Pasó Cannes y el que se llevó la Palma de Oro fue Ken Loach: con una película de Ken Loach, claro: no la he visto pero me puedo hacer una idea de cómo será la película: qué grande es el cine. También puedo estar bastante seguro de que me gustará cuando la vea y podría jurar que "Yo, Donald Blake" no se parecerá en nada a "El viento que agita la cebada", la otra Palma de Oro que Ken Loach logró hace diez años y que en realidad no se parecía demasiado al cine de Ken Loach: bueno, a "Tierra y libertad", sí. Una característica del festival de cine de Cannes son los abucheos durante la entrega de premios, rasgo que lo engrandece, ya que es un certamen en el que nada se puede dar por supuesto. Cada año un jurado distinto, intrépido grupo salvaje, elige como ganadora a la película que le da la real gana, dictamen que puede coincidir o no con todas las estrellitas que durante esos días los críticos convocados a las proyecciones se deleitan en ir colocando o no junto al título visto: a este le pongo cuatro, que es un máquina, y a este le quito dos, que me cae mal. Dice la leyenda que cuando no tienen muy clara la ganadora, premian una película francesa.
Entre esos arbitrajes caseros debió colarse "Dheepan", película que ganó en 2015, y que trata el tema candente de los refugiados, si bien sitúa el enfoque de una manera curiosa, poniendo en un lado de la balanza a los Tigres Tamiles, grupo armado del norte de Sri Lanka que estuvo más de veinte años en guerra con el gobierno de aquel país, y en el otro a los delincuentes comunes de un barrio de la banlieue parisiense, Le Pré (en la magnífica "La Haine" plantó
Mathieu Kassovitz hace veinte años el aviso de suburbios franceses a punto de explotar, una alerta que nadie escuchó). Comparar a Dheepan con John Rambo sería a todas luces desmedido, pero Jacques Audiard, el director de la estupenda "El profeta", no parece haber tenido reparos en evitar que se disparen esos resortes cinéfilos. Igual es lo que pretendía. Igual hay veces en las que se abuchea con razón.
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lunes, mayo 30, 2016
lunes, diciembre 30, 2013
"De óxido y hueso", de Jacques Audiard
Del director Jacques Audiard tenía una referencia cinematográfica extraordinaria, la película "Un profeta", drama carcelario del año 2009 sobre un joven atrapado en el ambiente violento de cualquier prisión moderna: la cárcel elude su papel de redentora social para reafirmarse en agujero negro criminal, una sima de delincuentes que no ven otro destino que el de continuar su carrera cuando recobren la libertad. En aquella situación Audiard retrataba con destreza sutil a su profeta, el joven Malik interpretado por Tahar Rahim, cuajando un escenario multicultural y realista que convirtió a "Un profeta" en una de las películas a recordar de aquel año.
Había que comprobar si "De óxido y hueso", su siguiente película, mantendría aquel impresionante nivel. En "De óxido y hueso" se desarrolla una extraña relación entre una domadora de orcas que ha sufrido un grave accidente y un vigilante de seguridad que redondea sus ingresos peleando en combates clandestinos de full contact: todo en esta película es extremo, fuera de lo común. Se sostiene la película en las buenas actuaciones de su pareja protagonista. Por un lado, Marion Cotillard, secundaria hollywoodiense de lujo, que se vuelve a meter en un papel exigente como cuando alcanzó fama mundial (Oscar incluido) interpretando a Édith Piaf en "La vie en rose" de Oliver Dahan: su actuación en "De óxido y hueso" es tan convincente como los efectos especiales que la auxilian de modo intachable en su caracterización como Stéphanie. En el rincón opuesto, Matthias Schoenaerts, perfecto mendrugo, acémila musculosa que sólo piensa en dar satisfacción inmediata a sus instintos más primarios y que vive la vida como si no hubiera mañana, produciendo esa actitud tanto bien en la desdichada Stéphanie (al menos inicialmente) como desgracia a los que conviven con su falta de luces. La imagen rotunda, la tragedia instantánea, "De óxido y hueso" indaga en la estética del dolor buscando impactar al espectador con planos líricos en su dureza (me recordó en parte a "La escafandra y la mariposa" de Julian Schnabel, aunque aquella historia de superación, claustrofóbica y optimista, me gustó bastante más) hasta llegar al abuso del recurso. Llega un momento en que se puede pensar que tanto vale determinada escena para figurar en la película como para un anuncio de coches caros o de colonias estupendas: aparece la frialdad en el ánimo del que observa. Porque el veneno, por supuesto, está en la dosis. Recomendable en cualquier caso: muchas películas se salvan por tener instantes y en esa cualidad "De óxido y hueso" no será menos.
Había que comprobar si "De óxido y hueso", su siguiente película, mantendría aquel impresionante nivel. En "De óxido y hueso" se desarrolla una extraña relación entre una domadora de orcas que ha sufrido un grave accidente y un vigilante de seguridad que redondea sus ingresos peleando en combates clandestinos de full contact: todo en esta película es extremo, fuera de lo común. Se sostiene la película en las buenas actuaciones de su pareja protagonista. Por un lado, Marion Cotillard, secundaria hollywoodiense de lujo, que se vuelve a meter en un papel exigente como cuando alcanzó fama mundial (Oscar incluido) interpretando a Édith Piaf en "La vie en rose" de Oliver Dahan: su actuación en "De óxido y hueso" es tan convincente como los efectos especiales que la auxilian de modo intachable en su caracterización como Stéphanie. En el rincón opuesto, Matthias Schoenaerts, perfecto mendrugo, acémila musculosa que sólo piensa en dar satisfacción inmediata a sus instintos más primarios y que vive la vida como si no hubiera mañana, produciendo esa actitud tanto bien en la desdichada Stéphanie (al menos inicialmente) como desgracia a los que conviven con su falta de luces. La imagen rotunda, la tragedia instantánea, "De óxido y hueso" indaga en la estética del dolor buscando impactar al espectador con planos líricos en su dureza (me recordó en parte a "La escafandra y la mariposa" de Julian Schnabel, aunque aquella historia de superación, claustrofóbica y optimista, me gustó bastante más) hasta llegar al abuso del recurso. Llega un momento en que se puede pensar que tanto vale determinada escena para figurar en la película como para un anuncio de coches caros o de colonias estupendas: aparece la frialdad en el ánimo del que observa. Porque el veneno, por supuesto, está en la dosis. Recomendable en cualquier caso: muchas películas se salvan por tener instantes y en esa cualidad "De óxido y hueso" no será menos.
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