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martes, enero 04, 2011

"El discurso del rey", de Tom Hopper

La primera visita al cine en el año 2011 ha sido afortunada: buena película, amable y entretenida, repleta de excelentes actores y brillantes actuaciones, de diálogos inteligentes cargados de ironía clasista, y dotada de una ambientación muy lograda para representar con veracidad los convulsos años que pasó la monarquía británica entre la subida al trono de Eduardo VIII (el mayor escándalo rosa del siglo fue su relación con la divorciada americana Wallis Simpson) y su posterior abdicación en su hermano menor, Jorge VI. Este último o, mejor dicho, su tartamudez, son el leitmotiv de esta película.
Rey por la G. de Dios, por designio divino: por ser hijo de un rey. La lista de méritos para ocupar un trono son escasos y de difícil aceptación para cualquier persona razonable, más aún si se tiene en cuenta la importancia del cargo que se va a asumir: representar a una nación. El rey que te toque y a ver si hay suerte que para colmo el puesto es vitalicio. Las monarquías europeas modernas se alejaron del absolutismo delegando en parlamentos elegidos democráticamente (si hay suerte, también) las tareas de gobierno. Se convirtieron en reyes actores a los que sólo se les pide acudir a actos públicos, realizar viajes oficiales (a cuerpo de rey, claro) y decir unas palabritas. Ni siquiera tiene que escribirlas ya que los discursos los redactan otros, basta con que cojan el papel y lo lean en voz alta. Pues parece ser que algunos reyes ni siquiera eran capaces de eso.
Colin Firth, inglés, interpreta al soberano mientras que Geoffrey Rush, australiano, encarna el papel de su logopeda: buen duelo artístico. El primero suena para el Oscar, un premio que suele tener en cuenta actuaciones en las que se muestre la superación de barreras físicas o discapacidades (me hubiera gustado haber visto la película en versión original pero de todos modos el doblaje era impecable). Más allá de esa condición es un actor excelente, como ya demostró en "Genova" de Michael Winterbottom. En cuanto a Geoffrey Rush, hace años que se llevó un Oscar (lo que comentaba más arriba de superar barreras) por interpretar la dura lucha del pianista David Helfgott contra sus problemas mentales y contra el Concierto para piano nº 3 de Rajmáninov en "Shine" de Scott Hicks. También me gustó cuando hizo de Peter Sellers fuera del escenario en "Llámame Peter" de Stephen Hopkins.
Las historias de reyes y reinas de la pérfida Albión a través de los siglos, parecen haber producido buenos resultados, en la mayoría de las ocasiones, al llevarse al celuloide. Desde "Excalibur" de John Boorman a "The Queen" de Stephen Frears, pasando por las distintas adaptaciones de las obras de Shakespeare protagonizadas por reyes antiguos o las múltiples veces en que las vidas de Enrique VIII o su hija Isabel I han aparecido en fotogramas.
God save the film.