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sábado, mayo 16, 2009

"Fat City", de John Huston

Existe un libro titulado "Sobre el boxeo", escrito por Joyce Carol Oates. Lo leí hace tiempo pensando en encontrarme el punto de vista femenino (feminista) de la autora. Me di cuenta de que el único punto de vista erróneo era el mio. La escritora había dado con muchas claves y había logrado un gran ensayo.
El boxeo no es un deporte, aunque haya que estar en muy buena forma para practicarlo. Se puede considerar un espectáculo porque el público paga por verlo. Pero para entender qué es el boxeo sólo cabe ponerse en el lugar del boxeador: el boxeo, al fin, resulta ser una opción de ganarse la vida, una profesión arriesgada porque su esencia son los éxitos y los fracasos puestos a cada lado de la balanza: una profesión corta y mal pagada.
El cine en relación con el boxeo ha producido un puñado de enormes películas. "Más dura sera la caída", de Mark Robson: el tongo y los negocios sucios, la última de Bogart; "Marcado por el odio", de Robert Wise: el primer triunfo de Paul Newman; "Fat City", de John Huston: la estética del perdedor; "Toro Salvaje", de Martin Scorsese: la más grande de todas. Y se puede añadir "Rocky", de John G. Avildsen, con su relato optimista (y exitoso) del working class hero y el documental "Cuando éramos reyes" de Leon Gast, retratando el descomunal ego de Muhammad Ali peleando con George Foreman (y contra el mundo) en el Zaire de Mobutu.
En "Fat City", Billy Tully (Stacy Keach como nunca) es un boxeador fracasado que malvive en Stockton, ciudad californiana. En un ring de Panamá le cortaron las cejas con unas cuchillas de afeitar. La sangría producida forzó que el arbitro parara el combate: K.O técnico y fin del sueño. Arrastra su cuerpo alcoholizado por barras de garitos insomnes. El tren ya pasó y los boxeadores tienen tendencia a acabar mal: encarcelados, sonados, drogados, suicidados, alcoholizados. Coño, que triste es esto del boxeo: normal que se hagan buenas películas. En su vida se cruza Ernie (Jeff Bridges) joven aspirante a elevar los brazos al final de los combates, ya que a besar la lona no aspira nadie: no sabe aún todas las batallas que le va a tocar perder. Billy anima al chico a probar suerte y él mismo se concederá una segunda oportunidad, pues como diría un castizo, más cornadas da el hambre (boxeadores y toreros: muy cerca).
Al final del combate de Tully contra Lucero, el perdedor se aleja solitario por los túneles del pabellón: la paliza recibida es lo de menos, lo que cuenta es la bolsa ganada y conseguir pronto otro combate, así que entre el que gana y el que pierde no hay mucha diferencia: dinero fresco aunque orines sangre y tu cara parezca el Gran Cañón de las veces que te la han partido. "Hagas lo que hagas, la vida te lleva a una cloaca sin ilusiones", dice Billy Tully con la lucidez pastosa de un borracho: el terror a la mediocridad, a pasar la vida en el arroyo, sin ambiciones ni oportunidades.
Un boxeador. Un luchador.