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martes, 1 de julio de 2025

Tiro En la frente (cuento)







Alcanzó a correr unas cuantas cuadras, con el balazo de la carabina en la cadera. Trató de refugiarse en el antejardín de una vieja casona, que aún se mantenía en pie, entre los rosales. Sintió la sangre que le escurría por la pierna, y el pantalón empapado. Le molestaba el olor a sangre. La primera vez que recibió ese olor hostil, cuando en una de las operaciones , uno de sus compinches se desangró por un tiro en la femoral, casi se vomita

Ahora era él, el que sangraba, y repugnaba el olor de su propia sangre fluyendo como una llave rota, viscosa y detestable. Fue entrando en una especie de sopor y cayó de espaldas en el césped. Cuando sintió el frío de la carabina en la frente, ya tenía la mirada borrosa, pero creyó adivinar en el hombre de la carabina, un gesto de satisfacción,antes de que apretara de nuevo el gatillo. 

miércoles, 4 de septiembre de 2024

El hombre del terno blanco





Lo vio venir por la misma acera, donde ella disimulaba esperar el taxi. Tenía la figura como le habían dicho del típico mujeriego avejentado, pero bien vestido de pies a cabeza. A lo Rubirosa, lentes oscuros y terno blanco de lino, para apaciguar el calor de la isla, entraba al bar donde quienes lo conocían, le habían dicho que era infaltable, porque allí espigaban las mujeres más bonitas y de mundo, se echaba la suerte en el póker, y se bebían los mejores rones del Caribe, cosas que le encantaban porque eran su espacio de vida. Eso sí, nadie supo decirle, cómo un extraño a esta tierra (no sabían de donde venía exactamente), había logrado echar raíces en la isla, cuyos naturales eran pocos afables, y dados a soslayar la amistad, con la gente de afuera.

No acababa de entrar el hombre del terno al bar, y sentarse en la barra, cuando la mujer se sentó a su lado. Era una morena alta, de pelo ensortijado, de ojos verdes que contrastaban con su piel. Él pidió un ron en vaso grande, sin reparar en la mujer. Cuando terminó de bebérselo de un solo golpe, fue que vio a la mujer y se quitó los lentes, "tiene mis ojos", pensó ella."tiene mis ojos" pensó él, y le brindó con la galantería que lo caracterizaba, un ron. Ella, no lo rechazó, y no podía dar crédito mientras se lo tomaba a sorbos, que ese hombre tan amable, fuera aquel que su madre (a la que le gustaban las parrandas) conoció en una de las casetas, bailaderos de salsa, cuando trajeron una noche a la Fania All Star, cantando Héctor Lavoe, la canción aquella de "ella va triste y vacia/ llorando una traición con amargura /por aquel que le decía/ que era su amor y su locura" , como una canción premonitoria de la que sería en adelante su desgracia: se enamoraría locamente de ese hombre al que en sus noches de borrachera y despecho, llamaba "mi gatico ojos de mar, por qué me dejaste como un barco a la deriva" y se echaba a llorar como una Magdalena inconsolable, y le contaba, "hija, aún no habías nacido, estaba embarazada de él, venías en camino, y ya se había bebido y gastado en las mujeres más bellas de Alto Prado de Barranquilla- putas al fin-, la mitad de mi fortuna. Y cuando te tuve, ni siquiera se dignó visitarme en la clínica. Prefirió jugarse los restos de las tarjetas de crédito que no alcancé a cancelarlas, en los putiaderos de la Zona Murillo, y así como llegó a mi vida, anónimo y sin patria, se largó, dejándome con esta pena de quererlo que no se acaba."

Recordaba la mujer, y era lo que más le dolía, que su madre había tratado de suicidarse con barbitúricos, que un médico amigo, le proporcionaba para paliar la pena por el abandono, en que la había dejado su gatito ojos de mar. Entonces le entró el encono de nuevo por ese hombre que tenía al frente, y que debía ser su padre. Así, que le soltó la pregunta:

- ¿Vivió con Maria Fernanda Troncoso, hace como 18 años en Barranquilla?- Al hombre del terno blanco le cambió el color de los ojos, y ella, lo vio viejo, disminuido, cuando le confirmó en un susurro, que sí era el que había vivido con María Fernanda Troncoso, en Barranquilla. Entonces, apretó la pistola que llevaba llevaba en la pretina de su bluyín. Pero el hombre era un despojo. Sembrado ahí en la silla de la barra, como si el recuerdo lo hubiera envejecido más, y puesto en un desamparo, del cual intuía que ya no le quedaba sino la muerte; y ella sintió un estremecimiento interior fuerte al ver la figura del hombre, transformada en un guiñapo. Y no tuvo más remedio que levantarse y caminar hacia la puerta, mientras él le preguntaba:

-¿ Y quién es usted?-
-Su hija. He recorrido el mundo entero, buscándolo para matarlo y ahora, no puedo...no puedo- y se levantó dejando la pistola sobre la barra, inválida como un pez a la deriva de la playa, mientras él atónito la veía alejarse entre  muermos y llanto.

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martes, 6 de junio de 2023

JABÓN Y SEXO DE MOTEL




    





*IMAGEN INTERVENIDA



Aquella tarde (hacía un calor insoportable), se arregló como pudo. Sintió que no era su día. Al mirarse en el espejo, se vio el pelo sin vida, en ella que era uno de sus mayores atractivos, y casi termina en llanto, si no es porque tocan a la puerta, y se fue de prisa a abrirla, rodando por el suelo, al enredarse con la alfombra de la sala, que había sido levantada en una de sus esquinas, quizás, por la muchacha que hacía el aseo en el apartamento. En el traspiés se peló la rodilla izquierda con la consecuencial rotura de su jean estrecho, un Disel, a cambio del cual, había tenido que privarse de los helados “gelato”, que hacían las delicias de su paladar, y de las idas a los cinemas de Cañaveral, con sus amigas, los sábados, a escondidas de Guillermo, cuando se reunían a chismosear  cosas de su novio, y del espionaje  que le había montado, porque  quería saber  con cuál babosita me  la está jugando el Guille , pues últimamente, llegaba oliendo a jabón chiquito, y muy distraído de sus responsabilidades amorosas;  apenas le daba un beso frío, y no le susurraba como antes, con ese verraco acento de varón santandereano, eres mi perrita, que a ella se le erizaba la piel, y se lo comía a besos, y como en las películas terminaban desordenando las sábanas.

   Sí. Últimamente, llegaba esparciendo ese olor inconfundible a jabón chiquito de esos que dan en los moteles, pero le quedaba bailando la duda, puta incertidumbre, porque en los hoteles también daban ese jabón de olor inconfundible a sexo. ¿Y si en lugar de hacerlo en un motel, se las daba de fino y la llevaba a la cama en un hotel lujoso, como ese de la Mansión del Conde de Cuchicute, que habían inaugurado recientemente, con bombos y platillos y presidente de la República a bordo? No supo cómo abrió la puerta, en medio de la duda que la asaltaba, y el dolor que le alfilereaba la rodilla. Era, Guillermo. Enmudeció sin remedio, y no atinaba a moverse. Qué te pasa mi perrita, me vas a dejar aquí parado como una estatua de museo, le escuchó decir al otro lado de la puerta, en ese acento familiar del macho santandereano, que a ella le encantaba más que sus gelatos, y náufraga de sus besos, no le quedó más remedio que lanzarse en sus brazos y buscar con ansiedad sus labios, olvidándose de las molestas disquisiciones sobre Guille, el jabón chiquito y sus infidelidades de motel que, la atormentaban, últimamente. 




miércoles, 21 de diciembre de 2022

FUEGOS ARTIFICIALES

 




Foto intervenida


Creo que entraba diciembre, porque en medio de los tragos y la fiesta, todos corrieron a echar fascinados voladores en el cielo, como cometas de la noche, pero yo me quedé en la bengala de sus ojos, mientras Aute cantaba:

"¡ay! amor mío

que terriblemente absurdo es estar vivo

sin el alma de tu cuerpo sin.... tu latido

sin tu latido... "


lunes, 22 de noviembre de 2021

EL PAPA QUE ME GUSTABA

 






*Foto propia intervenida


De niño lo veía enfundarse los domingos en sus zapatos de cuero, brillantes como una charola, sus pantalones de tirantes que le realzaban la línea de los pliegues, la camisa blanca almidonada, la corbata de cuadritos, y el saco que le planchaban con amor, las manos esmeradas de mi mamá.

Adoraba los domingos, porque mi papá, en ese pueblo de piedra donde vivíamos, no nos asustaba como todos los papás del pueblo con el cuento de que a los niños callejeros, se los robaban los fantasmas de los indios guanes o el "calingas", un viejito baldado, que cargaba en un costal viejo, todo el mugre del pueblo para su casa, y nos llevaba donde Crisanta la vecina (tenía una tienda esquinera) a beber el masato más sabroso del mundo. Luego cogía calle abajo, por lo lados de la casa cural y la catedral - cercanas a donde vivíamos- en busca del único billar del pueblo, en la plaza principal.

Ese era el papá que me gustaba, y bueno,  siempre me gustó. No el de la cara adusta, severa de secretario de alcaldía que se ponía cuando entraba a la oficina, por los pueblo donde anduvo ganándose el pan, leyendo montones de papeles de demandas, memoriales, sumarios e infolios. Aunque ahora comprendo, que en un despacho público, donde tenían que dirimir algunos problemas civiles, penales y administrativos, que en esos tiempos, no trataban los jueces, y la ley los dejaba en manos de los alcaldes, para que los resolvieran, estos por ignorancia supina, se los chutaran a sus secretarios; y no era extraño que me dijera una señora, alguna vez, en una serenata, ya subida de tragos, "su papá en la oficina era un revólver, pero por fuera relindo. ¡Cómo cantaba¡.

Yo me quedo (y mis hermanas también) con el papá, que se quitaba las arrugas de autoridad, desfruncía el ceño, descolgaba el tiple, y calentando la voz con la gravedad de un Facundo Cabral, se conjuntaba con Expedito Santos y su guitarra, para cantar a dúo, ese bambuco telúrico de José A. Morales, "El delantal de la china,!" o el bolero inmortal, que puso en boga, el Trío Los Panchos: "Cosas como tú."

!Viejo¡ ahora sé de dónde me vienen esas ganas de cantar recio y de siempre, o las euforias cantarinas de mis hermanas cuando las coge el trago y la nostalgia



domingo, 21 de marzo de 2021

Cuento con canción de Sabina

 









*Foto intervenida

 

Sé que te quedaste mirándome, como quien escarba en la mirada del otro indicios o señales que te digan que es a quién recuerdas o buscas, después de esos avatares que llevan a desjuntar el amor, como decías cuando parejas amigas tuyas, se distanciaban.

Creo que cada uno, por ese pacto de no invadir los espacios del otro, nos fuimos llenando de razones para separarnos sin heridas. Ahora estabas ahí, al otro lado de la misma calle, donde hubo la emoción del primer beso, después de una noche de copas y canciones de Sabina. El bar ya no estaba, pero creo que como yo recordaste la canción que nos gusto tanto, Sentados en corro/ merendábamos besos y porros/y las horas pasaban de prisa/ entre el humo y la risa, porque se te ensombreció la cara, pero no el corazón, pues preferiste seguir adelante.





 

 

jueves, 22 de octubre de 2020

LA DE OJOS ESMERALDINOS





*Foto intervenida


Siempre me gustaron sus ojos esmeraldinos; y no lo pongo en duda, la querencia por ella me entró por sus ojos, aquella noche que como invitada de mi hermana Antonia (compañeras de Derecho en la universidad), a la fiesta de brujas, fue el centro de atención de las miradas de los hombres, y de las mujeres - más  envidia que  admiración- por la belleza de sus ojos , que se destacaban entre las cuencas de su antifaz, y su bella vestimenta de geisha.

Alguien por ahí, al verme tan enamorado de Antonia, dijo al rompe, "Juanjo se enamoró no de Antonia, sino de sus ojos, sáquenle los ojos a Antonia, y Juanjo recuperará la cordura". Cuando me lo contaron, sentí un escalofrío y como una culebrilla me recorrió el cuerpo, escalofrío de un vaticinio pensé. Algo estaba por suceder.

A los tres meses de amantes juiciosos, quise sorprenderla con un regalo, y como tenía llaves, entré en su apartamento de manera furtiva. Supe que se estaba bañando, por el ruido del agua al caer de la regadera. Entonces me escondí en el guardarropas de su alcoba, y al rato, para mi sorpresa y desaliento, vi salir del baño, a una Antonia de ojos grises, que apresuró sus pasos hacia el tocador del fondo de la alcoba, de donde tomó del estuche, los lentes de contacto, que le daban a sus ojos ese color esmeraldino, que habían sido irremediablemente mi perdición



viernes, 26 de junio de 2020

Una extraña mujer anda por el patio






Foto intervenida

No la sentí llegar, por la modorra que me había causado la tercera botella de aguardiente. Cuando el aguardiente se me hace dulzón, sé que estoy a punto de emborracharme, entonces me levanté de la mesa, a pesar de los ruegos de los amigos para que me quedara otro rato, pagué la ronda, y me aventuré calle abajo, a pesar del peligro que entrañaba transitar la Calle de las alcahuetas, a esa hora de la noche, de alta densidad de malandrines entrenados en  el raponeo de carteras, el cuchillo en la espalda, y no haga movimientos raros, hermano, porque le corto hasta el alma, en medio de los ventorrillos a lado y lado de la vía, y la hedentina de orines revenidos.

Una puta, a la que llamaban la cremallera, tenía en la mejilla izquierda una cicatriz larga y cosida tan burdamente, que le quedaron las huellas de la sutura como un cierre, me acompañó hasta uno de los caserones de la ciudad histórica, donde vivía.  ¡Doctor No es hora de andar por estos lugares tan peligrosos, en semejante borrachera ¡.

Era fuerte, y bonita a pesar de la cicatriz. Le había hecho un favor que me agradecía hondamente. Tenía un niño, al cual le bajé la fiebre una noche que llegó al hospital sin un peso, y el niño delirando: la gastroenteritis lo estaba matando. Se la combatí, por nada, por humanidad. Ni siquiera acepté su gratitud de una noche de cama. Me ayudó a entrar al cuarto, que tenía puerta a la calle, y se fue luego con la noche, que empezaba a ventear un frío glacial.

En la cama todo empezó a darme vueltas, hasta caer en un abismo de remolinos, y flotar, luego, en una nata de silencio. Sé que es una mujer, la que está aquí. Tiene los ojos almendrados, y me llama, para que la siga por los zaguanes del patio de geranios, nomeolvides, y begonias. La sigo como si levitara, pero lo más extraño, que no escuche el griterío de los grillos en el patio, y al mirarme en el alto espejo que cuelga encima del lavamanos, no me devuelva la imagen de mi cara




domingo, 31 de mayo de 2020

De amores imposibles







Creo que Heredia cantaba, en la pantalla grande del bar," Ay fogata de amor y luna, razón de mi vida", y sentados en la barra, nos habíamos puestos nostálgicos, trayendo a cuento viejos amores, cuando Alfonso, se quedó mirándome y me dijo, que me iba a parecer ridículo, lo que me iba a contar:
-Estoy enamorado de una violonchelista alemana
-Pero, si no te gusta la música de cámara- le respondí, y él pareció no escucharme
-La vi tocando por pura casualidad, su violonchelo en Film & Arts, y me enamoré perdidamente de ella. Es una muñeca, mi Anette Eisenhauer. Si le vieras la piel. Blanca como el algodón
-Las cámaras mienten. ¡Qué sé yo¡ En televisión se usan muchos trucos para mejorar el aspecto de las personas.
Sin embargo, Alfonso, había puesto una barrera a mis comentarios, y tuve que esperar a que él mismo saliera de su delirio, hasta que me preguntó, que si yo no había tenido amores imposibles. Le dije que no. Realmente, le mentí. Sí había vivido la experiencia algo similar, pero no como su amor limpio por la violonchelista teutona. Había sido un amor erógeno, por una diva del cine: Marilyn Monroe, la que le cantó en la Casa Blanca, al presidente Kennedy, con voz sensual, “Happy birthday to you / Happy birthday to you / Happy birthday Mr President / Happy birthday to you /  Thanks, Mr President"; aquella que en su película, Níágara, entrado ya en la pubertad, me templó por primera vez, la bragueta de los calzoncillos, en el teatro Mogador; la misma que me llevó a entronizarla, encima de la cabecera de mi cama, en el póster clásico donde el aire le sube la falda, tentadoramente, y ella trata con una  lasciva ingenuidad, de bajarla con sus manos.
Sí. La misma que un día le dio la ventolera de casarse con el dramaturgo Arthur Miller, el de La muerte de un viajante, y me entraron unos celos podridos, que no tuve más remedio que bajar su póster, de encima de la cabecera de la cabecera de la cama, y abandonarlo en un viejo baúl, en el cuarto de los trebejos. Pero puede suceder, que después de tantos años abra de nuevo el baúl para mirar el póster de la Monroe, y ya no me mate el deseo sino la nostalgia

*Foto intervenida

martes, 21 de abril de 2020

Cuentos de pandemia: bolero para una saga de amor

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*Foto de internet intervenida


"Para que me sirve el alma /si la tengo ya amargada /si su vida idolatrada,/ por traiciones la deje...", el viejo bolero de Los Panchos suena como un eco interminable en el minicomponente. Y un frío helado, que entra por la ventana abierta y sin cortinas, se queda en el adusto piso, como una escarapela incómoda, pero al hombre, sentado en la mitad del cuarto en una silla roñosa, y con un revólver empretinado, parece no molestarle. Bebe como náufrago, a pico de botella, un aguardiente aniquilante, lo llaman "mataburros". Cuando el minicomponente, deja escuchar "para que sirve ser bueno,/ si se ríen en tu cara, /que me lleve la corriente, /que me lleve la corriente, /atrás no regresaré", el hombre como un resorte, se saca el revólver de la pretina, y aprieta el cañón contra su sien. La mancha roja en el piso, nunca la pudieron borrar.



martes, 26 de diciembre de 2017

LOS HOMBRES DEL REFUERZO

LOS HOMBRES DEL REFUERZO

Tenía los ojos de un azul vivo. Las guedejas de pelo que le caían en la frente, y en la sienes, con una rebeldía proverbial a la peluquería. A pesar de su edad avejentada, con él no obraban los cálculos.

Lo que si se le notaba era una tristeza profunda, que el escándalo de su risa no alcanzaba a ocultar. Lo había visto siempre por esas cantinas de la carrera sexta, abajo del barrio Hoyogrande, que con los amigos solíamos frecuentar porque la cerveza era barata. Se le veía siempre en una mesa del rincón, rodeado de curiosos, que le daban una cerveza, para que contara sus historias sobre la Violencia del cuarenta y el cincuenta, recrudecida con el asesinato del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán.

Alguna vez, me le arrimé con una cerveza para que cogiera confianza, y le pregunté  de dónde era. Se quedó mirándome con desconfianza, mientras se decidía entre sobarle el casco a la botella o bebérsela. Entonces le pedí que brindáramos y choqué mi botella de cerveza con la suya.
-Usted no es de por aquí- le dije
-Soy de Vistahermosa, llanero raizal, del Meta- Chupó de la botella con una sed de náufrago
- Qué lo trajo por aquí?- Se quedó mirándome pero esta vez sin desconfianza
- Puedo tomarme otra cerveza? Le dije al cantinero que nos trajera otras dos cervezas.
- Le voy a contar por qué llegué aquí. Apenas me echaba los pantalones largos,cuando me uní a la guerrilla de Juan de la Cruz Varela. Ha oído hablar de él? Con un movimiento de cabeza asentí. El hombre prosiguió: yo le ayudé a montar la guerrilla del Sumapaz. De ahí me agarró confianza, y me dijo, lo voy a mandar pa´ Santander. Allá hay gente arrecha pa´ sumarla a la lucha. Su tarea es reclutarla a como dé lugar, y traerla al Sumapaz. Aquí, en Piedecuesta, focalicé el Centro de operaciones, y me llevaba los enganchados pal Mortiño, donde recibían instrucción militar. Pero, yo que estaba preparado pa´ lo castrense, no lo estaba pal amor. Y se apareció la hermana de un reclutado, preguntando por él. No sé cómo nos gustamos. La mujer había estado por Curazao y Venezuela. Era bonita la condenada. Los ojitos en la noche le brillaban como cocuyos. Los labios carnosos, y el cuerpo talladito como el tronco de una mata de plátano. Me gustaba esa mujer, que nos encamábamos y no quería salir de entre el calor de sus piernas.Era un fogón. 

Alguien, que no quiero decir su nombre, me dijo por ahí,  esa mujer tiene cangarejera, y va a ser su perdición. Si lo dice es por qué ha estado con ella, y no le di tiempo a que me respondiera porque le metí una bala en la cabeza. Lo que más me dolía, era que por la mujer había descuidado  la inteligencia y la instrucción de los enganchados, y la misión se vino abajo. No sé pero, alguien dentro del mismo movimiento, tuvo que haber sapiado, porque los fueron cogiendo uno a uno, y asesinados de un tiro en la nuca, a la orilla de la quebrada de Las cruces. Entonces, pensé, que no me quedaba otro camino que matarla a ella, y que mi comandante Varela, se quedara el resto de su vida, esperando el refuerzo de los hombres frescos, que yo había quedado llevarle de Santander


Foto intervenida

jueves, 2 de noviembre de 2017

Amor de papel



No lo recuerda muy bien si fue en el antiguo pasaje Cadena o en el Aurelio Martínez Mutis, que conoció a la diva del cine norteamericano, Marilyn Monroe. Bueno, eso de conocer era un decir, pues qué iba a andar por los andurriales de Bucaramanga, y menos por un pasaje atestado de rateros, gente popular comprando en los talantines callejeros ropa barata, y hippies hediendo a marihuana, que sobrevivían con la venta de sus curiosas artesanías. 



Pero, ahí estaba la sensual Marilyn, en aquel póster inmarcesible, donde trataba con la coquetería más inocente de evitar que el viento le levantara las faldas del vestido. Tirada sobre el tapete verde, donde uno de los hippies con las muelas rotas, ofrecía toda suerte de afiches y carteles, con personajes del cine y la política mundial, la vio como un ensalmo. Se detuvo de inmediato. Sin regateos, se llevó el póster de la Marilyn cautivante, y lo instaló encima de la cabecera  de la cama. 



Él, al que nunca le había gustado el cine,"me parece jarto", empezó a interesarse por la filmografía de la Monroe. Se volvió un especialista de las películas de la rubia estrella de Hollywood. Diez veces se vio Niágara; catorce veces, Los caballeros las prefieren rubias, y se le perdió la cuenta de cuántas veces se sentó en la butaca del teatro Sotomayor, a ver, La tentación vive arriba. 


Tanta sería su pasión por la Monroe, que vendió parte de la herencia que le dejó el papá, una finca cacaotera, por los lados de Rionegro, para instalarse en la costa californiana, en Santa Mónica más exactamente,a donde iba con frecuencia la Monroe, a bañarse en sus playas, para infarto de los jóvenes y provectos turistas que por allí buscaban solaz. 

Desolada la mamá con el hijo que vendía la tierra para irse a Los Ángeles, recuerda, que le dijo, "no te has fumado un cigarrillo en la vida,  y un pendejo cartel, te ha hecho el hombre más dependiente del amor por una mujer de papel. Rompe, ese póster, hijo. Por amor de Dios¡!" Qué le iba a hacer caso. Cogió una maleta, echó los útiles de aseo, la ropa necesaria, el póster de Marilyn, y se largó a Santa Mónica, sin siquiera darle un beso de despedida a su mamá. 

En la playa nunca pudo verla. Sólo de lejos, por Beberly Hills, la vio pavonearse en su Cadillac, con su nuevo marido, el dramaturgo, Arthur Miller. Acababa de separarse de la estrella del beisbol, Joe Di Magio. Tanto que había leído sobre ella, y le amargó enterarse hasta ahora, que era casada. Sin embargo mantuvo el amor de papel, como lo llamaba su llamaba su mamá, por la diva de pelo dorado. 

Pero algún evento en la vida de Marilyn, habría de decepcionarlo terriblemente, y fue aquel que la televisión hizo público de  Marilyn cantándole el happy birthay, en La casa Blanca, al presidente Kennedy, en sus cuarenta y dos años. Le molestó tanto que se sintió como un marido traicionado por su mujer, hasta tal punto que cogió el póster de la diva y le rayó la cara  con un lapicero de color rojo. Al respaldo, escribiría en grande, "bandida".Y lo dejó abandonado en el apartamento de Santa Mónica, pues era tanto el malestar, que se vino para Colombia, y se entregó al trago y las putas de la Sesenta y una en Bucaramanga, para matar la pena, en una pernicia que en sus setenta años de vida, y diez de viudez, su mamá no había visto en hombre alguno.

Cuando los investigadores del FBI, siguiendo las pistas  del asesino del presidente Kennedy (habían encontrado el afiche en el apartamento de Santa Mónica) llegaron hasta su apartamento en Conucos, sólo atinó a decirles, en medio de la resaca de extremo delirio donde veía hasta elefantes: "a la Marilyn, es la que debían haber matado, por ser la zorra más zorra de las zorras", y se desplomó en un mar de lágrimas.




Foto intervenida, Marilyn Monroe




miércoles, 2 de noviembre de 2016

Las razones del suicida





  La primera que empezó a notarlo "raro" (y enfatizó esta palabra en el circulo de amigos que habían conformado para discutir sobre filosofía, arte y política) fue Rosaura. Algunos -ella lo intuía en sus miradas-pensaban que era pareja de Rogerio, pero su relación no iba más allá de encontrarse en algún café de la ciudad vieja, a tomarse un tinto o unas cervezas, y analizar los artículos de El viejo topo, que con semanas de anticipación, separaban en la librería de don Matías, el único librero que había lograda sobreaguar la crisis de la baja venta de libros con la aparición del internet, pues escasamente, llegaban de tres a cuatro ejemplares de la revista, dado su alto precio por los costos de importación.

 La preocupación cundió al grado de la alarma, cuando Rogerio, en las controversias al interior del grupo, se volvió monotemático con el tópico de la libertad absoluta como justificación de la vida, y no lo daba por agotado, tras haberse concluido que la libertad absoluta, era una entelequia, situación meramente ideal en la imaginación.

Entonces fue que se aisló, y se le veía en la biblioteca, indagando en los libros de los existencialistas franceses, Sartre y Camús, de manera febril sus posturas sobre la libertad y el sentido de la vida. Más en Camús, que había puesto en el terreno de realidad de novelas y dramas (El extranjero, Calígula), su enfoque sobre la libertad absoluta.


  Cuando la policía, llamada por los vecinos que sintieron quebrado el sueño por el frío pistoletazo de la madrugada, logró echar abajo la puerta del cuarto, lo encontró en un charco de sangre, la pistola agarrotada en sus dedos,y en la cama un libro abierto de pensamientos sueltos de Albert Camus. En la página abierta había subrayado: "esa carencia de una razón que justifique su existencia es lo que convierte al hombre en un ser absurdo y sin sentido...Sólo hay un problema filosófico verdaderamente serio, el suicidio. Juzgar si la vida es o no digna de ser vivida es la respuesta fundamental a la suma de preguntas filosóficas"

domingo, 28 de septiembre de 2014

La mujer de los ojos devaídos

LA MUJER DE LOS OJOS DESVAÍDOS

La vi por primera vez, aquella noche en el bar, sentada en la barra, mientras se tomaba un cerveza con una lentitud de caracol. Me senté a su lado, y se escuchaba a Silvio, cantando algo de una mujer con sombrero y Chagall. Miraba con esa mirada desvaída, que siempre le conocí, hacia uno de los espejos del bar.Me senté a su lado, y pedí un "amarillo". Ella, volteó amirarme, hace bien que se beba un whisky, está haciendo frío, y se frotó las manos.
Otra de las veces, estaba parada frente a la catedral. Vestía de blanco, un traje etéreo como su mirada. Me vio, y se acercó, en el momento en que tomaba unas fotos de las palomas en vuelo, ya recuerdo, fue el que se sentó junto a mi, en el bar donde ponen trova cubana, y estuvimos hablando de sueños y tonterías de la vida. Lo dijo tan simple, que cualquiera hubiera pensado, de escuchar la conversación, que realmente habíamos hablado de frivolidades, cuando la charla se fundó en la existencia como acción, en esa postura ética de Sartre, tema que se volvió reiterativo en nuestras charlas.
Creo que le gustaba el puerto, en esa hora en que recalaba algún barco, y ella esperara a alguien que nunca llegaba, pero se le veía feliz, a pesar de esa mirada desvaída, que se había anidado en sus ojos para siempre. Muchas veces la vi allí, recostada contra la baranda. Un viento indiscreto levantaba su falda, y a ella no le importaba que quedaran al descubierto sus nalgas rotundas.
Volvimos a encontrarnos en el bar de la trova cubana. MIlanés, cantaba aquella letra de la mujer que deja en la camisa las flores de abril. Ella se acercó a mi mesa, y me brindó una cerveza, pero primero la bebió a pico de botella, y me la puso en las manos. Sin pensarlo, bebí la cerveza, también a pico de botella. Sonó Portavales, y ella me sacó a bailar. Dimos unos pasos, entre dengues y contoneos sueltos, y luego nos pegamos. Sentí el calor de su cuerpo, a pesar de la mirada desvaída. Nos besamos, con ansiedad. Quizás ambos, esperábamos ese beso. Terminamos en la playa, sin luna, haciendo el amor entre el yodo y el salitre del mar.
Después no la volví a ver. Desapareció como por ensalmo, dejándome una herida en el alma, porque de verdad, había empezado a amarla. Hoy, he recibido una carta de ella, sin procedencia, sintética: "amor, pudo más Sartre y la acción"