Los vientres de las estatuas suelen pasar desapercibidos al paseo despreocupado de los turistas, más atentos a los rostros congelados, a la posición de los brazos, al sexo obsceno. Vientres tapados por una toga o esculpidos como un mosaico de azulejos: más fáciles de modelar con la habilidad de la maza y el cincel que con el sudor del ejercicio físico. Ni al turista ni al escultor le obsesionan los vientres de las estatuas. Por otro lado, la mirada del visitante sí se detiene en las cúpulas situadas en lo alto de los antiguos edificios públicos, cúpulas grandes como estómagos abultados de antiguos senadores romanos reposando boca arriba (estómagos agradecidos, en cualquier caso). Teatros de grades aforos, monumentales coliseos, amplias plazas: generosas barrigas redondas. El arquitecto de cualquier época es un artista preocupado por la forma y un profesional ocupado en el espacio: estética y funcionalidad, frente a frente, pero el que logre conjugarlas triunfará. El vientre es la estancia más grande del cuerpo humano, el centro de gravedad que proporciona estabilidad al resto del edificio y que le da de comer: una casa sin cocina no es más que una habitación de hotel prescindible, fugaz, temporal, mientras que el hogar (donde se hacía el fuego) siempre estaba en la cocina. Así que un arquitecto no puede ignorar el valor de la panza. ¿No se dice que para conocerse a uno mismo hay que mirarse el ombligo? Si lo contemplas demasiado rato puedes llegar a pensar que ese ombligo es el ombligo del mundo.
Un famoso arquitecto estadounidense, Stourley Kracklite (Brian Dennehy en el que sin duda sera papel estelar dentro de su magnífica carrera, apuntalada como secundario de carácter) y su esposa Louisa (Chloe Webb; esta actriz había pegado fuerte en su película anterior interpretando a Nancy Spungen, al lado de Gary Oldman, en "Sid y Nancy" de Alex Cox: cult movie) viajan a Roma. Él es un experto en la obra de otro arquitecto, Étienne-Louis Boullée, arquitecto francés del siglo XVIII, y va a ser el encargado de organizar una gran exposición alrededor del tal Boullée: diseños megalómanos de raíz neoclásica, repletos de geometría y volumen, de columnas y de esferas: diseños de ciencia ficción: diseños que inspiraron la arquitectura nazi de Albert Speer.
Quizás la tensión de llevar a cabo la tarea sea excesiva, quizás lo sea la comida italiana o quizás el origen de todo esté en tener una esposa joven y bella, pero al arquitecto le duele mucho el vientre. Hipocondría clásica entre las ruinas de una civilización extinta, restos como huesos clavados en la tierra, piedras que atestiguan un desmoronamiento lejano, un derrumbe del tiempo, como el propio cuerpo corrompido por la enfermedad del espíritu, por la edad que ahoga la ilusión y pulveriza las esperanzas. A Kracklite le afectan las historias que escucha de antiguos personajes, padeciendo los síntomas que llevaron a aquellos a la tumba: si al emperador Augusto le envenenaron los higos que le ofreció su esposa Livia, Kracklite vomita los que cenó esa noche; si Boullé murió por un cáncer de páncreas, los dolores de Kracklite deben tener exactamente el mismo origen. Kracklite arrastrándose borracho sobre su vientre: exponer y morir.
Peter Greenaway muestra de nuevo su devoción por el arte (escultura y arquitectura en esta ocasión), la anatomía y el exceso. La película está rodada en Roma así que los espectaculares ambientes barrocos típicos del director, se apuntalan esta vez en la propia geografía urbana de la capital italiana. Y, cómo no, una banda sonora excepcional. El guión es lo que no me acaba de convencer en esta película, y tampoco sabría decir el porqué. Me parece que no es un guión redondo... como un vientre.
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sábado, noviembre 19, 2011
lunes, octubre 18, 2010
"Prospero's Books", de Peter Greenaway
"La tempestad" de William Shakespeare vista por el ojo barroco de Greenaway.
John Gielgud es Próspero, protagonista y narrador, voz única ideal shakesperiana para todos los personajes, una declamación que por sí misma vale el precio de la entrada. Michael Nyman, en su última colaboración con el director galés, aporta la que probablemente sea su mejor banda sonora. La danza hipnótica de Calibán, las piruetas de los tres Ariel, los cantos operísticos de las diosas y un travelín eterno que acompaña el desfile incesante de duendes y de hombres. El cine de Greenaway es excesivo y genial.
'...sabiendo cuánto amaba yo mis libros, me surtió
de volúmenes de mi propia biblioteca
que yo estimaba en más que mi ducado.'
¿Cuáles serían esos libros tan preciados? Próspero, el caído Duque de Milán, el alquimista, el sabio, personaje de una época en que magia y ciencia se mezclan y son un camino recto hacia el cadalso: al final arrojará sus libros al mar, triste final para las maravillas desplegadas en el celuloide, pero probable coartada del dramaturgo inglés para evitarse problemas inquisitoriales.de volúmenes de mi propia biblioteca
que yo estimaba en más que mi ducado.'
'Pero aquí abjuro de mi áspera magia
y cuando haya, como ahora, invocado
una música divina que, cumpliendo mi
deseo, como un aire hechice sus sentidos,
romperé mi vara, la hundiré a muchos pies
bajo la tierra y allí donde jamás bajó la sonda
yo ahogaré mi libro.'
Peter Greenaway pincela la escena hasta el último detalle, poblando vastas estancias palaciegas de ninfas y elfos desnudos, de bandejas llenas de manjares, de fuentes y columnas, de sombras profundas y de luces de colores intensos. Y lo llena el doble: la película será pionera en manipular digitalmente la imagen superponiendo planos de animaciones de los libros de Próspero: fotogramas saturados donde ya no cabe ni un alfiler.John Gielgud es Próspero, protagonista y narrador, voz única ideal shakesperiana para todos los personajes, una declamación que por sí misma vale el precio de la entrada. Michael Nyman, en su última colaboración con el director galés, aporta la que probablemente sea su mejor banda sonora. La danza hipnótica de Calibán, las piruetas de los tres Ariel, los cantos operísticos de las diosas y un travelín eterno que acompaña el desfile incesante de duendes y de hombres. El cine de Greenaway es excesivo y genial.
domingo, julio 18, 2010
"El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante", de Peter Greenaway
La iluminación, el vestuario, los decorados, hacen que el ambiente se sitúe por encima de la trama, que parece pasar a un segundo plano para dejar sitio al empacho estético. La música de Michael Nyman es compañera identificable e ineludible de las imágenes. Una y otra vez, una y otra vez, hasta alcanzar el clímax dramático de la cinta: el marido cornudo y la adultera desdichada alternan sus venganzas, un plato que dicen que se sirve frío. A mi me pareció que la carne estaba en su punto. Obra maestra.
Si alguien está interesado en lo que comentaba más arriba acerca del encuentro que mantuvieron Peter Greenaway y Javier Tolentino, el director de "El Séptimo Vicio" de Radio 3, aquí dejo el enlace al audio de aquel inolvidable (necesariamente) programa.
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