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domingo, noviembre 22, 2015

"Poltergeist", de Tobe Hopper

Seguro que aquellas películas tuvieron gran culpa de todo lo que vino después. Contemplábamos, como si ellos fueran extraterrestres que nos mandaran mensajes desde un lejano planeta, sus enormes casas soleadas con piscina, divididas en inmensas habitaciones donde los niños tenían un montón de cosas chulas a su disposición para pasar otro día feliz en la Arcadia del consumo satisfecho. Desayunos repletos de delicias que el hastío del estomago saciado deslizaba debajo de la mesa para que se las comiera el perro, un perro grande y feliz también, por supuesto. Salían al exterior y el verde dominaba el paisaje: el verde del césped bien cuidado, el verde de frondosos árboles que bordeaban calles apacibles donde no había problema para circular en flamantes bicicletas o deslizarse con monopatines que parecían infinitamente mejores que el Sancheski que, algún afortunado, tenía por aquí. Automóviles king size y partidos de instituto con animadoras. Llegaba el día de Todos los Santos, y en vez de tener que ir al cementerio a pasar frío llevándole flores a la sepultura de la abuela y rezarle, entre alguna lágrima, un padrenuestro, se ponían unos disfraces cachondísimos y pasaban la velada jugando y visitando a los vecinos, los cuales les colmaban de golosinas. Truco o trato. Cuántos juguetes, cuánta ropa guay, cuánta niña rubia, cuánta salud y cuánta felicidad .
Qué diferente era todo. Qué distante de nuestro barrio de emigrantes del campo, de las escombreras polvorientas y de los solares llenos de basura, de la leche migada, de la mesa camilla y del brasero, del irritante tergal de nuestros pantalones y de la lana de nuestros jerséis autárquicos, de nuestros dos canales de televisión y nuestros Juegos Reunidos Geyper. La fiebre del adosado y del consume hasta morir que nos ha dominado en las últimas décadas, el dios mercado, se enraíza también en el subconsciente anidado por aquellas imágenes de películas de la primera mitad de los ochenta: colonia Hollywood: ya están aquí. Y sin duda Spielberg fue uno de los grandes profetas de la nueva religión.
"Poltergeist" lleva la firma de Tobe Hopper, uno de los principales renovadores del género de terror al realizar en 1974 la pesadilla titulada "La matanza de Texas", cinta que dejaba poco resquicio a la piedad y que afirmaba la posibilidad de la violencia más implacable e irracional ejercida sobre el primero que pasara por allí. Pero Spielberg figura en los créditos de la película como productor y guionista: caso claro de poli bueno y poli malo. Sucedía igual con "Inteligencia Artificial", proyecto de Stanley Kubrick que, debido a que el genial cineasta fallece en 1999, pasa a manos de Steven Spielberg, y en la que un espectador avisado parece que puede atribuir cada fotograma a uno u otro director: a Kubrick lo que es de Kubrick, y a Spielberg lo demás. Pues en "Poltergeist" sucede lo mismo, sobre todo en ese alucinante final en el que todo se desata y la angustia domina el metraje hasta el último suspiro: Hopper sabía bien cómo meterte el susto en el cuerpo. El comienzo de "Poltergeist" puede parecer una reedición de "Encuentros en la tercera fase", pero es un tono amable que pronto se verá desencajado por el horror más primario, un sentimiento que sigue funcionando en la película vista hoy día, por más que los efectos especiales de entonces hayan sido superados ampliamente por el estado del arte actual.
A la vez que una excelente película de terror, "Poltergeist" resulta una alegoría certera del progreso económico: el capitalismo salvaje asienta sus cimientos sobre despojos que un día cobrarán vida y ajustarán cuentas. La maximización del beneficio, a toda costa y sin el menor reparo moral, es una espiral diabólica que, en lugar de prestar un servicio a la sociedad, produce monstruos insaciables, dioses vengativos sedientos de sangre: mejor dicho, de desgracias ajenas. En 1982 "Poltergeist", película maldita, ya nos puso sobre aviso, pero nadie, deslumbrados por el american way of life, hizo caso de una piscina llena de ataúdes. Total, se pide otro crédito al banco, se instala una depuradora mejor y va que se mata. Literalmente.