Viajar en tren siempre me ha resultado muy literario. Qué cantidad de historias se pueden imaginar con observar un poco la vida que se mueve entre los vagones.
Casi siempre se coincide con las mismas personas; en voz baja, algunos van contando un sin fin de anécdotas; otros van aprovechando y siguen dormidos hasta el final del trayecto, otros escuchan música, la mayoría va viendo el móvil, los menos, leyendo.
Durante este verano, he tenido que utilizar hasta tres trenes para llegar a Madrid. Aún así, me parece un buen medio de transporte.
Tan sólo un día, el tren se retrasó por una avería.
Con quien mi relación no ha sido tan idílica ha sido con los revisores y taquilleros. Bueno, con algunos de ellos. No se puede generalizar, pero lo de perder el tren, no lo acaban de entender.
"Una de mis caminatas favoritas era acercarme a la línea del tren y mirarlos pasar, contar sus carros y hacerle señas a la gente que en ellos viajaban, así como imaginarme la carga que ocuparía el interior de los vagones cerrados.
Sin despegar los ojos solía poblarme de fantasía de viajes lejanos, y el acompasado sonido rítmico, intenso y metálico que producían sus ruedas al rascar los rieles, agregado al enorme esfuerzo, respiro a respiro, tos a tos, que salía de la locomotora como si estuviese eternamente extenuada, me transportaba a tierras desconocidas"
Hasta siempre, mujercitas de Marcela Serrano