No hace mucho localicé un vídeo en la red infernal que me tele-transportó a principios de los años 80, a mis años de infancia. Viendo a ese señor del bigote blandir su baraja a una mano algo se activó en mi cerebro como por arte de Mágia. As, dos, tres, cuatro...¡Tachánnnn!. Se llamaba René Lavand, y no era una ilusión. ¡Grácias, Juan (Tamaríz) por aquellos programas, y por traérmelo de vuelta del baúl de los recuerdos! Esa voz pausada, profunda, hipnótica...Era él, sin duda ¡El mago de un solo brazo! ¿Cómo pude olvidarme? Tenía que acabar de ver el documental y así lo hice. Lo que me reveló aquella escasa hora de cinta fue la historia de un verdadero genio del arte. Una de esas personas únicas (lamentablemente, ya de otra época), sencillas, humildes que hacen de su trabajo y de su existencia un regalo para los demás. Gente como René Lavand (1928 -2015) dignifican al ser humano. Son éllos, los Lavand, Chaplin, Tesla, Guthrie y demás familia la gente que merece ser reconocida como estandarte de la Humanidad. Nos enseñan, nos divierten, nos asombran, y sí, nos matan, pero de ASOMBRO. Lo único que roban son aplausos. No se cuelgan medallas pero sí las rechazan. Pocas veces ganan pero jamás pierden. Por encima de este mundo ruin y mezquino están los tipos como Lavand. Crecimos viéndolos por la tele y hoy les decimos adiós aunque a casi nadie le importe una mierda. Descansa en paz, principe.
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sábado, 28 de marzo de 2015
lunes, 16 de junio de 2014
EL ARTE DE LA FUGA (1). HOUDINI Y SUS OTRAS DOTES
Harry Houdini (1874-1928) ha pasado a la historia como el más grande escapista de todos los tiempos. El húngaro que se hacía atar de pies y manos con esposas, cuerdas, cadenas, candados o camisas de fuerza, colgado boca arriba o boca abajo de grúas o dentro de recipientes líquidos, siempre se las apañaba para escapar. Incluso las veces, que de esa guisa, lo lanzaban de un puente a las frías y profundas aguas de un río o bahía. O a las cataratas del Niágara. Capaz de aguantar la respiración durante varios minutos, Houdini arriesgaba su vida en cada número que ensayaba, todo con tal de ofrecer a su numerosa audiencia el mayor espectáculo de sus vidas. Teatrero por vocación, el magiar empezó curtiéndose como contorsionista y trapecista y se consolidó como mago de naipes antes de ambicionar logros más arriesgados, sorprendentes y exclusivos en el temerario negocio del escapismo, en esos trucos artísticos que tanta gloria le proporcionarían.
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