domingo, 30 de noviembre de 2025

Ver fósiles de dinosaurios en España: yacimientos en Teruel, La Rioja y Asturias para una aventura jurásica

Museo Jurásico de Asturias. Cortesía de MUJA
España es una potencia paleontológica silenciosa. Entre montañas, playas y cañones se esconde un patrimonio jurásico que nada tiene que envidiar al de Utah o Alberta. Desde las huellas fosilizadas de saurópodos en Asturias hasta el estegosaurio de Teruel, pasando por los más de 9.000 rastros documentados en La Rioja, el país permite caminar, literalmente, sobre el pasado.

Teruel: estegosaurios, iguanodontes y 250 huellas nuevas

Pocas provincias pueden presumir de un museo paleontológico tan activo como Teruel. Y no es una hipérbole: en el yacimiento de Santa Ana (Ababuj), la Fundación Dinópolis ha registrado más de 250 nuevas huellas fósiles, entre las que destacan rastros de saurópodos, ornitópodos y terópodos. Este hallazgo, comunicado en febrero de 2024, forma parte del “Plan de protección patrimonial Dinoexperience” financiado por el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia con fondos Next Generation-EU.

Dinópolis. Cuatro.
El protagonismo lo comparte el estegosaurio fósil de El Castellar, un ejemplar tan excepcional que ha sido clave en una revisión taxonómica publicada por la UNED y la Fundación Dinópolis en la revista Zoological Journal of the Linnean Society. Además, Teruel alberga el Iguanodon más antiguo encontrado, con una datación de entre 125 y 127 millones de años, lo que confirma su relevancia para entender la evolución de los dinosaurios herbívoros en Europa.

La Rioja: más de 9.000 huellas en el “valle de los dinosaurios”

La comarca de Enciso e Igea, en La Rioja, acoge la mayor concentración de huellas fósiles del país: más de 9.000 icnitas distribuidas en 110 yacimientos de 21 municipios, muchos de ellos señalizados y visitables en rutas a pie o en coche. La propia web del Gobierno de La Rioja destaca este legado como un "Lugar de Interés Geológico Español de relevancia internacional" bajo la clave Geosite FC001, centrado en icnitas del Cretácico Inferior.

El Centro de Interpretación Paleontológica de Igea expone el fósil más completo del dinosaurio Hypsilophodon foxii hallado en España, con 74 piezas óseas bien conservadas.

Yacimientos como Peñaportillo (Munilla) permiten contemplar huellas de estegosaurio y carnívoros con alto nivel de detalle, mientras que en La Canal se documenta un rastro de 31 huellas consecutivas a lo largo de 27 metros, el más largo de La Rioja.

Asturias: la costa jurásica entre Lastres y Ribadesella

Museo Jurásico de Asturias. MUJA
En la franja litoral entre Colunga y Ribadesella, Asturias atesora uno de los entornos más ricos en fósiles de Europa. La conocida Costa de los Dinosaurios presenta formaciones geológicas del Jurásico con huellas visibles al aire libre, accesibles por rutas señalizadas.

La Playa de La Griega, a apenas 2 km del Museo del Jurásico de Asturias (MUJA), exhibe las huellas de dinosaurio más grandes de España, correspondientes a saurópodos gigantes que caminaron por esta zona hace entre 201 y 145 millones de años. El propio MUJA conserva más de 8.000 fósiles, incluidos 200 de dinosaurios, tortugas, peces y cocodrilos, además de 150 icnitas, lo que lo convierte en un referente europeo para la divulgación paleontológica.

En el Acantilado de Tereñes, cerca de Ribadesella, pueden observarse rastros de estegosaurios y ornitópodos impresos en la roca caliza. El espacio está declarado como Monumento Natural, lo que garantiza su protección y conservación.

Más allá del triángulo jurásico: otros destinos con fósiles en España

Aunque Teruel, La Rioja y Asturias concentran los yacimientos más célebres, el patrimonio paleontológico español se extiende mucho más allá. Otras comunidades autónomas han documentado hallazgos significativos y ofrecen experiencias para el visitante interesado en los dinosaurios, tanto en museos como en rutas al aire libre.
  • Cuenca: El yacimiento de Las Hoyas, en La Cierva (Cuenca), es uno de los más importantes de Europa para estudiar el ecosistema de agua dulce del Cretácico Inferior, con fósiles de peces, cocodrilos, insectos y plantas excepcionalmente conservados. Aquí se descubrió al dinosaurio Concavenator corcovatus, un terópodo con una peculiar joroba ósea en la espalda, apodado el “jurasaurio jorobado” por la prensa científica. Este ejemplar es una de las joyas del Museo de Paleontología de Castilla-La Mancha (MUPA), en Cuenca capital y una réplica de un Tyrannotitan de ocho metros de longitud.
  • Burgos: En la provincia de Burgos, la Sierra de la Demanda alberga una veintena de yacimientos con huellas fósiles de dinosaurios. El más destacado es el de Costalomo, donde pueden observarse icnitas tridimensionales elevadas, un fenómeno paleontológico poco común a nivel mundial. Según la Junta de Castilla y León, “se trata del único yacimiento del mundo donde las huellas fósiles sobresalen del terreno”. En Salas de los Infantes, el Museo de Dinosaurios expone fósiles originales, fragmentos de huevos, icnitas y reconstrucciones de especies halladas en la comarca y restos originales del Demandasaurus darwini, un saurópodo ibérico único el Arcanosaurus, un reptil marino del Cretácico.
  • Cataluña: En el Pirineo catalán, especialmente en la comarca del Pallars Jussà, se han descubierto restos de algunos de los últimos dinosaurios que habitaron Europa antes de la extinción masiva de hace 66 millones de años. El Instituto Catalán de Paleontología (ICP) ha estudiado ampliamente yacimientos como Conques y Abella de la Conca, donde se han encontrado restos de titanosaurios, hadrosaurios y huevos fósiles. El Museu de la Conca Dellà, en Isona, ofrece una ruta jurásica que incluye visitas a yacimientos y reproducciones a tamaño real de los dinosaurios que poblaron el Prepirineo hace 70 millones de años.

viernes, 28 de noviembre de 2025

Ganadores del XVII Concurso Internacional de Ilustraciones Científicas de Dinosaurios 2025

¡Ya conocemos los ganadores de esta nueva edición! 

La Fundación para el Estudio de los Dinosaurios en Castilla y León junto con el Museo de Dinosaurios de Salas de los Infantes han organizado conjuntamente el XVII Concurso Internacional de Ilustraciones Científicas de Dinosaurios 2025.

El tema principal del concurso son las ilustraciones sobre dinosaurios, que pueden representar reconstrucciones de los animales en vida (locomoción, reproducción, alimentación, etc.), situaciones de conducta (caza, lucha, grupos familiares, manadas y otros), en su medio, de los fósiles originales y de los ecosistemas que ocuparon. Otros grupos de seres vivos ilustrados han sido tortugas, reptiles marinos y pterosaurios, además de documentarse la vegetación y los paisajes característicos del Mesozoico.

Es el único concurso de estas características que se celebra en España y de los pocos que existen a nivel mundial. Su calidad está basada en las ilustraciones y el jurado que valora las obras presentadas; en esta ocasión ha estado formado por un equipo de 5 especialistas de distintas nacionalidades:

Andrey Atuchin (Rusia), paleoilustrador.

Peter Faikhingham (Reino Unido), Pedro Mocho (Portugal) y Diego Castanera (España). Paleontólogos especializados en dinosaurios.

Diego Monteromiembro del Comité científico del Museo de Dinosaurios de Salas de los Infantes (España).

En esta decimoséptima edición se han presentado un total de 24 ilustraciones de 18 paleoilustradores de América del Norte y América del Sur (Canadá, México y Argentina) y Europa (España, Italia y Ucrania). El concurso está consolidado como referencia internacional para artistas de la paleontología.

Se pueden ver todas las obras en este Blog de la Fundación Dinosaurios CyL en el apartado derecho del Blog titulado "Trabajos presentados XVII Concurso Internacional de Ilustraciones Científicas de Dinosaurios 2025". Y de manera presencial en la Exposición que se expondrá en diciembre en el Museo de Dinosaurios de Salas de los Infantes (Burgos).

Los premios están financiados por la Fundación Dinosaurios CyL y por la empresa salense Hernáiz Construcciones Hercam, S.L. 

Los premios otorgados han sido los siguientes: 

PRIMER PREMIO:

"Dilophosaurus wetherilli". Autor: Franco Tempesta (Italia).

Es el atardecer de otro día, para muchos es hora de retirarse y descansar, pero para este Dilophosaurus wetherilli es hora de cazar.

Técnica: digital (computer painting).

SEGUNDO PREMIO:

"Microraptor e Indrasaurus". Cristian Jesús Pampim (Argentina).

La obra representa a un individuo de la especie Microraptor zahaoianus alimentándose de un lagarto Indirasaurus wangi. Se inspira en los restos hallados en la Formación Jiufotang, -Liaoning, China- identificados STM5-32, en los que se preservan un espécimen de Microraptor con el contenido de su última comida, en este caso, un lagarto descripto como una nueva especie a partir de esos restos y nombrado Indrasaurus wangiEntre otros aspectos, es interesante la posición en la que se advierte que fue ingerido el lagarto, comenzando por la cabeza, como acostumbran hacerlo aves actuales, y en lo que se basó para su reconstrucción. 

El autor ha ubicado a Microraptor en el suelo, a la sombra de un bosque que lo cubre casi por completo. La escasa luz que logra filtrarse permite ver la iridiscencia de su plumaje , según los descripto en 2012 en base al estudio del espécimen BMNHC PH881. Lo cubre principalmente follaje de Ginkgoale Baiera -presente en esa misma formación- y ramas de una planta magnólida, de la cual se tiene registros de presencia en la formación Jiufotang a través de trazas de polen y por los restos encontrados en el estomago del ave fósil Jeholornis, en dicha formación. 

Técnica: Ilustración digital. 

PREMIO TIERRA DE DINOSAURIOS:

Hipsilofodóntido en Salas de los Infantes”. Autor: Juan José Castellano Rosado (España).

La ilustración representa un individuo de la especie Hipsilofodonte. Está inspirada en la ilustración que realizó el autor para la primera edición del concurso. Es el área de Salas, durante el Cretácico Inferior, y donde un Hipsilofodóntido juvenil es arrastrado por una crecida del gran río que cruzaba la zona durante este periodo.

Técnica artística: Digital. Ilustración creada con medios digitales, y emulando las técnicas tradicionales de acuarela seca, pastel, tiza, y acrílico.

Por último, nos gustaría agradecer a todos los artistas que han participado en esta decimoséptima edición con sus maravillosas ilustraciones. ¡Os esperamos el próximo año!

También cómo no, a la empresa Hernáiz ConstruccionesHercam, S.L. por colaborar un año más en este concurso tan especial.

www.fundaciondinosaurioscyl.com

Descubren que hubo dinosaurios en la región de la Amazonía: un hallazgo que reescribe la prehistoria sudamericana

Son más de 10 huellas fosilizadas en la cuenca del Tacutu, hecho que modifica la comprensión paleontológica de una región que siempre pareció borrar su propio pasado

Las huellas atribuidas ornitópodos y dinosaurios acorazados muestran una diversidad
inesperada en un territorio considerado inadecuado para fósiles (Freepik)
Durante décadas, la imagen de la Amazonía como una región incapaz de preservar su historia dominó la perspectiva científica. Todo parecía indicar que aquel ambiente húmedo, dinámico y biológicamente activo no podía guardar registros fósiles de dinosaurios durante millones de años.

Sin embargo, un equipo de investigadores de la Universidad Federal de Roraima (UFRR) comprobó que esa percepción no representaba toda la verdad. Lo que ocurrió en la cuenca del Tacutu abrió un vacío nuevo en la línea de tiempo sudamericana.

El hallazgo de huellas de más de 103 millones de años en la cuenca del Tacutu
revela que la Amazonía conservó rastros prehistóricos pese a su ambiente
 hostil ( adolfo-atm - X)
Las huellas se identificaron en el municipio de Bonfim, en el extremo norte de Brasil, cerca de la frontera con Guyana. Eran más de diez marcaciones en una secuencia de rocas que pertenecían al Jurásico-Cretácico. Tenían más de 103 millones de años y ofrecían una constatación inédita: los dinosaurios también caminaron por la Amazonía. Este registro nunca existió antes, aunque se conocían fósiles de estos animales en otras regiones del país.

El hallazgo documentado se construyó a partir de una observación que sorprendió al equipo. Las marcas revelaban la presencia de distintos grupos, lo que mostraba un ecosistema mucho más diverso de lo que se imaginaba. Algunos rastros correspondían a rapaces, predadores ágiles que dominaron varios ambientes del planeta.

Otros pertenecían a ornitópodos, herbívoros bípedos que convivían en grandes manadas. También aparecían señales de xireóforos, un linaje acorazado que desarrolló placas óseas en la parte superior del cuerpo. Ningún registro permitía determinar especies exactas, pero el conjunto mostraba un mosaico inesperado.

Se estima que la cuenca del Tacutu podría albergar cientos de huellas
más lo que convertiría a la región en un sitio icnológico clave de
Sudamérica (Agencia Brasil)
La aparición de estas huellas provocó un movimiento inmediato en la comunidad paleontológica. Por primera vez, existía evidencia directa de que esos animales habitaron un sector del continente que siempre se consideró desfavorable para preservar registros.

El descubrimiento generó una respuesta rápida entre especialistas que buscaban comprender cómo este rincón amazónico resistió la erosión, los cambios de nivel del agua y la intensa dinámica geológica.

En la región de Tacutu, la historia geológica operó de manera diferente. El investigador Lucas Barros explicó que en aquel tiempo el área funcionaba como un valle muy húmedo, rodeado de cauces fluviales y vegetación abundante. El lodo recibía las pisadas de los animales y, con el paso del tiempo, perdía humedad y se endurecía. Esa capa endurecida quedaba enterrada bajo nuevos sedimentos y se convertía en una roca capaz de resistir la erosión.

Investigadores de la UFRR identificaron por primera vez evidencia
concreta de dinosaurios en la Amazonía lo que modifica la comprensión
 paleontológica regional ( Crédito: JPavani/Reproducción)
Según Barros, “el Tacutu habría sido un valle con varios canales fluviales que corrían juntos. Era un lugar con abundante agua y vegetación”. En ese ambiente, las huellas dejaron impresiones profundas y estables que permanecieron ocultas durante millones de años.

La preservación también dependió de un detalle ecológico que parecía menor, pero que desempeñó un papel esencial: una franja de vegetación de sabana que aún existe en la cuenca. Esa área más abierta permitió que ciertos afloramientos rocosos quedaran expuestos sin que la selva los cubriera por completo.

Gracias a esa ventana geológica, los investigadores encontraron no solo huellas, sino también fósiles de plantas, restos de invertebrados, troncos petrificados e impresiones de hojas.

“Esta franja de sabana nos permite encontrar afloramientos en las rocas y verificar si contienen algún material fósil”, comentó Barros. La Amazonía, que siempre pareció borrar su historia, ofreció una excepción inesperada.

El hallazgo que esperó once años

La cuenca del Tacutu funcionaba como un valle húmedo donde el lodo
endurecido permitió que las pisadas se transformaran en rocas capaces
de resistir el clima (Agencia Brasil)

La historia del descubrimiento no fue lineal. En realidad, empezó en 2014, cuando un grupo de estudiantes de geología de la UFRR participó en una salida de campo dirigida por el profesor Vladimir Souza.

En aquel momento, la universidad no contaba con un especialista en paleoecología ni con los equipos necesarios para analizar las huellas. La ausencia de recursos y la preocupación por posibles intervenciones externas llevaron al equipo a tomar una decisión drástica: guardar silencio. Souza explicó que, si divulgaban el hallazgo demasiado pronto, otros grupos podrían apropiarse de la investigación y desplazar el trabajo local.

El proyecto quedó archivado durante años, mientras las rocas esperaban a que una nueva generación retomara el desafío. Recién en 2021, Lucas Barros decidió revisar el material. Lo hizo con apoyo del paleontólogo Felipe Pinheiro, de la Universidad Federal de Pampa (Unipampa). Ambos desarrollaron una línea de estudio que combinó trabajo de campo, análisis detallado y técnicas modernas.

El uso de fotogrametría permitió crear modelos 3D detallados que revelaron
 nuevos afloramientos y ampliaron el alcance científico del descubrimiento
 (Crédito: NHM/Reino Unido)
La fotogrametría permitió crear modelos 3D de gran precisión, lo que ofreció una lectura completamente nueva del registro fósil. Con estas herramientas, Barros amplió la búsqueda y descubrió nuevos afloramientos que no estaban identificados en 2014.

La revisión del sitio transformó lo que parecía un conjunto aislado en un yacimiento vasto y prometedor. Barros estima que la cuenca del Tacutu podría contener cientos de huellas aún sin analizar. Durante su investigación, detectó nuevas áreas en el Territorio Indígena Jabuti y encontró cuatro zonas con un potencial científico enorme. Los rastros no solo aumentaron en número, sino también en variedad. Las distintas profundidades, tamaños y orientaciones de las huellas sugieren dinámicas ecológicas que todavía no se comprenden por completo.

Investigadores de la UFRR identificaron por primera vez evidencia concreta de
dinosaurios en la Amazonía lo que modifica la comprensión paleontológica regional
El caso de Tacutu recuerda otros momentos en la paleontología sudamericana en los que pequeñas observaciones abrieron campos de investigación inmensos. En esta ocasión, las huellas no solo representan un avance científico, sino también un nuevo punto de partida. La presencia de distintos grupos de dinosaurios en la región plantea preguntas sobre las rutas migratorias, los ecosistemas amazónicos del pasado y las conexiones entre las faunas del norte y del centro de Brasil.

La lectura del paisaje geológico actual también ofrece pistas para futuras exploraciones. La región muestra una alternancia de áreas boscosas y zonas abiertas que permiten identificar afloramientos rocosos sin la interferencia inmediata de la vegetación tropical.

Esta configuración, que no es común en la Amazonía, funcionó como una ventana natural a un pasado remoto. La erosión expuso rocas que permanecían enterradas desde el Cretácico, y esa exposición permitió la detección de huellas que, en cualquier otro sector de la selva, se habrían desintegrado.

El descubrimiento contradice la idea tradicional de que la Amazonía no
preserva fósiles y abre nuevas preguntas sobre la fauna que habitó
 el Cretácico temprano ( Créditos: Jorge Blanco)
La investigación también enfrenta obstáculos sociales. Muchos de los sitios más prometedores se encuentran en propiedades privadas. Algunos ganaderos temen que la presencia de investigadores derive en disputas territoriales, demarcaciones de tierras o expropiaciones.

Esos temores dificultan el acceso científico a zonas clave y frenan el análisis detallado de los registros. A pesar de esas dificultades, Barros y su equipo avanzan en acuerdos para continuar las exploraciones de manera responsable y transparente.

El equipo cree que Tacutu podría convertirse en uno de los yacimientos icnológicos más importantes de Sudamérica. La posibilidad de que la Amazonía albergue un capítulo paleontológico tan extenso obliga a replantear el mapa fósil del país y del continente.

La región, que siempre pareció borrar su propio pasado, mostró que conserva historias más profundas de lo que se imaginaba. Bajo la selva, late un registro prehistórico que recién empieza a revelarse.

infobae.com

jueves, 27 de noviembre de 2025

Descubren el rastro jurásico de un enorme dinosaurio que caminó en círculos hace 150 millones de años: su comportamiento desconcierta a los expertos

Un gigantesco saurópodo dejó una huella de casi 100 metros en Colorado hace 150 millones de años, y ahora, un análisis digital ha revelado patrones de movimiento inesperados y posibles señales de cojera.

El misterioso rastro en círculos de un dinosaurio de cuello largo revela secretos
inesperados. Recreación artística. Foto: ChatGPT-4o/Christian Pérez/Dr. Paul Murphey
En lo alto de las montañas de Colorado, a más de 2.800 metros de altitud, una pista fósil antigua ha comenzado a contar una historia que ha permanecido oculta durante millones de años. Lo que parecía un simple rastro de huellas de dinosaurio ha resultado ser un archivo excepcional de comportamiento animal: una pista cerrada en bucle, de más de 130 pisadas, probablemente trazada por un solo ejemplar de saurópodo. Pero lo más asombroso no es la longitud del trayecto ni la magnitud del animal, sino los misteriosos detalles que revelan cómo caminaba.

Este lugar, conocido como West Gold Hill Dinosaur Tracksite, acaba de ser reinterpretado gracias a un análisis digital de última generación, liderado por el paleontólogo Anthony Romilio y un equipo multidisciplinar. El estudio, publicado en la revista científica Geomatics, ha cambiado radicalmente la comprensión que teníamos sobre este sendero jurásico. A través de drones, modelado 3D y análisis computacional de precisión milimétrica, los investigadores han reconstruido cada paso del gigante prehistórico con un nivel de detalle que hubiera sido impensable hace solo una década.

Una pista única en su clase

El rastro, impreso hace unos 150 millones de años durante el Jurásico Superior, cubre una distancia de 95,5 metros y describe una curva casi completa de 360 grados. En otras palabras, el dinosaurio comenzó su marcha hacia el noreste, giró en un amplio bucle y terminó caminando prácticamente en la misma dirección. Hasta ahora, este tipo de trayectoria era más una curiosidad que un objeto de estudio sistemático. Sin embargo, esta pista no es un capricho geológico: sus huellas están extraordinariamente bien conservadas, y eso permite acceder a un aspecto raramente documentado en la paleontología de vertebrados fósiles —el comportamiento.

Vista aérea del rastro con más de 130 huellas, mostrado como modelo fotográfico
 y mapa en falso color que resalta la profundidad. Las flechas marcan el giro
 del dinosaurio. Foto: Dr. Anthony Romilio
Los investigadores se enfrentaban a un reto considerable: documentar el conjunto completo de huellas en una superficie inclinada y de difícil acceso, en un entorno de roca endurecida. Por ello, decidieron usar drones equipados con cámaras de alta resolución para capturar la totalidad de la pista desde el aire. Posteriormente, esas imágenes fueron procesadas mediante fotogrametría para generar un modelo tridimensional exacto del terreno, con una resolución milimétrica. Esta metodología les permitió observar la pista como nunca antes: desde arriba, con colores falsos que destacan elevaciones y depresiones, y con la posibilidad de analizar matemáticamente cada paso del dinosaurio.

Lo que cuentan las huellas

Más allá del impresionante bucle, el rastro revela sutiles señales de movimiento que han intrigado a los investigadores. Una de las observaciones más sorprendentes fue la diferencia consistente entre las pisadas del lado izquierdo y derecho del animal. Las pisadas izquierdas estaban ligeramente más separadas y tenían una zancada unos 10 centímetros más larga que las derechas. Aunque este dato pueda parecer menor, es crucial cuando se trata de un animal que podría haber medido más de 15 metros y pesar decenas de toneladas.

Esa diferencia podría explicarse por una preferencia natural —similar a la lateralidad en humanos—, pero también sugiere otra posibilidad aún más interesante: el animal podría haber estado cojeando. Este tipo de interpretación es compleja, pero no descabellada. Si una pierna soporta menos peso o se mueve de forma anómala, las huellas resultantes mostrarán patrones de paso irregulares. Es lo que han detectado aquí: un desplazamiento lateral del centro de la marcha, una asimetría sutil pero sistemática, y variaciones en el ángulo de los pasos. Todo esto, además, cambia conforme el animal avanza, particularmente dentro del tramo del bucle, que constituye el corazón del enigma.

¿Qué hacía un dinosaurio caminando en círculos?

El patrón de movimiento sigue siendo un misterio. El dinosaurio no giró bruscamente ni cambió de dirección por azar. Su trayecto describe una curva gradual, casi elegante, que sugiere un cambio deliberado en su rumbo, no una acción caótica ni forzada. Una posibilidad es que el animal estuviera buscando algo —agua, comida o tal vez el rastro de otro miembro de su especie— y que, al no encontrarlo, regresara sobre sus pasos. Otra interpretación más aventurada sugiere un comportamiento territorial o incluso de exploración. Pero sin más pistas alrededor, todo esto se mueve en el terreno de la hipótesis.

Simulación que muestra el tamaño del saurópodo que dejó las huellas, comparado
con un adulto a escala. Fuente: Dr. Anthony Romilio
Y es que esta pista —por su extensión, continuidad y nivel de conservación— es única en el mundo. Muchos rastros fósiles de dinosaurios apenas contienen unas pocas huellas consecutivas. Aquí, se han documentado más de 130. Esta densidad de información ha permitido aplicar técnicas estadísticas para evaluar parámetros como cuán recto es un camino o el ancho relativo de la marcha. Los resultados muestran que incluso dentro de un solo trayecto, estos parámetros varían considerablemente. Eso cuestiona su uso como criterios taxonómicos definitivos, algo que hasta ahora era habitual en la clasificación de icnitas (huellas fósiles).

Este estudio no solo ofrece un vistazo al pasado lejano, sino también un ejemplo de cómo la tecnología está transformando la paleontología. Lo que antes requería semanas de trabajo de campo, moldes de yeso y mediciones manuales, hoy puede realizarse con drones, modelos digitales y software de código abierto como Blender. Esta evolución no sustituye el trabajo del paleontólogo clásico, sino que lo potencia: los datos se multiplican, las hipótesis se refinan y, sobre todo, se abren nuevas preguntas. ¿Qué otros rastros malinterpretados podrían contener patrones de comportamiento? ¿Cuántos “dinosaurios cojos” hemos pasado por alto por falta de precisión?

El caso del West Gold Hill Dinosaur Tracksite se convierte así en un punto de inflexión. No solo por lo que revela sobre el animal que lo dejó, sino por lo que implica para la paleontología del siglo XXI. Los investigadores han demostrado que es posible leer un rastro de dinosaurio como si fuera una partitura: con ritmo, cadencia, acentos y silencios. Cada pisada es una nota en la sinfonía del pasado.

Y esa sinfonía, al menos en este caso, suena como una pregunta sin respuesta: ¿por qué caminó en círculos un saurópodo jurásico hace 150 millones de años?

muyinteresante.com

Los primeros vertebrados capaces de alzar el vuelo y las aves experimentaron una evolución cerebral distinta

Los pterosaurios, primeros vertebrados capaces de volar, desarrollaron esta capacidad con un volumen cerebral modesto, lo que demuestra que no es necesario un cerebro grande para este modo de locomoción

Reconstrucción de un paisaje de hace aproximadamente 215 millones de años.
 / Matheus Fernandes
Un estudio internacional, que se publica hoy en la revista Current Biology, revela cómo los pterosaurios, los primeros vertebrados voladores que empezaron a surcar los cielos hace más de 220 millones de años, desarrollaron las estructuras neurológicas necesarias para el vuelo. Esta investigación internacional, en la que participa el Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC), ha sido posible gracias al descubrimiento del arcosaurio lagerpétido Ixalerpeton, un reptil que fue pariente de los pterosaurios y que vivió hace 233 millones. El análisis de los restos ha permitido inferir cómo estos vertebrados desarrollaron su capacidad para volar de manera diferente a como lo hicieron otros seres vivos.

Volar es una habilidad rara en el mundo animal que, entre los vertebrados, solo ha evolucionado en tres ocasiones: en los murciélagos, las aves y los pterosaurios, ya extintos. Los pterosaurios aparecieron mucho antes que los primeros parientes cercanos de las aves, como Archaeopteryx. Ya se sabía cómo evolucionó el cerebro de las aves para volar, pero apenas se tenía información sobre este proceso en los pterosaurios. Las aves heredaron su diseño cerebral de sus ancestros, los dinosaurios terópodos, pero el cerebro de los pterosaurios parecía surgir de la nada. “Ahora, con nuestra primera visión de un pariente temprano de los pterosaurios, vemos que estas especies construyeron su propio ordenador de vuelo desde cero”, afirma Lawrence Witmer, investigador de la escuela de medicina de la Universidad de Ohio.

Para reconstruir esta historia evolutiva, los investigadores utilizaron técnicas de imagen 3D de alta resolución, como la microtomografía computarizada (microCT) y reconstruyeron la forma cerebral de los pterosaurios y su pariente Ixalerpeton, procedente de rocas triásicas de Brasil, así como de más de treinta especies entre las que se encuentran dinosaurios precursores de las aves, cocodrilos modernos, aves y una amplia gama de arcosaurios triásicos, el grupo que engloba a todos estos animales. "Luego, mediante un análisis estadístico del tamaño y la forma tridimensional de sus endocasts craneales (modelos tridimensionales del interior del cráneo), pudimos mapear los cambios progresivos en la anatomía cerebral que acompañaron la evolución del vuelo", explica el coautor Akinobu Watanabe, de la escuela de medicina del Instituto de Tecnología de Nueva York.

¿Qué necesita un cerebro para poder volar?

El vuelo es una forma de locomoción fisiológicamente exigente y se ha asumido durante mucho tiempo que requiere adaptaciones neurológicas importantes, incluida la ampliación del volumen del cerebro para coordinar la compleja información sensorial y motora necesaria para el vuelo. Estudios previos sobre la estructura cerebral de los pterosaurios habían mostrado que compartían algunas similitudes neurológicas con los precursores de las aves, como Archaeopteryx: cierta ampliación de regiones cerebrales como los hemisferios cerebrales y el cerebelo, implicadas en la integración sensoriomotora, así como la ampliación de centros visuales, como los lóbulos ópticos.

Ixalerpeton, el pariente cercano de los pterosaurios, mostraba algunos rasgos neurológicos de estos, pero no todos. Como señala Mario Bronzati, de la Universidad de Tubinga, que lidera el estudio: “Por ejemplo, los lagerpétidos probablemente habitaban en los árboles, y sus cerebros ya muestran rasgos relacionados con una visión mejorada, como un lóbulo óptico agrandado, una adaptación que más adelante pudo haber ayudado a sus parientes pterosaurios a conquistar los cielos, pero aún carecían de rasgos neurológicos clave de los pterosaurios”.

Los lagerpétidos como Ixalerpeton tenían un cerebro con forma intermedia entre el de los arcosaurios más primitivos y el de los pterosaurios, pero con mayor similitud aún con el de los primeros dinosaurios. Aparte del lóbulo óptico agrandado, que ocupa una posición en el cerebro similar en los pterosaurios, las aves y sus parientes terópodos cercanos (dinosaurio bípedo caracterizado por fuertes patas traseras, dientes agudos y, en muchos casos, plumas), hay poco en Ixalerpeton que indique lo que estaba por venir en los pterosaurios. Una característica única del cerebro de los pterosaurios es un flóculo muy agrandado, una estructura del cerebelo probablemente implicada en procesar la información sensorial proveniente de sus alas membranosas con el fin de mantener la vista fija en un objetivo durante el vuelo. En Ixalerpeton, el flóculo no estaba expandido como en los pterosaurios, sino que se asemejaba al modesto flóculo de otros arcosaurios, incluidas las primeras aves y sus parientes cercanos, los terópodos no avianos.

Asimismo, los nuevos análisis muestran que los pterosaurios mantenían un tamaño cerebral modesto. “Aunque hay algunas similitudes entre pterosaurios y aves, sus cerebros eran en realidad bastante diferentes, especialmente en tamaño. Los pterosaurios tenían un cerebro mucho más pequeño que las aves, lo que demuestra que no se necesita un cerebro grande para volar”, explica Matteo Fabbri, investigador de la escuela de medicina de la Universidad Johns Hopkins.

Pterosaurios y aves representan dos experimentos completamente independientes en la evolución del vuelo. Las aves heredaron un cerebro ya adaptado de sus ancestros dinosaurios no voladores, mientras que los pterosaurios desarrollaron su cerebro listo para volar al mismo tiempo que desarrollaban sus alas. "El cerebro notablemente grande de las aves probablemente surgió más tarde y estuvo más vinculado al incremento de la inteligencia que al propio acto de volar", explica Fabien Knoll, investigador del MNCN que participa en el estudio.

El trabajo paleontológico de campo sigue siendo un motor de nuevos avances. Como señala el coautor Rodrigo Temp Müller, paleontólogo de la Universidade Federal de Santa Maria, en Brasil: “Los descubrimientos en el sur de Brasil nos han dado nuevas y notables perspectivas sobre los orígenes de importantes grupos animales como los dinosaurios y los pterosaurios. Con cada nuevo fósil y estudio, obtenemos una imagen más clara de cómo eran los primeros parientes de estos grupos, algo que habría sido casi inimaginable hace solo unos años”.

MNCN - CSIC Comunicación

comunicacion@csic.es 

Referencia científica:

Mario Bronzati, Akinobu Watanabe, Roger B. J. Benson, Rodrigo T. Müller, Lawrence M. Witmer, Martín D. Ezcurra, Felipe C. Montefeltro, M. Belén von Baczko, Bhart-Anjan S. Bhullar, Julia B. Desojo, Fabien Knoll, Max C. Langer, Stephan Lautenschlager, Michelle R. Stocker, Alan H. Turner, Ingmar Werneburg, Sterling J. Nesbitt y Matteo Fabbri. (2025) Neuroanatomical convergence between pterosaurs and non-avian paravians in the evolution of flight. Current Biology.

csic.es

martes, 25 de noviembre de 2025

El primer día de la historia y el último de los dinosaurios

Capitán Swing publica en español ‘Los últimos días de los dinosaurios’, aclamado libro de la paleontóloga estadounidense Riley Black que sacude nuestra visión de la evolución y de la importancia de nuestra relación con la naturaleza

La paleontóloga estadounidense Riley Black, autora de ‘Los últimos días de
los dinosaurios’ (Capitán Swing) (Cedida)
Hace 66 millones de años un asteroide de más de once kilómetros de longitud se estrelló contra la Tierra y dejó una herida geológica de 80 kilómetros de diámetro que acabó con el periodo Cretácico. Sesenta minutos después, la mayoría de los animales grandes había muerto. Los pocos supervivientes hallaron protección parcial en ríos y lagos o en madrigueras excavadas entre la vegetación calcinada, escribe la paleontóloga Riley Black en Los últimos días de los dinosaurios (Capitán Swing), obra que obtuvo en 2024 el Premio Friend of Darwin.

El cataclismo que provocó el asteroide tuvo una potencia explosiva 10.000 millones de veces superior a las bombas atómicas arrojadas al final de la Segunda Guerra Mundial, según estima Black. Los efectos fueron rápidos y desastrosos. En cuestión de minutos, el calor, las llamas, el hollín y la muerte cubrieron el planeta.

Los paleontólogos estiman que alrededor del 75% de las especies conocidas que vivían al final del periodo Cretácico desaparecieron, entre ellos los miles de dinosaurios que dominaban el planeta. De no haberse extinguido, el mundo, con total seguridad, habría sido inhabitable para los primates bípedos que posteriormente darían lugar a los humanos. Por este motivo, algunos consideran que el día que impactó el asteroide puede considerarse como el primero de nuestra historia.

Representación de un asteroide de unos 10-15 kilómetros de diámetro que
choca con la Tierra (Dominio público)
En su libro, Riley Black recrea qué sucedió en el momento del impacto, una hora más tarde, una semana, así como al cabo de 365 días, cien años, mil años, incluso cien mil años después de que la Tierra hubiese estado a punto de pulsar el botón de reinicio. Y lo hace adoptando en ocasiones el punto de vista de los animales en una obra que ha sido ensalzada por numerosos científicos. A continuación, Black traslada a Historia y Vida desde Salt Lake City, en el estado de Utah (Estados Unidos), sus reflexiones.

¿El día que impactó el asteroide en la actual península de Yucatán podría considerarse el primero de nuestra historia?

Hay muy pocos momentos en la historia de la vida en la Tierra en los que podamos señalar un instante concreto y decir “aquí es cuando todo cambió”. El devastador impacto al final del Cretácico es uno de esos pocos, porque en ese momento los dinosaurios habían prosperado en nuestro planeta durante más de 160 millones de años.

Representación de Tyrannosaurus rex (izquierda) y Triceratops (Terceros)
Pensémoslo de esta manera. El dinosaurio acorazado y con cola espinosa Stegosaurus vivió hace 150 millones de años, y el carnívoro Tyrannosaurus vivió hace 66 millones. Hay más tiempo entre ellos, más de 80 millones de años, que los 66 millones que nos separan del último tiranosaurio. Todas las pruebas fósiles que tenemos hasta ahora nos muestran que los dinosaurios seguían prosperando al final del Cretácico, además de muchas otras formas de vida prehistórica.

¿Qué habría pasado si el asteroide hubiese pasado de largo?

Si el asteroide no hubiera impactado, o incluso si hubiera impactado en un lugar diferente, la extinción masiva no habría ocurrido. Incluso si los dinosaurios no hubieran sobrevivido otros 66 millones de años, los acontecimientos esenciales que han dado forma a los últimos 66 millones de años no habrían sucedido. Los primeros primates probablemente hubiesen seguido siendo criaturas pequeñas, insectívoras, y habrían evolucionado de una manera tan diferente que los seres humanos como nosotros nunca hubiéramos existido.

¿Cuál fue el hallazgo que más le llamó la atención al investigar para su libro?

Me sorprendió lo rápido que la vida se recuperó de la devastación. En términos relativos, un millón de años es, sin duda, mucho tiempo. Aun así, en rocas que se formaron un millón de años después de la extinción, los paleontólogos han encontrado pruebas de la existencia de bosques extensos, cálidos y densos, poblados por muchas especies de reptiles, mamíferos y plantas.

Todos los animales grandes, como los grandes dinosaurios, se extinguieron. Así que esos enormes reptiles ya no comían, pisoteaban ni derribaban la vegetación, comportamientos que mantenían los bosques abiertos. Las plantas pudieron crecer muy juntas y formar bosques densos donde muchos pequeños mamíferos exploraban nuevas formas de vivir y sobrevivir en estos hábitats tan ricos.

El hecho de competir por el espacio y el alimento llevó a los pequeños mamíferos a evolucionar de diferentes maneras

Riley Black

Las interacciones entre ellos, como el hecho de competir por el espacio y el alimento, las llevaron a evolucionar de diferentes maneras y a preferir distintas partes del bosque. Nuestros primeros antepasados primates, por ejemplo, se quedaron en los árboles y, en unos pocos millones de años, comenzaron a desarrollar rasgos como tener los ojos orientados hacia delante para poder calcular la distancia, así como pulgares y dedos opuestos para agarrarse a las ramas de los árboles.

Los bosques no solo se recuperaron rápidamente tras colisionar el asteroide, sino que formaron un entorno nutritivo en el que las aves, los mamíferos, los reptiles, los insectos y las criaturas que consiguieron sobrevivir comenzaron a sentar las bases del mundo tal y como lo conocemos hoy.

De ‘Jurassic Park’ a la covid

¿Cuál fue su meta al escribir este libro?

Yo no quería escribir un libro puramente científico, porque, para mí, el objetivo de la paleontología es imaginar y visualizar mejor cómo era la vida en un pasado tan lejano. Cómo eran realmente nuestros dinosaurios, mamíferos prehistóricos o peces antiguos favoritos, cómo se movían y cómo se comportaban. Es lo que hace que los niños jueguen con dinosaurios en el arenero. Y también lo que provoca que muchos de nosotros paguemos entradas de cine y palomitas cada vez que se estrena una nueva película de Jurassic Park.

Quería aprovechar todo lo que había aprendido y ofrecer lo que veo cuando pienso en esa época, cómo habría sido la vista desde el suelo mientras el mundo cambiaba. Y no creo que sea una coincidencia que haya escrito esta historia durante los primeros años de la pandemia de Covid-19. El mundo cambió de forma muy repentina y nos afectó a todos, a todo el planeta, al mismo tiempo. La ciencia podía ayudarme, pero lo que más quería era escribir algo que ofreciera una sensación de resiliencia de la vida tras tragedias horribles.

Investigaciones anteriores parecían establecer una relación causa-efecto entre el impacto del asteroide y lo que sucedió después. Sin embargo, en su libro sugiere que lo que destruyó aquel mundo fue una combinación de factores que, al conjugarse, crearon “el peor escenario posible para la vida en la Tierra”…

Es totalmente correcto afirmar que el impacto del asteroide provocó la quinta extinción masiva de la Tierra. Pero, al igual que ocurre con la extinción de cualquier especie, podemos rastrear la causa inmediata y relacionarla con algunos detalles concretos y ciertos acontecimientos fortuitos.

En el caso del asteroide, se alinearon varios factores que lo convirtieron en el peor de los escenarios posibles. El asteroide no solo era muy grande, sino que impactó en un ángulo bajo y a una velocidad increíble. Generó tsunamis y terremotos a miles de kilómetros del lugar del impacto. Eso ya habría sido suficientemente grave.

Pero aún sucedió algo peor, el asteroide impactó en los restos fosilizados de antiguos arrecifes envueltos en piedra caliza. Estas rocas eran muy ricas en compuestos a base de azufre que la vida suele crear a medida que se desarrolla, pero cuando los compuestos a base de azufre se dispersan en la atmósfera, sabemos que a menudo crean lluvia ácida. Si el asteroide hubiera impactado contra otras rocas, quizá la extinción no habría sido tan significativa.

¿Qué rasgos del nuevo mundo fueron determinantes para la aparición de los mamíferos y, posteriormente, de los humanos?

Bosque de Larvik, en Noruega (Getty Images)
Los bosques son fundamentales para nuestra historia. Podemos verlo en todo nuestro cuerpo. En la dirección en que miran nuestros ojos, como decíamos antes. Incluso el hecho de que podamos lanzar una pelota de béisbol, usar un martillo o escribir en un teclado se debe a la forma en que los bosques moldearon las extremidades y los cuerpos de nuestros antepasados. La mayoría de nosotros no trepamos a los árboles a diario, pero nuestra anatomía es una prueba evidente de que 60 millones de años de evolución en densos bosques nos han dado la forma que tenemos.

¿Encuentra alguna semejanza entre los dinosaurios que dominaban el planeta hace 66 millones de años, y la actual supremacía de los humanos?

Creo que la idea de dominio y supremacía en la vida en la Tierra es un mito. Nos gusta pensar que somos la especie dominante en la Tierra, y sin duda la moldeamos, pero nuestra existencia sería muy diferente si los insectos polinizadores desaparecieran y dejaran de ayudarnos a cultivar nuestros campos. Asimismo, si desaparecieran las bacterias del estómago que utilizan muchos animales para descomponer los alimentos vegetales, muchísimos organismos dejarían de existir.

Cuando hablamos de formas de vida dominantes, estamos planteando una narrativa sobre lo que nosotros, como seres humanos, pensamos respecto a cómo está ordenada la vida. Pero la vida no tiene el concepto de dominio tal y como lo entendemos nosotros. Ninguna especie, ni siquiera ningún grupo de organismos, está por encima de otra. Estamos estrechamente conectados entre nosotros: cada forma de vida da forma a las demás que la rodean. Y así, la vida puede seguir evolucionando.

Por las cumbres del clima que ya se han celebrado, da la sensación de que esperamos encontrar algo así como una especie de tecnología “curalotodo” que resuelva de un plumazo todos los problemas

La falta de compromiso con el futuro de nuestro planeta que están mostrando tantos gobiernos y empresas es atroz. No obstante, los intentos por reducir el cambio climático global han tenido cierto éxito y aún no estamos experimentando el peor calentamiento que se esperaba para 2025, pero no es suficiente. Sin embargo, sé que la tecnología no nos salvará.

El deshielo es una de las consecuencias directas del calentamiento global  (Terceros)
La tecnología y la era industrial nos han metido en este lío. Quizá algunas nuevas tecnologías puedan ayudarnos a abordar algunos de los daños. Pero lo que precisamos es el valor para tomar el camino más difícil y hacer algunos sacrificios para que nuestro futuro tenga una oportunidad.

No nos hacen falta necesariamente coches más limpios, por ejemplo. Necesitamos personas dispuestas a conducir menos y una planificación urbana que facilite caminar, andar en bicicleta y obtener lo indispensable. Lo que nos falta es un sentido de conciencia entre aquellos que podrían ayudarnos a implementar los cambios necesarios.

¿Hay alguna enseñanza pasada que pueda ayudarnos a leer mejor el futuro?

Muchos errores en la ciencia no tienen que ver con la naturaleza en sí, sino con nuestras ideas erróneas y con cosas que nos impiden ver con claridad. Si un científico piensa que la vida es una lucha por el dominio en la que lo que más importa es la fuerza y la ferocidad, creará distorsiones en su interpretación de la naturaleza. Así es como surgió el mito del “lobo alfa”, por ejemplo, o los debates que duraron décadas sobre si el Tyrannosaurus rex era un cazador o un carroñero, cuando sabemos que este carnívoro seguramente hacía ambas cosas.

Por eso, cuando los científicos presionan acertadamente para que se descolonice la ciencia, para que se tenga en cuenta la igualdad y la diversidad a la hora de decidir quién puede dedicarse a la ciencia, se trata de un proyecto para eliminar los prejuicios y considerar la naturaleza fuera de las narrativas tradicionales de colonización y supremacía de los seres vivos en el pasado remoto. Nuestras perspectivas influyen en cómo vemos el pasado. Si personas con perspectivas diferentes pueden examinar la misma prueba y su curiosidad les lleva a una conclusión común, podemos estar más seguros de que estamos viendo algo real y no simplemente una historia proyectada sobre el pasado.

lavanguardia.com

jueves, 20 de noviembre de 2025

Conferencia: "Diseccionando el cerebro de los dinosaurios", a cargo de María Ciudad Real

Última conferencia de la Semana de la Ciencia 2025 Museo de Dinosaurios de Salas de los Infantes

Ponente: María Ciudad Real: Paleontóloga, UNED (Madrid). 

María se graduó en Biología y estudió el Máster en Paleontología Aplicada en la Universidad de Valencia donde se especializó en paleontología virtual. Actualmente estudia la evolución del sistema nervioso central en dinosaurios ornitópodos en la UNED para su tesis doctoral. Ha estudiado los cerebros de dinosaurios tan conocidos como Carcharodontosaurus, Spinosaurus, Iguanodon o Jobaria, y ha sido miembro de una de las mayores expediciones paleontológicas del siglo XXI que recuperó más de 55 toneladas de nuevos dinosaurios del desierto del Sahara.

Lugar y hora: Teatro-Auditorio 'Gran Casino' de Salas de los Infantes (Burgos): Sábado 29 de noviembre de 2025. 19:30 horas.

fundaciondinosaurioscyl.com