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viernes, abril 30, 2021

"El faro", de Robert Eggers

Desde su extraordinario primer largometraje, "La bruja", se hacía de rogar la llegada de una segunda propuesta fílmica del director novel Robert Eggers. Llegó en la forma de "El faro", película que, como en el caso de su ópera prima, tiene querencia hacia la extrañeza, lo sobrenatural, lo psicológico y, ante todo, la irrefrenable advocación por el maligno: el demonio dentro de ti. Paradójicamente, con este faro no se puede asegurar que el cineasta haya vuelto a ver la luz. La que queda certificada es su habilidad para la construcción de ambientes opresivos: lugares solitarios y aislados, de estricta tranquilidad deshabitada, que sin embargo no son más que telones de camuflaje, trampantojos de una calma tensa que deviene fantasmagórica: el hotel Overlook de "El resplandor" de Stanley Kubrick como referencia certera para ubicaciones que vampirizan la voluntad y el espíritu de sus ocupantes. Y el malogrado Jack Torrance, el epítome del incauto que buscando la paz queda atrapado en abismos de locura.

Aquel novelista frustrado que ideó la fértil mas tenebrosa imaginación de Stephen King, se reencarna ahora en el guardián de un faro interpretado por las limitaciones actorales de Robert Pattinson: verle compartir fotogramas con la maestría acreditada de Willem Dafoe es, cuanto menos, aleccionador. La cinta, muy atractiva visualmente (el arte visionario, romántico y mitológico de William Blake o las aberraciones tentaculares de H. P. Lovecraft dan apoyo estético y argumental a las fantasías alucinatorias de cualquier artista posmoderno), con un encuadre de película antigua y un blanco y negro tan tétrico como luminoso, resulta apabullante en su extremosidad, tanto que termina produciendo desconexión, desinterés y bostezo sin remedio, sensaciones que lastran el resultado: escenas tan escatológicas que terminan siendo pueriles se alternan con otras dominadas por la violencia desatada (en exceso) del desenfreno alcohólico acompañado de una tensión sexual no resuelta: "Brokeback mountain" en el faro del fin del mundo.

Los mares del norte, lugares inhóspitos, aterradores, colmados de amenazas: hic sunt dracones: donde se escondían los monstruos, donde siguen escondidos. Y las sirenas, voluptuosas y mortíferas, los peores de todos ellos.

domingo, julio 31, 2016

"La bruja", de Robert Eggers

Que Leire Urritasun no hace distinción de las Fiestas del Señor, y que estos mismos días de precepto desaparece desde por la mañana hasta el anochecer, con un mastín que ella tiene domesticado. Ítem, que el día de Jueves Santo se vistió con ropas limpias de lino y se marchó con el dicho mastín y que no regresó hasta muy entrada la noche, y que lo hizo volando por los aires a lomos del perro. (...) Ítem, que ayudó a parir a una vecina con yerbas de sabor amargo y que el parido vino manco de un brazo. (...) Ítem, que desapareció de su lecho muchos viernes y que llevó a Isabel, su sobrina, al prado de San Miguel. Que allí estaba el demonio, sentado en un trono refulgente, y que tres viejas desnudas bebían en unos cuencos orines del Maléfico.
"Proceso, anatematización y quema de una bruja en un ensayo general" - Ramiro Pinilla

¿Y si todo fuera cierto? ¿Y si las miles de sentencias condenatorias que durante siglos se pronunciaron sin piedad y se ejecutaron con violencia, estuvieron sostenidas por hechos probados y verificados? ¿Y si los testigos decían la verdad y a los jueces les movía un ánimo sensato en vez de un prejuicio religioso abyecto? Desde ese punto de vista, "La bruja" constituiría el relato de sucesos históricos, la descripción veraz de actos tenebrosos, artes diabólicas y recetas ponzoñosas, que se llevaban a cabo en lo más profundo del bosque. ¿Y si las Pinturas Negras o los Caprichos de Goya fueran apuntes del natural? Desde Zugarramurdi a los ensayos de Julio Caro Baroja, desde las meigas gallegas al Santo Oficio, en España hay un consistente sustrato brujeril, una cultura ancestral, que, como todo lo antiguo en la época del teléfono móvil, sólo interesará si hay pokemones cerca.
En el siglo XVII gran número de puritanos ingleses, grupo radical de los calvinistas, fundaron colonias en el nordeste de los actuales Estados Unidos. Tenían tanto temor de Dios y rigor, implacable, en la rectitud moral de su conducta, como fortaleza de espíritu para ser capaces de acarrear la cama de la abuela atravesando el océano Atlántico y ponerse a plantar maíz en los límites del mundo conocido. Predestinación y oración y un pavo para el cuarto jueves de noviembre: Thanksgiving Day: gracias a Dios, por supuesto. La atmósfera asfixiante de la religiosidad extrema (ese ambiente se describe a la perfección en "La cinta blanca" de Michael Haneke) fomenta la delación, acusando al vecino para desviar cualquier posible sospecha de inmoralidad propia. Y en una espiral de paranoia y virtud, pasar del vecino al padre, o al hermano, incluso a los propios hijos.
La película refleja muy bien todos esos impulsos fanáticos: Satanás detrás de cada mirada subrepticia, de cada pecadillo cotidiano. Pero mientras otras películas situadas en la época se han centrado en la denuncia de las injusticias cometidas contra las presuntas brujas (por ejemplo, las basadas en los famosos juicios de Salem como "El crisol" de Nicholas Hytner, que a su vez era una adaptación de la obra teatral "Las brujas de Salem" de Arthur Miller), "La bruja" afirma, no desmiente, con escenas de pesadilla que atraviesan el territorio de los cuentos infantiles que nos desvelaban después de una reunión familiar junto a la lumbre y que los tiempos modernos de lo políticamente correcto se empeñan en edulcorar hasta arrancarles cualquier amargura. 
Vendrá la bruja y te llevará. Ya lo verás. Que sí, que sí.