Uno puede querer ver "La piel suave" curioso por su famoso final, suceso de noticiario que motivó que François Truffaut quisiera trazar el camino inverso. Un final abrupto, dramático, que hace pensar que la pulsión amatoria que condujo hasta él debió ser un romance apasionado digno de novelarse, y después rodarse, sí, pero sobre todo de fabular alrededor de sus circunstancias. Sin embargo, ¿y si la verdad fuera más cotidiana y tranquila? Encuentros fortuitos en lugares de tránsito: la casualidad hace su trabajo y el diablo está en los detalles. Y los detalles parece ser lo que realmente importa a Truffaut en esta película. Mostrar la angustia por no ser pillados, una situación que provoca escenas de tensión agobiante, el suspense que acerca al director francés a la figura de su admirado Hitchcock: el hotel apartado como casilla de salvación en el peligroso juego del adulterio. Las miradas furtivas, las palabras a deshora, el verse y el tener que negarse y el propiciar coartadas para las costumbres alteradas por la urgencia del escape hacia el encuentro prohibido. Todo por el roce de la piel ajena y amada, el estupor del instante, un susurro leve que desgarra cualquier precaución y establece, indomable, su prioridad tiránica.
Otro motivo, éste un tanto desasosegante, es contemplar en la pantalla a la actriz Françoise Dorléac, hermana mayor de Catherine Deneuve (Catherine tomó el apellido de la madre para su nombre artístico), magnetizando fotogramas pocos años antes de que en un accidente de tráfico perdiera la vida: con 25 años, otro cadáver bonito para la leyenda lúgubre del cinematógrafo. Todavía tuvo ocasión de llevar a Donald Pleasence al borde de la locura conyugal en "Cul-de-sac" de Roman Polanski o de inundar el celuloide de belleza femenina junto a su hermana Catherine en "Las señoritas de Rochefort" de Jacques Demy. Françoise Dorléac, inmortal, la eternidad que proporciona el cine.
Cualquier motivo es suficiente, bastaría, sin más, con leer la firma de "La piel suave", una cinta que resulta desoladora y triste: el castigo violento del pusilánime, del que no es capaz de llevar hasta el final sus decisiones: quedarse en tierra de nadie y y destrozar ambas partes. Poco después de realizar la película el matrimonio de François Truffaut con Madeleine Morgenstern se fue al traste. Entre otras circunstancias el divorcio fue provocado por una aventura de Truffaut con Françoise Dorléac. El cine imitando la vida o, extraño círculo, provocándola.
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miércoles, diciembre 04, 2013
domingo, abril 28, 2013
"La noche americana", de François Truffaut
Eres un actor excelente.
Sé que la vida privada cuenta, pero siempre renquea.
El cine es más bello que la vida, no hay atascos ni tiempos muertos.
Avanza como un tren atravesando la noche.
Hemos nacido para ser felices con nuestro trabajo, haciendo cine.
Confío en ti.
Así le habla Ferrand (François Truffaut) a Alphonse (Jean-Pierre Léaud), dulcemente pero con decisión: el director convenciendo al actor de que la vida real es un paréntesis, de que lo único que cuenta es hacer la película. Más importante que la vida:. Moi, j'aime le cinema. Y pocos ejemplos de la mezcla de vida y cine como el caso de Jean-Pierre Léaud, transposición al celuloide de Truffaut. Porque el director francés es el que era en realidad Antoine Doinel en "Los cuatrocientos golpes" y lo siguió siendo en las películas en las que Léaud volvió a interpretar a Doinel: 20 años entre "Los cuatrocientos golpes" y "El amor en fuga". Confundir ficción y realidad, convertir una cosa en la otra hasta identificarlas, igual que el recurso de la noche americana convierte el día en noche colocando un filtro delante de la cámara.
"La noche americana" es la película de un rodaje. Mostrar el trabajo del rodaje, ni más ni menos, sin pretensiones artísticas más elevadas, apuntando al cine clásico estadounidense más que a la nouvelle vague, y sin caer en la nostalgia ("La noche americana" recuerda a "Intervista" de Federico Fellini, pero François Truffaut acababa de cumplir 40 años cuando rodó su película y aún era pronto para melancolías: hace poco leía a Francisco Machuca distinguiendo con maestría nostalgia de melancolía: la nostalgia implica un deseo de retorno, la melancolía sabe que ese pasado se ha perdido: creo que en Fellini se daban ambas). El rodaje como interrupción de la vida cotidiana para un conjunto de personas que entran en un mundo irreal, absurdo y alternativo como un campamento de verano. Una filmación es un trabajo en equipo donde todos son importantes y nadie es imprescindible: ante cualquier dificultad se improvisa sobre la marcha y si se diera el caso más extremo, si, por ejemplo, uno de los protagonistas fallece (tal cual), se adapta el guión o se filma a un doble de espaldas: la película se termina sí o sí. Aparecen todas las especialidades implicadas en un rodaje, todos los gremios que luego se agruparán en los créditos, esa parte de la proyección de la que nunca hay que levantarse hasta que haya aparecido el último nombre y se encienda la luz de la sala. De todos ellos, los más neuróticos serán los actores, si bien hay que tener en cuenta que su labor es la que más críticas recibe, un juicio del público que no termina nunca, que se renueva cada vez que la película se vuelve a ver por un espectador primerizo, incluso décadas después. Una mala actuación en una película de cine: ni siquiera la muerte apacigua esa condena.
Visión feliz de la profesión del cine, abierta declaración de amor: Truffaut sueña con un niño que se acerca por la noche a la puerta de un cine para robar afiches de "Ciudadano Kane": la esperanza de igualar a los mitos, de acercarse al óptimo, de superación constante. El director recibe un paquete de libros y de él salen portadas con los nombres de Buñuel, Dreyer, Lubitsch, Bergman, Godard, Hitchcock, Rossellini, Hawks, Bresson,... Nunca se verá en una película una proclama de admiración cinéfila tan simple y profunda como ésta. El apellido Truffaut se colocó, con toda justicia, junto al de todos ellos.
martes, septiembre 20, 2011
"Jules y Jim", de François Truffaut
Si en el final de "Viridiana" de Luis Buñuel, Jorge (Francisco Rabal), Viridiana (Silvia Pinal) y la criada Ramona (Margarita Lozano) se ponen a echar una partida de naipes (No me lo vas a creer, pero la primera vez que la vi me dije: "Mi prima acabará jugando a tute conmigo"), en "Jules y Jim" el dominó será el protagonista: juegos para embaír el rato en compañía y, como tantos otros, para dos o más jugadores.
Tercera película del beligerante crítico de Cahiers du Cinéma, joven turco airado nacido en París. La primera, "Los cuatrocientos golpes", fue un éxito rotundo para el director novel (y esta mañana debatía acerca de las intenciones morales en "Kids" de Larry Clark y me doy cuenta de sus similitudes -que nadie me pegue- con "Los cuatrocientos golpes", cada una en su época generando debate y controversia; pero me voy del tema, estamos con otra de Truffaut, el que quiera leer sobre "Kids" que acuda al número 2 de "La caja de Pandora": publicidad nada subliminal) y la segunda "Disparad al pianista", un completo fracaso: el público esperaba más Antoine Doinel y por el contrario se encontró una de gangsters, un giro inesperado protagonizado por Charles Aznavour. Polemizar, sorprender, hacer lo que nadie ha hecho antes, dejar una impronta indeleble de cineasta apoyándose en otros (en gigantes: Hitchcock, Renoir, Ray, Rossellini, Cocteau, Fuller, etc.) pero innovando a su vez. El perfecto autor.
"Jules y Jim" retoma la senda de llevar gente a la sala contando la historia de dos amigos, uno francés, Jim (Henri Serre), y otro alemán, Jules (Oskar Werner; Truffaut le hará protagonista de otro de sus títulos señeros, "Fahrenheit 451"), dos bon vivant que se lo pasan en grande en plena Belle Époque francesa. En su amistad se cruza Catherine (Jeanne Moreau) y, como decía Aute en su canción "Una de dos": o me llevo a esa mujer o entre los tres nos organizamos, si puede ser. Esta relación inusual (y Truffaut ya puso en pantalla algo parecido en "Disparad al pianista", un tratamiento cinematográfico de las relaciones sentimentales que se aparta de la "normalidad" para adentrarse en sus ramificaciones y que será marca de la causa: más adelante en "La piel suave" o en "La sirena del Mississippi", por poner un par de ejemplos), un tema escabroso para la época (para cualquier época, en realidad), está planteado de forma absolutamente natural: las cosas son como son y no pueden ser de otra manera: aceptación.
Drama tierno, nada cursi, en el que parece que se quiere demostrar que la amistad es un afán más importante y duradero que el amor, un sentimiento menos exigente que la pasión desbordada y ciega, que se agota y lo arrasa todo a su paso. El personaje de Jeanne Moreau posee el magnetismo de la mujer libre, poco dada al compromiso férreo, cualidad ésta que se convierte en un lastre cuando el amante ocasional se enamora de la bella Catherine. Jules y Jim seguirán siendo amigos a pesar de la Gran Guerra, que los coloca en bandos opuestos, a pesar de los celos, de la insatisfacción constante, de idas y venidas. Un lio que vuelve loco a cualquiera, ya te puedes suponer. Y el final, sorprendente.
Jeanne Moreau cantando "Le Tourbillon" en "Jules y Jim" y parando el tiempo
Tercera película del beligerante crítico de Cahiers du Cinéma, joven turco airado nacido en París. La primera, "Los cuatrocientos golpes", fue un éxito rotundo para el director novel (y esta mañana debatía acerca de las intenciones morales en "Kids" de Larry Clark y me doy cuenta de sus similitudes -que nadie me pegue- con "Los cuatrocientos golpes", cada una en su época generando debate y controversia; pero me voy del tema, estamos con otra de Truffaut, el que quiera leer sobre "Kids" que acuda al número 2 de "La caja de Pandora": publicidad nada subliminal) y la segunda "Disparad al pianista", un completo fracaso: el público esperaba más Antoine Doinel y por el contrario se encontró una de gangsters, un giro inesperado protagonizado por Charles Aznavour. Polemizar, sorprender, hacer lo que nadie ha hecho antes, dejar una impronta indeleble de cineasta apoyándose en otros (en gigantes: Hitchcock, Renoir, Ray, Rossellini, Cocteau, Fuller, etc.) pero innovando a su vez. El perfecto autor.
"Jules y Jim" retoma la senda de llevar gente a la sala contando la historia de dos amigos, uno francés, Jim (Henri Serre), y otro alemán, Jules (Oskar Werner; Truffaut le hará protagonista de otro de sus títulos señeros, "Fahrenheit 451"), dos bon vivant que se lo pasan en grande en plena Belle Époque francesa. En su amistad se cruza Catherine (Jeanne Moreau) y, como decía Aute en su canción "Una de dos": o me llevo a esa mujer o entre los tres nos organizamos, si puede ser. Esta relación inusual (y Truffaut ya puso en pantalla algo parecido en "Disparad al pianista", un tratamiento cinematográfico de las relaciones sentimentales que se aparta de la "normalidad" para adentrarse en sus ramificaciones y que será marca de la causa: más adelante en "La piel suave" o en "La sirena del Mississippi", por poner un par de ejemplos), un tema escabroso para la época (para cualquier época, en realidad), está planteado de forma absolutamente natural: las cosas son como son y no pueden ser de otra manera: aceptación.
Drama tierno, nada cursi, en el que parece que se quiere demostrar que la amistad es un afán más importante y duradero que el amor, un sentimiento menos exigente que la pasión desbordada y ciega, que se agota y lo arrasa todo a su paso. El personaje de Jeanne Moreau posee el magnetismo de la mujer libre, poco dada al compromiso férreo, cualidad ésta que se convierte en un lastre cuando el amante ocasional se enamora de la bella Catherine. Jules y Jim seguirán siendo amigos a pesar de la Gran Guerra, que los coloca en bandos opuestos, a pesar de los celos, de la insatisfacción constante, de idas y venidas. Un lio que vuelve loco a cualquiera, ya te puedes suponer. Y el final, sorprendente.
Jeanne Moreau cantando "Le Tourbillon" en "Jules y Jim" y parando el tiempo
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