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Los Hijos Del Alcohol Salmon

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RAUL SALMON

L IB R E R IA E D IT O R IA L " J U V E N T U D "
L A P A Z - B O L IV IA
BIBLIOTECA DIGITAL

TEXTOS SOBRE BOLIVIA

TEATRO, BIBLIOGRAFÍA, LITERATURA, AUTORES, SUS OBRAS Y LO ESCRITO


SOBRE LOS MISMOS, MASONERÍA

FICHA DEL TEXTO

Número de identificación del texto en clasificación Bolivia: 5382


Número del texto en clasificación por autores: 11749
Título del libro: Los hijos del alcohol
Autor (es): Raúl Salmón
Editor: Librería Editorial “Juventud”
Derechos de autor: Depósito Legal: 4-1-347/90 p.
Imprenta: Empresa Editora “Urquizo” S.A.
Año: 1996
Ciudad y país: La Paz – Bolivia
Número total de páginas: 66
Fuente: Digitalizado por la Fundación
Temática: Teatro
LOS HIJOS
DEL
ALCOHOL
Carátula: Julio de La Barra, Raffo Mory y Jorge de La Ba­
rra en una escena de "Los hijos del alcohol".
RAUL SALMON

LOS HI J OS
DEL
ALCOHOL
DRAM4 EN í ACTOS

SEXTA EDICION
Teatro Boliviano

LIBRERIA EDITORIAL "JUVENTUD"


LA PA7 . n n r tvta
1996
Depòsito Legal N° 4-1-347/90 p.

La presente edición
es propiedad del Editor.
Quedan reservados todos
los derechos de acuerdo a Ley.
Serán perseguidos y sancionados
quienes comercien con textos
foto-copiados de esta obra,
ya que el mismo es un delito
tipificado en el Código Penal,
Capítulo X, Art. 362.

Impreso en Bolivia Printed in Bolivia

Impresores: Empresa Editora "URQUIZO S.A." La Paz


Puerto Rico Na 1135 - Telf. 321070 - Casilla N2 1489
EL TEATRO
PIEZA ESCRITA Y
EL TEATRO ESPECTACULO
Puede parecer una contradicción hablar del
teatro como libreto y del teatro como espectáculo. Sin
embargo, uno y otro estamento se correlacionan.
El teatro es fundamentalmente: acción.
Una pieza escénica impresa puede estar en la
categoría de Teatro para Leer.
El libreto, el texto, tiene que convertirse en
espectáculo, en las manos de quien hace la puesta en
escena y de los intérpretes.
Y los editores anotamos este hecho que sirve de
prólogo a la tercera edición de la obra dramática de
Raúl Salmón: "Los hijos del alcohol", porque este tipo
de dramaturgia que, por la década de los 50, se
calificó, en unos casos, como "Teatro Terapéutico" y
como 'Teatro Naturalista", en otros, cobró relieve, se
enriqueció en matices, al ser convertida en
espectáculo.
Si utilizamos el lenguaje que es propio de los
actores, al revisar crónicas de la época de su estreno y
de las 50 representaciones consecutivas que logró en
su primera temporada en el Teatro Municipal, será
posible recordar al intuitivo Julio de la Barra que
compuso un tipo de cholo-matón y a la vez, el
atormentado personaje: Quiroga. No menos
llamativo, recalcan las crónicas periodísticas que
hemos revisado, fue la actuación del actor Raffo Mory
interpretando a un alcohólico consuetudianrio; y a
Jorge Wilder Cervantes componiendo el personaje de
un enfermo dominado por el vicio.
Las diferencias son fundamentales. Al leer el
libreto los personajes tienen una especie de "letra
muerta". El Director, que es autor del espectáculo, al
manejar a su actores, es quien enriquece el texto.
Y estas dos instancias son las predominantes en
"Los hijos del alcohol", pieza en la cual Raúl Salmón
toca, como lo hicieron otros autores, el tema de la
herencia en el cuadro de nuestra fenomenología
social boliviana.

LOS EDITORES
OBRAS DEL AUTOR PUBLICADAS
Y REPRESENTADAS

Segunda etapa: 1990


- "Las dos caras de Olañeta"
- "Linares, Dictador Civil"
- "Sopocachi de mis años juveniles"
- "La clase sandwich"
- "Alicia en el país de las comidillas"
- "Hijo de Chola"

Teatro Breve
- "La birlocha de la esquina"
- "Los exiliados"
- "No quiero ser millonario"
- "El Tata Belzu ha resucitado"
- "El Homicida que pagó su culpa por adelantado"
- "La abuela aprende a leer a los 80"

- "Prisionero de Guerra"

Primera estapa: 1943-1975


- "El canillita"
- "La Calle del pecado"
- "Mi madre fue una chola
- "Sangre Indígena"
"Parricidio"
"Potosí en la sangre"
"Albores de Libertad"
"El fugitivo"
"Escuela de pillos"
"Flor de Barro"
"Los hijos del Alcohol"
"Redención"
"El estaño era Limachi"
"Noches de La Paz"
"Cachito"
"Caparelli"
"La Lotería"
"Un argentino en La Paz"
"La Doctora Zaconeta"
"Plato Paceño"
"La contrapartida"

"Busch, héroe y víctima"


"Albores de Libertad"
"Viva Belzu"
"Juana Sánchez"
'Tres generales

La computadora parlante'
LOS HIJOS DEL ALCOHOL
DRAMA SOCIAL EN 3 ACTOS
PERSONAJES Y REPARTO EN EL
ESTRENO
(Teatro Municipal.— La Paz.— 1950
DR RAMIREZ................................ Alberto Sulliván
QUIROGA...................................... Julio de la Barra
SALUCA........................................ Diny Morand
PAGIBOO...................................... Néstor Peredo
CHUNGULLAPIS......................... Raffo Mory
CARGADOR.................................. Jorge de la Barra
MARIHA....................................... Elvira Llosa
PARALinOO................................. Tito Landa
SAI IN A S ........................................ Jorge Wilder Cervantes
NIÑO.............................................. Charito Lara
MUJER............................................... Chinita Clavel
OIRA MUJER.................................... Alcira Carranza
SOLDADTIO................................. Fernándo Parrado
GBQO............................................ Felipe Díaz
CEJO.............................................. Carlos Zuna
MARIDO........................................ Félix Barrera
ACTO PRIMERO

La escena está fraccionada en dos partes: a la


derecha del escenario, dos laterales y un fondo
forman la perspectiva de una calle de suburbio.
Puertas a derecha e izquierda con cartelitos
luminosos identificando a las cantinas o figones
del interior: "La Bronca", "El Patito", "Taquirari",
"La Copita", etc. Este callejón ocupa dos terceras
partes de la escena.
La otra fracción corresponde a la cantina
propiamente dicha, es decir' "La Copita" que, con
respecto al callejón es la puerta de primer término
a la izquierda. Este figón - estrecho y desordenado -
tiene como única utilería: un mostrador y una
amplia botellería junto a la que se halla sentada
Saluca (la dueña de la cantina) sosteniendo sobre
sus rodillas a un niño enfermo. Por la puerta del
fondo - en medio de un ambiente iluminado de
rojo - se advierten las mesas y sillas. Parroquianos
y mozos animan el festín entre gritos, canciones y
bailes, al son desacompasado de un piano y una
batería.

- 15-
Los mozos llegan hasta el m ostrador,
depositan dinero y recogen bebidas para llevar al
interior. Los que ingresan lo hacen sin preocuparse
de la presencia de Saluca, se diría que conocen
palmo a palmo la cantina.
Es de noche y el callejón - pese a las ténues
luces que lo alumbran - parece estar de fiesta:
borrachos y cuerdos; parejas o grupos entran y
salen de los figones. En alguna puerta un ebrio
duerme la mona.

Escena Uno
BORRACHOS. PARROQUIANOS, MOZOS
(Desplazamiento general de comparsas)

Escena Dos
DICHOS HOMBRES 1 ° Y 2 0

HOMBRE I o— (Saliendo de la puerta primera


derecha — "El Pato" — seguido de hombre 2°)
¡Puede batirme si quiere, che!
HOMBRE 2o— ¡Ya, ya che! Pálmame dos lucas por
lo menos!

-16-
HOMBRE I o— ¡Aprendaps a ser hombre! Pá que
se ha deschapado en la Cana Chica!
HOMBRE 2°— ¿Y si te bato a ver?
HOMBRE I o— ¡Dos chusasos te vas a hacer largar
ahurita! ¡Cuidado! (Los curiosos van cercando
al grupo íntegramente).
HOMBRE 2o— ¡A ver, a ver! ¡Pégue, pues! ¡Pégue,
pues!

(Se arma una pelea entre los dos y luego hay


un grito: el Hombre Segundo se levanta del suelo
con la cara ensangrentada mientras el I o guarda
un cuchillo).

HOMBRE I o— (Al retirarse) ¡En otra no vas a ser


parador! (Mutis)
(Dos personas toman del brazo al herido y lo
sacan de escena).

Escena Tres
MU]ER Y MARIDO

MUJER.— (Saliendo de la segunda derecha - "La


Bronca" - y siendo contenida por el marido)
¡Déjeme, déjeme!

-17-
MARIDO.— ¡Ven che, ven!
MUJER.— ¡Déjeme, déjeme!
MARIDO.— ¡Si no entras a patadas te voy a
revolcar!
MUJER.— ¡Déjeme, nomás! ¡Donde mi hermana
hey de irme!
MARIDO.— (Jaloneándola bruscamente) ¡Entre!
¡Entre!
M U JER.— (G ritá n d o lo e sc a n d a lo sa m en te)
¡Aucilio! ¡Aucilio! ¡Me está matando! ¡Aucilio!

Escena Cuatro
DICHOS Y CURIOSO

CURIOSO.— (A Maridóle) ¡Déjala, pues che! ¡No


sea abusivo!
MUJER.— (Quejándose) /Mire usteps, joven,
cómo me quiere matar este maricón! ¡Mozo,
pega mujeres!
MARIDO.— (A mujer) ¡Entre, le he dicho!
CURIOSO.— ¡Ya déjela, che!
MARIDO.— ¡No se meta!

- 18 -
CURIOSO.— ¿Por quéps no me he de meter? ¿O
quiere usté algo conmigo?
MARIDO.— ¡No se haga el macho, che!
CURIOSO.— (Pechándolo) ¿Quere algo? ¿Quere
algo? (Le propina un golpe; lo derriba y luego
sigue pegándolo en el suelo).
MARIDO.— (En el suelo cubriéndose la cara) ¡No
en el suelo, no en el suelo!
MUJER.— (A curioso) ¡Wa! Choy, ¿por quéps a mi
marido? (Pegándolo) ¡Traicionero! ¿Por quéps
en el suelo lo pegas?
CURIOSO.— (Defendiéndose) Y por quéps pide
aucillo, entonces?
MUJER.— ¡Porque me da la gana! ¡Es mi marido!
Puede matarme si quiere. (Lo sigue pegando).
CURIOSO.— ¡Cuidado, cuidado! (Empieza a
retroceder mientras marido y mujer siguen
dándole golpes). (Mutis).

Escena Cinco
SOLDADITO Y CUMPA

CUMPA.— (Por el callejón conduce cantando a


soldadito) ¡Avivate, hermano! ¿Dónde quieres?
¿Al "Pato"? ¿A "La Bronca"? M ejor
entraremos a "La Copita". ¡Entra, pues! (Entran
a "La Copita") ¡Señora! (Saluda a Saluca que no
le atiende) ¿Doña Saluca? ¡Lo he traído a mi
amigo! ¡Que se haga hombre! ¿No es cierto?
SALUCA.- Entraps, choy; no estén haciendo la
bulla. ¡Mi wawa está enferma y todo!
CUMPA.— Es mi amigo, doña Saluca. Recién está
en el cuartel y lo he traído pa' que se haga
hombre. ¡Yops por algo soy reservista! ¿Qué
queres tomar, che?
SOLDADITO.— ¡Una soda nomás!
CUMPA.— ¡Qué una soda! ¡Haste hombre, zonzo!
¡Dos ponches, doña Saluca!
SALUCA.— ¡Entren, pues, choy! ¡No sirvo nada
en el mostrador!
CUMPA.— ¿Dos ponchecitos qué haceps, pero?
SOLDADITO.— ¡Vámonos, Cumpa! ¡No queren
servirnos!
CUMPA.— ¡Ya estás teniendo miedo, che! Ya que
te has chorreado, esta noche tienes que farrear,
¡hermano! ¿No sabes, acaso, que no es hombre
el que no sabe chupar?
SALUCA.— ¡Entrenps, choy! ¡Vamos a estar
bailando!

- 20 -
CUMPA.— Entremos.
SOLDADITO.— Pero... yo no sé bailar, che...
CUMPA.— ¡No importa! ¡Entre hombres vamos a
estar bailando (Entran ambos)

Escena Seis
DOCTOR RAMIREZ

(Va ingresando al callejón mientras observa


una a una las puertas de las cantinas. —
Finalmente, se dirige a "La Copita" y desde la
puerta del fondo mira al interior).

Escena Siete
DICHOS Y QUIROGA

QUIROGA.— (Con una mano ensangrentada que


está cu bierta con su pañ u elo; entra
apresuradamente) ¡Mira, Saluca!
SALUCA.— ¿Quéps te ha pasado, choy?
QUIROGA.— He estado viniendo por el callejón
y el mozo del "Camavalito" me ha insultado.

-21-
SALUCA.— ¡Ya! ¡La ocurrencia de ese ratero! ¿Y
de hay?
QUIROGA.— Enseñadop¿ estaría por su hermano
y con otros, en cuadrilla, me han querido pegar
pero, felizmente, el "Corasa" había estado y con
chaveta en mano les ha hecho correr...
SALUCA.— Y tu mano de queps está
ensangrentada, choy.
QUIROGA.— ¡Al defenderme no se quien me ha
metido con su chusu!
SALUCA.— ¿No les has reconocido quien era?
QUIROGA.— ¡Hay testigos, pues! Mañana vamos
a sentar denuncia en la Policía y a todos del
"Camavalito" los vamos a hacer chanchar en
la Central!
SALUCA.— ¡Un poco de pisco, ancuando sea,
ponte, pues!
QUIROGA.— Dame a ver... (Mientras se cura;
señala al doctor Ramírez) ¿Y ese pije? ¿Bacán
es, no?
SALUCA.— ¡Está zonceando desde endenantes!
QUIROGA.— ¿Queps quedrá? (Por el niño) Está
con fiebre todavía?
SALUCA.— No... pero no quere dormir...

-22-
QUIROGA.— Mañana donde otro médico le
vamos a llevar...
R A M IR EZ .— (Voltea la cabeza y se ve con
Quiroga.- Ambos se miran y Quiroga se quita
el sombrero) ¡Quiroga!
QUIROGA.— (Un tanto cohibido) Ramírez... digo,
doctor...
RAMIREZ.— De muchos años te veo, hombre.
QUIROGA.— ¿Qué haces... qué hace usted, doctor,
aquí?
RAMIREZ.— Con más confianza, Quiroga. ¿O
hemos dejado de ser amigos?
QUIROGA.— (A Saluca) Hija: te presento al
doctor Ramírez Médico es. En la escuela
éramos compañeros ¿no?
SALUCA.— Salomé de Quiroga, pa servirle,
doctor.
QUIROGA.— Es mi mujer... éste es mi hijito.
RAMIREZ.— ¡Qué bien! ¿Está enfermo tu hijito?
SALUCA.— No sé qué tiene doctor. Apenas habla
y ya tiene cuatro añitos.
RAMIREZ.— ¡A h!... (P au sa) ¿Es tuyo este
negocio?

- 23-
QUIROGA.— Sí, pues. A esto he tenido que
dedicarme... ¡Si hubiera podido estudiar como
vos... otra cosa hubiera sido de mí... pero estoy
contento nomás! ¡Me va bien!
RAMIREZ.— Seguramente.
QUIROGA.— ¿Y a vos qué te trae por aquí, pues?
RAMIREZ.— Vine a observar todo esto...
QUIROGA.— Bonito es ¿no?
RAMIREZ.— (Fijándose en la mano de Quiroga)
¿Peleaste?
QUIROGA.— No. Me he cortado...
RAMIREZ.— ¿En el filo de un cuchillo de tus
competidores? ¿Ustedes, entre cantineros, se
odian, verdad?
QUIROGA.— No. Son envidiosos porque uno
progresa.
RAMIREZ.— ...Y al que progresa le destrozan los
huesos y le rompen las mesas y sillas...
QUIROGA.— ¿De cómo sabes, pues, todo eso?
RAMIREZ.— ¿Lees periódicos? Bueno. ¿Sabes
algo de la campaña contra el alcoholismo?
QUIROGA.— Algo he estado leyendo. Dicen que
quieren hacer clausurar estas cantinas y yo creo
que alguien está interesado en poner cantinas
en otro barrio...

-24-
RAMIREZ.— Te equivocas, Quiroga. Quién desea
hacer cerrar estas cantinas sólo aspira a salvar a
muchos hombres, a muchas mujeres, a miles
de niños y hogares.
QUIROGA.— Pero eso estaps bien pa soñar.
¿Cómo se ha de prohibir a la gente de que haga
negocio a ver?
RAMIREZ.— Escúchame: ¿tú por qué dejaste de ir
a la escuela?
QUIROGA.— Mi padre no me atendía, pues, y he
tenido que ganarme la vida a mi manera...
RAMIREZ.— ¿Y tu padre por qué no te atendía?
QUIROGA.— ¡Ah! Era muy tomador el pobre.
RAMIREZ.— (Sacando una libreta y leyendo)
¿Arturo se llamaba tu padre, ¿No?
QUIROGA.— Si...
RAMIREZ.— Según sé, él tenía mal al hígado
pero murió intoxicado...
QUIROGA.— ¿Intoxicado?
RAMIREZ.— De alcohol. Son datos de su historia
clínica. Saqué del Hospital. (Pausa)Esto trae a
colación la campaña que realizo en la prensa
para combatir el alcoholismo.
QUIROGA.— ¿Vos?

- 25-
RAMIREZ.— Yo. Si amparando a quienes
argumentan la libertad de comerciar se deja
que al hogar humilde invada el alcohol todos
los niños seguirán abandonando las escuelas y
harán su vida de cualquier manera para seguir
el camino de sus padres: la fábrica, el taller y
luego las cantinas.
QUIROGA.— ¡Es que mi cantina es distinta! Es
decente. ¿No es cierto, hija?
SALUCA.— Asips es, doctorcito. En los otros
lugares hay peleas y puñaladas y hasta rateros
se juntan. ¡Aquí es distinto siempre!

Escena Ocho
DICHOS Y HERIDO

HERIDO.— (Saliendo con el rostro ensangren­


tado) ¡Miren, miren!¡Me han apuñaleado y me
han robado mi plata! ¡Desde los mozos son
rateros aquí! ¡Me he de quejar a la Policía!
¡Rateros, rateros! (Sale precipitadamente).
RAMIREZ.— Ya lo veo. Esto es muy "decente"...
como todos los demás locales.
QUIROGA.— No. Es una excepción. Ese siempre
es camorrero.

- 26-
SALUCA.— ¿No le ha visto usted, doctor? Como
nueve cicatrices tiene en la cara. Siempre le
hacen así.

Escena Nueve
DICHOS Y CHOLTTA

CH OLITA.— (Borracha, cargando un niño y


llevando a otro de la mano) Entraps, hijo. Tu
pagre debe estar adentro.
QUIROGA.— (Conviniendo una mirada con su
esposa) No. ¡No entran aquí mujeres con
guaguas!
CHOLITA.— ¿Por qué, pues, don Quiroga?
¿Acaso no vienen noche por noche a farrear?
¿Dóndeps he de dejar mis guaguas? ¡La vida se
ha hechops para farrear siempre! (Ingresa al
interior).
SALUCA.— La estarás sacando, hijo, porque el
doctor puede estar creyendo otra cosa...
RAMIREZ.— ¿Para qué? Tendrían que sacar a
todas las chicas y jovenzuelos, menores de
edad, que están ahí dentro.
QUIROGA.— (Tratando de cambiar la conversa­
ción) ¿Quieres tomar un vaso de cerveza?

- 27-
RAMIREZ.— ¿Para disipar la mala impresión que
te causan mis palabras?
QUIROGA.— (Bebiendo de un sorbo) No, no. Lo
que me revienta es que siempre alguien tenga
que meterse en la vida ajena.
RAMIREZ.— Es el deber de todo hombre honrado.
QUIROGA.— No, pues, che. Cada uno en su
lugar: vos con tus enfermos y yo con mis
borrachos. Cada uno debe hacer lo que le
corresponde. ¿O yo me meto en tus cosas?
RAMIREZ.— Sí y... mucho. Tu cantina y todas las
cantinas donde pudre su alma el hombre que
puede ser útil, constituyen las seducción de mis
enfermos que huyen de mis ojos para caer en el
tráfago del alcoholismo.
SALUCA.— Zonceras está usté hablando, doctor.
¿Quéps hacemos nosotros, wa? ¿Nosotros
vamos a los hospitales y decimos a la gente que
venga a tomar? Si vienen seraps porque
queren. ¿Acaso son wawas? (Por Quiroga que
toma otro trago) No tomes, hijo, después haste
estar quejándote del hígado.
Q U IRO G A .— (Bebiendo siempre) ¿Qué clase de
país es éste pues? A uno le sacan impuestos
hasta de lo que respira y no le dejan trabajar
tranquilo.

-28 -
RAMIREZ.— ¡Contigo es imposible, Quiroga!
QUIROGA.— Vos tienes suerte. Si todo lo que me
estás diciendo te escuchaba cualquiera de los
otros cantineros, distinto hubiera sido.
SALUCA.— Si, pues, doctor. Los otros son de pocas
pulgas como dicen. ¡Las cosas que hacen a ver!
RAMIREZ.— ¿Es una amenaza?
QUIROGA.— (Encrespado) ¡No amenazo a nadie,
che, porque sé hasta dónde aguanta mi
paciencia! Y si tengo contemplaciones con mis
amigos, que nadie se aproveche de eso. Cada
uno, en su casa, sabe lo que hace y yo, en mi
casa, hago lo que quiero, por últimamente.
SALUCA.— ¡Cállate, hijo, por Dios! ¡Váyase usté,
pues, doctor! Parece que estuviera usté enseñado
pa' venimos a dar colerones.
QUIROGA.— ¿Y, por último, por qué tengo que
dar explicaciones? Hago mi negocio de noche;
tengo bodega en el día y...
RAMIREZ.— ¡Y envenenas a todo el mundo!
QUIROGA.— Bueno. ¡Enveneno! ¿Y qué hay con
eso? ¿Usted quién es para pedirme cuentas?
¿Usté es de la Policía? ¿Usté es de la Higiene?
RAMIREZ.— ¡Reprime tus palabras, Quiroga!

- 29-
SALUCA.— ¿Por qué, pues, por qué pues?
¡Mirenlops a este mata - sano y cuernos! ¡Si
quiere usté plata habluste pues! ¡Con plata lo
vamos a hacer callar como a todos!
RAMIREZ.— (Retirándose) ¡Ni con dinero ni con
la fuerza me harán callar! Recuérdenlo bien.
(Mutis).
QUIROGA.— Si no fuera porque...
SALUCA.— Llámalo al "Coraza" y a unos dos
mozos más. Que le vayan a dar encuentro y le
sienten la mano. Sólo en esa forma se hace
callar a éstos que quieren hacerse de fama
quitando el pan de cada día al que trabaja con el
sudor de su frente. Llámalos, pues. No ha de
estar muy lejos.
QUIROGA.— No. (Pausa) Estoy pensando otra
cosa...
SALUCA.— ¿Qué cosa, pues hijo?
QUIROGA.— Este debe tener influencias y es
mejor que todos los dueños de las cantinas nos
juntemos para reventarlo.
SALUCA.— Bueno, sería pues. El doctor Pacheco,
que es Diputado, puede estamos ayudando. De
lo que ha tomado su gente, cuando su
candidatura y todo nos está debiendo. ¿Ves?
Bien hecho que no le hemos cobrado. Ya

- 30-
tenemos donde estarnos apoyando.
QUIROGA.— Si. También debe a los demás. Para
su nueva candidatura, seguro que nos ha de
volver a hablar y en pago de eso le vamos a
estar pidiendo.
SALUCA.— Bien ha de estar. Se le puede estar
achacando de que está queriendo hacer
revolución. ¡Falsos juramentos hemos de
encontrar nomás!
QUIROGA.— Si. Mañana, antes de llevarlo al
chico donde el médico, he de ir a hablar con el
doctor Pacheco.
SALUCA.— No te estés preocupando, hijo. ¿A
cuántos no hemos hecho callar a ver? ¡Si la
plata sirve pa eso, hijo!

TELON

- 31-
ACTO SEGUNDO

La misma decoración del acto anterior. Es de


día y la "Copita" funciona, ahora, como bodega. Las
sillas y mesas del interior están amontonadas.
Aquí, en la bodega, hay dos bancos junto a las
paredes y en ellos están sentados —en democrático
y original contacto—indígenas changadores, un
anciano, una vieja y dos borrachos que descansan
apoyados uno contra otro. Beben de las botellitas o
en copas, el único licor que se expende: pisco.
En el callejón, al fondo, dos mendigos —un
ciego y un cojo— con el sombrero en la mano,
m ien tras m ueven los lab ios rep itien d o
ininteligibles plegarias esperan la caridad pública.
Al sucederse los prim eros diálogos los
personajes de la cantina deberán salir uno a uno.
El resto de los figones están cerrados.

- 33-
Escena Uno
,
CIEGO COJO Y TRANSEUNTES

CIEGO.— (Al pasar un transeúnte) ¡Una limosna


por caridad!
COJO.— ¡Por amor a Dios, una caridad!
CIEGO.— ¡Una limosna pá este pobre ciego!
COJO.— ¡Caray, ché! ¡Cada día está más amarrada la
gente!
CIEGO.— ¿Por qué no vas a otra esquina? Nos
estamos haciendo mucha competencia.
COJO.— (Chistándole) ¡Chistt! ¡Viene gente!
CIEGO.— ¿Rezaré pá las almas?

(Pasa un hombre y va a depositar un billete


pero el Cojo alarga el sombrero y la recoje para sí).

COJO.— ¡Te espero, ché! (Se dirige a la cantina).


CIEGO.— (Buscando la moneda en su sombrero
sin encontrarla. Hierve en ira y se dirige a la
cantina).
COJO.— (Llamando) Doña Saluca...

-34 -
Escena Dos
COJO Y SALUCA

SALUCA.— ¿Qué quieres, choy?


COJO.— Un dedito, doña Saluca. (Señala la medida
de una copita de aguardiente).
SALUCA.— ¿La Plata?
COJO.— (Entregándole el billete) ¡Yo siempre al
contado! ¡Tomusté!

Escena Tres
DICHOS Y CIEGO

CIEGO.— ¡Ché, ché! ¿Por qué has recibido ese


billete? Era para mí.
COJO.-.— ¿Qué billete?
CIEGO.— ¡El de la limosna, pues!
SALUCA.— (Sirviendo) Hélaqui, choy. Me haste
llamar si quieres más. (Mutis, al interior).
COJO.— (Saboreando el licor) ¡Bueno está, ché!
CIEGO.— Ya, ya. ¡Devolveme mi billete, ché!

35-
COJO.— No grites, ché. Yo no he visto ningún
billete.
CIEGO.— ¿Y lo que estás tomando?
COJO.— ¡Es con mi plata, ché!
CIEGO.— No es con su plata.
COJO.— ¡Ni con la de usté ¡Es la plata del que ha
dado la limosna!
CIEGO.— (Encrespándose) ¡Mi billete!
COJO.— (Bebiendo de un sorbo) ¡Cuidado, falso -
ciego!
CIEGO.— (Quitándose los anteojos que cubre su
falsa cegera) ¿Qué has dicho?
COJO.— (Arrojando las muletas que cubre su
pseudo invalidez) ¡Cállate, ché!

Escena Cuatro
DICHOS Y SALUCA

SALUCA.— ¿Quéps están gritando, choy? ¿Se han


de peleyar ahura? Ché, vos pónete tus anteojos y
vos alzá tus muletas. Alguien los ha de estar
viendo y les han de cargar a la Policía. (Ellos
obedecen).

- 36-
CIEGO.— ¿Ha visto usté, doña Saluca? ¡Este cojo
cada vez se aprovecha!
COJO.— Cállese, ché. Nada de cojo, nada de cojo.
SALUCA.— Ahura váyanse, pues.
CIEGO.— Me diera usté, pues, una cuartita al
fiadito nomás.
SALUCA.— ¡Qué, fiado ni qué fiado! Una pogre,
Dios sabe cómo está todaviya ustedes están
hablando de pedir al fiado.
COJO.— ¿Vos me ayudas?
CIEGO.— Cuándo he dejado de ayudarte, ¿ja?
COJO.— Bueno, doña Saluca...
SALUCA.— No me hables, choy. ¡No hay al fiado!
COJO.— Mi muleta le voy a dejar. Una cuartita
deme usté.
SALUCA.— (Refunfuñando) Una cuartita, una
cuartita. (Recibiendo la muleta y entregando la
botella). Si mañana no recoges, leña hey de
hacer de ésto.
COJO.— He de estar recogiendo. Si ahura voy a
bajar a la calle Comercio. Vamos, ché.
(Salen ambos de escena fingiendo mendicidad).

- 37-
Escena Cinco
SALUCA Y UN CARGADOR

CARGADOR.— (Entra limpiándose el sudor con la


manga del saco y sólo dice) ¡Máma!
SALUCA.— Dame el billete, choy. (Recibe el
dinero y le sirve. El cargador sale después de
beber de un trago y a poco pasará cargando un
lío para regresar en otro instante de este acto con
el mismo juego).

Escena Seis

QUIROGA.— (Lentamente.— Apesadumbrado se


apoya en el mostrador y pide una copa sin
hablar).
SALUCA.— No tomes, pues, hijo. Ya te estás
pareciendo a esos tomadores que vienen aquí.
QUIROGA.— El chico está mal, Saluca.
SALUCA.— ¿Qué tiene, pues?
QUIROGA.— No habla, siempre...
SALUCA.— Soncera nomás ha sido llevarle a esa
Clínica. Con la Dolores le hubiéramos estado
haciendo milluchar de vuelta. ¿Quéps dicen que
tiene, ja?

- 38-
QUIROGA.— Lo único que han hecho esos
médicos/ ha sido preguntarme todo. Me han
preguntado mi edad, si no tenía enfermedades;
me han preguntado cómo ha sido tu embarazo y
todo han anotado.
SALUCA.— (Gimoteando) ¿Y esas cosas, acaso, han
de curar a nuestro hijo? ¡Queps es ésto, Señor!
¡Qué maldición ha caydo sobre nosotros!
QUIROGA.— ¡Y... tanta plata que se está gastando!
SALUCA.— ¿Cuánto te han hecho dejar, ja?
QUIROGA.— Cinco mil más. Dicen que tienen que
hacerle otros exámenes más.
SALUCA.— ¿O le trayéramos nomás, hijo? Cuida­
do que se está empeorando el pobre chico.
QUIROGA.— Seguiremos el consejo del doctor
Pacheco, pues. Dice que esa clínica es especial
para atender esas enfermedades.
SALUCA.— ¿Pero, acaso, no te han dicho qué
tiene? Siempreps ellos sabrán algo.
QUIROGA.— Los doctores mueven la cabeza
nomás. Creo que algo me están ocultando y no
quieren decirme la verdad.
SALUCA.— (Sollozando) ¡Pogre mi wawa! Y ya
tiene cuatro añitos! Una desvelándose tanto pa'
que después el pogre ni siquiera pueda disfrutar
el trabajo de sus padres. ¿Qué nacemos, pues,
hijo, ja?

- 39-
QUIROGA.— No sé, no sé. (Se sirve otro trago).
SALUCA.— (Gritando) ¡Ya no tomes más, choy!
¿Con emborracharte lo vas a componer?
QUIROGA.— Dejame. Así por lo menos olvidaré
esta pena.
SALUCA.— ¿Y no estuviera bien que vaya donde
el Colque? Dicenps que sabe mirar bien en coca.
¿A lo mejor nos han embrujado y al chico
nomás le ha caydo? Esta mañana siempre he
barrido de un canto para buscar si hay algún
brujerío pero nada también hey encontrado.
QUIROGA.— ¡No sé! ¡No sé! (Toma otro trago).
SALUCA.— (Arrebatándole la copa) ¡No tomes
más, choy! ¿Quéps eres pa estar tomando tanto?
¿Te haste envenenar como todos los que vienen
aquí? ¿Cuánta gente por tanto estar chupando
no se muere en los hospitales, a ver, y deja a su
familia en la miseria?
QUIROGA.— A lo mejor esto que nos ocurre es
una maldición...
SALUCA.— ¿Nosotros solo vendemos licor pa’
que nos pase esto? ¿No están gozando de salud
todos los hijos de los otros? ¡La ideyas que vos
también tienes, choy!
QUIROGA.— Bueno, bueno. Andate, adentro
ahora...

- 40-
SALUCA.— ¿Pa qué, pues? ¿Queres seguir
tomando?
QUIROGA.— (Renegando) ¿Y si tomo, qué hay,
pues? ¿También me vas a prohibir?
SALUCA.— No estés metiendo bulla, choy.
QUIROGA.— Bueno, bueno. ¡Cállese, che!
SALUCA.— (Gimiendo) ¡Helay! Todo es gritar
nomás. Ni la enfermedad de la wawa le sosiega
a éste.
QUIROGA.— (Ordenándole) ¡Entre adentro y no
hable más! (Saluca entra llorando mientras el
bebe otra copa confundido en extrañas
cavilaciones).

Escena Siete
QUIROGA Y CHUNGULLAPIS

C H U N G U LL A PIS.— (Un tipo de borracho


degenerado. No usa camisa y a través de su saco
se observa la piel quemada. No lleva sombrero
pero habla destacando las eses) ¡Salud, amigo
Quiroga!
QUIROGA.— Hola... ¿Quédices, Chungullapis...!
CHUNGULLAPIS.— ¿Afligido? Vamos, hombre.
¡Ensaye la filosofía del Poeta - Soldado, la
filosofía de Chungullapis, un servidor! "Pocas
penas: alcohol. Muchas penas: alcohol Alegría:
alcohol! ¡Quién no bebe en el mundo, no sabe la
delicia de la vida! Escuche, amigo Quiroga, el
último verso que compuse anoche:
¿Qué escogerías tú, de los licores en boga...
la asquerosa cerveza o el tinto vinillo?
Ah! para mí no hay nada mejor que el duraznillo.
QUIROGA.— Está bien.
CHUNGULLAPIS.— Se lo vendo, amigo Quiroga.
Si usted fuera hombre inteligente podría hacerse
rico conmigo. ¿Sabe usted cómo? Recopila mis
versos y los edita. El libro se llamaría: "Despertar
de un bohemio... con canciones desesperadas".
(Sacando un juguetito de niño: un patito)
Quiere comprar este juguete. Será un regalo
para su niño.
QUIROGA.— ¿Pá mi niño...?
CHUNGULLAPIS.— Sí. Para su pequeño. ¿Sabe us­
ted cómo lo conseguí? Yo estaba sentado en una
puerta. Salió el niño. Me rió a los ojos. (Porque
todos los niños cuando tienen cuatro o cinco
años ríen). Me acarició los cabellos y me regaló
este juguete. Hubiera querido devolvérselo pero
pensé en usted que tiene un pequeño...

- 42-
QUIROGA.— Sí. Tengo un hijo a quien nunca vi
sonreír, ni jugar, ni decir "papá". Sólo le he
visto con los ojos lánguido, siempre silencioso,
siempre reprochándome con su silencio. Un
hijo así ¿pá que sirve, Chungullapis?
Contéstame vos que eres poeta. ¡Ah! ¡Un hijo
enfermo sólo sirve Da enloquecer al padre!
(Pausa) ¿Quieres tomar r
CHUNGULLAPIS.— ¿No acepta usted mi juguete?
QUIROGA.— (Recibiendo y arrojando el juguete)
¿Pá qué? Si mi hijo no sabe de alegría. Servite.
(Toman ambos) Chungullapis... ¿cuando te
emborrachas te olvidas de todo?
CHUNGULLAPIS.— No. Yo soy un tipo de
alcohólico inteligente...

Escena Ocho
DICHOS Y CARGADOR

CARGADOR.— (Después de haber hecho el juego


anterior regresa y pide otra copa. Bebe y vuelve a
salir repitiendo su misma escena).
CHUNGULLAPIS.— Yo no soy como este indígena,
por ejemplo. Bebo, como beben todos: por con­
tacto. Jamás tomé una copa solo, como jamás

- 43-
verá usted a una persona, salvo excepciones, que
entran a una cantina y se emborrachan solos.
Este es mi mérito: soy alcohólico inteligente
pero... lo malo es que nunca estoy solo, como
nunca también están solos mis amigos... y la
vida es beber y beber. Tengo otro verso, dice...
QUIROGA.— ¡No quiero escuchar versos! Quiero...
un hijo sano, alegre. (Gritándolo) ¡Quiero a mi
hijo! Y... sal de aquí. ¡Afuera!
CHUNGULLAPIS.— (Saliendo después de robarse
una botella) Pobres ebrios... les falta inteligencia!
¡Para ser borracho hay que ir a la Universidad y...
aprender! (Mutis)
QUIROGA.— Yo sólo he aprendido a envenenar...
(Paso a paso y tam baleándose ingresa al
interior).

Escena Nueve
PACHECO, LUEGO SALUCA

PACHECO.— (Llama con palmadas. Deposita su


sombrero embarquillado, guantes y carpeta sobre
el mostrador) ¡Quiroga!
SALUCA.— (Sale haciendo una seña con los dedos
en los labios como advirtiendo silencio) A y ,
doctor...

. 44.
PACHECO.— ¿Qué pasa?
SALUCA.— Penas nomás, doctor...
PACHECO.— ¿Y Quiroga?
SALUCA.— Está descansando. Está medio
mareado.
PACHECO.— ¿Y de cuándo aquí se le está dando
por tomar a tu marido, ché?
SALUCA.— No sé, pues. Bien cambiado está con
la enfermedad del chico y los disgustos de cada
diya.
PACHECO.— No, no. No habrán más disgustos. Al
mediquillo ése de Ramírez ya lo haremos
silenciar por completo.
SALUCA.— ¡Pa algops usté también es diputado,
pues!
PACHECO.— No tengan cuidado. Por de prontito
en los dos periódicos donde hacía sus
publicaciones ya no le darán paso.
SALUCA.— Bien hecho, bien hecho, doctor.
PACHECO.— También lo hemos hecho sacar del
hospital donde estaba queriendo ponerse los
pantalones.
SALUCA.— ¿Y ahura qué hará, no?
PACHECO.— Creo que tiene una especie de clínica

- 45-
en Obrajes pero también de ahí lo podemos estar
haciendo sacar.
SALUCA.— Si quere usté que alguien haga una
denuncia falsa me va usté a avisar. Aquips por
dos copas encontramos nomás gente que pueda
estarle calumniando como a ese que ha sido su
contrincante en la última elección...
PACHECO.— No ha de hacer falta. ¡Cuando yo
quiero reventar, lo reviento al que me fastida!
¡Si uno es Diputado y apellida Pacheco, como yo,
tiene que hacerse respetar! ¿No has visto cómo
he arreglado todo?
SALUCA.— Sí, pues, doctor, pero... ese médico
tamién ha hecho clausurar las otras cantinas.
PACHECO.— ¡Ah! Ya me hablaron los cantineros.
Vamos a conseguir la reapertura.
SALUCA.— No estuviera bien, doctor. Que sigan
clausurando nomás. Nos hacen competencia,
pues.
PACHECO.— Bueno. Si ustedes quieren, que sigan
cerradas.
SALUCA.— Gracias, doctorcito. Gente siempre es
usté y por esops le hago tanta propaganda entre
los borrachos.
PACHECO.— Bueno. ¿Y qué dicen de mí?

- 46-
SALUCA.— Popular es usté, pues. ¿Quen como
usté a ver. Cada que se emborrachan siempre
dicen: ¡Viva el Doctor Pacheco!
PACHECO.— Eso está bien. Es parte de la técnica
política. Cuando no gritan de borrachos el
nombre de un diputado, el diputado no es
popular.
SALUCA.— ¿Un vinito se sirviera usté, ja? ¡Tengo
reservadito de Luribay! (Sirviendo).
PACHECO.— Gracias, Saluca... y como ya están
cerca las elecciones (porque nuevamente voy a
candidatear...) quiero que estés preparando para
dos o tres días que vendrán mis electores y...
SALUCA.— Sabido es, pues, doctor. Me avisa usté
nomás la fecha.
PACHECO.— Y... a ver si un par de matones me
estás consiguiendo. De repente se necesita gente
que sepa trompear bien y nada mejor que los de
este barrio.
SALUCA.— Deje usté por mi cuenta. Dos de esos
bochincheros que a nadie temen se lo he de estar
consiguiendo.
PACHECO.— Sí. Porque las próximas elecciones
van a ser duras. Creo que a la fuerza va haber
que ganar, ché.

- 47-
SALUCA.— Le vamos a estar ayudando como se
debe. Tantos favores y todo lo estamos debiendo;
sobre todo en eso del médico que nos estaba
queriendo quitar el pan de cada día...
PACHECO.— No, no. No hay que preocuparse.
Ramírez es mi amigo, como soy amigo de su
marido pero, ante todo, está el porvenir de cada
uno. ¿Quién es él para meterse en lo que no le
corresponde? A mí me vino a hablar para que
en la Cámara se sancione una ley contra el
alcoholismo. ¡Está loco de remate! Y... si molesta
más, a la fuerza lo hacemos callar, porque en sus
últimas publicaciones medio que de refilón ha
estado nombrándome...

Escena Diez
DICHOS Y CHUNGULLAPIS

CHUNGULLA.— ¡Oh. Doctor! Salud, honorable


Diputado. Doctor Pacheco.
PACHECO.— ¡Qué dices, ché!
CHUNG.— ¿Ha leído éste? Todas las paredes del
barrio están escritas con su nombre. "Viva el
doctor Pacheco, defensor del pueblo" he escrito
en todas las paredes. ¿Puede usté darme para
comprar más carbón? Las tizas se me han
terminado.

- 48-
PACHECO.— Tomá, ché. (Le da unos pesos) Y...
hay que pintar más, ché. Hay que pintar cerca de
la Plaza. ¡Quiero que sepan lo popular que soy!
CHUNG.— Voy, ahora mismo. ¡Si quiere usted,
también en verso se lo escribo!
PACHECO.— No, no. Con mala letra nomás... ¡Ah!
Espera (Escribe en un papel) ¿Esto, puedes
escribir a la noche?
CHUNG.— (Leyendo) "Muera el Diputado Plata
Ladrón". Y si me pescan y me llevan a la
Policía?
PACHECO.— Yo te saco. Andá, andá.
CHUNG.— (Saliendo mientras lee) "Muera el
Diputado Plata Ladrón". Esta noche, esto
aparecerá en todas partes. (Mutis).
SALUCA.— Y ... ¿no ha ido usté por la Clínica?
Dice que esta mal el chico...
PACHECO.— Ustedes son muy exigentes, che. Les
he recomendado como se debe pero a tu hijo
tiene que hacerle no sé qué tratamiento. Esa
enfermedad es difícil de curar.
SALUCA.— ¿Qué es, pues?

- 49-
PACHECO.— No sé. Algo hereditario. Creo que es
una cosa parecida a lo que tiene mi hermano y
ya vez... éste está un año en el hospital y no
puede sanarse. ¡Así son las enfermedades! ¡Hay
que tener paciencia!
SALUCA.— ¡Aij, doctor! ¡Creyó que la mala suerte
nos está persiguiendo desde el día que ese
matasano ha empezado a fastidiamos!

Escena Once
DICHOS Y QU1ROGA

QUIROGA.— (Que ha oído las últimas palabras de


su mujer) ¡Ese me va a pagar todas juntas! ¡En él
voy a desfogar toda mi rabia!
PACHECO.— ¡Qué dices, che! No hay que ponerse
susceptible por cualquier cosa, che.
QUIROGA.— ¿Cualquier cosa es un hijo enfermo?
PACHECO.— ¡Oh! A todos nos pasa lo mismo.
QUIROGA.— ¡A todos, no! ¡A mí sólo, a mí! ¡Ah!
Pero yo voy a arreglarlo... a mi manera!
PACHECO.— ¡No estés haciendo macanas, che!
QUIROGA.— ¿Vos le tienes miedo?

-5 0 -
PACHECO.— ¿Miedo? Esa palabra no existe en mi
vocabulario.
Q UIROG A.— Entonces, ¿por qué tanta
contemplación con Ramírez?
PACHECO.— Todo se hará con calma, che.
QUIROGA.— Fíjate, hermano. En mi cabeza sólo
hay ideas estúpidas, pero mi plata lo arregla
todo, todo.
PACHECO.— ¿Y a qué viene lo de la plata, che?
¿Estás loco?
QUIROGA.— ¿A qué viene? ¡Pa gritarle a todo el
mundo que yo lo reviento al que quiere
hacerme daño!
SALUCA.— ¡Cállate, nomás, ahura, hijo!
QUIROGA.— (A Pacheco) ¿A quién hay que hacer
callar? ¿Cuánto quieren? ¿Qué quieren? Me han
llamado envenenador y... no saben el veneno
que tengo en el corazón.
PACHECO.— Con calma, che, con calma...
QUIROGA.— Escúchame, Pacheco: si ése médico
no se calla solo me va a entender. (Jurando)
¡Mirá: estoy jurando!

TELON

- 51-
ACTO TERCERO

Una oficina-consultorio médico. Los muebles


están en desorden. Se diría que la casa está pronta
para la mudanza. Sobre el escritorio se ven papeles
y carpetas amontonadas. Es al anochecer; llueve y
los relámpagos se suceden iluminando la estancia.
Al levantarse el telón, sólo se escucha la
tempestad. A poco, ingresa Martha, cubriéndose
con perramus que está mojado. Se lo quita, al
tiempo que deposita un frasco de alcohol sobre el
escritorio y permanece con su guarda-polvo blanco.

Escena Uno
MARTHA, LUEGO RAMIREZ

MARTHA.— (Asomándose a la puerta lateral


izquierda) Doctor...
RAMIREZ.— (De adentro) Sí. Voy.
MARTHA.— Traje ya el alcohol...
RAMIREZ.— (En escena. Se saca el mandil y lo
cuelga en el perchero) ¿Se mojó mucho con la
lluvia?
MARTHA.— No tanto, doctor. El viaje es largo
desde el centro de la ciudad. Apenas pude
conseguir un litro de alcohol blanco. Aquí está.
Hay escasez de alcohol doctor.
RAMIREZ.— Claro, también se echa mano de ésto
para aguardiente. (Descansa pesadamente en un
sillón junto al escritorio).
MARTHA.— Le conviene descansar, doctor. Es de
noche. Más de las siete...
RAMIREZ.— Martha...
MARTHA.— Sí, doctor.
RAMIREZ.— ¿Dejaremos de ser amigos si le digo
que ya no preciso de sus servicios?
MARTHA.— ¿Hice algo malo, doctor?
RAMIREZ.— No. Hizo mucho y bien. Me ayudó
desde cuando inauguramos esta Clínica, aquí en
Obrajes, hace 14 meses. Usted, Martha, no fue
una empleada sino una compañera leal y
sacrificada.
MARTHA.— ¿Entonces...?

- 54 -
RAMIREZ.— Oigame, por favor. Si la tuve como
confidente en esta batalla que hoy decido perder­
la, es necesario que le confiese mi bancarrota
económica. ¿Podría esperar una semana para
que le cancele el último mes de sueldo?
MARTHA.— ¿Clausurará la Clínica?
RAMIREZ.— Exactamente. Estoy arando en el mar.
Energía y juventud he perdido en una guerra
desigual contra enemigos que se amparan en la
mentira, el delito y el interés servidor.
MARTHA.— ¿Y sus triunfos? ¿No realizó, acaso,
curas —cási milagrosas— de muchos alco­
hólicos? ¿No salieron de esta clínica, sanos y
agradecidos, los que tan sólo eran harapos hu­
manos?
RAMIREZ.— Sí, muchacha, sí... pero no es aquello
como para quedar satisfecho. Los enfermos que
regresaron a la vida cotidiana fueron casos
aislados: individuos con dinero. Los suyos
pagaron las curaciones porque poseían recursos
y tuvieron confianza en mi trabajo. ¿Y el resto?
Aquellos que pululan por las calles; aquellos que
viven pegados a las bodegas; aquellos que quitan
el pan del hogar malgastando su escaso dinero
en alcohol, ésos —que son los más— me
interesan. Al p rin cip io, hubo quienes
escucharon y aplaudieron mis proyectos para
crear un Instituto de Readaptación, pero
intereses ocultos atacaron, reduciéndome.

- 55-
MARTHA.— ¿Es indeclinable su decisión para
cerrar la Clínica?
RAMIREZ.— Absoluta. ¿No se ha dado cuenta?
Estamos con seis enfermos que recogimos de la
calle. Nadie pregunta, nadie escucha. Mis
propios colegas —los malos profesionales— se
encargaron de sembrar mi desprestigio. ¡Me
trataron de loco como si fuera locura el salvar a
un pueblo que se ahoga en el tráfago del
alcoholismo!
MARTHA.— ¿Qué hará con los enfermos?
RAMIREZ.— Volverlos a un hospital...
MARTHA.— Los echarán a la calle porque
aparentemente están sanos...
RAMIREZ.— ¿Y qué puedo hacer ya, amiga
Martha?
MARTHA.— ¡No, doctor, no! Le comprenderán.
Esos dos enfermos que mandaron de la Clínica
San Antonio es una muestra de que tiene
conciencia de la obra que usted realiza.
RAMIREZ.— M artha... Mañana, temprano,
telefonee al director de esa Clínica y dígale que le
devolvemos a ese niño y a ese adulto que hoy
mandaron. No dé explicaciones... (Un grito de
espanto se escucha desde el fondo. Ramírez no
se inquieta sólo Martha pregunta:)

- 56-
MARTHA.— Es el poeta, doctor... ¿Le atiendo?
RAM IREZ.— No. Más tarde. Por ahora
cumpliremos un último deber... ¿Usted se
retirará enseguida, no?
MARTHA.— Sí, doctor.
RAMIREZ.— Entonces conduzca hasta su casa a
Salinas. Prometí darle de alta hoy y el hombre
desde muy temprano estaba vestido como para
una fiesta. Tráigale. Unas líneas pondré para su
pobre mujer... Vaya ¿quiere?
MARTHA.— Sí. Enseguida. (Mutis por foro).

Escena Dos
RAMIREZ, SOLO

RAMIREZ.— (Redacta una carta rápidamente; saca


una cartera y deposita algunos billetes, cerrando
luego el sobre).

Escena Tres
RAMIREZ, MARTHA Y SALINAS

SALINAS.— (Con barba densa y como si sintiera


calofríos) Buena noche, doctor.

- 57-
RAMIREZ.— Siéntate, Salinas. (Le invita a sentarse
junto al escritorio y pegado al ángulo donde
Martha dejó la botella de alcohol) La señorita
Martha te acompañará hasta tu casa ahora
mismo.
SALINAS.— Gracias, doctor.
RAMIREZ.— Lleva esta carta a tu esposa y la
próxima vez que nos veamos ojalá te encuentre
trabajando...
SALINAS.— Sí, doctor.
RAMIREZ.— Recomendaciones no puedo hacerte,
Salinas. Sabes bien que cualquier contacto de tu
organismo con licor sería fatal. Tu sistema ner­
vioso es profundamente excitable...
SALINAS.— Sí, doctor.
RAMIREZ.— Lo tuyo se curará, definitivamente,
con fuerza de voluntad, eh...
(Un segundo grito como el anterior se vuelve a
escuchar seguido de un ruido de vidrios
quebrados).
MARTHA.— Es el Poeta, nuevamente...
RAMIREZ.— (A Salinas) Espera. (A Martha) ¿M e
acompaña (Salen ambos por foro).

- 58 -
Escena Cuatro
SALINAS SOLO

SA L IN A S.— (Pasea su mirada por toda la


habitación; une sus manos como para entrar en
calor y curiosea de un lado a otro la botella de
alcohol. La vuelve a mirar y retira su mirada
con un gesto de asco.— Repite dos veces el
mismo juego y al final destapa.— El olor le
repugna pero, en una lucha interior, prueba y
paladea como un chico.— Toma un trago y una
especie de ataque epiléptico envuelve su cuerpo
como un ovillo de hilo.— Se revuelca en el
suelo mientras en el ambiente se cruzan las
luces de los relámpagos con una sugestión tal
que el sismo producido en el organismo de
Salinas parece conjuncionado con los elementos
de la naturaleza).

Escena Cinco
SALINAS Y RAMIREZ

RAM IREZ.— (Al ingresar se sorprende con el


espectacular cuadro que ofrece el enfermo.— Lo
suspende hasta el sillón dándole palmaditas en

- 59-
el rostro.— Salinas queda extenuado arrojando
espuma de la boca.— El médico ausculta el
ambiente y ve la botella de alcohol destapada)
¡Infeliz! (Sale a la puerta y llama:) ¡Enferm ero,
enfermero! Usted, sí. Usted, también, pronto.
(Ordenando a los enfermeros que entran a la
carrera) Llévenlo a su habitación. Acuéstenlo.
Enseguida, eh.
(Los enfermeros proceden a sacar a Salinas que
está desfalleciente) No puedo, no puedo! (Cae
pesadamente en el sillón).

Escena Seis
RAMIREZ Y MARTHA

MARTHA.— (Con un diario en la mano) ¿Q u é


pasó con Salinas, doctor?
RAMIREZ.— (Señalando la botella) Bebió.
MARTHA.— Discúlpeme. Yo tuve la culpa al dejar
ahí...
RAMIREZ.— Fue mejor. Aquí se produjo lo que
hubiera ocurrido en su casa o en la calle. ¡Vamos
no se culpe, Martha; fue para bien de Salinas!

-60-
MARTHA.— Lea, doctor. (Le entrega contenta el
diario) En este periódico de la tarde publi­
caron su artículo. ¡Le comprenden, doctor, le
comprenden! ¡Dieron paso a su artículo! ¡El
diputado Pacheco y aquel Quiroga están
desenmascarados! ¡Lea usted, lea! (Esperando
ansiosa la respuesta de Ramírez mientras éste
apenas pasa la vista y deja el diario) ¿Mantiene
ahora, su decisión para cerrar la Clínica? Este
artículo será sensacional.
RAMIREZ.— Es tarde amiga. Mi decisión no puede
ser rectificada.
MARTHA.— ¿Pero no se da cuenta? A esta hora
debe estarse produciendo un revuelo.
Autoridades, gentes amigas y todos aplaudirán
sus denuncias, doctor.
RAMIREZ.— ¿Y qué? Clausurarán temporalmente
las cantinas; iniciarán batidas de borrachos para
someterlos a prisión. ¿Acaso con ello se realiza
una obra en defensa de los hogares atacados por
el alcohol? No, no, Martha. Esta obra es de
honestidad y para realizarla se necesita el
apoyo general de todos: médicos, intelectuales,
comerciantes; contribuyendo cada uno con
granos de arena ayudan para salvar lo suyo.
MARTHA.— ¿Deberé decirle que...

- 61-
RAMIREZ.— ...que soy un cobarde? Dígame si
desea pero está equivocada. Recogí todos los
ataques con serenidad y sin responder. He
sorteado el peligro de mi propia vida pero... ¡es
tarde, es tarde! ¿No insista, quiere? Veré a
Salinas. Usted puede retirarse. (Mutis).

Escena siete
MARTHA, QUIROGA Y PACHECO

MARTHA.— (A la salida de Ramírez, descuelga su


perramus y se prepara a dejar el guarda-polvo,
pero llaman a la puerta de la derecha) ¿Sí?... (Se
dirige a abrir la puerta) Desean los señores...?
PACHECO.— Buscamos a...
QUIROGA.— (Blandiendo el diario que tiene en la
mano) ¡Dónde se metió ese valiente!
PACHECO.— (Conteniéndolo) Espera. (A Martha)
¿Está el doctor?
MARTHA.— ¿El doctor Ramírez? ¿A él le buscan?
PACHECO.— Sí.
MARTHA.— ¿Son ustedes de alguna empresa?
¿Vienen por alguna cuenta? El doctor, pagará...
QUIROGA.— ¡Me va pagar muy caro!

-62-
MARTHA.— Yo...
PACHECO.— (Suavizando la situación) ¿Quiere
llamar al doctor?
MARTHA.— ¿De parte de...?
PACHECO.— No hace falta. Somos amigos. ¿Nos
hace favor?
MARTHA.— (Con temor haciendo mutis) Sí, sí...
Creo que sí...
PACHECO.— Calma, hombre, calma.
QUIROGA.— ¡Yo le enseñaré a calumniar! ¡Esta
publicación me va a desprestigiar por completo!
¡Ah! Si yo pudiera agarrarlo en mi casa!
¡Tenemos que obligarle a que haga una
explicación pública!
PACHECO.— ¡De eso me encargo yo! ¡Deja por mi
cuenta!
QUIROGA.— ¿No tendrá inconveniente de que le
pegue dos bofetadas si protesta, no?
PACHECO.— Nada, nada de violencia. Este sabe
mucho y si no lo arreglamos por las buenas
termina sacándonos los trapitos al sol y eso
puede ser fatal para mi próxima elección.
QUIROGA.— ¡Si el termina sacando trapitos al sol
yo lo termino a balazos! ¿Qué cosa también?

-63-
Escena Ocho
,
DICHOS RAMIREZ Y MARTHA

MARTHA.— Estos son los señores que.


RAMIREZ.— ¡Ah!...
MARTHA.— ¿Me quedo, verdad?
RAMIREZ.— Déjanos solos. Puede retirarse a su
casa.
MARTHA.— Esperaré, doctor... afuera... (Mutis)
(Pausa)
RAMIREZ.— ¿Quieren sentarse?
QUIROGA.— ¡No hemos venido a sentamos! Vas
a explicarme sobre. (Agita el diario)
PACHECO.— Espera, Quiroga, espera. (Pausa)
Fíjate Ramírez, sabemos que tu Clínica anda
de mal en peor.

RAMIREZ.— ¿Y?
PACHECO.— N osotros —Quiroga y yo—
contrariamente a lo que tú puedas pensar
deseamos ayudarte...
RAMIREZ.— ¡Cómo!

-64-
PACHECO.— Haciendo una... donación, por
ejemplo Una donación en efectivo, se entiende.
(Sacando un sobre) En este sobre hay algún
dinero; una parte de lo que nos proponemos
obsequiar...
RAMIREZ.— ¿Ustedes?
PACHECO.— Si, nosotros, Pero nos parece justo
hacer algunas transacciones... a cambio de.
RAMIREZ.— ¡De qué!
PACHECO.— ...de que emplees tu tiempo y tus
conocimientos profesionales en algo más útil.
RAMIREZ.— No comprendo...
PACHECO.— Sinteticemos: ¿tiene precio tu
silencio?
RAMIREZ.— Sí.
PACHECO.— ¿Cuánto?
RAMIREZ.— ¡Mi vida! ¿Querrán saber ahora en
cuánto estimo mi vida? Años de años me consa­
gré al estudio. En esa tenaz vía crucis de estu­
diante pobre, mi cerebro comenzó a iluminarse
en la ansiedad de luchar para salvar a esas gentes
infelices que a es bordan sus existencias dentro
del figón y la bodega. Después de tan tremenda
pelea ¿me proponen transigir? ¡No! Ahora —
porque acabo de escucharles— ahora menos que
nunca. ¡Si el artículo publicado hoy les afecta, es­
peren el resto que les destruirá por completo,
envenenadores!

- 65-
QUIROGA.— (Yéndose al cuerpo) ¡A vos te voy a
matar antes, desgraciado!
PACHECO.— (Conteniéndolo) ¿Es que pelearemos
entre caballeros? Un poco de compostura. (A Ra­
mírez) La violencia ni es aconsejable ni es cons­
tructiva pero, a veces, hay medios que hacen va­
riar la conducta de los hombres... No, no. No se
habla de dinero. Comprenderás que tu campaña
contra el alcoholismo es antipatriótica...
RAMIREZ.— ¿Quieren detenerme con el estribillo
de que si no se vende alcohol, el Estado saldrá
perjudicado por la disminución de impuestos?
PACHECO.— No olvides que soy representante
nacional y que...
RAMIREZ.— ¡No tengo miedo!
QUIROGA.— ¿Qué esperamos, pues? Mirá,
desgraciado: he hecho un juramento y lo voy a
cumplir tarde o temprano. ¡De mi nadie se
juega! Con los problemas que por mi hijo, tengo
ya... nada puedo esperar. Y yo te voy a ma...
RAMIREZ.— (Saliendo hasta el foro) Señorita...
Haga pasar a ese enfermo que trajeron de la
Clínica... y a los que pueda... (Vuelve a la escena)
Un momento.
QUIROGA.— ¿Qué tenemos que ver con tus
enfermos?

- 66-
RAMIREZ.— ¡Mucho tendrá que ver! ¡Espera!
QUIROGA.— ¡Nada tengo que ver! ¡Ya lo sabes! Si
mañana aparece otra publicación te verás
conmigo de hombre a hombre...
RAMIREZ.— Quizá no tengas tiempo para
pedirme nuevas explicaciones...
PACHECO.— ¿Confías en tu influencia?
RAMIREZ.— Tal vez...

Escena Nueve
DICHOS Y ENFERMOS

Irán cruzando tres o cuatro tipos de enfermos


alcohólicos:
1 °— Un tipo de alcoholista agudo: parálisis en las
manos que tiemblan. Grandes ojeras. Un
color morado en la nariz, las mejillas, los
labios y las manos. Es un tipo que no puede
tenerse ni sentado ni de pie.— Se diría más
bien que es un tarado.
2 °— Es un tipo de paralítico que lleva uno de los
pies arrastrado y babea. Al pasar por el foro
trata de hablar y su lengua es balbuceante.
RAM IREZ.— (A Martha que camina tras los
enfermos y enfermeros) ¡Ahora al pequeño!
MARTHA.— Sí, doctor.

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Escena Diez
DICHOS Y UN NIÑO
(Este niño es el hijo de Quiroga. Es un
degenarado física y mentalmente. La cabeza
enorme y rapada. Las manos contraídas como si
prematuramente se hubieran anquilosado; babea
también y tuerce la cabeza como la de un
m uñeco).
QUIROGA.— ¡Qué maldigan a sus padres, yo qué
tengo que ver!
RAMIREZ.— ¡Calla imbécil!
QUIROGA.— ¡No! ¿por qué he de callar?
RAMIREZ.— ¡Calla, calla! ¡No ves que es tu hijo!
QUIROGA.— ¡No, no! ¡Mientes, mientes!
PACHECO.— ¿Cómo?
RAMIREZ.— ¡Es tu hijo, tu hijo, sí!
QUIROGA.— ¡Me engañas! Mi hijo está en la
Clínica San Antonio.
RAMIREZ.— (Recogiendo un documento del es­
critorio) ¿No es un documento suficiente? Hoy
lo mandaron como último recurso a sabiendas
de que yo me especialicé en alcohólicos.
QUIROGA.— Y ... acaso mi...

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RAMIREZ.— Si. Te dije, en cierta oportunidad,
que tu padre murió intoxicado de tanto beber...
QUIROGA.— ¿Y mi hijo por qué tiene que sufrir?
¿Por qué?
RAMIREZ.— Porque las enfermedades alcohólicas
son hereditarias y, en algunos casos, se
manifiestan saltando una generación. ¡Tu padre
fue alcohólico: y ahí está la herencia!
Q U IR O G A .— (A cercándose lentam ente al
niño)¿La herencia?
RAMIREZ.— Eso mismo.
QUIROGA.— (Estruja al niño junto a su cuerpo y
lugo hum ildem ente pregunta) ¿Y tú? ¿Tú
podrías curarlo?
RAMIREZ.— Demasiado tarde.
QUIROGA.— (Desesperadamente) ¡Yo quiero un
hijo! ¡Un hijo sano, sano! (Después de agotar sus
esperanzas) Veneno di a tomar y el destino me
envenena!

TELON

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Y77777777777777777777777777777/77777X
La presente Sexta Edición de “ LOS HIJOS
DEL ALCOHOL” se terminó de imprimir
el día 26 de Julio de 1996, en los Talleres
Gráficos de la Empresa Editora “ U R-
Q U I Z O ” S. A., en la ciudad de
La Paz --------------------- Bolivia
AQUELLA GENTE DEL
TEATRO SOCIAL

"Que yo sepa, después del fútbol, el único


espectáculo que noche a noche convoca a
multitudes, es el Teatro Social", escribió el perio­
dista Wálter Montenegro.
Y el Teatro Social Boliviano, a través de su
actividad en ciudades, pueblos y villorrios, dio
vigencia a aquello de que "el teatro es un arte y es
una manifestación, porque el hecho teatral va más
allá de la escritura dramática al conseguir la
participación del público".
Se apagan las luces de la sala. Se descorre el
telón. Se encienden las luces del escenario. Surge
la obra del dramaturgo. La creación del Director. El
juego de los actores.
"Los hijos del Alcohol", como otras obras de
Raúl Salmón, son representativas — en su primera
etapa: 1943-1975, de una época en que el público
llenaba teatros para ver una realidad visible.

LOS EDITORES

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