Le Havre es una ciudad que se encuentra en la costa de Normandía, donde desemboca el río Sena: puerto de mar, puerto fluvial, punto de contacto entre civilizaciones desde tiempos remotos. El día anterior de ir a ver esta película al cine también anduve por Le Havre, por las mismas calles, aunque ningún barco aparecía en esta ocasión sino que era el tren uno de sus protagonistas: "La bestia humana" de Jean Renoir y un asesinato con billete de ida y vuelta, escrito sobre caminos de hierro. La casualidad suele encadenarme películas sin que mi voluntad tome parte, acaso mi subconsciente, pero en esta tirada las opciones de la cartelera eran "Le Havre" y "El topo" (la última de Tomas Alfredson, su siguiente largometraje después de la extraordinaria "Déjame entrar": habrá que ver "El topo") y mi acompañante decidió: destino Le Havre.
Aki Kaurismäki realiza un cine sobre náufragos: forasteros en una tierra ajena que es cualquier territorio urbano industrial, anónimo e inhóspito. En el Mediterráneo hay más partidas de nacimiento que peces: una persona sin identidad no puede ser expulsada. Un contenedor lleno de inmigrantes ilegales como aquellos que aparecían en "In this world" de Michael Winterbottom: mercancía no declarada, pasajes para una odisea despiadada. Pero el espíritu de los fotogramas de Kaurismäki suele escapar del drama tremebundo. Los bajos fondos, los barrios portuarios, los arrabales míseros y marginales, colmados de óxido y desconchones y poblados por individuos patibularios de los que invitan a cambiarse de acera: callejones de los milagros que resultan ser oasis: el extraño es acogido sin reservas, como ya sucedía en otra del director, "Un hombre sin pasado" (Kati Outinen era su protagonista femenina y repite en "Le Havre": es una pena no haber visto "Le Havre" en versión original para haber disfrutado del dejo francés de la actriz finlandesa, que parece que es uno de los puntos peculiares de la película y que se ha visto lost in traslation: una pena).
El humilde limpiabotas Marcel Marx (André Wilms, una gran actuación; viendo la película pienso que su cara me suena de "Europa Europa" de Agnieszka Holland pero con 20 años menos, claro, y así es: el soldado Robert), transeúnte de bordillos, husmeador de zapatos deslucidos, y héroe de esta historia: el que quiebra el destino. En su misión se verá asistido por un inesperado ángel benefactor: el frío comisario Monet (Jean-Pierre Darroussin) que aparece donde debe y con un infalible don de oportunidad.
Diálogos con un sentido del humor sorprendente, cualidad de comedia agridulce que suele ser evitado por otros cineastas europeos afines a las tramas de realismo social (por nombrar algunos: Ken Loach, por supuesto, o los hermanos Dardenne o el último Thomas Vinterberg). Hay esperanza, nos dice el director finés, y al ser humano le queda mucho por decir.
Y por decidir.
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jueves, diciembre 29, 2011
martes, mayo 31, 2011
"Un hombre sin pasado", de Aki Kaurismäki
Reset.
El cerebro se apaga, se enciende de nuevo, y en el transcurso de ese sencillo proceso se pierde toda la información almacenada. Una nueva vida; mejor aún: una reencarnación en vida y ahora toca descender un par de escalones, señal inequívoca de que el karma no estaba muy limpio. ¿O puede que esa bajada sea una bendición?. La segunda oportunidad de Paco Costas en versión existencialista y nórdica. Porque lo terrible sería que las vivencias fueran las mismas, que el recuerdo vaciado se llenará como la vez anterior y que el camino desembocara en el mismo punto, un maelstrom de tiempo del que fuera imposible escapar (y no me refiero al día de la marmota, esa es otra película). Para eso mejor quedarse tal y como se estaba. Si te dan una paliza de muerte que te deja hecho un malherido amnésico marginal, al menos que se haga bueno el dicho de no hay mal que por bien no venga.
Qué graciosos estos fineses, peculiares hasta el gentilicio. Quién lo iba a decir: Helsinki es un vivero de caracteres llenos de aguda ironía, de personajes dispuestos a saltar la barrera de mediocridad circundante para mostrarse atrevidos y extravagantes, de diálogos certeros pronunciados con la mayor tranquilidad. "¿Qué te debo?" "Si algún día me ves echado en un arroyo, ponme boca arriba". Y no es poca la petición para una sociedad acostumbrada a volver la mirada y pasar de largo cuando se encuentra a un hombre tirado en plena calle. Película llena de generosidad. ¿Qué es lo que realmente merece la pena? A los indios de las praderas les jodieron a base de agua de fuego y cuentas de colores. Tantos siglos pasados y nos vendemos por lo mismo, incluso por menos aunque los espejitos del conquistador brillen más: más luz para hacer más intensas las sombras de la caverna. Ay, Platón. Pero en esta cinta Diógenes. Sobre todo.
El cerebro se apaga, se enciende de nuevo, y en el transcurso de ese sencillo proceso se pierde toda la información almacenada. Una nueva vida; mejor aún: una reencarnación en vida y ahora toca descender un par de escalones, señal inequívoca de que el karma no estaba muy limpio. ¿O puede que esa bajada sea una bendición?. La segunda oportunidad de Paco Costas en versión existencialista y nórdica. Porque lo terrible sería que las vivencias fueran las mismas, que el recuerdo vaciado se llenará como la vez anterior y que el camino desembocara en el mismo punto, un maelstrom de tiempo del que fuera imposible escapar (y no me refiero al día de la marmota, esa es otra película). Para eso mejor quedarse tal y como se estaba. Si te dan una paliza de muerte que te deja hecho un malherido amnésico marginal, al menos que se haga bueno el dicho de no hay mal que por bien no venga.
Qué graciosos estos fineses, peculiares hasta el gentilicio. Quién lo iba a decir: Helsinki es un vivero de caracteres llenos de aguda ironía, de personajes dispuestos a saltar la barrera de mediocridad circundante para mostrarse atrevidos y extravagantes, de diálogos certeros pronunciados con la mayor tranquilidad. "¿Qué te debo?" "Si algún día me ves echado en un arroyo, ponme boca arriba". Y no es poca la petición para una sociedad acostumbrada a volver la mirada y pasar de largo cuando se encuentra a un hombre tirado en plena calle. Película llena de generosidad. ¿Qué es lo que realmente merece la pena? A los indios de las praderas les jodieron a base de agua de fuego y cuentas de colores. Tantos siglos pasados y nos vendemos por lo mismo, incluso por menos aunque los espejitos del conquistador brillen más: más luz para hacer más intensas las sombras de la caverna. Ay, Platón. Pero en esta cinta Diógenes. Sobre todo.
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