de avaricia. Todos estamos llamados a vivir más profundamente el espíritu de pobreza, de
renuncia y de desprendimiento interior. El voto y la promesa de pobreza no hacen, por sí
mismos, que desaparezca la inclinación a depender de las cosas materiales, pero sí buscan
regularla con una renuncia exterior e interior. Debemos mantener el espíritu de la ley
respecto al voto y a la promesa de pobreza, no solamente la letra de la ley. El espíritu de los
votos y de las promesas es el que realmente los protege y los mantiene a salvo.
Nuestra Señora vivió una verdadera pobreza de espíritu. Ella fue la más pobre de los
pobres, y la más rica de los ricos. Ella lo tuvo todo por ser tan desprendida. Estaba tan vacía
de sí misma que podía estar llena totalmente de Dios. Ella era la llena de gracia, es decir, llena
de la vida de Dios, llena de amor. Ella desea que nosotros estemos llenos como ella estaba.
Ella desea que estemos llenos de Dios, y eso es lo que nosotros queremos. Pero existe ese
pequeño paso que debemos dar, a veces casi todos los días, para dar acogida a Dios y a Sus
dones. Esa verdadera pobreza de espíritu es un don que debemos pedir. Después, todos los
días, cuando Dios empiece a mostrarnos algunas cosas a que nos hemos apegado, nos
acordaremos que pedimos ese don, y nos desprenderemos de ellas. Tenemos que dejarlas ir.
Dios nunca jamás se dejará ganar en generosidad, se los aseguro. El siempre nos dará cien
veces más, siempre mucho más, más aun de lo que pudiéramos pedir o imaginar.

133
Virtudes:
Generosidad y Fe

Para dar todo lo que tenemos se requiere mucha generosidad: para dar nuestra vida,
nuestro corazón, nuestra alma, y nuestro espíritu. Así fue cómo Jesús le dio muerte a este
pecado. La generosidad nos ayudará a contrarrestar la avaricia, porque cuanto más demos,
más desprendidos seremos. Así pues, el desprendimiento y la pureza de corazón son
extremadamente importantes. En otras palabras, tenemos que mantener bajo control hasta
los deseos y el amor a las cosas. Se trata de fijarnos más en dar que en recibir. Es curioso,
pero cuanto más damos más recibimos. En el libro de Sirácides leemos: “Da al Altísimo como
El te ha dado a ti, con generosidad, de acuerdo a tus medios. Porque el Señor sabe pagar y te
devolverá siete veces más”. (Sir 35,12-13). Entregándonos nosotros mismos y lo que
recibimos en la oración nos desprenderá del deseo de poseer. El nos ha dado palabras bellas
para hacer que este pecado no se apodere de nosotros. El nos da esos dones para que nos
mantengan en equilibrio y no perdamos el control, ni caigamos en la esclavitud de ninguno
de estos pecados. La generosidad que nace de la caridad, es probablemente una de las virtudes
más poderosas que hay para contrarrestar la avaricia. Podemos pedir la virtud de la
generosidad, para dar realmente al Señor todos los días, todo lo que poseemos, todo lo que
somos, lo mejor que tenemos en nosotros.
En una ocasión cuando estábamos orando en Medjugorje, en vez de que pudiéramos
disfrutar las cosas buenas de Medjugorje, Nuestra Señora nos hizo ver los problemas de los
Estados Unidos. A consecuencia de eso estuvimos allí en constante intercesión por los
Estados Unidos. Una de las cosas que ella nos mostró fue una imagen de una ciudad grande.
Nuestra Señora era como una mujer mendicante que recogía cosas aquí y allá. Nos daba a
entender que ella recogerá cualquier cosa que querramos darle. Quiere cualquier cosa que
tengamos. Si sólo podemos darle algo que nos sobre, ella lo tomará. Quiere que aprendamos
a dar. Ella no rehusará nada que tengamos. Cualquier cosa que tengamos, la aceptará.
Después ella la limpiará, la purificará y se la dará a Dios.
Por lo tanto si no tenemos todo nuestro ser para ofrecérselo a Dios cada día, podemos
dar lo que tengamos. Si sólo tenemos un pedacito muy pequeño, podemos dárselo a Nuestra
Señora, que ella de alguna manera lo magnificará y lo hará muy agradable al Padre. Eso nos
hará desarrollar el hábito de ser generosos, de dar y dar, y de compartir con los demás cuando
necesiten. Podría ser una oración, una sonrisa, una mano amiga. Podría ser una forma de
afirmación. Si somos más sensibles a las mociones del Espíritu dentro de nosotros. El nos
mostrará qué es lo que desea que demos. El es un dador, porque es un amante. Nosotros

134
podemos convertirnos en amantes, y aprender a dar lo que hemos recibido, sobre todo los
dones espirituales.
Es muy bueno meditar sobre la pobreza de Jesús, sobre Su libertad, y sobre Su
desprendimiento total. El llevó una vida de desprendimiento, que lo preparó para Su total
desprendimiento final en la Cruz: “Padre, en Tus manos encomiendo Mi Espíritu” (Le 23,
46). Eso salió de toda una vida de desprendimiento. En nuestra vida diaria, podemos abrazar
el desprendimiento, aunque sea de una manera pequeña, usando sólo lo necesario, no todo
lo que desearíamos.
Ese profundo espíritu de pobreza nos capacita para dar, y a su vez el hecho de dar
sostiene y alimenta el espíritu de pobreza. Eso significa que cuidamos de las cosas que Dios
nos ha dado. De cualquier manera que Dios haya proveído para nosotros, hemos aprendido
a cuidar lo que nos ha dado, y cuidamos y nos interesamos por esas cosas con moderación.
La fe es una de las principales virtudes para contrarrestar la avaricia. Si realmente
creemos que Dios nos ama y que somos Sus hijos y que El es nuestro Proveedor, todo ese
aspecto de dar, de desprenderse y de no apegarse a nada, se hace más fácil. Se hace más fácil
compartir y no desear poseer, porque queremos ser totalmente de El y no tener nada fuera
de El. Tenemos realmente que creer que El estará allí para nosotros. Tenemos realmente que
creerle a Jesús cuando dice: “Yo estaré siempre con ustedes” (Mt 28,20). Realmente tenemos
que creer eso. La fe es una virtud muy grande que nos ayuda a realmente creer con todo el
corazón y toda el alma que Dios proveerá cualquier cosa que necesitemos.
Por eso el fruto aquí es una confianza profunda y una creencia muy grande de que Dios
cuidará de mí en todas circunstancias y que estamos contentos de que El haga eso. Podemos
descansar sabiendo que Dios cuidará de nosotros, como los niños que están totalmente
tranquilos sabiendo que serán alimentados, llevados y cuidados. En la vida espiritual dejamos
que Dios nos lleve; no tratamos de llevarnos nosotros mismos.
Una vez estaba yo meditando sobre el pasaje cuando Jesús llamó a Pedro fuera del bote
a que caminara sobre las aguas. Yo podía realmente relacionarme con eso, porque en el
convento estaba muy cuidada, contenta, y segura, y jamás pensé que sería llamada a salir de
él. Por eso, cuando llamó a Pedro fuera del bote al agua, ese pasaje me llegó realmente muy
cerca y muy dentro del corazón. Por largo tiempo medité sobre Pedro y la valentía, fortaleza
y amor que tuvo por Jesús para caminar sobre el agua, hasta que empezó a darse cuenta de:
“Oh Dios mío, esto no es natural”. A medida que me fui acostumbrando a caminar sobre el
agua después de salir del convento, y estando ahora muy segura de que Dios estaba allí, un
día en la oración mi enfoque cambió - Jesús estaba también en el agua - y por eso mi pregunta
ese día fue: “Señor, ¿qué Te mantuvo a flote? Tu estabas también en el agua”. El me contestó:
“El amor de Mi Padre. El amor de Mi Padre siempre me sostuvo”. Todos necesitamos saber
eso. El Padre nos mantiene a flote - el amor del Padre. Es Su amor lo que siempre nos
mantiene a flote. Por eso no necesitamos agarrarnos a nada. Podemos desprendernos
totalmente y este pecado no tendrá cabida en nosotros.

135
María Magdalena solía permanecer mucho tiempo a los pies de Jesús. Estaba siendo
alimentada. Ella realmente llegó a conocer a Jesús, al corazón de Jesús. Cuando Jesús la llamó
por su nombre, después de la Resurrección, ella reconoció Su voz. Ella le dijo: “Rabboni” (Jn
20,16) y quiso agarrarse desesperadamente a El. ¿No harían ustedes eso si de pronto vieran
vivo a alguien a quien aman muchísimo y que creían muerto? Quiero decir que se agarró a
El desesperadamente como a su propia vida. Y, ¿qué le dice a ella? “No te apegues a Mí,
María” (ver Jn 20,17). “Suéltame. Suéltame y hazte pequeñita”. Un bebé no se agarra. Un
bebito no se agarra a nada, sino que es llevado, cargado, cuidado, y depende totalmente de
otro. Ese es el proceso de conversión completo al que nos llama Dios - que seamos tan pequen
¡tos que no nos agarremos a nada. Sólo podemos dejarnos llevar y cuidar, confiando
plenamente en Aquel que nos lleva y cuida. Con el don de la fe podemos darle muerte al
pecado de avaricia.

Ayuda Adicional

Para luchar contra el pecado de avaricia nos ayudará principiar y terminar cada día con
oración. Así podremos mantener nuestros ojos fijos en Dios. Podemos darle a Dios
generosamente todo lo que poseemos. Podemos abrazar el Primer Mandamiento de amar al
Señor, nuestro Dios, con todo el corazón, con toda la mente y con todas nuestras fuerzas. No
es fácil guardar ese mandamiento.
A veces creemos que tenemos que saber todo lo que Dios sabe, o siempre queremos
saber más de lo que El quiere que sepamos. Eso es avaricia. Una manera de luchar contra
eso, es desear solamente saber lo que Dios crea que es necesario que conozcamos. A veces El
deliberadamente no nos deja saber, y eso es bueno, pero también tenemos que ver: “¿Por qué
tenemos que saber? ¿Qué hay en nosotros que debamos saber?”. Yo me di cuenta que no
necesitaba saber. Salí del convento en paz con todas las cosas que no sabía, pero cuando la
gente empezó a hacerme repetidas preguntas, encontré que quería complacer a todos. Quería
dar alguna respuesta. Finalmente pensé: “Ni yo ni nadie necesita saber”. Así pues, nadie supo.
Podemos resistir a la avaricia viviendo alegremente la vida, amando a Dios. Podemos
trabajar por nuestra perfección interior agradando a Dios, no a nosotros ni a otros. Eso no
quiere decir que mis actividades diarias van a cambiar o que van a ser diferentes, pero sí que
mis motivos definitivamente van a cambiar. En vez de apresurarnos para terminar de hacer
algo, podemos detenernos y hacernos conscientes de que estamos haciendo eso por el Señor.
Eso hará una gran diferencia. Nos dará alas. Empezaremos a sentirnos gozosos y livianos
porque cualquier cosa que estemos haciendo no lo estamos haciendo en vano. Lo estamos
haciendo por Dios, que todo lo ve y nos dará el premio merecido.

136
Podemos confiar que Dios hará todo lo que sea necesario para purificarnos, para
cuidarnos, y para escuchar nuestras oraciones. No es necesario que pensemos hacer mucha
penitencia. Otra vez repito, tenemos que combatir el deseo innato de independencia que
tenemos dentro, que nos hace pensar que deberíamos hacer esto o deberíamos hacer aquello,
lo cual es la manera de proceder de los adultos. Siguiendo sus normas la avaricia nos dice
que seamos más independientes, aun en las cosas que hacemos para el Señor. Podemos
esperar la luz del Espíritu Santo. Nuestra Señora de Fátima dijo, que debemos aprender a
aceptar lo que Dios pone en nuestra vida diaria. En otras palabras, debemos aprender a
aceptar a la gente con que nos encontremos hoy, a aceptar su conversación hoy, y a aceptar
las cosas tal como están sucediendo hoy. Eso puede ser una gran penitencia y una
purificación.
Podemos probar usar nada más que lo que es realmente necesario (no el exceso, ni todo
lo que deseamos) y usar con gran respeto lo que Dios nos ha dado. Estamos tratando de ir
contra esos deseos que no son de Dios, para desarraigarlos. Podemos compartir y dar el
diezmo. Tal vez sólo unos cuantos puedan dar diezmos de dinero, pero todos podemos dar
diezmos de nuestro tiempo y de los dones y talentos que Dios nos ha dado. Todos podemos
dar el diezmo de cualquier cosa que apreciemos, y podemos compartirla con alguien más.
Siempre hay alguna manera de poder dar. Si no tenemos nada, siempre hay oración.
Siempre tenemos que estar vigilantes por cualquier deseo que tengamos que refrenar y
mantener bajo dominio. En la comunidad de la Iglesia primitiva, todo lo tenían en común
(ver Hch 3,44). Tenían la mentalidad y el espíritu de pobreza. No teniendo propiedad
privada, podían perfectamente enfrentarse contra la avaricia. Para nosotros que tenemos
votos de pobreza eso significa que cuidamos de todas las cosas como si fueran mías propias,
en el sentido de que soy responsable de ellas. Yo soy responsable por la manera cómo cuido
mi misal, de la manera cómo cuido de los libros de mi oficina, de la manera cómo cuido de
los carros, de los vestidos que uso, porque todo eso es común, y todo eso (cualquiera que eso
sea) pertenece a alguien más que a mí. Pertenece al Señor y El nos lo ha prestado a todos
nosotros.

137
Principia este examen de conciencia
poniéndote en la presencia del Señor.
Hazte consciente de Su amor que te envuelve
y te llena hasta desbordarse.
Llénate del deseo de unirte más y más de cerca
con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Decide apartarte de cualquier cosa
que impida esa unión.

EXAMEN DE CONCIENCIA - LA AVARICIA

Vida Diaria
¿Tengo amor desordenado y deseo de poseer y de amontonar cosas, conocimientos,
tiempo, talentos?
¿En que áreas de mi vida soy demasiado materialista?
Este materialismo y deseo de poseer, ¿Me causa daño a mí mismo, a mi familia o a mi
comunidad?
¿Qué cosas deseo que no puedo tener?
¿Son mis posesiones y mi cuenta de banco mi seguridad?
¿Siento miedo cuando mi autosuficiencia se ve amenazada?
San Pablo dijo: “El amor al dinero es la raíz de todos los males” (1 Tim 6,10). ¿Creo eso?
¿Tengo necesidad desordenada de poseer?
Mi deseo desordenado de poseer y de acumular riquezas, ¿Me ha llevado alguna vez a la
mentira, al defraude, a la inquietud, a la dureza de corazón, o a la violencia?
¿Dónde mi egoísmo y mi amor propio están deprivando de recursos a mi familia y a mi
comunidad?
¿Cómo afecta, mi deseo exagerado de acumular, la voluntad de compartir con los que son
menos afortunados que yo?
¿En qué forma debo ser más generoso?
¿Donde creo que mi amor al dinero me está apartando del Señor? ¿Tengo un apego falso a
mi hogar, a mis diversiones, a mis libros, a los muebles, o a los objetos de valor?

138
Primer Mandamiento: “Yo soy el Señor, tu Dios. No habrá para ti otros dioses
delante de Mí”.
¿En qué ocasiones adoro y hago mi dios al dinero, y a las cosas materiales que poseo?
¿Hago uso normal, sano de las cosas, como medios para vivir una vida decente, o son esas
cosas el fin para vivir?
¿En qué casos “adoro” los bienes creados en vez de adorar al Creador?
¿Siento más satisfacción en poseer cosas que en las cosas mismas?
¿Corro el riesgo de que mi pasión de poseer cosas tome el mando y se posesione de mí?
¿En qué ocasiones sacrifico todo (familia, tiempo, energía) para poseer y acumular más
riquezas?
¿Qué puedo hacer para conseguir un equilibrio cabal entre proveer para mi familia y
confiar en el Señor que proveerá? ¿Acumulo porque no confío en que Dios proveerá?
¿Haré lo que sea necesario para poseer riquezas?

El Décimo Mandamiento: No codiciarás los bienes de tu prójimo


¿Deseo acumular bienes materiales sin límite?
¿Me siento más poderoso a la vez que mi valor neto crece? ¿Quiero siempre más de lo que
necesito?
¿En qué áreas estoy apegado y no dejo todavía que el Padre las gobierne?
¿Cómo el ver lo que otros tienen, que yo no tengo y quisiera tener, me impide vivir una
vida sencilla?

En mi vida espiritual
¿Qué tan agradecido soy?
¿Es el Señor mi única riqueza?
¿Dependo de mis buenas obras para merecer el cielo?
¿De qué manera busco primero el Reino de Dios y Su camino de santidad?
¿Qué me impide abrazar la Cruz con ambos brazos?
¿De qué manera huyo de la mortificación y de la pobreza espiritual?
¿Cuándo se me hace difícil decir: “En Tus manos encomiendo mi espíritu”?
¿Soy verdaderamente generoso en dar mi vida al Señor?
¿En qué áreas de mi vida soy avaro?
¿Dónde debo abrazar el carisma de intercesión con más sinceridad y dedicación?

139
¿Permito generosamente que la batalla por las almas se desarrolle encendidamente en mí y
mi familia?
¿En qué forma he experimentado que: “Ahora no vivo yo, sino que Cristo vive en mí”? (Gál
2,20).
¿Dónde debo depender más de Dios y menos de las cosas? ¿Dónde esa dependencia de Dios
me causa más temor y se me hace más difícil?
¿Dónde me cuesta más mantener mis ojos fijos en Jesús?
¿Estoy dispuesto a desprenderme de todas mis buenas obras y trabajos?
¿Me he apegado tanto a las consolaciones espirituales que me
entristezco cuando ya no las
recibo?
¿Estoy apegado a prácticas religiosas, devociones, ritos, sacramentales y artículos religiosos?

Voto /Promesa de Pobreza


¿Es mi voto / promesa de pobreza una fuente de gozo en mi vida?
¿Dónde experimento gozo en mi voto / promesa de pobreza? ¿Qué estoy haciendo para
abrazar este voto / promesa más plenamente?
¿Qué puedo hacer para ser más desprendido interiormente? ¿Dónde la pobreza se me hace
una “carga”?
¿Dónde no es este voto / promesa un don sincero?
¿De qué manera rompo este voto / promesa de pobreza?
¿Guardo el espíritu o la letra de la ley respecto a la pobreza? ¿Dónde siento gozo al verme
privado de algo?
¿Dónde el Señor me ha estado indicando que necesito ser más desprendido de los bienes
materiales?
¿Permito que mis afectos hacia las personas, lugares, o cosas, sean indebidamente fuertes?

Vida Comunitaria / Familiar


¿Cómo demuestro mi respeto por las cosas de uso común?
¿Tomo más de lo que me corresponde?
¿Tengo la sensación de propiedad sobre las cosas que son de uso común?
¿Soy mezquino con lo que poseo?
¿En qué forma verdaderamente comparto mis bienes, mi tiempo, mi amor, y mis talentos?
¿Son mis acciones o falta de acción la causa de que otro caiga en el pecado de avaricia?

140
Considera una o dos áreas donde estás luchando más con la avaricia. ¿Hay allí alguna causa
o modalidad común que pueda ser la razón de esa lucha en estas áreas? Anota en el diario,
ante el Señor, cualquier inspiración o sentimiento que tengas. Escucha Sus palabras de
amor y de consejo. Durante la semana dedica tiempo para meditar: “¿De qué le
aprovechará al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?” (Mt 16,26).

141
Conclusión

La raíz de cada uno de los Pecados Capitales es el miedo, el temor, cuyo origen es
Satanás, el mentiroso en persona. El remedio es el amor. Por eso volvemos una y otra vez a
la Cruz, para crucificar allí nuestros pecados, porque el amor es la raíz de toda sanación y
liberación. Así es de simple. La Cruz ocupa un puesto central. Es la cima de todo. Es libertad
total. “El amor perfecto, echa fuera el temor” (1 Jn 4,18). El amor ágape corta cada uno de
los pecados capitales y sus ramificaciones, porque es amor perfecto. Con este amor ágape,
con el poder del amor, podemos clavar todos nuestros pecados en la Cruz.
Con el arrepentimiento y el Sacramento de la Reconciliación, derrotamos a Satanás
con la Sangre del Cordero y la palabra de nuestro testimonio (ver Apoc 12,11), porque
permitimos que todos esos pecados y sus raíces sean totalmente lavados y removidos.

Ira

La raíz de la ira es básicamente temor de perdonar. En último término llegaremos al


temor de que si perdono voy a ser lastimado otra vez. La ira está arraigada en el temor de
perdonar y en el miedo de ser rechazado. Tenemos miedo de quitar nuestra protección (la
ira) porque quedaremos vulnerables y podremos ser heridos otra vez. La piedad es el don de
amar al Padre y a Su pueblo, con todo el corazón y con toda el alma, y a nuestros prójimos
como a nosotros mismos, y nos dará la fortaleza y la gracia para perdonar y desarraigar el
miedo. “Padre, perdónalos”.

Envidia

La envidia está arraigada en el temor de carecer de poder alguno. Es miedo de perder


todo control. Es miedo de abandonar el asiento del conductor. Es temor de abandonar
totalmente todo. Es temor a la sumisión total. Por eso es que el don de Sabiduría es tan clave
porque la forma más elevada de sabiduría es la sumisión.
Se requiere poder ágape. Se requiere esa clase de amor para desprenderse de todo. Jesús
fue a la Cruz, en primer lugar, por Su gran amor al Padre. Lo hizo por el Padre, para que
pudiéramos estar con El por toda la eternidad. El don de sabiduría nos dará el mismo motivo:
para dar nuestra vida por el Padre y también por los demás. La sabiduría desarraigará
totalmente el temor de dejar el control. Nos permitirá someternos y gozar del Paraíso cada
día, con Jesús. “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

142
Lujuria

La lujuria está arraigada en el temor de ser niño. Es el temor de ser pequeños, porque
al hacernos pequeños pasamos por el proceso de conversión y llegamos a ser puros como
niños. Esa es la razón de porque la tercera palabra desde la Cruz es tan clave: “He allí a tu
Madre”. Si no somos niños pequeñitos, no necesitamos realmente una madre. Los niños
necesitan una madre. Cuando estamos cerca de María, y nos consagramos a ella, ella nos
conseguirá las gracias necesarias para ser puros de corazón y ser pequeños. Ella sabe cómo
ser madre. Nuestra Señora de Guadalupe, en su cuarta aparición, le dijo a Juan Diego: “¿No
estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra y amparo? ¿No soy yo tu salud?
¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué más has menester?”. Sí estamos en el regazo, en el
corazón de María somos su responsabilidad. Ella nos mantendrá puros. El gran don de
Temor de Dios nos dará un disgusto enorme de hacer cualquier cosa que desagrade a Dios,
o también a Nuestra Señora.

Soberbia

La soberbia está arraigada en el temor de someter mi voluntad a la de otro ya sea la


autoridad humana o la divina. Es el temor de depender de otra persona que conoce. La
soberbia está arraigada en el miedo de someter mi voluntad a la voluntad de Dios, porque
voy a entrar en esa atmósfera temerosa de: “cualquier cosa que sea”, y de “no sé”. Es el miedo
a lo desconocido si doy mi voluntad a Dios. El hermoso don de Consejo nos ayudará a
aprender a pedir y a preguntar. Sabemos que Dios nos ayudará. En tantos pasajes de la
Escritura Jesús dice: “Pidan. Pidan”. Jesús sabía que teníamos que recibir consejo, si no, no
íbamos a conocer la verdad. No íbamos a ser capaces de ser libres, ni de mantener esa
libertad, por eso pedimos consejo. Pedimos como El a veces pedía. Especialmente cuando
estemos intercediendo intensamente, gritaremos: “Dios mío, Dios mío. ¿Porqué me has
abandonado? ¿Por qué me dejaste aquí colgado intercediendo intensamente?”. A menudo El
dirá: “Aguanta allí un poquito más. Estoy haciendo uso de ti, porque estamos ahora
batallando contra la soberbia. Ahora mismo estoy dando libertad a algunas personas, y estoy
sacando a Satanás de sus vidas”. Nunca sabremos lo que nos va a decir, o lo que va a hacer.

Gula

La gula es miedo a la mortificación, miedo a la Cruz, y miedo de menguar. Es miedo


de darle muerte a mi falso yo (no a mi verdadero yo, no a mi mejor yo). Definitivamente
necesitamos el don de Fortaleza para luchar contra este pecado porque es una tremenda

143
batalla. Vimos a Jesús luchando en el Jardín para cumplir la voluntad del Padre. Es una
batalla muy costosa para dar muerte a algo. Esa cosa puede ser tan pequeña que nadie ni
siquiera la note, pero puede ser costosa. Hacemos eso para entrar en la sed que Dios tiene
por las almas, sed de amor, que significa todo para Dios, para que Su redención no haya sido
en vano. “Tengo sed”.

Pereza

La pereza está arraigada en el temor de comprometerse. Mientras esté ocupado,


ocupado, ocupado, no tengo que comprometerme porque estoy muy ocupado. La raíz de la
pereza es miedo de comprometerse con Dios y con la oración, que nos pone en contacto con
Dios. La pereza hace que no querramos comprometernos a nada, a nadie, ni a ningún
proyecto. Tiene aspecto de flojera. No queremos comprometernos a seguir la vida espiritual.
Necesitamos el don de Conocimiento para ver las cosas desde el punto de vista de Dios.
Necesitamos gracia para llevar a cabo el trabajo que Dios nos ha encomendado, cualquiera
que sea nuestra vocación. Necesitamos gracia para llevar a cabo lo que Dios nos ha
encomendado para cada día. A veces nos sentimos frustrados porque tal vez no alcanzamos
nuestro objetivo del día. Pero, a lo mejor, sí hicimos lo que Dios nos había encomendado.
Eso sólo lo sabremos si estamos todos los días en oración con El. La oración diaria es la clave
en todo esto. Jesús nos enseñó a orar de esta manera: “Padre, danos hoy el pan nuestro de
cada día”. No el pan para mañana, sino lo que necesito para alimentarme hoy, para que a la
vez pueda alimentar a otros y compartirlo como a El le parezca bien. “Todo está cumplido”.

Avaricia

La avaricia está arraigada en el temor al desprendimiento, en el miedo de dar todo, en


el miedo de dejar que se vaya lo que uno tiene. Es el temor de depender totalmente de Dios
y de renunciar a la propia independencia, considerada como libertad (la cual en realidad no
lo es). Es el temor de entregar la propia vida en las manos del Padre. Pero una vez que el don
de Entendimiento esté activo en nosotros, y de veras entendamos quién es el Padre, gustosos
nos entregaremos totalmente en Sus manos. “Padre, en Tus manos encomiendo mi espíritu”.

Cada uno de los Pecados Capitales tiene una raíz común - el temor. Cada uno de los
dones del Espíritu Santo tiene una raíz común - el amor. Dios nos está diciendo que por
medio de Sus maravillosos dones. Su amor perfecto echará fuera el temor y desarraigará el

144
pecado, para que experimentemos la libertad y el gozo interno que sólo la verdad puede
traernos.
Hay una historia que nos contó un sacerdote de cuando estuvo en el desfile de Mardi
Gras en New Orleans. Las carrozas venían cargadas con todos esos juguetes y baratijas que
lanzaban a la multitud a derecha y a izquierda. Los niños se alineaban a todo lo largo de la
calle y él estaba observando cómo un pequeño niño, que estaba exactamente frente a él,
recogía esas baratijas y juguetes. Tenía ambas manos repletas con esas cosas y a duras penas
podía mantenerse allí en pie.
El sacerdote podía divisar otra carroza, a media cuadra de distancia, que venía cargada
de lindos animales y muñecos de peluche. El se preguntaba: “¿Qué irá a hacer ese niño
cuando vea esa carroza?”. Ese niño era tan rico, abrazando sus tesoros bien pegaditos a sí
mismo, para no soltar ninguno. Cuando la carroza llegó más cerca, decía el Padre, que podía
ver la indecisión en el niño “¿Qué voy a hacer? ¡Oh!, yo quiero eso, pero, ¡mira!, tengo todo
esto”. La carroza estaba ahora ya casi frente a él, y cuando llegó decidió desprenderse de todo
para coger un animal de peluche tan grande como él.
De eso estamos hablando - de poder desprendemos de todo para realmente poder ir
por el oro, por el verdadero tesoro. Entonces, también le habremos dado muerte a ese pecado.
Entonces también podremos decir: “Padre, en Tus manos puedo ahora entregar mi espíritu
porque es libre. No está apegado a nada. Me he desprendido de todos esos apegos. Estoy libre
para venir totalmente a Ti y a Tus caminos”.
Jesús estaba hablando con Sus Apóstoles en la Ultima Cena cuando dijo: “He deseado
muchísimo comer esta Pascua con ustedes” (Lc 22,15). El ha deseado muchísimo compartir
esta comida con nosotros. Quiere compartir la Pascua con nosotros. El conoce el combate.
El quiere compartir nuestra jornada de la muerte a la vida, de las tinieblas a la luz, del
cautiverio a la libertad, y del temor al amor.
Pero Satanás no quiere que hagamos esa pascua. En Apoc 12 vemos que el dragón se
quedó a orillas del mar, donde la tierra y el agua se encuentran. El está allí mismo en la línea
divisora tratando de impedir que hagamos la pascua, el paso de lo terrenal a lo espiritual. Allí
se está desarrollando un proceso de muerte y otro de vida. Allí hay un proceso de mengua,
como decía Juan Bautista, y un aumento de vida del Señor en nosotros. Nos va a costar la
vida. Tendremos que morir para hacer la pascua.
Somos un pueblo haciendo la pascua, el paso de la muerte a la vida, para que podamos
ayudar a la Iglesia a hacer esa pascua. Dios no quiere que la hagamos solos. Incluye la Cruz
y el sacrificio. Hay sacrificio que es necesario para enfrentarse a cada uno de estos pecados.
Hay mortificación. Hay muerte. Pero Jesús dijo: “He deseado muchísimo comer esta Pascua
con ustedes” (Lc 22,15). En otras palabras: “No me dejen fuera. Mientras ustedes estén
negándose a sí mismos todas esas cosas, yo los estaré alimentando con Vida, porque no
quiero que mueran”.

145
Reemplazando nuestro temor con el amor
perfecto de Dios

El temor nos puede controlar de muchas maneras. Por eso, si encuentran que la
emoción de temor se está desarrollando, busquen su origen. Pregúntenle al Señor: “¿Dónde
empezó esto? Más importante aún: “Señor, reemplaza este temor con Tu perfecto amor”.
Yo recuerdo cuando el Señor me pidió que me consagrara al Espíritu Santo. Yo
realmente no había pensado en eso. Estoy acostumbrada a la consagración al Corazón de
Jesús y a la consagración al Corazón de Nuestra Señora. De pronto, un día debía consagrarme
al Espíritu Santo. Inmediatamente, me vino la emoción de temor. La sentí
instantáneamente, y me sorprendió. Yo pensé: “¿Por qué? ¿Por qué voy a tener temor del
Espíritu Santo?”. Yo creía que estaba viviendo ya bastante en el Espíritu Santo, y ahora al
pensar que tendría que consagrarme totalmente a El, sentía crecer en mí la sensación de
temor. El corazón nos dirá cosas que la mente no nos dirá. La mente tiene que ser muy lógica,
y tener todas las cosas en orden. Pero, aquí mi corazón estaba activando ese temor.
Por eso le pregunté en seguida al Señor: “¿De dónde viene esto? ¿Por qué tengo miedo
de esta consagración?”. El Señor me dio a entender: “Porque en tu corazón sabes cuán
generoso es el Espíritu Santo. Tú sabes que El comparte todo lo que tiene y que si te consagras
a El, El te va a compartir a ti también”. Eso era exactamente lo que sucedía. Esa era la verdad.
Ese era el temor - que yo ya no me pertenecería a mí misma. Todavía hay un pedacito de mí
que quiere tener un poquito de control sobre mi vida. “Le he dado a Dios casi todo, pero aquí
me voy a apegar a una parte pequeñita”.
Por eso es mejor dejar que el corazón siga su manera de ser, porque eso es lo que Dios
quiere. El dijo: “Bienaventurados los pobres de espíritu (seremos bienaventurados si somos
compartidos y si nos entregamos completamente a Dios), porque de ellos es el Reino de
Dios” (Mt 5,3). Recibimos todo el Reino y los bellos frutos del Reino aquí en la tierra. Aquí
y ahora podemos poseer el Reino lleno de vida en nosotros.
Queremos estar apegados a Jesucristo crucificado, a Jesús en la Cruz, porque eso es
amor ágape. Es amor puro. Es amor perfecto. El amor perfecto tiene poder para dar la
libertad, para libertar a los cautivos, porque echa fuera el temor. Es también el poder de la
evangelización. Jesús dijo: “Y cuando Yo haya sido levantado de la tierra, atraeré a todos a
Mí” (Jn 12,32). Por eso, si estamos buscando la conversión y la gracia para la gente, es
necesario que permanezcamos con Jesús en la Cruz, porque entonces tendremos poder.
Nuestras oraciones serán poderosísimas. Miren lo que sucedió con aquellos que estuvieron
con Jesús junto a la Cruz. No fueron muchos, pero la vida de cada uno de ellos fue muy

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especial. Los frutos de Jesús elevado en la Cruz, los vemos en Pentecostés. Cuando dejemos
que Dios nos eleve y nos crucifique con Jesús allí en la Cruz, veremos el fruto de nuestra
intercesión como nunca lo hemos visto antes. Veremos muchos pequeños Pentecosteses en
la vida de las personas, porque estaremos dejando salir para otros el gran poder del amor, a
través del corazón traspasado de Jesús.
Jesús dijo: “No hay amor más grande que éste: dar la vida por sus amigos” (Jn 15,13).
Nos deshacemos de nuestra vida. Nos deshacemos de nuestros pecados. Nos deshacemos de
todas esas imperfecciones que queremos que se vayan. Nos deshacemos de nuestra voluntad.
Nos deshacemos de nuestras opiniones. Nos deshacemos de todo eso por nuestro Amigo
Jesús. Cuando entregamos nuestra vida, recibimos más vida. Es una situación en la que
siempre ganamos y ganamos, porque jamás podemos perder.
Dios dice: “Es cosa preciosa a los ojos del Señor la muerte de Sus justos” (Sal 116,15).
Dios ve como algo precioso a Sus ojos el hecho de que podamos dar nuestra vida para tomar
en cambio la vida de Su Hijo, cuando podemos despojarnos de nuestro falso yo para poder
vivir nuestra propia identidad de hijos Suyos. Eso es lo que verdaderamente somos. Nacimos
para ser libres. La verdad y el amor de Dios nos hacen libres. El nos ha dado a Su vez el poder
y la sabiduría para que ayudemos a que otros también sean libres.
Eso se convierte en un estilo de vida para nosotros. Es el estilo de vida de los guerreros
de oración. San Pedro dijo: “Ustedes a quienes Dios conoció de antemano y eligió y santificó
por el Espíritu para obedecer a Cristo Jesús y ser purificados por Su sangre” (1 Pe 1,2). Ese
es nuestro estilo de vida: ser consagrados por el Espíritu a una vida de obediencia. “Sí, Señor.
Que se haga en mí según tu Palabra”. Con esa consagración a Jesucristo y con esa purificación
por Su sangre, estamos constantemente llevando nuestros pecados a la Cruz. Cuando
llegamos a ser portadores de cargas, llevamos también los pecados de otros junto con los
nuestros a la Cruz, para que Dios sea honrado, adorado y glorificado en todas las cosas, como
es debido. “Yo les he dicho todas estas cosas para que en ustedes esté mi gozo, y el gozo de
ustedes sea perfecto” (Jn 15,11).

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“Llamen a los Valientes a las Armas”

El gran profeta Joel, dijo: “Publiquen esto entre las naciones, proclamen una guerra
santa, despierten a los valientes, avancen y suban todos los hombres de guerra. Conviertan
sus azadones en espadas y sus hoces en lanzas, que el débil diga: ‘Soy un valiente’ ” (Joel 4,9-
10). Los azadones preparan la tierra. Eso es lo que hace la intercesión: prepara los corazones
para que reciban la Palabra de Dios. Pero ahora El nos dice: “Tomen sus dones de intercesión
y háganlos espadas. Ahora avancen para la batalla”. Son diferentes los tiempos. Las señales
de los tiempos son muy claras. En la pared ha sido escrito que nos estamos preparando para
la guerra. Nuestras herramientas de intercesión van a cambiar y se van a convertir en armas
para los guerreros de oración. Eso quiere decir que debemos dejar que el Espíritu nos
transforme en la espada con Jesús, porque Jesús es la Espada del Espíritu. Cuando entramos
en esta alianza de unión más íntima con Jesús, nos transformamos en el arma que el Espíritu
anda buscando para poder seguir adelante con esta guerra.
Recientemente tuvimos un bello Rosario guiado por el Espíritu, en Bellwether. En
imágenes, el cuarto donde estábamos orando se empezó a llenar de ángeles. Después vino el
Espíritu Santo. El era enorme, y con Sus alas ocupaba, de punta a punta, todo el cuarto.
Evidentemente El llamó nuestra atención. El era el centro de atención. Al rededor de El había
ángeles con trompetas. Después hubo un silencio increíble. El silencio se apoderó de todo el
cuarto. Nosotros estábamos conscientes del silencio y de Su presencia.
Los ángeles andaban dando vueltas alrededor del cuarto y con sus trompetas
anunciaban algo que nosotros no entendíamos. Por eso preguntamos: “¿Qué es lo que
quieren que sepamos?”. Pudimos concentrarnos un poco más de cerca en el Espíritu Santo y
pudimos ver un rollito que tenía en el pico. El rollito tenía un pequeño cordel dorado con el
que podía desenrollarse y leerlo. Le preguntamos: “¿Qué hay en el rollito?”.
El nos llevó a Apoc 8,1. “Cuando el Cordero abrió el séptimo sello, se hizo silencio en
el Cielo como de media hora”. Cuando Dios va a actuar de manera soberana, siempre hay
silencio. ¿Han notado eso? El silencio de la Anunciación, el silencio de Belén, el silencio de
Nazaret, y el silencio de la Resurrección. Mediten sobre el silencio de la Eucaristía. Cuando
Dios está verdaderamente presente, El habla por medio del silencio. Nos llama la atención
con el silencio.
En seguida nos llevó a Apoc 8,2. “Y vi a los siete ángeles que están de pie delante de
Dios y a los que entregaron siete trompetas”. Allí estaban. Luego nos llevó a Apoc 10,1-7. “Vi
después a otro ángel vigoroso que bajaba del cielo envuelto en una nube”. (Con frecuencia
la nube es símbolo de la presencia de Dios - la nube de lo desconocido, la nube que envolvía
a Moisés durante su recorrido a través del desierto). Así pues, allí estaba ese poderoso ángel,
envuelto con una nube, envuelto con la presencia de Dios, con un arco iris que rodeaba su
cabeza. Inmediatamente eso nos habló de una alianza de amor y de unión. “Llevaba en la

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mano un rollito abierto. Después levantó la mano derecha al cielo, jurando por el que vive:
‘Ya no habrá más demora’. Pues en el momento en que se oiga al séptimo ángel tocar la
trompeta, entonces se habrá cumplido el plan misterioso de Dios, tal como lo anunció a Sus
propios siervos los profetas”. Sabíamos que Dios estaba tratando de anunciarnos algo sobre
Su plan misterioso, que iba a cumplirse. No habría más demora. Era el momento.
Apoc 10,9 siguió informándonos. “Fui pues, al ángel y le pedí que me diera el rollito y
me contestó: ‘Toma y cómetelo. En tu boca será dulce como la miel, pero en tu estómago se
volverá amargo’”. Nosotros pensamos: “Eso es lo que pasa con Jesús”. Cuando nos llama,
cuando nos pide algo, no hay nada más dulce. No hay absolutamente nada más dulce que
escuchar a Jesucristo y sentir esa Palabra viva en nosotros, pero algunas veces lo que nos dice
o lo que nos pide es difícil de digerir.
Lo que El nos pide como guerreros de oración es muy dulce, pero sin embargo, ser un
guerrero de oración es muy difícil. Es un ministerio muy difícil. Aunque sepamos que Dios
está con nosotros hay momentos muy difíciles de digerir. Hay momentos en que nos
sentimos tentados a decir: “Señor, escoge a otro. ¡Ayúdame! Yo sólo quiero sentarme debajo
de ese árbol y descansar”. Pero ese es el plan misterioso.
Todo lo que concierne a Dios es un misterio. Nunca lo conoceremos completamente
aquí, y sin embargo nos dice: “Sube acá y te mostraré los acontecimientos que vendrán en
seguida” (Apoc 4,1). Dios estaba comenzando a revelarnos Su plan misterioso, esa nueva
alianza que quiere establecer ahora, esa Nueva Jerusalén, Su Iglesia gloriosa, pueblo
plenamente vivo y desbordante de la presencia de Dios.
Así pues, empezamos a hacer las preguntas obvias: “¿Cómo sucederá eso?”. El Señor
trajo a mi mente una cosa que me había dicho un año antes. Me dijo: “Prepara mi Segunda
Venida”. Yo escribí: “Prepara para mi Segunda Venida”. Entonces El me dijo: “No, eso no es
lo que dije. Yo dije: ‘Prepara mi Segunda Venida’ ”. En ese momento, no me había dado
cuenta que allí hay una diferencia, y sí que la hay. Cuando preparamos alguna cosa, de hecho,
estamos poniendo esa cosa a la vista.
Mi mente empezó a discurrir. “Dame, Señor, un ejemplo de lo que es preparar una
cosa”. El me contestó: “Cuando estás preparando una cena, no estás preparando para que
alguien venga. Estás preparando la comida. Estás haciendo que la comida aparezca a la vista,
y así sucede”. Entonces empecé a entender un poquito más Su manera de pensar. “Según eso,
¿cuando preparemos Tu Segunda Venida, la vamos a estar haciendo visible?”. “Así es”, me
dijo. Esa fue una gran revelación para mí, porque ya había escuchado algunas cosas sobre la
Segunda Venida. Habíamos recibido alguna información en la oración, pero siempe había
sido enfocada a las diferentes maneras de la venida de Jesús. Nunca se me había ocurrido a
mí que Jesús llamaría a los guerreros de oración a preparar Su Segunda Venida. No sabía yo
que quería decirnos que El mismo vendría como un combatiente de oración. Vendrá como
un Rey Guerrero. Vendrá a la confrontación final con Satanás.

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El mismo está preparando el lugar, una morada, en nosotros, con nosotros y por medio
de nosotros, para esa intimidad de la nueva alianza, para esa unión profunda, para esa Iglesia
gloriosa donde El está totalmente vivo. Para nuestra manera de pensar eso fue una sacudida
y un cambio completo. Pedimos una confirmación, y de nuevo la respuesta vino a través del
Apocalipsis. “Anda envuelto en una capa teñida de sangre. Su nombre es: El Verbo de Dios.
Los ejércitos del Cielo lo seguían en caballos blancos (eso significa que tenían poder, el poder
puro de Dios), vestidos de lino de perfecta blancura” (Apoc 19,13-14). Estar vestido de lino
de perfecta blancura, significa, una vez más, estar vestido con la vestidura del Bautismo.
El Papa Pablo VI escribió sobre esto a toda la Iglesia en su encíclica La Evangelización
en el Mundo Moderno. Decía que debemos ser bautizados de nuevo y purificados de todo
pecado. Debemos estar totalmente liberados del poder del enemigo que es el pecado.
Nosotros somos esas personas que cabalgan con Jesús, con poder, vestidas con las vestiduras
del Bautismo, y lavadas con la sangre del Cordero. Esperamos que por medio de este estudio
sobre los Pecados Capitales, hayamos podido realmente purificar nuestras vestiduras. La
Escritura dice: “Ellos lo han vencido (a Satanás), por la sangre del Cordero y por la Palabra
que ellos proclamaron” (Apoc 12,11). Si queremos vencer debemos tener puestas de nuevo
las vestiduras de nuestro Bautismo. Debemos estar vestidos con la misma capa teñida con la
sangre del Cordero.
La Escritura nos dice: “Sale de Su boca la espada afilada” (Apoc 19,15). Por medio del
poder del Espíritu, la Palabra de Dios, ahora encarnada en nosotros, trata de transformarnos
día, tras día, tras día, en Jesús, la Espada. Así pues, ese plan misterioso es sencillamente que
El viene como guerrero, con nosotros, en nosotros y por medio de nosotros para preparar
una morada de amor Trinitario en cada una de las almas. El tiempo para eso es ahora. ¿No
será esa una Iglesia espléndida donde la Trinidad esté de nuevo totalmente viva en cada una
de las personas? ¡Oh, ese es un sueño maravilloso! Es el sueño de Dios, y por eso sabemos
que se realizará.
El Señor dijo: “Yo, el Señor, te he llamado para cumplir mi justicia, te he formado y
tomado de la mano, te he destinado para que unas a mi pueblo y seas luz para todas las
naciones, para abrir los ojos a los ciegos” (Is 42, 6-7). Somos llamados para abrir los ojos a
los ciegos y para enfrentarnos a la falsedad. Somos llamados “para sacar a los presos de la
cárcel, y del calabozo a los que estaban en la oscuridad” (Is 42,7). Oscuridad casi siempre
significa pecado. Si vamos a conseguir gracias para que la gente salga del pecado, tendremos
que pelear, porque entraremos directamente en el dominio de Satanás a sacar a esa gente de
allí. Allí es donde él vive. Seremos una Iglesia de ofensiva, que literalmente va a los lugares
donde Satanás habita y donde tiene esclavizada a la gente, para sacar a los presos de la cárcel.
Hay una profecía muy hermosa en Romanos 9,17 que yo creo que se aplica a nosotros.
Dice: “Te hice rey con el fin de mostrar en ti mi poder y para que toda la tierra conozca mi
nombre”. En otras palabras - esa es la razón por la que te he elevado, para lo que te he

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llamado. Por eso te he tomado de la mano, para que por medio de ti pueda mostrar Mi poder
(el poder de Dios, no el nuestro), para que Mi nombre sea proclamado por toda la tierra.
A medida que nos hagamos más conscientes del poder de Dios, mientras nosotros
disminuyamos y El aumente, esperamos que toda nuestra vida llegue a ser un Magníficat.
Dios, que es poderoso, ha hecho ya cosas grandes para nosotros. Yo sé que muchos de ustedes
son intercesores desde hace mucho tiempo. Muchos de ustedes han pasado por muchas
batallas, y ya saben que en ellas se paga un precio muy grande. Jesús pagó con Su vida, y a
nosotros también nos costará la nuestra. Pero recibimos mucho más. Nosotros damos
nuestra vida, pero El nos da más de lo que pudiéramos imaginarnos. A El nadie lo gana en
generosidad.
Poniendo al descubierto el territorio del enemigo que hay dentro de nosotros, nos ha
ayudado a ser más libres, para poder revestirnos de las vestiduras del Bautismo. Hemos
puesto al descubierto algunas más de las estrategias del maligno. Hemos escuchado de parte
de Dios cómo quiere que combatamos, y como quiere que avancemos hacia adelante con
poder, con amor, con verdad y con luz.
Recientemente el Señor me dio una lección sobre Sara, que cuando supo que iba a
quedar embarazada, se echó a reír. El Señor le preguntó a Abraham: “¿Por qué Sara se echó
a reír?”. Sara dijo: “Yo no me he reído”. La escritura continúa diciendo: “Ella mintió porque
tuvo miedo” (ver Gén 18,15). Esa frase fue muy significativa para mí, y por eso más tarde en
la oración, le pregunté al Señor porqué esa frase era tan especial. “¿Porqué Sara mintió por
miedo?”. El trajo a mi mente que Satanás es el mentiroso. Le pregunté a Jesús: “¿Entonces
Satanás miente porque tiene miedo?”. “Sí”, me respondió Jesús. “¿Por qué?”, le dije. “¿De qué
tiene miedo?”. El Señor me dijo: “Tiene miedo de la verdad, porque la verdad los hace libres
a ustedes, y Satanás no quiere que sean libres”. El quiere que vivamos de la mentira y que
permanezcamos en la mentira. Le hice todavía una pregunta más: “Pero, Señor, Tú eres la
Verdad”. Casi pude sentir que se sonreía como quien dice: “Ahora principias a entender”. Le
dije:“Bueno, si Tú eres la Verdad, entonces ¿Satanás tiene miedo de Ti?”. “Correcto”,
contestó El. Entonces pensé: “No hay nadar de qué preocuparse. El miedo más grande que
Satanás tiene, es Jesús”. No puedo imaginarme a nadie que tenga miedo de Jesús», mucho
menos un guerrero de oración.
De Jesús es de quien nosotros dependemos. Jesús es nuestro mejor amigo. El Padre nos
ha llamado para que nos unamos a Su Hijo, y cuando lo hacemos, somos fortalecidos de una
manera especial por el Espíritu Santo. Vivimos y actuamos y tenemos todo nuestro ser
dentro de la atmósfera de Dios. Podemos seguir adelante con tanta confianza, que Satanás
nos tendrá miedo a nosotros, en vez de que nosotros le tengamos miedo a él.
El problema está en que Satanás de alguna manera sabe que muchos de nosotros» no
sabemos que Dios está realmente en nosotros y que tenemos ese poder. Por eso volvamos al
Monte Sinaí y escuchemos a Dios que dice a Moisés (y a nosotros): “Yo estoy contigo. Yo
estoy contigo” (Ex 3,12). Si nosotros no creemos realmente en eso, tenemos que llevarlo a la

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oración. Antes, yo no creía todo el tiempo en eso. No lo creía en la mañana, al medio día y a
la noche. No lo creía cuando el sol no brillaba o cuando las; cosas no marchaban muy bien.
Empecé a ver que mi fe no era muy fuerte. Cuando nos hallamos débiles en la fe, todo
lo que tenemos que hacer es pedirle al Padre el don de la fe;. Necesitamos la fe para que
podemos creer todo el tiempo que El está siempre con nosotros. Entonces sí tendremos una
plaza fuerte. Entonces estaremos de pie firmes y nada nos podrá mover. Los dardos
incendiarios no podrán penetrar nuestros escudos porque sabemos, entendemos, y
conocemos que Dios» está siempre con nosotros.
Ahora entiendo por qué San Juan dijo: “Porque el que está en ustedes es más poderoso
que el que está en el mundo” (1 Jn 4,4). Ahora entiendo que Aquel que está en nosotros es
más grande que todas las legiones de ángeles caídos que están en el mundo. El es más grande
que cualquier otra cosa en el mundo. Es nada menos que Dios mismo en Persona.

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